Three-shot The Strength [Gakkou Roleplay]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Zireael, 16 Marzo 2021.

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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Escritora
    Título:
    The Strength [Gakkou Roleplay]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    4329
    ¿Creyeron que la serie tarotera quedaba inconclusa? PUES NO EN MI GUARDIA *patea todo el juego de comedor*

    La verdad es que tuve varias ideas diferentes para esta última carta pero ninguna terminó de convencerme, pasé por varios personajes, varias relaciones entre ellos y los demás, varios backgrounds y al final quedé con una cosa que comencé y no terminé, relacionada al rollo que nos habíamos montado en el colectivo con la pandilla liderada por el hermano de Shiori.

    Resulta ser que mientras estaba con el otro fic, el Altanna, a mi neurona le pareció una maravillosa idea aventarme en toda la cara las ganas de abordar a tres personajes: Altan Sonnen (a este pobre imbécil lo voy a gastar de tanto usarlo para todo pero I regret nothing), Arata Shimizu (Honeyguide aka El Indicador en Tenumbris) y Cayden Dunn.

    ¿Por qué? Porque pintó, punto. Estos tres idiotas siempre terminan sorprendiéndome, ya sea en Gakkou como ahora en sus canon (bueno el canon de Al es Gakkou porque sus otros roles se murieron jsjs) y lo cierto es que disfruto mucho narrarlos. A Al con todos sus desastres, con el mundo gris y la ira, a Arata con su personalidad que parece incapaz de tomarse algo en serio mientras solo sigue adelante y Cayden con su rechazo a las personas, a pesar de su deseo terrible de ser admirado por alguien.

    Por eso mismo esta última carta la voy a dividir en tres capítulos, uno para cada uno de ellos. El nombre de la respectiva carta que le asigné a cada uno indicará quién está narrado, pero de todas formas lo voy a dejar aquí en este primer post en orden (carta, personaje al que corresponde y significados asociados al combinar las cuatro y al combinar cada una con The Strength.

    Lo dejo en spoiler por si les da la gana saltarlo, aclarando el orden de publicación nada más:

    1. The Magician (Altan).
    2. The Ace of Swords (Arata).
    3. The Three of Swords (Cayden).
    The Magician (Altan Sonnen): esta carta la lazo a Altan en su estado neutral y también en su estado más sano, que se ha estado viendo un poco más en Gakkou desde que aparecieron Anna y Kohaku. Está asociada al ingenio, la inventiva e incluso la diplomacia. Así mismo se le considera una persona creativa, independiente y que busca el poder. En el otro lado, el de sus significados negativos, encontramos la violencia, la inteligencia que se transforma en astucia y soberbia. Puede relacionarse con actitudes dictatoriales.
    +The Strength: potencia la seguridad e independencia que ya de por sí trae consigo The Magician, relaciona con personas capaces de asumir grandes tareas o retos y solucionarlos de forma exitosa.

    The Ace of Swords (Arata Shimizu): asociada a la victoria, a los nuevos comienzos y la ruptura. Es una carta que como tal representa una fuerza agresiva, habla del dinamismo, la claridad mental y el carisma, pero también de los excesos.
    +The Strength: potencia la pasionalidad y fuerza ya de por sí presente en esta carta, sea para bien o para mal.

    The Three of Swords (Cayden Dunn): como palabras clave tiene dolor emocional, duelo, desamor, soledad, rechazo y tristeza; resalto mucho su relación con el individualismo exagerado, que asocio a una tendencia al aislamiento voluntario. Aún así el número tres como tal en la carta refiere a entusiasmo, crecimiento o incluso creatividad. Es una carta un poco dicotómica pero puede hablar del dolor que nos vuelve más fuertes.
    +The Strength: ciertamente The Three of Swords es una carta con una carga negativa fuerte, en este caso lo que puede potencia es precisamente la carga emocional tan pesada que carga, precisamente la dicotomía que representa en sí misma más el significado del tres como número.

    The Magician, The Ace of Swords, The Three of Swords + The Strength: una combinación algo jodida, sobre todo por la presencia del Three of Swords, que trae a la mesa el sufrimiento o la ruptura asociándola a una gran fuerza interior y una mente afilada, gracias a la presencia de The Magician y The Ace of Swords.

    ¿Necesario? Absolutamente.

    Dejo también la tabla con el orden de lectura even tho nadie más se va a leer toda la mierda (???)



    Orden de lectura.


    Sin más que decir, paso a dejar el primer capítulo de este three-shot.





    no, I don't know how to behave
    when you start screaming in my face
    no, I just wanna ride this wave
    I just wanna ride this wave

    I
    The Strength



    The Magician

    | Altan Sonnen |

    *

    *

    *


    Estaba por cumplir catorce la primera vez que me salí de casa, al menos fue unos meses antes, no recuerdo en sí el motivo y tampoco por qué no me interesé en archivarlo; el caso fue que ya pasadas las diez tomé mis mierdas y me escabullí por la puerta de atrás y luego por el frente. No me daría cuenta hasta unos meses después que tenía una capacidad estúpida para fundirme con las sombras.

    Como si yo mismo fuese una.

    No hacía frío, estaba fresco como era usual en otoño nada más, así que me llevé la chaqueta, el móvil y el efectivo que terminaba ahorrando siempre del que me daban mis padres cada fin de semana para que lo administrara.

    Y vaya que lo hacía.

    Ya por entonces le sacaba altura al resto de idiotas de mi rango de edad. No era imbécil, había notado bastante temprano que la sangre alemana de papá estaba haciendo su trabajo, tenía la talla promedio de un mocoso alemán, quizás algo más, y ya con eso en Japón estaba dejando atrás al resto. Me hacía resaltar a pesar de no quererlo, obviamente, pero también lo usaba a mi favor cuando de montarme desastres se trataba.

    Fácil podía decir que tenía dieciséis y colaba sin mucho problema. De hecho me pasaba con frecuencia cuando no llevaba el uniforme de la escuela media, a veces incluso amigos de mis padres se olvidaban y me preguntaban cómo me iba en el instituto, a lo que no me quedaba más que aclarar que aún no entraba. Podía tonarse tedioso siendo honesto.

    Esa noche llegué al Hibiya por inercia, habían algunas caras que ubicaba de vista, hermanos de mis compañeros de clase o mierdas así, algún repitente o lo que fuese.

    Lo cierto es que quizás me salí porque estaba encabronado como siempre o porque había tenido otro de mis jodidos episodios de no querer abrir la boca en todo el puto día; porque de todas maneras al dar con un grupillo de caras conocidas me acerqué con la cara de perro que ya me cargaba por entonces.

    No recordaba muchas oportunidades, además del tiempo que pasaba con Jez, en que no tuviese esa cara de mierda en realidad. Los álbumes de fotos que había en casa me habían hecho enterarme rápidamente de que parecía haberla heredado de mi abuelo paterno.

    El viejo Sonnen había quedado en Estados Unidos, con su propia galaxia, y aunque también había nacido en América como su hijo, conservaba como lengua materna el alemán. Había sido educado en casa por completo, según lo que sabía, de allí que no hubiese sido educado en inglés y lo aprendiera después, cerca de los dieciséis años cuando estaba más cerca de tener que lidiar con las universidades estadounidenses.

    Papá había heredado el rostro ligeramente más amable de la abuela, una americana de apellido Crain, cabello y ojos oscuros como los suyos pero sin el aspecto hosco. Era hija de un abogado de renombre, para variar, pero era una mujer cálida, sorprendentemente amorosa.

    El corazón para la máquina del viejo Sonnen.

    Así como mamá era la emoción en las máquinas de mi padre.

    Para mi desgracia no heredé casi nada de mi madre, ni el precioso cabello castaño o los ojos avellana, ni siquiera su talento artístico. Lo único que logré sacar fue su mal carácter italiano, por eso había aprendido a callar desde pequeño.

    Luego el resto… todo el resto parecía haberse saltado a mi padre para darme las características del viejo Sonnen. También parecía que provenía de su sangre aquel deseo de pertenecer a las sombras a pesar de tener buenas vidas, era como si algo en la oscuridad nos llamara con insistencia hasta tragarnos.

    Intuía por su forma de hablar que no había sido lo que se dice un adolescente ejemplar, por lo menos. Su alemán era incluso más pesado que el promedio, insultaba un montón y solo se comportaba cuando hablaba de negocios.

    Nunca había preguntado realmente qué cosas había hecho el viejo, la abuela tampoco hablaba de ellas y mi padre menos, ni siquiera sabía si había salido de las sombras como tal en algún momento, pero lo ponía en duda.

    Cuando los visitábamos en Estados Unidos veía cariño en sus ojos oscuros, pero luego de eso era como si el vacío se viera a sí mismo cuando sus pozos encontraban los míos. Veía muchos más destellos de color en la mirada de papá, a pesar de ser igual de oscura.

    —Oye, ¿no es el mocoso que derribó a Saitō? —escuché que preguntó uno, me había sacado de mis cavilaciones.

    —¿Eh? ¿No se supone que fue un crío de la media?

    —Hombre, no sé. Nadie supo decirme.

    El tipo le pegó un trago a una botella como si fuese agua, era una marca de ron barata que, incluso sin haberla probado, casi me arrancó una mueca de desagrado.

    Las fiestas de fin de año de Káiser me tenían el ojo afilado en cuanto a marcas buenas de alcohol, incluso si lo mucho que había llegado a hacer con trece años era oler el vino tinto que siempre bebía mamá y la cerveza oscura que tanto parecía gustarle a mi padre.

