Mie Shima

Kuroki Fusatada

Maldita sea, pese que mi ataque había resultado ser débil, también Taiki pudo esquivar, aunque yo correspondi, Kawa parecía haberse concentrado como había sucedido en Chiryu, pues parecía que estaba dominando al Zorro, por mi parte ya le había recobrado el ritmo contra Taiki, pero tal vez había bajado mi ofensiva, si tan solo me concentrara...

Di un profundo suspiro mientras trataba de concentrarme, todo era cuestión de los reflejos y la velocidad, si era capaz de dar un ataque contundente y eludia sus contraofensivas, sería capaz de acabar con esto de una buena vez.

Volví a posicionarme, y ataqué, este tenía que ser el final de Taiki, y por lo tanto, la salvación de los míos, así como la venganza para Shiori.

 

Kuroki Fusatada

Maldecía mi suerte, no solo porque de nuevo sentía que no estaba dando los ataques que debería, si no porque Kawa estaba perdiendo terreno a un ritmo aterrador.

También percibí su agonía, y eso me estaba carcomiendo, tenía que hacer algo y pronto.

El colmo fué perder mi arma por un desarme y recibir un severo ataque que me hizo rugir de dolor, hasta ese momento vino el cansancio, no... No, no. No podía en verdad repetirse lo que jodido sucedió en Chiryu, me negaba a creer que milagrosamente el oponente ganaba tantos reflejos y yo no y eso me daría la vuelta.

Había hecho muchas promesas a estas alturas, aunque quise actuar, no pude.

Fué cambiar por la otra katana y atacar, sumado a que después pude recuperar a Nozomu y terminé por usarlo de nuevo y guardé la otra Katana, con ese último ataque... Ya casi nada era una buena opción, odiaba verme en esto pero tenía... Que dar un esfuerzo más.

Vamos... ¡¡Esto tiene que acabar con Taiki muerto ya!!

Tanta rabia y ese impulso de adrenalina me hizo olvidar el cansancio, un subidón de fuerza llegó y se tradujo a reflejos perfectos y fuerza enorme, este hombre tenía que morir... AHORA.

Contenido oculto

lo consideraría de no ser por el daño que ya tiene encima y sin mencionar los últimos detalles de los dados.

Kuroki insiste con Taiki

Edit: TAIKI HIJO DE PUTA NO ESQUIVES CABRÓN

 

Kuroki Fusatada

La serie de ataques eran de los más intensos, eludiendo y bloqueando todo ataque, el último fué más que contundente pero conseguí esquivarlo con gracia, sumado al agotamiento de Taiki, bastó para que abriera su defensa y trastabillara, al verlo, rugi y ataqué con todo, dando un ataque más que contundente al hombre.

El hombre me miróy me sonrió, y terminé por presenciar la muerte de Benkei, a lo que parecía que yo no reaccionaba, mi rostro severo y frío permanecía, por lo que miré a Taiki y habló.

—Tal vez siempre estuve destinado a estar sólo... Tus palabras no son más que burdos intentos de destruirme—. Sentencié, frío, preparándome también para el próximo ataque.

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Tal vez mis palabras sonaban inhumanas, o despreocupadas por la situación, aunque eso estaba lejos de ser realidad, la verdad es que... Estaba consumido, por el odio, la rabia, me había quitado a Shiori, a Benkei... Y tan solo pensar que perdería a Kawa sería demasiado, lo cual parecía que así sería.

Quería llorar, quería gritar, solo rendirme pero... No podía, el solo deseo de vengarme, de acabar con esto, simplemente no podía detenerme aunque quisiera, quería terminar con esto.

Al final, pese a todo, sonreí.

Estaba listo para morir.

Taiki atacó, y tal vez por la amalgama de emociones descuidé demasiado mi velocidad, el ataque llegó con contundencia pero pude responder aunque pobremente, aún así, Taiki resistía como podía, de hecho, parecía sacar fuerzas de milagro, por lo que no era suficiente.

Taiki decía que mi alma estaba corrupta, cuando era él quien me había terminado de hacerlo realidad, por lo que, para esas alturas, eso ya no me importaba en lo más mínimo...

El segundo ataque de Taiki vino, y pude bloquearlo con contundencia, por lo que pude aplacar su intención.
—Una vez... Mi maestro, Hiraga, me enseñó algo muy importante que en su día aprendí pero me negaba a aceptar... Hoy, ahora veo la razón—. Inicié, atacando de vuelta pero Taiki esquivó, aún así, me preparé.

>>Decía que siempre que buscara atacar a un enemigo digno de un combate extenso, pero que no conseguiría nada dando tregua o ninguno de los dos ganaría nada estando vivos, tenía que comprender entonces que esa persona estaba dispuesta a darlo todo hasta el final... Así acabe con cicatrices o huesos rotos—. Continué, a lo que pude esquivar su tercer ataque.

>>Era en esos momentos que debía tomar una decisión. —y ataqué, pero de nuevo el hombre eludia, no había rabia en mis palabras o expresiones, solo... Frialdad, y tranquilidad en mis palabras.

>>O insistiría en hacerlo entrar en razón... O tomaría el camino más peligroso... Pelear hasta que alguno de los dos lo ahogue su propia sangre—. Sentencié en lo último, esquivando el ataque de Taiki.

—Una enseñanza fría y hasta puede que cruel de parte de mi mentor... Pero hoy he aprendido muy bien el porqué, convertirme en un hombre y en un guerrero no solo era ser firme ante el peor de las adversidades, también era aprender a ser implacable y brutal contra el peor de los enemigos... Hoy, al menos me llevo eso de tu parte—. Añadí, para bloquear el último ataque de Taiki.

