One-shot The World [Gakkou Roleplay | JezxJoey]

Gigi Blanche nada, que la softness se me fue de las manos. Espero que te guste wey, lo hice con todo mi love.

Contenido oculto: Arcanos

I. The Magician.
II. The Popess.
III. The Empress.
IIII. The Emperor.
V. The Pope.
VI. The Lover.
VII. The Chariot.
VIII. The Justice.
VIIII. The Hermit.
X. The Wheel of Fortune.
XI. The Strength.
XII. The Hanged Man.
XIII. Nameless.
XIIII. The Temperance.
XV. The Devil.
XVI. The Tower.
XVII. The Star.
XVIII. The Moon.
XVIIII. The Sun.
XX. The Judgement.
XXI. The World.
Ø. The Fool.

---

I don't mind
when your scars are showing.
Teach my eyes
so I can see your burdens.
Know that I long to be yours
and yours only.

---

​

Tenía la espalda apoyada en el asiento de la banca y había echado las piernas encima del respaldo.
Su cabeza y por consecuencia el cabello níveo, que desde hace semanas no se molestaba en atar, colgaban por el borde del asiento, los mechones blancos caían como serpientes sobre el césped. Dio una calada al cigarrillo que tenía entre los labios y el humo salió por su boca rápidamente.

Quemaba como la mierda y sabía a infierno.

¿De dónde lo había sacado? Como si se lo había quitado a Akaisa o se lo había robado a Joey o se lo había comprado a algún pendejo al que le daba lo mismo venderle cigarros a menores, era indiferente, porque allí estaba.
La primera calada le había llegado como fuego a los pulmones pero ahora… daba igual.

El parque estaba sorprendentemente solo, de hecho por eso estaba allí, a sus anchas. Arriba el cielo encapotado amenazaba con desatar su furia en cualquier momento.

El móvil comenzó a sonar en su bolsillo, lo sacó y contestó sin siquiera revisar quién la llamaba.

—¿Hola? —Otra calada.

—¡Jez!

Cerró los ojos al reconocer la voz al otro lado de la línea y el humo salió esta vez por sus fosas nasales, siendo arrastrado por el viento.

—Joey. —Su voz sonaba apagada, plana, completamente distinta a la del muchacho.

—Te estaba escribiendo pero no respondías. —Obviamente los mensajes que hacían vibrar el aparato en su bolsillo eran suyos—. ¿Cómo estás? No te vi hoy en la escuela.

¿De verdad había tenido que verla llorar para empezar a preguntarle cómo estaba? Hijo de la gran puta.

—Biblioteca, ya sabes. —Abrió los ojos despacio que, vacíos, se clavaron en algún punto muerto en el mundo de cabeza frente a ella—. ¿Qué es lo que quieres, Joey?

Lo había soltado sin más, ahora que sabía el estúpido que era no se molestaba en ser suave con él. No se lo merecía ni siquiera cuando la había abrazado.

—¿Ah? ¿Tengo que querer algo para llamarte? —Sonaba como un chiquillo.

—¿Tú? Sin dudas. —Soltó una risa floja mientras volvía a llevarse el cigarrillo a los labios—. Ayuda con unas fotos, con las tareas, un polvo. No sé yo, el rango de opciones es amplio, te podría ayudar con esas tres pero hoy no, cielo, este clima horrible no me hace querer ser buena niña y salvarte el culo.

Lo escuchó suspirar con pesadez al otro lado de la línea, sonaba hastiado y nunca lo había escuchado así. Ciertamente le venía en gracia que ahora él fuese quien estaba harto.

—No me lo vas a poner fácil, ¿verdad?

—Ni de coña, inglés. —Sonrió mientras liberaba el humo de sus pulmones—. Mentiroso, cobarde o tonto a secas, cualquiera de las tres puede hacer que huyas y la verdad es que estoy cansada de llorar por un cabronazo que piensa con las pelotas. Así que deja de joder y llámame cuando dejes de ser un niño y sepas qué demonios quieres.

Se había separado el móvil de la oreja para colgar cuando su voz la atrajo de nuevo.

>>Que no me llames hasta que-

—Quiero verte, Jez.

—¿Qué mierda dices? Te dije que no estoy de humor.

—No. —Otro suspiro de hastío y pudo jurar que se debatía mentalmente en su siguiente oración—. Solo verte, Bellabel, te lo juro.

Jez frunció el ceño y presionó la colilla contra el suelo, extinguiendo la chispa.

Débil.

—Como te dé la gana, Joey. —Pasó los dedos entre su cabello, haciendo que las víboras albinas danzaran en el suelo—. Estoy en el parque ahora. Si llegas antes de que se desate el diluvio, pues bien por ti.

El moreno ni siquiera le dijo nada más, de inmediato colgó y ella volvió a guardarse el objeto en el bolsillo.
Sentía el gusto a humo y el olor. Olor a Joey.

