Dojo de Kendo

El antiguo dojo del club de kendo ahora es el lugar de reunión para las prácticas del club de esgrima. Se localiza frente a la academia en un camino natural salpicado de árboles de cerezo.

​

Conecta al norte: Patio frontal
Conecta al noroeste: Invernadero
Conecta al oeste: Observatorio​

 

Luego de bajar las escaleras y percatarse que el club de fotografía estaba desierto procedió a continuar su paso hacia el patio frontal, con el propósito de dirigirse a casa, sin embargo se detuvo al denotar el cabello blanco dentro del dojo, creyendo que se trataba del demonio que solía pasearse por el instituto, encontrándose por el contrario con un chico de su edad aproximadamente, con rasgos finos y varoniles, con dejes bondadosos y amistosos en sus facciones.

—Buenas tardes —saludó sonriendo suavemente con una breve inclinación— ¿Qué haces solo en este sitio? —preguntó deslizando sus pupilas carmín por el amplio espacio.

No recordaba ningún club referente a aquel lugar, aunque tampoco es que prestase demasiada atención a los clubs referentes a deportes.

 

Cerró el armario de enseres con una doble vuelta de llave cuando el último alumno salió de la sala y giró sobre sus talones, echando un amplio vistazo al desierto dojo. Ah, no había sido un mal día. Había conseguido llenar al menos el mínimo de inscripciones necesarias y guardó los papeles de firmas a buen recaudo, pues no deseaba volver a tener problemas burocráticos con eso. Empezar un nuevo curso siempre se hacía pesado, pues la primera semana aún seguían llegando alumnos y debía contabilizarlos, todos y cada uno de ellos. Pero acabaría mereciendo la pena. Disfrutaba como un niño ante la idea de que en la siguiente semana podrían empezar a entrenar como dios manda, sin ningún papeleo de por medio.

Aún era algo temprano para lo que acostumbraba, así que decidió aprovechar la soledad para limpiar un poco el abandonado dojo. Se colocó los auriculares, dejando la chaqueta del uniforme sobre la tarima, y mientras la música le otorgaba algo de compañía mojó el paño en el cubo de agua que había llenado previamente gracias a la llave del agua del invernadero. En eso estaba cuando al cabo de un tiempo captó la presencia de una joven curiosa de reojo.

Le hizo un gesto con la mano al verla mover los labios, aún con la música de fondo, y se irguió para quitarse los auriculares y poder recibirla como se debe. Al menos, había alcanzado a escuchar parte de lo último.

—Perdona, no te vi llegar —se disculpó regalandole una blanca sonrisa, y dejó el trapo sobre su hombro mientras se sacaba el polvo de las manos—. ¿Este sitio? Soy el encargado del club de esgrima, y aunque no inicien las clases me gusta venir por aquí. Digamos que me trae algo de paz.

Colocó los brazos en jarra, buscando con la mirada si venía con más gente. Ah, parece que solo andaba de curiosa, pero nunca venía mal algo de compañía.

>>Soy Shawn Amery. ¿Qué hace una chica como tú en un lugar polvoriento como este?

 

¿Esgrima?

Espada, sable o florete, dos competidores enfrentándose con el propósito de ganar puntos ante cada toque. Recordaba haber visto algunas competencias en el televisor hace varios meses ya, y se la terminó solo por la curiosidad de quién ganaría el último encuentro, aprovechando la ausencia en casa.

Negó suavemente con la cabeza ante la disculpa, riendo después en un tono de voz pasivo al escucharlo mencionar aquel lugar como un sitio polvoriento. Se notaba algo abandonado, fue entonces que notó el balde de agua y el resto de artículos de aseo. Que lindo, estaba limpiando la asquerosa suciedad.

—Agnes Astaroth —se presentó entonces—, terminé aquí luego de ver el tablón de anuncios —mintió con tanta facilidad que el cacharla era inadmisible—, ¿puedo ayudarte? —preguntó dejando el maletín en el suelo, recogiendo su lacio cabello negro en una coleta alta—, así acabarás más rápido —susurró desabotonando el saco del uniforme para quedarse con la blusa blanca escolar de botones.