>>Seré un pobre imbécil que no termina de tomar las mejores decisiones, pero al menos he entendido que, si es preciso, me convertiré en el Demonio Negro del que algunos han dicho que soy—. Añadí, para elevar a Nozomu, preparado para dar el ataque final.

—Hasta nunca... Taiki Ishikawa—. Finalicé, dando mi ataque final con fuerza.

 

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Kohaku Ishikawa
Santuario

Hotaru se transformó, sus pequeñas alas carmesí abandonaron una breve estela de fuego que se disipó conforme se alejaba. Seguí su recorrido por el cielo apenas un instante, lo suficiente para saber que, al menos, él estaría a salvo. Inhalé y regresé la mirada al hombre frente a nosotros, Daidoji. Él había matado a Genbu, planeaba acabar con Byakko y los demás sólo eran niños. El sonido de su voz bastó para encolerizarme, cada músculo de mi cuerpo reaccionó a la tensión y desenvainé la espada. No pude hacer nada, sin embargo.

No pude hacer nada en absoluto.

El espejo nubló la voluntad de Shiryu, el instante en que lo comprendí me heló la sangre. El protector de los shijin, el tigre blanco del viento y el metal, se volvió hacia nosotros y el arma se le resbaló de las manos. Estaba luchando contra la orden de Daidoji, era evidente, y un profundo dolor se revolvió con la ira dentro de mi pecho. ¿Atacar... a Byakko? ¿Debía atacar a uno de los shijin que había jurado proteger? ¿Al hombre que me había obsequiado su confianza?

—No... —balbuceé, apreté los dientes y mis nudillos en torno a la empuñadura palidecieron—. No, no puede ser.

Tiene que haber una forma.

Por favor.​

Cada paso que Byakko dio hacia nosotros me enterró una daga en el cuerpo. Las manos me temblaban ligeramente, las lágrimas me ardieron tras los ojos y estuve a punto de alzar mi espada cuando el shijin se detuvo. Estaba luchando con todas sus fuerzas, el corazón se me estrujó en el pecho y pensé que quizá fuera nuestra oportunidad, que si Shiryu lograba resistirse al control del espejo podríamos...

Fui ingenuo.

Daidoji se cernió sobre él y la sangre manchó las baldosas de piedra, la suave hierba del santuario. Rebanó el cuello de Byakko, una y otra vez, hasta que consiguió arrancarle la cabeza del cuerpo. Parpadeé, o creí hacerlo, y la realidad se deformó, se oscureció, quedó recluida únicamente en la imagen frente a mis ojos. En el cadáver de Shiryu, la sangre borboteando y su cabeza rodando hasta nuestros pies. Repugnante.

Nada.

Era repugnante.

No pude hacer nada en absoluto.

Perdí noción del tiempo o el espacio. El aire comenzó a quemarme el pecho, cada vez más agitado, y los costados de mi visión se parcharon de rojo. Un color brillante, ominoso, que apestaba y me hirvió en la sangre. Era helado y estaba caliente, ardía, me congelaba. Era la nieve y el fuego, el resabio de los gritos y el eco perdido del metal chocando. Estaba escondido en el bosque mientras los estandartes de los Taira ondeaban sobre mi Villa destruida. No había podido hacer nada.

Y ahora... ahora...

Estuve a punto de atacarlo, lo sentí en cada fibra del cuerpo. Volví en sí cuando Daidoji habló y el resonar de muchos pasos me forzó a voltearme. Reijiro me empujó en el proceso y una comitiva apareció ante nosotros. Éramos inútiles ante ellos, nos superaban en número y... había algo en su actitud que delataba su poder. Los seguí con la mirada, oí sus voces y tensé la mandíbula, frustrado. Byakko estaba muerto, Genbu también, y ahora...

Al parecer Taiki Ishikawa volvió aquí a Shima.​

¿Qué?

¿Mi padre estaba aquí? Miré a la mujer, a Daidoji y luego a la silueta del hombre que estaba desapareciendo dentro del santuario. Separé los labios, sin siquiera saber qué decir, cuando éste regresó e informó de las muertes: su sobrina, el onmyoji del Emperador. El onmyoji. Temí lo peor, fue inevitable y Tamura verbalizó aquello que estaba a punto de hacer. No llegué a pensarlo, mi cuerpo reaccionó solo y atravesé el camino a velocidad, incapaz de pensar nada. Incapaz de procesar una única emoción.

Pero era oscuro, era rojo, y había ruido.

Mucho ruido.​

Me congelé bajo el umbral, fue un ínfimo instante donde creí escuchar el tintineo de las campanillas de invierno, las risas de los niños, donde el manto de nieve se hundió bajo mis pies y resaltó la brillante sonrisa de Chiasa. El eco de los recuerdos latió, se desvaneció, y Kuroki le abrió el pecho a mi padre.

Hasta nunca... Taiki Ishikawa.​

Era mi padre.

El llanto de Kawa sonó embotado, pero me devolvió a la realidad y reconocí los cuerpos inertes sobre el tatami. Di un paso tembloroso, luego otro, y me desarmé hasta lanzarme de rodillas frente a mi padre.

—Padre —murmuré en una exhalación y paseé la mirada por su ropa ensangrentada, su rostro contraído—. Padre, yo... Yo voy a...

Miré hacia todos lados, desesperado. Allí no había nadie, ¿quién podría...? Abrí más los ojos.

—Yume —recordé, había soltado la katana y llevé las manos a sus hombros con cuidado—. Yume está viniendo, ella podrá ayudarte.

En el fondo lo sabía.

—Resiste, padre —supliqué, mis ojos llenos de lágrimas—, no te muevas.

Sabía que era inútil.