    —¿Saitō Akatsuki? —pregunté una vez estuve lo suficientemente cerca—. Al menos ese fue el nombre que escuché de sus amigos.

    —Pero mira nada más, resulta que sí fue —dijo el mismo que había escuchado hablar primero. Lo cierto es que le sacaba unos cuantos centímetros, pero supe que de haber podido se hubiera agachado para tratarme como un crío—. ¿Por qué?

    Esa realización me hizo hervir la sangre, pues porque sí, pero de todas formas lo que hice fue encogerme de hombros como quien no quiere la cosa. Ya a esa edad tenía medidos a los idiotas que solo buscaban provocar esperando una reacción, después de todo llevaba tres años y pico metiéndome en broncas, así que no recibir lo que quería pareció quitarle todo el interés de encima.

    Suficiente por el momento.

    Aún así atajé la sonrisa que le revoloteó en la cara, fue una sonrisa de mierda para qué mentirnos, me recordó a cómo solían representar a los lobos en cualquier cinta de animación de cualquier tipo. Descubrió los dientes unos segundos, los ojos se le afilaron y luego regresó a su expresión más o menos neutral para extenderme la botella de ron barato.

    —Bueno, digo yo que mereces un trago, ¿o no...? —Se quedó esperando.

    —Sonnen —dije sin más, sabiendo que buscaba un nombre. Le eché un vistazo a la botella antes de regresar a sus ojos y replicar su sonrisa, aunque con bastante más soberbia—. Vaya mierda beben aquí, debe saber a alcohol de farmacia.

    Un chispazo de ira le cruzó los ojos, lo detecté porque lo conocía de sobra en los míos, y acentué la sonrisa de mierda sabiendo que estaba metiéndome en terreno peligroso pero si el cálculo no me fallaba, debía bastar eso para metérmelo en la bolsa también.

    —¿Sí? ¿Apenas acabas de aprender a limpiarte el culo tú mismo y sabes de alcohol, Sonnen? —Le regresó la botella a su amigo y hundí las manos en sus bolsillos, hizo un intento por erguirse lo suficiente para al menos emparejar nuestras estaturas pero no tuvo caso—. Venga, ¿qué bebes?

    —¿Cuánto dinero cargan encima?

    —¿Qué?

    —¿Cuánto dinero cargan encima? —repetí—. No se puede comprar sin dinero, que yo sepa.

    Los idiotas parecieron debatirse entre ellos hasta que finalmente se pusieron a hacer cuentas, lograron sacar tres partes del dinero que calculaba íbamos a necesitar y con eso me bastó. Saqué el efectivo, estiré el dinero hacia el que parecía mayor y le sostuve la mirada.

    >>Tú cuelas más como mayor de edad, incluso si a dónde vas a entrar les importa una mierda es más fácil así. —No era lo que se dice alto, pero sí tenía rasgos menos aniñados que el resto—. Te debería alcanzar una botella de Grey Goose o Smirnoff si decides robarnos el cambio, es mejor que esa cosa que parece de contrabando.

    Tomó el dinero como si nada, se lo metió al bolsillo y aunque compraban pura mierda era obvio que sabía dónde vendían mejores cosas sin ponerse quisquillosos con el tema de la mayoría de edad porque no preguntó nada más.

    En lo que el otro se alejaba me acerqué al que había hablado hasta entonces, siendo que parecía el cabecilla del trío, tenía la botella entre las manos de nuevo y se la quité para dejarla caer en una papelera cercana.

    Parecía estar deseando soltarme una hostia pero se contuvo, vete a saber por qué, y se limitó a esperar al otro que regresó algunos minutos después. Obviamente se había dejado el cambio el hijo de puta, volvió con la botella de Smirnoff y abriendo una cajetilla de Camel, se colocó uno entre los labios para encenderlo con un mechero barato de esos de ruedilla. Le dio una calada profunda y estiró la botella hacia el cabecilla.

    El imbécil la abrió, le dio un trago y me la cedió. Podía poner en duda su inteligencia, pero no su conocimiento de la calle incluso sin experiencia como tal, era evidente que el otro intuía que realmente no había probado alcohol en mi vida y me estaba poniendo a prueba.

    ¿Nos estábamos midiendo la polla con una botella de vodka? Bueno sí, más o menos.

    Acepté el objeto, le di un trago y aunque me ardió la garganta que dio gusto me obligué a no comprimir los gestos, ni siquiera cuando me quitó la vista de encima porque era un orgulloso de cuidado, incluso con mis manías de mocoso retraído. Me bajé el segundo trago no mucho después y le regresé la botella sin más.

    Esa misma noche vi de pasada el mechón blanco de Tolvaj, también se había tirado a la calle de forma bastante prematura y ya por entonces estaba haciendo de las suyas. Estaba revuelta con otro grupo de chicos, aquí y allá su risa se escuchaba. Le sacó tabaco a varios, hierba a otros tantos y alcohol a cuánto se cruzó. Todavía no tenía su reputación pero la estaba construyendo, obviamente.

    Obviamente el puto vodka me pegó como una patada más tarde, cuando ya todos estaban decididos a irse. El mundo estaba bastante empañado, así que intentar enfocar algo era una misión digna de los juegos olímpicos; en la memoria conservé parchones de mi vuelta a casa y vete a saber cómo mierdas había terminado con la cajetilla de Camel en las manos, aunque asumía debía darle la responsabilidad de eso a lo magullados que sentí los nudillos de repente.

    ¿Había cerrado a hostias a alguno de los idiotas? Parecía, porque también había recuperado parte del dinero que le había dado al que fue a hacer la compra y seguía sin saber cómo ni cuándo, pero lo llevaba sujeto junto a la cajetilla y el mechero barato.

    Abrí la caja de cigarros, saqué uno y me lo coloqué entre los labios, inhalé para encenderlo y me metí todo al bolsillo sin orden de ninguna clase de orden. El humo me ardió en la garganta, tosí un par de veces y di la segunda calada.

    Cuando liberé el humo al aire lo vi perderse en un cielo oscuro donde el rojo profundo palpitaba de vez en cuando, como un parche de sangre, no tenía forma en mi vista empañada pero era algo diferente al negro, gris y blanco que conocía.

    La maldita acromía.

    No sé cuántos cigarrillos me bajé esa noche mientras caminaba de regreso a casa porque tampoco fui capaz de recordar cuántos le faltaban a la cajetilla cuando la tuve en mi poder, solo supe que a la mañana siguiente quedaban dos y ya.

    Llegué a casa, me colé por el frente y abrí la puerta de atrás con un cuidado estúpido. Subí las escaleras tan despacio que debió dar risa ciertamente, todo para no irme de culo y que se diera cuenta todo el barrio. Mi plan era solo acostarme, pero apenas puse un pie arriba sentí que el estómago me dio un giro y tuve que desviarme al baño del pasillo; de pura suerte atiné a vomitar el estómago en el inodoro y me quedé allí, aferrado él porque la verdad ya había perdido el ancla hace un buen rato.

    ¿Me dormí? ¿Caí inconsciente? ¿Se dieron cuenta mis padres? Ni puta idea, pero si lo supieron nunca me lo dijeron realmente.

    Solo sé que desperté horas más tarde, cuando el cielo estaba clareando, con una migraña de padre y señor nuestro. La puta cabeza se me quería partir en dos pero me obligué a levantarme, bajar la cadena y lavarme los dientes porque me sentía asqueroso. Después de eso fue que levanté saqué la cajetilla y me di cuenta de cuántos cigarros quedaban.

    Pasé el resto del día sintiéndome como la mierda, por supuesto, si tenía una resaca increíble encima y solo tuve suerte de que mis padres estuvieran fuera todo ese día, así que la única que se dio cuenta de ello fue la criada japonesa junto a la que había crecido.

    A alguna hora del día escuché que tocó la puerta y al abrir vi en la mesilla del pasillo un vaso de jugo de naranja además de un par de pastillas. Ni siquiera me cuestioné qué eran, me las bajé, me tomé el jugo y volví a morir hasta la hora de la cena, cuando por fin pude comer.

    Cualquiera antes de hacerlo pensaría que una borrachera de semejantes proporciones bastaría para curarte de la bebida por el resto de tu existencia, pero para desgracia de todos el alcohol ni ninguna otra droga, lícita o no, funciona de esa manera.

    El cerebro, la máquina por excelencia de la naturaleza, podía ser burlada por las sustancias que tienen el poder de silenciar el cuerpo y la mente. Digamos que la fuerza de voluntad humana dejaba mucho que desear.

    En realidad el mundo en general era bastante mediocre.

    .
    .
    .

    Las primeras gotas de sangre me patinaron entre los dedos cuando retiré la aguja, otro par fueron a caer en la camisa que de por sí era oscura y arrugué los gestos cuando coloqué el pendiente en su lugar. La primera de muchas perforaciones me la había hecho yo a los catorce, como un puto salido de mierda, la segunda le siguió si acaso un mes después y también la tercera.

    Las únicas que no había hecho yo eran el industrial y el helix, pero tenía ya la colección en el lóbulo para entonces, tres de corrido.

    Creo que solo cuando mi madre vio el industrial fue que demostró verdadero disgusto.

    —¿Vas a dejar de hacerte perforaciones ya, Altan? —escupió un día durante la cena, con cara de culo, y vi que papá le dio un trago bastante largo a su vaso.

    —No sé —resolví sin más, llevándome una gyoza frita a la boca. Ella frunció más el ceño en respuesta—. Prefiero decirte que no sé a mentirte y aparecer con otra.

    —Como quieras —respondió de mala gana—. Tan siquiera córtate el cabello.

    —¿Para qué? —Mala elección de pregunta.