 

Le enorgulleció saber que los anuncios habían servido de algo, pues no había sido la única que acabó descubriendo aquel lugar abandonado gracias a él. No les culpaba: tardó de hecho demasiado tiempo en descubrir aquella casucha durante su primer año de curso y tuvo que movilizar viento y marea para que le dejasen usarlo de nuevo. Al parecer antaño había sido un dojo de kendo, pero le traía un poco sin cuidado.

Era su espacio personal siempre y cuando lo mantuviese, no necesitaba más.

—Oh. ¿Estás segura? —preguntó, con cierto deje de duda, cuando le ofreció su ayuda. La recorrió con la mirada de soslayo mientras se anudaba el cabello, sin poder evitar pensar que una joven tan grácil y elegante como ella desentonaba ciertamente con aquella labor. Se encogió de hombros al verla tan dispuesta y le extendió el paño, alzando las cejas con cierta incredulidad—. Bien, tú misma. Puedes empezar a encargarte de los pilares de allá.

Se dirigió hacia el cubo de agua donde reposaba otro paño y se lo adjudicó, encargándose de los pilares de madera contrarios. Aprovechó para dejar el teléfono sobre la tarima y le desconectó los auriculares, dejando que la música envolviese el silencio y tornase agradable la estancia.

—Así que, Agnes —alzó la voz, comenzando a mojar el trapo para limpiar la superficie de madera—, ¿eres nueva por aquí? Por tu aspecto no creo que seas de primero, pero te recordaría si te hubiese visto antes.

 

Asintió recibiendo el paño mientras lo observaba entre sus delgadas manos. Si algo adoraba era dejar todo perfectamente, como ella misma. Caminó con parsimonia hasta los pilares indicados y comenzó a pasarlo de lleno, procurando pulir cada tramo, una y otra vez hasta hacerlo brillar. Se empinó entonces, tratando de alcanzar con mayor altura las partes superiores de uno de los pilares, volviendo hasta el agua para limpiar el paño, escurrirlo y volver a su sitio, voviendo a realizar aquella labor, empinándose nuevamente.

—Soy de tercero —comunicó mientras su cabello negro se mecía de derecha a izquierda por sus movimientos, sonriendo ajena a los ojos externos al escucharlo decir que si la hubiese visto la recordaría.

Lógicamente, soy inolvidable.

—¿En que año vas? —preguntó mirándolo de perfil con amabilidad—, Shawn —paladeó su nombre, sabiendo de lleno su significado.

Misericordioso.

—Me gusta tu nombre —comentó continuando la conversación.

 

La chica era diligente, ¿eh? A pesar de no tener nada que ver con él y con aquel lugar, le estaba acortando las horas de trabajo considerablemente y, por qué no, también estaba matando un poco de su aburrimiento inicial. Le encantaba conocer personas, y tener ante él todo una tabula rasa que rellenar solo lo motivaba más.

—Parece que somos del mismo año. Mi aula es la 3-2 —le reveló, acuclillándose para poder alcanzar la zona que le quedaba. Apartó su níveo flequillo con la mano libre para mirarla desde abajo, con cierta diversión en la voz—. Ahora es cuando me dices que también eres de esa clase y me sentiré el tipo más idiota del mundo.

Había seguido enjuagando y limpiando el área con movimientos rápidos cuando la escuchó mencionar su nombre, y dejó escapar una risa suave. ¿Le gustaba su nombre? Eso era nuevo. De donde venía era ciertamente común.

—Gracias. Mis padres siempre fueron demasiado católicos para mi gusto, me temo —hizo una sentadilla rápida por inercia antes de erguirse, imitándola ahora para intentar alcanzar las zonas más altas. La observó de perfil por un momento, repasando sus facciones con cierta curiosidad. Tenía el cabello negro y lacio característico de japón, pero su apariencia parecía decir lo contrario—. Agnes suena exótico, teniendo en cuenta dónde estamos. ¿De dónde eres?