—Por favor, padre, resiste.

Conocía la muerte, la había visto a los ojos.

Y ahora me estaba devolviendo la mirada.​

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Kuroki Fusatada

El ataque había sido más que contundente... El golpe final había sido recibido, se había terminado, había... Carajo, había salvado por lo menos a mi hermana.

Una inconsciente presión y hasta podría decir que maldad me había dejado de aprisionar el cuerpo entero, ver a Taiki arrodillarse ante mí por esa agonía, casi que un detalle poético cómo terminando de demostrar quién ahí había sido superior, tal vez, solo tal vez... No en palabras, pero sí en combate.

Escuché sus últimas palabras, y gemí sin querer darle ya mayor relevancia, se lo había dicho, sus palabras... No significaban nada para mí.

No le daría el gusto de destrozarme de ese modo.

Retrocedí un par de pasos, mirando de reojo cómo los Zorros se iban desvaneciendo, ya no podía manejarlos, la situación se le había ido de control, se había metido con la persona equivocada...

Aunque la muerte de los míos me estaban matando... Habían servido como motor de acabar de arrasar con el miedo del combate a muerte, de uno que había puesto a prueba algo más que la voluntad.

No... Definitivamente, un cuarto hombre había muerto aquí.

Seguí parado, sintiendo parte de mi sangre abandonar mi cuerpo, mirando fijamente a Taiki, era más que visible, el hombre ya no volvería a levantarse jamás, pero mantenía la consciencia.

Escuché el llanto de Kawa, yo seguía profundamente metido en ese estado de furia y odio, uno que desde la masacre de mi hogar que había experimentado pero... Ahora lo entendía, no solo era miedo por la masacre, no... Era también, miedo de mí mismo.

Hiraga me dijo que yo nunca debí pertenecer a los Minamoto...

Tal vez... Tenía razón, tal vez en verdad era un Demonio, tal vez siempre fuí un monstruo, tal vez... Siempre tuve potencial para hacer daño.

Pero Shiori había mantenido eso lejos, y bajo control, bajo llave...

Pero ya no estaría nunca más a mi lado.

Hasta ese momento no pude reaccionar del todo, casi como si fuese un animal esperando a ver si su presa en verdad dejaría de moverse, no fué que decidí voltear a ver a Kawa que alguien más estaba allí, volteé con mis ojos, manteniendo esa fría mirada, severa.

Reconocí algunos rostros... Sobretodo un par.

Internamente, estaba en shock, estaba helado, pero... Simplemente me sentía desapegado de la realidad, algo no terminaba de conectar.
Estaba la cabeza de Shiryu... E inconscientemente solté una lágrima, ¿qué... Qué había pasado?

¿Porqué no podía dejar de perder las cosas, a los míos?

¡¿Cuánto más quería el destino de mí?!

Aferré mi agarre a la katana, fué en ese instante que reaccioné, miré a Nozomu, llena de sangre, empapandose más por la mía, por lo que me miré, igual de herido aunque con fuerzas de sobra para moverme y actuar.

Guardé lento y decidido la katana, mientras Kohaku llegaba corriendo ante su padre, negándose a aceptar la realidad, retrocedí aún más, hasta que mi espalda topó con la pared y me quedé recargado, respirando con dificultad pero intentando mantener un ritmo.

Ver la devastación de Kohaku me carcomia... Pero... Sabía que esto sucedería.

Cerré un momento los ojos, creo... Que por una vez, había encarado el mayor desafío de todos, y de nuevo, no sabría decir si había valido la pena.

Rengo estaba a salvo... Aunque eso de seguro me costara la amistad con Kohaku.

Vaya... Que hermoso descenlace, ¿No? Parecía que solo había venido a perder mucho más de lo que pude haber querido o previsto.

Por eso daba la razón que tal vez mi destino era quedarme sólo... Sabía que debí haber hecho muchas cosas, pero... También, me pasó lo mismo como con Rengo en Nagoya.

Me sentí acorralado, en una horrible encrucijada.

Pero no me dejaría atormentar.

De algún modo, Kawa se había salvado, y eso que en el fondo había aceptado la cruda realidad, pues... Siendo realistas, eran las consecuencias de mis decisiones.

Quería llorar, terminar de quebrarme, pero no podía, simplemente no podía y eso de algún modo empezaba a asustarme, aún así, aún había algo que hacer, y lo mejor solo sería... Irse.

Me erguí como pude, nada quitaba que estaba en mal estado, pero aún tenía fuerzas, por lo que empecé a caminar hacia el cadáver de Benkei y con una destrozada Kawa, me agaché a su altura para tocarle el hombro, firme, y traté de verla.
—Hermana... Lo siento tanto, vamos, debemos irnos, no podemos dejarlos aquí...—. Dije seguro, aunque la mano ya me empezaba a temblar ligeramente.

>>Por favor, no quiero seguir aquí... —y me levanté, ya el destino final de Taiki, pese que estaba sellado, no quería verlo junto a Kohaku.

Yo... Había terminado de hacer lo que quería hacer, miré hacia Tamano, no había reaccionado, así que... Supuse que también no había salvación.

Luego voltee y empecé a caminar hacia el cadáver de Shiori, para agacharme y tomarla, abrazándola con fuerza, mientras las lágrimas empezaban a brotar.
—Ori... Lo siento tanto—. Murmuré, mientras empezaba a sollozar, y parte de la tensión iba cediendo poco a poco, sin dudas, su pérdida, estaba siendo una de las más duras.
>>No debí dejarte venir, perdóname, sé que habrías dado tu vida por mí... Pero también te había prometido que eso nunca sucedería... Por favor, perdóname. Me habría... Gustado tanto reconstruir al clan a tu lado—. Continué, besándole la fría frente, mientras seguía sollozando.

