Explícito XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Zireael, 23 Agosto 2020.

Cargando...
  1. Threadmarks: XL. The Page of Cups x The Four of Cups
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    4603
    Tenía esto empezado hace días, pero lo he estado intercalando con el capi de Searching for that power that don’t exist (que sigo sin terminar jsjsj) y ya ayer y hoy me decidí a escribir lo que faltaba. Era algo que tenía pensado desde que pensé en meter a Rowan y a Tora como dúo.

    Es canon para el background de ambos y para no volver a pasar la penuria de cuando hice la entrada de blog, los eventos corresponden a noviembre de 2016. Narra Rowan.





    I'm only human, but I'm afraid
    I may never learn from all my mistakes.
    Don't know what I'm doin', but that's okay
    'cause I like it that way.

    .
    No God, no religion
    just bad, bad decisions.

    .
    Bitter ends to the nights,
    I'm along for the ride.
    Out of breath, out of time.
    Everything has a price.



    XL
    [​IMG]
    The Page of Cups
    x
    The Four of Cups

    . Blockage . Expansion . Intuition .


    | Rowan Ikari |
    | Torahiko Sakai |

    *

    *

    *

    Los catorce años de Tora sin duda habían sido una montaña rusa del desastre, tengo presente que fue mi compañero de clase por entonces aunque ya lo tenía visto y el chico quedaba debiendo muchísimo en el campo de la regulación de impulsos. El asunto era tan jodido que la tutora, poco después de iniciado noviembre, no tuvo más remedio que asignarle un lazarillo al hijo de puta para que se quedara quieto o esa fue su intención.

    El mocoso, desde que entró a la escuela, armaba una bronca dos veces por ciclo lectivo, mínimo, una empezando y otra cerrando como para dar inicio a las vacaciones por todo lo alto. El embrollo pasaba por peleas verbales, insultos que sabía el niño no podía haber escuchado de sus padres, unos médicos reconocidos, hasta encontronazos físicos que hacían que alguien siempre terminara sangrando, no necesariamente él. Recuerdo que el problema que inició todo el asunto del lazarillo fue que le abrió la frente a un compañero con una piedra, de esas que ponían en las macetas de las plantas de los pasillos. El puto loco se la lanzó con una precisión de miedo, sin motivo real, y le rajó la cara al pobre desafortunado.

    Al herido lo llevaron a la enfermería, pero luego lo tuvieron que trasladar a emergencias para que le metieran puntadas y la profesora que lo había traído, una joven que recién entraba a dar clases como sustituta, no pudo hacer más que llamar a la tutora del grupo. Yo, para variar, estaba descansando en la enfermería porque había pasado mala noche con los dolores y tal.

    Me dio corte escuchar una conversación de profes, porque ambas se quedaron allí hablando como si eso fuese su salón, así que me enderecé de la camilla como pude, le agradecí a la enfermera en voz baja y cuando estaba por salir la tutora me llamó con firmeza.

    —Ikari-kun. —Apenas escuché su voz giré el cuerpo e hice una reverencia, educado como era—. Ubicas a Sakai, tu compañero de curso, ¿verdad?

    —Sí, profesora.

    —Sé que tienes problemas de salud y sueles faltar a clases, pero eres un poco mayor que los demás. Si te encargo que lo vigiles, ¿crees poder hacerlo?

    Era enfermizo, no estúpido, y por los rumores que corrían sabía que Sakai era atendido por la orientadora de la escuela, supuestamente también por un psicólogo externo y vete a saber qué más. Algunos hasta decían que a Sakai lo veía un loquero, un psiquiatra, vaya. Lo que fuese que estuviesen haciendo no parecía servir, eso cabía señalarlo, y a sabiendas de eso la tutora quería probar su last resort, lo entendí cosa de un año después.

    Pretendía socializar a Torahiko con solo la supervisión de sus pares, en vista de que parecía incapaz de escuchar a los adultos.

    En ese momento parpadeé lentamente, como que la idea no me alcanzó el cerebro agotado, pero la tutora esperó por mi respuesta un rato. Al ver que me estaba costando lo suyo tomó aire, recordó que había llegado casi a la hora del receso y me tuvo algo de piedad.

    —Eres un buen estudiante a pesar de tus dificultades. Tienes buenas notas, tus compañeros simpatizan contigo y pareces guiar al grupo en cierta medida, siento que es algo que le vendría bien a Sakai.

    —¿Quiere que me haga su amigo? —pregunté, dudoso.

    —No te estoy exigiendo tanto, es un estudiante difícil. Solo permanece cerca de él, ve cómo se comporta, trata de evitar que se meta en demasiados problemas y si pasa algo fuera de lo normal me lo comentas.

    A mí me parecía que eso era incluso más difícil que pedirme que me hiciese amigo suyo, quería que lo vigilara como si fuese un policía y pegara el chivatazo apenas el chico diera señales de salirse de control. No tendía a esperar lo peor de las personas, pero Torahiko entraba en la categoría de matón prácticamente sin escalas y por muy líder y buen estudiante que yo fuese él simplemente no iba a confiar en mí de buenas a primeras. Ya de por sí no hacía amigos porque los otros le tenían miedo, que yo llegara de la nada a acercarme en el segundo semestre iba a ser extraño por demás y si el chico era receloso, no tenía muchas esperanzas.

    Por entonces todavía tenía difusos mis propios límites, años más tarde supe que si la profesora me hubiera pedido eso con dieciséis o diecisiete me habría negado, pero en ese momento accedí. Sonaba a misión imposible, pero acepté para que ella me dejara en paz y no me quedó más que cumplir con mi palabra.

    —¡Ve a joder a alguien más, Rojo! —Fue lo que me soltó Sakai en mi primera aproximación.

    ¿Qué hice? Literalmente le pregunté si necesitaba ayuda con el trabajo en clase de inglés, el desgraciado llevaba mirando el cuaderno diez minutos sin hacer nada y tenía el ceño fruncido, no avanzaba un carajo. Si acaso me dejó terminar la frase cuando me calló y la profesora, que ya había sido informada por la tutora de mi… trabajo, intercambió la vista entre ambos con cierta ansiedad.

    Torahiko había vuelto sobre su cuaderno enfurruñado, con las facciones aún más contraídas. El cabello azabache, medio largo, siguió el movimiento de su cuerpo y se desparramó hacia el frente. Sus ojos de ese amarillo apagado, terroso, recorrieron las palabras sin leerlas realmente y yo suspiré.

    —Puedes leer I am como ser o como estar, depende —dije en voz baja regresando a mi propio cuaderno.

    —¿No te dije que jodieras a otro? —apañó con agresividad y lo que dijo después lo hizo entre dientes—. ¿Qué vas a saber tú?

    —Mi mamá habla inglés.

    Fue lo único extra que le dije, el chiquillo volvió a refunfuñar pero pasados un par de minutos, cuando estimó que había dejado de prestarle atención, lo vi hacer unas anotaciones en su cuaderno. El resto de la clase se la pasó viendo moscas una mayoría del tiempo, aunque de vez en cuando tomaba apuntes y corregía algunas cosas.

    Cuando la campana del receso sonó, se levantó de su asiento y salió de la clase hacia vete a saber dónde. Dejé que pasaran unos minutos, pretendí concentrarme en mi almuerzo mientras tanto y cuando solo quedaban un par de compañeros en el salón me levanté de mi pupitre para husmear el de Sakai, que estaba en la fila de al lado. Había zambullido el cuaderno en la parte de abajo, así que lo tomé y busqué lo último que tenía escrito, lo que descubrí fue la primera señal de que Torahiko era capaz de escuchar y no era solo un cabeza hueca jugando al matón.

    I am.

    No solo significa yo soy.

    Puede entenderse como estoy.

    Deslicé los dedos con cuidado sobre los trazos en japonés, confundido al pensar en que este chico era el mismo que le había rajado la frente a uno de nuestros compañeros. Lo habían suspendido una semana en consecuencia, pero este era su primer día de regreso y me pregunté si esa actitud en apariencia abierta estaba relacionada con eso.

    En cualquier caso, mis intentos siguieron siendo en vano en la mayoría de casos. En mi figura parecía haber algo que él se forzaba a rechazar, cauteloso como luego me daría cuenta que era por naturaleza, y solo aceptaba mis colaboraciones ocasionales con inglés, ni más ni menos. Todavía faltaba el punto de inflexión, el momento en que se daría cuenta que en mí no encontraría solo un líder con la cabeza llena de aire.

    Debía darse cuenta de que sería su cómplice en tanto supiese escucharme.

    —¿Cómo vas vigilando a Sakai, Ikari-kun?

    Esa fue la pregunta que me hizo la tutora una semana más tarde luego de citarme en la sala de profesores. Era una mujer de unos cuarenta y tantos, seria y recta, al menos a mí me lo parecía. A pesar de que el tono de su voz tenía pocas variantes, no me pareció una exigencia y por consecuencia no me vi forzado a mentirle.

    —Mal. Me rechaza siempre, es… como si imaginara que me estoy acercando a él para conseguir algo.

    —Sakai ha demostrado tener problemas con las figuras de autoridad, pero no creía que se extrapolara a sus compañeros de clase. Eso va a dificultarlo todo, como siempre, no le gusta escuchar a los demás.

    —Me escuchó una vez —añadí casi encima de sus palabras y ella me observó entre confundida e incrédula—. Le di un empujón con inglés, me escuchó cuando le dije que sabía hablarlo por mi madre. Desde entonces si le comento algo pretende no hacerme caso, pero lo anota en su cuaderno. Lo anota siempre, lo he revisado durante el almuerzo.

    Era bueno siguiendo órdenes, ¿no? Había estado pendiente del chico, como un espía.

    Una mano invisible me movía y yo fingía ser el líder.

    Haría eso mismo a mis dieciocho años, junto a Tora.


    Parecía una tontería, pero la profesora le dio al asunto la importancia del caso y luego de debatirse mentalmente unos minutos asintió sin decir una palabra. Se veía que había dudado sobre mantener el pedido que me había hecho, pero al final optó por dejarlo como estaba y me dijo que me fuese a casa.

    Cualquiera habría pensando que luego de la suspensión Sakai iba a estarse quieto el resto del año escolar, pero el martes de la semana siguiente todo se fue por la borda, aunque técnicamente él no lo inició, no en ese momento. La verdad era que para ser tan problemático había tenido pocas consecuencias, ya no desde la institución, sino de los demás chicos y chicas.

    A la hora del almuerzo dejé la clase para ir a la cafetería, solo quise cambiar de escenario y ya. Tomé el almuerzo que me había empacado mi padre, hice una parada para comprarme algo de tomar en la expendedora y al llegar a la cafetería ubiqué un grupo de compañeros así que me senté con ellos. No había dado el primer bocado cuando el desastre inició sin avisó alguno, literalmente estalló de la nada.

    El chico de las puntadas en la frente, la última víctima de Torahiko, se le lanzó encima a su agresor y le dejó ir una primera hostia en la cara. El sonido del cuerpo de Sakai al irse al suelo, así como el del golpe como tal, hicieron eco en el espacio y pronto una rueda de personas se había reunido a su alrededor para observar el conflicto como si fuese una película, una en la que claramente el protagonista era el de la frente remendada porque le estaba dando una paliza al otro imbécil, bien merecida claro.

    A pesar de todo, me habían encargado a Don Problemas y apenas entendí que él no había iniciado la pelea, pero que además por el hecho de que lo habían golpeado de repente llevaba las de perder, el cuerpo me reaccionó solo. Me levanté de la mesa para acercarme a la rueda de idiotas, tuve que sacar a más de uno del camino de un empujón y cuando por fin alcancé el centro del círculo el ruido de los golpes se revolvió con las voces.

    Ikari, ¡pon a Sakai en su lugar tú también!

    ¿Te piensas que puedes detenerlos?

    ¡Pelea, vamos!

    ¡Sakai es un hijo de puta!

    ¿Entonces por qué tomaba apuntes de lo que le decía?

    Hasta la fecha no tengo claro porqué me molestaron esos comentarios, no tengo la mínima idea, pero el chispazo de furia solo sirvió para que hiciera lo que ya tenía pensado con algo más de agresividad. No me gustaba tener que acudir a eso, tener que comportarme de esa manera, pero entendía que a veces era necesario.

    La violencia a veces era una herramienta para detenerse a sí misma.

    A como pude me le fui encima al que estaba apaleando a Sakai, conseguí pescarlo por el uniforme, tiré con toda la fuerza del cuerpo para empujarlo hacia atrás y me colé en el espacio entre ambos. El otro pretendió volver a lanzarse sobre Torahiko, pero le encajé un golpe en el centro del pecho que lo obligó a regresar a su lugar.

    —¡No te metas! ¡Por culpa del imbécil parezco el puto Harry Potter! —gritó vuelto una furia.

    —Pues compra la varita y deja de estar dando por culo. A Sakai ya lo castigaron por lo que te hizo, ¿quieres irte suspendido también solo porque sí? —espeté con algo más de agresividad de la que me hubiese gustado y el otro trastabilló en su enfado—. ¡Qué te largues, cabrón! ¿La piedra te jodió el cerebro acaso? ¡Qué se larguen todos o voy a decir que nadie los detuvo!

    Tardó unos segundos, a toda la rueda le tomó un rato en procesarlo, pero acabaron dispersándose y me dejaron allí de pie con el pecho agitándose al ritmo irregular de mi respiración. Sakai seguía en el suelo, terriblemente callado, y cuando estaba por girarme en su dirección apareció una de las tutoras de nuestro grado vuelta una tromba.

    Pretendió avanzar hacia Torahiko de inmediato, pero yo ya tenía el sistema activado a tope y colé el cuerpo, interponiéndome entre ambos. Fue automático, no lo pensé hasta que los ojos confundidos de la profesora me encontraron y tuve que analizar mis propias acciones. Al hacerlo pude hilar palabras, también fui consciente que el resto se había apiñado cerca de la salida al patio, pero estaban callados.

    Ninguno iba a defenderlo y era comprensible.

    —No empezó él —dije con firmeza pero se me notaba tenso—. Sakai no estaba haciendo nada.

    La mujer me miró de arriba a bajo, también observó al golpeado que seguía en el suelo y se detuvo a pensar, al menos esa sensación me dio. Cuando terminó de ver la escena me miró, ordenó que lo llevara a la enfermería y que luego lo escoltara a la dirección, quisiera o no.

    Dicho eso se retiró dejándome solo con el otro, me giré por fin y desde el piso el vacío en los ojos de Tora me recibió por primera vez sin filtros de ninguna clase. Sus ojos amarillos me miraron sin verme en realidad, opacos, detrás del flequillo revuelto por el altercado y con un hilo de sangre brotando del labio roto por el primer golpe. Parecía intacto más allá de eso, así que imaginé que se había alcanzado a cubrir la cara con los brazos.

    —Te mandaron a vigilarme —soltó de la nada con el tono increíblemente monocorde y cuando abrí la boca para hablar me dejó con las palabras en el aire—, me di cuenta desde el día que me dijiste lo del I am. No me habías hablado en tu vida.

    No respondí, en su lugar estiré la mano en su dirección aunque creí que me mandaría a la mierda. Me observó largo y tendido, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo o algo, pero luego de observar al resto que no había dicho nada volvió los ojos a mí y aceptó mi mano para levantarse.

    Tiré de él para ayudarlo a enderezarse y lo solté apenas estuvo en pie, pero le señalé la puerta al pasillo con un movimiento de cabeza. El crío atendió a la señal, repentinamente dócil, y lo escolté a la enfermería donde nos recibió la encargada quien apenas vio al chico se acercó para revisarlo pero él se apartó con brusquedad.

    —No me toque —siseó y siguió avanzando—, puedo cuidarme solo.

    La enfermera me miró con preocupación, me encogí de hombros y esperé en la puerta con los ojos puestos en la espalda de Sakai. La mujer trasteó entre las cosas en silencio, consiguió un paquete de gasa y la botella de agua oxigenada y me extendió ambos. Vete a saber si fue una corazonada de trabajadora de la salud, pero confió en que el chico me dejaría acercarme y me dijo que si la necesitaba estaría afuera junto a la puerta.

    Sakai se sentó en la camilla de mala gana, se limpió la sangre con la manga del gakuran y bufó como un toro cabreado. Me acerqué sin decir media palabra, abrí la botella de agua oxigenada, saqué una gasa del paquete y dudé, pero en un impulso extraño le coloqué la tela humedecida sobre los labios. En consecuencia noté que una tensión inmensa se proyectó en su cuerpo, horrible, pero no se apartó y en su lugar tomó él la gasa apartándome sin ser brusco. La tela pasó de blanco a rosado en unos segundos.

    —No sabía que pudieras alzar tanto la voz, Rojo —murmuró con la voz contenida por la tela—. El resto se calló apenas le subiste dos rayas al volumen.

    —Cuando el amigo de todos grita, la rueda cambia de dirección —respondí como si nada y suspiré—. Ahí no te iba a defender ni tu mamá, pero si no empezaste tú había que decirlo.

    —Pudiste dejar al imbécil llevarse su venganza y ya, incluso pudiste mentir diciendo que yo lo provoqué.

    —Ser un tibio de mierda no es uno de mis talentos, aunque lo parezca —añadí incluso si no me estaba pidiendo explicaciones ni nada por el estilo—. Te merecías los golpes, tampoco te emociones.

    —Eres el poli bueno —resolvió de la nada, serio—. Pues ya está, a la dirección entonces.

    —Pon cara de perro mojado al llegar —dije cuando estuvo unos pasos lejos de mí y cuando se giró para mirarme noté su confusión—. Vas a poner cara de perro mojado, ¿me escuchas? Ya te tienen fichado y no van a creerte una mierda, me da igual, pero dejaré que el estúpido de Harry Potter se lleve parte de su venganza. Vas a decir que yo te golpeé y yo diré que fue porque me molestaba lo que le habías hecho al otro chico.

    —Tienes las manos sanas —dijo luego de apartarse la gasa de la boca y echarle un vistazo, el sangrado de la herida del labio parecía haberse detenido—. No te van a creer nada, Rojo.

    Suspiré con cierto hastío, comencé avanzar y al pasar a su lado le arrebaté la tela manchada de la mano ante lo que él frunció el ceño, mientras salía la envolví alrededor de los nudillos de mi mano dominante y eché a andar por el pasillo sin siquiera mirar a la enfermera que estaba apostada junto a la puerta. Sakai me siguió los pasos, guardó silencio y pronto estuvimos en la dirección, ya el receso había terminado para entonces. Quizás debió darme asco la sangre ajena, pero la verdad fue que no.

    Por demás, la cara de cordero a medio morir que se puso el imbécil fue de antología.

    Todo el rato mantuve el nudillo envuelto visible, el director nos observó y luego de un sermón de que ese comportamiento no era propio de mí, que entendía que me molestara lo que Sakai le había hecho a alguien más y no sé qué, todo para terminar en que que deberían llamar a mi casa y nos dejaran ir sin más. Era mi único incidente en el expediente, me dejaron ir con una advertencia, ¿el otro chico habría corrido la misma suerte? Quién sabe, pero era un paso hacia la nueva versión que se formaría de Torahiko.

    Una capaz de acoplarse al mundo en el que no parecía tener cabida.

    Cuando salimos arrojé la gasa en el primer tacho de basura que encontré, Sakai regresó a su expresión neutral y se detuvo a mitad del pasillo. Notarlo hizo que dejara de caminar unos pasos más allá, para inmediatamente después voltearme en su dirección.

    —Sigues con la respiración en la mierda aunque pasó rato, ¿es cierto entonces? Cuando faltas a clase por los pasillos se oye que eres… de complexión delicada —preguntó sin venir a cuento.

    La pregunta me vino en gracia, solté una risa por la nariz y luego de tomar aire asentí con la cabeza. Le contesté sin molestia ni nada, pues era la verdad.

    —Desde que entré a la adolescencia o poco antes mi cuerpo colapsó, dicen que quizás es de familia. Tengo dolores en músculos, articulaciones y huesos de forma crónica, pero empeora por períodos sea por estrés o cualquier tontería, al menos eso dicen los médicos.

    —Ah.

    Qué escueto, Dios mío, era un burro social.

    —¿Y es cierto lo tuyo? —pregunté porque no me apetecía ser el único interrogado—. Dicen que te mandan al loquero.

    —¿Lo del psiquiatra y el psicólogo? Sí, es cierto, desde hace años. A mis padres les preocupaba que era, ¿cómo dicen? Cruel sin motivo —completó con una sencillez que me pareció antinatural mientras volvíamos a caminar hacia nuestra clase—. Desde los nueve años.

    —¿Y sirve?

    —No pensé en el resultado de aventarle una piedra a alguien, ¿te parece que sirva? —respondió de inmediato, de hecho la forma en que lo formuló me recordó un poco a la manera en que los psicólogos hacían ciertas preguntas, como en espejo—. No me gusta hablar con desconocidos o que hablen de mí con desconocidos, yo qué sé. ¿Cómo le dicen los loqueros? ¿Resistencia? Bah, eso.

    Lo cierto era que no veía a este chico capaz de sentarse una hora a hablar con un profesional de la salud, incluso si llevaba años en seguimiento, era posible que hubiese aflojado algunas restricciones y otras solo se hubiesen acentuado. Era desafiante, poco comprensivo y bestia para socializar, pero en esencia me daba la sensación de que no era capaz de formar lazos que no fuesen hostiles. Bajo esa lógica todos éramos enemigos para él, porque desde que tenía uso de razón lo habían metido en un cuarto con una mesa o un sillón bajo el razonamiento de “Este chico tiene algo mal”.

    ¿Era verdaderamente consciente él de sus rupturas?

    ¿Sus síntomas?

    ¿Sus errores de código?

    ¿Pensaba que no había nada mal con él?

    ¿Qué era todo un invento de adultos inconformes?

    ¿Se creía roto de forma irreparable?

    ¿Alguien lo había defendido alguna vez?


    Al pensar en todo eso detuve mis pasos apenas unos metros antes de la puerta del salón de clase, no supe si asustarme ante la afirmación de que era cruel sin motivo, sentir lástima por él o preocuparme porque en medio de su caos parecía estúpidamente solo. Todo lo que Tora había tenido desde su nacimiento hasta los catorce años era un par de padres angustiados y una comitiva de doctores a su alrededor; la angustia paternal podía asociarse al amor, la escucha de un psicólogo podía emparentarse a tener un amigo, pero estaba en un mundo de adultos viendo a todos sus pares como amenazas.

    Peor aún, en ese momento todavía no sabía que había sido adoptado por los Sakai a sus ocho años, luego de pasar tres años de su vida en el sistema y los cinco primeros bajo el cuidado de un hermano mayor adicto. Era normal que el crío no tuviese herramientas para procesar emociones, que no entendiera la crueldad como tal y no pudiera hacer asociaciones entre las acciones y sus consecuencias, como si todo estuviese desarticulado.

    —Hagamos un trato —murmuré desde mi posición sin girarme para verlo, pues él se había detenido algunos pasos detrás de mí.

    —¿Qué dices, Rojo?

    —Tú tienes la cabeza descompuesta o eso dicen —comencé sin prisa, tranquilo—, a mí el cuerpo no me sirve como quisiera. Puedo ayudarte con el embrollo de la incomodidad con el loquero y tú, bueno, no puedes prestarme tu cuerpo. Supongo que vale con que seamos amigos.

    —Ni que fuese una fusión del Dragon Ball, estúpido —argumentó el otro de mala gana.

    —Tomé la culpa de alguien más, ¿piensas que soy peligroso o algo? ¿Qué te voy a morder? Quise ayudarte, con lo de inglés y aquí, luego de que te dieran una paliza. Dame una oportunidad, Sakai, y verás que podemos ser amigos.

    Cómplices era la palabra que estaba buscando.

    El ruido que le había arrojado sobre la cabeza el hecho de que tomara la culpa del otro chico y que no me inventara que él había comenzado había sido suficiente para descuadrarle algunos esquemas. En su mundo de adultos asustados, doctores cansados y emociones que no podía comprender algo se desajustó, mi decisión había bastado para girar la tuerca y confundirlo.

    Ese sería el siguiente paso en el crecimiento de Tora.

    Cuando terminé de decir eso volteé el cuerpo para mirarlo, el mocoso estaba estaqueado unos pasos más allá con una cara de confusión increíble. Era jodido verlo de esa manera, pero el chico tenía arraigado en el cuerpo un único sentimiento: deuda. No se trataba solo de mí, sentía que le debía algo a los Sakai por tomarlo como hijo suyo aunque ya estaba entrando en la zona de “niños mayores”, esos a los que nadie adopta, pero en ese momento ambos eventos se mezclaron.

    Los Sakai lo habían aceptado en su familia.

    Yo lo estaba aceptando como mi amigo.

    Dudó, todo su cuerpo volvió a tensarse, pero luego de luchar con sus propias resistencias, como ya las había llamado, consumió la distancia que nos separaba y estrechó mi mano. El recuerdo de ese momento lo tengo impreso en la memoria hasta la fecha, de hecho me llega a la mente de vez en cuando como un recordatorio de que Torahiko es capaz de sentir, que su mirada vacía puede reflejar algo. En el instante en que estrechó mi mano, aceptando el trato, reparé en su cabello negro, los gestos confusos y el amarillo arenoso de sus ojillos de tigre.

    Fue la única vez que noté miedo real en sus facciones.
     
  2. Threadmarks: XLI. The Magician x The Moon
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    3210
    Este fic lo tenía empezado y terminado hace semanas, pero entre mis ansiedades y weas nunca me senté a revisarlo bien para publicarlo. En cualquier caso, guardé el vídeo que lo inició que fue este.

    Super contexto que nadie pidió, like always (?) A principios de año hice dos voluntariados con mi universidad, uno en un parque nacional donde se trabajaba durante el día y el otro con una organización de monitoreo de anidación de tortugas marinas, en este se trabaja casi solo de noche. Salíamos cada día a las 8 de la noche y volvíamos entre las 12 y las 2 de la madrugada. Recorríamos la playa, trabajábamos con los animales y a veces, mientras esperábamos que una tortuga hiciera su nido, nos sentábamos a unos 25 metros de la orilla del mar, observábamos a las tortugas salir del agua, veíamos las estrellas fugaces, las olas y si teníamos suerte veíamos la bioluminiscencia cuando rompían en la orilla. Solo me di cuenta de lo mucho que conecté con esa oscuridad, con el oleaje y el cielo cargado de estrellas cuando meses más tarde, en un viaje con mi familia, volví a ver la playa de noche sin una sola persona en ella.

    Deseé irme, caminar hasta perder las luces del hotel y sentarme allí en la arena fría otra vez en un lugar donde solo me alcanzara el ruido las olas, el de la línea de bosque y nada más. Había paz allí, una paz inmensa que en ese momento, en las primeras semanas del año, necesitaba con desesperación. Cuando encontré el vídeo que inició el fic supe que sentía el mismo llamado que debía sentir Altan. En fin, que me quedé dando vueltas allí y luego me siguieron saliendo más vídeos del mar, así que no pude salir, para variar (?)

    Gigi Blanche nobleza obliga, obviously. Tengo un huevo de tiempo, años sin exagerar (?) sin escribir nada de los niños y bueno, en general la ida de olla del otro fic me ha ayudado un poco a lidiar con mi embrollo mental de escribir con otros personajes que no sean míos, así que aquí estoy. Tampoco voy a soltar una confesión de pecados, pa qué.

    No sé si lo dejé claro en el fic como tal, pero esto es otro what if inmenso y se supone que pasa por lo menos un año y medio después de los eventos actuales. Pa cerrar, también quiero decir el post tuyo con Annita en el salón de actos me terminó de impulsar (no lo leí completo oh god, recién me acuerdo), pues porque para la gracia ya había escrito todo el fic con la canción que pusiste. Anyways, aprovecho el espacio publicitario para decir que igual si te overwhelmeo o algo solo pasa de mi existencia AJSHJE que soy de venirme mucho encima con ciertas cosas cuando siento el mínimo de confianza, I know that, pero en el fondo siento que todos escribimos para nosotros mismos también y no quería que el fic se me quedara en el tintero como me pasó con otros muchas veces.

    Also me quedó mucho más corto que mi promedio usual de palabras en los fics pero don't mind me. No sé muy bien por qué, pero me dio The Moon vibes en vez de The Judgment, no hay tren de pensamiento particular para esa decisión. Se me fueron la mitad de las palabras del fic en la intro oof




    Oh, I hope some day I'll make it out of here,
    even if it takes all night or a hundred years.
    Need a place to hide, but I can't find one near.
    Wanna feel alive, outside I can't fight my fear.

    .
    Isn't it lovely, all alone?
    Heart made of glass, my mind of stone.
    Tear me to pieces, skin to bone.
    Hello, welcome home.



    XLI
    [​IMG]
    The Magician
    x
    The Moon

    . Intuition . Manifestation . Unconscious .


    | Altan Sonnen |
    | Anna Hiradaira |

    *

    *

    *

    La brisa que soplaba desde el océano olía a sal, estaba húmeda y fría porque traía consigo la bruma marina, pero el sonido de las olas rompiendo en la orilla era ruido blanco, un arrullo y una suerte de martirio a la vez. En lo alto del cielo se alzaba la luna llena, con su brillo helado, iluminando la espuma blanca que provocaba el oleaje y la superficie del agua, lanzando reflejos de regreso al firmamento. Era oscuro, se sentía vacío y a la vez algo allí, en esa inmensidad y ese frío, me llamaba poderosamente.

    Era la sensación que arrastraba desde que tenía uso de razón.

    El viento enviaba el sonido hacia mi espalda, me alborotaba apenas el cabello alrededor de las orejas distrayéndome de los alrededores. A pesar de eso sentí la presencia a mi espalda, familiar, y mantuve los ojos puestos en el océano mientras ella se acercaba con movimientos livianos. Era como si una brisa contraria la arrastrara hacia mí.

    No necesitaba voltear para imaginarla. La arena húmeda comprimiéndose bajo sus pies descalzos, sus pisadas vaporosas, su silueta lanzando una sombra alargada bajo el brillo de la luna y su cabello negro ondeando según los mandatos de la brisa, tan erráticos como habíamos sido nosotros mismos. Bajo esa luz de luna el cuarzo de sus ojos recordaba a los tonos de las nebulosas en el espacio, intenso, lo había notado al inicio de la primera noche e incluso antes, en mis dieciocho años, cuando sus ojos resaltaron en el gris del mundo.

    Sus manos me alcanzaron desde atrás, rodearon mi torso y se colaron suavemente bajo la camiseta que me había puesto para dormir. Sentí que presionaba la mejilla contra mi espalda a la vez que me dedicaba caricias suaves en el abdomen y alcé las manos para encontrar las suyas por encima de la tela, distraído todavía en el paisaje negro y blanco que teníamos al frente.

    Las pequeñas cabañas que mis padres se habían permitido en un hueco de vacaciones eran modestas, al menos en mis estándares, y habían invitado Anna apenas las descubrieron sin una pizca de duda. De por sí la adoraban y saber que podía venir con nosotros los hizo estúpidamente felices, bueno, nos hizo felices a los tres.

    El punto era que el lugar nos daba acceso a una playa preciosa, pequeña pero pero de aguas cristalinas y con un oleaje moderado, sin corrientes peligrosas. Se habían molestado en alejar la luz artificial de la línea de la costa con el fin de no perturbar a ningún animal que transitara por allí y eso no hacía más que acentuar el vacío que de por sí transmitía el mar apenas oscurecía. Era nuestra tercera noche allí, la segunda que llevaba levantándome a mitad de la madrugada y acercándome a la playa lo suficiente para poder sentir la arena húmeda.

    El agua me atraía como una polilla a la luz.

    —¿Otra vez no puedes dormir? —preguntó desde su posición, apenas lo bastante alto para que su voz no fuese arrastrada lejos de mí por el viento.

    —Lamento si te desperté anoche también, cielo —respondí tranquilo a pesar de todo.

    Sus manos estaban tibias, eran pequeñas y sus caricias se me antojaban reconfortantes. De alguna manera su tacto era un ancla, lo era desde hace más de un año, porque si había algo que me mantenía sujeto y evitaba que me alejara mar adentro era Anna. Quizás era más acertado llamarla faro, estaba siempre en la orilla, recordándome dónde estaba la línea de tierra firme.

    Puede que no fuésemos más que caras contrarias de la misma cosa, de una moneda oxidada por el tiempo. El atardecer de esa tarde había pintado el cielo de fuego, con ello el agua, y fue cuando lo pensé, que éramos iguales a nuestra propia manera. Anna tenía un montón de fuego consigo desde que recordaba, se movía a velocidad, era volátil y emocional; en la misma línea corría mi carácter, temperamental, pero de una naturaleza mucho más fría y racional incluso dentro de ese caos. Nos balanceábamos, chocábamos y colocábamos pilares bajo el otro para no caer por nuestro propio peso, al ceder al poder de nuestras fuerzas.

    —¿No la estás pasando bien, Al? —Quizás intentó modularlo, pero una cuota de ansiedad se le coló en la voz y hundió el rostro en mi espalda.

    Love —la llamé, suave, y ella soltó el aire contenido—, ¿cómo no voy a estar pasándola bien contigo?

    Era una pregunta con dos lados, me di cuenta después, porque podía referirse solo a si no estaba disfrutando las vacaciones o si no estaba teniendo un buen momento. Anna sabía del puto mundo gris, al hecho de que seguía resistiéndome a la idea de mencionárselo a mis padres y trataba de funcionar en la vida así, con un filtro descompuesto sobre los ojos. Sonaba estúpido, pero solo saber que ella conocía de eso me ayudaba a procesarlo de diferente forma y aunque pareciera poco a mí me consolaba. Me sentía menos solo y perdido.

    De la manera que fuese, cuando le pillé el doble sentido a la pregunta suspiré con cierta pesadez y saqué sus manos de debajo de la camiseta, despacio, para arrastrarlas junto a las mías hasta mi pecho. Ahí me las arreglé para entrelazar nuestros dedos, presioné apenas y seguí con los ojos clavados en la espuma de las olas reventando metros más allá. La bruma marina llegó a nosotros unos segundos después, fría, y se nos pegó a la piel.

    —Escuchar el mar me hace querer verlo, es como… Me llama de alguna forma —comencé a hilar ideas—. No es nada en particular. No es un canto seductor, ni un delirio extraño de lanzarme allí de cabeza, es solo ruido que me atrae, el blanco y negro que conozco. Supongo es que como cuando pasas frente a un espejo en las tiendas o un vidrio reflectivo en la calle, no puedes evitar mirarte. Es un espejo y quiero ver qué refleja, porque nunca llegaré a ver el fondo.

    Anna se aflojó lentamente de mi agarre, la dejé ir apenas noté las intenciones y giró despacio hasta rodearme. Cuando estuvo frente a mí estiró las manos, me instó a bajar el rostro hacia ella y gracias a la luna pude detallar su rostro, sus siluetas, sus facciones y el brillo de sus ojos. La brisa le revolvió el cabello en mi dirección, interponiéndose en su rostro de tanto en tanto. Todo lo que me pasó por la cabeza en ese instante fue que era preciosa, que siempre lo había sido, y si había algo que me hacía feliz en medio de este mundo lleno de luces frías, de escalas de grises y agua era ella. Como acababa de pensar, era mi ancla en el fondo del mar pero también el faro en la costa, era mi compañera y le agradecía cada minuto que pasaba a mi lado, la paciencia que me tenía.

    —El océano refleja el atardecer —dijo en voz baja ahora que el viento arrastraba el sonido directo hacia mí y me acarició las mejillas mientras hablaba—, el amanecer, las nubes y los pájaros. Si un día el agua no está tan revuelta puedes ver el fondo no muy lejos de la orilla y hay un montón de cosas allí. No solo vacío y blanco y negro. ¿Qué piensas al mirar el agua, amor?

    El apelativo lo había dicho en español, sonó tan cálido, me supo tanto a casa que por un segundo olvidé todo mi embrollo de haber venido a mirar el mar de noche. Cerré los ojos, relajé el rostro en dirección a sus manos y suspiré, porque aunque no entendía la mitad de las cosas que me decía cuando hablaba en su lengua materna, sí que tenía memorizados los apelativos, sobre todo ese que sonaba parecido al italiano, y el tono de su voz al usarlos porque me hacía sentir querido. Porque le había pedido que me amara y escucharla llamarme así me daba la certeza de que lo hacía.

    —Los cuerpos de agua son violentos, desconocidos y peligrosos de noche —resolví en dos segundos, a ella se le soltó una risa resignada que me hizo abrir los ojos para mirarla, pero no detuvo sus caricias.

    Habíamos tenido tantas versiones diferentes de la misma conversación fuese de su lado o desde el mío que quizás debería volverse tedioso, pero siempre que volvíamos al tema lo resolvíamos con paciencia. No le teníamos la misma paciencia al resto del mundo, claro, era una desventaja en muchos casos pero tampoco me parecía un pecado capital. Éramos seres imperfectos como cualquier otro.

    —Y la vida proviene del agua que ves con tanto interés y recelo —añadió, pellizcándome suavemente las mejillas—. Al final la naturaleza es como la gente, ¿no crees, cielo? Todo depende de su humor en ese día e incluso del respeto que le guardes o no. Un elemento no es malo solo por ser, aprendí esas cosas contigo, niño genio.

    Tomé un montón de aire, inhalé profundamente la brisa marina llenándome los pulmones y me desperecé con suavidad del contacto de las manos de Anna. Primero se extrañó, se lo noté en el cuerpo, pero cuando la rodeé con los brazos se relajó y se enganchó a mi cuello para consolidar el abrazo; la separé del suelo, recibí su peso y la apretujé con algo de fuerza, meciéndola suavemente.

    Había cerrado los ojos de nuevo, dejé de atender al océano, a la marea, el blanco y el negro y a la luna. Toda mi atención la absorbió el cuerpo de Anna, menudo entre mis brazos, y la calidez que me transmitía incluso en los momentos de mayor caos de nuestras vidas. Se había quedado cuando lloré frente a ella la primera vez en la enfermería del Sakura, había confiado en mí y me había contado sobre Fujiwara en un baño de la escuela, se había quedado escuchando sobre el río de sangre después y me había permitido amarla incluso antes de que me diera cuenta. Me había visto apaleado, se había puesto su vestido de princesa para mí y se había quedado, incluso si estaba asustada.

    Nos había unido el caos que a otros los habría destruido.

    El poder que poseíamos juntos era inmenso.

    Pasados unos segundos la bajé de nuevo, despacio, de forma que sus brazos se deslizaron por mis hombros y apenas tuvo algo de espacio la sentí moverse para buscar mis labios. Recibí el beso, lo correspondí y despegué las manos de su cuerpo para poder posarlas en sus mejillas, afianzando el contacto. Me separé de sus labios, la besé cerca de la comisura, luego en la nariz y después en la frente sobre el flequillo alborotado por el viento.

    Con cada uno se le fue escapando una risa liviana, tranquila, y quise pensar que con ello la ansiedad que le había escuchado antes se había disipado también como el vapor de agua. Sus manos encontraron mis brazos, al sujetarme cerró los ojos y suspiró profundamente.

    —¿Estás bien? —pregunté retrocediendo un poco pero sin apartar las manos de su rostro.

    —Lo estoy, amor. Me preocupaste nada más, piensas demasiado y hablas muy poco —contestó dedicándome caricias livianas.

    —Bueno, ¿a ti quién te mandó a liarte con el introvertido de tercero de por sí? —bromeé a la vez que me inclinaba para dejarle otro beso en los labios—. No vas a decirme que no sabías a lo que te enfrentabas.

    —No, ¿quién te manda a ti a seducirme por ahí? —soltó en su defensa, refunfuñando ligeramente y volvió a rodearme el cuello con los brazos—. En… ¡en los pasillos!

    No tenía sentido, ni siquiera lo había intentado y de repente habíamos terminado en un cuartucho oscuro haciendo cosas que no debían haber pasado en un espacio de la escuela para empezar, todo porque habíamos tenido una seguidilla de errores monumentales; si lo pensaba eso del cuarto oscuro no había sido más que un capricho. Sin embargo, lo cierto era que nos habíamos encontrado en medio de la penumbra, colisionamos, y desde entonces no concebíamos una forma diferente de ver nuestras vidas que habían colapsado para fusionarse.

    A veces las relaciones más importantes surgían así, de uniones que habían sucedido en momentos de confusión absoluta que luego cobraban sentido y parecían destinadas. Los hilos del mundo se entrelazaban, se tensaban y se aflojaban, pero se negaban a romperse; los que nos habían unido hace tiempo permanecían intactos, de hecho brillaban a nuestro alrededor bajo la luz de la luna, plateados, como fibras metálicas. Éramos el centro de nuestra propia telaraña.

    —¿En los pasillos? —pregunté en voz baja y antes de que pudiese contestarme la separé de la arena de nuevo, alzándola para girar sobre mí mismo y comenzar a alejarla de la playa—. ¿Vas a decirme que un día aparecí y te secuestré? Puedo hacerlo ahora.

    Un sonido de sorpresa se le escapó de la garganta, pero pronto se transformó en una risa cristalina, infantil, y se revolvió entre mis brazos sin fuerza real. Dijo algo, como que sí la había secuestrado nada más, pero se le mezcló con la risa que se me contagió no mucho después y básicamente me la eché al hombro.

    El sonido del mar, el ruido blanco, se desvaneció desde la primera risa que soltó y mientras me la llevaba a cuestas dándole la espalda al agua volví a pensar en el fuego del cielo en el atardecer. Con esa luz, con esos tonos y esa calidez el sonido del agua no me había llamado, no tenía nada que decirme que no estuviese escrito ya en los colores que reflejaba como un espejo, unos que no le pertenecían pero con los que se fundía perfectamente.

    Con la compañía perfecta incluso los elementos más indómitos podían ser preciosos, lo sabía y si se me ocurría olvidarlo la voz de Anna, su risa y el amor que me brindaba eran capaces de recordármelo. Quería creer que cuando ella no encontraba en su fuego otra cosa que destrucción y culpa, que olor a quemado y cenizas, yo podía hacer algo parecido por ella. Que la podía ayudar a barrer los escombros, sacudir y volver a encender una fogata que le recordara que sin fuego la civilización humana no habría avanzado.

    Era el trato que habíamos firmado. Guiarnos el uno al otro cada vez que fuese necesario.
     