 

Le escuchó desde su posición. El aula que quedaba al lado de la suya, no estaban muy distanciados en realidad, aunque en lo que llevó del receso tampoco lo había visto. Seguramente el instituto tenía sitios que aún ella no exploraba. Sonrió entonces suavemente.

—3-1 —habló risueña, comenzando a caminar hasta él, deteniéndose en el balde de agua para sumergir nuevamente el paño, arrodillándose para hacerlo con suma calma mientras lo escuchaba reír.

Que lindo.

—¿Exótico? —elevó la vista permaneciendo arrodillada, buscando aquellos destellos ajenos con los suyos, colándose el carmín en sus pómulos.

¿De dónde soy? También me gustaría saberlo Shawn.

—¿Te apetecería adivinar? —preguntó dejando el paño limpio sobre la madera, levantándose del suelo mientras sacudía los tablones de su falda—, ¿de dónde crees que soy Shawn? —retomó su caminar hasta estar cerca de él, sin embargo no invadió su espacio personal, quería que se sintiera cómodo con ella.

Llevó entonces sus dedos a la cóleta carbón que recién acomodaba sobre su hombro derecho, deslizándolos a lo largo de las hebras lacias.

—Si adivinas te daré un recuerdo —le miró de nuevo, sonriendo con aquel tinte amable, sincero, genuino.

Aquel tinte que pocos llegaban a provocar en ella.

 

Se había mantenido de puntillas mientras hablaba, pero a pesar de parecer concentrado en lo que limpiaba estaba bastante atento a lo que decía. Dejó caer el brazo, suspirando satisfecho con como había quedado su labor, y cuando se giró hacia ella colocó con cuidado el paño sobre el cubo, evitando salpicarle en el proceso.

—¿Un recuerdo? —repitió, tiñendo su voz con cierta sorpresa, y podría jurar que su mirada se iluminó de forma fugaz. Los retos podían llegar a atraerle de forma absurda. Se cruzó de brazos tras unos segundos meditando su respuesta, guiñándole un ojo en el proceso—. Muy bien, acepto. Pero espero que merezca la pena, linda.

Comenzó así a caminar lentamente por la tarima, dando vueltas alrededor de Agnes mientras le dejaba el espacio suficiente, examinándola concentrado en su tarea. Por un momento incluso olvidó que había ido allí a limpiar, pero nadie lo culparía por darse un pequeño descanso, ¿no? Al menos no cuando se estaba empezando a divertir con Agnes.

—Tu piel blanca y tus rasgos suaves ya me indican que al menos no eres asiática, de eso estoy seguro. Tu acento me despista un poco, porque creo que no suenas americana, aunque podría estar equivocándome. ¿Y si me hablas en inglés un momento? —bromeó, llevándose una mano al mentón mientras la observaba atentamente. Pronto agitó la cabeza, restándole importancia, risueño—. El caso es que si tuvieras los ojos claros te adjudicaría a europa sin pensarlo, pero tu color es tan... ¿curioso? Nunca lo había visto antes.

>>Supongo que seguiré la primera idea que se me vino a la cabeza y apostaré porque eres Europea, con riesgo a equivocarme —se detuvo finalmente, resuelto, colocando los brazos en jarra—. Espero haya premio de compensación al menos.

 

Lo vio caminar al rededor de ella, siguiéndolo con la mirada hasta donde sus globos oculares se lo permitían, permaneciendo quieta con los dedos entrelazados sobre la falda escolar, riendo suavemente ante las deducciones que comenzaba a sacar referente a su físico, a su acento, al tono de su piel, las expresiones faciales. Si ella tuviese que describir a Shawn, ¿cómo lo haría?

Un príncipe.

¿Qué vendría siendo ella entonces?

—¿Curioso? —susurró ladeando la cabeza—, único, diría yo —jugueteó al corregirlo con cierto tono de voz.

Dio un paso adelante entonces, invadiendo ahora sí el espacio personal de él con gracilidad, procurando no incomodarlo en el proceso.

—Creí que serías más arriesgado —elevó el dedo índice a la altura de sus pechos—, únicamente el continente es... —rio nuevamente volviendo la mano a su costado—, algo acertado, aunque no por completo. De tal forma... —deslizó sus dedos por la manos varoniles, apretándolas con suavidad—, te quedarás con la curiosidad, Shawn —paladeó su nombre, mirándolo desde abajo entre las pestañas al éste ser más alto que ella.