>>Liberaré Japón como prometí, eso sigue siendo en serio, juro... Que terminaré lo que no te permitieron hacer, no estaría hoy aquí, sin ti, tampoco sería el guerrero que ya soy. Eres... La hermana que me quitaron hasta que nos pudimos reunir, y siempre te estaré agradecido—. Dije, para pegar mi frente a la suya, tratando de contenerme pues... No es como que tampoco estuviera en un territorio en el que pudiese terminar de fiarme.

>>Cuando Takeda sea Emperador... Le pediré que te haga un digno altar a tu nombre, me encargaré que seas símbolo de esperanza y futuro... Porque eso me lo enseñaste cuando me quedé sólo, no me importa que no me escuches... Lo haré, juro por todo lo que quieras que lo haré—. Sentencié con esa misma determinación como con el combate, para levantar como pude el cadáver de mi amiga, mientras me levantaba, era hora de irse.

Al menos... Tenía que admitir que Taiki había sido un enemigo más que formidable, repudiaba admitirlo pero... Ojalá su alma descanse, había sido un gran guerrero, y... Tenía que al menos darle eso.

Me había demostrado, que mis capacidades habían rebasado mis expectativas, y que podía ser temible si me determinaba a ello.

Empezaba a cuestionarme... Cuánto más perdería a partir de ahora, tal vez fuese alguien poderoso pero... ¿Serviría de algo quedándome sólo?

Tal vez, aunque quisiera... No podría evitar ese destino.

 

Kohaku Ishikawa
Santuario

Había evitado tocar las heridas de mi padre por temor a empeorarlas. Había sido instruido en las bondades de la herbolaria, para identificar las hierbas correctas y prepararlas. Sabía reconocer y apalear un resfriado, mitigar una jaqueca, un dolor estomacal, purgar venenos. Pero ante la sangre era inútil. Cuando el filo de una espada abría la carne, cuando el cuerpo se rasgaba y la sangre brotaba, me volvía totalmente inútil.

Quizá por ello aborreciera la violencia.

Oí alboroto a mi costado y Yume apareció de repente, Hotaru también. Un relámpago de desesperación, de vana esperanza, me sacudió el pecho y prácticamente contuve el aire. Fue inútil, sabía que lo era. Las palabras de la chica fueron sutiles pero arremetieron con fuerza, como un golpe directo a la cara. Pestañeé, exhalé... y asentí. Repasé el rostro de mi padre, tan pálido, detallé sus facciones y el tono ligeramente más ceniciento de su cabello. Las manos de Hotaru se habían unido a las de Yume, mi padre sonrió e intuí lo que estaba haciendo. En la cueva de la montaña me había contado su historia, cómo mi padre había asesinado al suyo. Sus acciones podían parecer contradictorias, ridículas incluso, pero en ellas reconocía la bondad y compasión que siempre había existido en sus ojos miel. No tuve que preguntarme por qué.

Cuando mi padre comenzó a hablar barrí todas mis emociones y pensamientos con tal de escucharlo. Su discurso era errático, confuso, vomitó un montón de información que no fui capaz de asimilar a tiempo. Mencionó el Taizan Fukun no Sai, la ceremonia del Señor Taizan. Que los Ancianos lo habían desterrado. Ine-no-Ki. Su mirada se desvió al cuerpo de la mujer con rasgos de zorro, quien había engañado a los Ancianos personificando a Inari. Akishino, el Emperador. Lo recordé, entonces. Afuera habían dicho que era el onmyoji del Emperador.

Fue ella, esa maldita yokai... por ella nuestra familia ya no existe.​

Su mano se depositó en mi cabeza y silenció instantáneamente la tormenta de dudas que rugía sin compasión. Conecté con sus ojos luego de tantos, tantos años, y volví a sentir las lágrimas acumularse. Mamá. Los recuerdos, las voces desfilaron, la realidad me aplastó los huesos y tuve que apretar los dientes. Empecé a llorar en silencio, incapaz ya de contenerlo. Era mi padre, realmente era él y se estaba muriendo.

Ahora sólo quedarás tú.​

Iba a dejarme solo.

Había tanto que no comprendía. ¿Por qué quería ayudar a Byakko pero había matado al padre de Hotaru? ¿Por qué le servía al Emperador, a los Taira, quienes le estaban dando caza a los shijin? Necesitaba hablar con él, necesitaba preguntarle cientos de cosas y ahora... Mi mente volvió a silenciarse ante la escena que aconteció. El rostro de Shiryu irradió una luz tenue y, poco a poco, su cuerpo se reconstruyó. Parpadeé entre las lágrimas, incrédulo, y regresé la mirada a Taiki. Tenía muchas dudas, pero no eran lo más importante ahora. Me gustaba creer que en la bondad y compasión de Hotaru era capaz de reconocer un fragmento de mi persona.

Luz.

—Ya no te esfuerces —murmuré, intentando hablar con la mayor compostura posible, y guié a mi padre suavemente para que recostara su cuerpo en el suelo—. Acepto tus disculpas, padre, las acepto y las valoro. Libérate de esa carga, no es necesario que la lleves contigo.

Sorbí por la nariz y mantuve las manos apoyadas sobre su pecho.

—Estaré bien —afirmé, concediéndole una sonrisa tranquilizadora—. He encontrado un propósito que ansío cumplir, un Señor al que quiero honrar. He encontrado un lugar, padre. Estaré bien. Puedes... —Tuve que tomar aire—. Puedes irte en paz.

Me incliné, lo hice hasta apoyar la frente cerca de su hombro, y la imagen frente a mí se empañó por las lágrimas. Cerré los ojos con fuerza, barriendo el cristal, y permanecí allí varios segundos.