    • Ganador Ganador x 1
  3. Threadmarks: XLII. The Strength (Cay)
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    4313
    Y sigue la fiesta de fics que tenía archivados (?) Este sí tenía la intención de terminarlo porque es parte de eventos lowkey importantes en el *brillitos* lore *brillitos*, pero pues me acuerdo de haberlo dejado en los primeros párrafos y nunca seguirlo. Corresponde a la perspectiva de Cayden de los eventos de este fic, que ocurre la noche del 20 de mayo.

    Me pasó lo mismo que con el capítulo en la otra colección, que no tengo ni idea de con qué canción lo empecé a escribir así que tuve que buscar otra y terminé en Unlike Pluto porque no conozco la variedad :D (?

    El fic lo tuve tanto tiempo pausado que al final me dio tiempo de arrastrarme a otro personaje al Gakkouverse, para sorpresa de nadie. He tenido varias ideas para incluirla más, pero de momento esta fue la excusa perfecta solo para traerla aquí. El resto se verá con el tiempo I guess.

    No tengo más anotaciones, así que aquí queda.




    One more time like I did before,
    all my friends let me hit the floor.
    Wreck my life, even up the score.
    Escape the reality I pay for.

    .
    I’m addicted to toxic people in my life.
    The more I try to escape them,
    the more they tell me I need them.

    .
    What they don’t see is that I’ll self destruct.
    XLII
    [​IMG]
    The Strength
    .
    ANGER . WEAKNESS . FEAR .


    | Cayden Dunn |
    *

    *

    *


    Puede que lo hubiese sentido en el cuerpo desde que se me ocurrió, pero estaba cansado de darle vueltas a la misma mierda y necesitaba una excusa, la que fuese, para poner la mente a trabajar en otra cosa y por desgracia los negocios en los que me había metido siempre habían servido como válvula de escape. Lo eran incluso cuando no respondían a mi deseo de ser reconocido sino a mi codicia, era como si me metiera una jeringa directo a la vena. Quizás el chute de adrenalina y otras cosas de ese tipo me tuviera tan pillado por los huevos como cualquier droga sintética, qué sabía yo. En este punto buscarle sentido a lo que había hecho por años casi era una pérdida de tiempo.

    El punto era que precisamente por eso tal vez no le había puesto demasiada mente a mi propia idea, no me la cuestioné, y cuando surgió venida de ninguna parte mientras estaba tirado en la cama solo la tomé como si fuese un jodido cebo y yo el más estúpido de los peces. Por introvertido que fuera lo cierto era que no podía quedarme quieto, permanecer estático atorado con mis pensamientos no era una de mis cualidades. Solo acudía a ello, a esa pausa mortal, cuando me sentía verdaderamente derrotado.

    Bajo esa lógica fue que me levanté de la cama para acercarme al armario y abrir la puerta de un solo movimiento; saqué varias cosas que estaban dentro, las dejé en el suelo y metí medio cuerpo en el mueble. Atrás, en el fondo, estiré la mano para soltar un golpe calculado a la tabla que se zafó inmediatamente y la atajé con la mano libre para evitar que hiciera ruido al caer. La dejé apoyada a un lado para poder colar la mano y sacar una bolsa de la que surgió el leve tintineo del metal.

    Los cuchillos que me había dejado Arata poco después de los móviles.

    Era un fondo doble, lo había armado yo mismo hace años porque siempre había sido hábil con las manos para puras mierdas de estas; lo usaba para los cuchillos, las armas que me pasaban otros diablos que nada tenían que ver con los chacales y para la hierba. Era mi putísima caja fuerte, para ponerlo en otras palabras. Estaba en el lugar justo para no levantar alarmas en esta casa, la de los obsesos del orden, así como había guardado los jodidos forros que me había regalado el estúpido de Arata refundidos en el cajón del baño que nadie revisaba.

    La verdad era que para jugar tanto de santo me pasaba muchas normas por el culo.

    Dejé la bolsa de los cuchillos a un lado, volví a zambullir la mano para sacar otra y la dejé junto a esa para volver a colocar la tabla en su lugar, como si nada. Me levanté con las bolsas en mano, las dejé en el borde de la cama y volví a meter las cosas que había sacado del armario en su lugar también. No cerré la puerta solo para sacar una muda de ropa, siendo que apenas llegué me había puesto la de ir por casa, y entonces sí cerré todo.

    De la segunda bolsa saqué mi otro teléfono, el que usaba para contactar con los imbéciles de cualquiera de los negocios, y junto a ese estaban los demás trastos que había conseguido ese fin de semana sin demasiado esfuerzo. Empecé a mandar mensajes, recibir confirmaciones y acordé un lugar: el Shimizudani de Chiyoda.

    Alguno de esos hijos de puta debía haberme vendido.

    Puede que mi dignidad no costara más que los gramos de droga que debían haberle dado al desgraciado. Me habían vendido por algo que ni siquiera iba a cambiarles la vida, era lo más probable porque así funcionaba este mundo, así nos usaban siempre. Mi inmunidad, el apellido sucio, había sido intercambiado por una dosis de droga que podían haberme comprado a mí mismo.

    ¿Y creían que iba a dejarlo así?

    ¿Qué no invocaría al Segador que me había engendrado?

    Dejé el móvil a un costado, revisé la bolsa con los cuchillos y suspiré con pesadez. Ya desde la temporada oscura tenía claro que mover armas por el Triángulo del Dragón se me daba bien, pero no por ello era la persona que las usaba, incluso si quizás debía. Pasaba que las armas ponían una distancia de las personas que era completamente distinta a mi aislamiento voluntario, significaba que lo que hacían y lo que hacías no importaba. Encajar una navaja o disparar una pistola no era lo mismo que reventar a alguien con las manos desnudas, había algo en la distancia que creaban las armas que libraba a sus perpetradores de culpa con más fuerza que repartir unas cuantas hostias.

    De todas formas yo no podía hacer ninguna de las dos.

    Balanceé uno de los cuchillos en la mano, lo revisé como si fuese a ponerlo en una vitrina y revisé el filo. Arata cuidaba bien de las armas que llegaban a sus manos, las mantenía en condiciones, pero sacarles filo como tal nunca había sido su fuerte. Por lo general la hoja quedaba mocha otra vez a los quince o veintidós días como mucho, así que para cuando me enseñó a afilar no tardó en darse cuenta de que yo lo hacía mejor que él mismo. Los míos duraban meses.

    Era por eso que me encargaba a mí los que quería vender, me los dejaba entre los arbustos del jardín y yo hacía lo correspondiente. En este caso eran unos cuchillos suyos viejos, pero no tenían una sola seña de herrumbre y el filo se lo había hecho yo mismo hace tiempo. Estaban intactos, la verdad.

    Iba a ser un buen negocio. Unas armas blancas, algunos teléfonos, algo de información.

    No tenía por qué haber salido tan mal.

    Me fui de casa media hora después aprovechando que mi madre estaba en lo de mis tíos, le dejé un mensaje de que estaría fuera unas horas pero volvería cerca de las once y dejé el móvil en silencio bajo la almohada después de pedir un Uber. Subí al coche que llegó como si no llevara en los bolsillos internos de la chaqueta suficiente metal para ser encerrado en una celda si me pescaba el individuo incorrecto y el trayecto al Shimizudani sucedió sin prisa, con normalidad. La noche no anunció ninguna tragedia en forma de presagio, si yo había tardado en entender que salir había sido una idea de mierda era culpa mía, así de sencillo.

    Llegué al parque cerca de las diez y veinte, le había dicho a los otros que llegaran a las diez y quince o no que aparecieran en absoluto. No me gustaba esperar a la gente ni hacerla esperar, de hecho esos cinco minutos extra que me comí por el tiempo de espera del Uber me tenían estresado y al bajar en el Shimizudani aceleré los pasos al punto de encuentro, sin saber que me estaba metiendo a la boca del lobo. Más tarde no sabría si culpar a mi cerebro aturdido, pero en el ambiente no noté tensión alguna que me hiciera dar media vuelta.

    Había salvado a Arata muchas veces a punta de observación.

    Pero al final no pude salvarme a mí mismo.

    Me aposté en uno de los árboles, pretendí hacer el tonto con el móvil y en el instante en que ubiqué el movimiento de uno de mis compradores también percibí otra cosa: una hebra negra como el carbón. Fue una cosa de un segundo, como cuando crees percibir algo con el rabillo del ojo, y todo lo que supe después fue que un tipo con pasamontañas me cayó encima y que el resto de infelices salieron huyendo, ninguno se quedó para salvarme el culo porque no me lo debían. Al atacante lo vi, sentí que lo capté con el tiempo suficiente para tener tiempo de correr pero las piernas no me respondieron a tiempo y esa fue mi condena.

    El imbécil era de mi estatura, más o menos, pero tenía más cuerpo y en el momento que me di cuenta supe que estaba jodido. Me aprisionó contra el árbol, exigiendo que le diera todo lo que cargaba encima, pero como el miedo me paralizó el cuerpo él perdió la paciencia, me sacudió por la ropa y en vez de hacerle caso, mi fuego hizo ignición. Algo que solo podía empeorar la escena, en vez de activar la huida activé la lucha y me fui a la mierda.

    Iban a matarme un día.

    Me sacudí con toda la fuerza que encontré, maldije en inglés, ni siquiera supe qué le dije o no lo recuerdo, pero el caos hizo que me soltara. Fue entonces que pretendí salir corriendo, pero el hijo de puta logró pescarme por la espalda de la chaqueta, me estampó contra el árbol y al hacerlo me llevé el primer golpe en el pómulo, la corteza me lastimó la piel y un sonido de dolor me surgió del pecho. Vacié los bolsillos entonces, al no ver otra salida, y el cabrón me soltó para tomar todo y hundirlo en sus bolsillos.

    Me soltó pero yo me negué a dejarlo irse limpio, porque este imbécil me había humillado desde el principio.

    You fucking eejit! —Ni idea de dónde había sacado el insulto más irlandés del repertorio, pero la palabra me rasgó el cerebro cargado de furia—. Hope you choke on that, arse!

    Todo lo demás que hice o que le dije no lo guardé en la memoria, pero lo que recibí en consecuencia no fue mejor, para nada. El golpe me zarandeó el cerebro, me dejó inútil y el maldito hijo de puta echó a correr hacia quién sabe dónde. Tampoco fue que pudiera procesarlo, no con la manera en que todo había escalado. Fue como si me hubiesen bañado en gasolina, en el instante en que recibí la hostia en la cara vi el mundo en blanco y negro; parpadeó, me cegó y todo lo que supe fue que terminé en el suelo medio apoyado en el tronco del árbol contra el que el imbécil me había estampado antes.

    Sí, pero me habían bañado en gasolina.

    Dios, iba a quemarme vivo.

    El cuerpo me ardió, empezó por el punto de contacto donde me habían golpeado y siguió, me nubló la cabeza, y el escozor se me proyectó al cuello, al pecho y a las extremidades en una mezcla de furia, miedo y humillación. Fueron demasiadas emociones juntas en un espacio de tiempo tan reducido que no pude con ellas, los ojos se me cristalizaron y en el momento en que pretendí tomar aire un sollozo intenso me rasgó la garganta, sentí me que había lastimado de hecho y no pude detenerme, fue imposible.

    Me llevé las manos al rostro, el golpe palpitó bajo mi propio tacto y mis sollozos solo aumentaron de intensidad. Ni siquiera cuando me reventé frente a Yuzu recordaba haber llorado con tal dolor, porque era un dolor físico que me asolaba cada músculo, que quemaba, y no supe qué hacer con eso. Era la primera vez en mi vida que alguien me ponía una mano encima de esa manera, nunca antes me habían golpeado y me sentía diminuto. Dios mío, me sentía diminuto e indefenso.

    Algo que había odiado toda mi vida.

    Aborrecía reconocer lo vulnerable y débil que era.

    Mom. —Fue lo primero que balbuceé de forma involuntaria y eso solo lo empeoró, haciendo que casi me atragantara con mi propio llanto. Lo que le siguió no fue mejor—. Unc Finn, Dev.

    Las siguientes palabras se me quedaron atoradas en la garganta, no supe si iba a soltar una disculpa, a pedir ayuda o a proceder a llamar a Yuzu, a Ko o incluso a Kaoru, que no era que fuese a salir de la tumba para salvarme, pero no logré decir nada en cualquier caso. La oleada de ira que me aplastó tuvo la violencia para descontrolarme de nuevo, los sollozos me sacudieron el cuerpo y me apiñé contra el tronco del árbol, arrastrando las manos hasta mi cabeza, donde tiré de mi cabello sin darme cuenta. No pensé en la posibilidad de que alguien me escuchara o me viera.

    Pero de todas formas nadie lo hizo.

    Nadie lo hacía.

    Mucho menos se me habría ocurrido que Hikari, de toda la gente posible, no solo me había visto llorar por varios minutos sino que él había orquestado el ataque que había detonado en esto. En mi mente Hikkun seguía siendo el mismo que había dormido a mi lado el día que me pasé de tragos, el que le había dicho a Yuzu que no logré conciliar el sueño esa noche por estar dándole vueltas a algo. Era el que me había dejado recostar la frente en su espalda y solo así había encontrado la calma suficiente para conciliar el sueño. En mi cabeza no había peligro, no había tenido que enfrentarme a la realidad de que había personas que no me profesaban la misma entrega y amor que yo sentía por ellos. Había amigos y enemigos, pero no conocía a los traidores.

    Hikari seguía siendo mi amigo.

    Y como tal daría la vida por él, sin saber que él no la daría por mí.

    No supe cuánto tiempo pasó hasta que mi llanto pasó de la furia a la humillación y de la humillación a la tristeza antes de finalmente permitirme calmarme. Tomé aire con dificultad, con la nariz congestionada y la respiración alterada, hipeé sin quererlo y empuñé la camiseta para limpiarme el rostro con ella. El golpe me dolía cada vez más conforme la adrenalina me abandonaba la sangre, dejándome solo con el miedo y mi fragilidad, también fue entonces cuando me di cuenta de que me temblaban las manos.

    Llamar a casa o pedir un Uber por mi cuenta no era algo que pudiese hacer, aunque la primera opción ni siquiera la hubiese tomado de haberla tenido. No podía hacerle eso a mi madre, jamás de los jamases, así que me tiré al menos otros diez minutos mirando el suelo, el césped y las hojas sin ver nada en realidad. Estuve así hasta que el cerebro me funcionó para algo y metí los dedos al costado de la bota que era a la altura del tobillo, sacando algunos billetes. Tenía que ser suficiente para llegar a casa.

    Batallé conmigo mismo, con mi resistencia a la vulnerabilidad, a pedir ayuda y a exponerme cuando no podía ni mirarme en el reflejo de una ventana. Luché y luché hasta que me obligué a levantarme de allí usando el árbol como punto de apoyo, sentí el peso de la chaqueta alrededor de los hombros, era herencia de Yako y llevaba un zorro bordado en la espalda. Parecía una estupidez, pero fue el único puente que encontré en ese lugar para no volver a derrumbarme, llorando como un niño.

    Tuve que caminar casi hasta el otro extremo del parque donde encontré un grupo de chicas que tenía que haber llegado después del ataque, porque hasta entonces el Shimizudani estaba desolado a pesar de la hora, y por más que mi cuerpo me pedía que no lo hiciera no tuve opción. Me acerqué a ellas, les expliqué que me habían atacado por evidente que fuera y que si alguna podía pedirme un Uber pagado en efectivo se lo agradecería eternamente. Una de ellas, una muchacha un poco más alta que la japonesa promedio, rubia, pálida y de pintas claramente extranjeras me miró de arriba abajo. Me dijo que quizás sería mejor si iba a la policía a poner una denuncia, pero me negué, no había visto el rostro de ninguno y los negocios por los que había llegado al parque no me lo permitían.

    No pondría un pie en una comisaría ni aunque me estuviese muriendo probablemente.

    La misma muchacha suspiró, aceptando mi negativa, y accedió a pedirme el Uber a su nombre. El auto llegó, ella habló con el chófer explicándole la situación y luego me dejó espacio para subir, cuando estaba cerrando la puerta ella me lo impidió; a sabiendas de que no tenía nada encima más que los billetes para pagar sacó una factura de la tienda de una cartera pequeña que cargaba, un bolígrafo y anotó su número a velocidad, anotando su nombre abajo. Me entregó el papel y me pidió que le dijera cuando estuviese en casa aunque a ella le saltaría la notificación en el teléfono; su voz me resultó cálida y el tono magenta de sus ojos de alguna manera me reconfortó. Parecía confiable.

    Se llamaba Ilana.

    Cerró la puerta para no retrasar más al chófer así que no me dejó tiempo de respuesta, todo lo que supe fue que pronto estuve en casa. Le pagué al conductor, me sobró algo de dinero pero le dije que se quedara el cambio como disculpa por las molestias y bajé del coche sacando llaves que fue lo único que me quedó encima además del dinero de emergencia. Me quedé plantado frente a la puerta, en silencio, y agradecí que no hubiese una sola luz encendida más que la del balcón que dejaba mi madre para que no entrara a oscuras al llegar.

    Aún así tuve que volver a batallar conmigo mismo para entrar. Cuando por fin gané la pulseada, abrí la puerta y dejé los zapatos en la entrada; pasé directo a la cocina, saqué hielo de la nevera, lo metí en una bolsa de alimentos y cuando subí a mi habitación me desvié al baño para sacar dos ibuprofeno del botiquín. Las tomé sin agua, las sentí bajarme por la garganta y seguí mi procesión hasta mi cuarto en silencio, con las luces apagadas. No me miré en ningún espejo ni en el reflejo del vidrio de los cuadros, no quería verme.

    Evitaría cualquier superficie reflectiva hasta que el moratón comenzara a desvanecerse y evitaría a mi familia la misma cantidad de tiempo. Serían los días más largos de mi puta vida, pero era lo que había.

    La oscuridad de mi habitación me sosegó el corazón de una forma incomprensible, pude relajar el cuerpo y me metí a la cama sin siquiera cambiarme de ropa, simplemente me hice un ovillo sobre el costado sano del rostro y me coloqué la bolsa con hielo sobre el pómulo lastimado, el frío me envió una ola de dolor por toda la cara y el cerebro, pero poco después comenzó a adormecerme la zona. Contuve las lágrimas de puro milagro, cerré los ojos unos segundos y pasado un rato sentí vibrar el teléfono en mi cama, debajo de la almohada, así que metí la mano para sacarlo. Era el móvil bueno, lo había dejado allí cuando me fui.

    En la vista previa noté que era un mensaje de Arata y opté por ignorarlo, también me di cuenta de que apenas daban las once y diez, lo que quería decir que me había tirado más rato llorando que del que había durado todo el show. De la manera que fuese, me acordé de la rubia del parque, así que escarbé hasta que encontré la factura donde anotó su número y guardé el contacto con ayuda de la luz del celular. Tardé más de lo normal escribiendo cuando ya entré a su chat para hablarle, pero lo redacté todo en un mismo mensaje y cuando terminé le di al botón de enviar.

    Hola, soy el chico del Shimizudani. Ya estoy en mi casa y espero que tú y tus amigas también. Muchas gracias por ayudarme, otra no lo habría hecho 23: 10

    Su respuesta llegó casi de inmediato, como si la pobre chica se hubiese tirado todo el rato esperando el mensaje. Fue concisa, pero amable y lo envió por partes, en vez del mensaje larguísimo que yo había mandado en comparación, aunque al final era más o menos lo mismo.

    Me alegro mucho 23: 11
    Descansa por favor y no pienses en nosotras. Nos fuimos a casa luego de ver lo que te pasó 23: 11
    Ah! No me dijiste tu nombre 23:12


    Que recién entonces lo notara consiguió sacarme la sombra de una sonrisa en medio de mi desastre mental y el dolor que me tenía el cerebro embotado. No me di cuenta realmente y escribí con la lentitud de antes, parpadeando algunas veces porque me costaba enfocar las teclas.

    Cayden 23: 13
    Buenas noches, Ilana. Cuídate 23: 13


    Salí del chat, bloqueé el móvil y lo dejé a mi lado, lo sentí vibrar otra vez pero no atendí y cerré los ojos en un burdo intento por apagarme de una vez por todas. No lo logré, claro, me pasé toda la madrugada dando vueltas, el hielo en la bolsa se deshizo y la dejé en el suelo en algún momento, bien anudada. Para cuando la alarma del móvil sonó anunciando que tenía que levantarme para ir a la escuela seguía sin haber logrado conciliar el sueño de forma estable, me había olvidado de desactivarla.

    Me negaba a aparecer en la academia en ese estado, para hacerlo tendrían que arrastrarme pero ni siquiera les daría la oportunidad. Me levanté como me fue posible, busqué entre las cosas de mi escritorio y encontré un bloc de post-it. Escribí lentísimo con un bolígrafo, porque tenía la vista irritada y la hinchazón del rostro me jodía un ojo.

    I’m gonna skip school today
    Felt sick all night, nauseous
    Took some meds from the cabinet, I’ll be ok


    Con la nota de turno hecha, la dejé pegada fuera de la puerta porque desde que me había transferido al Sakura, allá en el culo del mundo, me despertaba antes que mi madre para poder comer algo antes de irme y tal. Cuando volví a la cueva me di cuenta que Cinis, el gato gris, se había colado en la habitación y subió a la cama de inmediato, lo dejé estar y le di vuelta al cerrojo de la puerta para que se entendiera el mensaje de “no quiero que me despierten”.

    Al volver a la cama me acomodé bajo las mantas, el gato pronto se acurrucó a mi lado y lo arrastré en un abrazo que no me interesaba si quería, pues lo tendría de todas maneras. El animal no protestó, en su lugar comenzó a ronronear y el contacto de un cuerpo vivo, el calor de otro ser a mi lado, me ayudó a conciliar el sueño por fin o quizás fue el agotamiento, tampoco importaba demasiado.

    No vi el último mensaje que me había llegado el móvil hasta horas después, cuando bajé para buscar algo de comer, pero era de la rubia. Había sido sencillo, poco importante incluso, pero me hizo gracia.

    Es un bonito nombre 23: 14

    Me esperaban unos días de mierda, la verdad fuese dicha, Arata me metería en el embrollo que tenía con Pierce y la vergüenza no me abandonaría del todo, ni siquiera después de hablar con Ko. Ese sentimiento que me resultaba asqueroso sería lo que me empujaría a buscar a Liam Dunn para exigirle que me regresara mis privilegios, porque no pensaba repetir esta historia nunca más.
     
  4. Threadmarks: XLIII. The Ace of Swords x The Three of Swords x The Justice (Al)
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    6146
    Este fic lo tenía escrito hace días, originalmente se supone que iba a corresponder a la semana previa al campamento así como el otro fic en el que Cayden busca a su padre por el asunto este del atraco en el que lo golpearon o una semana después en su defecto. Por una cosa y la otra lo fui postergando, tanto que al final me alcanzaron otros eventos (???) que en vez de volver el fic obsoleto me ayudaron a darle el empujón final, porque me había quedado estancada en cierto punto.

    Esto ocurre la noche del 10 de junio y es canon. Narra Altan.

    This was a hell of a ride, quise conservar a Cay con su carta original para arrastrar toda esa carga negativa del tres de espadas e hice lo mismo al arrastrar a Altan como la justicia, arcano del que casi siempre he tomado sus significados como carta invertida. También el as de espadas de Arata viene con significados de su aparición invertida en una tirada, así que sí, es la condensación de un montón de cargas bastante nefastas (?) No me gustaría que me salieran estas tres cartas juntas ngl

    En fin, eso (?) que el fic lowkey se me hizo denso de escribir por el estado en que mandé a cada uno, pero también me sirvió de catarsis como en otras ocasiones. De paso usé esta canción de NBT que tenía en espera desde que salió básicamente.

    Sí, me mandé 5k de gratis ups




    What will you do when the vultures come for you?
    Will you run and hide?

    .
    So are you scared of your own introspection?
    Why could that be?
    Oh, maybe you object to what you find there.
    And as you stare into your own reflection, what do you see?
    Your black hole for a soul.

    .
    No second chances, you're branded, your kind are dangerous.
    We're bringing each other down, we're tearing each other down.
    So have I gotta kill myself to be original?
    And if I fucking hate you all, am I a criminal?

    XLIII
    [​IMG]
    The Ace of Swords
    x
    The Three of Swords
    x
    The Justice

    .
    Brutality . Chaos . Heartbreak .


    | Arata Shimizu |
    | Cayden Dunn |
    | Altan Sonnen |

    *

    *

    *


    The Magician


    En mi versión de la noche luego de la mierda de día a la que yo mismo me había sometido no estaba esto, fuese lo que fuese, para nada. Para cuando subí a clases,después del almuerzo con Mattsson y una parada en el baño para fumarme un par de cigarros, donde por cierto topé con las pupilas dilatadas de Cayden cuando él iba de salida, la migraña me había alcanzado y aunque me tomé dos pastillas tenía que haberlo hecho desde que sentí el aura. Para hacer el cuento corto, el dolor había logrado asentarse con bastante violencia, la suficiente para causarme náuseas. En consecuencia el viaje en Uber, porque su puta madre iría en tren con ese malestar, me resultó infinito.

    Estaba convencido de que no dormiría demasiado y tenía todavía más claro que por la mañana le enviaría un mensaje a Anna, para dejar de hacerme el imbécil, pero no contaba con que me sacaran de mi casa por las risas ni nada. Entonces la verdadera pregunta era, ¿cómo coño había terminado en un coche negro con ventanas polarizadas de camino a quién sabe dónde? Solo Dios lo sabía y lo peor del caso no era eso. Era que Arata estaba en el otro extremo del asiento, tamborileando los dedos en su pierna, porque el auto había pasado por él primero. Me había convocado con un mensaje que pecaba de escueto.

    Decía que tenía que estar listo en veinte minutos porque iba de camino a Chiyoda, cuando le dije que no quería salir me soltó que no me lo estaba preguntando y me preparé para decirle que se jodiera apenas apareciera. El hijo de puta ni siquiera me aclaró que no venía en su motocicleta, así que cuando vi el auto llegar desde el portón principal una tensión de mierda me bañó el cuerpo y supe que, en efecto, el mensaje de Arata no era una pregunta ni una opción. No me digné a salir hasta que el imbécil bajó la ventana trasera y le pude ver la cara, que dicho fuese de paso parecía haberse comido un limón en el camino. Tenía las facciones comprimidas en una mezcla de confusión, hartazgo y miedo, quizás.

    —El auto lo envía Agehachō —advirtió refiriéndose a Cayden, tenso, luego de abrirme la puerta y enfrentarme con sus ojos marrones que se vivían paseando peligrosamente por el rojo. Entre su formalidad, mi malestar y mis propios problemas no encontré la gracia que debía haberme causado la primera—. Nos llevará y nos sacará de Taitō. Debe estar a nombre de su padre, no te atrevas a mencion-

    —Liam Flanagan Dunn, cabeza de la irish mob desde antes de que el cachorro naciera, responde al apodo de The Reaper —apañé sobre sus palabras luego de cerrar la puerta, monótono. Le vomité la información sin permiso de nadie—. Residencia en Shibuya, su ex-mujer y el cordero viven en Shinjuku, cerca de los tíos del mocoso. Imagino que no se relaciona con él para nada más que mierdas, ¿no?

    —¿Tengo cara de tener el dato en el bestiario? En mi registro la mariposa nunca contactaba con el viejo, punto —refunfuñó y chasqueó la lengua, fastidiado—. Nos prestaba los pubs de Chiyoda y Taitō hace años, pero sé que ese favor lo pidió Yako a través de otro. Cierra la puta boca de todas formas, no deberías hablar de la Muerte así a la ligera cuando te llevan en su carruaje. ¿Acaso te volviste más tonto en este tiempo? Con lo brillante que decían que eras, grandísimo cabrón.

    Bufé, me quedé callado porque se notaba a leguas que estaba especialmente tenso e iba a seguir peleando conmigo por cualquier tontería hasta enloquecer. Para este punto discutir con Arata en serio no era algo que me interesara, mucho menos cagarme a palos con él siendo que podía navajearme en un parpadeo; lo fastidiaba por hacer el tonto, algo que obviamente no estaba sucediendo en ese momento. Ninguno de los dos estaba de humor para hacerlo, física o emocionalmente.

    El chófer de Dunn padre nos llevó hasta una de las zonas más conflictivas de Taitō, me di cuenta en un instante y me pregunté hasta qué punto esto era una estupidez, porque si este barrio le pertenecía a Sugino el hijo de puta debía tener vigías. Si un auto fino de estos entraba a su territorio iba a notarse y la voz iba a correr, era peligroso que te cagas.

    Era indiferente de todas maneras, el tipo siguió conduciendo hasta que un viejo edificio de una sola planta apareció a nuestro costado derecho, delatándose como el destino. La puerta que alguna vez había sido de vidrio había desaparecido hace mucho por lo que se veía, los marcos metálicos, arrugados y deteriorados, no sostenían nada. Dicho vacío permitía observar un pasillo se extendía hasta el final y al menos otro más lo intersectaba un par de metros más allá de la entrada principal, aunque la luz lo alcanzaba a duras penas, abriendo dos pasillos de longitud desconocida a ambos lados del principal. Puede que en vista de plano esa intersección formara una cruz invertida desde nuestra posición, algo que tenía su gracia en semejante contexto.

    La propiedad debía abarcar por lo menos un tercio de la cuadra, ni idea, pero estaba lleno de cortinas metálicas que dividían pequeños almacenes en su interior. Vete a saber cuántos tenía en total, algunos estaban cerrados, en otros la cortina estaba levantada o había desaparecido, al menos eso anunciaba la negregura que podía observar desde dentro del coche. Las paredes por dentro y por fuera estaban bañadas de graffitis, unos bien hechos, otros eran la mierda estándar marginal y así se iban intercambiando.

    El caso fue que en el pasillo central, al fondo, parpadeó una linterna a un par de metros de altura, sobre lo que debían ser un montón de viejas cajas de madera. Uno, dos, el flash de luz indicó la posición, nos llamó también.

    —El joven los espera —anunció el conductor y quitó los seguros de las puertas—. Vendré a llevarlos a sus hogares cuando él me lo solicite.

    No nos quedó más que bajarnos del auto, Arata cerró de un portazo y se adelantó al edificio. Yo me eché la capucha de la sudadera encima antes de bajar para seguir de cerca al rubio, momento en que sentí que me fundí de inmediato con la oscuridad que solo era interrumpida por algo de luz de los postes del exterior.

    Avancé un par de metros antes de que el cuerpo se me tensara de repente, al mismo tiempo el cerebro me lanzó una punzada de dolor en medio de los ojos. Desde uno de los almacenes abiertos me había alcanzado un olor tan específico que incluso a mí me crispó un poco los nervios, porque me lanzó el recuerdo del callejón de Taitō y la paliza de Sugino; la tensión solo empeoró cuando giré el rostro hacia su origen y vi en el suelo un rastro oscuro, ferroso, claramente seco por el tiempo.

    —Apesta a sangre, Arata —dije en un murmuro que se perdió entre las paredes del espacio—. Es un niño, ¿qué mierda hace aquí?

    A mis ojos Cayden Dunn no era más que un cachorrito.

    Delgado, asustadizo y respondón.

    No atendió a mi pregunta de inmediato, siguió caminando con las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta roja y me pareció que olfateaba el aire como un perro de caza. Luego de hacerlo se encogió de hombros o algo así, su caminar perdió la poca velocidad que llevaba, volteó el rostro hacia otro de los almacenes abiertos y solo luego de echar un vistazo en la oscuridad antes de reiniciar la marcha fue que me contestó en voz baja también.

    —Mañana te dará risa, pero no le decimos mariposa solo por… Ya sabes, que le gusten las pollas y se note desde el espacio —resolvió como si nada, como si Dios y el diablo supieran que el crío estaba casi por completo al otro lado de la cancha—. El apodo se lo dio Kurosawa, hace ya tiempo. Cayden beberá sangre si hace falta, aunque en el proceso se fragmente el alma para vender los pedazos al mejor postor. Lleva enfurecido desde que lo golpearon, incluso cuando se ve tranquilo como en el campamento y así, no sé qué pasó en los intermedios. No sé qué mierda pasó desde que se sacó mi arpón del pecho, cuervo, esa es la verdad y eso que antes tampoco sabía demasiado.

    —¿De qué demonios hablas? No parece ser capaz de sentir ira.

    —No la siente en todas las de la ley, supongo —reflexionó cuando llevábamos medio camino, más o menos—. La furia de críos como Cayden viene de otra emoción. No tengo idea de cuál es realmente, no es la ira pura que tú y yo sentimos. Es más específica si quieres pensarlo de esa forma… Como cuando agarras una lupa y la usas para quemar una hoja.

    —¿Humillación? ¿Miedo?

    —Puede que ambas. Ahora cierra la puta boca, deja de hacer que me repita, no tienes que tenerle miedo al hijo, sino a la sombra que tiene detrás.

    El recelo con el que se estaba moviendo Arata era inusual en alguien como él, pero tenía todo el sentido del mundo aunque me faltara información. Si la cagaba de verdad con Cayden, cosa que ya había hecho al dejarlo llegar con un golpe en la cara y por usarlo de mensajero en el asunto que se tenía bien guardado en relación a Pierce, la sombra que lo seguía reaccionaría a esa falta y por lo menos lo haría sentir el filo de la guillotina en la nuca. En realidad ya lo había sentido y ni siquiera había sido por Dunn padre, sino por Minami e incluso antes por Wickham y Welsh.

    Este hijo de puta tenía armas apuntándole de tantas direcciones que comenzaba a ser sorprendente que siguiera en pie.

    El tema era que el pelirrojo era intocable en casi un noventa y cinco por ciento, incluso si a su padre se la traía floja su existencia el apellido le pesaba, a uno no le decían Segador por las risas nada más. Liam Dunn se había encargado de que el crío tuviese comida en el plato, un techo sobre la cabeza y los caprichos suficientes para que viviera cómodamente, sin ninguna preocupación financiera. Había accedido incluso a la transferencia a ese instituto de niños pijos en el culo de Tokyo, por tanto si alguien rompía esa burbuja las consecuencias podrían ser incalculables.

    Cayden era el hijo dorado. La cabeza de ciervo en la pared del cazador.

    Él lo había asesinado, pero si otro lo tomaba se le castigaría.

    Meterse con los pocos puntos sensibles de Dunn padre sonaba a suicidio. No importaba cuántas armas le apuntaran a Arata, la única que lo hacía sentir de verdad el frío del metal era la escopeta que Reaper le tenía pegada en la parte de atrás de la cabeza o que él se imaginara que era el caso. Bastaba con que se creyera amenazado, incluso si no lo estaba en realidad.

    Era el poder que ostentaban los grandes desde sus panópticos.

    Guardé silencio, me enjuagué los ojos cansados con los dedos y seguí los pasos de Arata hasta el final del pasillo sin decir nada más. Seguía dándole vueltas a mis propios conflictos, pensando en todas las posibilidades que existían y quise detener esa espiral, porque comenzaba a asustarme más de lo que ya estaba incluso antes. Cayden convocándonos me importaba tres mierdas, lo único que me concernía era qué iba a hacer si Anna me mandaba a volar.

    En cualquier caso, las siluetas de las cajas de madera, acomodadas en escalerilla para formar una suerte de torre, y el cuerpo sentado sobre ellas se fueron aclarando conforme nos acercábamos, pero no fue hasta que el crío encendió la linterna con el haz apuntando hacia la derecha que el reflejo de la luz blanca, tenue, nos permitió ver el espacio con algo de claridad. Lo que me llevé primero fue un sobresalto, porque la luz iluminó un grafitti que había justo a su espalda: un par de alas de mariposa inmenso, con ojos de un amarillo neón que imitaban de forma peligrosamente acertada los de un búho.

    El aerosol, un revoltijo de azules, rojos y amarillos para darle destellos al tono oscuro que lo dominaba había goteado algunos centímetros por la pared. El trabajo era viejo a cagar, estaba sucio en algunas partes, pero se notaba que no lo había hecho un aficionado, era un resultado detallado y preciso teniendo en cuenta el medio que habían utilizado. Más que eso, lograba su cometido: engañar. Había un insecto imitando a un superdepredador.

    Era justo lo que hacía este mocoso.

    Los ojos de Cayden refulgieron con una intensidad parecida a los de las alas de la mariposa cuando reparé en ellos por fin, si acaso se diferenciaban por ser de un tono más cálido. Tenía una rodilla doblada y en ella apoyaba el antebrazo, mirándonos desde arriba; iba de negro sólido, sin chaqueta de bordados para variar, pero la camiseta que se había echado encima era claramente oversized y se veía como el palo de dientes que era.

    Su cara era la misma que había en los registros de Liam de sus veintitantos. Era idéntico, como si lo hubiesen fotocopiado, la amabilidad en los rasgos que había heredado de su madre había desaparecido de repente, como si no hubiese existido nunca a pesar de que tenía cara de crío todavía. Es más, del chico que creía conocer de la escuela y las noches en los parques con sus nervios, la dificultad para mantener conversaciones con ciertas personas, la absolute gayness y su calidez parecía no haber rastro.

    Era eso entonces, había tardado en darme cuenta.

    Me rechazaba porque podía empujarse a sí mismo a ser una imitación barata de mí, podía usar los hilos que observaba y ahora los tenía entre los dedos, tensos, abriéndole surcos en la piel y resistía. El hijo de puta resistía el dolor que manejar la red le provocaba. No era un líder nato, había perdido al único jefe al que respondía de hecho, pero emularía a uno si lo necesitaba. Lo haría si así podía cobrar la fractura en su dignidad.

    —¿Qué haces en las Catacumbas de Hikari, Cayden? —preguntó Arata más tieso que pan de tres días.

    Escuchar eso me puso nervioso, no importaba si había quedado en buenos términos con Sugino. Si este sitio era suyo, si se le conocía de esa manera, no tenía que haber puesto un pie en él por mero respeto entre iguales.

    —Necesitaba un nido —contestó con tal calma que me descolocó incluso a mí—. En la calle hay oídos. Observé las Catacumbas por un tiempo, Hikari no las ha usado en varios días, los suficientes para asumir que no las usará esta semana tampoco. Es un animal de hábitos, ya lo conoces.

    —¿Y qué quieres de mí? —soltó apenas el otro terminó la frase.

    —Cobrar la humillación que me comí por ti, desde lo de Pierce hasta el puñetazo en la cara. Me tenían visto, estoy prácticamente seguro, lo que quiere decir qu-

    —¿Insinúas que hay un traidor en el entramado de tu red? —solté de repente, cuando hice dos más dos, y parpadeé con pesadez. La luz trémula de la linterna me molestaba los ojos incluso si era indirecta.

    Always a sharp mind, huh? —Su tono fue tan plano que no me quedó claro si era sarcasmo o no y suspiré porque sentí que hablaba conmigo mismo—. ¿Quieres explicar por qué los cité entonces, Sonnen?

    Comprimí los gestos, molesto con los aires de grandeza que se estaba dando este crío, y pasé saliva mientras encontraba la poca paciencia que poseía para no mandarlo a la mierda. ¿Le debía algo? No, al menos yo pensaba así, me la pasaba metiendo las narices donde no me llamaban y él, a su manera, hacía lo mismo. Todo lo que sabía era que rechazar algo del hijo del boss en terreno del tipo que me había sacado la mierda no sonaba inteligente. Así que suspiré, mapeé la situación y respondí.

    —Una cacería de brujas.

    Ding ding ding! Tenemos un ganador —anunció con cierto dejo de diversión en la voz y luego cambió su foco de atención—. Honeyguide, ¿lo entiendes?

    —Necesitas rastrear el flujo de información de los compradores a-

    —Al que actúa de repetidor. Tu sospecha es que no te cayeron encima por carroñero, sino que te pescaron porque eras tú —interrumpí por segunda vez.

    Al mocoso se le escapó una risa nasal, se movió apenas haciendo que el haz de luz bailara un instante contra la pared contigua y balanceó la pierna que le colgaba frente a la caja. El gesto fue de pura suficiencia, porque podía ser un hijo de puta si quería. Bastaba tocarle el orgullo para que se volviera un grano en el culo.

    —Vienes en racha, Sonnen. Me ahorras bastante trabajo —concedió con sencillez—. El primer error en la red está entre los compradores, uno me vendió, pero unos imbéciles que buscan hierba o cuchillos no deberían interesarse por joderme a mí de toda la gente posible. La información fluyó hasta otro individuo clave, mínimo, que luego alcanzó a otro y de allí a los atacantes, pero a un grupo de asaltantes de mierda no los mueve el aire, ¿cierto?

    Estaba diciendo que había una mano invisible ¿era eso? Una suposición peligrosa, pero no incorrecta.

    —¿Qué limpia a Arata de toda sospecha? —pregunté entonces y el estúpido en cuestión me dejó ir una hostia en el brazo con toda su fuerza, pero contuve el impulso de quejarme.

    —Que es Arata —atajó el pelirrojo sin prestarle atención, el argumento me hizo fruncir el ceño y él soltó una risilla—. Es un hijo de puta, claro, nadie va a negarlo. El imbécil llega, te come la boca aunque no quieras y luego se mete con medio Sakura, para después mandarte de recadero con la chica bonita que perfectamente podría ser modelo si le sale del coño, pero que despertó un día con ganas de meterse adrenalina directo a la vena y se enredó con él. Se manda una cagada tras otra, pero conozco a Arata desde hace más tiempo del que me gustaría y él me conoce a mí. Lo vi en medio de su duelo por nuestro Yako, sé que ya sabes quién es, y él me obligó a volver a casa cuando lo necesité. Se cortaría una mano antes de convertirse en un traidor, I know that for a fact. Es de los imbéciles que te molestan, pero si lo hace alguien más se voltea y les revienta la cara aunque él no sea diferente.

    Holy shit, this kid sure trusts his gut —atajé en inglés ni supe por qué—. No sé si te sacó los trapos al sol o te halagó, Shimizu.

    —Puede que ambas —murmuró el rubio sin despegar los ojos de Cayden.

    Sobre nosotros cayó un silencio pesado, denso, solo interrumpido por el paso de algunos coches por la calle y otros ruidos nocturnos del calibre, pero sonidos directamente humanos, de cuerpos, solo estaban los de nosotros. Escuchaba mi respiración y ellos dos debían ser capaces de escuchar las propias, porque Arata estaba lo bastante tenso como para callarse. El bufón estaba en silencio, consciente de que un paso en falso podía significar su ejecución.