    —¿Cómo que para qué? —Bufó e insertó el tenedor en la carne con cierta fuerza añadida—. ¡Porque se supone que lo hagas, Altan, por eso!

    Esa vez directamente me lo había dicho porque tenía el cabello ya casi llegándome a los hombros y era genuinamente un puto desastre, pero la verdad era que me sentía cómodo así.

    Durante los años siguientes tuve la decencia de que por lo menos no se pasara tanto de la nuca como para fastidiarla, pero si me daba la gana todavía podía atarlo y todo, aunque no lo hacía con frecuencia.

    No había respondido nada esa vez aunque creo que mi padre ya tenía bien conocido por dónde estaban yendo los tiros desde hace rato, porque mientras levantamos la mesa luego de que mamá saliera echando humo me sonrió con una tranquilidad que era ridícula teniendo en cuenta el contexto y me dijo algo que haría eco años más tarde.

    —Cuando se te ocurra tatuarte al menos muéstrame antes de que tu madre pierda la cabeza, Al.

    Lo había sabido siempre, ¿no? El hijo que estaba criando, la sed de poder que poseía y quizás hasta cómo la había comenzado a saciar. Quería pensar que intuía incluso la presencia del mundo gris, quería pensarlo porque era la única cosa de la que no había hablado con papá nunca.

    ¿Por qué? Porque tenía miedo, miedo de su reacción. Miedo de hacerlos sentir que su cuidado no había servido de nada.

    ¿Pero no era eso lo que estaba haciendo de todas maneras al esparcir el rojo sobre el mundo?

    Maldito mal agradecido.

    Pero joder, estaba furioso por no haber sido capaz de haber visto colores más que contadísimas veces, lo aborrecía y no sabía cómo mierda ponerlo en palabras para que alguien me sacara de mi maldito océano, de la oscuridad de mi fosa donde solo detectaba restos de luz blancuzca, el gris de las rocas y el negro del vacío.
     
    • Ganador Ganador x 2
    • Fangirl Fangirl x 2
  2. Threadmarks: II. I can't control all that I do
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,563
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    The Strength [Gakkou Roleplay]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    4966
    Yo debería estar durmiendo porque tengo clase a las 10 am, pero resulta que pasé de no poder escribir más de dos líneas en un día a brincar de 1.8k a 4k, así que aquí estamos.

    Aclaraciones para la lectura, porque hay cosas que vienen del colectivo que había escrito con Gigi y cosas que se me revuelven con Tenumbris, que fue el rol al que acabé metiendo a este chico de forma sneaky porque no tienen nombres allí:

    • Chacales: cuando hablo de los chacales tanto aquí como inrol me refiero a una pandilla ya extinta que comprendía Chiyoda y Taitō, estuvo por sumar a Bunkyō pero no fue posible. Su nombre oficial fue Honō no Jakkaru, literalmente chacales de fuego.
    • Yako: cuando me refiero a Yako hablo del hermano mayor de Shiori Kurosawa, Kaoru Kurosawa, que murió arrollado por un auto el año en que cumplía 17. Fue líder de los Honō no Jakkaru, pandilla asociada a la misma familia de la yakuza que Los Lobos de Shibuya, dicho liderazgo inicia a partir de sus 14 años hasta el momento de su muerte. Es el líder más joven que tuvo el grupo nunca.
    • Ratel: apodo de Shigeru Takizawa, es un personaje puramente del colectivo y parte del background de Arata y Cayden en Gakkou por rebote. Este les saca unos tres años, es un tipo albino, de ojos verdes y alto que se destaca por su tendencia a la violencia.
    • Arata tiene dos hermanos menores aunque no habla de ellos nunca. Seiichi (16) e Izumi (15).
    • En Tenumbris Arata aka El Indicador tiene los tatuajes en ambos brazos como en Gakkou y por el mismo motivo, aunque no lo sabe. La mayoría de tatuajes de los brazos de Shimizu son de animales, todos en representación de miembros de las pandillas del corazón de Tokyo, algunos le alcanzan parte del cuello y la espalda. En Tenumbris busca desfundar cuchillos por reflejo, esto también proviene de este background, donde ya es meme lo de "cuchillitos locos".
    Sin más que decir, pues aquí queda. Hace rato quería concretar cosas del background de Arata y también profundizar en Kaoru Kurosawa, así que disfruté mucho escribir esto.



    I can't control all that I do
    been taken over by someone new
    I look to you, this war I'm fighting
    don't let me lose it
    .
    help me find the cure
    I'm searching for the cure

    II
    The Strength



    The Ace of Swords
    | Arata Shimizu |

    *

    *

    *

    ¿Qué edad tenía la primera vez que me levanté una billetera? Posiblemente diez, había sido en pleno Kabukichō a alguna hora de la tarde y tan fácil que hasta había dado risa. Recuerdo bien claro que era de un turista, todos los documentos eran extranjeros, pero al menos tenía buena pasta.

    La ventaja de haber empezado a robar a esa edad era que por la cara de mocoso eran pocas las personas que sospechaban, se confiaban, no ponían distancia y si los chocaba bastaba con disculparme, ponerme una sonrisa y seguir andando.

    El dinero que conseguía en las billeteras o vendiendo las mierdas de valor era suficiente para aparecer de tanto en tanto con algo de comida extra, además de la que apenas alcanzaba a comprar mamá siendo que tenía que mantener tres críos.

    Era el mayor, los otros dos iban por detrás por tres y cuatro años exactamente. Eran mocosos tranquilos, casi retraídos en casa pero parecían tener bastantes amigos en la escuela, aunque más que eso parecían buenos amigos. Normales quería decir.

    Para nosotros ya eso era mucho pedir.

    Nuestro padre, que en grandes rasgos sólo había servido para darnos el apellido y poco más, se había desaparecido de la faz de la tierra meses después de que naciera mi hermano menor, Izumi. Ni siquiera lo recuerdo, tampoco hay fotos suyas ni una mierda, es como si incluso mamá hubiera querido borrarlo de la existencia y la verdad nunca me molesté en preguntar por qué.

    ¿Qué importaba un inservible que no había podido velar por su familia?

    La casa en la que vivíamos al parecer había sido de mis abuelos maternos, fallecidos ya hace tiempo, cuando mamá era bastante joven todavía. Era lo único que le había quedado como herencia, nada de dinero ni mucho más y aún así el mantenimiento de una casa vieja, donde las cosas tendían a joderse, era costoso.

    Y mamá solo era una cajera trabajando horas extra.

    Que se me ocurriera empezar a sacar billeteras y demás mierdas que pudiese venderle a los marginales que rondaban los barrios de zona roja surgió de una vez que llegó a casa tarde, se sentó en la mesa y dejó sus cosas encima para tomar una libreta que había allí mismo para empezar a sacar cuentas como descosida.

    Mis hermanos estaban durmiendo pero yo me había quedado despierto hasta que ella llegara, siempre lo hacía. Sentía el deber de hacerlo en caso de que Izumi o Seiichi me necesitaran, alguien se colara en casa o lo que fuese.

    Era el perro guardián.

    Había salido de la habitación para ir al baño y la escuché arrancando hojas, maldiciendo por lo bajo, hasta que finalmente se rompió. Sus sollozos quedos me alcanzaron los oídos y me comprimieron el corazón en el pecho de una forma horrible.

    Siempre creí que una de las cosas más horribles que podía ver un hijo era a su madre llorando. Había en el llanto de las madres un dolor tan crudo, visceral, que era capaz de minar en la roca viva. Quizás era porque toda madre decente era un pilar, debía serlo, y cuando se hacía trizas significaba que el mundo como uno lo conocía estaba por venirse abajo, si no lo había hecho ya.

    No había sido nunca muy expresivo, de hecho demostrar afecto genuino me era difícil o imposible a secas, pero esa vez dejé el resguardo de las paredes que separaban los espacios, también el resguardo de mi personalidad evitativa con tal de ir a su lado. Ese abrazo es el último que recuerdo haberle dado a mi madre porque la hizo llorar incluso con más fuerza, como si fuese una niña y yo fuese el adulto tratando de mantenerla de una pieza.

    El cabello rubio lo había heredado de ella, pero esa noche, bajo la luz amarillenta de la bombilla del comedor y con su cabeza en mi pecho, me pareció una pila de heno. Había perdido brillo, no tenía demasiado orden y en sí me dio la sensación de que tenía parches sin una sola hebra.

    —No alcanza —sollozó—. No alcanza.

    Y así terminé con una billetera ajena la tarde siguiente, el siguiente a ese y así hasta perder la cuenta. Una tras otra, luego las demás mierdas y finalmente di con el antiguo Shinjuku, tengo recuerdos borrosos en sí de esa época pero sé que mi papel no era demasiado diferente al que tendría más tarde con los chacales.

    Alguno de los altos mandos me vio, es todo lo que tengo presente, y terminé enredado entre ellos porque el trato era bueno. Parte de las cosas que robaba con mi cara de mocoso se vendían entre sus contactos, al doble o a veces al triple del precio al que se las colaba a la gente en la calle; y aunque una parte del dinero quedaba repartida en la pandilla, otra buena parte de la pasta era mía porque yo era el que me levantaba las mierdas.

    Mamá empezó a dejar de sentir la presión con las compras, los arreglos de la casa y demás cosas. Nunca preguntó de dónde salía el dinero, la comida o la ropa de mis hermanos, tampoco preguntó cuando me vio el primer tatuaje del brazo años más tarde.