Dejó salir un pesado suspiro que fue casi una reprimenda a sí misma por seguir pensando en ese idiota, pero no tenía remedio. ¿Cómo es que uno le tomaba afecto a un perro desgraciado como Wickham? Ojalá supiera responderse, porque ciertamente aquello no tenía ni pies ni cabeza.

Vacío.

Blanco.

¿Se suponía que era la unión de todos los colores? Al menos así funcionaba la luz, pero desde que Joey se había colado en su mundo, el blanco no era más que vacío, ¿o siempre lo había sido y no se daba cuenta hasta ahora?
A lo lejos le pareció escuchar el rugido perdido de un trueno rasgando el cielo y pudo jurar que una parte del firmamento se había tornado casi púrpura.

Cerró los ojos de nuevo, dejando que el murmullo de la brisa la adormeciera. Le importaba una mierda si el cielo se partía en dos en ese momento.

Pasos.

Entreabrió los ojos, es posible que tener la sangre en la cabeza tanto rato no fuese bueno, apenas detalló las piernas de alguien frente a ella.


—Pero Jez, te vas a venir al suelo. —Ni había reaccionado cuando sintió un agarre cálido en su mano y su espalda, que la ayudó a enderezarse en el banco.

Joey.

De sus labios salió un sonido de protesta, pero no más. Se dejó hacer como una muñeca y cuando estuvo sentada correctamente, se frotó los ojos con algo de fuerza y se desenredó el cabello con los dedos, sacando de él cualquier cosa que se hubiera quedado allí.

Lo miró con el rabillo del ojo, aún adormilada, y frunció ligeramente el ceño al darse cuenta de cómo la miraba. Como un idiota, con esa maldita sonrisa en los labios.

—Pues ya está, me viste, ¿contento? —dijo por fin con voz pastosa, notó que asentía.

—¿Vas a decirme cómo estás o no?

Ahora fue ella quien suspiró con hartazgo.

—¿Vas a hacer algo si te lo digo o te harás el imbécil como con todo? —Le dedicó una de sus miradas heladas de ave de presa. La sonrisa se desvaneció de su rostro entonces y volvió la vista al frente.

—Puedo intentarlo, supongo, aunque igual la cago.

—Como siempre, nada nuevo.

Otro suspiro de parte del moreno.

—Pues bien no estoy —dijo por fin y una parte de sí se relajó completamente, como si hubiese dejado de sentir un gran dolor físico—. No entiendo qué mierda quieres, Joey, y no tengo ganas de tomarme el tiempo, el esfuerzo ni el llanto que puede implicar averiguarlo. No si para ti esto va a seguir siendo un puto juego de niños. Si quieres un saco de carne para eso están las zorras como Akaisa. Te he seguido el juego, pero no es lo que quiero ser, ¿lo entiendes?

Lo vio asentir despacio con la cabeza, evidentemente tenso.

>>Dime que lo entiendes.

—Lo entiendo, Jez.

La albina soltó un pesado suspiro, mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás, clavando la vista en el cielo.

Gris.

—Por eso te dije que no me llamaras hasta que supieras qué mierda quieres, pero aquí estás y sigues sin parecer saber qué quieres.

Sintió que posaba su mano, tibia, sobre su muslo pero por primera vez quizás, no sintió en ese tacto la intención de siempre. Era sólo eso, un toque, y de repente el hecho de que no tuviera ningún otro objetivo le detuvo el corazón en el pecho.

—La disculpa del otro día no era mierda, ¿lo sabes? —Lo escuchó reír, incómodo—. De verdad me jode… todo. Quería creer que no habías sido tan ingenua, Jez, pero creo que me equivoqué y una parte de mí no se lo cree, no quiero creerlo. Que… Mierda, ya sabes.

Sin despegar la vista del cielo tomó la mano del muchacho, entrelazando sus dedos y liberó el aire contenido en sus pulmones mientras se encogía de hombros.

—Las emociones no son diferentes realmente de muchas otras cosas corporales. Ya sabes, no piden permiso para nada. No es como si esto hubiese salido como quería tampoco.

Otro toque, sorprendentemente suave, que no encajaba con él. Le acariciaba el dorso de la mano mientras se limitaba a escucharla, Joey, el que nunca cerraba la puta boca.

Débil.

—Jez. —La llamó y ella dejó de mirar el cielo, deteniendo sus ojos dorados en él, quien seguía sin mirarla—. ¿Qué es lo que quieres?

El corazón, antes detenido en su pecho, inició una desesperada carrera hacia ninguna parte.

¿Qué quería? ¿Lo sabía siquiera? ¿Hablada de ahora mismo o de cuándo? ¿Desde cuándo le importaba de por sí?
El cerebro saltó de un lugar a otro, mientras sus labios formulaban la estupidez más sencilla de todas las respuestas que se le habían pasado por la cabeza, porque parte de su tensión se había aliviado con sólo decirle que no estaba bien.