    La pausa solo la rompió el anfitrión, nuestro maestro de ceremonias, tomó la linterna casi con pereza y giró el cuerpo para poder apoyar los pies en la siguiente caja. El rayo de luz danzó sin especial orden y el mocoso habló mientras bajaba uno a uno los cajones que le habían servido como escalera, lo hizo con la paciencia de quien sabe que es escuchado, sin necesidad de alzar la voz. Este era el chico que era alabado en ciertas esferas específicas de ladrones, como células de una secta, aspiraban a tener las mismas manos livianas y la presencia de fantasma.

    El personaje que Cayden Dunn había creado estaba aquí y hasta entonces no me había brindado el honor de conocerlo, el Swallowtail que había conocido en los parques de la ciudad tampoco tenía nada que ver. Hasta entonces había lidiado con un mocoso nervioso y reactivo, aunque amable, el que se resistía a pesar de sus desventajas, pero esto era distinto. Era completamente diferente.

    Distante, arrogante y en apariencia metódico, lo único que parecía importarle era salir triunfante. Solo quería cobrar su orgullo, ese que habían fracturado al dejarlo golpeado en un parque sin nada más encima que la ropa y algunos billetes para volver a casa.

    Estaba negando su miedo, usándolo como gasolina.

    —Acudí al viejo Reaper para que se encargara de recordarle a los malditos parias de este país que no deben tocarme. —Fue despectivo, brusco, esa forma de hablar no me recordó ni siquiera a la agresividad con la que se defendía de mis intromisiones. Fue peor, buscaba dañar a alguien que ni siquiera estaba allí—. De paso el infeliz me dio una bonita idea y para eso los necesito a ustedes, porque son los únicos capaces de cumplir tareas hasta las últimas consecuencias.

    La cabeza volvió a palpitarme, cerré los ojos con molestia y recordé la conversación con los Jackals, la negativa a Arata y mi regreso a las sombras. Me había negado para no volver a involucrarme en cosas que, en el largo plazo, podían seguir dañando a Anna porque ya había sufrido bastante viéndome apaleado.

    ¿Ahora venía este mocoso con la intención de arrastrarme de regreso al tablero? Sonaba como una puta locura, lo era. La furia que había contenido desde el mediodía me repicó en el cuerpo como el sonido de una campana y tuve que arrojarme cuerdas alrededor para retenerme. Pasé saliva y después abrí la boca, cuando encontré la fuerza mental para controlar mi ira.

    —Recha-

    —Rechazaste a los chacales —completó Dunn al anticiparse a mi negativa—, ya lo sé. No te debo nada, Sonnen, pero tú me lo debes a mí, ¿no crees? Me pediste a los carroñeros hace tiempo, tuve que cuidar de la hermana de Yako que me sacó una buena cantidad de pasta con una apuesta de mierda, incluso antes de que te desentendieras de ella alegando que nosotros la cuidaríamos, hablé con Hikari en tu nombre y el de Arata para que puedan estar aquí parados sin temer por tu vida en específico y te dije muchas veces que me dejaras en paz, algo que te negaste a hacer. You surely owe me something, but there's no need to worry, Raven, I know your limits.

    La última caja la bajó de un salto, ya estando a nivel del suelo como nosotros mantuvo la linterna apuntando hacia el piso para no cegarnos con el haz de luz. El reflejo difuso del rayo recortó las sombras en su cuerpo y en su rostro, marcándolas, de manera que sus ojos adquirieron un tono algo ominoso que no le había notado nunca. Me recordó a la mirada de un animal nocturno y no me refería a los ojos perdidos de un ciervo cuando un auto se acerca en la carretera, sino a los ojos inteligentes de los lobos siguiendo un animal herido por horas.

    Era hijo de su padre, incluso si lo aborrecía.

    —Recaba información, cuervo —sentenció luego de mirarme directamente sin titubear un instante—. Tráeme todo lo que consigas, incluso si son solo sospechas o delirios, y te pagaré por tus servicios. No deberás perseguir a nadie ni enfrentarte a ningún imbécil, solo me conseguirás data pura. Nada de ataques, de golpes, de guerras ruidosas ni ninguna de esas mierdas. Nadie sufrirá por tus manos, no lo permitiré.

    Lo daba por sentado, el imbécil parecía tener todo planeado y cronometrado.

    —¿Y yo estoy aquí por…? —Buscó saber el rubio.

    —La información que Sonnen consiga tiene que confirmarse. Eso es lo que vas a hacer por mí, Arata, punto. —Fue contundente, no se anduvo con más rodeos y miró a Shimizu con una intensidad que incluso a mí me resultó incómoda. Había algo en este niño que me recordaba a Anna y en ese momento particular incluso llegó a preocuparme, porque era demasiada energía contenida en un cuerpo tan delgado—. Me importa un carajo si no quieres hacerlo. Me lo debes.

    —No iba a negarme —contestó él, serio, y volvió a callarse.

    La palabra clave era deuda.

    Era el núcleo de esta reunión.

    Él sabía lo fatal que era la deuda como sentimiento y como concepto porque era emocional que daba gusto y también era una criatura de negocios, por eso lo estaba usando a su favor en consecuencia, lo estaba explotando, y así como Arata lo había usado a él para algo que aún no tenía claro, Dunn usaría a Shimizu como un arma. Al saberse incapaz de tener la suficiente potencia ofensiva para cobrar su sangre con las manos desnudas entonces lo tomaría a él, como una daga, y lo encajaría en el primero que pareciera lo suficientemente sospechoso o lo molestara bastante como para provocarlo.

    Bajo esa lógica, consciente de sus flaquezas incluso al apelar a la deuda de Arata como arma, quería que yo fuese el tren de pensamiento tras esas decisiones, era yo el que podía evitar que atacara injustificadamente o que apuñalara a todos los demás a su alrededor, exceptuando a Shimizu, quizás a Minami, por la que parecía sentir una adoración que se paseaba entre el amor filial y el deseo de formas azarosas, y a Ishikawa por razones aún más obvias. La información que recabara sería vital para evitar un desastre, tenía que ajustar la mirilla con precisión. Como francotirador no podía fallar sin que significara la ejecución de un inocente y el anuncio de nuestra posición.

    —No pienso hacer nada hasta que no solucione otras cosas —interrumpí, tajante, y eso hizo que el chiquillo me mirara de nuevo—. Entiendo que te hirió el ego que te dejaran ir la primera hostia de tu vida, pero a mí me da igual. Supéralo como hacemos todos, Cayden, vuelve a ser el crío del campamento por unos días y ya está.

    Algo en su mirada repiqueteó, fue el danzar de una llama invisible, una pizca de impaciencia y echó los hombros hacia atrás para corregir su postura a la fuerza. Los pocos centímetros extra que le daban las suelas de las botas habían dejado sus ojos casi al mismo nivel que los míos. Sostuvo el contacto visual con severidad, sin dudar, y cuando estuvo por abrir la boca lo interrumpí.

    La impaciencia volvió a bailarle por los gestos, tensó la mandíbula y me observó como si deseara cerrarme la boca de una bofetada. Dunn era emocional, pero eso no lo volvía estúpido en contextos muy particulares, así que contuvo su molestia, sus evidentes ganas de decirme que yo no era quién para ordenarle cómo comportarse y guardó silencio.

    —Me da igual, Dunn, ¿te quedó claro o te lo explico con dibujos? Voy a ayudarte, nunca lo negué, pero será cuando yo lo diga —sentencié sin molestarme en decorarlo, me acerqué a él hasta consumir su espacio y hablé a milímetros de su rostro bajando el tono—. No voy a perder algo mucho más importante por el orgullo de un mocoso que fue traicionado por un drogadicto de cuarta. Si querías lealtad ciega, ilimitada, sabías desde antes que no ibas a obtenerla de mí. Tenemos la misma relación conflictiva con las figuras de poder después de todo, es hora de que te amarres las pelotas y lo admitas.

    No retrocedió, dudaba mucho que conociera esa posibilidad de por sí, porque en cuanto alguien buscaba imponerse reaccionaba, era justo por eso que había terminado golpeado. Su respiración chocó contra mí, mantuvo la posición y su mirada viajó por mi rostro antes de regresar a mis ojos.

    Una expresión diferente le cruzó el rostro, fue resignación que luego se convirtió en burla y sonrió de forma apenas perceptible. Me di cuenta que no había tardado en comprender por dónde iba la dirección de mi problema, porque no podía ser otra cosa si éramos honestos, pero había algo más en sus gestos, como si supiera otra cosa de la que yo no poseía información alguna. Solo entonces recordé que aunque era un traficante, la pieza de otros, también movía información.

    Por eso entendía su propia traición. Porque los datos eran oro y algunos vendían hasta a su madre para responder preguntas.

    As you wish, handsome —murmuró sin filtrar la diversión en su tono—, pero como me entere que la seguiste cagando continuaré añadiendo a tu deuda. Arregla tu mierda, hazlo bien, porque no tengo espacio para errores. Quemaré al maldito Judas, lo haré frente a todos, para que nadie vuelva a tocarme un pelo en su puta vida. Fin de la conversación, va siendo hora de que regresen a casa.

    —¿Y tú? —preguntó Arata, entre molesto y preocupado.

    Cayden se permitió una risa que fue más para sí mismo que para nosotros, retrocedió para recuperar su espacio y miró a Shimizu. Le dedicó una sonrisa bastante indescifrable, pero no respondió y en su lugar sacó el móvil del bolsillo para llamar al chófer que nos había dejado, diciéndole que podía venir por nosotros ya para llevarnos de regreso.

    Fue cosa de un segundo, pero sentí que Arata había querido decir algo más y se había callado por alguna razón. Fue como si se hubiese tragado sus palabras al pasar saliva, intuyendo que no era el momento para hablar y se calló, pero seguía incómodo. Ni los cadáveres de Pompeya estaban tan tiesos, llevaba así todo el rato y el fastidio que manifestaba Cayden era casi exagerado, tanto que me había hecho preguntarme cómo habían sido capaces de comportarse en la mesa del campamento.

    Solo la intervención de Pierce, la presencia de Kohaku y la de Anna habían logrado encarcelar el fuego del mocoso. Apenas se vio libre de las convenciones sociales se desató, ahora el resentimiento estaba rebotando en su cueva, haciéndolo actuar. Si eso era bueno o malo, la verdad era que solo el tiempo lo diría.

    .
    .
    .

    Cuando el coche de Dunn padre volvió a dejarme en casa estaban por ser las once, ni siquiera era tarde. Abrí el portón de casa, entré y estaba por cruzar el jardín para meterme por la puerta trasera cuando prácticamente choqué con mi madre que estaba plantada a mitad del trayecto.

    Tenía la pijama puesta, el cabello recogido y el ceño fruncido de lo lindo. Apenas verla tomé un montón de aire, muchísimo, y esperé a que soltara la cantaleta correspondiente; no reaccionó de inmediato, me miró un rato con los brazos cruzados bajo el pecho. Maldijo en italiano en voz baja y yo me enjuagué los ojos, aturdido por la migraña todavía.

    —¿Y el auto? —Buscó saber, fue tosca, casi agresiva.

    —El chófer del padre de un amigo. —Mentí como si nada, pues porque Dunn no era lo que se decía un amigo—. Quería ayuda con unas cosas de la escuela.

    Do you think I’m stupid? —farfulló en inglés, el acento se le coló en la voz y yo parpadeé, resignado—. Deja de faltarme el respeto, Altan, es siempre lo mismo.

    No me sentía en la capacidad de comerme otro de sus regaños, no con la cabeza partida en dos, así que pretendí seguir andando y rebasarla. En consecuencia me pescó por el brazo, obligándome a volver a ella, y yo comprimí los gestos en una mezcla de fastidio y llanto contenido.

    —¿Para qué preguntas si fuiste tú misma la que me llamó incorregible? —siseé, resentido, y ella me soltó como si la hubiese quemado con hielo seco—. Si tengo que sentarme a tratar de arreglar mis putas cagadas sabiendo que mi propia madre cree que no tengo intenciones de mejorar, ¿qué más te da si el coche es del padre de un mocoso que tuvo la desgracia de ser hijo de un boss o si me junto con el motociclista imbécil que no hace más que tratar de sobrevivir? Me alegro por ti, por haber soportado a papá, pero ya solo di que vas a rendirte conmigo y déjame tranquilo.

    La pobre se puso pálida, toda la sangre le abandonó el rostro y solo entonces procesé la cosa tan horrible que le había dicho. Era el equivalente de pedirle que me dejara morir, sonaba exagerado, pero pensé que para una madre todo ese discurso era lo mismo que ponerte la cuerda de la horca alrededor del cuello y pedirle que no la cortara. Sus propias palabras me hicieron eco en la cabeza entonces.

    Como un perro que se aleja de su dueño cuando siente que va a morir.

    Sus facciones se tensaron, noté la ira y el dolor, la culpa también. Volvió a cruzar los brazos bajo el pecho, cerrándose sobre sí misma como un erizo, solo entonces me di cuenta realmente de que hace mucho la había dejado atrás en altura porque me pareció pequeña y herida. Comenzó a caminar para entrar a la casa, dejándome allí. No refutó lo que dije, no me discutió ni siguió regañándome, se fue y yo quedé allí como una decoración del jardín.

    Había arruinado algo más antes de siquiera arreglar lo principal.

    Era incorregible.
     
    • Sad Sad x 1
  5.  
    Bruno TDF

    Bruno TDF Usuario VIP

    Libra
    Miembro desde:
    9 Octubre 2012
    Mensajes:
    5,805
    Pluma de

    Inventory:

    Escritor
    Quería dejar un comentario múltiple a partir del fic de Rowan y Tora, pero me pudo más la tentación de leerme este último pues porque lo narra el papucho de Altan y, además, porque está conectado con los recientes hechos de la academia. De por sí ya venía arrastrando la curiosidad al leer los post de los muchachos en el rol, con esto de que mencionaban de forma medio críptica una reunión nocturna y la cuestión de tener que "arreglar" algo. Me alegró bastante encontrarme con este capítulo para poder llenar el hueco de información. Terrible el viaje que se está pegando Altan, entiendo perfectamente que Hubert lo descoloque con su manera tan amable y tranquila de ver las cosas JAJAJA.

    No me acuerdo si te lo mencioné alguna vez, pero adoro cómo construyes la ambientación callejera que aparece en la mayoría de tus relatos. De por sí considero que tenés una gran habilidad narrativa, lo cual no es novedad porque ésto sí que te lo dije un par de veces; pero creo que sería injusto no volver a remarcarlo, cuando te leo siento que aprendo un par de cosas en lo que se refiere a narrar textos, me inspiro uvu. Es gracias a esta habilidad por la que siento que tu ambientación está muy bien lograda, de verdad se puede percibir el aire denso y amenazador de este mundillo, se puede ver también en la forma que los personajes se mueven y su lenguaje, se siente cómo se miden entre ellos cual depredadores queriendo defender sus territorios y sus vidas. Y lo que más me fascina es que hay todo un universo de fics en torno a esto, la ambientación mantiene esa esencia sin importar el punto de vista, el cambio de personaje-narrador, los giros impredecibles. Un enorme conjunto, un tablero lleno de redes (qué buena conversación fue la del Patio Frontal, debo decir). Por todo esto y más, el placer de la lectura es grande <3

    Y ahora sí, hablaré específicamente de los muchachos y el tremendo QUILOMBO que se traen entre manos.

    Para empezar: pobre Altan. No se cómo no le explotó la cabeza a estas alturas, merecía mínimo una nochecita de intentar dormir. O por lo menos cagarse en todo sin poder pegar un ojo, pero con la comodidad de una almohada y un colchoncito mullido. Se le apilaron un montón de cosas de golpe y, por si no fuera suficiente, tuvo esa escena final con la madre que me partió el corazón (que transformó mi "Fangirl" en un "Sad", es que me pegó directo en el pecho). Me imagino que va a pasar el actual Día de la academia en modo "sticker del caballero desmayado" JAJAJA Ay, qué manera de andar sufriendo con él. Mención aparte, me resultó muy tierno que prorizara su situación con Anna, que para él fuera más importante solucionar sus cosas con ellas antes de meterse en un berenjenal mayor.

    Y CAYDEN, OH DIOS MY CAY. Me sorprendió un montón ver esta faceta de él. Un puppy convertido en una bestia hambrienta (pero una bestia chiquita iwal). ¿Y sabés qué? Lo amé. Me gusta un montón cuando los personajes alcanzan ese nivel de complejidad y van fluctuando entre las facetas que definen lo que son. Que Cayden se haya mostrado así de hardcore en el fic no quita para nada que es un muchachito adorable también. Te toma por sorpresa sin dejar de ser auténtico, sin borrar todo lo que antes mostró de sí mismo. Fue como muy orgánico todo.

    Arata, un genio como siempre. Cuando el fic arrancó con este muchacho en estado medio "apagado" supe que la mano venía bastante dura, jaja. Todavía debo leer más cosas de él para conocerlo mejor, pero siempre que aparece lo disfruto un montón, es un cabronazo muy querible :P

    Y los diálogos... Uf, 10/10. Es otra cosa que me gusta de tus fics en general, todos tienen respuestas muy ingeniosas y precisas que nutre sus esencias. Incluso si leyeras los diálogo sin saber quién habla, podrías identificar quién está tomando la palabra, lo cual me parece algo bastante clave para construcción de los personajes.

    Bueno, creo que hasta acá llego, pero siento que me quedé corto (?). Me llena de paz poder haber comentado algo tuyo, te lo venías mereciendo hace un buen tiempo ya. Y que no te quepa la menor duda de que recibirás más en un futuro, espero que sigas escribiendo más cositas hasta entonces <3

    ¡Salud!


    Yo leyendo al Cayden de este fic:
    [​IMG]
     
    Última edición: 22 Septiembre 2023
    • Ganador Ganador x 1
  6. Threadmarks: XLIV. The Seven of Cups
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    3826
    Edit: Se me olvidó porque te agradecí por privado, pero cuando sea que leas esto, de nuevo gracias por el comentario anterior, Bru <3 Siempre que alguno se toma el tiempo de comentarme me hace muy feliz, porque sé que es tiempito que invierten en ello.

    Ya entrando en materia tengo como tres fics a medias, que alguien me salve JAJAJAJA pero bueno, los voy avanzando en orden de importancia en la timeline o eso intento (?) Este tiene cierto carácter de urgencia okno oksi

    Básicamente voy metiendo personajes a Gakkou conforme se me van estancando en sus roles originales, como siempre. Colé a Ilana ya en el fic donde narro el ataque de Cay desde su perspectiva, así que como iba a traerla al gakkouverse pensé en hacerle un fic relativamente corto en comparación al resto para introducir algunas cosas de ella. También pude desarrollar un poco a las hermanas de Yuzu (???)

    So, creo que esto no lo dije nunca más allá de cuando le mandé la ficha a Santy (?) Pero Ilana es un personaje reciclado de hecho. Como tantos otros, se desprende también de los NPCs que hice para NitW y tenía bastante construidas ciertas nociones de su personaje. En NitW no llegué a presentarla por completo, cancelé el rol cuando apenas estaba arrojando hints de su existencia sin siquiera dar su nombre real, pero siempre me quedé con las ganas de rolearla y por eso la metí en el Legends of Sinnoh Alola version (?) Imagino que así como pasó con Maze, la Ilana que resulte en gakkou será más suave por decirlo de alguna manera.

    Absolutamente nada que ver pero iba a usar Sugar Water de Flower Face, pero de repente mi playlist viejísima de youtube me recordó la canción que puse Y DIOS MÍO THE VIBES. Fin.

    En fin, suficiente blablabla (?) Dejo el fic es canon para el miércoles 10 de junio.




    He lives in the darkness, he's calling my name.
    He's keeping me up, keeping me up.
    I'm wide awake.

    .
    Can I keep it up?
    Still got that feeling.
    I don't know about these heavy hands.
    Well maybe, they can pull me up.
    Still got that feeling.
    I don't know about these heavy hands
    'cause lately I feel like a desert island.

    .
    It's hard for me to breathe
    when all I do is feel so heartless.
    Am I heartless?

    XLIV
    [​IMG]
    The Seven of Cups
    .
    DESTINY . DAYDREAMING . CHOICE .


    | Ilana Rockefeller |
    *

    *

    *


    Una cosa era cierta, a pesar de los años que llevaba aquí no me sentía parte de algo realmente, como si fuese una extraña todo el tiempo. Cargaba conmigo cierta sensación de soledad o confusión que no me abandonaba del todo, tampoco me incomodaba de forma consciente porque en algún momento me pareció el orden natural de las cosas y lo acepté. Hice las paces con esas emociones y las dejé ser; puede que fuese lo que todos hacíamos en determinado punto, podía tomarse por aceptación o por resignación.

    Había cumplido una buena parte de mi educación básica en Estados Unidos, a mis padres les pareció lo mejor, pero nos preparábamos desde que yo era muy joven para la posibilidad de migrar a Japón. Para cuando acabé la secundaria se oficializó y nos embarcamos en la misión de comenzar una nueva vida en un nuevo país, desde cero prácticamente. Mi padre llevaba consigo un contrato con una organización de investigación privada, adjunta a los servicios de justicia japoneses o algo así, y mi madre la admisión a un programa de doctorado de gran prestigio. Había sido una de las pocas mujeres aceptadas de su campo.

    Se habían esforzado por años para abandonar el pueblo diminuto donde habían nacido.

    ¿Yo? Llevaba conmigo quince años recién cumplidos, los documentos de admisión a una escuela japonesa y poco más. Los amigos que había hecho en Northwood desde que era pequeña quedaron atrás, también las tonterías que hablábamos y las tardes en el bosque. Tiempo antes ya habíamos despedido a uno de los nuestros, el chico solo había dicho que se iba y que no lo veríamos más. Era hijo de una mujer que trabajaba en la industria hotelera, el padre del muchacho era inexistente suponía; desde que recordaba había estado solo con su madre y no parecían tener más familia.

    Ella lo había sacado del pueblo esperando poder darle algo mejor.

    Sin embargo, esos esfuerzos nos volvían náufragos en dos mares.

    Hice el primer año de instituto en una academia femenina, resaltaba muchísimo y me costó hacer nuevas amistades. Las chicas eran odiosas en su mayoría y afuera, en la calle, los muchachos de mi edad parecían esperar la oportunidad para decir que se habían liado con la extranjera que iba a la femenina incluso si era mentira. Fue una pesadilla hasta segundo, cuando algunas asperezas se limaron, me hice amiga de algunas chicas que cambiaron a mi salón y sentí que pude comenzar a ser una adolescente normal de nuevo, más o menos.

    La segunda mitad del año me enviaron de intercambio a Canadá, la oportunidad surgió y pasé algunos meses con una familia que envió a su hija a quedarse con mis padres luego del debido proceso. Al volver a Japón cerré el año lectivo, pasaron las vacaciones, inicié tercero y meses después me senté a pensar en mi futuro con mayor conciencia, porque en el viaje me había dado cuenta de que quería hacer muchas cosas, que quería ser excelente en lo que decidiera.

    Pensé que quería ser amable como la familia que me recibió en Canadá, inteligente como mi madre, valiente como mi padre en sus años de servicio como policía en Estados Unidos, quería ser también bonita, aplicada y capaz como mis amigas japonesas. Me di cuenta de que no quería solo quedarme estática esperando que las cosas salieran bien.

    Quería ser todo aquello que veía en los otros.

    Aunque eso a veces significara envidiarlos.

    El prestigio era importante y aunque la academia femenina era de renombre, el peso del Sakura a pesar de la lejanía lo superaba con creces. Según averigüé recibía gran cantidad de estudiantes extranjeros, así que debía ayudarme también con aquella sensación de diferencia que cargaba todo el tiempo a pesar de las amigas que había hecho. Era una suposición arriesgada, pero no tenía demasiado que perder ya.

    Un poco de ambición no podía matarme, ¿cierto?

    Mis padres estuvieron de acuerdo con la transferencia cuando les expliqué por qué, me ayudaron con el papeleo y pronto fui aceptada con ayuda de cartas de recomendación de la directora del instituto previo y de los profesores. La decisión la tomé ya entrado el año escolar, pero mis padres habían pedido que los profesores me mandaran material para nivelarme si era necesario y así lo hice, en una suerte de período de transición entre una escuela y la otra.

    La decisión la tomé unos días después de que tuviéramos que ayudar al chico del Shimizudani, la noche que decidí dar una vuelta con Mei. El muchacho, delgado y frágil como parecía, me preocupaba todavía de vez en cuándo. Le habían dado un golpe feo, tenía que haberse pasado días con el rostro inflamado y amoratado; ni siquiera tenía pintas de ser un muchacho que se llevara golpes con frecuencia, debía haberse sentido mal durante un buen rato.

    Casi un mes después todavía pensaba en el asunto, pues porque era una idiota sin remedio. Entendía que él no tenía por qué enviarme más mensajes pero la angustia, casi como un presentimiento, se me había quedado pegada al cuerpo. El miércoles por la tarde, apenas dos días antes de aparecer en el Sakura, quedé con mis amigas del instituto al que iba, salimos de la escuela y tomamos el metro para pasar a una cafetería en Shibuya y mientras las chicas ordenaban me di cuenta que seguía rumiando el asunto del pelirrojo.

    Pedí un café frío, saqué el móvil y lo dejé sobre la mesa. Al abrir los chats le respondí unas cosas a mi madre, pero antes de salir de la aplicación me fui hasta el final, al chat de Cayden. El niño tenía de foto de perfil una selfie suya con un gato negro, lo había alzado a la altura de su rostro y todo lo que se veía eran los ojos verdosos del animal y los suyos, de aquel ámbar tan intenso.

    Me quedé mirando el chat el tiempo suficiente para que una de mis amigas, Kyoko, de largo cabello lacio bastante oscuro y ojos avellana, se inclinara hacia mi posición. Husmeó los mensajes viendo que el último era mío y también vio de quién era el chat. Las neuronas tardaron un rato en hacerle sinapsis, pero cuando lo logró se permitió una risilla a la que no supe darle forma. Era la clase de risa que soltaban las personas cuando tenían cachos de información que otros no.

    —¿Todavía piensas en el chico del Shimizudani? —preguntó lo bastante alto para que las demás reaccionaran y me miraran directamente—. Te preocupaste mucho por él.

    Ella y su hermana no estaban, no habían visto lo que pasó como tal. La que les había ido con el chisme había sido Mei porque era ella la que había estado conmigo y otra amiga suya que me presentó ese día cuando el chico apareció con la cara hecha una desgracia. Yo había olvidado decirle que sabía cómo se llamaba el muchacho y ella olvidó decirle a las gemelas cómo lucía así que recién ahora recibían la información.

    —¿Qué le escribió? ¿Qué le escribió? ¡No me contó que sí le mandó un mensaje al llegar a su casa! —soltó de lo más atropellada Mei, tenía el cabello teñido de un tono parecido al del té con leche y solía usar lentillas de color, las de hoy eran moradas. Estiró el cuello para ver los mensajes y antes de que pudiese apartar el móvil la primera lo pescó, extendiéndolo para su gemela, Himawari, que no alcanzaba a leer nada del otro lado de la mesa—. ¡”Es un bonito nombre”! No puede ser, ¿es en serio?

    —¡Y la dejó en visto! ¿O no lo vio nunca? No, quizás sí, pero tiene la cosa del visto desactivada. Típico hombre que oculta cosas. —Saltó Kyoko arrebatándole el teléfono que empezó a circular por el trío de chicas como si fuese una reunión administrativa o un aquelarre, ya no estaba segura. Ni siquiera sabía cómo habían puesto al niño en el mismo saco que a todos los de su sexo de repente, pero parecía que las tres concordaban. Jamás habría pensado que Kyoko tenía fundamentos tras esa acusación—. Qué malo, con lo bonita que se portó Lana con él. No pudo ni contestar el mensaje.

    En cualquier caso, la información que poseía no la soltó de inmediato y se quedó esperando por ver cómo evolucionaba la situación. Quizás esperaba notar algo en específico de mí o Dios sabría qué.

    Kyoko era algo más extrovertida que su gemela, también controlaba con algo más de conciencia sus emociones, así que debió pensar que no era del todo correcto solo ponerse a soltar cosas sin más. A lo mejor esperaba una señal de que no era la gran cosa, una que nunca llegó.

    —¿Pero por qué lo dices como si me debiera algo? —dije inclinándome sobre la mesa para recuperar el aparato—. Lo del nombre se lo dije por decir y te recuerdo que le habían soltado un golpe en toda la cara. Ninguna reaccionó, Mei, ¿vas a decirme que lo iban a dejar ahí tirado?

    —”Se lo dije por decir”, ¡nunca dices nada por decirlo! Con lo que cuesta que digas ciertas cosas, por favor. —La queja fue de la susodicha, que ignoró mi segunda pregunta mientras las gemelas me observaron con cierta intensidad—. Te preocupas demasiado por la gente, Lana. Debe estar bien, llegó a su casa y punto, el resto no te corresponde.

    —Ya, tampoco es que sea algo que pueda controlar, ¿sabes? —Me defendí y suspiré con pesadez, anclando los codos en la mesa—. Iba a Shinjuku, ¿qué hacía solo en el Shimizudani? Es como… sketchy, pero es que no tenía pinta de nada. Igual solo tuvo mala suerte.

    —Pues pregúntale cómo está y ya —apañó Kyoko.

    —Llevaba una chaqueta de estas de bordados —añadió Mei unos segundos después, pensativa—. No es que importe, solo me pareció curioso.

    La sencillez con que la otra había soltado que solo le preguntara cómo estaba me descolocó lo suficiente para que Himawari me quitara el teléfono de las manos sin que reaccionara. Lo hizo con cuidado, observó la pantalla unos segundos y empezó a teclear. Escribió un mensaje que sonaba muy… Himawari.

    Hola. Perdona por molestar, ¿estás bien luego de lo del parque? Espero que sí

    Mei tomó el relevó, observó el texto y arqueó las cejas en una mezcla de inconformidad y extrañeza. Suspiró, también se tomó un instante solo para ver la pantalla, pensativa, y siguió escribiendo después de lo que ya había puesto Himawari.

    Podemos quedar un día, no?

    Kyoko fue la siguiente en ver lo que ellas habían escrito, comprimió los gestos y al final soltó una risa sin añadir nada más. Me extendió el móvil de regreso para que yo decidiera si lo enviaba o no, pero al final borré todo y lo guardé en el bolsillo, para decepción del aquelarre.

    Las tres suspiraron con cierta decepción, casi al mismo tiempo nos trajeron lo que habíamos ordenado y observé a Kyoko darle un sorbo a su té negro. Lo paladeó un poco, al final arrugó la nariz y se encogió de hombros. Según recordaba se pasaba buscando un té que supiera parecido al de su otra hermana, la de veinte y algo, solo para ver si era posible, pero nunca lo había logrado.

    —El chico es amigo de nuestra hermana mayor —confesó de repente haciendo que casi me atragantara con el café helado.

    —¿Pero qué edad tiene entonces? ¿Tu hermana no va a cumplir veintiuno? Pensé que tenía dieciséis o diecisiete.

    —Hizo los dieciocho en enero, recuerdo que Yuzu lo invitó a casa y le compró un regalo —respondió Himawari mientras olía el té que había pedido, siguiendo a su hermana en la confesión—. Come años, ¿verdad? La primera vez que lo vi pensé que era menor que Kyoko y yo. Hubo un tiempo que se quedaba mucho en casa con nosotras, meses antes de que nos mudáramos con Yuzu, recuerdo que hablaba poco y jugaba videojuegos con ella. Mamá nunca puso muchos peros, era tranquilo y educado, además parecía que… No sé, daba esta sensación de que no quería estar en su casa.

    —¡La trama se complica! —canturreó Mei luego de darle un trago inmenso a su café frío de menta y no sé qué más cosas, debía ser dulce al punto de lo repulsivo—. ¿De qué lo conoce su hermana de todas formas?

    Kyoko intentó hacer memoria, apoyó el codo en la mesa y descansó el rostro en su mano. Pensó durante varios minutos, buscando una respuesta pero no entendí por qué le dio tantas vueltas. Lo que contestó finalmente no parecía ameritar tanta concentración, al menos desde mi punto de vista.

    La muerte del padre de las Minami había ocurrido mucho antes de que nos asentáramos en Japón, para cuando yo llegué el nombre de Shiro Minami ya no sonaba en las noticias y tampoco se oía en la calle. A pesar de eso, las chicas eran cautelosas con el tema y aunque hacían la vista gorda, eran conscientes de que su hermana mayor se había esforzado por tomar un lugar que le correspondía a su madre cuando el padre murió o incluso un lugar más alto en la jerarquía.

    Ellas estaban limpias, eran niñas tranquilas que no se juntaban con gente rara, pero habían conocido al círculo más cercano a Yuzuki antes de que se desintegrara. Eso implicaba que ubicaban caras como la de Cayden y sabían que habían cosas sucediendo, por mucho que ellas no pudieran darles un nombre.

    —Yuzu fue novia de un muchacho, este chico tenía un círculo de amigos y ella estaba incluida allí. Cayden era parte de ese grupo.

    —¿Y el novio de tu hermana? —Buscó saber Mei.

    —Falleció —contestó Himawari, sosteniendo su taza, de hecho la presionó con cierta fuerza entre sus manos—. Yuzu lo sufrió muchísimo, todo el grupo… Creo que Cayden se quedaba con nosotras por eso. Tal vez no quería hablarlo con su familia y sabía que en nuestra casa nadie le sacaría el tema, pero no estoy segura. Como te digo, no solía hablar demasiado y creo que lo que dijo Kyoko de que oculta cosas no es del todo mentira. ¡No digo que sea malo! Yuzu no lo cuidaría tanto si pensara que es malo. Una vez envió con ella una bolsa de caramelos para nosotras. Creo que puede ser muy dulce si le das la oportunidad o al menos lo parece ahora, se ve que está mejor que cuando se quedaba en casa. Es solo una foto y ni se le ve bien la cara, pero luce más despierto, aunque suene raro.

    —Lo que dice Hima es que es complicado. Tal vez tengas razón al preguntarte qué hacía solo en el Shimizudani —advirtió su hermana—. Recuerdo que después de la noche en que pasó esto Yuzu llegó a casa la tarde siguiente enfurecida, se encerró en su habitación y estuvo hablando por teléfono por una o dos horas. Algo había pasado.

    —¿Dices que tu hermana supo qué atacaron al chico? —preguntó Mei, confundida.

    —No sé, pero la coincidencia me parece rara. Es improbable que se lo haya dicho él mismo, pero se le notaba cierta, ¿urgencia? Dijo no sé qué de que alguien se lo debía por algo que había pasado la noche anterior, pero no escuché bien el resto y nunca dijo nombres.

    —¿Y si le preguntas, Kyo? —sugirió Mei.

    —¿Por Cayden? —Buscó saber ella y soltó el aire con algo de pesadez—. Podría hacerlo, pero si resulta que no sabe lo que le pasó y se entera de que él no le dijo nada le va a armar la bronca. No quisiera que Yuzu se enojara con él por eso, si no se lo ha dicho es porque sabe que a ella le dolería verlo así.

    —No lo metas en problemas —pedí en un susurro observando un punto muerto de la mesa—. Por favor.

    Sentí los ojos de las tres encima y de haber sido otras personas habría creído que me estaban juzgando, pero las gemelas Minami y Mei eran las únicas que habían sido buenas conmigo en la academia femenina. No encontré cómo mirarlas, pero supe que no había un solo sentimiento negativo en los ojos de ninguna.

    A pesar de todo Mei soltó el aire de forma audible en un intento por quitarle la seriedad al ambiente, se inclinó hacia mí y me echó el brazo sobre los hombros. Usó el gesto para zarandearme con suavidad, pero terminó prácticamente abrazándome y le habló a las gemelas sin soltarme.

    —¡No vinimos para hablar de eso de todas formas! Es la despedida de Lana —anunció apachurrándome—. Le dijeron que el viernes comienza en la nueva escuela.

    —¡¿El viernes?! Se supone que sería el lunes. —Kyoko estuvo a nada de ahogarse con su propia saliva—. ¿Pero qué vamos a hacer sin Lana? Va a ser aburridísimo.

    Sonreí enternecida, miré a las tres y solté el aire por la nariz. La decisión que había tomado me separaba de ellas, pero quería hacer algo por mí. Quería por lo menos averiguar si en un espacio donde quizás habrían más personas como yo, perdidas por motivos similares, podía sentir que encajaba de mejor manera que en la escuela donde tres chicas eran vistas raro por juntarse conmigo. Todo no era más que una gran prueba de valor que yo misma había preparado con la esperanza de sobrevivir y sentirme mejor.

    ¿Era egoísta? No estaba segura.

    La pregunta siempre me rondaba, ¿qué tan egoísta era en verdad?

    Sabía que ellas lo entendían, estaban tristes como yo por tener que separarnos, pero habíamos acordado reunirnos siempre que pudiéramos luego de clases. Estas chicas, incluso si tenían que dejar a una amiga, estaban allí apoyándome en mi decisión y pensé que no podía pedirle más a la vida. Que el destino las había puesto en mi camino y yo no renunciaría a ellas solo por un cambio de escuela, que haría falta más que eso para que las dejara ir.

    Las tres levantaron sus respectivas tazas o vasos en un brindis improvisado, sonriendo, así que las imité y cuando devolvimos todo a la mesa Kyoko unió las palmas de las manos frente a ella. No agradeció por la comida ni nada, así que supuse que estaba elevando una oración silenciosa para mí. Era propio de ella después de todo.

    —Volvamos a reunirnos el viernes por la noche, para que Lana nos cuente cómo estuvo su primer día —pidió Himawari con voz queda cuando su gemela terminó.

    —Claro que sí, chicas —concedí junto a una sonrisa amplia.

    Lo dije como si nada, pero había sentido las lágrimas arder detrás de los ojos y supe que sin importar si seguiría viéndolas, si nada parecía cambiar, era muy posible que llorara a mis amigas en algún momento. Posiblemente existieran quiénes creyeran que no podíamos llorar por las decisiones que nosotros mismos tomábamos, a sabiendas de que podían ser lo mejor para nosotros, pero yo creía que eso no era cierto.

    Que podíamos y debíamos llorar aquello que elegíamos porque al hacerlo renunciábamos a algo más que podía ser igual de importante. Ese era el peso de la decisión, del supuesto libre albedrío, tomar una cosa pero dejar ir otra. Todo aquello que soltábamos nos dolía en menor o mayor medida, había que dejarlo doler, que nos alcanzara el pecho y lo despedazara.

    Era la única manera de poder crear algo nuevo.
     
    • Fangirl Fangirl x 2
  7. Threadmarks: XLV. The Tower
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    3692
    Para empezar, es canon para la tarde/noche del 11 de junio.

    Este fic lo empecé cuando el dramón de la azotea no llevaba mucho de haber iniciado, pero lo dejé a medio camino para ver cómo terminaba todo entre la aparición de Joey and stuff, porque creía que eso podría implicar un cambio de lo que ya tenía escrito. Al final no fue el caso (?) así que lo dejé como estaba y solo seguí escribiendo.

    Desde hace tiempo quería escribir algo desde la perspectiva del padre de Altan, así como hice con los padres de Cay, así que aproveché el bug. Eso y que no creí poder llegar a ningún lado con el destrozo de Al, supe que necesitaba otros ojos.

    Me acuerdo que empecé a escribir esto con Your Blood de NBT, pero de repente recordé esta canción de Flower Face and it broke me. Esta canción siempre me ha partido el corazón, recuerdo que la escuché en bucle varias noches y en dos momentos diferentes de mi vida después de decisiones que yo tomé. Decisiones que me dijeron que no podía llorar porque eran mías, ¿pero quién establece eso siquiera? Nadie y por eso me permití llorarlas, para hacer las paces con ellas. Para entender que lo que hice era justo para mí y para los otros que mantenía atados por miedo y nada más.

    La azotea fue un parkour emocional bien cabrón, eso no lo voy a negar, lloré muchísimo y me dolió un huevo y medio, pero también sentí que algo se reacomodó. Algo en Altan y algo en mí, quizás, no estoy demasiado segura.

    Como sea, luego de esa N/A que roza el sincericidio (?) Dejo el ficazo.




    'cause I loved you then and I love you now.
    What does this all mean, what’s it all about?
    If it’s not enough we can let it die
    and I will see your face in another life.

    .
    Maybe god will let me sleep
    or take away these dreams.
    When you painted yourself red,
    I wiped all your handprints clean.
    I do it all for you.

    XLV
    [​IMG]
    The Tower
    .
    TRAUMA . REBUILD . HEALING .


    | Erik Sonnen |
    *

    *

    *


    Empezó como una tormenta, en el momento en que toqué en su habitación y me dijo que pasara fue cuestión de segundos antes de que iniciara. Estaba sentado en la cama, amontonado en la pared que quedaba en la cabecera como si fuese un puño de ropa, con las rodillas dobladas medio envueltas en los brazos y allá, en el escritorio, descansaba una carta que parecía escrita por una muchacha. Estaba junto a unos papeles de colores y uno de los anillos de plata de su abuelo, mi padre. Vi las cosas sin saber muy bien por qué atrajeron mi atención desde la puerta, pero lo hice.

    En la pared delante del escritorio había quedado un pedacito de cinta.

    Era allí donde había estado pegada la carta.

    Altan no se había quitado el uniforme desde que llegó, bastante tarde dicho fuese de paso, se había metido aquí sin salir a nada, ni siquiera a tomar agua, y cuando entré sus ojos me enfocaron sin hacerlo realmente, como los de un muñeco a pila esperando un cambio. Siempre había tenido los ojos especialmente oscuros, como yo, pero ahora me parecieron negros como un pedazo de carbón antes de ser arrojado al fuego, como si tuvieran la capacidad de manchar todo aquello que se les acercara.

    Una roca que podía absorber toda la luz del universo.

    Era un niño de diecisiete años de metro ochenta, peso decente y buena fuerza, pero en ese momento me recordó al niño de seis años que no hablaba casi nunca. De hecho cuando era pequeño hablaba tan poco y parecía tan sumido en sus cosas que Janet se había preocupado lo suficiente para llevarlo con el médico, pero todo en él era normal y tampoco mostraba signos de alteración mental. No hablaba porque no quería, punto.

    Ese mismo niño taciturno fue el que me recibió, pero parpadeó, intentó abrir la boca y al hacerlo se deshizo en lágrimas antes de que pudiese decir nada. Rompió en llanto como si acabaran de decirle que su madre había muerto, me asustó de tal manera que cerré la puerta con prisa para luego prácticamente lanzarme en su dirección. Me senté a su lado, espalda en la pared también, y lo atraje hacia mí anticipándome a la posibilidad de que pusiera resistencia, pero no lo hizo.