    Dejé de ser tan útil en Shinjuku cuando dejé de tener tanta cara de mocoso, cuando los rasgos se me tornaron toscos contra mi voluntad y también cuando empecé a echarme encima la máscara de eterna burla, como si fuese un puto bufón. Era una diversión brusca, grosera, pero me ayudaba a seguir adelante como sabía que debía a hacer, porque mamá seguía trabajando como descosida y, vamos, una casa era difícil de mantener.

    Fue por ahí de los once cuando rompí lazos oficiales con Shinjuku, la cosa no duró ni un año, y me comencé a colar en Chiyoda sin saber dónde coño me estaba metiendo. Las movidas no eran muy diferentes aunque tenía que ser mucho más cauteloso, ya no podía valerme de excusas de mierda y sonrisas de crío.

    Porque para empezar no me salían.

    Ya no.


    Y es que estaba jodidamente encabronado con la vida entera aunque no lo dije nunca, al menos no con el sistema libre de alguna sustancia, pero joder estaba hasta la polla de la vida que me había tocado. Estaba harto de saber que nuestro padre nunca se había hecho responsable de los tres mocosos que había concebido, harto de ver que mamá tenía que seguir trabajando como mula por un salario asqueroso y harto del eterno miedo de que mis hermanos terminaran igual que yo por esos motivos.

    Estaba aterrado ante la idea de que sintieran siquiera un porcentaje de la ira que yo, con sólo once años, había cargado. Por eso me había ofrecido como carne de cañón también, por eso estaba metido de cabeza en la calle como una forma desesperada de levantar un muro a su alrededor, de sacarlos de la vida que nos había tocado. Era una medida desesperada, pero fue la única que encontré.

    Entonces apareció Yako.

    Fue una estupidez, lo recuerdo con claridad ridícula, debía está por cumplir los doce cuando pasó. Crucé a Chiyoda una noche, acababa de anochecer prácticamente, y caminé casi por el Hibiya casi hasta el estanque cuando lo noté, estaba solo caminando por el parque como si nada y llevaba la billetera y el móvil mal acomodados. Era una oportunidad de oro, la billetera era la propina porque lo que verdaderamente importaba era el móvil, la pasta que podía sacar con él sería suficiente para ir a hacer la compra de un par de cosas básicas para la semana.

    La cosa fue sencilla en sí, fingí que llevaba prisa y pasé a su lado chocándolo, en apariencia sin querer, pero apenas mi mano alcanzó el móvil que era por lo que iba primero el chico me cazó al vuelo la muñeca y me sostuvo sin demasiada fuerza. Al menos hasta que quise zafarme para echar a correr, ahí sí aplicó la fuerza necesaria para detenerme en seco y fue cuando encontré sus ojos de fuego entre el flequillo negro como el carbón, como un par de lámparas de queroseno o los ojos de un cocodrilo en un pantano; esperé detectar enojo en ellos, pero no había hostilidad alguna, de hecho me sonrió con tranquilidad y hasta entonces reparé de golpe en que llevaba una sukajan, una chaqueta de esas con bordados que vendían como souvenir. Tenía un zorro en la espalda.

    —Buenas noches —dijo con voz suave, tranquila, dejándome todavía más sacado de base—. Shimizu Arata-kun.

    —¿Quién mierda eres? —espeté todavía tratando de soltarme sin éxito alguno—. Ya déjame, prometo no quitarte nada de encima.

    —¿Sabes lo que hacían con los ladrones hace unos siglos? Los tatuaban para que todos supieran qué hacían. —No me estaba haciendo ni caso el hijo de puta y cuando quise darme cuenta estaba recorriendo mi antebrazo con el dedo índice de la mano libre—. Y si insistían no quedaba más que cortarles las manos. Dime, Shimizu, ¿cuántos tatuajes llevarías encima por robar en Chiyoda?

    —¿En Chiyoda? —pregunté de mala gana, él asintió y yo solté la carcajada. Repito, para ser un crío tenía muy mala leche—. No se me vería un brazo debajo de la tinta, mínimo. Ya suéltame, cabrón.

    Un chispazo de ira le pasó por los ojos, fue ligero y apenas perceptible, pero estaba allí. Insistió en no dejarme ir pero aflojó un poco el agarre, apenas para dejar de lastimarme a posta. La sonrisa no se le había quitado de la cara ni por un instante y la verdad ese recuerdo es un poco extraño por eso mismo, pero así era Kaoru.

    —Mis chacales me apodaron Yako.

    —Nogitsune. ¿Qué hace uno como tú en este barrio abandonado?

    —¿Abandonado? Este barrio es mío, Ara-kun, somos hermanos de Shibuya, casi hermanitos de sangre. —Fruncí el ceño con ganas al escuchar el apodo, pero sobre todo al caer en cuenta que entonces eran estos junto a los lobos los que tenían a Shinjuku cercado por lo que había escuchado de los altos mandos—. Shinjuku te desechó, ¿no es así? Al menos eso dicen las malas lenguas… Pero eres un chico de vista afilada, muchísimo, además de que eres buen negociante.

    Me soltó por fin y aunque pude haber salido corriendo como descosido me quedé allí.

    >>¿Sabes lo que es un indicador? —Negué con la cabeza despacio—. Es una ave pequeña, pero pone sus huevos en los nidos de otros pájaros para que los críen en su lugar. También guían a los humanos a panales para que los abran, así pueden comer la cera y las larvas. En inglés su nombre es honeyguide, literalmente guía de miel.

    —Habla bien de una vez, zorro.

    Su sonrisa se amplió.

    —Serás nuestro indicador, Ara-kun. —Tragué grueso. Yako fue siempre delgado, si acaso desarrolló algo más de cuerpo que Dunn cerca de un año antes de su muerte, pero no era corpulento siquiera aunque sí era alto, en un punto muerto entre la altura actual de Sonnen y la mía. Aún así su fuerza no era física, nunca lo fue aunque podía ponerse un poco peligroso si le tocaban los huevos, la fuerza de Yako y como luego vería también la de su hermana era puramente mental—. Serás nuestro Honeyguide.

    Fue Yako el que me dio el primer cuchillo, Yuzu la que me enseñó a lanzarlo y de ahí el resto se hizo solo. Había dejado las costumbres de carterista para dedicarme a la venta de armas blancas robadas y de contrabando básicamente, luego Kaoru me había asignado la tarea a la que me dedicaría incluso después de su muerte, aquella por la que me había nombrado Honeyguide.

    Como se suponía que los chacales no existíamos en grandes rasgos tenía una ventaja, no estaba asociado un grupo como tal y de ahí que pudiera moverme entre barrios, recoger información y llevarla a mi propio panal. Incluso más importante que eso, la información se pagaba como oro y así como nosotros la teníamos, la vendíamos.

    Era una estupidez, bueno yo quería pensar que lo era, pero con los chacales empecé a sentirme parte de algo por fin apenas unos meses después de que Yako me encarara. Que no se dijera siquiera luego del primer año a su lado, era como si hubieran fusionado a cada uno de esos cabrones con mi propio corazón, eran mi familia y me preocupaba por ellos de la misma forma en que me preocupaba por mis hermanos menores.

    Una tarde que nos aparecimos en casa de Ratel Kaoru había llegado, como era usual, con café en lata, bolsas de frituras y cuanta mierda parecía haberle sacado a su padre de la tienda. Las dejó en el centro de nosotros, que estábamos reunidos frente a la tele en lo que Ratel y Yuzu se tiraban una partida de ya ni recuerdo qué videojuego, digamos que era una de las pocas veces que actuábamos como críos normales. Aún así, cuando Yuzu se levantó de golpe celebrando que le había pegado una paliza al albino, no tardó en regresar a su asiento con una lata de café cuando notó una señal de parte de Yako.

    —Ya saben que aunque se supone que somos hermanos de Shibuya nunca nos hemos llevado muy bien, ¿no? —preguntó y todos asentimos con la cabeza—. Hay un lobito perdido que ha estado entrando a Chiyoda desde hace meses, lo he visto un par de veces en el metro haciendo de las suyas.

    —¿Carterista? —dije luego de bajarme un puñado de papitas que me había llevado a la boca, él afirmó—. ¿Seguro que es un lobo?

    —Seguro como que mi padre es de apellido Kurosawa. Es lobo de sangre aunque no de palabra, ha vivido en Shibuya toda su vida a pesar de no relacionarse con ellos.

    —¿Y qué insinúas que hagamos, Yako? ¿Pegarle un susto para que salga del barrio? —La pregunta la había hecho Yuzu, con el ceño ligeramente fruncido.

    —Es un mocoso de… ¿Tal vez doce con un año de adelanto? Lleva uniforme de la media, pero la cara no le ayuda.

    —¿Qué mierda hace un crío metido en Chiyoda? Ya bastante lata nos dio Honeyguide en su momento —soltó Ratel de mala gana.

    Suspiré con cierta pesadez, alcancé otro puñado de papas y me limité a quedarme callado. Kaoru parecía estarle dando vueltas al asunto en silencio, con los comentarios de los demás haciendo eco, y supe de inmediato que no quería que le pegáramos un susto al chiquillo, no era esa su idea.

    Bebió un par de tragos de café, se acomodó de cabeza en el sofá echando las piernas por encima del respaldo y su cabello oscuro se deslizó por el peso de la gravedad. La tranquilidad de Kaoru era una cosa casi inquietante, de alguna manera era como si supiera un montón de mierdas que nosotros éramos muy estúpidos para notar.

    —Quiero que le den caza y lo traigan conmigo incluso si se niega —dijo por fin casi en un murmuro.

    —¿De qué te sirve este niño? —preguntó Minami con genuina curiosidad.

    —¿Les suena de algo el apellido Dunn?