Fue entonces que sus pupilas se tiñeron por la sombra del fleco de su cabello.

Compensación.

Se empinó llegando hasta la comisura de sus labios, entornando los ojos para dejar un dulce beso en el ángulo externo.

—Espero no te moleste el pintalabios —susurró haciendo referencia al brillo labial que había quedado en el rostro ajeno.

 

Una sonrisa confiada se dibujó en sus labios cuando Agnes se acercó y la observó sin moverse un ápice, siguiendo sus movimientos con suma precisión.

—¿Arriesgado? Dejaste un vacío legal importante a mi antojo —dejó escapar un murmullo grave, pues no dejaban de ser los únicos allí y la reciente cercanía así lo pedía. Su sonrisa se amplió, casi felina, cuando confesó que técnicamente había acertado. No iba a aceptar una derrota así de fácil—. Lo único que hice fue aprovecharme de ello. Deberías especificar a la próxima.

A pesar de ello, pareció dejar ir con facilidad la idea de que no se lo revelaría de momento. Así era más divertido, ¿cierto? Había cerrado el cerco considerablemente, así que podría seguir buscándola en otras ocasiones con la certeza de que lo acabaría logrando en algún momento. En eso estaba cuando Agnes apretó con suavidad sus manos, y se deslizó con gracilidad hacia él. Su fuerte perfume le embotó los sentidos durante los segundos suficientes para que sus labios rozasen la comisura de los propios, estampando en su piel la marca carmín que le recordaría su extraño juego.

Dios, ¿por qué no se había apartado? Era un completo idiota.

Rozó con su dedo pulgar la zona manchada casi de manera inconsciente y acabó perdiendo la sonrisa, pero no por ello dejó de tratarla como el caballero que se suponía que era. Se suponía.

—No es que me moleste especialmente —soltó al aire entonces, palmeando su cabellera azabache con suavidad con la mano libre mientras desviaba la mirada—, pero podría llegar a generar malentendidos. No es que tenga novia realmente pero, bueno... Sí que me gusta alguien.

¿Que por qué le contaba algo así a una desconocida? Quizás le había acabado agradando más de lo que le gustaría admitir.

 

Se le escapó una risa suave ante su comentario final, apartando su tacto con delicadeza.

—Dejaste un vacío legal, lo cual me permitió compensar a mi antojo —le imitó llevando su dedo pulgar a la comisura de los labios ajenos, procurando limpiar el brillo labial sin lastimarlo en el proceso—, debes ser más específico para la próxima —dejó caer su mano al costado de nueva cuenta al procurar no dejar ninguna marca en la piel ajena.

Y entonces, fue ella quien comenzó a pensar.

¿Una chica?

¿Cómo sería esa chica?

—¿Se lo dirás en algún momento? —preguntó con sutileza—, digo... a mi hasta ahora no me ha gustado nadie —confesó entonces, retrocediendo los recuerdos en su cabeza.

Sí, efectivamente nunca se había enamorado.

¿Cómo se sentiría? En verdad sería... el tener mariposas en el estómago, cosquillas en las palmas de las manos, vacíos en las costillas.

—Lo más probable es que seas correspondido —se atrevió a decir soltándose el cabello—, no pareces un mal chico, Shawn.

Misericordiosa.

Si Zuko la veía siendo tan blanda con un tipo...

Desvió entonces la mirada hacia la puerta, como si el frío helado le recorriera la espalda. Se dio vuelta sobre los talones caminando hasta el saco escolar, colocándoselo para dar un vistazo general al dojo, tal como hizo al llegar. Habían hecho una buena labor limpiándolo, y el conocerlo le resultaba extrañamente agradable.

 

"¿Se lo dirás en algún momento?"

Las palabras, sutiles y amables, acabaron golpeándole con una inusitada fuerza. Todo rastro de la confianza que había estado derrochando hasta entonces se desvaneció de un plumazo y sintió la necesidad de apartarse, soltando un suave "disculpa". Caminó hacia los útiles de limpieza y comenzó a recogerlos en silencio, tratando de despejar las ideas.