    Todo su cuerpo cedió, sus brazos buscaron la manera de rodearme y sollozó como el niño al que acababa de recordarme, lloró con tal dolor que pensé que le habría pasado algo a la sobrina de Haumann sin saber que no podía estar más equivocado. Lo refugié en mi pecho como pude, hundí la mano en su cabello oscuro y me incliné para dejarle un beso en la coronilla. No me atreví a preguntarle nada en ese estado, dudaba que pudiese responderme algo coherente, pero también fue porque verlo estallar así me atoró un nudo en la garganta.

    Altan era mi niño.

    Era mi niño y no soportaba la idea de que sufriera.

    Incluso si eran las consecuencias que merecía.


    I fucked it up, dad —balbuceó entre las lágrimas, absolutamente desconsolado—. I really fucked it up this time.

    La frase no tenía contexto alguno, para nada, pero recordé la noche de la fiesta previo a que pareciera aquí apaleado, recordé cómo se había mirado en el espejo intentando peinarse y el día que Janet lo ayudó a cocinar un almuerzo. Recordé haberlo visto echando una taza con algo en la mochila, el anillo de mi padre faltante en sus dedos y volví a pensar en la carta con letra de chica que seguía allá en su escritorio, como la cicatriz de un latigazo.

    Se había enamorado de Jezebel y la había superado.

    Había logrado avanzar, pero había fallado en el camino.

    La muchacha, ¿Anna se llamaba? Sí, estaba seguro. Seguro como estaba de que no había sido fácil para ella, porque Altan era hijo mío como yo era hijo de mi padre. Porque Janet me había llorado de esta manera, porque creí que la perdería, porque mi madre había llorado a mi padre y así hasta parar de contar, porque habíamos tenido que vivir el temor de perderlas para entender realmente que debíamos cambiar.

    Porque debíamos quemarnos vivos antes de forjarnos.

    El metal que nos dominaba no podía ser moldeado de otra manera.

    —Dios, mi niño, ya está. Ya está. —Deshacer el nudo me costó horrores, pero así como él en otros momentos desconecté los cables suficientes para lograrlo y volví a mi centro a costa de sacrificar mis propias emociones. Le seguí hablando en inglés porque era el idioma que usaba conmigo casi siempre y en el que había soltado la frase críptica—. Papá está aquí, ¿me escuchas?

    Me anulé como él se había anulado, si acaso lo hice con algo más de experticia.

    —Papá está aquí, Al. Me voy a quedar aquí.

    En general Altan había sido siempre distante, se mostraba compuesto, maduro y extremadamente racional, así que recordaba muy pocas veces en que hubiese llorado así. Ni siquiera el día que llegó, apenas recuperándose de los golpes, había llorado a viva voz, lo hizo en silencio entre los brazos de su madre como quien acepta su destino. Ahora era completamente diferente, no había ni un hilo conector con ese evento y este en mi mente, pero notaba las diferencias.

    Una cosa era la resignación y otra el dolor emocional.

    Era el llanto del que se niega a aceptar la realidad, el de quien espera que sus sollozos despierten el cuidado de una Madre Suprema y que sus gritos le den la piedad de los dioses, que alguien lo escuche y pueda sacarle el dolor del pecho o decida matarlo si eso significaba liberarlo. Era el llanto de todos los adolescentes al llevarse su primer fiasco amoroso, cuando ven su amor fracturarse y se dan cuenta de lo difícil que es realmente construir una relación con cimientos lo bastante fuertes para soportar el mismísimo fin de los días.

    Exagerado o no, era la primera aproximación real para comprender que el amor no era lo único necesario para tener una relación de ninguna clase. Era complicado, tedioso y requería muchísimo esfuerzo. Para alguien como Altan, desapegado por naturaleza, significaba desarmar todos sus componentes y formar algo nuevo con las mismas piezas. Altan era capaz de amar, nunca lo había dudado, porque sabía que me amaba a mí, a su madre y a Jezebel, sabía que había comenzado a amar a Anna también.

    Amaba, lo hacía con una pureza que contradecía el resto de su carácter, pero debía aprender a darle forma. Tendría que descubrir que amar a los otros no significaba solo dejarlos existir, que debía involucrarse de verdad en sus vidas, lidiar con el miedo y con las dudas. Amar era viajar con los demás, no pilotar un avión.

    —Lo jodí todo, absolutamente todo. —Si lo entendía era un genuino milagro, porque las palabras se le quedaban atoradas en la garganta y la nariz—. Lo jodí todo porque me asusté como si fuese un puto niño y no pensé en nadie más. No pensé en nadie más.

    Lo escuché, lo entendí y me siguió doliendo que tuviese que cometer el error para comprender realmente el daño que podían causar sus decisiones, el mismo que parecíamos cometer todos. Me dolía el corazón al sujetarlo así, fracturado, pero porque me conocía sabía que Altan no era un santo.

    Mi hijo estaba lleno de fallas, tropezaba sobre las mismas piedras de manera constante y se quedaba allí atorado sin poder escuchar nada más que sus propios pensamientos. Todo lo que este niño había conocido era el amor de Jezebel, no correspondido, y el fogonazo adolescente de una relación sin amor de ninguna clase. No tenía más pistas con las que elaborar algo diferente, menos intenso y más estable.

    Pasé saliva con tal de mantener la compostura, reafirmé el agarre alrededor de su cuerpo y le brindé caricias en el cabello, suaves, conciliadoras, y volví a besarle la coronilla para suspender los labios allí. Olía muchísimo a tabaco, Dios, tenía la peste adherida al cabello y a la ropa y supe que tendría que reñirlo, como había hecho otras veces, pero ahora no era el momento. No cuando estaba llorando así.

    El cuerpo entero se le sacudía en intervalos irregulares, caóticos, y por un segundo temí que realmente estuviese atascado en un genuino ataque de pánico. Se le parecía, al menos eso creía, pero al niño solo le dolía el corazón y esa clase de sensación no la podría calmar nada más que llorar hasta quedarse seco. Era parte del proceso, uno desastroso y horrible, pero parte de él.

    No me había dicho del ataque de pánico que había tenido en la escuela hace semanas.

    Al otro lado de la puerta noté una sombra, recortó la luz que se filtraba por debajo, la del pasillo, y pronto comenzó a deambular con claros signos de nerviosismo. Eran los pasos de Janet, no podía ser de otra manera, la noche anterior había salido a recibir a Altan cuando llegó después de que lo recogiera un coche, uno cuya matrícula pertenecía a los chóferes contratados por Liam Dunn. Luego de interceptarlo había vuelto a la casa, pero no regresó a la habitación y en su lugar se zambulló en su estudio, cerrando con llave y no llegó a dormir ni siquiera en la madrugada. En la mañana tenía los ojos irritados e hinchados, pero cuando le pregunté si estaba bien no contestó nada.

    Altan, por su parte, había subido prácticamente detrás y se encerró en su habitación de un portazo contundente. Desde que había vuelto aquí golpeado había dejado de salir tan seguido, iba a la escuela, volvía y se encerraba, era algo que tranquilizaba a su madre pero a mí me preocupaba, me daba la sensación de que algo estaba fuera de lugar. Por eso cuando salió anoche me alivió, creí que iría, bebería algo como la mayoría de adolescentes que creían estarse escapando un rato de casa y volvería, pero el puto coche alteró a Janet y ella lo alteró a él. Se merecían el uno al otro, eran intensos e impacientes entre sí, lo suficiente para que olvidaran que se amaban como madre e hijo que eran.

    Janet había perdido dos embarazos después de Altan, obviamente era su bebé.

    Temía perderlo apenas se volviera un adulto.

    —No le hablé por semanas porque me asusté e incluso ignoré lo que me dijo, fue como si no le creyera —balbuceó de nuevo, tuvo que detenerse porque un sollozo espantoso le cortó el suministro de aire y al seguir hablando repitió lo mismo—. Fue como si no le creyera. Me dijo que me quería a mí y yo no pude, no pude-

    —Respira, Al, ¿me estás oyendo? —La forma en que estaba tomando aire daba pena, inhalaba con fuerza por intervalos cortos, soltaba una retahíla de cosas y se quedaba sin oxígeno. Cuando le pregunté si me oía asintió, así que reinicié mis instrucciones—. Respira, mi niño, o te vas a ahogar. Un respiro grandote, pero a mi cuenta… Y uno, dos, tres, cuatro, cinco y exhala, despacio, a la cuenta también.

    Tomó aire, se le entrecortó, lo reintentó de inmediato y pudo seguir mi indicación. Inhaló despacio, profundamente, el oxígeno le llegó con algo más de estabilidad y exhaló al mismo ritmo, regulando de forma sutil su respiración. Le duró… Menos de un minuto, el llanto lo asoló con fuerzas renovadas, lo aplastó con la violencia de un genuino maremoto y volví a estrecharlo con fuerza contra mí.

    Creí que me había desconectado, lo creí de verdad, pero al verlo ceder de nuevo a aquel llanto violento, a ese pedido de clemencia de una fuerza divina, se me empañaron los ojos. Parpadeé, el cristal no desapareció de mis ojos y no fui capaz de enfocar la pared frente a la cama, la televisión ni nada más. Traté de mecerlo como si fuese un bebé, lo arrullé y le pedí fuerzas a Dios por primera vez en años, décadas posiblemente.

    Se las pedí porque no creía ser capaz de soportar el llanto de mi hijo sin quebrarme y sabía que su madre, allá detrás de la puerta, debía estar en peor que yo. Verlo llorar significaba que sentía algo, pero era desolador. Era una tristeza tan densa, tan pesada, que sentía que me aplastaba.

    —Le dije a mamá que solo se rindiera conmigo y que me dejara tranquilo —escupió entonces, completando el cuadro de por qué Janet se había encerrado toda la noche—, pero me dijo que era incorregible. Mamá me dijo que no tenía arreglo y tenía razón, tuvo razón todo el maldito tiempo y Anna lo pagó. Anna pagó toda mi mierda.

    El cristal de lágrimas cedió entonces, las sentí correr, me empaparon el rostro y fueron a perderse en el cabello negro de Altan, idéntico al mío, trazando surcos gruesos en su camino. El nudo salado en el fondo de la garganta se deshizo, tomé aire muy despacio para no delatarme a mí mismo y traté de calmarme lo suficiente para poder seguir haciéndole de soporte.

    Le aparté el cabello pegoteado del rostro, seguí meciéndolo y tomé su brazo para ajustar la posición, porque se le había quedado medio aplastado bajo su propio cuerpo, y lo insté a rodearme como había hecho con el otro. Se dejó hacer como un muñeco de trapo mientras yo buscaba las palabras correctas, las necesarias, y pasé saliva antes de poder abrir la boca.

    Hablé con la misma suavidad con la que llevaba haciéndolo desde que entré a su habitación. Entendía que el tiempo en que todo había sucedido era fatal, que las palabras de su madre se habían traspapelado con el colapso de su enamoramiento y ahora todo era una misma cosa. Todo apuntaba a demostrarle que la redención no existía.

    Sin embargo, aunque Altan salía de mi molde yo creía en el cambio.

    Creía que podíamos expiar nuestros pecados.

    —Mamá no quería lastimarte, ¿te das cuenta? Solo estaba preocupada, eso es todo —dije casi en un murmuro—. Mamá no te diría eso en otras circunstancias, jamás. Solo no sabe cómo decir que le preocupas, ya la conoces. Ella sabe mejor que cualquiera que puedes ser lo que quieras, que si quieres arreglar algo lo puedes hacer y si quieres cambiar lo harás también, ella sabe que no le dijiste esas cosas en serio, no va a rendirse nunca. Al, mamá te ama, ¿sí? Te ama muchísimo.

    Creí que eso le aliviaría el corazón, pero di en la pata coja de la mesa sin querer porque me pareció que el llanto aumentaba de intensidad. Amortiguó los sollozos contra mí, harto de escuchar el eco de su propia voz en las paredes, y seguí abrazándolo. Todo lo que era él estaba reducido a fragmentos con bordes irregulares que no parecían calzar unos con otros y aunque no dijo las ideas que le debieron cruzar por la cabeza, las posibilidades me alcanzaron la mente con algo de retraso.

    Mamá me amaba y le hice daño.
    Anna me quería y le hice daño.

    Su amor por mí les hizo daño.
    Yo les hice daño.

    —A veces lastimamos a las personas que amamos —dije luego de ser consciente de las posibles cosas que le daban vueltas en la cabeza, la voz estuvo al borde de fallarme—, a veces les hacemos muchísimo daño. Es cierto que amar no debería doler, pero a veces lo hace y debemos trabajar con eso, porque reconocemos el dolor que causamos. Aceptar lo que hicimos es necesario para cambiarlo, ahora va costar pero puedes volver a intentar, Al, ¿no? ¿Terminaron, es un respiro? ¿Qué pasó?

    No pudo responderme, sentí que lo intentó pero lo que quiso decir se le quedó atorado en un sollozo antes de poder adquirir forma de algo. Se rindió absolutamente, prefirió callarse y no darme ninguna clase de explicación. Su maremoto pareció reducir su fuerza, fue apenas perceptible, pero en el momento en que aceptó no decir nada más fue como si su cuerpo entendiera que era suficiente.

    Que debía dejar de esforzarse por verbalizar un dolor para el que no encontraba palabras, que su cerebro podía dejar de humear en un intento por intelectualizar algo que no podía ser pensado en términos racionales. Reconocía sus errores, también que la decisión (la que fuese) que habían tomado era la correcta y madura, pero entender todo eso no eliminaba el poder que dichas situaciones tenían sobre él. El poder de herir, de morder y asustar.

    El poder de partirte el corazón.

    —Llora todo lo que necesites, mi niño —susurré todavía meciéndolo—, y no pienses más. No intentes pensarlo, nada más llora. No importa lo que pase te amo muchísimo, te amo como no imaginas y estoy aquí para ti.

    Era el privilegio, o una condena, que me permitía el ser parecido a él, pero era capaz de no tomarme como algo personal todo lo que Altan hacía. Me permitía seguir a su lado a pesar de su eterna distancia, porque ambos estábamos en espacios diferentes siempre. Había algo fuera de lugar, pero no era conmigo, había cosas que no sabía pero debía esperar a sus tiempos. Era lo que era y no había dolido hasta que lo había visto romperse de verdad.

    Justo como él debía haber visto romperse a la muchacha.

    En algún momento el caos mermó, su cuerpo dejó de sacudirse con la violencia inicial, pero siguió llorando en silencio. Cada vez que parecía que iba a detenerse recordaba algo y las lágrimas volvían a empaparle el rostro sin permiso, corrían hasta perderse en el abrazo que me negaba a deshacer y yo había seguido llorando en ese silencio también. No había caso en contenerlo.

    Aflojé el agarre alrededor de él, mi mano encontró su hombro, lo acarició con mimo y luego deslicé el contacto a su brazo. Era el tipo de caricia que pretendía consolar y nada más, a falta de algo mejor eso era todo lo que tenía. Parecía ínfimo pero era mejor que nada.

    Su madre había seguido rondando fuera de la puerta como un animal en cautiverio, alterada, confundida y agitada. Sus pasos cortaban la luz bajo la puerta, no había detenido su marcha ansiosa ni un instante, y estaba esperando un milagro divino o encontrar las fuerzas para enfrentar a su hijo. Le daba miedo perderlo y le daba miedo enfrentarlo, porque así como yo, ella se reconocía a sí misma en él. Sus arrebatos de ira, el carácter difícil y el amor que podía entregar.

    Altan era nuestro espejo.

    Lo habíamos criado esperando que no cometiera los mismos errores, pero los chicos cometían estupideces independientemente de cómo uno los moldeara. En este momento de inflexión, en el quiebre entre ser un niño y ser un adulto, todo se reseteaba y cambiaba. Ahora solo él sería capaz de moldearse a sí mismo.

    Hasta entonces, no podríamos hacer otra cosa que acompañarlo.
     
    • Sad Sad x 2
  8. Threadmarks: XLVI. The Queen of Cups x The Page of Cups
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    3362
    Not me rusheando este fic para poder terminarlo antes del cambio de día JAHSJAJ igual que el capi del AU lo fui escribiendo por cachos, de puro milagro no me salió igual de kilométrico.

    Gigi Blanche we qué pesada yo, pero bueno cuando lo del negocio de Ro, Arata y Sasha en la azotea me dijiste que decidiera yo las weas and so I did. Había pensado en solo establecerlo en un post, pero we desde que largué el AU de los niños en el futuro NECESITABA escribir con Sasha en The Alchemist para asignarle una carta de una vez.

    ALSO te agradezco de paso por haber leído el fic anterior, el del absolute emotional pain ;;

    Con eso dicho, es canon para el domingo en la tarde solo si te parece, obvio owo EDIT: es canon.

    Procedo como mi speech de la carta.
    Queen of Cups: Representa las emociones, la feminidad y la intuición, este arquetipo resalta la sensibilidad, la empatía y la compasión. En sí esta carta llama a que sintamos lo que debamos sentir y también a que confiemos en nuestra intuición y nuestro corazón. Invertida es un llamado para que nos centremos en nuestro bienestar emocional, que nos tratemos con amor y compasión a nosotros mismos.

    Esta carta la tengo reservada para Sasha desde que me puse a buscar las cartas para Rowan y Tora, porque la leí y supe que no podía ser para otro personaje. Para la gracia, es la reina del mismo palo que la carta de Maze, que es el Rey de Copas. Me pareció demasiado precioso, that's just me being a devoted shipper-

    Con eso dicho, dejo el fic. Puse las cartas rosaditas just because, pero al final puse esta canción y ya no pegan tanto JAJAJA




    I was born this way,
    nothing gonna change that.
    Don’t care what they say,
    gonna light that match.
    When the chaos starts
    you know I live for that.

    .
    Got TNT in my bones.
    Every breath on the edge of going psycho
    They say that I’m a fallen angel,
    they might be right cause I feel holy when I raise hell.

    XLVI
    [​IMG]
    The Queen of Cups
    x
    The Page of Cups

    .
    Fairness . Intuition . Beginning .


    | Sasha Pierce |
    | Rowan Ikari |

    *

    *

    *


    Le había dicho a Sasha que yo podía movilizarme a donde ella le quedara más cómodo para que me entregara la joya y no era mentira, pero el sábado tendría que ayudarle a mi madre desde temprano hasta bien entrada la tarde con algunas cosas de las instalaciones que quedaban pendientes. Igual eso no fue tanto problema, era que ya el cuerpo me estaba mandando señales de dolor. De por sí desde el viernes en la noche la espalda me había estado molestando y fue empeorando. No me quedó más que escribirle a Pierce que tenía un compromiso atravesado el sábado, una media mentira piadosa más porque prefería no preocupar a nadie, y que si podíamos vernos el domingo, la chica accedió con un mensaje bastante, ¿plano? En fin, aceptó.

    El domingo también lo tenía ocupado pero era más accesible, mi madre quería que estuviera en la exposición tanto como me fuese posible y ya. Sonaba como algo sin importancia, pero algunas de las piezas las había confeccionado con mi ayuda, había colocado mi nombre en las fichas técnicas, así que quería que yo estuviese presente por lo menos ese primer día de exposición. La lógica era que podían llegar personas importantes que luego podrían redactar cartas de recomendación y quién sabe qué más.

    No iba a discutir la importancia de los contactos.

    Con eso presente le dije a Sasha que pasara el domingo por la galería, que era en el nuestro barrio, porque me había quedado sin huecos en la agenda, pero que se lo compensaría por tener que hacer que se moviera ella. Hasta le mandé la publicidad de la exposición que reunía obras de varias personas más allá de mi madre, encima la entrada era gratuita así que era una oferta bastante buena. Su respuesta fue igual de sencilla, así que asumí que solo era su forma de textear y le dije que llegara a la hora que mejor se le acomodara porque estaría allí todo el día.

    No me gustaba la idea de que fuese ella la que tuviese que moverse por mí, pero tampoco me parecía bien cancelar el negocio en el que había mostrado tanto interés solo porque de repente tenía otras cosas que hacer. El multitasking era vital en estos asuntos, yo lo sabía muy bien.

    Era obvio que no pretendía que el intercambio fuese evidente; le daría el recorrido por la galería, la invitaría a tomar algo y haríamos el asunto con la discreción suficiente. Nada que no hubiese hecho antes, si debía ser honesto. Era un poco contradictorio si teníamos en cuenta mi conflicto de cómo meterle el cuento a mi madre, viendo que recibiría la primera joya en sus narices, pero a veces era mejor así. Entre más se pretendiera ocultar algo a conciencia, más rápido se descubría así que prefería evitarme el numerito de andar ahí todo misterioso. Las madres conocían a sus hijos en las cuestiones esenciales, lo bastante para notar cuando algo se estaba saliendo de los parámetros normales.

    —¿Tu madre siempre va a hacer que te pongas camisa, pantalón fino y que te peines cuando haya exposición? —preguntó Tora que estaba a mi lado con sus pintas de siempre, camiseta oversized, cargos y deportivas—. Pareces un muñeco, en el mal sentido.

    —¿Rollo película de terror? Entiendo que no es mi estilo, hombre, pero tampoco estoy tan feo.

    —¿Estás seguro?

    —¡Estoy seguro!

    Al imbécil se le escapó una risa, me dejó ir un golpe en el hombro y se excusó para ir a husmear la exposición. Su silueta acabó por revolverse entre la gente, que en las paredes blancas de la galería, altas, parecían un puñado de alfileres.

    El espacio era claro, clarísimo, como la mayoría de galerías. Había iluminación para los cuadros, para las esculturas y todo lo que hiciera falta. La blancura de las paredes era interrumpida solo por las obras aquí y allá, como manchas en un inmenso lienzo blanco. Era como si las obras expuestas y las paredes replicaran lo mismo que mostraban, como una suerte de espejo opaco.

    Había pasado alrededor de una hora conversando con algunos tipos trajeados, de los que elegían invertir en arte, y luego otra hora ayudando con la guía del espacio. Les mostraba las obras a las personas, las explicaba y de vuelta al principio. Para cuando pude tomar un descanso, a eso de la una de la tarde, me aposté cerca de la entrada de esa segunda planta y algo de aire proveniente del pasillo me refrescó los pulmones, fluía un poco mejor que el aire acondicionado.

    Había comenzado a sentir que el cuerpo me lanzaba quejas lejanas de dolor con más frecuencia que ayer en la noche cuando terminamos de trabajar, que al hacer ciertos movimientos con los brazos las articulaciones protestaban y lo ignoré porque no tenía tiempo para esas mierdas. Supuse que pasaría otra noche de perros, para variar, pero justamente ese era el mejor escenario: que me diese tiempo a llegar a la noche.

    De cualquier manera, mientras estaba allí sentí el móvil vibrando en el bolsillo y al sacarlo me di cuenta que era una llamada de mi hermano, así que atendí. Me llevé el aparato a la oreja, saludé y el otro me preguntó cómo estaba, que si le estaba ayudando a mamá con la exposición.

    Le respondí todas las preguntas, le hablé un poco de la nueva escuela y le dije que se comunicara con los proveedores de Tekné para ver la posibilidad de meter algo de alcohol de mejor calidad. A mí todavía no me daban demasiada bola por el tema de que estaban acostumbrados a responder a él, lo que era normal.

    Me dijo que los llamaría, le agradecí y cuando estaba colgando una cara conocida se me interpuso en el campo de visión. Tenía pinta de que se había esperado a que terminara de hablar; su rojo y gris fueron un reflejo de mis propios tonos y le dediqué una sonrisa tranquila.

    Hello there, Rowie —saludó con la calidez que parecía ser la base de su carácter en tanto se estuviera en un espacio neutral—. ¿Imagino que aquí es la entrada a la exposición que me dijiste?

    —Asumes bien, sí —respondí y luego me desinflé los pulmones—. Perdona por hacerte venir, se me enredó un poco el itinerario. No quería que fueras tú lo que tuviese que moverse.

    Take it easy, hon.

    Tuve la ligera sensación de que en otras circunstancias habría bromeado con el asunto, pero al percibir que el tema quizás me estaba angustiando más de lo que debía lo descartó. Me sonrió con la facilidad que parecía caracterizarla y sus ojos se distrajeron cuando un grupo de gente salió de la exposición; iban mujeres, adolescentes y hasta niños.

    —¿Las organiza tu madre dices? —preguntó con la vista puesta en el interior.

    —Organiza el espacio y casi siempre hay algunas obras suyas, sí, pero nos patrocinan otras personas casi siempre —contesté sin darle demasiada importancia y giré el cuerpo con intenciones de volver adentro—. Wanna come in, love?

    No filtré el apelativo, ni siquiera pasó por el plano de la conciencia y por rebote ella debió entender que no implicaba nada. Era, después de todo, la misma chica que iba por ahí dándole apodos a los demás o también usando apelativos de esa clase, la misma que compartía almuerzo con Shimizu aunque estuviera hablando de un negocio de falsificación de joyas.

    Si en algo había tenido razón Tora era en que esta muchacha parecía amable, no importaba en la mierda que trabajara que le diese acceso a las joyas que me estaba ofreciendo, su carita no pertenecía a ese mundo. Parecía cálida, de ánimos livianos y, por el almuerzo que había compartido con Honeyguide, también había cierta actitud maternal en ella que no se podía ignorar.

    Puede que no lo supiera, pero eso la emparentaba a Licaón.

    Tal vez fuese temprano para decirlo, pero si lograba seguir conservándose a sí misma en las sombras. Si su núcleo poseía la fuerza para no quebrarse… Esta chica estaba destinada a mucho más que endulzar oídos y afanarse unas joyas. A muchísimo más.

    Y perder la oportunidad de verlo suceder no estaba en las opciones.

    Entramos a la galería, se percibió cierto cambio de temperatura por los demás cuerpos, y los ojos de Sasha comenzaron a viajar por las paredes. Había una gran colección de cuadros en óleo que recogían paisajes urbanos de Tokyo, pero también zonas naturales de la ciudad. Había parques, lagos, árboles, cerezos en flor. Había pasos de cebra, coches emborronados por el movimiento y luces de neón.

    —La dicotomía de lo cotidiano —dije recordándole el nombre de la exposición—. Estamos inmersos en un mundo dividido, uno donde hay cemento, luces artificiales y humo, pero también árboles, animales y cuerpos de agua. Todo ocurre en el mismo espacio, en paralelo, ¿no te suena familiar?

    Maybe a little too much, Rowie —admitió ella aprovechando lo ambiguo de la cuestión—. ¿Aunque no te parece una charla demasiado profunda para estas horas de la tarde?

    La puntualización consiguió arrancarme una risa floja, me encogí de hombros y me detuve frente a un gran marco. No parecían ser más que manchas de óleo diluido, pero si uno las observaba el tiempo suficiente notaba la intención de un paisaje. Insinuaba figuras, luces y sombras, pero no mucho más.

    —Puede que tengas razón, ¿pero cómo podríamos juzgar a mi alma de artista, querida? —solté con un tono dramático de lo más impostado.

    —Alma de artista. —Se mofó ella y volvió a colarse en mi campo de visión—. ¿Qué pasa que no veo ninguno de tus maravillosos trabajos por aquí entonces?

    La pregunta me arrancó una risa genuina, sonó un poco como los comentarios de Shimizu pero sin ser ni por asumo igual de ofensivo. Se me ocurrió que al final ambos se llevaban bien porque habían logrado entrar en una sincronía lo bastante parecida para sobrevivir el uno al otro, como dos piezas de rompecabezas.

    En todo caso, no contesté nada y en su lugar seguimos caminando. Giré a la derecha, otra sala se abrió, igual de inmaculada que la anterior, y su obra principal saltó a la vista. Un ensamble metálico ocupaba el centro de la sección: un ave de presa. Decenas y decenas de plumas metálicas cubrían un armazón que era visible en partes sí y en partes no.

    El animal estaba en una posición dinámica, lanzándose sobre un objetivo imaginario, con las garras enroscadas sobre sí. Al final del día las criaturas solo pretendían existir en mundo lleno de cambios, un mundo donde no eran parte de todo de la forma en que debían. Puede que esta chica no fuese diferente al ave que debía anidar al borde de una ventana y que Shimizu tampoco se diferenciara demasiado del halcón que cazaba palomas en pleno ajetreo de la ciudad. Respondían a su naturaleza en un ambiente que no era el que les correspondía.

    Lo hacían para sobrevivivir.

    —Sheila Ikari y Rowan Ikari —murmuró Sasha al leer la ficha técnica en el soporte del ensamble y alzó la vista al rostro del ave—. ¿Cuánto tiempo les tomó?

    —Meses —concluí mientras observaba el plumaje metálico—. Martillando, soldando y creando piezas desmontables para poder pasarlo por una puerta de medida estándar. Todos los materiales artísticos tienen su dificultad, pero el metal… Encontré en él otro tipo de resistencia. Una que muchas veces se encuentra en las personas, la confianza requiere tiempo y sacrificios. A veces te lastimas las manos y debes volver a intentar, incluso si temes sujetar la herramienta o el trozo de metal que te hizo daño.

    Había sido una respuesta absolutamente innecesaria, pero Sasha me había escuchado y me di cuenta. Parecía ser atenta por naturaleza también, al menos eso demostraba que oyera el pequeño discurso, y me pregunté cómo eran capaces de sostenerse a sí mismas en condiciones que destruían incluso a hombres adultos. No tenía demasiados detalles, pero podía imaginar posibilidades y ninguna era mejor que la anterior, ni una sola.

    Todas hablaban de condena.

    Como las de casi todos los muchachos bajo el ala de Bunkyō.

    —Eres persistente, ¿no, Rowie? —preguntó ella girando el rostro para mirar su perfil.

    Some would call me a burden —atajé junto a una risa baja y reinicié nuestra marcha por la sala—. Soy un obstáculo o una carga, pero también una guía. Sin importar la definición, puede que la idea más neutral sea esa, sí. La perseverancia nos acerca a los resultados, ¿no?

    It sure does —secundó junto a una risa nasal—. Es parte de los requisitos además.

    No había que ser demasiado listo para saber a qué requisitos se refería, la estupidez me hizo cierta gracia pero me la reservé y seguí como si nada. Continué por la sala, le mostré lo demás y regresamos a la que habíamos abandonado antes para entrar a la siguiente que tenía más instalaciones metálicas, aunque menos aparatosas en tamaño.

    Con el recorrido finalizado le dije que había una pequeña cafetería en el mismo edificio de la galería, así que la invitaba a un café, té o lo que quisiera. Todavía no me había entregado la joya así que accedió y abandonamos esa planta para subir a la siguiente, donde lo primero que nos recibió fue la cafetería en cuestión.

    Si acaso había cuatro mesillas de tres sillas cada una, pero hacía el trabajo así que tomamos asiento sin prisa. Ordené un café negro, Sasha un té y pronto ambas bebidas estuvieron frente a nosotros, humeantes, lo que fue agradable porque el aire acondicionado estaba un poco más frío de lo que debería si me lo preguntaban.

    Me molestaba en las articulaciones, la verdad fuese dicha, así que apenas me pusieron en café delante tomé la taza y la acerqué a mi muñeca. El calor residual mermó la queja de dolor en la articulación y parpadeé despacio, un poco distraído.

    Are you in pain, hon? —preguntó ella casi en voz baja y le dediqué una sonrisa culpable—. ¿No te molestó estar tanto rato de pie?

    —No es nada grave, estoy bien. Tengo el cuerpo algo frágil desde el viernes en la noche, no hay mucho que hacerle —contesté con sinceridad, pero dejé los ojos puestos en cualquier lado de la mesa—. Es lo que hay.

    —¿Tienes que quedarte hasta la hora de cierre?

    —Voy a calcular mis propios límites, si veo que no doy una me iré a casa —dije regresando la atención a ella—. El evento del viernes, ¿cómo estuvo? Me quedé con el amargado de Tora en el salón.

    —No estuvo mal, tendrías que haber visto a Arata sacando los pasos prohibidos. It was hilarious! —contestó de inmediato junto a una risa.

    —¿No bailas? —pregunté mientras giraba la taza contra mi muñeca.

    Oh God, no. —Su respuesta fue casi automática y su risa se tiñó de algo de vergüenza, aunque ligera—. Agradece que la academia se libró de semejante espectáculo, Rowie, el honor de una dama es muy importante.

    La tontería me hizo gracia, consiguió hacerme soltar la risa y relajé la espalda en la silla. No creía que pudiese ser tan grave, pero era curioso ver que había una cosa que le causaba algo de nervios, pudor, la mierda que fuese. Sobre todo a una chica como ella, era guapa, alta y tenía una personalidad agradable. No quería decir que eso la librara de no saber bailar, no, si no que la volvía más humana tener algo que no sabía hacer cuando las de su clase pecaba de, bueno, abejas reina.

    Entendía que estábamos aquí por un negocio, pero tampoco quería ignorar del todo el hecho de que esta chica seguía siendo eso, una chica. Era una persona como yo y si queríamos fundar una sociedad duradera, capaz de sobrevivir al mundo de sombras, teníamos que llevarnos bien. No creía que nos costara demasiado de todas maneras, pero era bueno tenerlo presente.

    En cualquier caso, antes de que contestara algo su mano depositó una bolsa de papel café con cuidado sobre la mesa: el brazalete que había elegido de entre las fotos. Fue cuidadosa y casual, como si solo estuviera entregándome un paquete de galletas o algo; lo dejé sobre la mesa un rato sin llevarle el apunte, hasta revisé la hora en el teléfono solo por hacer la lámpara y después me guardé la bolsita casi con desinterés.

    —Cuando mi próxima obra maestra esté lista, te escribo de nuevo para que puedas verla.

    Lo dije así nada más, fue ambiguo, calzaba con la exposición y fluyó con una facilidad ridícula. Sasha sonrió, satisfecha, y retomó la conversación como si nada hubiese ocurrido. Era el comienzo del fin, estaban tomando la ilusión de control y yo lo sabía, pero me sentaría y trabajaría con ellos para verlo suceder.

    El trabajo de Dios.

    Lo haríamos funcionar.



    El brazalete es este aaa
    [​IMG]
     
    • Fangirl Fangirl x 3
  9. Threadmarks: XLVII. The Strength (Cay)
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    6532
    Primero: es canon para la noche del 15 de junio.

    Imagina pasar un día sin sobreexplotar la narrativa de uno de mis niños, I can't. No tenía nada fijo para esto, justamente creía que todo el asunto de Dunn padre y Dunn hijo iba a depender, irremediablemente, de las intervenciones de otros y hasta dónde Cayden dejara realmente entrar a alguien en ese espacio de absoluto caos emocional, de dolor y de resentimiento.

    Cuando mandé a Cayden a reclamarle a Liam sus derechos, esa noción de ser intocable en el mundo de sombras y detoné lo demás, sabía que realmente no era importante el resto, era la frase. Por demás solo apilé cosas con la experticia que caracteriza a todo buen rolero (???) y cuando apareció Ko en la azotea supe que lo siguiente que venía, venía fuerte también, porque ajá el intensito JAJSJA

    Me quedó mucho más largo de lo que anticipé, la verdad, pero disfruté mucho escribirlo para también incluir algunas cosas que sí tenía pensadas para algún momento de Gakkou y cosas que no definí cuando metí a Cayden al rol. Anyways, este fic sin dudas está patrocinado por la intervención de Kohaku en la azotea, no existiría si el niño no hubiese aparecido (?)

    Con ese disclaimer hecho, adentro fic! Hace mucho quería usar esta canción que es el tema central del niño, pero en lo que escribía también me cayó VILLAIN de Neoni y fue maravilloso, complementó algunas cosas, así que como he hecho en ciertos fics anteriores combiné las letras de ambas canciones.

    Por demás, tiene unas diferencias de formato, no creo aplicarlas al resto.




    Take the past, burn it up and let it go.
    Carry on, I'm stronger than you'll ever know.
    That's the deal, you get no respect.

    .
    You’ll watch me as I burn it to the ground.
    .
    Gotta follow my heart,
    no matter how far.
    I gotta to roll the dice.

    .
    I’m the monster you invented.
    I just wanna be loved.
    How could you ever forget me now?
    I'll be your villain.

    XLVII
    [​IMG]
    The Strength
    .
    LOYALTY . INSURRECTION . REBIRTH .

    ...señalé ejemplos clínicos de gravedad creciente en niños rebeldes,
    malqueridos, incomprendidos, siempre descorazonados,
    cuya actitud de protesta frente al adulto o al mundo
    los convirtió un día en delincuentes.
    En ese estadio son todavía recuperables...

    Mannoni, 2001


    | Cayden Kinryū Dunn |
    *

    *

    *


    Había terminado tomando una siesta en la enfermería, el cansancio y el dolor de cabeza me pesaban en el cuerpo todavía así que decidí tener algo de piedad por mí mismo una vez en la vida. Me puse una alarma, así que me desperté bastante atontado así que me compré una botella de agua para beber un poco y despabilarme antes de subir a clase.

    Fue hasta que estaba por entrar al salón que vi los mensajes de Hubert, las notificaciones me dieron algo de ansiedad, pero se me pasó al ver lo que decían. En su eterna formalidad percibía un dejo de inocencia, la de un niño criado en una verdadera cueva, una que no se parecía a la mía pero no dejaba de ser un cuerpo rocoso. Los mensajes hicieron que otras de mis ideas contradictorias rebotaran, vibraran y perdieran forma.

    En todo caso, valoro que te preocupes por mí. Gracias.

    Había pensado en arrancarme de él.

    Eran los resabios del monstruo, lo sabía, pero lo había pensado.

    ¿Qué te parece si almorzamos mañana?

    Se me ocurrió, otra vez por la claridad post-purga, que así como Sonnen y yo percibíamos los hilos a nuestro alrededor quizás nada escapara a los ojos de Mattsson. Nada, eso incluía las siluetas difusas de mis ecos, los monstruos de Altan y la confusión de Ilana, incluía la verdad con que me había amenazado Liam cuando lo enfrenté a finales de mayo y el lobo de sombras que encerraba en el corazón de la cueva, entre el fuego negro. Incluía tantas versiones de mí mismo que me pregunté qué caso tenía mentir si los ojos de los observadores, de los hechiceros encerrados en ruinas con sus grimorios, veían cada cosa que intentábamos ocultar.

    Está bien
    Te veo mañana entonces


    La respuesta había pecado de escueta, así que añadí un sticker de gatito y me desentendí del móvil por el resto de las horas lectivas. En determinado momento de la tarde noté que Sonnen se sacaba el teléfono del bolsillo a una velocidad ridícula y typeó exactamente de la misma manera. Se tiró varios minutos así, como un puto loco, y yo dejé de prestar atención a la clase solo para comerme el espectáculo. Ya con la invocación del otro día se sabía que tenía mierdas que arreglar con Anna, luego llegó con cara de muerto el viernes, bailó con ella y fui llenando vacíos.

    No le contestaba mensajes a nadie a esa velocidad.

    ¿Qué coño pasaba ahora?

    Como fuese, las clases sucedieron con relativa calma ignorando el caos perpetuo de Altan. El día terminó, volví a casa, merendé algo, me cambié la ropa y le dije a mamá que saldría un rato, que regresaría temprano y ya. Ni de puta broma iría a decirle lo que planeaba, así como no se lo había dicho hace semanas, pero esta vez no iba a mandarme ninguna cagada. No en todas las de la ley al menos.

    Regresé al pub de Shinjuku del que me habían llevado la vez anterior, me recibió el mismo cabrón de Mad Wolf y llamó un conductor. No tardé demasiado en estar de nuevo frente a la puerta del apartamento de Liam y cuando esta se abrió me recibió de nuevo el espacio que reconocía, la réplica del apartamento de cuando yo tenía doce años como mucho, antes de que nos mudáramos a la casa de Shinjuku. Todo estaba distribuido de forma idéntica, incluso si el tamaño de algunos espacios cambiaba, el viejo había buscado hasta encontrar un espacio igual.

    Había renunciado a mamá, a su amor y a mí, había renunciado a todo porque el miedo había sido más fuerte que él. Este maldito que lideraba un grupo de criminales cuyos números quizás eran desconocidos para la mafia nacional se había asustado lo suficiente para huir de su familia. Era incomprensible, contradictorio y ridículo, incluso si lo entendía cuando me sentaba de verdad a pensar en ello era un sinsentido absoluto.

    Como fuera, navegué el espacio, seguí hasta el estudio y abrí la puerta sin la energía caótica del otro día. No había furia como tal o había tomado otra forma, no estaba muy seguro. No hubo portazos, tampoco sentía el cuerpo tenso, solo estaba aquí por negocios, nada más.

    Mis pasos continuaron hasta la silla frente al escritorio cuando el viejo, sentado en su trono, me miró y luego sus ojos se deslizaron hasta allí. Fue una invitación o una orden, tampoco me importó suficiente para resistirla, solo la acaté y me senté.

    —¿Recuerdas lo que me dijiste el veinticinco de mayo, Reaper? —pregunté unos segundos después.

    El viejo hijo de puta me observó largo y tendido, se detuvo en mi rostro, descendió por el torso y siguió, inalterable. Miró la ropa, detalló los bordados de la chaqueta, era la misma que llevaba por la mañana cuando Ko subió y me encontró en la azotea. Era mi advertencia de peligro y mi llamado de auxilio, aunque ahora solo era mi manera de reconocerme a mí mismo.

    El dragón dorado reposaba a mi espalda y los bordados florales, dorados también, continuaban en las mangas, todo resaltaba en el fondo negro. ¿Qué había dicho? ¿Qué era demasiado imponente? Él me había contestado que no importaba y tenía razón. No había tomado al dragón por lo que era, sino por lo que representaba, incluso si era de forma inconsciente.

    —Refréscame la memoria.

    —Si cedes a la fragilidad con la que naciste acabarás aplastado por tu traidor. No lo permitas —repetí, monótono, y balanceé el peso de la pierna cruzada sobre mi rodilla. Los cordones de las botas militares rebotaron suavemente—. Mi traidor. Es una palabra pesada, ¿no crees, Reaper? Una sentencia, ¿pero quién coño es mi traidor? Sí, el ataque fue orquestado, alguien me cantó y la información fluyó, pero no tengo solo un traidor. Nunca tuve solo uno.

    —¿Bebiste de nuevo antes de venir aquí? —Buscó saber sin más y yo reí.