    —Mafia irlandesa —atajó Yuzu al vuelo, alzó la vista al techo y suspiró—. De lo que escuché se manejan con apuestas, de allí viene casi todo el dinero del apellido, lo demás sale de los bares donde se organizan, pubs irlandeses en todo el corazón de Tokyo.

    —Nuestro niño manos largas es hijo del cabecilla del grupo irlandés, exactamente.

    Kaoru se medio enderezó, deslizó hacia arriba la pierna del pantalón para sacar un cuchillo botero y lo lanzó frente a mí como si nada, haciendo que me quedara con la vista pegada al arma antes de estirar la mano y tomarla. ¿Qué tenía, catorce? No recuerdo con exactitud, pero si era el caso los había cumplido no hace mucho y ya llevaba año y pico tirando cuchillos con la bendición de Yuzuki, nuestra hermana mayor.

    Yako regresó a su posición, con la cabeza colgando por el borde del sillón y su mirada de fuego encontró la mía.

    —Tráelo, Honeyguide. Con cuidado de que ni un solo lobo te vea tomar sangre de su sangre o nos caerán encima incluso si a ojos de los demonios somos hermanos, incluso si no le han puesto el ojo al chico. Aparece en la estación de Chiyoda, la de Hibiya, pasadas las tres de la tarde; cabello rojo profundo, ojos amarillos y bastante delgado. Tiene cara de que si le soplas cerca de la oreja le da un infarto, lo reconocerás sin problema.

    Me metí la mano libre al bolsillo del pantalón, saqué el llavero de casa y lo lancé a su lado como si fuese lo más normal del mundo. Su mirada no se apartó de la mía ni un instante, de hecho pareció satisfecho consigo mismo.

    —Mañana en casa no queda nadie, mi madre tiene turno de noche y mis hermanos se van a quedar en casa de unos amigos suyos. Después de las cuatro de la tarde llevaré al chico, así sea de las greñas, y podrás tener con él la charla que quieres.

    En eso concluyó el asunto y para la tarde siguiente ya estaba en la estación, hasta con el uniforme de la media todavía, como si no cargara un cuchillo encima y fuese a cazar a un mocoso. Me quedé esperando un rato en espera de cualquier señal, por mínima que fuese, aunque en sí un pelirrojo resaltaba con ganas.

    Estaban por ser las cuatro de la tarde cuando lo noté, en efecto llevaba uniforme de la media pero sin él y de no ser más o menos por la estatura el chiquillo podía pasar como un par de años menor de lo que era realmente. Era una cosa rara, quizás porque yo mismo había perdido la cara de mocoso de forma prematura, pero pensé que el hijo de puta no podía matar una mosca, mucho menos robar nada.

    Pero me tuve que meter la suposición por el culo.

    Fruncí el ceño al ver que le sacaba una cartera del bolso medio abierto a una mujer, ni siquiera alertó a la gente de alrededor y no movió el bolso ni un ápice. Literalmente fue como si fuese un fantasma, deslizó la mano y la retiró sin esfuerzo, con una habilidad ridícula, ni siquiera tuvo que distraer a nadie con cháchara barata o haciéndose el inocente.

    Fue cosa de segundos además, como si lo tuviese cronometrado, y cuando se dispuso a perderse entre la gente el pobre desgraciado lo hizo en mi dirección. Me hice el tonto hasta que me pasó al lado, fue entonces que alcancé a sujetarlo del hombro y con la mano libre presioné apenas el cuchillo que me había dado Yako contra su espalda, oculto como lo tenía en la manga del gakuran. La tensión que le bañó el cuerpo fue espantosa hasta para mí, logró ponerme medianamente nervioso, y más temprano que tarde me daría cuenta que había sido por el tacto inicial en el hombro. El idiota se había tensado incluso antes de que el filo del arma lo alcanzara.

    —Sin movimientos bruscos, cara de bebé, que hay mucha gente. Vas a hacer lo que te diga, ¿oyes? Tenemos que salir de aquí, cambiar de estación y te haré un bonito recorrido por Shinjuku.

    Hizo un movimiento, fue diminuto, pero me hizo ajustarle el cuchillo con algo más de presión contra la columna.

    >>¿Hablas japonés o no?

    —Lo hablo —respondió, brusco, su acento era casi inexistente.

    Con eso bastó, el resto del viaje lo hizo tranquilo como un perrito con correa, así fue hasta que llegamos a Shinjuku y me empecé a colar por las callejuelas para acotar camino. El jodido imbécil hizo el intento de salir pitando, pero siempre había sido rápido y los reflejos solo se me habían afilado al lado de los chacales, así que lo sujeté por el uniforme.

    Se revolvió como un animal salvaje, no tenía mucha fuerza, pero tan siquiera carácter estaba demostrando y bastante más del que le había estimado. Acabé por estamparlo contra la pared, el jodido respiraba como si hubiese corrido una maratón y en el amarillo de sus ojos brillaba una chispa de amenaza de la que seguro no era ni consciente.

    —¿Qué mierda quieres? —masculló e hizo un último intento por zafarse.

    —Si dejas de revolverte como poseído quizás podamos tener una conversación —respondí mientras lo separaba otra vez de la pared para obligarlo a andar—, Dunn.

    Bufó como un toro cabreado, se deshizo de mi agarre y hundió las manos en los bolsillos, ya sin intenciones de hacer nada en contra. Cuando dije su apellido debió darse cuenta de que estaba jodido básicamente.

    Cuando llegamos a casa abrí sabiendo que estaba sin llave, lo obligué a pasar y lo hice caminar hasta la cocina donde esperaba Yako con el cuerpo apoyado en la encimera. El crío se quedó estático, tan estático como debía haberme quedado yo cuando fue mi turno de recibir la charla de nuestro zorro de campo y aunque quisiera echar a correr el caso fue que no lo hizo.

    El mocoso paseó la vista por todo sitio para evitar mirar a Kurosawa directamente, ni idea de por qué, y lo vi hasta tragar grueso. El mayor se acercó al fregadero, tomó un vaso, lo llenó de agua y se lo alcanzó.

    —Ten —dijo con voz suave—, para que te tranquilices un poco.

    Dunn trastabilló de forma visible pero acabó por aceptarlo, dar un trago e inhalar aire con fuerza, en un intento por calmar su mierda.

    —¿Qué quieren? —preguntó casi en un murmuro.

    Kurosawa sonrió, la misma sonrisa que me había dedicado a mí cuando me atrapó con las putas manos en la masa hace casi dos años y despegó el cuerpo de la encimera para acercarse más al chico, pero en cuanto lo notó tensarse retrocedió.

    —Lo siento, no quería incomodarte —dijo sin alterar su tono de voz.

    —No me gusta que me toquen —soltó con firmeza, con el mentón ligeramente levantado a pesar de ser un mondadientes y saber que le podía enterrar un cuchillo si jugaba de listillo.

    —¿No? ¿Y eso por qué? —preguntó el mayor, a lo que el chiquillo se encogió de hombros—. Bien, pues todos con nuestra sana distancia, ¿no, Honeyguide?

    Asentí con la cabeza.

    >>Empecemos con tu nombre.

    —Ya lo saben.

    —Solo sabemos de quién eres hijo, pero prefiero los nombres que los apellidos de linajes.

    —Cayden —respondió entonces, luego de darle otro trago al vaso de agua.

    Yako asintió, recorrió al chico con la vista y soltó una risa baja, cosa de nada mientras cambiaba el peso de un pie al otro sin prisa alguna. Debía haberse hecho un mapeo del mocoso en cosa de segundos, sumado a la cantidad de veces que lo había visto hacer su gracia, así que supo por dónde tirar para metérselo al bolsillo inmediatamente.

    —Tienes talento, Cay-kun. ¿Lo sabes?

    Lo miré un segundo y pude jurar que detecté la chispa de ilusión y orgullo que le cruzó los ojos, se había esforzado por disimularla pero no tuvo demasiado éxito. En sí el chico no me parecía tonto al cien por ciento, debía olerse la mierda, pero todos no dejábamos de ser niños y Yako tenía un don impresionante para darnos lo que tanto queríamos, fuese lo que fuese.

    Y Cayden quiso reconocimiento, admiración, toda su puta vida.

    —Pero pasa que has estado usando ese talento en mi barrio, por desgracia. No te preocupes, no te haré nada, eres un chico bueno, ¿no es así? El dinero que consigues no va a ninguna parte, solo a ti mismo, ¿o me equivoco? —El discurso de Kurosawa ya había comenzado y al chico solo le quedaba escuchar, cosa que hizo para responder con una afirmación baja—. Muy bien. Para pagar tu deuda con Chiyoda, Cay-kun, nos prestarás tu talento a nosotros y a nadie más.

    De verdad, este tío hubiese podido armarse un culto si le hubiese salido de los cojones, en su lugar había recogido a un montón de salidos y los había juntado bajo su sombra, hasta formar a los yōkai de Chiyoda y Taitō: los Honō no Jakkaru.

    >>Ara-kun. —Me llamó—. Estás a cargo de este cachorro a partir de ahora, eres responsable de su cuidado y de enseñarle todo lo que corresponde. En unos días te enviaré por el siguiente.

    Fruncí el ceño a más no poder y lo mismo hizo el pelirrojo, era evidente que no nos llevábamos particularmente bien teniendo en cuenta que le había puesto un cuchillo en la espalda y lo había arrastrado hasta allí.

    Además, ¿cómo que por el siguiente?

    —¿Y qué mierda hago con él? —pregunté con brusquedad.

    —Dejar de tratarme como un perro sería un buen comienzo, así como sugerencia —añadió el mocoso, que al parecer mordía hasta sin ladrar.