—No te juzgaré pues hay mucho que no comprendo. No te sentenciaré pues no me corresponde hacerlo. Eres mi padre, garantizaste mi seguridad, la de todos, y por ello te estoy profundamente agradecido. Eres mi padre... y lo serás siempre.

Mis manos habían permanecido sobre su pecho y finalmente lo noté, el momento en que su respiración se detuvo. Ocurrió allí, justo debajo de mis dedos, y comprimí los puños con fuerza. No me atreví a levantar la cabeza, el cuerpo me tembló con una mezcla de emociones avasallante y alcé la voz, con apremio y firmeza. Lo había oído, incluso si no le llevé el apunte hasta ahora.

—Reijiro-san, bloquea la puerta.

Oí a Kuroki pretendiendo irse.

Me erguí finalmente, lo hice sin prisa. Mis ojos seguían enrojecidos, en mis mejillas se marcaban los surcos de las lágrimas, pero mi mirada recorrió a los presentes en profunda seriedad y giré hasta dar con Kuroki.

—Nadie se irá de aquí.

No era el único llorando muertes, lo sabía; eso no cambiaba nada. Me puse de pie, en el proceso me sequé el rostro y giré el cuerpo para enfrentar al muchacho. Kawa estaba a su lado, aún abrazando a aquel hombre, y Kuroki cargaba con el cuerpo de Shiori. Era la primera vez que hablaba de esta manera, que miraba de esta manera. Era la primera vez que me sentía de esta manera. Lo había llamado por su nombre. Sabía quién era, lo sabía y aún así lo había matado.

Me lo habían arrebatado.

Él, de toda la gente, me lo había arrebatado.

Y ahora quería irse.​

—¿Qué ocurrió aquí? —fue una demanda, no una solicitud.

 

Kuroki Fusatada

Escuché la respuesta de Kawa, mirándola y no dando visos de moverse, por lo que suspiré y afirmé.
—Ya vengo entonces...—. Dije con ese tono aún serio, seguía igual de cegado, si no quería venir entonces lo entendía, pero simplemente no podíamos dejar los cuerpos así.

Estaba dispuesto a irme cuando me topé con un par de miradas, uno sobretodo reprobatorio que a mí poco y nada me importó, había escuchado lo que Taiki había dicho y todo lo que hizo por Byakko, pero a mis ojos... Nada cambiaba.

Nadie me iba a devolver a Benkei ni mucho menos a Shiori.

En ese momento escuché a Reijiro, su rostro no me sonaba de nada, pero escuchar su pregunta me hizo sentir un breve impulso de rabia.
—Enterrar el cadáver, por supuesto—. Respondí con esa misma seriedad, mirándolo firme, tal vez mis palabras no sonaban del todo tranquilos, y eso porque no estaba bien, ya había percibido su lenguaje corporal, pero no me preocupaba por un ataque en la espalda, lo vería venir.

Fué cuando intenté retirarme que escuché la orden de Kohaku y Reijiro no dudaría en atenderlo, por lo que suspiré con un evidente tono de fastidio.

Si quería irme, era para calmarme, pensar... Kohaku me estaba tomando en el peor momento posible.

Me arrodillé y dejé a Shiori en el suelo con cuidado y mimo, muerta o no, seguía siendo alguien muy importante para mí, y la puse en una posición tratando de simular que dormía, para después erguirme, y me dí la vuelta para mirar con severidad a Kohaku.

Por supuesto que sabía quién era ese hombre al intuir el contenido de los rollos, sabía lo que había hecho, conocía perfectamente las consecuencias, pero no me arrepentía de nada, para mí, había salvado a otras personas de la ciega visión de Taiki.

Escuché el tono de voz, el toque, y mi yo de antes lo habría resentido severamente cómo había sido con Rengo en Nagoya... Pero ese Kuroki ya no estaba aquí... Taiki había matado mucho más de lo que pudo creer.

Me habría gustado responderle a Kawa el porqué lo hice, pero creo que la demanda de Kohaku lo haría de paso.
—Tu padre me había invitado a venir aquí—. Inicié, con ese tono igual de serio, mirándolo de la misma manera, sin aparentemente verme afectado por la situación que el chico me imponía.

—Se presentó cuando Nagoya cayó, el señor feudal de allí murió, y por las buenas me dijo que si quería respuestas, viniese aquí. Estaba desesperado por respuestas, y lo consideré lo suficiente como para que me veas aquí, junto con ellos. Cumplió parte de su palabra en decirnos lo que pasó, ¿Pero en lo personal? Creo que solo me ha mentido, nos mintió—. Continué, señalando levemente con la mirada a Kawa.

>>Resulta que ella es mi hermana de sangre, y mi padre aparentemente estaba desesperado por revivir a mi madre, por reunirnos a mí y a mi hermana, en algún punto tu padre conoció a al mío, Satou, y también acabó dando con Tamano, la fémina que ves muerta allí, sigo sin comprender cómo mi padre pudo retener a Tamano y porqué confió tanto en ella, según Taiki, mi padre logró engañarla incluso a ella, pero vuelvo a lo mismo, ahora mismo solo siento que han sido mentiras—. Aclaré para sobarme un poco la cabeza, la herida seguía allí, manchando mi lado del rostro izquierdo.

>>Aparentemente Tamano le dijo a mi padre que debía matar a los Harima para que ella pudiera volver a ver a mi madre, y, por lo que yo entiendo, tu padre solo quería matar a Tamano en venganza. —afirmé, relajando mi postura—. Tamano estaba sellada, tras la puerta ahora abierta con esa ilustración de zorro, se supone que solo las personas con conexión directa a los zorros blancos pueden abrirla, y yo la abrí, luego mi hermana rompió los sellos, tu padre absorbió la energía de la yokai, y con eso la mató, "purificando" la energía robada y creando varios zorros de energía, de seguro los viste en acción—. Dije, sin inmutar en lo absoluto mi tono de voz.