    Not a single drop, sadly.

    —Lo que insinúas no parece ser tu mejor carta, Cub.

    —Oh no, de hecho es la mejor de todas. Es tan buena que vas a mearte —comenté mientras me levantaba de la silla y caminé hasta el escritorio—. Cuando vi la sombra de un cuerpo de hielo y temí ser reemplazado, yo, este maldito escupitajo de dragón, debí entenderlo.

    >>Debí entender que no temía a la silueta ajena, porque su puta madre va a permitir que le arrebaten un lugar que le pertenece por derecho, pero estaba adormecido, por desgracia, adormecido y cegado porque un maldito viejo irresponsable me arrancó los ojos apenas vine al mundo. Cuando alguien que no comparte mi sangre tuvo que levantar mis pedazos, la cosa adquirió una nueva perspectiva, cuando por tu puta culpa sentí la frustración de alguien que aprecio de verdad… Ah, el fuego cambió de color. Fue horrible y maravilloso a la vez.

    Apoyé una mano en la madera fría, también la pierna, la subí y me senté en la superficie como si fuese mi casa. Desde allí observé a Liam, sus ojos ambarinos me regresaron mi reflejo y me vi en él como la otra noche; me vi y a la vez me diferencié de su figura. No había brillo alguno en su mirada, no había arrepentimiento ni nada más, si guardó silencio fue porque decidió esperar el golpe porque sabía que lo merecía. Sin embargo, saberse merecedor de algo no se emparejaba con arrepentirse de lo que motivaba esa acción.

    Nunca se disculparía conmigo.

    Nunca se disculparía con mamá.

    Nada cambiaría en realidad.


    —Mi primer traidor fuiste tú, desde el momento en que te fuiste a la mierda y nos dejaste te convertiste en eso. Un tipo de menos de cuarenta años que temía criar al hijo que concibió, pero aunque no lo creas, yo no tengo la culpa de que se te rompiera el forro o que a mamá le fallaran las pastillas o lo que sea que haya pasado. No tengo la culpa de que seas un maldito irresponsable emocional y por eso nunca debí escuchar nada de ti. Ni yo ni ningún hijo merece oír de boca de su supuesto padre que nunca fue amado —concluí sin disfrazar la molestia visceral que sentía, porque por este hijo de puta Ko había visto mi corazón destrozado, por su culpa mi niño de las nubes había amenazado con espiralar. Arata poseía una sombra activada por movimiento y yo un monstruo de fuego de la misma naturaleza—. Pero tú eres un hijo de puta, lo fuiste siempre. No cambiaste por tu compañera, no cambiaste por tu hijo, no cambiaste por nadie en tu vida y todos pagamos por ello, cada persona que se acercó a ti pagó los platos rotos que arrastraste toda tu vida, los ojos que otro te arrancó como tú me cegaste a mí. Pusiste distancia y observaste el caos suceder, sin más.

    —¿Es esa tu conclusión? —preguntó apenas cerré esa parte del monólogo.

    Suspiré con cierta pesadez, estiré el brazo para tomar su vaso de whiskey ya vacío y le di vueltas al cristal sin responder. Pasado un rato bajé del escritorio, lo miré y lancé el vaso al costado, que se hizo añicos contra una de las paredes y aunque no lo sobresaltó, lo hizo cerrar los ojos un instante.

    El fuego me rebotó en el cuerpo, endemoniado, y sostuve su mirada que no me dejó en paz. Ni siquiera miró el vaso quebrado, no desvió la vista, no hizo nada más que esperar mi respuesta como si tuviera todo el tiempo el mundo. Su falta de reacción era tan insoportable como mi volatilidad, eso no iba a negarlo, pero sabía que no podía reclamarme nada, que no podía castigarme por ser un insolente ni una mierda.

    Me había dejado.

    Me había extirpado.

    No poseía derechos sobre mí, ni uno solo.


    —Puedes meterte tus contactos por el culo, hoy no vine por eso. ¿Pero sabes qué? Te sacaré cada maldito billete que puedas darme, cada Navidad, cada cumpleaños que me quede de vida, cada regalo que yo vaya a comprarle a mi madre. Tomaré cada gota de sangre que pueda y algún día serás tú el infeliz que me necesite a mí y entonces te cobraré por mi ayuda —solté el discurso de mierda sin dudar, no tropecé, no tuve que desconectarme tampoco y le lancé todo encima. Todo el fuego negro que me había carcomido el pecho por semanas, se arremolinó, palpitó como un corazón y se precipitó sobre la figura de Liam, como debía haber sido hace tiempo—. Te abriré un tajo en el costado y pondré la cubeta abajo, para hacerte sangrar como un animal. Tu amado Yggdrassil será mío incluso si otro más entrenado, más experimentado y más confiable lo hereda en la práctica, porque yo no pienso ser tu sucesor ni de puta coña.

    >>Tus matones van a verme a mí, van a ver tu cara, y saber que todo lo que alguna vez tuviste me pertenece de principio a fin. Justo como Mad Wolf reaccionó con miedo a mi aparición lo harán todos los demás el resto de sus vidas, sin importar si no me parezco a ti en nada. Cada pub de Tokyo y cada propiedad que poseas será mía al final. ¿No amaste a tu hijo? Bien, pero te cobraré los intereses hasta que mueras, eso tenlo por seguro.

    Volvió a mirarme de arriba a abajo, descansó la postura en el respaldo de la silla y vio la hora con desinterés en el reloj de su muñeca. No esperaba reacciones diferentes de este cabrón, para nada, pero quizás anticipara un poco de resistencia. Era difícil verse a un espejo y no esperar el mismo movimiento después de todo.

    Sin embargo, Liam tomó aire y lo liberó con lentitud. Era como si se hubiese adelantado, como si el maldito tuviera todo esto en la lista de posibilidades y no me hubiera salido de los cálculos en lo más mínimo. Había admitido que era una prueba a mi propia personalidad y me pregunté hasta donde no estaba esperando mi verdadera reacción a él y no solo estaba haciendo la caridad al decirme cómo comenzar a averiguar quién me había vendido. Le importaba el traidor que me había atacado, sí, pero también le preocupaba él mismo en relación a mí.

    No se creía capaz de forjar una vida, por eso me había amputado.

    ¿Entonces confiaba en mamá para moldear un dragón distinto?

    —Todo quedará a tu nombre. Cada pared, cada puerta y ventana, hasta la última mota de polvo que esté a mi nombre quedará al tuyo si es ese el precio que estípulas. —Parpadeó con cierta pesadez, sin cambiar el semblante—. Y quedará por escrito desde el momento en que lo digas, pero no tocarás nada mientras yo viva. El dinero ya era tuyo, cuánto pidas y para qué es indiferente, porque sé que al final del día no eres un mal tipo. Eres hijo de Neve, sobrino de Devan y Finnian, ninguno de esos tres es capaz de forjar un demonio real, pero en compensación han creado algo completamente diferente, la criatura capaz de lanzarse al precipicio y volver convertido en una bestia distinta a la que cayó. Eres hijo de tu madre, ella eligió tu nombre, ella te protegió y ella te esperó.

    >>Cayden, ¿no? Guerrero, tu nombre refiere a un espíritu de guerra directamente y también a la gentileza, es bastante grande para un niño tan delgado como tú, pero eso es lo que eres, Cub, todo lo que siempre serás. Viniste aquí, enfrentaste a tu demonio y soportaste la ejecución. Posees la resistencia de toda alma rebelde y la gentileza desgarradora, ciega, de los corazones que te criaron. Es por ello que te has conservado a ti mismo en el mundo de sombras, amenazaste con rebanar tu alma si eso te aseguraba sobrevivir, pero has vuelto entero.

    Dudaba que hubiera hablado tanto el día que me dejó caer la guillotina sobre la nuca, para nada, y aunque su tono seguía siendo terriblemente frío por el contenido de sus palabras se asumía una suerte de reconocimiento. No era capaz de verme como su hijo, no, pero era un viejo de negocios al final del día, y por tanto decidía si veía alguien como inferior o como igual. El tremendo discurso insinuaba esa noción, una donde me reconocía como otro a su nivel, ya no porque hubiese lanzado mi cuerpo al volcán para volver transformado en él, si no porque me había arrojado para salir convertido en algo que no se le parecía en nada.

    Nos había traído al mundo el mismo dragón.

    Aunque eso no nos daba las mismas escamas ni el mismo fuego.

    Ya de por sí no le estaba pidiendo que me arrojara todo encima, en lo más mínimo, apreciaba mis privilegios pero regulados. Agradecía los chóferes privados de tanto en tanto, el dinero para comprarle cosas bonitas a mamá, agradecía su despilfarro en mí y agradecía la casa que nos había dado en Shinjuku, pero tampoco estaba tan loco para exigir todo lo demás en efecto inmediato. Al final del día no dejaba de ser un crío de dieciocho años, quería también ganar cosas por mi propia mano, quería el camino largo porque era el único que me enseñaría a sobrevivir y el que podría recorrer junto a los demás, los que sí me habían amado.

    Podía ser su cabeza de ciervo en la pared, pero él sería lo mismo en la mía.

    Nos habíamos disparado el uno al otro.

    Liam se levantó de la silla, recorrió el espacio rodeando el escritorio y pronto estuvo a mi lado. Giré el cuerpo para enfrentarlo, nuestros ojos quedaban prácticamente a la misma altura y supe que este hombre siempre sería mi espejo. Durante el resto de mi vida observaría al viejo Dunn envejecer, me vería a mí mismo y tendría que creer con todas mis fuerzas que no era él; que mi fuego tenía más poder que el suyo, que podía luchar contra su sangre y honrar, en cierta forma, a las personas que habían marcado el núcleo de mi existencia al dejar de renegar los fragmentos de mí que me diferenciaban de él.

    —Tu madre —dijo luego de observarme unos segundos—. Habla con ella, Cub, habla con ella de verdad.

    —¿Otro consejo que no pedí? ¿De verdad, Reaper?

    —Piénsalo de esta manera, niño, Neve es lo único que tenemos en común además de la genética y al mismo tiempo es ella nuestra mayor diferencia, no puedes cometer el mismo error que yo. Confía en tu madre y en el muchacho.

    The fuck do you mean by that?

    La pregunta hasta fue necia, bastó la idea borrosa para que el cuerpo se me tensara anticipadamente y comprimí apenas los gestos. Sabía que este cabrón compraba información como todos los demás, yo mismo le había vendido la de Sonnen, pero no quería imaginar la posibilidad de que alguien le hubiese alcanzado esa porción de datos ni cómo.

    Reventaría la cueva en su cara si lo tocaba.

    Lo haría incluso si debía quemarme a mí mismo.

    —Ishikawa, ¿era así? —Fue escuchar el apellido de Ko en boca de este desgraciado y que el estómago se me volviera al revés. Como ya no tenía filtros él notó mi miedo y mi furia, así que reaccionó—. No voy a tocarle un pelo en su vida, nunca he tocado a ninguno de los tuyos ni lo haré. Tu madre lo mencionó, que volviste a llevarlo a casa, eso es todo, y una buena madre nota muchas cosas, ¿no es así?

    —¿Lo sabe? —tanteé con un miedo bastante evidente todavía, aunque una parte de la preocupación se silenció al saber que la información había fluido desde mamá directamente—. La mierda con que me amenazaste la otra noche, ¿mamá lo sabe?

    Era una pregunta directa, temía la respuesta por alguna razón y él, aunque era un maldito, pareció apiadarse de mi alma por una vez en la vida. Parpadeó, estoico, y negó con la cabeza despacio. La negativa me permitió respirar de manera diferente y aflojé los hombros a conciencia, aunque el resto de su respuesta no tardó en llegar.

    —Pero lo imagina. A Neve no la asusta nada ya, lo único que quiere es que te quedes a su lado —murmuró y yo lo vi como si fuese un extraterrestre—. Si viniste aquí a escupirme en la cara puedes hablar con tu madre.

    —Me tomó semanas hablar de ti con alguien, ¿piensas que iré con ella y soltaré todo así nada más? Confesarnos con aquellos a quienes apreciamos es más difícil, pero un imbécil como tú no sabe de eso.

    No reaccionó, para variar, pero extendió la mano hacia mí para cerrar la primera parte del único trato que, según yo, haría con él en toda mi vida. Sus ojos volvieron a los míos y le sostuve la mirada.

    Fue el equivalente del choque de dos paredes de fuego, en sus ojos encontré la misma determinación que en los míos. Este tipo era un desgraciado, pero tanto él como yo sabíamos que los contratos eran sagrados. Este era un primer paso, pero pronto estas mierdas estarían escritas en papel.

    —Tendrás una gran herencia, Cub, y cuando se destape quién fue el traidor le pondré precio a su cabeza. Ese es nuestro trato —concluyó y miré su mano extendida—. Lo venderán como un trozo de carne, sin importar cuánto tiempo haya pasado.

    Después de una inhalación profunda con la que busqué tranquilizarme tomé su mano, el apretón fue firme y el contacto con el cuerpo de mi demonio me tensó, pero no eché atrás. Dejé ir su mano apenas la formalidad pasó, la hundí en el bolsillo y giré el cuerpo con intenciones de irme sin decir una palabra, al hacerlo vi el vaso quebrado más allá y me tragué una risa.

    Estaba a un par de metros de la puerta cuando Reaper volvió a hablarme, haciendo que detuviera mis pasos un momento. Me quedé esperando, por estúpido que sonara ya me había habituado a que se dirigiera a mí por Cub, como un genuino perro que atiende a sus distintos nombres.

    —Vuelve mañana para que firmes los papeles.

    Asentí como si nada, retomé la marcha y cuando estuve en el marco de la puerta volví a detenerme. Lo pensé un buen rato, al menos esa sensación me dio, pero terminé por soltarlo, no supe muy bien por qué. Quizás fue mi forma de estamparme una marca con hierro caliente, de pactar algo conmigo mismo en el más absoluto de los silencios y las sombras. Quizás fue mi manera de afirmar que había un otro que me reconocía y debían hacerlo también los demás.

    Atraía la mirada de las cabezas sin rostro.

    Pero en cualquier momento amenazaría con absorber el alma de alguien.

    —Que se refieran a mí como Kinryū de ahora en más, los de Death Valley.

    No esperé una respuesta o una pregunta, me fui del estudio apenas lo dije. Recorrí el pasillo sin prisa, después de todo esta vez no había tenido que cortarme la garganta para sobrevivir a la pesadilla, estaba consciente y entero; cuando salí del apartamento cerré la puerta tras de mí y mientras entraba al ascensor saqué el móvil para pedir un Uber.

    En la calle la brisa estaba fría, como era usual desde hace días, se me coló bajo la chaqueta, la sentí en los brazos y en el resto del cuerpo. En sí no era que me muriera de frío, después de todo lo de que lo resistía no era mentira, así que permanecí en la acera sin más. Mis ojos se elevaron a la torre de apartamentos de aspecto infinito, que se perdía entre las luces y la noche como un obelisco.

    No sentía simpatía por Liam Dunn, ni una pizca, no la había sentido nunca. Por muchos años estuve seguro de que su existencia me era indiferente, que estaba bien con la distancia, la ausencia física y la presencia material; pero había bastado un empujón para que me diera cuenta de que no era así. Que lo resentía, que necesitaba una respuesta a por qué me había tratado como un tumor. Ahora entendía que solo había ignorado una infección por mucho tiempo, el suficiente para que la sangre se me envenenara y había dejado que muchas otras cosas crecieran en ese caos de bacterias.

    No sentía simpatía, pero al elevar la vista hacia la torre entendí que este habría podido ser mi destino. Si mamá no me hubiese amado como lo hacía, si mis tíos no hubieran suplido al padre ausente, no tendría nada más que una cueva helada, ostentosa, pero vacía. Arata me había llevado de regreso a casa hace años y había podido decirle a Ko la mierda que tenía atascada desde hace quién sabe cuánto tiempo, el miedo terrible de que se fuera y me dejara.

    El mundo no se había acabado por demostrar dónde me habían apuñalado.

    Luego de darle muchas vueltas al asunto esa tarde entendí que el viejo había sido cegado, justo como yo, por eso se lo había dicho. La diferencia radicaba en que él no fue capaz de aceptar el amor que se le brindó y acabó sucumbiendo a su propio monstruo. En algún punto de su vida se había arrojado de cabeza al precipicio, allí donde el dragón rugía, pero había vuelto transformado en la misma bestia que reclamaba su sangre. En consecuencia el amor de mamá no había logrado atravesar las paredes de roca y él, incapaz de ser algo más o carente del deseo de intentarlo, había tomado sus cosas y se había ido. Me había arrebatado la posibilidad de tener un padre como los demás niños.

    Había renunciado.

    Yo no podía hacerlo.

    Jamás renunciaría a los míos, incluso si no sabía que uno de ellos ya había renunciado a mí al orquestar el ataque del Shimizudani. Viviría en la ignorancia hasta entonces, pero podía hacerlo mientras los demás estuvieran conmigo, eran mi único puente seguro, mi única verdad y mis pilares. Era capaz de amar porque habían otros que me habían amado incluso antes de que pudiera saberlo.

    .
    .


    and calm throughout his melodrama, she will turn and say
    "Dear heart, it's me, it's me.
    You don't need to pretend to be someone you're not.

    .
    I'm still here, love, like I've always been before"
    .
    .

    Al llegar a casa mamá estaba sirviendo la cena porque tío Dev había llegado, así que me senté con ellos, ya mucho más tranquilo que los otros días. No era que los estuviera evitando a conciencia ni nada, no desde que me se me había sanado el golpe de la cara, pero llevaba algunas semanas pasando más tiempo en mi habitación que fuera de ella, así que noté que mamá apreció el cambio.

    Me sirvió un plato inmenso de comida, prácticamente lo absorbí y fui consciente de lo mal que había estado comiendo el fin de semana. El viernes me había saltado el almuerzo por el evento, el sábado y el domingo no desayuné, almorcé casi a las cuatro de la tarde y cené poquísimo antes de irme y volver casi a medianoche ambos días. Sin energía en el cuerpo supuse que mi estado anímico solo empeoró, empujándome junto a todo lo demás.

    Con el estómago lleno, el corazón sosegado y un contrato con el diablo hecho, cuando nos acomodamos en el salón para mirar una película me sentí un poco más como una persona y menos como un monstruo solitario. Habían todavía algunas otras cosas en las que estaba atorado, pero respondían a cuestiones diferentes, dudas de otra clase, y tendría que lidiar con ellas en otro momento y de otra manera. Quizás debiera hablarlas también, para darles otra forma, pero por ahora podía funcionar.

    Al menos lo pretendía.

    Mamá puso la película más genérica que se encontró en Netflix, rozó lo malo de hecho y di gracias a Dios que no durara más de hora y media. Para cuando empezaron los créditos tío Dev dejó salir un suspiro de lo más dramático y prácticamente se derritió en el sillón en el que estaba acomodado, como si acabara de terminar una faena.

    That was pretty bad —dijo negando con la cabeza, el pelo castaño, que rozaba el pelirrojo, rebotó suavemente con el movimiento.

    —Lo siento, muchachos. Fue mi elección y me hago responsable —contestó ella en japonés de lo más indignada, supuse que porque yo tenía el cerebro medio configurado a ese idioma, y regresó a la pantalla que ponía la sinopsis—. Qué horror, sentí que duraba tres horas.

    Mientras ellos se quejaban de nuestro terrible destino cinematográfico, Nyx, la gata negra, había subido al sofá de tres espacios donde estábamos sentados mamá y yo, uno en cada extremo. Ella con las piernas estiradas sobre un taburete y yo con las piernas recogidas sobre el espacio del centro, vacío. La gata me pasó por encima, sacándome una queja, y me estiré sobre el brazo del sillón luego de tomarla en brazos.

    Hi, baby. How you doin’? You good? —Le hablé a la gata suavizando un montón la voz. Soltó un maullido bajo, pero no buscó soltarse y la acomodé sobre mi pecho.

    Me dediqué a rascarle entre las orejas, la carita, y el lomo a lo que empezó a ronronear de forma casi inaudible. Si había algo que agradecía era que mamá me dejara tener gatos, era algo que me hacía muy feliz, también la tontería de la hierba gatera en la entrada y los bichillos callejeros que llegaban. A veces se me daba como el culo lidiar con la gente, así que la compañía silenciosa de un animal de cierta manera me tranquilizaba el corazón.

    Quizás fuese débil precisamente a esas compañías silenciosas.

    A pesar de que hablaba en código de vez en cuando, incluso si había hablado de privilegios en la azotea sin saber a cuáles me refería, cuando le solté a Ko el I love you fue transparente. No pretendí aprovecharme de ninguna ambigüedad, ni colar un secreto en tres palabras, lo dije en inglés porque era menos específico que el japonés y eso me dio cierta amplitud, quizás, para que no fuese a entenderse como algo demasiado pesado. Lo amaba, lo había amado siempre, pero en mi cabeza amar a los otros no implicaba cadenas.

    Yo también, había dicho.

    Yo también.

    Lo recordé allí, con las voces de mamá y tío de Dev, con el calor de Nyx en el pecho y sintiéndome más como yo que antes. De hecho no hacía falta que me lo dijera, tampoco era que yo me estuviese dando grandes aires, pero no sabía describir lo querido que me sentía por Kohaku. Quizás ahora, años después, fuese más consciente de ello que cuando éramos unos mocosos y ni siquiera sabía si él sabía el afecto que desprendían sus acciones. Su vocecita diciendo que podía irse o quedarse, de que me recetara abrazos y besos para mi desastre y el calor de su cuerpo.

    Quizás había sido siempre así de obvio.

    I like boys —solté en un murmuro quedo, casi desconectado, y el corazón se me atascó en la garganta.

    Ambos guardaron silencio de golpe, fue contundente y se me llenaron los ojos de lágrimas, pero los mantuve pegados a mi mascota porque no creía poder enfrentar a mi familia. No cuando le había ocultado a mamá el motivo por el que me quise transferir de escuela este año, con los hijos de puta del otro instituto llamándome okama por las esquinas, mucho menos a sabiendas de que me había comido a mi mejor amigo en la ducha de casa, en los baños de la escuela y en la habitación de huéspedes de Akaisa.

    Me había aterrado siempre la posibilidad de que al confesarme ya no fuese merecedor de su amor, de ser calificado como defectuoso, confundido o pecador. Era un delirio como tantos otros, una improbabilidad, pero siempre esperaba el peor escenario y en este caso era ser rechazado por mi familia.

    Yo que buscaba amor en cada sombra.

    Mamá no se movió, permaneció estática pero sentí sus ojos encima y tuve que pasar saliva. No fui capaz de decir una sola palabra más, el cerebro se me estropeó y el silencio que se había instaurado comenzó a volverse espeso. No supe si era mejor eso o una respuesta.

    What about girls, kid? —preguntó tío Dev con su eterna paciencia, ni siquiera sonó como una acusación, fue una duda legítima.

    En parte lo entendí, supuse, los únicos que habían pasado por casa con cierta frecuencia durante algunos años habían sido Yuzu y Ko. Arata no se atrevía a dejarse ver, como si supiera que su presencia preocuparía a mi madre, lo mismo aplicaba a Ratel y Hikkun. Si lo único que servía como línea base era una chica mayor que me trataba como su hermanito y el niño con cara de bebé con el que jugaba videojuegos y miraba pelis, bueno, cualquiera estaría bastante confundido.

    En dieciocho años de vida nunca les había confesado que me gustara alguien, no había presentado una novia en casa o cualquier estupidez del rollo. Igual les preocupaba más eso que la posibilidad de que no le hiciera el feo a nada. Solo entonces se me ocurrió que mamá temía que no fuese capaz de amar a otra persona que no fuesen ellos, que mi miedo fuese demasiado grande y mi monstruo demasiado salvaje, y que eso podría condenarme a una soledad extraña, parecida a la de Liam.

    Te pareces a tu padre.

    Había sido su reclamo.

    Su versión de escupir el corazón sobre la mesa y colocarle el alfiler.

    Girls are pretty —confesé en el mismo tono temeroso y revolví idiomas después, ni idea de por qué—. I just… I like them less, that’s my guess. Me gusta sentirme seguro, creo, no importa tanto lo demás.

    El silencio volvió a instaurarse, percibí el movimiento de tío Dev al levantarse del sillón y acercarse. Se me tensó el cuerpo, no me moví, y él me quitó a Nyx con cuidado de encima, dejándola en el suelo, para después acuclillarse a un lado del sillón, tomarme un brazo y jalarme con cuidado para que me sentara.

    Come here —dijo en un murmuro suave, así lo hice y cuando estuve sentado me envolvió en un abrazo—. No nos tengas miedo, Cay, no tienes nada que temer, ¿lo sabes? Gracias por decirnos, enano, muchas gracias.

    Su abrazo fue firme y recordé que para cuando yo nací tío Devan tenía diecisiete años, que a los dieciséis había recibido la noticia, era un niño, justo como yo creía serlo en más de un aspecto todavía. Llevaba uniforme de un instituto japonés ya y a pesar de eso no había echado atrás un solo segundo. Ni siquiera mientras estaba en la universidad, ni cuando empezó a trabajar, a veces se ocupaba mucho, pasaba menos por casa y lo echaba en falta, pero nunca me había dejado.

    Un niño de diecisiete años había sido más mi padre que el imbécil de Liam. Era esta la gentileza de la que hablaba el viejo, una que pertenecía solo a los Keane y a nadie más.

    La idea de decirle que él y tío Finn sí eran padres para mí, no como el otro imbécil, se me atascó en la garganta porque sentí que iba a llorar un mar entero si lo decía. Todo el discurso inmenso de Ko me seguía dando vueltas en la cabeza y todavía tenía el corazón abierto como puerta, incluso si ya no sangraba. Sentía todo con demasiada claridad, con demasiada intensidad, pero ya no quería llorar más en un día.

    Reaccioné con lentitud, me tomó un rato, justo como en la azotea, pero correspondí el gesto y cerré los ojos para calmarme. Tomé muchísimo aire por la nariz, prácticamente me derretí en los brazos de tío Dev y en algún momento sentí el movimiento de mamá en el sillón, se las arregló para envolvernos a ambos con el abrazo y tuve que sacar compostura de donde no creía tenerla para seguir de una pieza.

    —Te amo, mi pequeño Cay —susurró como si fuese una confidencia, como si yo tuviera cinco años en vez de dieciocho y tuve que volver a tomar aire.

    —No soy como él —solté en medio del abrazo y sentí que me atragantaba con el nudo de lágrimas que seguía conteniendo.

    Tío Dev me presionó con algo de fuerza, mamá se despegó de nosotros para levantarse y entonces sentí sus manos en la cabeza. Esquivó a su hermano como pudo, la estampa era medio graciosa, pero sus dedos se hundieron en la mata de cabello rojizo y pronto sentí que presionaba los labios en mi coronilla.

    —Perdóname, mi amor —dijo desde allí, tuvo que haber recordado sus propias palabras de hace años—. Dios mío, perdóname. Jamás serás como él.
     
    • Ganador Ganador x 1
  10. Threadmarks: XLVIII. The Tower
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    4112
    EDIT: Se me re olvidó porque tengo memoria de pescado, pero gracias a Belu por el ganador del otro ficazo <3

    Escribí esto en exactamente dos horas porque el Rayo McQueen no descansa (?) Nah, tenía la imagen mental bien clara desde el final del día anterior y ya de por sí había estado lanzando hints desde que posteé con Altan en la piscina. El timing es fucking hilarious, el drama en el que vivo ya me sorprende hasta a mí asbde *dies*

    Tengo otra wea escrita casi terminada, pero en la temporalidad esta tiene prioridad sobre la otra, so here we are. Creo que no tengo anotaciones particulares ni nada específico que decir, así que dentro ficazo.

    Narra Erik Sonnen, again. Es canon para tarde-noche del 17 de junio




    All the words I couldn't say to you
    fill up the spaces in my chest.
    Like spare coins poised on the tip of my tongue
    I make a wish and hold my breath.

    .
    All the words I couldn't say to you,
    a ready army in my throat.
    I taste blood, I'm sick of swallowing stones,
    so I'll wave the flag. Tell the boys to go home.

    .
    Send me anywhere, take me out.
    I'm the well they're gonna drag you down.

    XLVIII
    [​IMG]
    The Tower
    .
    CHAOS . BREAKTHROUGH . HEALING .


    | Erik Sonnen |
    | Jezebel Vólkov |
    | Altan Sonnen |

    *

    *

    *


    Muy a mi pesar tuve que dejar a la niña esperando media hora en lo que terminaba una conferencia con los empleados que había empezado hace cosa de una hora, para cuando finalizó cerré la aplicación, me levanté del escritorio y salí del estudio. Sabía que las clases habían terminado hace ya un buen rato, que Altan debía estar en casa, pero no había llegado ni siquiera para encerrarse y supuse que no aparecería hasta después de la cena, cuando su madre estuviera en la habitación o en el estudio. Llevaban evitándose como un par de imbéciles desde el encontronazo en el patio, incluso si él había llorado hasta amenazar con que los músculos del corazón se le paralizaran y ella lo había oído.

    Tendría que comerme esta Guerra Fría hasta Dios sabría cuándo.

    Le había dicho a Kanae que dejara a la chica pasar, que la pusiera cómoda y le dijera que Altan no estaba. Cuando la mujer volvió y se anunció para decirme que la chica no se había ido asumí que quizás olvidó mi última indicación, pero no pude repetirlo y lo dejé estar. Así que apenas terminé bajé las escaleras, la muchacha con su cabello blanco puro, ropa casual y sus ojos ambarinos estaba sentada en el sofá del salón, esperando tan quieta como un conejo en su madriguera.

    Al verme aparecer se levantó de un salto, caminó hasta mí y me saludó con una reverencia bastante informal, era innecesaria viendo la cantidad de tiempo que había pasado en estas paredes con Altan, pero tampoco se lo impedí. Le dediqué una sonrisa calmada y le ofrecí un té que le pedí a Kanae. Era raro que tuviera tanto tiempo sin pasar por aquí y solo pude atribuirlo al caos general de Al, a lo que me había confesado que sentía por ella hace años y lo que luego confesó sentir por Anna.

    Estaba tomando el camino más difícil, como buena parte de los niños.

    —Janet está ensayando desde mediodía, debería llegar para la cena. Altan imagino que llegará después, si quieres esperarlo hasta entonces.

    —De hecho no venía por Al —dijo con cierta firmeza y la observé, curioso—, quería hablar con usted, si es posible.

    —¿Conmigo? —pregunté con cierta diversión en el tono, pero igual le sonreí y asentí con la cabeza—. Claro, linda. ¿Qué podrías necesitar tú de este viejo?

    La invité a regresar al sofá entonces, ella volvió a tomar asiento y yo me senté en uno de los sillones de una plaza del costado. Jezebel tomó aire, enlazó las manos sobre el regazo y me pareció que buscaba las palabras correctas en un enredo de ideas, se lo vi en los ojos. En los años que esta chica tenía de venir a casa no la había escuchado molestarse o quejarse una sola vez, a mis ojos seguía siendo una muñeca diseñada para no alterar el orden, pero sabía que Altan jamás se habría enamorado de ella en ese caso. Él conocía fracciones de esta muchacha que los demás no, fragmentos que la volvían humana.

    Supuse que el cabezota de mi hijo estaría poniendo distancia con ella como hacía con todo el mundo, como había hecho con la misma Anna, y la chica se había quedado repentinamente sin opciones. Eso no quitaba que fuese sorprendente verla aquí sentada, alegando que quería hablar conmigo aunque era delgada como una paleta y yo le sacaba una cabeza de altura, justo como Al. Solo entonces recordé que esta era la misma niña que había perdido a sus padres en un accidente, la que estaba aquí con sus tíos, la que existía como una luz.

    Claro que podía enfrentarse a Altan, a mí o a cualquiera.

    —¿Cómo ha visto a Al estos días? —preguntó entonces.

    La sonrisa se me desvaneció del rostro automáticamente, no podía mentirle aunque quisiera, así que tomé muchísimo aire. Relajé la postura en el respaldo del sillón, descansé el brazo en lado y en el otro apoyé el codo, para así luego colocar el rostro en mis nudillos. No tenía idea de hasta dónde esta chica tenía información, si siquiera sabía lo que Al había sentido por ella o qué, pero tampoco tenía caso ocultarle ciertas cosas.

    —Lleva algunas semanas comportándose más apagado de lo usual, si es lo que preguntas. Habla menos, se encierra en su habitación a desmontar aparatos que me pide a mí, vemos menos películas —contesté con calma, pero mi voz nunca dio a entender nada parecido al desinterés—. El jueves pasado llegó de la escuela, se encerró de nuevo y decidí meter mano. Anna, ¿te suena el nombre, Jezzie?

    La chica asintió con la cabeza casi de inmediato, entre desesperada y aliviada de saber que tenía ese cacho de información. Suspiró, jugueteó con las mangas del cardigan que le cubría el cuerpo y no siguió hablando porque Kanae apareció dejándole un té en la mesilla que tenía al frente.

    —Es amiga nuestra, va a segundo. Al me dijo que le gusta —soltó sin inmutarse.

    Tuve que evitar mirarla con la lástima que habría mirado a Altan. Él había acertado desde el principio al decir que esta chica no sería capaz de amarlo, no como él esperaba. Era una cosa escrita en piedra, algo imposible de cambiar, y aunque Al había logrado interiorizar esa idea, avanzar hacia otro lugar en el que se sentía amado, algo lo había asustado demasiado para continuar, era lo que no entendía todavía.

    ¿Qué había cambiado en tan poco tiempo?

    Algo había tenido la fuerza suficiente para hacerlo dudar.

    —Cortaron la relación que tenían hasta entonces, de la clase que fuese. Al lloró buena parte de la noche ese día y el viernes se negó a quedarse en casa, también el lunes, el martes… El resto ya te lo sabes, linda.

    Algo se le descompuso en el semblante apenas le dije que él había estado llorando hasta quién sabe qué horas y la entendía, la entendía porque Altan era este chico de metro ochenta que la había defendido incluso cuando lo que medía era uno con cincuenta y cinco. Era imponente, serio y poco emocional, por eso desde la primera lágrima que derramaba uno sentía que iba a ahogarse. No se suponía que existiera algo capaz de romperlo así.

    No decía que no fuese sensible, pero habían patrones algo complicados de deshacer.

    —¿Las migrañas?

    —Ha tomado la dosis máxima de su receta todos los días, encuentro los blíster en la basura. Come por obligación, apenas algunas cucharadas, y creo que su cuerpo lo retiene a duras penas por la migraña y la sensación de vacío en el estómago —contesté sin pararme a adornarlo—. No me ha dejado entrar a su habitación desde el jueves, tampoco a Kanae. Esta mañana le dije tenía que parar o lo obligaría a hacerlo.

    —No va a parar —atajó ella de inmediato, nunca la había visto tan seria—. Duerme en clase incluso más que antes, no almuerza y no me habla. Altan no va a parar y debe descansar, debe hacerlo antes de que su cuerpo renuncie porque entonces renunciará su mente y será más difícil.

    La manera en que ordenó la palabras fue extraña, siguió teñida de desesperación, de apuro, pero también de algo que sonó repentinamente cercano a ella y ya no solo porque se tratara de Altan. Habló como si ella hubiese pasado por algo parecido, la renuncia de la mente y del cuerpo. La idea que me alcanzó la cabeza entonces fue peor que todo lo demás, porque amenazó con hacerme ver al monstruo que perseguía a mi hijo.

    Quiso partir las aguas y mostrarme al Leviatán.

    Recordé al niño taciturno que llevamos al médico, al chico que no hablaba si no quería y que se tiraba las tardes jugando con bloques o con insectos. Recordé al preadolescente que comenzó a desafiar la autoridad, el que era demasiado listo para el sistema y al que le negamos el avance, para no enviarlo al mundo tan rápido. Creímos que tomábamos las decisiones correctas, ¿pero entonces por qué Al parecía siempre tan gris?

    No, no podía ser.

    No podíamos haber fallado tanto.

    No podíamos haberle hecho tanto daño, no con lo mucho que lo amábamos.


    —¿Qué sugieres, Jezzie? —pregunté aunque había fruncido el ceño.

    —Que no vaya a clases el resto de la semana. Que duerma sin pensar en que debe ir a la academia, que pueda comer y sus migrañas se regulen. Sé que no aceptará faltar más de dos días, no si Anna vuelve.

    —¿Si Anna vuelve? —reflejé de inmediato.

    Allí estaba, eso era lo que había empeorado su estado aún más.

    —Anna ha estado faltando a la escuela, me lo contó otro de nuestros amigos. No me dijo por qué, no creo que lo supiera, y Al mucho menos me dijo nada así que no sé si es grave, si ella solo se sentía triste y prefirió tomarse unos días. No sé nada, solo sé que Al-

    —Tiene el corazón destrozado —completé al intuir por dónde iban los tiros—. Ha estado castigándose por los errores que cometió con ella, sea de forma consciente o inconsciente. Dijo que no le creyó… que fue como si no le creyera, ¿sabes por casualidad a qué se refería?

    —No, lo siento. Los vi en el campamento y parecían estar bien, luego los vi bailar en un evento que hubo el viernes y… No me di cuenta. No hubo forma de que me diera cuenta. —La voz se le quiso quebrar y cerré los ojos un instante, porque era solo una niña y su amigo más querido se alejaba de ella—. Mi mejor amigo estaba sufriendo y no pude hacer nada.

    —Él no te dejó hacer nada —corregí sin ser brusco y vi que le daba un sorbo al té, buscando calmarse—. No te desgastes más, Jezzie. Yo me encargo de ahora en adelante.

    —Tiene que vigilarlo, por favor.

    Lo pidió como si fuese una súplica, fue tan ambiguo, tan raro, tan carente de forma y venido de ninguna parte, pero cargó tanto dolor que la idea de que la chica me estaba pidiendo que lo protegiera de sí mismo me rasgó la mente. Fue espantoso, pero imaginé a mi hijo en la tina del baño, con las venas abiertas en vertical o con un tarro de pastillas que habría conseguido de quién sabe dónde. Lo imaginé frío en una cama de hospital y sentí que Janet y yo habíamos perdido otro niño. Que esto no era nuevo, que nos había amenazado por años.

    Que quizás no debíamos ser padres y ese era nuestro destino.

    Por alguna razón me pareció que la chica notaba mi momento de realización, se quedó observándome, repentinamente tranquila y esperó, esperó y esperó por si me quebraba. Una niña de dieciocho años había anulado su propio miedo por si debía acudir a mi rescate y pensé que aunque eso era admirable, no estaba bien. No se suponía que ella cuidara de tantas personas, alguien debía cuidarla a ella y mi hijo… Mi hijo ni siquiera podía cuidarse a sí mismo.

    —Lo vigilaré, te lo prometo. No dejaré que vaya a la escuela lo que resta de la semana o tanto como me parezca necesario. —Logré decir luego de sacudirme los delirios de la cabeza—. Tendrá que pelear conmigo si quiere salir y no tiene fuerza para ello ahora mismo.

    La muchacha asintió con la cabeza, suspiró con pesadez y echó la espalda al sofá. Llevaba el cabello trenzado, recién me detuve a observarlo, y me pregunté cuánto tiempo llevaría enredada en el silencio de Altan, en su falta de comunicación y su miedo. El alivio que parecía sentir al saber que yo me encargaría daba a entender que debía ser hace bastante.

    No sabía cuándo había empezado a distanciarse de ella.

    A arrancarse como un tumor.

    —¿Te quedas a cenar? —pregunté pasados unos minutos, cuando se acabó el té y me pareció más tranquila.

    La respuesta fue negativa, obviamente, me dijo que no sabía si Altan se sentiría peor al verla allí y me pidió que no le dijera que había venido ni nada de lo que habíamos hablado. Era extraño estar hablando de Al como si fuese de porcelana, como si una noticia fuese a despedazarlo, pero así eran las cosas.

    Acepté sin problema, la despedí y Kanae envió con ella algunos trozos de castella que habíamos comprado por la mañana para que llevara a casa. Con eso la muchacha se retiró y nuestro hogar quedó en silencio hasta que Janet volvió, cenamos sin mencionar a nuestro hijo y ella volvió al estudio. Tocó violín como una posesa y yo me quedé en el sofá donde hace algunas horas había estado Jezebel.

    Para cuando Altan apareció por la puerta inevitablemente dio conmigo al pretender seguir hasta las escaleras, se detuvo en su lugar como una estatua y yo no me levanté. Su aspecto no era mejor que el de la mañana, tampoco parecía haber empeorado, pero tenía las ojeras marcadas y el cuerpo encorvado. A estas horas su última comida, según mis cálculos, tenía que haber sido la del día anterior aunque supuse que tenía que haberle echado algo de combustible a la máquina para no desmayarse por ahí.

    —¿Vas a seguir? —pregunté y él alzó la cabeza cuando escuchó el violín de su madre retomar la melodía.

    —¿Castigándome dices? —Buscó corroborar sin bajar la mirada.

    —Tu mente va a comenzar a astillarse pronto, Al. Necesitas comer, beber y dormir.

    —¿Astillarse? —repitió como si la palabra no le fuese ajena.

    —Cuando el cuerpo se desgasta la mente empieza a sufrir.

    Bajó la mirada, el vacío de sus ojos me encontró, el agujero negro no reflejó nada y giró sobre sus talones para comenzar a subir la escaleras. Arriba la melodía de su madre seguía escuchándose, casi frenética, y me pareció que tuvo que tomar una pausa apenas cuando llevaba un par de escalones para no irse de boca al suelo. Cuando siguió caminando lo hizo mucho más despacio, aturdido, y fue entonces que me levanté, lo alcancé y comencé a caminar detrás de él.

    —Anna debería volver pronto —murmuró cuando estuvimos frente a la puerta de su habitación.

    —¿Y piensas recibirla con la cara de muerto que llevas hace días? No.

    La negativa fue contundente, él abrió la puerta de la habitación que tenía con llave, entró antes de permitirme seguirlo, pero cuando estaba por cerrarla colé el brazo y me lo pescó. Había pretendido hacerlo rápido, por eso me comí un golpe algo más fuerte de lo que anticipé, pero su confusión me permitió entrar y cerrar la puerta tras de mí.

    Sobre la cama sin tender estaba la ropa sucia, apilada sin orden, los zapatos estaban esparcidos en el suelo y había vasos sucios en la mesilla de noche, el escritorio y partes del suelo; había piezas metálicas caídas en lugares de lo más azarosos, como si las hubiera dejado caer y estuviera demasiado cansado para levantarlas, esas no estaban allí el jueves que entré y se rompió. Altan nunca había sido especialmente ordenado con su habitación, pero esto era diferente.