    —Preséntalo con Yuzu, está esperando arriba, en la que imagino es tu habitación. Que le dé la bienvenida como Dios manda y tú sé bueno con él, ya viste que es nervioso. No lo toques mucho.

    En sí no tuve ni voz ni voto, ¿qué coño iba a hacer? ¿Decirle que no a Yako? No estaba entre las opciones, eso lo sabíamos todos, podíamos llegar a acuerdos con él pero había decisiones que eran estáticas y ya sabía diferenciarlas. Esa era una de ellas.

    Dunn fue el primero de un grupo pequeño del que solo sobrevivió él y el otro cara de cordero degollado, Ishikawa. Eran los menores, los consentidos de Yuzu y Kaoru, pero también dos de sus piezas más confiables al menos hasta que Kurosawa murió y todo se nos fue a la puta mierda.

    Fueron mi responsabilidad, la que tomé a regañadientes, pero a la que terminé por acostumbrarme. Esos dos, ese par de estúpidos, eran de lo más importante que había tenido nunca además de mi familia, incluso si me pasaba haciendo el imbécil y hasta había terminado haciendo otras mierdas con Kohaku.

    Era capaz de matar por ellos si les tocaban un solo pelo.

    Por eso cuando los lobos retrocedieron del Sakura años más tarde, cuando por fin pude tenerlos a ambos en el mismo espacio otra vez, me quedé allí aunque mi presencia ya no era requerida, aunque no eran niños y la hermana menor de nuestro alfa ya no requería protección.

    Pero cuidar a ese par, cuidar a la chica, eran tareas que me había asignado Yako y nunca iba a descuidarlas, sin importar si nuestro líder llevaba cuatro años bajo tierra. Por eso llevaba un zorro tatuado en el brazo, mezclado con el resto de animales y toda la tinta que me había echado encima.

    Al final todo se reducía a eso, a sacar el campo de tiro a los que tenían salvación alguna.
     
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    Zireael

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    Escritora
    Título:
    The Strength [Gakkou Roleplay]
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    4808
    Con esto por fin puedo decir que se terminó el delirio del tarot incluso si es mentira porque tengo The Alchemist y voy a seguir delirando allí (??)

    Vamos a ver qué aclaraciones tengo que hacer para este capítulo de cierre:

    • No lo puse en el otro, pero la diferencia de Yako y Yuzuki con los chicos es de tres años (los nacidos en 2002 como Cayden) y dos (con Arata que es nacido en 2001).
    • Masaki y Tomoki Ootori: así como Ratel (Shigeru Takizawa) se desprenden del colectivo y pasan a ser parte del background de esta gente. Son unos mellizos (ambos varones) de la edad de Arata (19 años actualmente), bastante prototípicos en realidad, cabello oscuro y no muy altos. Masaki es apenas unos centímetros más alto que Tomoki y tiene los ojos claros.
    • Yuzuki Minami: no lo expliqué en el anterior, pero es el personaje de SS adaptado a este contexto también por el colectivo, tiene un año más que en el canon de SS (21), mantuvo una relación con Kaoru Kurosawa hasta el momento en que este fallece. Es una muchacha de complexión delgada y ágil, de 1'65 de altura. Tiene cabello negro lacio que le llega hasta las caderas y un mechón blanco heredado (como el de Eris) que le abarca todo el flequillo. En este universo el padre de Yuzu (Shiro Minami) fue asesinado por la yakuza cuando ella tenía doce años.
    • Una parte de los eventos en este capítulo están conectados al anterior, luego de que Yako le dijese a Arata que presentara a Cayden con Yuzu.
    • Jiro Kiyota: es un miembro formal del Inagawa-kai, asociado a los lobos de Shibuya.
    La verdad es que para haber dejado esta carta de última y haber tardado tantísimo disfruté mucho escribir este three-shot.



    I've been locked up, can't escape it
    have I done wrong? am I guilty?
    why do I feel like, I'm suffocating?
    oh, what does he want from me?
    said, "I don't know?" but he won't leave
    so I guess I got bad company?

    III
    The Strength



    The Three of Swords
    | Cayden Dunn |

    *

    *

    *

    Mi padre se había ido de casa cuando era muy pequeño, no lo recordaba siquiera si tenía que ser honesto, me había criado con mi madre y la constante compañía de dos de mis tíos maternos que era bastante jóvenes, sin hermanos mayores o menores.

    A pesar del divorcio mi madre nunca dio indicios de haber quedado en malos términos con él, de hecho recibía llamadas suyas de vez en cuando y los escuchaba hablar con tranquilidad, como un par de viejos amigos. Aún así él nunca nos visitaba, tampoco me llamaba a mí específicamente, ni siquiera cuando alcancé la adolescencia me enviaba mensajes o algo, pero siempre se encargó de que tuviera todo lo que necesitaba y quizás hasta más de la cuenta.

    Sus regalos a veces eran un poquillo excesivos, para qué negarlo, aunque claro que no sería yo el que se quejara. Como le diría a Alisha Welsh algunos años más tarde, me gustaba el dinero.

    Dado que nunca establecí con él relación alguna en sí su figura no me hacía falta y su función la habían cubierto mis tíos. No le guardaba resentimiento por irse de casa, no llamar ni nada de eso, en sí porque no vi a mi madre tratarlo mal o reclamarle por ello en ningún momento. No sabía si era que mi padre realmente no había querido tener hijos nunca y por eso ponía tanta distancia, no me interesó preguntarlo en ningún momento de todas maneras porque la cosa era sencilla, no buscaba en él algo que era claro que no iba a darme.

    Lo único que sabía y mi madre me decía de vez en cuando era que de él había heredado el carácter huraño, retraído y cerrado sobre sí mismo. No era que fuésemos agresivos o mal educados por gusto, solo éramos estúpidamente introvertidos al parecer, y es que recuerdo que desde pequeño estar con gente mucho tiempo acababa por agobiarme.

    Jugaba con otros en el preescolar, obviamente no estaba tan jodido, pero luego de un rato me separaba de los dos niños con los que había logrado conectar y seguía a mi bola. Lo mismo aplicó en la escuela, luego en la media directamente dejé de tener amigos como tal y me gané más de un comentario de mierda por ello, por ser un solitario de cuidado. No logro ubicar en sí cuándo comenzó lo de rechazar el contacto físico, quizás siempre estuvo ahí, qué iba a saber yo, porque en casa no me pasaba sino que se reducía a la gente de afuera.

    Revuelto con ese rechazo natural a las personas había otra cosa, había iniciado cuando vi que la atención, los elogios y los reconocimientos se los llevaban casi siempre el mismo tipo de personas. Chiquillos extrovertidos y parlanchines eran los que controlaban el grupo, los enérgicos y atléticos recibían reconocimientos por su desempeño con facilidad, y donde la gente de mi clase, reservados y ensimismados recibíamos atención nunca eran ámbitos demasiado destacados o directamente no la recibíamos.

    Pero yo la quería, la atención, la admiración, incluso si no sabía cómo mierda lidiar con ella porque a pesar de que rechazaba a los otros a voluntad una parte de mí se sentía como un fantasma. Algo que no era parte del mundo ni lo sería nunca sin tener que renunciar a lo que era, a mi personalidad genuina, por eso quería alcanzar algo que sentía que se me era negado a mí y a otros sin tener que forzarme a, bueno, dejar de ser yo.

    Encima para terminar de hacerla no solo era un chiquillo reservado, era también delgado, de apariencia casi delicada y con rasgos más aniñados que los del resto. Se empezó a notar más cuando entré a la media, eso sí, porque parecía que iba uno o dos años por debajo, así que pasaba todavía más desapercibido.

    Tuve manos ligeras desde que tengo uso de razón, me di cuenta con cosas mínimas y estúpidas. Que algo de la encimera mientras mi madre preparaba la cena, alguna cosa que mis tíos cargaban encima o de algún compañero de clase que tomaba sin que se diese cuenta nadie y acababa regresando de la misma forma. Con el tiempo pensé que no era en sí que tuviese las manos livianas, era que casi no tenía presencia y a la gente se le olvidaba que estaba allí, se confirmaba que era una suerte de fantasma.

    Aún así cuando la gente empezó a darse cuenta, estando todavía en el punto en que regresaba las cosas, uno que otro había resaltado esa capacidad, me había halagado y al final me vi apostando con compañeros de la escuela por quitarles algo de encima a los mayores, incluso a los profesores de carácter más flexible para no ir a ganarme un viaje a la dirección.

    Me fui a la mierda como dos años antes de entrar al instituto, si no me falla la memoria, estaba en la estación porque aunque había crecido en Shibuya estudié en Chiyoda hasta la transferencia al Sakura, la idea era largarme a casa y ya. viajaba solo porque a esa ahora nadie podía pasar por mí. La cosa que fue un grupillo de la escuela a la que iba me vio y tenían ganas de dar por culo al parecer. Picaron y picaron hasta que uno soltó la bomba.

    —¿Qué pasa, Dunn, no te crees capaz de robarle a alguien? —preguntó ya no sé ni cuál—. ¿De qué vas, tomando las mierdas de la gente en la escuela y regresándolas? Seguro no puedes hacerlo, ya sabes, de verdad.

    Hombre, era un crío y había recibido la atención que quería, pero en ese momento el tiro me había salido por la culata. El comentario de mierda bastó para tocarme los huevos, era innegable, sobre todo porque venía de un mocoso de estos que actuaban como si fuesen líderes de toda la jodida manada y yo, aunque callado, siempre había sido orgulloso al punto de rozar la estupidez.