>>Tu padre me dejó muy en claro que solo me había invitado aquí para ese propósito, para utilizarme, y ahora tenía el poder de purificar toda la oscuridad y el mal del mundo, algo que me parece, honestamente, ridículo—. Solté sin remordimiento alguno, Kohaku podría odiarme por lo que hice, pero yo odiaba profundamente a Taiki por lo que me hizo también.

>>Lo digo porque yo tenía ese propósito, Kohaku, creo que se hizo a notar los primeros días que compartimos los caminos, pero si algo me enseñó la guerra es que esas ideas son de todo menos realistas, no se puede exterminar toda la maldad... Pero tampoco toda la bondad. Siempre... Siempre habrán cabos sueltos, pero bueno, me desvio—. Comenté para dar otro suspiro.

>>Sus palabras me hicieron ver a futuro, no era ninguna revelación divina, era simple intuición. Si tu padre estaba obsesionado con purificar al mundo, entonces gente como tú, o mejor dicho como Rengo, caerían víctimas de su susodicho azote divino y verdadero, y eso no lo permitiría—. Continué, siendo hasta ese momento que mi tono volvió a cambiar a rabia, apretando los puños.

>>No niego que el motivo de tu padre era noble, pero también demasiado frío, no niego que haya dicho verdades acerca del supuesto complejo trasfondo de mi clan y de nosotros mismos, pero eran verdades que ya había escuchado del ahora fallecido padre mío, para mí, si llegaba a una conclusión, es que había dicho todo lo que me dijo solo para alcanzar a Tamano y matarla, cosa que hizo... Si fué capaz de todo eso, pese que yo intenté hablar con él antes de atacar, entonces no se detendría por nada ni nadie ante personas con energía de Miasma, gente que pudiera saber que lo poseia o no, Rengo habría sido un objetivo obvio... Nos dejó la oportunidad de dejarlo ir. —y solté un bufido, evidenciando la severa disconformidad.

>>¿En verdad? Taiki me decía e insistía que me había liberado de mis crimenes, que había mantenido mi alma pura... Pues después de lo de hoy, no hizo más que terminar de hundirme. Tenía que tomar una decisión severa y crucial, Kohaku. O lo dejaba ir comprometiendo a Rengo y sepa yo qué clase de misión divina que tengas con él que desde Kamakura que no nos has dicho nada, cargando yo con esa responsabilidad de haber tenido la oportunidad de detener a tu padre y no haber hecho nada. O sacrificaba a mi grupo, incluso mi propia vida intentando frenar a tu padre... Y si era necesario matarlo, lo haría—. Sentencié, mirando con firmeza a Kohaku.

>>No me importaba perder nuestra amistad o incluso quedarme sólo si podía detener a alguien tan obcecado, alguien que solo iba a provocar una innumerable cantidad de consecuencias por su aparente cruzada divina y justa. Entiendelo, ponte en mi lugar, decisión... Fuese cuál fuese la que tomara, acabaría mal, muy mal, y te lo voy a decir por última vez, Kohaku... Debo irme y déjame al menos enterrar a Shiori y a Benkei para reflexionar, distraerme, ¡Algo! No estoy... En la mejor posición para intentar comprender y decir las cosas que no se presten a malinterpretacion. No maté a tu padre por orgullo o porque indirectamente mató al mío, al nuestro; hablando también por Kawa. Si no porque pensé a largo plazo, lo hice no por mi extinto clan, o por mi padre, ni siquiera lo hice por mí. Lo hice por ti, Kohaku, por irónico o hasta estúpido que suene, lo hice por lo que sea que debas hacer, por Rengo, ¡¿Qué más me queda?! Allá donde voy o lo que hago, sea lo correcto o no, sigo perdiendo más y más de los míos, y hoy, que ya me he hartado de ser utilizado... Que tenía la posibilidad de por lo menos hacer una maldita diferencia, entonces, si en verdad estoy destinado a quedarme sin nada y morir siendo odiado, lo haría con razones de sobra pero al menos marcando la diferencia. No moriría sin al menos haber intentado detener a alguien que, lo admito, tenía el potencial de destruir muchas cosas pensando que hacía lo correcto. Y si me vas a contraargumentar que no conocía a tu padre y todo lo que quieras, me adelanto a decir que puedo decir lo mismo por mi parte, lo que ha ocurrido hoy ha sido por la incompetencia de mi padre de haberme encarado y haberme dicho todo lo que estaba haciendo y queria hacer, si quieres verme como el villano aquí, hazlo, no me importa Kohaku, ya no me importa—. Continué, dando un toque algo devastado en lo último, pese que mi mirada no se alteraba.

>>Vine solo a perder... Y, creeme, no me arrepiento por lo que hice, y puedes confiar que todo lo que he dicho es la absoluta verdad, estoy harto de ser sutil, medir mis palabras y todo con tal de quedar bien y seguir ahogando mis verdaderos sentimientos. Lo que dije; no me arrepiento por lo que hice, pero si de algo me arrepiento es de haberlos traído aquí, a Kawa, a Shiori, a Benkei. Lo hago pese que les advertí que yo no sabía qué podría suceder, y les hice mucha enfasis en ello. Pero lo que más me duele es precisamente haber hecho esto, sé que no tenía derecho de matar a tu padre, Kohaku, era algo que no me concernia, algo que NO debí hacer... Pero, entonces, dime... ¿El sí tenía derecho a creerse el justiciero divino en el que debía exterminar a toda persona "oscura" solo por su pasado? ¿Solo porque creía que ese era el único rumbo y el correcto? ¿Cuántas familias habría destrozado con eso? Lo siento, Kohaku, pero así como terminé por ver a mi padre como alguien que perdió el control intentando recuperar algo que debió dejar ir y me trajo hasta aquí, también veo a tu padre como un Taira quienes provocaron precisamente la extinción de mi clan solo por una... Una maldita cosa que me ha costado mi familia, mi hermana... Mi clan—. Dije, para guardar silencio unos momentos y luego negué.