    Las pilas de la perdición, ¿no eran teóricas?

    El desorden nunca se organiza, solo se cambia de lugar.

    Get out —pidió con tono plano mientras se quitaba la mochila y la arrojaba a un rincón—. Don’t make me repeat myself.

    Lo observé, no me moví y solo seguí mirándolo. Se quitó el saco del uniforme, lo lanzó a la silla del escritorio junto a otras cosas, ni siquiera movió lo que estaba sobre la cama y se metió bajo las cobijas arrugadas, casi anudadas entre sí. No le quedaba energía siquiera para pretender ser funcional.

    Luché contra mi deseo de zarandearlo, hacer que se levantara y ponerme a limpiar, batallé también con la idea de obligarlo a bajar a la cocina para que comiera. Tuve una contienda con tantas cosas a la vez que me quedé tieso en mi lugar, él no se repitió y yo reaccioné con algo de retraso, girando el cuerpo para volver a abrir la puerta, sacudiendo el brazo que me había pescado con ella. Afuera estaba Kanae, su rostro siempre estoico estaba cruzado por una mueca de angustia, pero me alcanzó un plato de comida, un vaso enorme de agua y un par de pastillas. Al girarlas vi que era melatonina simple y corriente.

    —Es todo lo que puedo darle —murmuró tan bajo que hasta a mí me costó oírla—. Debería ayudarlo a descansar un poco mejor. Incluso cuando duerme mucho parece despertar cansado.

    Suspiré, recibí todo y le di las gracias con la mirada, ni más ni menos. Volví a cerrar la puerta con el codo, caminé hasta la silla del escritorio, dejé el vaso en la mesa y quité la ropa de la silla, aunque no supe donde ponerla así que la puse en una esquina de la cama con lo demás. Acomodé la silla a un lado de la cama, le di un toque a Altan y giró para mirarme, fastidiado.

    —Come, hazlo por mí. Bebe el agua también.

    Un chispazo de furia le pasó por la mirada, lo noté, pero renunció a manifestarlo, se enderezó, aceptó el plato y comió tan lento que cualquiera pensaría que le estábamos dando piedras. No me pareció que masticara como tal, pero se bajó casi todo el plato de comida, el último bocado lo subió al tenedor pero cuando estaba por comerlo se dio cuenta de que no podía y lo regresó al plato intacto, negando con la cabeza.

    Me lo extendió, lo recibí, le alcancé el vaso inmenso de agua y la melatonina. Se bebió la mitad del agua de tirón, observó las pastillas largo y tendido hasta que finalmente las sacó, se las zampó con lo que quedaba del agua y dejó el vaso en la mesilla de noche. Parpadeó con pesadez, debía ser la primera vez desde que todo se le fue al mierda en que tenía una comida entera en el estómago y al menos su cuerpo parecía agradecerlo, aunque su mente no daba la sensación de estar muy de acuerdo.

    —Haremos otro trato, Al. Como el que hicimos el año pasado, pero más corto, más inmediato en el tiempo.

    —¿Y ese trato cuál es?

    —Te quedarás en casa estos dos días que quedan de la semana. Comerás lo mejor que puedas, te mantendrás bien hidratado y dormirás, por el día me ayudarás agendando las reuniones de la semana que viene y del fin de semana. El lunes, si quieres, puedes volver.

    —¿Dónde quedó lo del trato? —Buscó saber, entre cansado y molesto.

    —Si recuperas fuerzas para el lunes entonces prepararemos un almuerzo para Anna, tú y yo.

    Sonaba a una tontería, pero algo en sus facciones se relajó y juré que los ojos se le habían cristalizado. Dudó, dudó muchísimo, pero asintió con la cabeza y salió de la cama luego de un debate mental; escarbó entre la ropa, sacó una camiseta, unos pantalones cortos y se cambió con movimientos de tortuga, pero fue un avance en “No dormir con el uniforme”.

    —Los dientes, Al —recordé antes de que se volviera a meter a la cama—. Iremos a cortarte el cabello mañana por la tarde también.

    —No pensaba ir a la escuela mañana de todas formas —admitió mientras caminaba hacia la puerta—. La línea entre el descanso y la renuncia es muy confusa.

    —El que se priva de descanso no es diferente del que atenta contra sí mismo —dije casi en un murmuro.

    Fue una comparación de mierda, lo supe, pero lo crudo de la imagen me zarandeó a mí, pareció sacudirlo a él también y suspiró, asintiendo con la cabeza. Salió de la habitación hacia el baño, yo recogí el plato, el vaso y el blíster vacío de la melatonina, pero al girar el cuerpo vi de lleno el escritorio. Era lo único que seguía ordenado en su habitación y allí seguía la carta.

    Puse el vaso en el escritorio, hice lo mismo con el plato y la basura de las pastillas, todo para liberarme las manos. Quité la cinta que seguía pegada en la pared, busqué otro trozo y volví a pegar la carta en su lugar, algo que quizás él no se había atrevido a hacer. Miré el papel largo y tendido, pasé las páginas y solo entonces me di cuenta que era una canción traducida del español al inglés, porque se parecía al italiano de Janet.

    In this life, everything is nicer and easier.

    If it’s done by two.

    Untie the knot I tied in my belly.

    My heart is restless.

    Estiré la mano, acaricié las hojas y pensé que mi niño merecía esta clase de amor, pero que debía trabajar por él justo como había hecho yo. Que merecíamos ser amados de esta manera incluso con nuestro metal, nuestros silencios y miedos, pero no era una cosa que solo nos ganáramos por existir. Uno trabajaba por un amor como este, pero para hacerlo primero había que perdonarnos nuestros propios errores y pasar la página. Algo en lo que muchas veces necesitábamos algo de ayuda.

    —Tuvo una crisis de asma. —Escuché que dijo Altan cuando volvió a la habitación, aunque yo seguía leyendo la letra de la canción de la que ni sabía la melodía—. Ninguno de los que debíamos saberlo fue capaz de hablar con el otro o al menos no conmigo o yo con ellos. No sé si estaba en el hospital o en casa, ni siquiera pude pedirle ir a verla.

    —No digas lo que te pasó por la cabeza. —Lo detuve antes de que dijera alguna estupidez salida de los recovecos de su mente o del fondo del agua—. No lo digas y no te atrevas a creerlo. ¿Qué sentirías si ella pensara lo mismo al verte así?

    La pregunta, así como la comparación de la privación de descanso con la autoeliminación, pareció bastar para reordenarle algunas ideas. No tenía forma de saber que había hablado con otra persona que había traído sobre la mesa la posibilidad de que su incapacidad para perdonarse pudiera matarlos a ambos, pero mi idea se emparejaba esa conversación. Era inútil atascarse en las culpas, en los dolores y las situaciones hipotéticas; había que forzar a la rueca a cambiar de dirección, cambiar lo que habíamos descompuesto y comenzar de cero.
     
    • Sad Sad x 3
    • Ganador Ganador x 1
  11. Threadmarks: XLIX. The Ace of Swords x The Three of Swords
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    7968
    Confirmamos que en el mundo hay dos tipos de personas:
    two types of people.png

    Gracias a los cuatro por haberme leído, siempre lo aprecio mucho ;; y gracias por llorar conmigo (???)

    Con eso dicho, este fic que viene es canon para la noche del día 55, 18 de junio.

    A medio camino de este fic me di cuenta de repente que había olvidado detalles que yo misma establecí inrol de esta cuestión, diálogos completos borrados de mi mente, en plan no los tenía presentes pero los dos estúpidos me seguían funcionando como si sí lo tuviera en la cabeza siempre. Por suerte me puse a revisar porque luego me habría sentido muy clown yo misma, aunque posiblemente nadie se fuese dar cuenta tampoco (?) Lo llevo escribiendo, creo, desde antes del inicio del día que acaba de pasar y lo dejé en pausa por si ocurrían más cosas, que ocurrieron, y por eso quedó tan inmenso.

    Dejaré unas notas para el final del fic cuz se me hizo costumbre de los AU y tal.

    Narra Arata.





    I'm hiding in a forest
    built around my heart.
    Come and find me.

    .
    Red eyes with warning signs,
    I can’t show more than I can tell.
    It takes time for you to understand.
    Misunderstood,
    feels like no one's going to ever know me.

    .
    I wish you could try to dig,
    dig a little deeper
    to see every single layer
    hidden from the reaper.

    XLIX
    [​IMG]
    The Ace of Swords
    x
    The Three of Swords

    .
    Recovery . Forgiveness . Heartache .


    | Arata Shimizu |
    | Cayden Dunn |

    *

    *

    *


    The Ace of Swords
    Parque Hibiya, Chiyoda


    El tiempo que llevaba esperando en el Hibiya era sin espacio a dudas un castigo por parte del mocoso y lo acepté sin más. Llevaba al menos cuarenta minutos con el culo pegado en uno de los bancos más ocultos del parque, que debían ser los mismos en donde Sonnen y yo hicimos el imbécil hace tanto tiempo que parecía un puto sueño de opio; el punto era que posiblemente me comiera la hora de espera incluso cuando el cachorro era conocido por su puntualidad exagerada. Quería y no quería hablarme, al menos esa sensación daba.

    Había sido siempre así, la cantidad de resentimiento que Cayden podía sentir era directamente proporcional al amor que podía profesar, nos daríamos cuenta más tarde. Por mucho que jugara al introvertido poco emocional, por más que se cerrara, lo cierto era que sentía demasiado para su propio bien. Era una criatura resentida, volátil y codiciosa, ¿eliminaba eso sus grandes cualidades? No, pero había que tenerlo en cuenta.

    Quizás demasiado en cuenta.

    Aquí sentado en el banco pensé que de no tener a Sasha, de no haber pasado toda esta mierda con los graciositos de turno, no habría forzado a Cayden a comerse un rechazo que no le correspondía, pero que su ataque habría pasado igualmente, porque había pasado antes que lo de Sasha. Se habría resentido, tarde o temprano, porque su dolor tenía razón, porque incluso luego de verlo recibir el primer golpe de su vida lo usé.

    El crío trabajaba para mí hace tiempo, incluso luego de los chacales cayeran de forma definitiva, lo había mantenido a mi lado porque era lo único que me recordaba constantemente que alguna vez habíamos sido algo más que simples carroñeros, pero tarde o temprano eso iba a salir como el culo. Lo había arriesgado demasiado, tendría que haberlo dejado quieto. No era lo que Yako me había encomendado, para nada, pero de por sí había torcido todas las indicaciones de Kaoru.

    Cuando el afecto no tenía dónde ir todo perdía forma.

    Suspiré con pesadez, escarbé en el bolsillo hasta sacar la cajetilla de tabaco barato que había conseguido, saqué un cigarro y me lo coloqué en los labios para encenderlo. Inhalé profundamente, solté el humo despacio por la nariz y sostuve el cigarro con los dedos entonces, antes de darle una segunda calada. Sabía a mierda, pero servía porque al final todos los humos eran iguales. Me fumé al menos tres antes de que el susodicho diera señales de vida, las colillas quedaron en el suelo, como si fueran mi propio reloj de arena.

    —¿Y qué mierda querías, Arata? —dijo Cayden desde mi espalda.

    Solo Dios sabía en qué momento se había acercado, con su puta presencia de fantasma, me hizo dar un respingo que quiso mandar volando el cigarrillo, pero alcancé a sostenerlo. No volteé a mirarlo ni nada, palmeé el espacio a mi lado y él suspiró con hastío, aunque tomó asiento junto a mí; llevaba unos jeans azules desgastados que daba gusto, una camiseta blanca y encima la chaqueta de bordados, la del dragón dorado que usaba con más regularidad. Esa, junto a otras, había sido herencia de su adorado Yako, le iban apenas una pizca grandes.

    —¿Ahora qué pretendes espantar con esa actitud? —pregunté y el mocoso bufó como un perro viejo.

    Nightmares —contestó de mala gana.

    Reí por lo bajo, había sonado enfurruñado como solía oírse cuando tenía trece años y pensé que seguía siendo un niño. Cayden había perdido a Yako como los demás, pero en la práctica no había enfrentado al mundo solo todavía, no del todo, pues su madre y sus tíos seguían cuidándolo, el viejo Reaper lo protegía con su sombra y cosas así. Solo los niños contaban con esa clase de privilegios y tal vez por eso pensaba tanto, porque tenía tiempo para hacerlo.

    —¿De qué clase?

    —De la clase que no te incumben. Apúrate, Shimizu.

    Le di otra calada al tabaco antes de decir nada, el humo se alzó como una cortina y guardé silencio unos minutos, buscando las palabras correctas. Las busqué y las busqué hasta que encontré el miedo que me había impulsado a pedirle ayuda con lo de Sasha, hasta que encontré la ira que sentí cuando me dieron la foto y supe que había llegado demasiado tarde para protegerla. Recordé la ira que sentí al verlo golpeado a sabiendas de que Yuzu amenazaría con degollarme al enterarse, pero ya estaba enfurecido de antes.

    Por eso lo sacrifiqué.

    No era diferente del traidor al que quería darle caza.

    Le decía a Sonnen que la gente no iba a morir por salir de su campo de visión, pero apenas Sasha quedó fuera del mío la habían humillado y me lo habían mostrado. No creía haberlo dicho en ningún momento, pero dolía como la mierda, cada vez que lo pensaba dolía horrores. No había podido protegerla como no pude proteger a Cayden, como no pude proteger a mi madre y, así no lo supiera porque este aquí sentado estaba empeñado en guardar su promesa de no hablar más allá de lo necesario del tema, como no había podido proteger a Ko.

    Los errores me perseguían.

    Por cada uno el cañón de un arma se me presionaba en la cabeza.

    —Lo siento, Cay —solté por fin y golpeteé el cigarro para que soltara la colilla—. Perdona por haberte enviado con Sasha solo porque me asusté, debí ir yo mismo, sacarla y-

    —Eres un cobarde de mierda —dijo cortando mi disculpa de tajo, sonó como si tuviera un nudo inmenso en la garganta y yo cerré la boca—. Un puto cobarde. Tenías que haber ido tú, no tenía que haberte escuchado nunca, ni seguirte el juego, ni complacerte los miedos. Incluso ahora la enviaste antes de hablar conmigo, la enviaste antes de buscarme y yo me comí esta mierda por días. La enviaste porque por mucho que esté hasta los huevos de ti, sabías que ella conseguiría hacer que me calmara tan siquiera un poco.

    Cayden era en general bastante tonto, le costaban un poco casi todas las asignaturas excepto un par y se echaba varias tardes de la semana estudiando incluso cuando no había exámenes, pero parecía conocerse a sí mismo con una claridad abrumadora. También parecía conocernos a nosotros con la misma nitidez, como si durante los años que compartimos aire se hubiese sentado a escribir libros sobre cada uno de nosotros, con la paciencia de quien cree tener todo el tiempo del mundo.

    Ahora mismo estaba leyendo el que llevaba mi nombre y estaba hasta los huevos de que los capítulos fueran todos iguales. La verdad ni siquiera podía culparlo.

    No reaccioné, me quedé callado, pegado al banco, y el tiempo siguió corriendo a nuestro alrededor, las alas de la mariposa seguían batiéndose. Pensé que quería gritarme aunque algo lo detenía, puede que sus propios errores del último mes, pero en realidad no tenía ni puñetera idea porque no sabía nada de él luego de que se sacara mi arpón del pecho e incluso antes no sabía la gran cosa. Tampoco sabía si prefería esta acidez o los gritos, no sabía si tal vez debía llorar la molestia que cargaba desde entonces o lo que le pesaba. Lo conocía y por ello dudaba de qué podía ser lo mejor para él, porque a veces nada parecía poder aliviarlo. De vez en cuando solo una bofetada verbal lo acomodaba, era un poco extremo, pero yo no era quién para juzgarlo.

    Solo entonces recordé todo lo que le había dicho vuelto una furia, en mi desesperación por arrancarme de Sasha y de encender la alarma que creí que podía salvarla. Si ya antes con el recuerdo bloqueado pensé que lo que había hecho era imperdonable, ahora deseé meter la cabeza en la tierra y ahogarme allí.

    Yo le había dicho que era un inútil.

    Que no corría ni hacía que los otros corrieran.

    Fue como si le dijera que era su culpa haber salido golpeado, que era su culpa que las personas se fueran. Lo había tratado como una genuina basura y él había dejado galletas para mis hermanos aún así. ¿Por qué coño Yako creyó que podría cuidarlos? Si los dejaba solos o los usaba a conveniencia.

    El hijo de puta estaba loco.

    Estaba loco y lo habíamos amado por ello.

    Dudé, pero estiré la mano libre hacia él, la posé en su coronilla y arrastré el contacto hacia su nuca en una caricia. Su cuerpo se tensó, fue el equivalente de que se convirtiera en una piedra, pero reinicié el movimiento y se forzó a relajarse, usó todas sus neuronas en eso. No tenía idea de qué había hablado con Sasha más allá de lo del club lámpara, tampoco de qué le habría soltado Ko el día que según Sonnen ninguno de los dos apareció en las primeras horas de clase, pero había algo en sus sistemas que lo estaba obligando a controlarse y modular el fastidio que todavía debía sentir.

    Tenía puesto un bozal que evitaba que se hiciera daño a sí mismo o que intentara hacérmelo a mí.

    Estaba aferrado a un cristal roto que deseaba encajarme en la yugular, pero otros que le parecían más sensatos que sí mismo le habían hecho pensar que tal vez no era la mejor opción. La personalidad de este chico parecía bastante irracional, daba la sensación de que actuaba de acuerdo a impulsos de energía incluso cuando los renegaba, pero era capaz de escuchar a los demás en medio del sonido del fuego dentro de sus paredes. Se esforzaba por nunca ignorar a los otros, vivía atento a alarmas de cualquier naturaleza, las que anunciaban su muerte o su supervivencia y actuaba en consecuencia. Por eso podía cancelarse para acudir junto a quien lo necesitara o podía sacrificar su inmenso orgullo para disculparse con alguien si lo hacían consciente de que había cometido una injusticia.

    —Te dije cosas horribles, cosas que jamás debías escuchar. No eras responsable, no tenías que cuidar de nadie —dije en un murmuro y esta vez fue él quien me interrumpió.

    —Cuando me golpearon en el Shimizudani sentí un miedo completamente distinto y acabó por convertirse en furia —admitió en voz baja, como si fuese a soltarse a llorar ahora sí, y juré que el cuerpo quería temblarle de emociones contenidas—. Porque fui a vender tus cuchillos y me dejaron sin nada, porque siempre me pasan estas mierdas por no decirte que no. Tuve que hablar con Hikkun por ti y Sonnen, tuve que hablar con Sasha, vendí tus cosas y me ficharon. Incluso antes, tiempo después de la muerte de Yako, me comí un regaño de Yuzu por estar ayudándote. Hice todas esas cosas y me pregunté qué coño hacías tú por mí, luego me sacudieron el piso y me pregunté si no te estaba pidiendo demasiado. Más de lo que puedes darme.

    ¿De qué mierda estaba hablando este mocoso?

    ¿Me pedía algo siquiera?

    No lo creía. De hecho solo ahora lo hacía, porque cuando me pidió que lo llevara de regreso a su hogar hace al menos un año y pico ni siquiera contaba, y era en realidad la mínima decencia humana, era una disculpa, porque el ultimátum de no hacer negocios por mí me lo había tirado encima el mismo día que lo llamé inútil. Nunca me había pedido nada desde que lo conocí, como nunca se lo había pedido a su padre hasta que alcanzó el límite de la humillación y el miedo, nunca le pidió nada a los chacales y no creía que le pidiera nada a su familia.

    Nunca pedía nada aunque lo actuara con el cuerpo, incluso si todos sus músculos gritaban por exigir algo. Callaba siempre, esperando que eso le asegurara saberse amado sin condiciones, pero entonces yo le había demostrado que ni sacrificándose a sí mismo podía ser reconocido. Lo había empujado al borde y ahora, ahora dudaba de cada sombra. Dudaba incluso cuando tenía una voz diciéndole que estaba allí, tenía que aferrarse constantemente a la hebra para no caer.

    Porque yo le había dado razón a uno de sus miedos más grandes.

    —No. Es cierto, no hago nada —apañé sin dejarlo seguir el monólogo si es que tenía intenciones de hacerlo—. Te dejo parte de la pasta, me voy por donde vine y se acabó. No hago nada por ti y mereces que alguien te entregue todo, ¿no crees, Cay? Alguien que se arranque el corazón del pecho y te lo ponga en las manos, mereces esa clase de amor.

    —No. Además no te estoy pidiendo amor, idiota, ¿de qué estás hablando?

    Su negativa fue casi dolorosa por más de un motivo, pero ninguno de ellos tenía que ver conmigo en realidad. Era un error de cálculo por parte de Cayden que se arrastraba desde hace ya un tiempo, uno tan grande que parecía haberlo silenciado hasta el punto de casi desaparecerlo justo como había pasado con el tajo que le había dado el viejo Dunn, pero la duda en su pecho seguía allí. Una duda que él ni siquiera se había formulado y tenía que ver con la naturaleza del cariño que guardaba por cada persona, en qué se diferenciaba cada uno.

    Lo que era una certeza era que los tintes de sus afectos fluctuaban de manera constante en su silencio, divagaba en espacios intermedios de amor y posesión, de libertad y control, de confianza absoluta e inseguridad. Demostraba que temía la proximidad, la intimidad emocional como todos nosotros, pero que una fracción de él también la anhelaba con tal fuerza que perdía forma. El cariño mutaba, giraba y se desajustaba como piezas de un mecanismo extraño; le crecían colmillos y él, totalmente fuera de sí, los encajaba para sentir el gusto a sangre y aturdirse los sentidos. Defendía ciertos espacios con tal fuerza que se convertía en un peligro para los demás.

    Por eso había estado manipulando a la rubia de su salón.

    Porque habían miedos más grandes que otros.

    Y yo lo había llamado inútil.


    —A mí no, pero puedes pedírselo a otro.

    Lo dije como si nada, pero sucedía que enredarse de verdad con este chico no debía ser apto para cardíacos. Se acercaba y se alejaba, giraba como los fire devils, esos torbellinos que absorbían fuego de los incendios, y se detenía como si hubiera muerto apenas unos segundos después, retomaba la marcha y chocaba el auto que conducía hasta dejarlo hecho pedazos, pero salía de entre el metal arrugado tarde o temprano. Era un maldito desastre con patas, un caos absoluto destinado a los excesos.

    Daba todo, sí, tanto que aceptarlo sin ceder bajo su peso era casi una misión, no todos podíamos soportar esa clase de entrega sin quebrarnos, era demasiado y me jodió haberlo pensado, porque entonces habló. Porque ya había hablado fuera de mi vista, consciente de sus errores, su desorden y sus fallas, con el peso de la figura de su padre en los hombros, justo como yo. Había formulado frente a su eterno espejo la pregunta que todos nos hacíamos en algún punto de nuestras vidas cuando entendíamos lo problemáticos que éramos y lo que nuestra tormenta podía causarle a los que amábamos.

    ¿Quién coño va a elegir esto a voluntad de por sí?

    Are you fucking insane? —replicó con molestia y una risa hueca le sacudió el pecho—. Al final somos iguales. La oscuridad da mucho consuelo después de todo, consuelo y euforia.

    Su respuesta me arrancó una risa que quizás debió ser más amarga de lo que me salió en realidad, pero no me quedó más que tomármelo todo como un infinito chiste. Rompí el punto de contacto con su cuerpo y apoyé la mano en el banco, descansando la espalda. Entendía que todos teníamos puntos ciegos, pero lo de este crío rozaba lo exagerado, puede que siempre hubiese de esa manera. Quizás no fuese culpa suya, después de todo el fuego no producía alguna sombra a la que mirar, pero era increíble aún así la forma en que se quedaba atascado en el anhelo aunque era casi ridículo viendo su personalidad general y aún así acababa de pensarlo.

    Eres demasiado para cualquiera, Cayden.

    Y sentí que lo había traicionado dos veces.

    El chiquillo giró el rostro para mirarme, contrariado con mi reacción, y frunció el ceño de lo lindo, lo que me hizo temer que me hubiese leído la mente. Algo en ese gesto lo hizo parecerse más al diablo del que provenía su apellido, al menos de las pocas veces que le había visto la cara; le endureció las facciones en cierta medida y pensé que ya se estaba haciendo viejo incluso si seguía siendo un niño en personalidad.

    Ya no era el mocoso de trece años que había arrastrado a casa, hace mucho que ni siquiera era de esa estatura, sus facciones lo hacían ver joven pero ya no parecía un niño en todas las de la ley. Había pegado un estirón en algún punto que ya no recordaba, tal vez pudiera crecer otro par de centímetros antes de los veinticinco y ahora continuaría adquiriendo parecido con su demonio más grande. Lucharía cada día por creer que no se parecía al hombre que lo había abandonado.

    Estábamos en el mismo bote.

    —Se supone que eres un poquito más inteligente que yo, pon las neuronas en fila. —Le di otra calada al cigarrillo—. Usa la cabeza.

    —Como dije cuando te invoqué con Sonnen, acudí al viejo —soltó luego de volver a ponerse a jugar con los bordes de las mangas entre sus manos, negándose a seguir dando vueltas en el otro tema.

    —Estabas realmente enojado entonces.

    Enraged —murmuró antes de tomar aire profundamente, pero sonó igual de irritado—. Lo busqué dos veces, una antes del campamento que fue cuando me dio la idea de usarlos y otra después de-

    —Hablaste con Ko-chan, ¿no? —Asintió con la cabeza, cohibido, como si lo hubiera pescado robándose una billetera a las ocho de la mañana o algo del rollo—. ¿Por qué no hablas con Ko-chan cada vez que se te anudan las ideas? Te viene bien.

    Se encogió de hombros y aunque no era muy avispado supuse que habían cosas que uno no hablaba con la gente porque entre los nudos estaba su nombre de una u otra manera. No decía que los nombres estuvieran allí por motivos particulares, buenos o malos, ni siquiera se me ocurrió de qué forma podía o no estar enredado el nombre de Ko en sus cacaos mentales, pero no creía que importara tanto. Era irreal pensar que todo podía hablarse, había espacios de silencio hasta para los que se hacían pasar por maduros y racionales. A veces solo no deseábamos molestar tanto a la gente, punto.

    En cualquier caso, la posibilidad hizo que se callara un rato aunque le había cortado una idea antes a medio camino. Tardó unos segundos en poner a maquinar el cerebro de nuevas cuentas, como si se le hubiese trabado un engranaje, pero igual volvió sobre el tren de pensamiento.

    —Hablé con el viejo una segunda vez luego de haber hablado con Ko. A la primera me dijo que los usara a ustedes, a ti y a Sonnen, porque Yuzu estaría lo suficientemente enojada como para ejecutar inocentes. Lo único que se me ocurre es que haya sido uno de los de abajo, ya sabes, por debajo de los tres capitanes y que estaría jugándose mucho.

    Desde que nos convocó en las Catacumbas llevaba pensando en esta mierda, porque significaba que sabían qué estaba haciendo en el parque, con quiénes y a qué hora, pero todos estábamos de acuerdo en que a nadie con dos dedos de frente le interesaba mucho tocar a Cayden por un par de motivos esenciales. El primero que era inofensivo, vendía información como otro montón de idiotas, pasaba armas que llegaban a sus manos a imbéciles que no tenían un lugar real en la estructura y vendía la hierba de un proveedor que había sido contacto de Yako; el segundo motivo era que se apellidaba Dunn, punto. Retar a los casi siempre neutrales irlandeses no era algo que uno quisiera hacer por las risas, desajustar toda la partida por un niño flaco como un palo no tenía sentido.

    Habían pretendido probar a alguien usando a Cayden como diana y quien disparó dio en el centro. Ni siquiera había trastabillado y eso, si me lo preguntaban, era una traición que debía condenarse y era lo único en lo que este chico había tenido razón al convocarnos. Los que tenían algo de honor incluso se amputaban un dedo por menos.

    —¿Seguiste el consejo de Reaper porque de verdad quieres encontrar quién te jodió o por qué estabas lo bastante enojado para cobrarme la falta que cometí?

    —Ambas. Luego de la primera vez que hablé con el hijo de puta estaba incluso más enojado que cuando lo busqué y como tú nunca te disculpas por una mierda dejé de esperar absolutamente nada de ti. Fingí demencia en el campamento porque de verdad quería pasarlo bien, pero luego me puse en movimiento.

    —Y no pudiste parar.

    —Y no pude parar —afirmó estirando la mano para quitarme el tabaco y le dio una calada al cigarro, aunque arrugó los gestos al sentir el gusto del humo. De por sí el tabaco nunca le había gustado realmente—. Todo se apiló de formas extrañas. Sonnen quedó inútil por lo de Anna, tengo a una chica que me ayudó cuando me golpearon la noche del Shimizudani que puede irse de la lengua con un chico que no sabe una mierda de mí aunque ella tampoco debe tenerlo muy claro, de la verdad quiero decir, y aparecieron un montón de imbéciles relacionados a las mafias extranjeras en el Sakura.

    Me dio la sensación de que quiso decir más cosas pero se detuvo antes de empezar y por algún motivo recordé también a Sasha diciéndome que Sugawara era su jefe, una información de que por sí no podía soltar sin condenarla a ella. Fue cosa de un instante porque lo de la mafia extranjera me dejó descolocado y lo miré como si estuviera hablándome en árabe o algo así.

    —Diekmann Eda, Ivanova Anastasia, Lombardi Enzo y posiblemente otros. Dos en mi clase, la otra asumo que en la 3-1. A Diekmann la vi esta mañana, se acercó a hablarme con Ivanova y la verdad estaba un poco de mal genio, como siempre, acabé bateándolas cuando pude pensar con más claridad —contestó en un murmuro apenas notó mi sorpresa y suspiró con hartazgo, llevándose la mano libre a los ojos para enjuagarlos—. En fin, que espiralé y todo el rencor te lo comiste tú. En el mundo que conozco no te disculpas con nadie.

    La cantidad de nombres apestados que soltó Cayden en menos de medio minuto fue bastante alarmante, era innegable, hasta me distrajo del hecho de que seguía girando sobre la idea de que yo no me disculpaba. Parecía un sinsentido absoluto que toda esta gente hubiese terminado en el instituto ese de niños pijos, pero luego de lo pequeño que demostraba ser el mundo quizás fuese estúpido de mi parte siquiera sorprenderme.

    Yo ubicaba más los nombres que las caras, pero este muchacho tendía a moverse un poco más arriba en la esfera solo por consanguinidad, accedía a espacios de un nivel más alto incluso si era solo para vaciar algunas billeteras de ricachones borrachos y dejarlas caer o para consumir información, usaba el apellido apestado a voluntad. Por ello oía y veía algunas cosas que yo solo conocía al acceder a la cronología del Triángulo desde otra arista, lo que yo sabía se asimilaba más a los chismes de un teléfono descompuesto, su información provenía más cerca de la fuente.

    —El mundo como lo conoces ha empezado a cambiar —murmuré quitándole el cigarrillo y él ancló los codos en sus muslos—. Después de… En fin, pasaron cosas y ya no puedo solo seguir actuando como hasta ahora. Debo cuidarlos mejor que antes, a Sasha, a Ko y a ti porque en ciertos fragmentos de la vida ustedes son todo lo que tengo y soy yo el único que puede cuidarlos.

    —Tremenda misión horrible en la que estás metido entonces —murmuró más para sí que para el resto de la clase.

    Me pregunté qué tan grande era el nudo que le apretaba la garganta, pero sobre todo por qué no se revolvía para soltarse. El Cayden que conocía desde hace años nunca había sido amigo de las ataduras de ninguna clase, las únicas correas que aceptaba alrededor de su cuerpo eran las que él se colocaba de forma consciente, pero en caso contrario se desbocaba como un puto loco, arañaba, mordía y pateaba. Que solo aceptara el silencio, uno que no le pertenecía en todas las de la ley, no sabía si hablaba de su lealtad o su ceguera.

    Este chico era capaz de llevarse secretos a la cripta.

    Por eso lo habíamos invocado para el club de mierda.

    Después de decirme eso volteó el rostro, seguía con los codos anclados a sus piernas y me miró con seriedad. El amarillo ese tan intenso de sus ojos resaltó bajo la luz de la farola más cercana, los rizos de fuego se sacudieron con la brisa y sentí que me sacaba radiografía sin decir una sola palabra. Sabía que sus ojillos eran bastante hábiles, lo suficiente para encontrar anomalías en donde otros no verían nada, eran resultado de su perpetuo estado de alerta.

    Cayden temía la mirada de los observadores porque él la poseía.

    Creí que regresaría la vista al frente, pero se quedó mirándome mientras continuaba con su tic ansioso de turno con las mangas y parpadeó con cierta pesadez. Al cabo de un rato soltó el aire por la nariz, no fue un bufido de molestia, sonó más a algo asociado a la resignación, y habló con la vista clavada en mí.

    —No debes ni puedes cuidar a las personas siempre. Debes confiar en que podemos cuidarnos solos —murmuró pero fue más una idea suelta, reflexionó sobre ella de inmediato. No tenía manera de saberlo, pero era una síntesis de lo que había hablado con la albina de mi salón—, pero no puedo pedirle algo como eso a un guardián, ¿cierto?

    Dejó la frase suspendida allí, yo no contesté, solo miré al frente y el rumor de su ropa al moverse no me dio ninguna pista de lo que haría. Para cuando quise darme cuenta el mocoso me había alcanzado con los brazos, los echó sobre mis hombros obligándome a medio girarme y su pierna inmediatamente cercana a mi cuerpo subió. La encajó sobre la mía a la altura de la rodilla y me estrechó con fuerza, la suficiente para que no fuese a zafarme con facilidad. De haber usado más habría amenazado con dejarme un moratón allí donde sus dedos se encajaron como garras.

    Había intentado arrancarse de mí.

    ¿Pero podía hacerlo realmente sin sangrar?

    No creía que Cayden me hubiese abrazado antes, no de esta manera, y pensé que nunca lo habría hecho de haberse quedado en la otra escuela donde parecía tan molesto y apagado siempre. Donde tenía que lidiar con la idea de saberse solo cada día, que allá el golpe habría acabado por convertirlo en su padre, porque condensaba mi fallo y la certeza de que había sido traicionado por alguien más. Aquí con nosotros, con Ko, Hiradaira y los demás su corazón había vuelto a latir.

    Había una parte de él que seguía resentida conmigo, lo sabía porque lo conocía, pero el tiempo pesaba más en él, pesaban las palabras de Sasha, las de Ko y las de su madre, pesaba la sentencia de la rubia en la piscina y todo combinado. Los ecos de los otros en su cuerpo tenían más efecto y aunque quizás no volviera a confiar en mí para ciertas mierdas, al menos sabía que todavía me quería. Que todavía podía ser merecedor del honor que significaba el amor de personas como él, como Yuzu, de esos cargados de fuego.

    Incluso si yo había pensado que era demasiado.

    No merecía el amor con que me trataban ciertas personas.

    No lo merecería ni en doscientas vidas.


    El mocoso seguía tocado por la mierda de su padre, la que fuese, al menos eso fue lo único que se me ocurrió cuando lo escuché tomar aire con algo de fuerza, como si buscara calmarse. Suspiré, tiré el cigarro al suelo y lo rodeé con un brazo, apretujándolo, y la otra mano la descansé en su pierna, dándole una palmada sin fuerza en el muslo. Al sentir que correspondía a su abrazo su cuerpo se volvió un poco más pesado en el momento en que relajó los músculos a la fuerza.

    —Gracias por las disculpas —murmuró enterrado en el abrazo y pensé que parecía mucho más cómodo con el contacto desde hace ya tiempo, pero me ahorré el molestarlo porque el asunto era importante. Fui consciente de ello cuando me estrujó con más fuerza—. No haré más negocios para ti.

    —Ya, lo dijiste cuando me mandaste a la mierda. No pensaba volver a pedirte que hicieras nada por mí, Cay Cay, nada que te ponga en riesgo. Te ayudaré en todo lo que necesites de ahora en adelante, pero no tendrás que vender nada ni hablar con nadie por mí.

    Fue escuchar el apodo que usaba pelo de nube y que al niño prácticamente se le terminara de derretir el cuerpo. Había algo fuera de lugar, pero a Cayden lo detenía una promesa, un pacto de silencio mayor que ese que él había forzado sobre la chica en la escuela, así que no tenía ni siquiera dónde apuntar. Las anomalías existían, estaban en el rumor del aire, en la ansiedad en el cuerpo de este niño y los silencios que mantenía a su alrededor como paredes invisibles. Sus tiempos eran extraños, intermitentes y confusos, los respetaba, pero no dejaban de ser un lío.

    —¿Y quién es el misterioso muchacho que no sabe lo qué eres en realidad? —pregunté a ver si quería soltar la lengua.

    —Mattsson Hubert —murmuró sin soltarme y le palmeé la espalda—. Va a segundo.

    —Pasaste de caras de bebé a buscarte a los menores directamente, que Dios nos proteja a todos.

    It's not like that, you dumb fucker —corrigió en inglés, brusco. Ni idea de por qué no cuestionó lo naturalizado que tenía su lío con Ko, aunque yo tampoco lo pensaba mucho ya—. El mocoso es de intercambio.

    Se irá.

    Fue eso lo que quiso decir, no había que ser demasiado listo para entenderlo, y recordé un poco de la nada la vez que lo vi en los casilleros con otro castañito de ojos ámbar, apenas un poco más alto que él. Había querido molestarlo por el parecido con el Ko-chan pequeñito, antes del pelo de nube, y ahora caía en cuenta que el crío fue un visto y no visto. Apareció un día y luego no lo vi nunca más.

    Lo aterraba ser sustituido o abandonado.

    Pero lo veía repetirse aunque estaba fuera de su control.

    ¿Se culpaba todavía por no ser suficiente, por no conseguir que alguien se arrancara el corazón y se lo pusiera en las manos aunque negara que fuese eso lo que deseaba? No estaba seguro, aunque el hecho de que las minas que lo rodeaban no hubieran detonado bajo mi peso indicaba que estaba mucho más sosegado o quizás demasiado confundido, puede que ambas, pero sabía que ninguna de esas dos anulaba algo que lo había perseguido por tanto tiempo. Se había quedado en este mundo porque había encontrado un circo donde era el maestro de ceremonias, se había quedado porque Kao había dado en el clavo, pero ahora las mierdas se complejizaban.

    Se estaba dando cuenta de qué tan maldita estaba su sangre bajo la luz del sol. Así como yo al salir de las sombras sintió que se quemaba como un puto vampiro, llevaba demasiado tiempo relacionado con gente que lo conocía, que sabía lo que hacía y no le importaba. No había conocido el terror que generaba saber que podíamos pegarles la peste a otros.

    Saber que estábamos condenados.

    Si le preocupaba tanto lo que pudiera pensar el dichoso Mattsson si se destapaba su mierda, desde la venta de hierba, el movimiento de armas e información, hasta de quién era hijo, era porque el otro estaba limpio en un cien por cien. No sabía si había sido igual con el castañito desaparecido, ya no importaba y prefería no meter el dedo en la herida, pero entendía la angustia que lo aplastaba de repente. Era la que yo había sentido hasta que Sasha fue arrastrada a las sombras sin oportunidad de escapatoria y no pude hacer más que cobijarla con mi propia sombra.

    No sabía hasta qué punto uno aceptaba ser amigo del hijo de un boss de la mafia extranjera por las risas incluso si el hijo en cuestión tenía carita de bebé y se preocupaba por ti, quería decir, si no se estaba en esto desde antes, pero imaginé que las probabilidades eran más bien pocas. Temía que al descubrirse toda la hoja de delincuencia el abandono que temía se acelerara, que ocurriera incluso antes de que el otro se regresara a su país porque sabía que ya era demasiado tarde y era relativamente fácil alcanzarle el corazón.

    Porque ya le había tomado afecto.

    —Nunca fuiste bueno manteniendo el contacto con lo que no puedes tocar —apunté sin ser consciente del peso real de esas palabras. Encajaban con cada figura que habíamos perdido de alcance, cada silueta que él no había detenido y cada ser que había escapado de sus manos, demasiado asustadas para aferrarse a alguien—. ¿Y si mejor dejas de resistirte, Cay?

    No contestó, tampoco me soltó y seguí acariciándole la espalda con movimientos amplios, lentos. Más que sentirse cómodo con el contacto ahora parecía que lo necesitaba, aunque no estaba muy convencido de que necesitara mi contacto en sí o más bien si cualquier cuerpo en el que confiara medianamente habría hecho el trabajo, como le había valido el de Hikkun hace tiempo. De repente se me ocurrió que viendo su historial era más posible la segunda opción, así que me limité a seguir con los mimos distantes.

    En algún punto mis dedos comenzaron a delinear los bordados de la chaqueta en su espalda, distraídos, y el mocoso se revolvió en el abrazo. Seguía sin dejarme ir, pero aflojó un poco el agarre y descansó la cabeza en el primer hueco donde encontró espacio. Se me ocurrió que parecía más delgado y la idea se amalgamó con Saki señalándole eso mismo a Sasha. Tenía tantos días sin enfrentarlo que quizás me lo estaba imaginando.

    ¿Hace cuánto lo habían golpeado? ¿Casi un mes? ¿Y habló con el viejo apenas unos días después y recién había hablado con Kohaku? Tiempo suficiente para que su estado se hubiese deteriorado. Si resultaba ser cierto esperaba que ya estuviera recuperándose. Aunque preferiría simplemente solo estar paranoico y que siempre hubiese sido así de flaco, que tampoco era un disparate en sí mismo.

    Sabía que no tenía caso presionarlo, era un esfuerzo desperdiciado, si todo lo que quería era contacto entonces era lo que había que darle. Lo que sucediera al final con las cosas que le daban vueltas en la cabeza, los nombres y los posibles resultados era algo con lo que tendría que lidiar tarde o temprano, sin importar qué tanto pretendiera retrasarlo. Suponía que lo importante era que no estuviera solo, que hubiese al menos un par de figuras inamovibles que no retrocedieran sin importar lo que pasara a su alrededor, lo que hiciera o de dónde proviniera su sangre. Todo lo que no podía contarle a su familia nos pertenecía por defecto, pues conocíamos fragmentos de él que había ocultado de otros desde que era un mocoso.