Era difícil tratar de amar a alguien cuando no te amabas a ti mismo.

—No lo sé. ¿Debería? —inquirió con cierta sequedad, tomando el cubo de agua entre sus manos. Los haces de luz del atardecer habían comenzado a teñir las paredes del dojo y le arrancaron destellos a su cabellera nívea cuando se volvió hacia ella—. Aunque lo fuera no creo ser lo que merece. Supongo que el amor te hace... conocerte a ti mismo, más de lo que te gustaría.

Siempre había sido así, ¿cierto? Solo que nunca se había atrevido a darle forma a sus ideas. A dejar ir sus pensamientos en voz alta. La atmósfera relajada que la llegada de Agnes había originado solo le dio el empujón necesario. Si no se lo había dicho ya era porque por más confianzudo y orgulloso que reflejase ser, en el fondo no era más que un mecanimo de defensa, como recreaban tantos otros. Al menos, si se lo repetía lo suficiente llegaría a creerselo.

Pero nunca lo hacía.

Una vez hubo cerrado y guardado todo bajo llave recogió su chaqueta, volviendo sus pasos hacia donde antes se encontraban. Se apoyó en la pared entonces, de brazos cruzados, observando el atardecer a través de la ventana.

—Estoy seguro de que pronto podrás enamorarte tú también, Agnes —murmuró, y en su voz vibró una sinceridad genuina—. No pareces una mala chica. Me ayudaste con todo esto, al fin y al cabo.

Se permitió una ligera mueca que buscaba ser una sonrisa y la miró de perfil por un instante, en completa calma

>>Si alguna vez tienes un mal día búscame, te invitaré a algo.

Contenido oculto

Sorprendentemente estoy bien soft, qué está pasando

 

Lo notó alejarse, y no de una forma física, sino de la típica defensa que las personas sacaban a luz cada que ella tocaba fibras sensibles, porque simplemente no podía evitar tocar memorias ajenas, sin embargo, como nunca antes no se dio el privilegio de lastimarlo, de burlarse o de siquiera, soltar aquellos comentarios ponzoñosos como los de un alacrán antes de comer, permaneciendo en silencio, viéndolo recoger los implementos y guardarse las llaves.

—Cuando te sientas preparado está bien —susurró con parsimonia, guardando el lazo con el que se había atado el cabello en el bolsillo de la falda, desviando sus pupilas al atardecer mientras lo sentía acercarse, viéndolo de soslayo al recostarse—, no te presiones... llegará el momento justo.

¿Pero qué estoy diciendo?

La pesadez llegó a su pecho en cuanto le devolvió el cumplido.

Ella, ¿una buena persona?

No debería volver a hablarle, jamás en la vida.

No quería herirlo, ni un poco.

—No suelo tener malos días, Shawn —mintió con aquella naturalidad indetectable, levantando la mochila del suelo—. ¿Puedo buscarte aún, teniendo buenos días? —preguntó al escapársele las palabras, permaneciendo seria como si aquella cuestión no fuese un chiste, como el resto de la conversación que se permitió mayor ligereza.

No, ella simplemente no podía enamorarse como él lo afirmaba con aquella certeza en sus palabras. Era apática, gélida, calculadora. Toda una mal nacida, y él en menos de dos horas le había hecho ser flexible, una adolescente sin necesidad de fingir ser la adulta que le había tocado ser a la fuerza.

No era el momento.

Sus orbes se posicionaron en él por un instante, regalándole una sonrisa, de esas que jamás le había dado a nadie más.

—Un gusto conocerte —se inclinó suavemente para después dar vuelta sobre sus talones—, la próxima vez que nos veamos, espero aciertes mi lugar de nacimiento.

Me haría sentir bien.

El no avergonzarme de donde vengo.

Caminó entonces hasta la salida.