>>No, definitivamente no sería yo el principal responsable por haber hecho realidad eso, estoy harto de ver muertes sinsentido, yo... Solo he conocido hoy a un hombre que repetiría la historia de mi gente una y otra vez—. Sentencié, aún mirando a Kohaku con firmeza y seriedad.

—Así que... Dime, Kohaku. ¿Aún ahora solo parezco alguien que mató a tu padre por mero odio y orgullo por solamente haberme utilizado y yo sintiéndome harto de eso? ¿O podrías llegar a ver que lo que hice fué resultado de una terrible encrucijada que decisión que tomase, acabaría muy mal? Yo ya dije mis razones, y en verdad espero que con eso te sea suficiente—. Finalicé, esperando la reacción del chico.

 

Kohaku Ishikawa
Santuario

La actitud de Kuroki emanaba algo totalmente diferente a lo que siempre había visto en él. Sólo era un niño, siempre lo había sido, y así como Mao, ninguno de los dos debería haberse visto envuelto en este desastre. Los deseos eran inútiles, lo sabía. La guerra no atendía a detalles, la guerra inducía el caos y de su seno podían brotar los horrores menos imaginados. Eran tiempos de crueldad y demencia. Las personas afilaban sus hojas y olvidaban lo que había dentro de cada armadura, detrás de cada espada.

La aborrecía.

Por sobre cualquier otra cosa, aborrecía la guerra.​

Mis emociones seguían siendo abrumadoras y amenazaban con nublarme el juicio, pero la necesidad de comprender la situación, el exigente raciocinio que impartía sobre el mundo me permitió guardar silencio y escuchar a Kuroki. Lucía serio, compuesto e increíblemente frío. Su historia se remontó a Nagoya y su búsqueda de respuestas, algo que mi padre le había prometido para, al parecer, atraerlo a este santuario. El santuario donde había permanecido sellado el yokai que ansiaba matar. Desvié la vista al cuerpo de la mujer, otra vez, y me maldije internamente. No conocía nada de ella, nunca antes la había oído nombrar, ¿y ahora resultaba ser una pieza clave de todo?

Fue un relato extenso que, resumido en sus puntos esenciales, se tornaba bastante sencillo. Taiki estaba obsesionado con destruir la energía oscura, lo sabía, y comprendía la amenaza que ello acarreaba. Había matado a Shimotsuke Ohara por el mismo motivo. Aún así, no podía evitarlo. No podía evitar mirar a Kuroki y sentir que era un niño tomando decisiones mucho más grandes que él. ¿Era su culpa? ¿Culpa de la guerra? Qué más daba. Ni siquiera le habría reclamado haber querido detener a mi padre, pero la diferencia radicaba precisamente allí.

Detenerlo, no matarlo.

—La guerra es una cosa muy peligrosa —murmuré, sonó como un pensamiento inconexo y no demostré ninguna emoción específica—. Envenena el corazón de las personas y relativiza la importancia de sus vidas.

Decía que lo había matado por mí.

Y luego, que sólo ansiaba hacer una diferencia.​

—¿Cómo te atreves? —farfullé, frunciendo el ceño, y mi templanza comenzó a resquebrajarse—. ¿Cómo te atreves a decir que lo hiciste por mí? ¿Cómo demonios te atreves a matar a mi padre y esperar que te lo agradezca? ¿Quién te crees que eres? —Lo miré de arriba abajo y solté el aire por la boca, incrédulo—. ¿Tienes idea lo que hiciste? ¿Tienes idea lo que-? —Me interrumpí, sacudiendo la cabeza—. No, claramente no. Cualquiera que pretenda jugar a ser un dios no lo sabe en absoluto.

Ese era el problema de la guerra.

Las personas tomaban decisiones más grandes que ellas mismas.​

—Puedes utilizar los argumentos que quieras, en tiempos de guerra abundan. Es ridículamente fácil justificar una muerte ¡y precisamente por eso no se debe matar a la ligera!

La voz se me quebró, me llevé una mano al rostro y lo recorrí con hastío. Los ojos se me llenaron de lágrimas, apreté los dientes y maldije en voz baja. Era demasiado frustrante. Me dolía, me dolía tanto que podría quitarme la vida aquí mismo, y ante mí estaba el asesino de mi padre y no podía odiarlo. No podía volcar sobre su pequeña figura todas las emociones que me carcomían, me devoraban la carne a mordiscos y me aplastaban los huesos. No podía.

—Tenías que detenerlo, Kuroki —enfaticé, de manera brusca, y mi voz hizo eco dentro del santuario—. Tenías que detenerlo, no matarlo. ¿Querías hacer la diferencia? Tenías que retenerlo como prisionero y llevarlo ante Takeda, ante los Minamoto, ante el maldito clan al que sirves. Es... —El desliz me dolió en el alma—. Era una persona, no un condenado trofeo de guerra. ¿Qué te diferencia de él ahora? ¿De quien asesina con la convicción de estar creando un mundo mejor?

No podía odiarlo, tampoco podía perdonarlo.