    Pasaba que nunca se lo había preguntado, ¿cierto?

    Nunca se lo pregunté.

    —Cay. —Lo llamé en voz baja, como si temiera espantarlo o algo. Le pregunté algo que a mí mismo me daba terror responder, una verdad que había vivido y que no pude procesar—. ¿Qué sentiste cuando entendiste que todo se nos estaba yendo a la mierda? Que ya no había manera de sostenernos sin Yako.

    Se quedó tan quieto que por un momento creí que podía haberse desmayado, parecía una genuina estatua y sentí la tensión de su cuerpo, pesado como el concreto. Ninguno lo sabía, pero este crío había ido al cementerio al día siguiente, había pegado la frente al piso y se había deshecho en llanto.

    Luego cada uno se desprendió en una temporalidad distinta, como si todos procesáramos lo que estaba pasando con retraso u otros lo entendieran desde el primer instante. La realidad nos había pateado en tiempos distintos y una a una ciertas siluetas se desvanecieron al día siguiente, los meses que le siguieron o los dos años posteriores.

    Fue el borronazo de Kohaku en nuestra visión periférica, el tachón. Fue la desconexión de Ratel luego de haber intentado tomar el lugar de Kaoru en las sombras moviendo a todos los que estaban por debajo de los capitanes, fue la desaparición de Hikari hasta 2017, fue la caída de Yuzuki en 2018 cuando los sobrevivientes le mordieron las manos. Eran los espacios vacíos de las siluetas que alguna vez habían formado parte de nuestras vidas, fue ver otra familia cercenada frente a nuestros ojos y no poder hacer nada para detenerlo.

    Sin embargo, yo no temía su repetición.

    Temía la muerte definitiva, la que nos había quitado a Yako.

    Cayden estaba aterrado de los espacios negativos en las pinturas.


    —Me despedazó el corazón —admitió mientras desenredaba los brazos de mi cuerpo y se envolvía a sí mismo, pero yo no lo solté. De repente sentí que si lo hacía todos los vidrios rotos caerían al piso, los míos y los suyos—. Fue como si tuviera cuatro años y me soltaran en una multitud donde no reconocía a nadie.

    >>¿Te imaginas lo que es esconderle a tu familia que murió alguien y luego esconder que prácticamente se murieron diez personas con él? Evité a mamá y a mis tíos porque me daba miedo que escarbara lo suficiente para hacerme escupirlo, lo sabes —murmuró y en su voz se revolvieron tres emociones: furia, dolor y vergüenza—. ¿Te imaginas lo que es ver a un muerto volver a la vida y temer que regrese a la tumba por la mínima estupidez? ¿Ver a otro resucitar y que desapareciera de nuevo, sin más? ¿Pedirle a alguien que mienta por ti para retrasar otra muerte inminente? La gente desaparece de tus ojos pero sigue caminando más allá. Sigue existiendo más allá de nuestra vista.

    No fui capaz de decirle nada, lanzó tantas imágenes, tantas certezas y condenas sobre la mesa que la sensación de soledad me lamió el cuerpo incluso a mí y fue repugnante. Se me ocurrió que debía darle vueltas a eso quién sabe cuántas veces a la semana, que lo perseguía, y por un mísero instante pensé que por eso yo no preguntaba. Porque al reconocer el dolor de los otros uno mismo sufría, pero recordé que cuando pretendí escapar todo se fue a la mierda de igual forma.

    Huir también era una cagada.

    Quise pensar que ninguno de nosotros pudo sostener a los demás porque todos éramos niños, que no teníamos la culpa de no haber sabido qué hacer, pero recibir de Cayden una respuesta que era tan obvia y tan aterradora a la vez solo me hizo sentir culpable. Todos cargábamos un montón de culpas encima, pero yo no solía conectar con ellas con suficiente frecuencia y quizás por eso cuando me alcanzaban era tan devastador. No habíamos podido apoyarnos entre nosotros y tampoco habíamos cuidado de Shiori, incluso ahora no sabía si lo hacíamos, aunque Masaki la dejara en la escuela cada mañana y la recogiera casi cada tarde.

    —Gracias por las galletas que me dejaste en el casillero —dije pasados unos minutos, incapaz de encontrar algo coherente que decirle respecto a lo otro—. Ah y estoy trabajando en Minato, en el dot&blue donde solían ir con Yuzu. Es el precio que ella estipuló por haberte descuidado. Deja de huir de big sis, hace semanas sabe lo que te pasó.

    Lo solté con cuidado, dejándolo que regresara a su espacio y el chiquillo suspiró, asintiendo con la cabeza. Al final no pude sacarle media palabra más que me indicara si tenía otras preocupaciones, se hizo una bola como un erizo, así que solo seguimos fumando un rato el tabaco barato y medio porro que cargaba Cayden. El humo nos envolvió y el silencio solo fue cancelado por él poco antes de que decidiéramos irnos, pues tarareó dos melodías que le pertenecían cada una a alguien distinto aunque yo no lo supiera.

    Solo pude pensar en el pequeño Lulu, el que memorizaba las canciones de Yanagi-sensei, y se me ocurrió que incluso si crecíamos una parte de nosotros seguía aferrada a los niños que alguna vez fuimos. Jamás dejábamos de ser esas versiones y por eso poseíamos los mismos miedos horribles e irracionales.

    Por eso anhelábamos que alguien nos salvara.



    A quien se haya leído este tocho fic muchas gracias cuz wtf (?)

    Al puro final, con los párrafos y diálogos que sumé de últimos prácticamente antes de postearlo porque tuve una visión, youtube pensó que era una idea maravillosa mandarme guantanamera de guitarrica OTRA VEZ y no puedo explicar la manera en que terminé llorando. La canción la tengo irremediablemente asociada al fic de Belu de cuando Ko y Cay estaban chikitos, que ni era el main theme de esto (hay como 10 temas en las casi 7k que mandé iwal, detalles), pero me tira encima una sensación de nostalgia tan específica que simplemente me destrozó el corazón, dios mío es criminal esto. Qué bonita canción tho pero shit my heart, entre el otro fic y este mi corazón de pollo no da más (?)

    En sí los tres muchachos de The Strength (Altan, Cayden y Arata) me destrozan el corazón de maneras que no soy capaz de describir. Los amo y los odio, puede que todo se reduzca a eso.

    En facts que solo quien escribe piensa: otros momentos he usado esta comparación del tiempo con una mariposa (therefore, me refiero también al tiempo que le toma a Cayden procesar ciertas cosas o como pretende congelar el tiempo en ciertos eventos) y viene de una canción de Adam Jensen, Kings, de este cacho específico de los lyrics “Time is a butterfly, rippin’ off wings”. Otra idea colada de una canción (Wild Blue Yonder de The Amazing Devil) aparece en algún punto, sacada directo de “So hold me, lover, like you used to. So tight I’d bruise you”.
    También me robé de THG el momento en que Katniss busca a Haymitch luego del anuncio del Vasallaje de los 25 para pedirle que salve a Peeta y el tipo le dice "You could live hundred lifetimes and never deserve that boy". En fin, soy fan del intertexto, puedo vivir del intertexto.

    Unlike Pluto nunca deja de sorprenderme y esta no es la excepción, siento que la canción pega un huevo con ambos muchachos and I’m blessed. Las partes que pegué, la de “Red eyes with warning signs, I can’t show more than I can tell” para Arata, porque llevo algunas menciones a como el marrón de los ojos de Arata se pasea por el rojo y en sí toda la construcción de su personaje que no pide ayuda a nadie, no muestra más de lo que puede decir y no dice mucho. Luego por el lado de Cay “I wish you could try to dig a little deeper to see every single layer hidden from the reaper” por su issue eterno de querer ser elegido por alguien y también por tratar de encontrar las diferencias que posee respecto a su padre (Liam “The Reaper” Dunn). Maravilloso trabajo, este hombre me escribió el putísimo OST como si se lo hubiese pedido.

    Sé que el fic parece hiperfocuseado en Cayden, que no lo he dejado quieto un segundo en días de por sí, pero narrar a otras personas desde los ojos de Arata me ha ayudado mucho a construir una imagen menos nefasta de él, más consciente de las personas y lo que siente por ellas. Agradecida un día más por haberlo sacado del background de Altan para darle relevancia (?)
     
    • Adorable Adorable x 1
  12. Threadmarks: L. The Strength (Cay) x The Nine of Wands
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    7109
    Qué tremendo capítulo 50 fue a salirme, right? *revienta pólvora*
    EDIT: se me re olvidó porque ajá mucho texto, pero es canon para la tarde del 22 de junio.

    BUENO, BUENO, el tiempo vuela, no?

    Hace días tenía presente que el próximo capítulo que publicara en The Alchemist sería el 50 ya. Este fue un proyecto que empecé en 2020 apenas unos meses después de que Gakkou comenzara, cuando andaba lo del Tarot fresco por la serie de arcanos que me mandé con Belu y debió ser lo que me salvó de perder la cordura del todo en la pandemia, si soy completamente sincera.

    En su momento, cuando empecé, no planeé darle un final y no planeo dárselo ahora tampoco. The Alchemist no cuenta con un objetivo más allá de profundizar cosas de mis personajes correspondientes a la línea de tiempo inmediata o algunas cuestiones de background y también de referir a la conexión de mis personajes con los demás, aunque eso no lo hago ya con tanta frecuencia. Al iniciar hubo varios fics What if? y luego fue mutando hasta que casi todo venía a establecer eventos canon.

    A pesar de todo, de los cambios en su función, de mis paronazos e incluso momentos de desconexión con el rol y mis personajes, el cariño y esfuerzo que le he dedicado a The Alchemist es innegable y algún día cuando vuelva acá (o a mi respaldo, pues), en otro momento de mi vida, con otra edad y otras características, espero poder seguir encontrándome en estas historias. La persona que fui, la que pudo escribir este montón y la que nunca dejó de hacerlo. Siento que mi mayor crecimiento como creadora ocurrió aquí, luego de The Alchemist.

    Quiero agradecer a todos los que me leyeron al principio, a las chicas que me comentaron, a los que empezaron a leerme en algún punto de los cincuenta capis y los lectores intermitentes. Se los agradezco de corazón y espero que quienes quieran sigan acompañándome en este viaje donde me volví la alquimista de estas historias, todas motivadas por Gakkou que acabó creciendo tanto gracias al trabajo de las chicas. Gracias a todos los que han sido parte de estas historias en mayor o menos medida.

    Para el capítulo 50 quería un fic diferente, algo que fuese especial en cierta manera, fuese por extensión o por contenido, pero di muchas vueltas desde que publiqué el anterior sin llegar a ningún sitio. Luego me enfoqué en el long-fic de Arata que sigo sin terminar porque me quedé un poco atascada (no con las ideas, con la escritura en sí) y así tengo varios fics son como diez lmao los AU incluidos un poco pegados que fue algo que me pasó hace un tiempo y luego empecé a disparar todo lo que tenía archivado. Nadie se asuste cuando empiece a escupir fics (?) ANYWAYS que como nunca tomé una decisión con el capítulo 50, acabaron pasando cosas y let me tell you, es maravilloso esto.

    The Alchemist empezó con la insinuación de una sabroseada, ¿qué puede ser más significativo que traer una sabroseada luego de haber escrito 50 tochos por 4 años? Soy una anciana, la última sabroseada en condiciones fue la del observatorio con my queen Sasha y Arata, creo (les prometo que no tengo un kink con las torres medievales istg) luego cuando quedaron de ir a sabrosearse a su casa y tengo ya un rato también sin escribir un fic de estos, pero me divertí mucho y pude salir un poco del mindset medio nefasto en que me tenía metida Arata.
    Y fuera del spoiler Gigi Blanche créditos a mi neurona por sobrevivir para llegar a esto okno oksi

    Things aside, creo que se nota que, como a todas estas ships que llevan ya años de existencia y todos los personajes tuyos que tengo enredados al alma, le guardo mucho cariño a mis niños. Los amo un montón, amo su desastre cuando acaban entre cuatro paredes picándose entre sí como si no pudieran quedarse sin supervisión (??) y también sus momentos más brillantes cuando son capaces de sostenerse el uno al otro o solo estar ahí, incluso si tropiezan en el camino. My child is very defective, pero hay una versión de él que existe gracias a Ko que sé, con toda certeza, es la más estable, confiable, real y firme de sí.

    Por otro lado, juro por mi madre que cuando mandé Melt la elegí POR SONIDO no es mejor, shit is full bass sin fijarme en la letra and then I went full HmMmMm. Firestarters es una piezota let's be real, le vendí el alma al nombre igual desde que la oí so (?) Acá al principio están las letras de ambas mezcladas y creo que metí una palabra para darle más sentido a algo, so there's that, hay otra canción a la mitad que sí me da full vibes. LIKE ANTHEM VIBES, VIOLET CITY AND MIRROR ME VIBES. Más abajo mezclé la otra canción con Mirror Me, ya que estoy, what a mess.

    También me arrastré el formato de un fic anterior, que no es el mismo de siempre, pero era necesario.

    Fin. Dejo la sabroseada (?)




    Well let me know
    if you will ever love me, I can show
    the way your body should be,
    should be touched, should be held.

    .
    Take me as you see me.
    I'll tell you when to leave me,
    don't you fight my hold on you.
    Pour the gasoline,
    strike your match on me.

    .
    The truth it burns
    but can you take the heat?
    I don't know when to stop, so
    let me watch your body melt into mine.

    .
    Firestarters, we are, but I'll never stop.

    L
    [​IMG]
    The Strength
    x

    The Nine of Wands
    . Desire . Release . Courage .

    [Enkidu]"...You told me that you would come to help me when I was afraid.
    But I cannot see you, you have not come to fight off this danger.
    Yet weren’t we to remain forever inseparable, you and I?".


    When he heard the death rattle, Gilgamesh moaned like a dove.
    His face grew dark. "Beloved, wait, don’t leave me.
    Dearest of men, don’t die, don’t let them take you from me".

    The Epic of Gilgamesh


    | Cayden Dunn |
    | Kohaku Ishikawa |

    *

    *

    *


    La mínima coherencia que conservaba en el pensamiento me había funcionado para que, al llegar a casa luego de una parada técnica en la tienda porque mamá me pidió varias cosas para no tener que pasar ella más tarde, las neuronas por lo menos me sirvieran para saber que un duchazo rápido era necesario. Eso y guardar lo que traía, que luego llegaba mamá a ver todo tirado en la mesa y sufría por el desorden.

    Había mandado a Ko primero, en lo que yo guardaba todo y les ponía comida y agua a los gatos para que no molestaran luego. Él me avisó cuando el baño quedó libre, así que subí, hice lo que tenía que hacer y aunque algo en todo el cuadro, en mi pedido y la consumación de la cosa, me seguía dando una vergüenza que te cagas, pues tampoco era de piedra. No era de piedra y por eso saqué las mierdas que necesitaba del baño. Digamos que también había tocado parada técnica en la farmacia, porque las condiciones de la vez pasada habían sido un poco precarias.

    En casa no había un alma, lo que se sobreentendía desde que solté la invitación, mamá estaba en el instituto de investigación supervisando a un grupo como hacía los primeros días de la semana y mis tíos estaban trabajando, puede que no llegaran hasta que llegara ella. Igual, porque uno nunca sabía, había anunciado nuestra llegada antes solo por si las moscas. No salieron ni los gatos.

    Que nadie me dijera que la rutina no era útil, de verdad.

    Cuando salí del baño, solo con unos pantalones cortos puestos, y fui a mi habitación me encontré a Kohaku sentado en la cama medio vestido mirando la pared de fotos, la que estaban en la cabecera. Se había puesto una camiseta que le presté, pero se quedó en ropa interior y estaba prácticamente ido, aunque sus facciones se notaban relajadas. Desde la última vez que había venido había añadido algunas más, pero todo el contenido era tan monotemático que seguro parecían todas iguales. Paisajes, gatos, atardeceres y de vuelta al principio.

    Igual sentí que quizás interrumpía un pensamiento si decía algo de forma que solo me quedé mirándolo desde el umbral de la puerta de la habitación, de hecho ladeé la cabeza y la apoyé en el marco sin dejar de verlo. La mata de cabello celeste, la silueta delgada y los ojos de resina que observaban la pared, la luz de la tarde que entraba por la ventana recortaba su silueta, dándole cierto aspecto vaporoso.

    Solo entonces pensé que aunque iba por ahí admitiendo que me parecía cute y eso, bueno, lo cierto es que era precioso. Puede que siempre me lo hubiese parecido, porque me había echado un buen par de años confundido que daba gusto, pero entonces estaba todavía muy mocoso para entender mis propias ideas o para entenderlas en relación a Ko mejor dicho.

    ¿Me había resistido sin darme cuenta?

    ¿Incluso si lo había aceptado apenas apareció?

    —¿Y los gatos que no son tuyos? —preguntó aunque parecía no haberme notado cuando aparecí.

    —De la calle. El otro día que viniste uno salió de los arbustos, ¿te acuerdas? Plantamos hierba gatera hace un par de años —respondí luego de cerrar la puerta antes de dejar las cosas en el escritorio y me acerqué para ver las fotos también, señalé una de un gato gris atigrado—. Este viene desde hace poquitos días. Le puse comida porque estaba muy flaco, luego entré a casa y Cinis tenía cara de moco.

    —Te lo llevas por repartir su comida por ahí —bromeó en voz baja y se estiró un poco para señalar una de las fotos de atardeceres—. Esta está bonita. ¿Sabes algo de fotografía? Ya sabes, de lo técnico.

    —No tengo ni puta idea, si te soy sincero. Trasteo lo que reconozco de la función profesional del teléfono, pero realmente no sé ni qué significa ninguna de las siglas o lo que sean —admití mientras me sentaba a su lado, echándole los brazos encima—. Si me gusta como se ven, pues se quedan y ya está.

    —Un hombre de pensamiento conciso por lo que veo —murmuró aunque algo de risa se le coló en la voz.

    —Conciso no debe ir en la misma frase que mi nombre, pero podemos fingir que sí —apañé por la tontería.

    Como fuese, el caso era que tampoco tenía ni puñetera idea de por qué al viejo indiferente se le había ocurrido regalarme una cámara, no lo dije porque me parecía hasta injusto mencionarle al desgraciado a Ko viendo que obviamente le afectaba lo que me hacía a mí y yo no quería darle un objeto de odio. No quería hacerle eso, pero se me ocurrió que era inevitable, que yo podía no mencionar al viejo hijo de puta en tanto no fuese necesario y Ko podía pedirme que no hiciera una locura ahora que sabía de lo de Shinomiya, pero el objeto existía. Habían focos de molestia, de odio.

    Yo poseía uno y él otro.

    Ko siguió mirando las fotos un rato más mientras sus manos encontraron mis brazos para dedicarme caricias livianas y en algún punto giró el rostro. Me moví, reajusté la posición y busqué sus labios, lo besé casi con delicadeza, como si hace unas horas no hubiese estado por comerme a la pobre criatura, y después le repartí besos por toda la cara. Lo escuché reírse, el sonido me atravesó el cuerpo y me alcanzó el centro del pecho.

    Quizás fuese mi capricho más grande, ¿no? Pensar que vivíamos en una burbuja o, en el caso más extremo, en un búnker. Era una idea que podía polarizarse, algo que bien podría ocurrir porque era un mocoso egoísta o porque genuinamente sentía que solo podía cuidar de él en los límites de mi espacio. Que si escapaba esa área podía pasarle cualquier cosa o que mi nombre podría borronearse, pero incluso lo segundo era menos importante.

    Porque fuera de mi vista le habían hecho daño.

    A mi adorado niño de las nubes.

    Me habría sacrificado si eso significaba sacarlo de las garras del monstruo.


    Tal vez fuese una mezcla de todo y en vez de darle vueltas lo mejor sería aceptarlo sin más, que habían partes de mí que deseaban cuidar de Kohaku porque era él y que eso existía con lo demás. El cariño coexistía con el miedo, la comezón que no podía rascar y mi ceguera. Si revolvía todo en un caldero para sacar una sola verdad acabaría siendo la misma y eso tenía que ser lo único importante, la conciencia de que no podría vivir si volvía a perderlo.

    Quédate, había dicho.

    Ven conmigo, pedí después.​

    ¿No era igual en su núcleo? Elígeme, decía, hazlo porque habrá días en que no podré elegirme yo mismo. Era otra verdad absoluta, también existía en el mismo espacio en el que, con los miedos revueltos, había actuado de formas que él no merecía y que yo no reconocía como propias. Había abierto una brecha cuando lo que deseaba era levantar paredes a su alrededor, paredes lo bastante gruesas para que nada pudiera hacerle daño nunca más.

    Era exagerado, pero nadie podía culparme.

    El idiota se rio, cerró los ojos y se dejó hacer, murmuró que otra vez andaba muy besuquero y como toda respuesta le estampé un beso de lo más sonoro en la mejilla, para que dijera las cosas por algo al menos. También lo de la carita besuqueable del otro día no era mentira, se le podría volar la pinza de aquí al espacio y a mí me seguiría pareciendo adorable, eso había que confesarlo.

    Con el teatro consumado regresé a su boca, lo besé como si tuviera todo el tiempo sobre la Tierra, instándolo a separar los labios, y me colé despacio, presionándome contra su lengua. Me correspondió al mismo ritmo, se arrastró hacia mí y cuando quise darme cuenta había trepado sobre mi regazo, haciendo que los brazos me respondieran en automático, ajustándose a su cintura. La vez de los baños también se me había sentado encima.

    El peso de su cuerpo me resultaba familiar.

    Sus manos recorrieron mis brazos, siguió a los hombros y me sujetó los costados del cuello para mantenerme en mi lugar. Mientras tanto ya me había colado bajo la camiseta, mis dedos recorrieron donde adiviné que estaban los trazos del tatuaje sobre su cadera y lo pegué a mí, todavía besándolo. Lo sentí respirar por la nariz antes de separarse un poco, lo suficiente para bajar y besarme la barbilla.

    —¿Para qué me prestas ropa si dijiste que ibas a quitármela hace no sé cuántas horas? —preguntó en un murmuro, divertido, y sus labios me recorrieron la línea de la mandíbula.

    —Justamente porque quiero tener algo que quitarte, mastermind —lo molesté a la vez que moví la cabeza para alcanzar a besarlo de nuevo, apenas le dio tiempo de contestar otra tontería.

    —Qué desvergonzado~

    Sus dedos encontraron el cabello de mi nuca, me hizo cosquillas, pero un segundo después deslicé una de mis manos a su pierna y tiré un poco, reajustando su posición. Vete a saber si fue que no contaba con esa movida o solo me dejó ser, pero el caso fue que prácticamente chocó con mi entrepierna y ambos nos comimos el suspiro del otro.

    Regresé bajo la camiseta, tracé su costado, la cintura, volví a su espalda baja y luego subí por su columna, una vez allí afiancé el contacto entre sus omóplatos. Sus dedos seguían en mi cabello, se aferraron con algo de fuerza y porque siempre tenía que ser un cabrón, movió el cuerpo para acentuar el contacto.

    Maldije en inglés, lo hice en voz baja, y me fui a la mierda básicamente. Subí la camiseta, se la quité y la lancé a algún punto de la habitación solo para regresar a su cuerpo, recorrí su espalda con las manos, con amplitud, continué hasta su nuca y anclé una mano allí. Fue como si alguien me hubiera reiniciado la ansiedad de antes, la del observatorio al maldito mediodía, porque puede que desde ese momento tuviera el cuerpo bañado en gasolina y él sostuviera un fósforo encendido.

    Me colé en su boca, pero fue como si me hubiera leído el puto pensamiento un instante antes, suficiente para alcanzar a colarse antes que yo y besarme cómo y hasta dónde le salió de los cojones. Lo dejé, lo dejé porque me ponía un huevo y medio que me hiciera lo que quisiera y no podía negarlo desde hace ya bastante. El imbécil debió notarlo, la manera en que casi me derretí bajo su cuerpo, porque creí sentir su sonrisa y su lengua buscó la mía con más ganas.

    La ola de calor que me cayó encima me hizo interrumpirlo, porque era eso o ahogarme, respiré con pesadez y deslicé los labios a su cuello. Le dejé un beso húmedo tras otro, necio, hasta que se le terminaron de aflojar las piernas y sus caderas se presionaron más contra mí. Una de mis manos descansó sobre sus caderas y una vez más el cabrón me leyó la mente como un libro, porque se presionó de nuevo y marcó un ritmo. Su aliento caliente chocó cerca de mi oreja, seguí besando su cuello y bajé, seguí hacia donde la tinta negra alcanzaba a teñirle la clavícula y lo besé allí. Delicado primero, ansioso después.

    Enredó los dedos en mi cabello, mi agarre en sus caderas secundó su vaivén y me jadeó encima, lo hizo como si hubiera recordado de repente la estupidez del otro día de que me dejara oírlo. El poquísimo autocontrol que conservaba desapareció, lo deslicé en mi regazo, apenas para darme espacio, y mi mano se posó en su muslo para subir, alcancé su entrepierna por encima de la ropa interior, pero colé los dedos casi de inmediato y lo estimulé un poco antes de sacar su miembro con tal de seguir el trabajo. Otro jadeo, un empujón de sus caderas hacia mi mano.

    Buscó a tientas mis pantalones, quiso bajarlos, pero usé la mano libre para sujetarlo por el mentón con algo de fuerza y hacerlo mirarme. Tenía la cabeza vuelta aire, se lo noté en los ojos.

    —No —murmuré, firme, y la mano que lo estimulaba no lo dejó quieto un mísero instante—. ¿Recuerdas lo que dije? Te voy a tocar tanto como me plazca.

    —¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra? —dijo aunque la respiración se le coló en la voz—. Te inventas las reglas, Cay Cay.

    —Por eso no dejas al caprichoso invitarte a follar —solté, divertido, y el movimiento de mi mano disminuyó de velocidad.

    —O lo dejo y todos ganamos —atajó casi encima de mis palabras.

    Hizo un segundo intento por alcanzarme, me di cuenta que fue por picarme, pero me valí de la mano que había sostenido su rostro para sujetarlo por la cintura y dejarlo sobre la cama. Por la gracia tuve que dejar de tocarlo, pero pude mirarlo desde arriba y repasé su rostro con la vista. Anudó las manos detrás de mi cuello, volvimos a comernos la boca y le di una palmada liviana en la pierna, que valió de mensaje para “quítate lo que queda”.

    Regresé a su cuello, a sus clavículas, seguí por su pecho y sus dedos regresaron a mi cabello, se enredaron, tiraron de vez en cuando y yo seguí con el numerito. También volví a estimularlo apenas no hubo tela de por medio y seguí bajando, seguí bajando hasta que la idea no me salió del cerebro y los suspiros de Kohaku me embotaron los sentidos.

    —No tienes que-

    —Tú no hables, ¿no ves que estoy en algo importante aquí?

    Tenía demasiadas hormonas descontroladas como para querer pensar, puede que solo lo quisiera a secas, ¿y por qué no? ¿Por qué demonios no? Mis labios siguieron por su abdomen, su vientre y afirmé la mano en la base de su miembro para deslizar la lengua antes de llevármelo a la boca. Me ardió el rostro, el cuerpo entero, y sentí Ko que se enredaba a mi cabello casi con violencia.

    Estaba caliente.

    Fue eso lo que me reactivó, puede que fuera torpe porque evidentemente era la primera polla que me comía y esos detalles, pero marqué un ritmo constante, tuve cuidado de no hacerle daño por accidente y mis manos se entretuvieron con sus piernas y los costados de su cuerpo. Lo toqué tanto como quise, pasé las uñas y seguí, porque su voz se alzó en la habitación y sus manos pretendieron empujarme contra sí. Porque podrían pasar seis meses y el efecto de sus jadeos, de los gemidos que dejaba salir, no disminuiría.

    Me despegué en algún momento, fue un poco repentino y al erguirme de nuevas cuentas me relamí los labios sin una pizca de decencia restante. El estúpido soltó una risa densa, pesada, y estiró la mano a ciegas para golpetear el borde del escritorio hasta que encontró las cosas que yo había dejando antes allí, los forros y el lubricante.

    Al mirarlo noté que el cabello se le había comenzando a apelmazar en la frente y yo mismo sentí una gota de sudor bajarme por algún lugar de la espalda. Igual lo que se nos había subido a la cabeza era el sol de temprano, porque en mi defensa solo había pedido un bailecito inocente. Con TENDER de fondo, pero inocente de todas formas, más o menos.

    Are you anxious, love? —lo molesté aunque seguro ni pudiera pensar en comprender una palabra, no a conciencia.

    Dejó las mierdas en la cama, buscó guiarme de regreso arriba y cuando volví a quedar a su alcancé besó mi cuello, prácticamente se me fue encima, sentí sus piernas a los costados del cuerpo. Esta vez no detuve sus manos cuando pretendió alcanzarme, quitó la ropa de en medio, sus dedos me rodearon y pronto lo escuché hablarme cerca del oído. La voz le sonó pastosa, no perdió suavidad, pero sí había bajado de tono y a mí se me siguieron fundiendo neuronas una tras otra. No podía pensar.

    —¿Recuerdas el tutorial que te di, cariño? —preguntó e hice un sonido afirmativo porque la respiración ya me iba un poco para el culo—. Pues a ponerlo en práctica~

    Be nice, baby —murmuré como si fuese un recordatorio.

    Como si no fuese siempre el mismo cabrón cuando se trataba de esto.

    Estuvo a punto de rodar los ojos lo que me hizo gracia aunque no dije nada y fui siguiendo los pasos al pie de la letra. Me humedecí los dedos con la boca, tanteé su entrada y me introduje de forma gradual. Él no había dejado de estimularme, sus dedos presionaron ligeramente cuando estuve dentro de él, pero pronto volvió al ritmo de antes y así se mantuvo el teatro, cortado por besos intermitentes donde alcanzáramos. Tuvo que dejarme quieto o la fiesta se iba a terminar antes de haber comenzado, pero eso le permitió usar algunas neuronas más en lo que yo estaba atendiendo. Ajustó el movimiento de mi mano, jadeó al aire con cada movimiento de mis dedos y en algún momento habló de nuevo.

    —¿Vas a cumplir lo que prometiste o no? —dijo con la voz cansada.

    —Fue una invitación, lo de la promesa te lo acabas de inventar tú.

    Me reí, no pude evitarlo, y pensé que siempre hacíamos esta mierda. Me picaba, yo reaccionaba y cada uno hacía lo que quería con el otro, que tensábamos cuerdas sin aparente orden solo para sentir su vibración. Era la manera en que funcionábamos y no era realmente ningún pecado. Había accedido a esta porción de oscuridad a voluntad y no veía por qué salir.

    No respondí, me puse el condón, seguí los pasos restantes del tutorial no apto para público sensible y lo insté a girar el cuerpo. Su espalda me quedó a la vista, reparé en el tatuaje de las grullas y antes de hacer nada le dediqué una caricia encima que lo hizo suspirar, pues porque tampoco era de piedra. Debía estar sensible que daba gusto y justo eso era lo divertido; anclé la mano en su cadera, él reajustó la posición y noté que sus manos empuñaban la sábana que tenía al alcance.

    La expectativa, ¿no?

    Tenía su encanto.

    Me acomodé en su entrada, por algún motivo fui terriblemente consciente de sus reacciones, la manera en que respiró, la fuerza de sus dedos al empuñar la tela y tantas otras cosas. Al menos fui consciente hasta que me deslicé dentro de él lentamente, dejando que su cuerpo se acostumbrara y que el mío recordara que, ¿que era la segunda follada de su vida, quizás? Ni idea. Ko jadeó de forma audible, me pareció que se forzaba a aflojar los dedos y yo retrocedí, volví a penetrarlo, lento, y otro jadeo denso le abandonó el pecho.

    Marqué un ritmo, retrocediendo despacio y volviendo a su interior, sus caderas insistieron, empujaron, acentuándolo, haciéndome llegar cada maldita vez más profundo. La velocidad cambió, la lentitud tortuosa desapareció, pero con la rapidez repetitiva los jadeos acabaron algunos convertidos en genuinos gemidos, míos y suyos, era casi imposible de diferenciar el origen en ciertos momentos. La vista se me parchó, anclé una mano en la cama, la otra la encajé en su nuca y subí hasta enredarla en su cabello, tirando en mi dirección.

    —Sigue así —pidió en una exhalación y creí notar que se las arreglaba para alcanzar estimularse justo como la vez anterior—. Sigue, Cay.

    Apuntaba a la muerte absoluta.

    Atizó el incendio, para qué mentir, tiré de nuevo de su cabello, otro gemido la abandonó la garganta y tuve que relajar la velocidad un instante antes de retomar, aunque sus caderas prácticamente exigieron que no parara un puto segundo. La cabeza se me había volado del cuerpo desde que el sol brillaba en su punto más alto, hace horas ya, y por eso al oírlo juré que una sonrisa de mierda me había alcanzado el rostro incluso cuando estaba tan cerca del blackout como de la muerte.

    Solté el pelo de nube, volví a su nuca y deslicé la mano hasta rodear apenas su cuello. Que me perdonara Dios, todo el panteón sintoísta y las deidades del fondo del agua, pero tenía esa información guardaba en un cajón tan específico que era imposible que la perdiera, ¿cómo sería capaz de borrar datos tan valiosos de por sí?

    Presioné.

    Y embestí.

    Todo el cuerpo me colapsó, no supe si Ko había seguido el mismo camino antes o después, no hubo manera de que pudiera secuenciar los resultados. Dejé ir su cuello, mi peso cayó sobre él y a la pobre criatura, tratando de ordenar ideas luego de su propia muerte, le tocó codearme para que reaccionara y me quitara de encima.

    Se acomodó un poco más allá del… desastre y encontré su hombro con la frente, tenía la mente anulada, el cuerpo cansado y los caprichos satisfechos. Sentí la mano de Ko sacudirme el cabello de la frente, pegoteado de sudor, y sus labios se posaron entre mis cejas un segundo. Fue liviano, como si todo él se hubiese reseteado como ocurría siempre, y parpadeé muy despacio, atontado.

    —A limpiar, Cay —recordó con suavidad.

    —Espera —murmuré y me deslicé hasta que la mejilla me quedó pegada a su pecho—. Cinco segundos.

    —Cinco —repitió aunque comenzó a hacerme mimos distantes entre el pelo.

    .
    .


    You'll be there when I ask for help.
    Baby, you let me know you well.
    Sun barely set, you hold me still.
    I know you and I let you know me too.

    .
    You don't have to love me every single day
    just love me when it matters and baby I'm ok.
    There’s no need to find somebody else.

    .
    .

    Tal vez tomé diez segundos en lugar de cinco, igual pudo ser un minuto, pero en algún punto me levanté, fui al baño para limpiarme y desaparecer la evidencia, para llamarlo de alguna manera, Ko también me alcanzó e hizo lo propio. Aproveché mientras él terminaba para volver a vestirme, saqué las sábanas de la cama y fui a poner las mierdas a lavar por evidentes razones. Al volver arriba Kohaku estaba medio vestido de nuevo, solo se había puesto los pantalones cortos que antes no, pero me lo encontré en medio de la habitación, acuclillado, jugando con Nyx que había salido de vete a saber dónde. En una mano sostenía la camiseta, de modo que imaginé que la gata lo distrajo a media tarea.

    —Ko-chan —lo llamé en voz baja—. Quédate a cenar o a dormir si quieres, aunque te secuestré así que no traes nada más que tu maravillosa presencia.

    —A cenar está bien —murmuró dándole vueltas a Nyx con una mano—. Y esta casa tan sola… ¿No lo habrás planeado todo fríamente?

    —¡Claro que no! ¿Cómo iba a planearlo si no te pedí vernos en el receso? ¡Llegaste por telepatía! —Me defendí de lo más escandalizado, como si no acabara de estar pretendiendo que se le olvidara hasta su nombre.

    —¿Por telepatía? —cuestionó de inmediato y entendí mi desliz demasiado tarde.

    —Cuando entré al observatorio y vi lo bonito que era pensé en decirte de ir un día —admití un poco atropellado—. Con intenciones normales, te lo juro.

    Lo escuché soltar una risa nasal, se enderezó y se acercó para tomarme una mano y arrastrarme consigo, teniéndome piedad por un instante con tal de no ponerme más nervioso. Había quedado la sábana de abajo limpia, me hizo meterme a la cama y pareció olvidarse de la camiseta, que dejó en el borde, cuando le pedí que alcanzara con qué taparnos del armario y me hizo el favor antes de acomodarse conmigo. Lo recibí entre mis brazos, le estreché con cariño y lo acomodé en mi pecho para poder acariciarle el pelito, él me echó un brazo encima, también una pierna.

    —¿Y la cena la haces tú? —preguntó medio en broma, medio en serio.

    La verdad era que había quedado con mamá en pedir algo porque no sabíamos si mis tíos llegarían y a veces nos poníamos un poco perezosos, no teníamos grandes aspiraciones para la cena de hoy. Había opciones en la nevera de todas formas, solo tendría que revisar cuando mamá estuviera por llegar.

    —Se puede intentar, ¿qué pasa? ¿Ahora quieres que te haga de comer? —Pasé un mechón de su cabello entre mis dedos, se lo acomodé detrás de la oreja y giré el rostro para besarle la frente—. Veré qué puedo hacer, baby. Algo rico… y fácil porque no soy master chef.

    —Poner nuggets a freír se te da muy bien —bromeó tan bajo que fui consciente de que le había caído una oleada de sueño encima—. Master chef de nuggets, ¿habrá un episodio de eso?

    Me hizo gracia que recordara la comida del otro día, aunque igual tenía sentido porque había sido pedido suyo, y sonreí volviendo a pegar los labios a su frente. Me quedé allí unos segundos, con la cabeza todavía demasiado consumida por el incendio como para hilar más de un pensamiento coherente, y mi respiración chocó con su cabello.

    Afuera, a través de la cortina traslúcida, el atardecer prácticamente había desaparecido, los tonos de rojo se fundían con el azul y el celeste, creando un matiz de violeta que daba lugar a la oscuridad de la noche de forma gradual. Estiré la mano libre tratando de no moverme mucho y abrí un poco la ventana, así la brisa tibia de lo que quedaba de la tarde se coló en la habitación. Solo entonces me di cuenta que tenía un par de hebras de cabello celeste en los dedos, las sacudí y estiré la sábana que Ko había alcanzado para taparle un poco la espalda.

    —La otra noche también me arropaste —dijo muy bajito, sonó a pensamiento en voz alta.

    —¿Cuándo te quedaste aquí luego del festival? —pregunté en un tono parecido y dejé de hacerle caricias en el cabello para bajar la mano a su hombro—. Si te resfrías subiré al santuario, ya lo sabes.

    —¿Con caldito de pollo? —apañó junto a una risa.

    —Todo el caldo de pollo de Japón.

    Me distraje con la fracción de su piel que asomaba bajo la sábana, su hombro con la tinta negra, y comencé a repasar las líneas muy despacio con las yema de los dedos, siguiendo los dibujos. Alas, olas, el cuerpo de un dragón. Era muy bonito aunque me pregunté cuánto podría doler esto, las agujas quería decir, a pesar de eso otro pensamiento me alcanzó la cabeza, relacionado con la verborrea de información antes de que le pidiera el baile y todo lo demás. Puede que a su manera Ko también habitara el cielo o el fondo del mar.

    Takamagahara.

    Tír na nÓg.

    No estaba en mis planes quedarme frito, pero no pude evitarlo y lo que me trajo de regreso al mundo fue la vibración del teléfono en algún lugar del escritorio. Ko se revolvió junto a mí, me pareció que arrastraba la sábana para taparse la cabeza y tuve medio que desenredarme de él, que no me había soltado, para poder salir de la cama. Fui lo más cuidadoso que pude, que seguía medio dormido, y alcancé a pescar el móvil antes de que la llamada terminara.

    Cinis apareció por la puerta, subió al lugar donde yo había estado y se hizo una bola cerca de Kohaku. Si lo notó o no, bueno, lo cierto es que lo dejó estar y yo salí mientras cerraba la puerta detrás de mí.

    —Perdona, te mandé unos mensajes y no dabas señales de vida, Cay. Acabo de recoger a Neve, paso por Finn y vamos para allá, ¿qué quieres comer? —Era tío Devan, ni me di cuenta que le contesté sin revisar el nombre de contacto.

    —Ah, me quedé dormido un rato y se me olvidó. Pasa directo si quieres, voy a ver qué puedo ir cocinando.

    —¿Seguro, amor? —preguntó mamá porque supuse que estaba el altavoz puesto.

    —Vine a casa con Ko luego de la escuela, le dije que se quedara a cenar.

    —¿Haku? —preguntó tío Dev y aunque lo que dijo después lo soltó serio como perro en bote entendí que pretendió molestarme—. Eso explica el repentino impulso por cocinar.

    Me pareció escuchar a mamá reírse, aunque también le dijo que no me molestara o me ponía de malhumor y yo solté el aire por la nariz. No era como que ella no estuviera divirtiéndose a mi costa también, para nada.

    Shut it already. Want something?

    —No, haz lo que prefiera Haku o lo que te quede más fácil.

    Le dije que condujera con cuidado, terminé la llamada y me enjuagué los ojos para bajar a la cocina. No habían pasado cinco minutos cuando Kohaku apareció, seguido por Cinis, ya ahora sí con la camiseta puesta aunque tenía carita de sueño todavía. Me ofreció ayuda, así que le pedí que pusiera el arroz y me dediqué a usar todas mis neuronas para pensar qué más podía hacer, al final me di cuenta que había carne y pollo descongelados en la refrigeradora, entonces aventé todo al sartén luego de cortarlo en tiritas y ponerle condimentos.

    Cuando mamá y mis tíos entraron estábamos Ko y yo con la mononeurona puesta en vigilar que no se nos pasaran de hervidas unas verduras. Tío Dev preguntó algo de que cuántas cabezas se necesitarían para preparar una cena de cinco personas, mamá se rio y luego de los saludos correspondientes la vida siguió su curso. La cena, aunque no fuese nada del otro mundo, al menos pasó los controles de calidad y eso me valía; mamá tuvo que decirme que comiera más despacio, que parecía que me tenían aguantando hambre desde la semana pasada, y sentí que Ko me dio un golpe con el pie por debajo de la mesa que me hizo relajar el ceño que había fruncido sin darme cuenta.

    Vaya, qué crueldad y uno recuperando energías.