 

Aguardó a que Agnes recogiese sus cosas, paciente, observando a los alumnos regresar a casa a través de la ventana. Todos los clubes debían haber terminado o estar en proceso, en perfecta sincronía con el ocaso. La escuchó recoger sus cosas y sus palabras le llegaron como un arrullo, permitiéndose cerrar los ojos por un instante. No había sido consciente hasta ese entonces de lo que había necesitado escuchar algo así. Se sentía extrañamente bien.

"No te presiones... llegará el momento justo"

—Ojalá tengas razón —deseó, con voz queda, sin apartar la vista de la ventana.

Se apartó de la pared con cierta pesadez y se llevó la chaqueta al hombro, siguiendo sus movimientos en silencio con intención de acompañarla hasta la puerta. Su respuesta le arrancó una risa nasal y alzó las ceja, porque lo había dicho con tanta seguridad y convicción que no podía tomárselo a broma. No solía tener malos días, ¿eh? Sin duda Agnes era una chica extraña, pero encontraba algo reconfortante su compañía.

—Me encantaría —se detuvo entonces sobre sus pasos, devolviéndole una cálida sonrisa—. Ya sabes dónde encontrarme, después de todo. No tiene pérdida.

Se apoyó en el marco de la puerta, jugando con las llaves entre los dedos, y la despidió deseándole un buen fin de semana. Intentaría lograr acertar el reto a la próxima pero, por el momento, se merecía un buen descanso. La observó perderse en la distancia y dejó escapar un pesado suspiro, cerrando la puerta del dojo para pasarse por conserjería antes de regresar a casa.

Espero que para la próxima sea capaz de seguir tu consejo, Agnes.

Eso estaría bien.

 

Masuyo Kobayashi

La sonrisa serena se mantuvo en su rostro mientras intercambiaban números, con las mejillas teñidas de un suave rosa por el palpitar emocionado de su corazón. Para ser los primeros días, encontrarse alguien tan amable como Meyer parecía una fortuna.

Imitó el gesto de sacarse los zapatos antes de entrar al dojo, dejando su bolso a un lado de la entrada. Miró los alrededores formando una pequeña "o" con los labios, el lugar estaba limpio y parecía bastante calmado, parecía ideal para la concentración en un deporte como el esgrima.

—Parece un lugar bastante agradable —respondió a la bienvenida de Laila sin perder la alegría serena en un su rostro. Alzó ambas cejas en cuanto la chica mencionó que tenía dos versiones de la prueba para ella, ¿y esa fortuna?

>> Oh, bueno, nunca he practicado esgrima —contestó soltando una leve risa mientras sobaba su nuca—, así que... —sostuvo la mirada de Meyer mientras llevaba sus manos a las caderas, una sonrisa confiada la acompañaba— sería todo un honor empezar con usted, senpai. ¿Qué tiene para enseñarme?

Mantuvo su sonrisa, sintiendo la energía de la adrenalina correr por sus venas. Tenía todas las de fallar, por lo que con mayor razón tenía que mantener su actitud aún más firmé.

¿Qué colores tomaría Laila Meyer inmersa en la esgrima? Tal vez era muy pronto para descubrirlo.

Contenido oculto

Acepto la práctica :3

 

Masuyo Kobayashi

La risa de Laila logró volver a cambiar la sonrisa confianzuda de la chica por una más calmada, alegre. La siguió hasta los armarios y observó en silencio y curiosa lo que había dentro, también detalló en cómo se colocaba la protección Laila, para poder imitarla correctamente. Empezó a colocarse la vestimenta mientras escuchaba a su senpai, volteando a ver los lugares que indicaba cada vez que lo requería.

Cuando la chica cubrió su rostro con la máscara metálica la expresión de Masuyo se tornó seria, escuchando con atención las indicaciones que le daba su senpai tras cubrirse con su propia máscara, luego ambas se dirigieron al centro del lugar.

La práctica daba comienzo, Kobayashi imitó lo mejor que pudo la posición en guardia de Laila, soltando un pesado suspiro buscando calmar cualquier nervio que quedara.

—Lista —respondió con aquella voz grave y firme.

Sin hacer esperar a la contraria junto al florete se alzó hacia adelante, buscando dar en alguno de los lugares que le había indicado Laila.