    No respondí como tal, todo lo que hice fue mapear el espacio que de por sí estaba atestado y siempre había gente con cosas descuidadas o mal puestas directamente. Ese fue el caso de un pobre diablo que parecía ir al instituto, tendría diecisiete o dieciocho recién cumplidos, pero cuando se guardó la billetera en el bolsillo de atrás del pantalón no lo hizo bien.

    La movida en sí ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, bastó para silenciar a los idiotas, llevarme algún elogio de mierda de un poco de marginales y claramente para joderme. Fue la primera cosa que no regresé, de hecho tomé el dinero y la dejé caer con discreción. ¿Qué si necesitaba la pasta? No, tenía una buena vida gracias al dinero sucio de mi padre, pero era ambicioso, codicioso y tenía más ego del que era sano.

    Eso me condenó.

    Al final acabé por hacerlo con cierta frecuencia, más tarde descubriría que había sido la suficiente para que los pandilleros de Chiyoda que creía inexistentes me tuvieran bien calculado. En ese entonces no tenía muy claro el funcionamiento de las pandillas, mucho menos que estaban apadrinadas por la yakuza de forma directa. Era hijo de un padrino de la mafia en resumidas cuentas, pero no dejaba de ser un crío y para colmo casi un hijo de papá y mamá, incluso cuando mi padre no se interesaba en hablar conmigo, así que no tenía idea de muchas cosas.

    Los chacales se encargarían de darme un curso intensivo.

    Incluso así cuando Shimizu me cayó encima en la estación y cuando soltó mi apellido en las callejuelas de Shinjuku supe bien que estaba jodido, eran ese tipo de cosas que te lanzaban encima el miedo como respuesta natural. Ese miedo, en vez de hacerme seguir intentando zafarme de su agarre, me hizo quedarme quieto porque sabía que estaba metido en una mierda algo más peligrosa de la que había pensado inicialmente, que no era poco decir.

    Yako fue otro asunto, había en su forma de hablar, en la tranquilidad de su personalidad algo capaz de reducir el miedo casi a cero. Se colaba por tus grietas con una facilidad ridícula, leía a través de ti y ponía a tu disposición lo que necesitabas.

    A Arata le había dado un lugar seguro para seguir llevando dinero a casa.

    A mí me había validado, había reconocido talento en mí como quise desde que tenía uso de razón y más tarde me hizo sentir parte del mundo que había rechazo a voluntad desde muy pequeño.

    Aún así la bienvenida a los chacales no fue lo que se dice cálida, eso lo entendí más tarde, y es que provenía de un barrio que en la palabra era hermano suyo, pero no lo era tanto en la práctica porque estaban apadrinados por hombres distintos. Incluso si los lobos de Shibuya no me querían estaban robando sangre de su sangre, la estaban arrastrando a otro barrio y nada les aseguraba que estuviese diciendo la verdad de que solo robaba para mí mismo, bien podía haberlo dicho para salvarme el culo. Aunque lo cierto es que no recuerdo haberle dicho una sola mentira a Yako en el tiempo que lo conocí, ni una.

    Arata me había guiado a la segunda planta de la casa, todavía un poco a regañadientes y cuando deslizó la puerta de la habitación el resto de eventos se precipitaron de forma terrible. Todo lo que recuerdo haber visto fue un chispazo de un blanco puro junto a un destello de violeta pálido antes de que un brazo me alcanzara y me estampara de cara contra la pared contigua a la puerta. El golpe llevó una fuerza que te cagas, pero más jodido que eso fue que sentí que me subió el gakuran y me aplastó el filo de un arma contra la piel de la espalda baja.

    Un sudor helado me empezó a correr por el cuerpo, tragué grueso y permanecí tan quieto como me lo permitió el cuerpo, al menos hasta que sentí la punta del objeto presionarse todavía con más insistencia contra mi piel.

    —¡Ya estuvo, déjame! —En cosa de segundos alcé la voz más de lo que recordaba haberlo hecho nunca, estaba gritando a secas, y cuando sentí que no se detuvo terminé casi suplicando—. ¡Déjame!

    Presionó.

    —Disculpa, mi niño, pero tenemos que asegurarnos de que no tengas lealtades. —Era una voz femenina bastante sedosa, me había hablado casi encima del oído. La jodida me sacaba por lo menos un par años con esa fuerza—. Te prometo que te cuidaré muy bien si no nos mentiste, ¿vale?

    Y presionó.

    Hasta abrir la piel.

    Un grito me rasgó la garganta cuando sentí el chispazo de dolor alcanzarme el cerebro, el corte no fue amplio ni profundo de primera entrada, pero estaba aterrado. Tanto que ni me di cuenta que las lágrimas me habían empezado a correr por el rostro en ese mismo instante, me empañaron la vista y casi me hicieron atragantarme con mi propia saliva.

    —Ya, ya.

    Deslizó apenas la hoja hacia arriba, abriendo un par de centímetros de piel y me revolví buscando soltarme, sin ser consciente de que me enterré el filo del arma más de lo que ella planeaba por el movimiento. No pasó a más solo porque retrocedió a tiempo, pero sentía la sangre espesa correrme por la piel, asustándome aún más si es que era posible.

    —Déjame, déjame, déjame —repetí una y otra vez entre las lágrimas, casi como un mantra.

    —¿Tienes alguna relación con los lobos? —Ni siquiera entendía de qué coño hablaba, sólo negué con la cabeza como pude siendo que ella me tenía sujeto—. ¿El Inagawa-kai o te suena de algo el apellido Kiyota?

    Otra negación en medio del llanto y me liberó tanto del agarre como de la presión del arma, escuché el ruido metálico que hizo el cuchillo al caer al suelo y lo siguiente que sentí fue que la chica me colocaba una gasa húmeda o algo del rollo en el corte. Ardió que dio gusto, me arrancó una queja de dolor y aumentó el grosor de las lágrimas.

    Me sujetó de los hombros para separarme de la pared y cuando quise darme cuenta me había hecho recostarme en el futón boca arriba, para dedicarse a limpiar la herida con la precisión de una doctora loca o quién sabe qué mierdas.

    .
    .


    I didn't decide, I love you despite myself
    you pulled me out of who I'd been, know what I mean?
    I'm not a saint
    I've got no faith to lose, only to gain
    at least I can dream

    .
    .

    Recuerdo que seguí llorando como el crío que era, pero en algún momento el dolor del corte mermó de forma leve, también el puto susto que me habían sacado e intenté enfocar el mundo de nuevo con cierta dificultad. Fue en ese preciso momento en que la chica que se había montado todo el espectáculo se sentó en el suelo junto al futón, pude darle forma entonces al chispazo blanco y el destello violeta.

    Todo su flequillo era albino, le cubría un poco uno de los ojos que eran de un tono pálido de violeta y el cabello lacio hasta decir basta recordaba más a un velo, aunque era negro como el carbón. Todavía tenía rasgos aniñados por entonces, pero siempre tuvo con ella una belleza algo extraña, quizás asociada a lo salvaje que podía volverse.

    Como un perro asilvestrado.

    Estiró la mano y aunque di un respingo no encontré las fuerzas para apartarme cuando la posó en mi cabeza, acariciándome el cabello con un mimo que no coincidía para nada con lo que acababa de hacer. Me desajustó los cables lo suficiente para que cerrara los ojos y me obligara a relajarme.

    —Minami Yuzuki. —Se presentó en voz baja, sin detener las caricias—. Perdona por haber tenido que hacerte esto, Cay-kun.

    Si lo pienso en retrospectiva la cuestión con los chacales casi peca de síndrome de Estocolmo. Yuzuki estuvo por hacer que me meara en los pantalones, pero luego la acepté como mi hermana mayor como bastantes de los demás, acepté su cuidado y su cariño, no hubo nunca más rastro de violencia de ella hacia nosotros.

    Solo había hecho lo que debía. Nunca pude condenarla por ello.

    Me acostumbré a su tacto, aprendí hasta a recibirlo con gusto o anhelarlo cuando el mundo me caía encima, incluso cuando no era usual que hablara de ninguna de mis cosas aunque no era que me reservara mi vida como secreto federal.

    Yuzuki fue el único fragmento de Yako que se mantuvo intacto luego de que él falleciera, fue una extensión suya, pero joven como era no logró ponerle orden a los chacales más problemáticos, a los omega que estaban repartidos por las calles de Chiyoda y Taito.

    Por eso nos dispersamos y en el camino perdimos a Kohaku.

    Recuerdo poquísimas conversaciones con el mayor de los Kurosawa, al menos con nitidez o en las que no estuviesen colados los demás, porque casi siempre íbamos en manada. Aún así hay una de si acaso un mes antes de que falleciera que me quedó grabada a fuego en la memoria.

    Ya por entonces mi padre había accedido a que los pubs irlandeses del corazón de Tokyo les sirvieran de refugio a los chacales, aunque yo si acaso pisé uno un par de veces porque no tenía ni quince y no hablaba con él. También acababa de mudarme con mi madre y tíos a Shinjuku, luego de que alguien le diese un mensaje algo críptico a mi padre.

    El intercambio fue en la casa de Ratel de nuevo, la verdad es que la propiedad de los Takizawa era una suerte de nido para nosotros y nunca se nos decía la gran cosa porque Shigeru era hijo de algún grande del Inagawa-kai. Aún así cuando aparecíamos en casa de los Takizawa era cuando queríamos ser solo un grupo de adolescentes y ya, el resto de cosas se hacían fuera de la casa de cualquiera.