—Abrázame.

Lo escuchó reír, una risa suave que no le había oído nunca antes y el rubor le subió al rostro.

—¿Eso es todo? ¿Quién es la niña ahora? —Apartó la mirada de él de golpe, con el rostro encendido y lo miró apenas un instante, suficiente para ver cómo daba una palmada sobre su propio regazo—. Venga entonces.

—¿Qué dices, idiota? —Su voz fue apenas un murmuro—. No necesito-

—Eres pequeña, Jez, venga. No hay ninguna intención rara y ya te diste cuenta, ¿o no?

La albina hizo un mohín sin siquiera enterarse. Iba a dejar ir su mano, pero él reaccionó antes tirando de ella hacia sí y cuando se dio cuenta la había tomado por la cintura, subiéndola a su regazo de costado a la vez que la había subir las piernas al banco.
La había levantado como si nada.

Ambos se congelaron un instante, como si no supieran qué hacer realmente, hasta que él volvió a reaccionar, rodeándola con los brazos.

Si quedaba algo de dureza en los gestos de Jez desapareció en ese momento.
Se hizo aún más pequeña entre sus brazos, acurrucándose allí, con la cabeza oculta entre su cuello y su hombro.

No se dio cuenta en qué momento había vuelto a rendirse en un llanto silencioso y se apretó contra el cuerpo ajeno, buscando robarle aún más calor, y sorbió por la nariz. Lo sintió dudar un momento antes de deslizar la mano por su cabello, con cuidado, con el mentón apoyado en su cabeza.

Parpadeó, perpleja, y su cuerpo se relajó considerablemente.

—Jez.

—¿Qué?

—Ya no fumes, linda.

La petición le arrancó una risa a través de la congestión de las lágrimas.

—¿Desde cuándo te importa? —Era una pregunta brusca, pero la había dicho con tal suavidad que no tenía realmente impacto alguno.

—Desde que sentí que tu aliento olía a humo el día de los casilleros. —La apretó contra su pecho, sin detener la caricia en su cabello—. Pero me apagaste el cerebro ese día.

—Apagado lo tienes siempre, Joey.

—Vaya, muchas gracias. —Escuchó la risa brotar de sus pulmones y frotó su rostro contra él, como un gato buscando afecto.

—No te preocupes —murmuró a la vez que cerraba los ojos—. Quema y sabe a infierno. Para la gracia ya te tengo a ti.

Tener.

Lo sintió enredar los dedos entre su cabello con suavidad.

—Joder, Jez, ¿qué me haces?

—Se llama cariño, maldito idiota. Pareces perro de la calle, que sale corriendo cuando le ofrecen una caricia. ¿Vas a poder acostumbrarte?

El moreno se encogió de hombros y ella se despegó un poco de su cuerpo, irguiéndose para estamparle un beso en la mejilla, o la menos era el plan porque Joey giró el rostro, uniendo sus labios. Se hubiera apartado, es más, la ira que cargaba al inicio cuando recibió su llamada la hubiera obligado a apartarse, pero ahora… ya no podía.
Era un beso suave, lento, el tipo de beso que nunca le había dado antes posiblemente y que ella, en su ira, tampoco había buscado. Él acunó su rostro, acariciándole las mejillas y cuando se separó de ella, unió sus frentes un momento antes de levantarse, cargándola en brazos.

—¡Espera! ¡¿Qué se supone que haces?! —Le rodeó el cuello con los brazos.

Lo escuchó reír una vez más mientras la bajaba con cuidado, como si realmente solo la hubiese levantado para ver su reacción.
Cuando la dejó en el suelo y pudo ver su rostro, notó que el moreno sonreía. La sonrisa más genuina y dulce que le había visto nunca antes. Otra correntada de agua salada le corrió por las mejillas sin permiso.

—Jez, cariño, ¿por qué sigues llorando? —Le revolvió el flequillo con suavidad.

Cariño.

La albina se limpió el rostro con la manga de la blusa, quizás con demasiada fuerza, y no la retiró de allí. Sus hombros convulsionaron, estaba sollozando y ya no sabía por qué. ¿Qué era eso de todas formas? ¿Por qué era cariñoso? ¿Por qué se sentía diferente ahora?
Joey la atrajo hacia sí nuevamente, apretándola contra su pecho.

>>Bellabel.

—¿Q-qué quieres, Joey? —Apenas había podido formular las palabras entre las lágrimas. Sintió que aumentaba la fuerza del agarre en torno a su cuerpo, se había tensado apenas un instante.

La voz de repente asombrosamente suave de Joey se abrió paso a través de sus sollozos.

—A ti.

Dos palabras, solo dos, que se colaron por las grietas de su corazón justo en el momento en que la primera gota anunciaba que el cielo se había abierto también.