—Sirves a un clan, Kuroki —insistí, recuperando la compostura, y lo miré a los ojos—. Sirves a Takeda Minamoto, al código del bushido.

No lo perdonaría jamás.

—Pero no creo que merezcas hacerlo. —Medio giré el cuerpo, dejando de mirarlo—. Vete de aquí.

 

Kuroki Fusatada

Escuché atentamente a Kohaku mientras respondía ante todo lo que dije, mirándolo con la misma frialdad, y aún por mucho que quisiera recuperarme, me era inútil, simplemente... Algo se había desconectado en mí y ya parecía imposible volver a hacerlo funcionar.

A pesar que parecía que Kohaku comprendía el asunto de la guerra, ni siquiera pareció escuchar todo lo demás que dije sobre el porqué había matado a Taiki, y a pesar que quería desfogarse e incluso yo mismo le iba a decir que no se contuviera, él mismo se detuvo.

Decidí guardar silencio, reprochandome el cómo me atrevía el haber hecho lo que hice y si tenía idea de lo que acababa de hacer, incluso me dijo que nunca había que matar a la ligera, por lo que dejé ir aire por la nariz con calma.

Mis palabras no habían servido de nada.

¿Pero cómo culparlo? Yo también odiaba profundamente a Kato por lo que hizo, y aún así fuí capaz de ver que mi padre fué el propio responsable de su desenlace, y no por ello había intentado matar a Kato, no por ello había impuesto mis sentimientos personales solo por matar a una pieza clave de la guerra, por eso me estaba colmando que me dijeran en esencia monstruo sin pensamiento que solo había tomado una vida "a la ligera" cuando lo que hice fué por decidir e intentar prevenir a futuro.

Pero... ¿Cómo dejarlo en claro ahora? Ni yo mismo podía ordenar mis prioridades ni pensamientos.

No lloraba, no me incomodaba... Simplemente, no había nada. No era capaz de resentir lo severo del ahora, sí, me dolía, sí que lo sentía pero no con esa misma intensidad de antes.

Todo lo que podía hacer era mantenerme firme y seguir mirando a Kohaku, no ser un cobarde y no verlo a los ojos.

De todas maneras, su sentencia final, pese que brutal, volvió a dar lo mismo para mí, pues ya era algo que había considerado si continuaba esta decisión.

Tsk, como si en primer lugar hubiese habido modo de frenarlo y él hubiera cedido con los zorros, lo ví en sus ojos, en su determinación... No iba a detenerse.

Por eso no me arrepentía.

De todos modos ya no dije nada, no quería empeorarlo más, ni siquiera comenté que por eso quería que las cosas se calmasen un poco más antes de decir nada, precisamente para por lo menos intentar evitar este descenlace, pero era el esperado, era incluso infantil pensar que podría acabar bien.

Suspiré y volví a recoger con cuidado a Shiori para empezar a retirarme ahora sí, sin mirar a nadie, solo quería enterrar a Shiori, dónde fuese pero quería hacerlo ya, estaba cansado de verme en esta tesitura hiciera o no bien las cosas.

 

Kohaku Ishikawa
Santuario

Aguardé en silencio a que Kuroki se retirara del santuario. No me respondió nada, en parte lo agradecí y sólo deslicé la mirada a su silueta una vez recogió a Shiori y ya nos estaba dando la espalda. Al verlo pasar junto a Reijiro recordé lo pequeño que era y mi semblante, estoico, empezó a contraerse. El silencio se presionó contra mis oídos, los ojos se me llenaron de lágrimas y sentí que perdí toda la fuerza en el cuerpo. Mi respiración se estropeó, me ardió en el pecho y, cuando quise acordar, estaba de rodillas en el suelo, boqueando por aire. No me alcanzaba, no lo hacía, me llevé una mano al corazón y sentí los latidos desaforados. Arrugué mi ropa. Pestañeé con fuerza, mareado.

La cabeza de Byakko, rodando hasta mis pies.

La sangre de mi padre empapando el suelo.​

Sus ojos vacíos.

El pecho abierto.​

El hombre al que abrazaba Kawa.

El cuerpo de Shiori.​

La vida no debe medirse con sólo un par de ojos.​

Las palabras de Hotaru irrumpieron en medio del caos y del ruido como una ráfaga de viento. Poco a poco logré calmarme, regular mi respiración, encauzar mis pensamientos. Pasé saliva, enfoqué el suelo y erguí el torso lentamente. Dioses, estaba agotado. Deslicé la mirada a mi padre, al cuerpo de la mujer zorro, del hombre junto a Kawa, y me puse en pie. Al acercarme a Byakko comprobé que estaba respirando y quise volver a llorar, pero no me lo permití.

—Enterraremos a estos hombres, a la yokai también —anuncié, y miré a la niña albina—. ¿Nos permitirías ayudarte? Dejar que Yume trate tus heridas, también.

No pretendía subestimar su fuerza, pero seguía siendo una pequeña y de nuestro lado había varios hombres capaces de cavar tumbas profundas. Con eso a un lado, fruncí el ceño un poco de repente y chasqueé la lengua, arrastrando una mano por mi cabello, conflictuado.

—Era el Onmyoji del Emperador —musité, esforzándome por atar cabos, e intenté que el dolor no se me filtrara en la voz—. Era el Onmyoji del Emperador y esas personas nos vieron, quienes sea que fueran. Volvían a Kioto a reportárselo. Esto es grave, tenemos que... Los demás se desviaron a Aichi, a Nagoya, estamos a un día de viaje de distancia.

Racionalizando las emociones.

—Iban a ver a Takeda. Tenemos que informar de la situación y...

Como siempre.

—Takeda tiene que saberlo.