    Esa tarde no estaba Shimizu, tampoco Yuzu ni Ko, los únicos que habían llegado eran el propio Ratel —era su casa, vamos— y los gemelos Ootori, un par que no resaltaban por nada en particular, pero siempre nos sirvieron de oídos en cuanto lugar hizo falta. Incluso siendo pocos Yako había aparecido con la ración de café, sodas y frituras de rigor.

    Los gemelos y Ratel estaban enfrascados en los videojuegos, nada del otro mundo. Estaban los tres sentados en el suelo parloteando entre sí, comiendo frituras por montones e intercambiando los controles de forma constante; me habían ofrecido jugar y aunque me gustaba mucho, ese día en particular estaba más entretenido solo viéndolos hacer el imbécil, además de que no quería cortarles el rollo.

    Me había sentado en el suelo también, pero usando el sillón de respaldo, y Yako estaba echado a sus anchas en este como era usual de por sí. El movimiento del sillón me alertó del suyo, se revolvió buscando acomodarse y cuando pareció estar a gusto lo siguiente que supe fue que estiró la mano para acariciarme el cabello, fue una caricia liviana y bastante agradable que me hizo cerrar los ojos.

    Años más tarde le admitiría a su hermana menor que nos dejábamos mimar por este salido que podía haber sido líder de un culto, porque era nuestro hermano mayor, nuestro aniki.

    Ya un año después estaba habituado, entendía al grupo como mi manada y a Kaoru no solo como nuestro líder, como hermano nuestro que había terminado siendo no había forma de que me tensara por su proximidad. De hecho era reconfortante como el tacto de Yuzu, era el tipo de caricia que busca tranquilizar o directamente adormecer.

    —Siempre fuiste un muchacho muy bueno, Cay-kun —murmuró sin detener las caricias y pensé de inmediato que ahí iba nuestro orador loco con otro discurso, pero me quedé quieto para escuchar lo que fuese que iba a decir—. Te quedaste aquí con nosotros, nos dejaste cuidarte y ahora eres parte de nuestra familia.

    Pues lo que se dice bueno bueno, no creía ser. Estaba allí porque me levantaba cosas con una habilidad que ya no parecía ni normal, porque lo que robaba se vendía y luego se convertía en otras cosas para nosotros. Aún así sabía que en el núcleo de mi personalidad no había nada netamente malo, nada imperdonable por lo menos o eso quería creer, no era violento como el resto, de hecho evitaba el conflicto hasta dónde era posible y me movía en mis sombras sin alzar alarmas.

    —Te preocupas por los demás, ¿no? Quizás más de la cuenta incluso si no lo dices nunca y lees todos los ambientes casi a la perfección, como si tuvieras ojillos biónicos —susurró a la vez que se permitió una risa—, porque tienes miedo siempre.

    Ese comentario me hizo revolverme un poco en mi lugar y moví apenas la cabeza para acentuar sus caricias, como el chiquillo medio perdido que era en más de una ocasión con mis dicotomías.

    Tomé aire despacio, lo liberé de la misma forma y solté la lengua.

    —Me ofrecieron jugar pero están divirtiéndose mucho entre sí como para que me colara yo a romper la interacción, me quedo tranquilo con verlos divirtiéndose —dije en voz baja—. Tomoki parece tenso por algo, pero no tiene que ver con el juego y tampoco con que me ofrecieran ser parte, entró así a la casa.

    —La madre de los Ootori lleva hospitalizada unos días por complicaciones debido a un cáncer —respondió Kaoru—, ambos están alterados y por eso los invité, pero Masaki lo disimula tanto que es casi imposible de ver, Tomoki no tiene la misma suerte. ¿Lo ves? Ojos biónicos. Rehuyes a la gente pero la lees muy bien, estás atento a todo ya sea para salir pitando o ofrecer tu ayuda… Porque te gusta estar solo, pero no quiere decir que odies a la gente. Ese es tu verdadero talento, no tus manos livianas ni tus contactos ni nada que te haya asegurado el apellido de tu padre. Estás aquí porque eres uno de nuestros pilares.

    Parpadeé un par de veces incrédulo ante sus palabras y ni siquiera me di cuenta cuándo acomodó la posición, sentándose en el sillón de forma que colocó una pierna a cada lado de mi cuerpo. Todo lo que supe de repente fue que tenía la cabeza recostada en su pierna mientras él seguía acariciándome como si fuese un gato.

    —Eres como las cola de golondrina, ¿no crees? Parece que vas a salir volando ante el menor movimiento, pero al final del día tienes carácter… Las mariposas beben sangre y lágrimas a pesar de su apariencia delicada.

    Agehachō.

    Swallowtail.

    —¿Así como Honeyguide es nuestro indicador?

    —Exactamente.

    Nunca supe genuinamente si estuve por quedarme dormido o el jodido me había dejado en puto trance, incluso cuando Ratel y los Ootori tenían semejante bullicio.

    —Cay, ¿sabes qué es lo que más me importa en la vida?

    —Tu familia —respondí sin pensarlo un solo segundo.

    Guardó silencio un minuto, sus caricias eran rítmicas, constantes y me hacían sentir estúpidamente seguro. Encontraba en él la misma seguridad que encontraba en mi soledad, cuando regresaba a la cueva fría y oscura en la que había nacido para desconectarme del mundo.

    —Si algún día me pasa algo que impida que esté para mis padres o mi hermana, si te das cuenta que necesitan ayuda de alguien prométeme que los ayudarás sin importar qué.

    El día que Arata apareció en casa para decirme que Yako estaba muerto recordé esa conversación, recordé que me había dado un apodo y me había pedido que ayudara a su familia si algún día llegaban a necesitarlo, casi como si hubiese sabido que iba a morir. Corazonada, mal augurio o lo que fuese parecía que Kurosawa había sentido que algo iba a pasar, porque me dejó esa sentencia… que sabía no podía incumplir.

    Porque primero me mataba antes de romper una promesa.

    —Lo prometo —respondí adormilado, pero sabiendo que lo que estaba diciendo era serio—. Te lo prometo, Aniki.

    Pareció satisfecho con la respuesta, de hecho se inclinó para dejarme un beso en la coronilla y luego volvió a echar la espalda en el respaldar, iniciando de nuevas cuentas las caricias. Me sentí estúpidamente pequeño a su lado, en realidad creo que siempre me sentí así, y una parte de mí estaba irremediablemente atraída por su personalidad; su liderazgo, su tranquilidad y su calidez. Eran cosas de las que yo carecía o eso creía, aunque no negaré nunca que sus palabras sobre mi verdadero talento lograron calar y dar justo donde debían.

    Yako me dio su confianza y su más absoluta admiración incluso cuando iba muchos niveles por encima de mí.

    —Cayden. —Me llamó, enredando un dedo en un mechón de mi cabello—. El rojo es el color del destino, de la buena fortuna.

    Esas fueron las palabras que me grabó en el corazón ese día, ni idea de por qué, pero esa sola frase la tengo memorizada con su tono de voz, el volumen, todo. Es como si hubiese sido la última cosa que me dijo antes de morir cuando no fue el caso, hablamos más antes de eso, lo vi incluso el día antes de que ocurriera el accidente, pero nada tiene la misma fuerza en mi memoria que esa frase que me soltó de la nada.

    Cuando Yako murió no fuimos al funeral, no fuimos porque significaba decirle a su familia a los cuatro vientos la vida que realmente había llevado su hijo. Ratel y Yuzu eran reconocidos como hijos de miembros de la yakuza, al resto de nosotros nos habían visto con ellos más de una vez y nos asociaban por rebote, pero quizás muchos no fuimos a pesar de haber podido pasar inadvertidos porque no queríamos recordar a nuestro Yako así.

    El día siguiente fui al cementerio, recuerdo haberme arrodillado frente a la piedra y haber observado los kanjis de su nombre como quien ve un fantasma antes de pegar frente con suelo. Podía pasar por una reverencia completa, en realidad nunca supe si lo fue realmente, pero lo hice porque sentí que iba a colapsar e irme de cara al piso.

    No recuerdo cuánto tiempo pasé en ese posición llorando hasta sentir que se me regresaban los pulmones por la garganta, pero tuve suerte de que su familia no llegase en ese rango de tiempo.

    Lo lloré casi a gritos como había llorado Yuzu al enterarse, lloré porque había perdido a la única persona que había visto algo digno de verdadera admiración en mi persona y me lo había dicho, porque había perdido a mi hermano mayor y me sentía más perdido que pagado a hacer.

    El rojo es el color del destino.

    No quedaba más que seguir adelante aún así y eso fue lo que hicimos cuando los chacales se desintegraron para sobrevivir, eso fue lo que hice cuando descubrí que su hermana menor estaba en medio de una guerra interna de Shibuya, cuando Sonnen me buscó. Le había dado mi palabra a Kaoru, por eso la seguridad de esa mocosa era responsabilidad mía, incluso si me usaba de carne de cañón.

    Cayden, irlandés como el apellido, tenía otro montón de significados en otras lenguas. Pasaba por batalla, espíritu de guerra, guerrero, lealtad, fuerza y gentileza.

    ¿Cómo mierda se le ocurría a mi madre semejante nombre para este saco de huesos lleno de miedo, descompuesto de nacimiento?

    Aunque eso nunca me detuvo realmente, no sabía detenerme de por sí y me movía de forma constante para alcanzar las metas que se me cruzaran en frente. Fue así como terminé metido en el negocio de la hierba, luego en el de las armas, porque si no tenía la fuerza física iba a esforzarme para que otros la tuvieran por mí y yo permanecería atrás, en las piezas de refuerzo, pero sería lo que les diese combustible a los demás.

    Cayden.
    El rojo es el color del destino.

    De la buena fortuna.
     
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