    En cualquier caso, un poco después de comer volvimos arriba, Ko se puso el pantalón del uniforme y le dije que se llevara puesta la camiseta que le había prestado, que no importaba. Se le notó la diversión en la cara, pero también se le suavizaron las facciones unos segundos más tarde y se echó la camisa del uniforme encima, supuse que para no hacerla una pelota en la mochila.

    Salimos de la habitación, él bajo un escalón y antes de que siguiera avanzando le pesqué la muñeca para llamar su atención, como él había pescado la mía en la puerta de su clase. Dejó de avanzar, giró el cuerpo para mirarme y me incliné hacia él para dejarle un beso en los labios, delicado, y al retroceder hablé en voz baja antes de haberle regresado todo su espacio.

    —Te quiero.

    La resina de sus ojos se deslizó por mi silueta, pero sonrió con suavidad y se estiró para dejarme un beso de vuelta, murmurar un “yo igual” que me recordó a su respuesta en la azotea y luego de eso solo me limité a seguirlo mientras seguía bajando las escaleras. Ya abajo se despidió de mamá y mis tíos que se habían quedado frente a la tele del salón buscando una peli para mirar, una peli mejor que la del otro día, al menos ese fue el requisito de ambos.

    Le ofrecí a Ko acompañarlo una parte del trayecto a la estación, allí lo abracé al volver a despedirme, lo estreché con el cariño de siempre y él me correspondió. No había momento en la vida en que no correspondiera mi cariño y eso, si lo pensaba mucho, puede que me pusiera lo bastante sensible como para acabar llorando por ahí. Se lo dije en la azotea, que era lo mejor que me había pasado y no era mentira. Jamás lo sería, ni siquiera si él iba por la vida con líos mentales que no me decía por motivos más que comprensibles, si se cuestionaba hasta dónde era un buen amigo o cualquier otra cosa.

    Para mí era el mejor amigo que tenía, lo sería siempre. Tal vez pudiera verse a través de ese espejo algún día, a pesar de los errores que todos cometíamos.



    I present to you, the never ending tocho

    Es gracioso, porque acabé encontrando la descripción del tatuaje en negro de Ko en un post que me hizo pegarme un viaje astral por gakkou. Fue a Altan al que se lo describió JAJAJA also Cayden cAN YOU THROW HANDS? he absolutely will Cada vez que recuerdo el fact de que Ko-chan va por la vida lleno de tinta i feel things, save my soul

    Igual esta N/A del final no era por eso. The Epic of Gilgamesh me lo encontré un día de la putísima nada en Twitter, encontré de hecho la segunda parte de los dos fragmentos que pegué, el de "when he heard the death rattle..." y idk, it touched my soul. Eso de los poemas épicos y así nunca fue mi tipo de lectura favorita, de hecho ya con el PDF descargado no lo empecé a leer desde el inicio, pero en esta página de la que salen estos fragmentos, el intercambio entre Enkidu delirante y Gilgamesh hay cosas bellísimas igual. Antes del diálogo de Enkidu, Shamash, que viene a ser el antiguo dios mesopotámico del sol, le pregunta a éste que por qué maldijo contra una sacerdotisa si fue ella quien, entre otras cosas, le permitió volverse íntimo amigo de Gilgamesh. Ese que al morir lo recostaría en una cama honorable, en un ataúd noble, y a su izquierda colocaría una estatua en reposo. Gilgamesh, quien cuando Enkidu hubiese partido, rondaría la jungla con el cabello enredado, convertido en un león y luego, in fact, se ve a Gilgamesh fuera de sí por la muerte de Enkidu.

    IM GONNA CRY, THAT'S WHAT I AM SAYING. El resto que le sigue, bruh, voy a resumir todo a Kohaku medio muerto en The Witcher AU y todo el caos resultante (?) Esas son las vibes más o menos.

    ¿Pega The Epic of Gilgamesh con la sabroseada? Not at all, pero sí con lo demás JAJAJA

    Also these bitches are way too clingy y no me lo puedo sacar de la cabeza desde que miraron la peli y dejaron en vergüenza a todas las pseudo-parejas inrol JASJAJ bye

    [​IMG]

    [​IMG]
     
    • Ganador Ganador x 1
  13. Threadmarks: LI. The Temperance x The Magician
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    3970
    OH, IM HERE JUST TO SUFFER *acaba de terminar de leer Sharp Objects*

    Creo que no tengo mucho que decir con este, era algo planeado, pero los eventos lo adelantaron and I'm grateful porque la pobre Jez no daba más de sí. No que esté mejor, pero hey es un avance (???) Esta versión de Home es hermosa y lo siento, pero nunca dejaré de usar Home al narrar a Jez, igual los lyrics están combinados con Please don't say you love me, igual de Gabrielle Aplin.

    Bro me acabo de dar cuenta de que no había usado The Temperance en la colección y es la carta base de Jez?? Una traición habría dolido menos

    Adentro fic *dies* Narra Jez y es canon para la tarde del 24 de junio.




    So when I'm ready to be bolder
    and my cuts have healed with time.
    Comfort will rest on my shoulder
    and I'll bury my future behind.
    I'll always keep you with me,
    you'll be always on my mind.

    .
    With every small disaster
    I'll let the waters still.
    Take me away to some place real.

    .
    Heavy words are hard to take.
    Under pressure, precious things can break.

    .
    Just please don't say you love me
    'cause I might not say it back.



    LI
    [​IMG]
    The Temperance
    x
    The Magician

    . Meaning . Middle Path . Patience .


    | Jezebel Vólkov |
    | Altan Sonnen |

    *

    *

    *

    The Temperance


    Hicimos el camino a casa en metro, casi todo en silencio, vi el paisaje pasar por las ventanas y contesté las preguntas casi protocolarias sobre cómo nos había estado yendo con el proyecto. Él me contó que se había sentido mejor luego de haber podido descansar de forma un poco más consistente, le respondí que me alegraba y regresamos al silencio. Fue en ese momento en que volví a pensar en la conversación con Anna, lo que me contó de Kakeru y ella, la insolación del chico y todo lo que me rodeaba de repente. La forma en que las piezas del jenga mental seguían cayendo sin seguir la estructura y todo podía desbaratarse de un soplo.

    Saqué el móvil, busqué el chat con Vero y le escribí para responderle lo de temprano, porque de por sí hace algunos días que no hablábamos en condiciones, pero unos minutos después le escribí algo más porque creí que tal vez debía, aunque no estaba del todo segura. Regresé el teléfono al bolsillo, la vida siguió corriendo y el viaje se transformó en un borrón. En algún momento extraje del maletín un libro, me puse a leer y Altan no interrumpió una sola vez mi lectura, que solo di por terminada cuando nos tuvimos que bajar del metro.

    Durante todo el día me había estado debatiendo sobre dónde hacer esto, pensé en un parque, en una cafetería y luego opté por solo pedirle que me acompañara a casa. Por eso bajamos en la estación más cercana, caminamos y cuando quise darme cuenta estaba abriendo la puerta. Al entrar me recibió Isaac que correteó hasta mí, me exigió que lo cargara y cuando notó a Altan detrás de mí estiró las manos para que él lo tomara en brazos; recordé que me había preguntado por él cuando vino Adara y lo que no pude recordar fue cuándo habría sido la última vez que se vieron.

    Altan sonrió, fue un gesto cansado todavía, pero extendió los brazos hacia el niño y me lo quitó con cuidado. En sí solía acceder a los caprichos de Isaac, pero lo cargaba muy poco e incluso así pude percibir en el gesto algo distinto, como si su afecto fuese más transparente o más maduro que antes. De hecho ahora que lo veía en casa me dio la sensación de que todo él parecía haber crecido, no me refería físicamente, decía en otro sentido. Por eso le había dicho a Anna que había cambiado, lo había notado hace semanas, pero solo ahora me resultó más palpable.

    Si sacaba el agotamiento de la ecuación se parecía un poco más a Erik, a la mejor versión de los Sonnen.

    Seguimos por el pasillo mientras Isaac parloteaba, Altan le preguntó varias cosas, desde qué había comido al almuerzo hasta si Nani le había puesto Pokémon en la tele hoy y quién sabe qué más. Isaac de repente se puso a llamar a su hermana a los gritos, diciéndole que Altan había venido. Anne solo asomó la cabeza desde las escaleras, lo saludó con una gran sonrisa y regresó a su habitación al anuncio de “¡estoy haciendo deberes!”.

    —¡Y fuimos a agarrar marsiposas con la amiga de Jez! —dijo mi primo que ya estaba contándole sobre el día que vino Adara.

    —Mariposas, Izzy —corrigió Altan con suavidad. El apodo era medio extraño, pero suponía que en inglés colaba así que nadie nunca lo había cuestionado—. ¿Y qué más?

    —Jez nos leyó un cuento anoche, ¿quieres oírlo? —le ofreció Isaac de inmediato.

    Para cuando Nani apareció, secándose las manos en el delantal, Isaac ya estaba en su verborrea más grande resumiéndole el cuento a Altan de una forma bastante caótica y haciendo gestos con las manitas. Al le estaba poniendo toda la atención del mundo, le hacía preguntas de tanto en tanto y solo se detuvo cuando mi tía se acercó para saludarlo con un abrazo en el que también aprovechó para quitarle a Isaac de encima, aunque el niño protestó un poco, se le olvidó apenas ella le ofreció un vaso de leche con galletas.

    A nosotros nos ofreció té, Altan lo rechazó y entonces le dije a mi tía que llevaría unos vasos con limonada a mi habitación. Fue lo que hice luego de que dejé el maletín en el sillón, con la mochila de Al, y subimos a mi cuarto donde todo seguía en el mismo orden de siempre. A él le tomó unos sólidos segundos entrar, como si tuviera que pelear consigo mismo, su silueta oscura y alta se quedó pegada en el umbral de la puerta como un espantapájaros, pero acabó entrando y caminó hacia el librero. Sus dedos encontraron el lomo de uno de los libros que me había dado Adara, como si lo identificara de inmediato como un nuevo elemento, pero pronto su mano viajó al marco que guardaba nuestra foto.

    Lo observó largo y tendido y yo lo vi a él, deslizó los dedos por la foto, distraído, hasta que sonrió con una melancolía bastante evidente. No dijo nada, la regresó a su lugar y no se volteó hacia mí, solo esperó. Esperó, esperó y esperó. Mis ideas dieron vueltas por memorias inconexas, recordé cuando me defendió de los que me llamaban Shiro-chan para molestarme, cuando lo vi peleándose con alguien fuera de la escuela y también cómo había conseguido convencer a su padre de transferirlo al Sakura. Se me ocurrió que tal vez Erik no estuviera muy seguro de que hubiese sido lo mejor, no ahora, pero aquí había conocido a Anna.

    Puede que él repitiera la historia con tal de volver a llegar a ella.

    Era esa clase de chico, incluso si tropezaba en el camino.

    —¿Vas a dejarlo así? —le pregunté desde mi posición, luego de haber dejado los vasos de limonada en el escritorio y haberme sentado en el borde de la cama.

    El tono me salió más ácido de lo que hubiese querido.

    —Me enamoré de ti —escupió sin ninguna clase de anestesia, a mí el corazón se me detuvo en el pecho—. Me di cuenta con trece años. Me enamoré como un imbécil, pero me prometí no decírtelo porque no tenía sentido.

    Fue como si me hubiese arrojado una cubeta de agua helada encima, todo el cuerpo se me paralizó, las articulaciones se me llenaron de herrumbre y no lo miré, dejé los ojos clavados en el suelo, unos metros más allá. Pensé en él cuando tenía diez años, cuando cumplió once, doce y cuando me dejó atrás en estatura, pensé en cómo nunca había intentado absorberme, en su relación con Shiori y en la fiesta de la azotea. Pensé en un montón de cosas, pero solo entonces entendí lo terrible que fue mi pedido de esa vez. El del beso.

    ¿Por qué le había pedido algo tan egoísta?

    —Yo… yo te pedí-

    —Y entonces apareció Anna —interrumpió como si quisiera cortar el pensamiento de tajo. Volteó a mirarme, inexpresivo, y choqué con la oscuridad de sus ojos—. Apareció, se dio cuenta de toda mi mierda y cuando quise acordar algo había cambiado. Estoy enamorado de Anna y quise cortarme el tiempo suficiente para olvidar que había sentido algo parecido por ti, que lo sentí por varios años. Fue cuando todo se me fue a la mierda, porque llegó Fujiwara y me cagué encima, no creo haber sentido esa clase de miedo antes y en vez de decirlo me lo tragué, me alejé de ella y lo arruiné todo. Soy un cobarde.

    Estaba pescando la información de a cachos, unía una escena con la otra, pero todo lo que podía pensar en realidad era en que jamás se me habría ocurrido. Que era una grandísima idiota porque las cosas ocurrían en mis narices y yo no me daba cuenta, que no podía darme cuenta de lo que los otros sentían por mí de no ser que me lo dijeran en la cara. Altan se lo habría llevado a la tumba de haber tenido la opción, si todo hubiera seguido su curso se habría echado la vida sin confesarse, ¿y lo podía culpar en realidad?

    Quería muchísimo a Al, era mi mejor amigo, no había metido con la estupidez de que si iba a dar mi primer beso en una fiesta donde no debía estar para empezar prefería que fuese con él, pero eso era todo. El afecto que me unía a él era de otra naturaleza porque había crecido a mi lado y no podía cambiarlo. Lo quería, pero no podía verlo como una pareja, no había manera.

    No había manera.

    Y por eso yo le había roto el corazón desde que tenía trece años.

    Alcé la vista para verlo, había sacado un libro de su lugar, uno que recordé me había regalado él en mi cumpleaños el año pasado y con ese muchas piezas fueron cayendo en su lugar, sobrecargando la estructura ya de por sí tambaleante. Recordé los libros que no podía conseguir en librerías, la mercancía de personajes que me gustaban, las lamparitas para leer con la luz apagada y los separadores con frases de mis libros favoritos. En algún momento disminuyó o eso creía recordar, pero no me había faltado un regalo en un cumpleaños o Navidad desde que nos conocíamos, ni uno solo.

    Era una estúpida.

    Dios, era demasiado tonta como para sobrevivir en el mundo.

    Dentro de sus propias palabras todo se revolvió, había dicho que Anna se había dado cuenta de todo y entonces me sentí peor, porque si ella lo sabía eso significaba que había ido a buscarme, había hablado conmigo e incluso se había ofrecido a conversar con Altan a sabiendas de que en algún momento él había sentido algo por mí. Fue el equivalente a que me dejaran ir un golpe con la misma cubeta con la que me habían arrojado el agua fría, porque incluso si ella lo había hecho desde el amor y la madurez, sabía que tendría que haber luchado contra otras ideas, otros pensamientos. Anna había puesto todo en una balanza, hecho un cálculo y decidido que, a pesar de lo que pudiera sentir, intervenir era necesario.

    ¿Qué podía sentir ella?

    —Quería cortar un lazo para poder empezar todo de cero, poder dedicarme a Anna, pero no pude. —La voz de Altan me trajo de regreso, pero sentí que lo estaba mirando como si fuese un extraterrestre caído del cielo. Si fue el caso, él no reaccionó—. No con el tipo en nuestra clase, no viéndolo todos los días, ¿pero no debe sentir lo mismo el pobre imbécil? Viéndome todos los días descuidarla, viéndome y ya. Se me apilaron todas las mierdas y colapsé, llevándola conmigo. Llevándote conmigo. Me llevé a todos y ahora tengo que lidiar con ello, lo sé, y lo intento. Te juro por Dios que lo intento.

    Nos había llevado con él, su océano podría habernos ahogado.

    —Kakeru es buen chico —dije de repente aunque no supe a qué respondió el comentario.

    Ni por qué sonó a defensa.

    Tal vez porque conocía a Altan.

    —No discutiré con nadie si es bueno o no, no me concierne, no me interesa tampoco —respondió con firmeza, aunque sonó cansado o más bien resignado—. No es un asunto de que sea bueno o no, es lo que quiero decir. No estoy en una competencia de quién es mejor o peor, si acaso se volvió una lucha personal por no parecerme a él, aunque puede que sea inútil.

    No dije nada de inmediato, volví a bajar la cabeza y parpadeé despacio, con las neuronas espesas. Escuché que Altan pasó varias páginas del libro en el tiempo en que no hablé, sin objetivo, y por alguna razón recordé a Cayden en el observatorio antes de que Kakeru e Ishikawa aparecieran. Puede que no se parecieran en nada en la superficie, pero la repentina necesidad de silencio a su alrededor me hizo unir ideas de formas un poco raras y acabé hilando mucho más fino de lo que habría estimado, tal vez demasiado.

    Las ideas que creí pescar, en cualquier caso, se me escaparon casi de inmediato porque ya estaba perdiendo la batalla contra mi propia regulación. Le había dicho a Anna, le había confesado más bien, que había buscado a Erik y que Altan no lo sabía, también que no quería que lo supiera no tanto por él, si no por mí. Yo también era una cobarde, de hecho quizás no tuviera derecho alguno a reclamarle nada a nadie. No tenía derecho a sentirme herida, no cuando mi ignorancia lastimaba a los demás.

    —Fui con tu papá, Al —solté entonces, sentí que la voz se me quiso quebrar—. Le dije que no te enviara a la escuela, fue el miércoles. Le pedí que te vigilara.

    Él no reaccionó visiblemente, pasó más páginas sin decir nada y lo escuché suspirar unos segundos después. Cerró el libro con cuidado entonces, lo regresó de la misma forma a su lugar en el estante y giró el cuerpo, sentí que me miró, pero yo no pude buscar sus ojos. Sabía que mis acciones habían sido desesperadas y exageradas, ¿pero qué opciones me quedaban?

    ¿Qué opciones me había dejado?

    —Tienen miedo, ¿no? —preguntó a sabiendas de cuál sería la respuesta y a pesar de que no dijo nombres imaginé que se refería a sus padres, a mí y a Anna. Por alguna razón creí que se refería sobre todo a ella—. Está bien que lo tengan.

    ¿Qué demonios significaba eso?

    >>El agua es fría y el fondo es oscuro, pero si me quedo aquí nos mataré. Puedo matar a Anna conmigo si me quedo aquí para siempre y eso es imperdonable. Papá dijo… —Tomó muchísimo aire por la nariz—. Dijo que privarse de descanso no es diferente de la autoeliminación y es cierto. Es una mierda, no siento que pueda controlarlo, pero no quiero hundirme tan profundo como para no poder salir. Te lo aseguro.

    En su cansancio estaba el fantasma, estaba la silueta de la bestia en el fondo del mar, pero en su resistencia también existía una diferencia fundamental: no quería volverse él mismo el monstruo. Reconocía su lucha, pero también debía reconocer que su silencio me había lastimado y me había asustado. No podía solo decirle que estaba bien y enviarlo a casa, acabaría vuelta loca antes del domingo.

    Solo justificarlo no servía a ningún propósito, no era más que un tratamiento paliativo. No deseaba hacerlo sentir culpable, pero entendía que debía responsabilizarlo porque eran esa clase de cosas las que, en el mejor de los escenarios, podrían seguirlo moviendo hacia el cambio. Era necesario, ¿entonces por qué me aterraba?

    —Tuve que jugar a las adivinanzas contigo, Al, entiendo por qué quisiste hacer el corte, pero lo que hiciste me dolió —murmuré aunque sentí que el corazón se me quería escapar por la boca, también me ardieron los ojos—. Me dolió porque no entendía nada, porque eres mi amigo y solo te veía hecho un desastre, pero no podía hacer nada. No me dejaste.

    —¿Qué te habría gustado que hiciera? —Sonó como una pregunta legítima, no fue brusca ni grosera, pero no me dio tiempo de responder—. No tenía sentido ir a llorar porque acababa de perder a la chica de la que me enamoré con la que me gustaba antes. Habría sido horrible, no para ti, para mí. Ante eso solo pude considerar el corte y estuvo mal, pero no podía pensar. Llevaba días sin poder pensar.

    Seguía con los ojos pegados a algún punto delante de mí, escuché sus pasos y cuando quise darme cuenta se había arrodillado frente a mí. En el momento no se me ocurrió, tampoco era algo que tuviera muy presente porque Altan siempre se había comportado diferente conmigo, pero eran muy pocas las veces en que optaba por bajar de su trono y ponerse al nivel o por debajo de los demás.

    Arrodillarse para Altan era una muestra de sumisión absoluta.

    De rendición y confianza.

    Choqué con la oscuridad de sus ojos, sus manos navegaron el espacio hasta mi rostro y acunaron mis mejillas con afecto. Su mirada fue terriblemente melancólica, reconocí en ella un dolor que no era físico y también un arrepentimiento genuino, porque sabía que no era malo. Jamás había sido malo, solo era un imbécil y le costaba ver el mundo sin las manchas grises.

    —Eres mi mejor amiga —murmuró y entonces el llanto que no me di cuenta que estaba conteniendo me rebasó. Las lágrimas me corrieron por el rostro, sus dedos las apartaron con delicadeza y lo oí respirar con fuerza, buscando mantener la compostura—. No estuvo bien que te hiciera esto, fue horrible y tampoco estuvo bien que se lo hiciera a Anna. No merezco el cariño que ninguna me guarda, no ahora, pero se los agradezco, se los agradezco cada maldito día aunque no lo diga. Quiero cambiar lo que hice en vez de castigarnos a todos, así que gracias por buscarme para hablar, por buscar a papá y por todo lo que hiciste por mí desde que nos conocimos. Gracias por ser parte de mi familia todos estos años.

    Barrió otra correntada de lágrimas con los dedos, se irguió lo suficiente para dejarme un beso en la frente, entre el flequillo, y un sollozo me interrumpió una respiración. No era la primera vez que Altan tenía que comerse este espectáculo, la verdad, pero no por ello me daba menos vergüenza.

    —Soy un cabezón y habría estirado esto mucho más, lo siento —insistió mientras se acomodaba a mi lado en el borde de la cama para abrazarme—. Perdóname, Jezzie, perdón por lo que te hice.

    —Perdón por no haberme dado cuenta —escupí entre las lágrimas, sorbiendo por la nariz—, perdón.

    No supe si me refería a no haberme dado cuenta de sus sentimientos por mí, no notar lo que le pasaba con Anna y su miedo en relación a Kakeru o en general a lo que le pasaba a él, a la depresión tan inmensa que llevaba consigo desde que era muy joven. Tal vez le estaba pidiendo perdón por todo a la vez, perdón por no poder salvarlo.

    —No te quedes ahí, Jezzie. No hagas lo mismo que yo —susurró desde algún punto cerca de mi hombro—. Es agua pasada.

    Es agua pasada dijo.

    Eso dijo, pero la voz se le quebró por fin y lloró, se deshizo en llanto como un niño pequeño perdido en el supermercado y supe que ambos nos sentíamos así, que tal vez nos sintiéramos así toda la vida. Había correspondido a su abrazo sin darme cuenta, pero entonces moví los brazos para dedicarle una caricia amplia en la espalda y mi cabeza siguió dando vueltas como las hélices de un helicóptero. Si Anna de verdad sabía de lo que Altan había sentido por mí no pude hace más que admirar la valentía de su corazón, la prioridad que le dio a él, porque nos había enviado a hablar.

    Altan merecía esa clase de amor.

    Y una parte de él también podría brindarlo, estaba segura.

    Renuncié a que dijéramos nada más, el llanto nos había sobrepasado a los dos y dejé que fuera lo que tenía que ser. En algún momento pude calmarnos a ambos, más o menos, y le alcancé a Al el vaso con limonada para que se bajara el destrozo, yo hice lo mismo y noté que se quedaba mirando el líquido luego de haber dado un sorbo. Me pareció que pensó muchísimo, hasta que confesó otro de sus pecados recientes.

    —Tampoco he estado hablando con mamá. Yo… le dije una cosa espantosa y ella se enfadó, bueno, no sabría si llamarlo enfado. La lastimé y me cagué encima, otra vez, llevamos un rato sin hablarnos —explicó en voz baja, limpiándose el rostro con el dorso de la mano—. Le pedí que se rindiera conmigo. Fue como si le pidiera que me dejara morir, ¿cómo pude haberle dicho eso? Es mi madre.

    El uso de palabras fue horrible también, me atascó un nudo en la garganta y pensé que su relación había sido siempre un poco complicada, no porque no se quisieran, si no porque tal vez se querían demasiado y eran más parecidos de lo que creían. Janet siempre me había tratado bien, era amorosa y atenta, pero tenía un carácter fuerte, uno que combinado con el Sonnen había resultado en Altan.

    Sabía que si él le había dicho algo tan espantoso era porque ella, entre su miedo y falta de opciones, debía haberle dicho algo parecido. Una cosa no justificaba la otra en lo absoluto, pero las personas éramos un desastre andante y eso pasaba una y otra vez, sin pausa. Le hacíamos daño a las personas que amábamos porque sentíamos miedo, un miedo que sobrepasaba ese amor.

    —Pudiste hablar con Anna y conmigo —dije tan bajo que luego me cuestioné si me habría oído, pero estiré una mano hacia él y le acaricié el cabello con mimo—. Habla con tu madre, ¿sí? Eres lo que más ama en este mundo, solo ve con ella. Cariño, ve con tu familia, no les hagas esto y no te lo hagas a ti. Ya no más.

    Sabía que era un pedido difícil de cumplir, pero él asintió. Llevaba huyendo demasiado tiempo, era hora de voltearse y bajar la cabeza.
     
    • Ganador Ganador x 2
    • Adorable Adorable x 1
  14. Threadmarks: LII. XIII (Al)
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    3161
    As always, gracias a los que me leyeron el pasado ♥ aprecio mucho cuando sacan el tiempo de hacerlo, sea que sus personajes estén mencionados o no, porque sé que les toma tiempito de sus vidas que podrían usar en otras cosas

    Esto viene a ser como la continuación del anterior (? de hecho en mi cabeza pasaba primero esto, pero las sorpresas rolearas on point me cambiaron el orden y también me pareció muy orgánico, actually creo que funcionó mejor así. Lo tenía pendiente, pero la uni me está sacando otra tanda de canas así que lo fui postergando *dies* Es corto igual, so there's that.


    Acá vengo a usar otra carta de las que clasifiqué como adaptativas, así como The Tower, y es la XIII que es mi carta favorita desde que me metí a esto del tarot. La carta XIII como transformación, como la muerte del pasado, me parece maravillosa. La he usado con sus buenos significados y con los malos más de una vez, así como The Justice, pero idk la XIII la llevo grabada en el alma, así que no sentí que las cartas usuales de Altan concentraran esa intención como viene a hacerlo esta.

    Con eso dicho es
    canon para la noche del 24 de junio. La letra combina la canción insertada y Bittersuite de Billie Eilish, solo porque partes muy específicas de las lyrics resonaron conmigo mientras escribía, el resto de la canción no encaja ni con pinzas. También ya cerca del final suena el Adagio de Bach en violín.

    La canción de Zevia me hace trizas, ya que estoy (?) acabé llorando de formas que no puedo describir.




    So, mama, when I die
    please hold in your cry.
    Just know that when I'm gone,
    I'll always be right by your side.

    .
    I've been overseas.
    .
    And, lover, when I leave
    I know that we don't speak.
    I'm sorry that I failed you,
    you deserve better than me.

    .
    If this is how I die that's alright.
    I'm tryna be better, but I feel under the weather.



    LII
    [​IMG]
    XIII
    . CUT . TRANSFORMATION . ENDING .


    | Altan Sonnen |
    *

    *

    *

    Lo primero que me recibió cuando busqué a mi madre luego de llegar a casa fue su mirada fría, severa y resentida. Me dejó entrar a su estudio apenas me escuchó tocar, así que al recibirme estaba de pie en el centro de su santuario, bajando el violín del refugio entre su barbilla y su clavícula; el cabello castaño, ligeramente ondulado, le rodeaba el rostro y descendía al mismo largo que había mantenido desde que tenía uso de razón, deteniéndose justo sobre sus caderas. Mamá siempre había tenido este porte elegante y delicado, uno que el violín en sus manos siempre había acentuado.

    Tenía los gestos comprimidos en una mueca de disgusto, el arco de su violín se balanceó como un péndulo cuando su mano derecha reposó a su costado y no dijo nada, ni siquiera supe si respiraba. El tono avellana de sus ojos, naturalmente brillante en contraste con la oscuridad de papá y la mía, parecía haberse diluido en un marrón más agresivo. El silencio era pesado en comparación al caos de su violín y sentía el peso de la conversación con Jez en los hombros, revuelto con el recibimiento de Isaac y Anne, a los que llevaba semanas sin ver.

    Jez había evadido mi mirada un buen rato, lo hizo incluso luego de soltar la pregunta que lo detonó todo, pero mi madre me estaba enfrentando directamente sin ceder un ápice. Mamá nos amaba, me amaba profundamente, pero siempre había tenido mal carácter incluso en su dulzura. Lo que la hería parecía siempre desorbitado y yo, que era un imbécil, le había dicho una cosa horrible que me parecía hasta imperdonable, no podía siquiera imaginar cómo lo sentía ella. No podía imaginar cómo sentían las cosas las personas que parecían hechas de fuego puro.

    Sus ojos me estudiaron, lo sentí, y estuve seguro de que notó que traía la vista irritada por el llanto, incluso si había llorado ya hace un buen par de horas, entre que cenaba donde los Haumann y volvía a casa. Era su hijo después de todo, pretender mentirle a una madre era como querer cubrir el sol con un dedo, detener la lluvia de todo el cielo con un paraguas o cualquier cosa parecida.

    —Te dije algo espantoso —empecé en japonés en un susurro mientras cerraba la puerta tras de mí, dejándonos solos en el santuario.

    No respondió, siguió en el centro de su terreno como si yo fuese el intruso, como si fuese un extraño, y mis ojos se suspendieron en el arco del instrumento. En la otra mano sostenía el violín pintado a mano que le había regalado papá en uno de sus aniversarios cuando yo tenía unos ocho o nueve años; estaba cruzado por una pluma de pavoreal, su ave favorita. Mamá amaba ese violín porque era un regalo de mi padre, un regalo pensado especialmente para ella.

    Una muestra de amor.

    De un amor que había sobrevivido más de dos décadas.

    Fue extraño, pero aunque siempre había visto ese amor en mis padres, uno capaz de soportarlo todo y no flaquear, solo ahora me pregunté por qué yo no podía tenerlo. Me pregunté cómo había podido ser tan estúpido como para arruinarlo todo con Anna por un maldito fantasma y pasé saliva con dificultad, porque de repente sentí que la boca se me había convertido en un desierto. No me pareció correcto sentir envidia de mis propios padres.

    —Te dije algo que ninguna madre debería escuchar —insistí sobre la misma idea, con un nudo inmenso en la garganta.

    —¿Tienes idea de cómo se siente? —Me preguntó casi atropellando mi frase, manteniendo el idioma, su tono no varió en ninguna dirección más que hacia el dolor y me encogí sobre mí mismo, aunque sabía que lo merecía—. ¿Te paraste a pensar, Altan, en cómo se siente que tu único hijo te pida que solo te rindas y lo dejes ahogarse?

    Ríndete.

    No me saques.

    Déjame aquí.

    Parpadeé en silencio, no me moví de mi lugar unos pasos más allá de la puerta y no pude alzar la mirada a su rostro. Pensé en Anna, en nuestro destrozo en la azotea, en las lágrimas de Jez, y las ideas que me habían alcanzado mientras lloraba sin consuelo en los brazos de papá volvieron a anudarse alrededor de mi cuello y amenazaron con tirar la silla para colgarme.

    Anna me amaba.

    Jez me amaba.

    Mamá me amaba

    El daño se los hice yo, quererme las lastimó.

    —Me miraste a los ojos y me pediste que me rindiera. Te bajaste de un coche con vidrio polarizado, me mentiste en la cara diciendo que un amigo te pidió ayuda con cosas de la escuela y cuando te enfrenté, porque me preocupaste, ¿me dijiste que te dejara en paz? —continuó con el mismo resentimiento—. Y al día siguiente te escuché llorar por horas. Horas escuchando llorar al niño que me pidió que me rindiera con él.

    —Me dijiste que era incorregible —escupí en tropel y crucé los brazos sobre el pecho al sentir que me temblaban las manos, no me di cuenta de que después alcé la voz más de lo que me habría gustado—. ¡Me dijiste que era incorregible! ¡¿Y si tienes razón?!

    Así no la mirara una chispa de ira la bailó en los ojos, violenta, la chispa que llevaba conteniendo tanto tiempo que seguramente ni pudiera recordar. Ni los más maduros y adultos podían siempre decirlo todo, habían lugares de silencio, recovecos ocultos donde distintos miedos nos atacaban y nos llenaban la sangre de veneno. Lo que guardábamos para después porque en el momento nos sentíamos demasiado furiosos para decirlo.

    No había una sola cosa que pudiera reclamarle a mi madre, no cuando me había visto iniciar riñas desde que era un mocoso, cuando me había perforado y tatuado sin decírselo. No podía reclamarle nada cuando aparecía en el hogar que le pertenecía con una costilla rota, lleno de hematomas y luego, semanas más tarde, me iba en un coche que no había visto en su vida. Cuando le mentía, me ceñía en que era incorregible y cortaba el salvavidas que me unía a ella.

    —¡Llegaste a casa como un perro, apaleado, con una costilla rota! ¡Te fuiste en un coche que no había visto nunca! ¡Me hiciste pensar una y otra vez que iba a perder otro hijo! —soltó prácticamente encima de mis palabras, su voz se quebró en tantas partes que sentí que las lágrimas se me aglomeraban en los ojos de inmediato. ¿Cómo había podido herir así a la mujer que me había amado desde que no era más que una idea en su vida?—. ¡No me dejas ser tu madre, Altan! ¡No me dejas!

    No había redención, ¿entonces por qué seguía intentando?

    ¿No estaba lastimando más a Anna?

    —¿Y si tienes razón? —murmuré tan bajo que no supe si me oiría, ni siquiera yo mismo me escuché del todo—. ¿Qué voy a hacer si tienes razón y no puedo arreglar esta mierda?

    —Todo ese cerebro que sacaste de Erik, ¿y para qué? —Se lamentó, moviéndose por fin, y dejó el violín en el sillón de una plaza que había en un costado del estudio, también el arco—. Debí disculparme entonces, creí que lo había hecho indirectamente. Lo creí hasta que volviste y escupiste todo aquello, y me pregunté por qué no pudiste solo decirlo en vez de guardarlo, pero resulta que eres mi hijo y yo hice lo mismo. Te guardaste el dolor que te causó lo que te dije, te guardaste el miedo que sentiste y luego otra vez el dolor hasta que todo colapsó, ¿y qué ganaste? ¿Qué ganamos, Al?

    Estaba cansado de llorar, ¿pero por qué sentía que no había otra cosa que pudiese hacer?

    Me llevé las manos al rostro apenas un instante antes de que el cristal se rompiera, apañé las primeras lágrimas y las sentí empaparme las manos. Recordé que le había dicho a Jez que estaban bien en tener miedo, ella, mis padres, Anna y solo Dios sabría quiénes más, y era porque el maldito monstruo se me quería escapar de su contención a pesar de que estaba empeñado en no dejarlo ascender. No pensaba dejar al Leviatán salir del fondo del agua y tomarme, pero de repente parecía más difícil de lo que había parecido el resto de mi vida.

    ¿Cuándo había notado la primera ausencia de color?

    ¿Antes de cumplir doce años?

    ¿En un cumpleaños? ¿Una Navidad?


    —Ya no sé qué hacer —admití y un sollozo se me atoró en la garganta, fue de frustración. El sentimiento se pareció más a la ira que a la tristeza inmensa que había sentido en los días anteriores y una gota de sangre manchó el agua que me rodeaba. Olía a hierro—. No sé si seguir disculpándome, si sentir culpa, si pedir que me perdonen aunque lo que hice no debería tener perdón o solo existir. Ya no sé, I feel so fucking lost all the time.

    Perdido.

    Esa era la palabra, no era solo la ausencia de color, el miedo y la confusión, era sentirme perdido siempre. Perdido en la calle, en casa, en la escuela, en cada espacio que podía recordar; era una sensación tan pesada que podía y de hecho había arrastrado todo lo bueno detrás de sí, derribándolo, impidiendo que alcanzara la luz de la superficie y de cualquier fogata a la orilla. Me había hecho poner distancia en todas direcciones, había quemado las hebras de seda que me unían a los demás y ahora todo se desbarataba, pues en el vórtice de la red me había negado a dejarme alcanzar.

    Era una araña suspendida en el vacío.

    Atrapada en una burbuja de aire bajo el agua.

    Creí escuchar que mamá suspiraba con pesadez, sus pasos me alcanzaron y pronto sentí sus manos en las mías, apartándolas de mi rostro. Llevaba ya tantos días sin tocarme, sin hablarme, que sentir su tacto hizo que el grosor de las lágrimas aumentara hasta impedirme distinguir su silueta. No creía haber llorado tanto de niño como recordaba haberlo hecho lo que iba de este año y no supe si eso era bueno o malo, me dio miedo la respuesta.

    —¿Cómo podría creer que de verdad no tienes posibilidad de mejorar? Eres mi hijo —susurró, repitió la idea mientras me barría las lágrimas con los dedos—. Te dije algo horrible, algo que ningún hijo debería escuchar. Yo tampoco sé qué hacer, Al, y también tengo miedo.

    Tal vez todos estuviéramos aterrados.

    Sus palabras fueron idénticas a las mías, no supe si lo hizo a conciencia o no, pero allí encontré la autenticidad suficiente para creerlas. Mamá se arrepentía de lo que me había dicho como yo me arrepentía de lo que le había hecho a todos los que me rodeaban, el sentimiento era real, pero darle una forma distinta era otro cuento. No sabía cómo modificar el arrepentimiento.

    —Perdóname. —Fue prácticamente una súplica, al soltarla juré que algo me había punzado el centro del pecho—. I'm sorry, mom, I'm really sorry. I love you.

    No pude verla, pero sus facciones se deformaron y enredó los brazos detrás de mi cuello para poder abrazarme, lo hizo con la fuerza suficiente para creer que eso podría unir todos mis fragmentos defectuosos, corregir cada error de conexión en mi cerebro y quitarme esto, este maldito desastre, el océano con el que había estado por ahogar a los que me rodeaban. Sus dedos me acariciaron el cabello con mimo y la escuché sorber por la nariz.

    —Te amo. Te amo, pero no me hagas esto —dijo en un murmuro ahogado—. No puedes seguir haciéndome esto.

    Los brazos me reaccionaron con muchísimo retraso, pero la envolví en un abrazo y fui consciente una vez más de lo pequeña que podía parecer, del daño que le había hecho y que solo había sido la cereza en el pastel de mis cagadas. Respiré de la mejor manera que pude, lo hice para controlar el desorden que tenía encima y pude modular, más o menos, el llanto aunque fuese para no empeorar el suyo. Seguí notando sus caricias en el cabello, que lucharon contra las agujas que sus palabras anteriores me habían clavado en el cuerpo. Las palabras que se combinaban con las de Jez, las de Anna y las de Arata, que me había llamado lastre varias veces cuando me atrevía a sentir algo.

    Las agujas que tomaba y me clavaba cuando la presión del agua me inutilizaba.

    Mamá mantuvo el abrazo por un rato, hasta que se calmó, y cuando volvió a mirarme el resentimiento había dado paso a una tristeza profunda. Creí reconocerme a mí mismo en ese reflejo distante, en la suerte de distancia que encontré en su mirada y recordé, venido de la nada, su rostro luego de la segunda pérdida. La que tuvo cuando yo ya tenía edad para afirmar recuerdos en la memoria.

    Vacío.

    Un agujero negro.

    Me soltó, regresó al sillón para recuperar su instrumento y navegó el espacio con calma. Observó los libreros, el techo y luego a mí, no dijo nada, pero no fue necesario pues entendí su invitación y ocupé el lugar en el mueble que antes había ocupado el violín. Ella sonrió, el gesto todavía parchado de tristeza, teñido de azul, negro y gris, regresó el instrumento al refugio de su cuerpo y alzó el arco, rasgando las primeras notas del Adagio de Bach.

    Cerré los ojos mientras la escuchaba, pensé en las veces que había querido enseñarme a tocar, pude recordar su risa y su cariño. También los regaños de su voz en italiano y cómo me había quedado dormido por años con el sonido de su violín. No sabía qué clase de hijo ella consideraba que era, bueno o malo, pero ella era mi madre. La mejor que podía imaginar, como papá era el mejor que podía haber deseado y por eso luchaba cada día contra la idea necia y terrible de que era un desagradecido.

    Que no podía tener esto viendo la vida que mis padres me habían dado.

    La última nota se estiró hasta desvanecerse en el estudio, sentí el cuerpo pesado y abrí los ojos para suspenderlos en el techo de la habitación. Me enjuagué la vista con el dorso de la mano, pude ver el aura de una migraña y supuse que mamá seguía en el centro del santuario.

    —Me disculpé con Jez por haberme apartado —dije al aire, en voz baja—. Ella me buscó, así que… Seguro lo habría dejado así por lo menos hasta la otra semana. Que maldito desastre, Dios.

    —¿Anna lo sabía, Al?

    —¿Lo de Jez? Desde el principio. Todo fue muy caótico, fue de las primeras cosas que supo —continué en el mismo tono—, antes de que todo cambiara quiero decir.

    Guardó silencio, la escuché caminar hasta que regresó el instrumento a su estuche. No supe si diría algo más o solo dejaría que ese fuese el cierre de la conversación y de todo, al menos llegué a considerar la posibilidad hasta que la oí suspirar. Sus dedos golpearon suavemente el estuche del violín.

    Todavía estaba medio imbécil, me sentía agotado y lento, así que cuando habló no pude darle forma real a su idea. Encastró sin que lo supiera con algo que, fuese correcto o no, había hecho que Jez decidiera no decirme que Anna había hablado con ella.

    —¿Cómo podría creer que mi niño no puede cambiar? —Estaba espiralando en la misma idea—. Has llegado hasta aquí, podrás seguir haciendo lo correcto. Sin importar cuánto cueste.
     
    • Sad Sad x 1
  15. Threadmarks: LIII. The Queen of Swords
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    2945
    Pa empezar, gracias a Bru por leerme el drama anterior. Te mereces una medalla por haberte comido las Altaventuras desde el fic 0 cuando ya llevaba un huevo de fics, que nunca me olvido de eso JAJAJ

    Anyways, este fic lo tenía agendado en la cabeza hace un vergo de tiempo (?) desde que dejé de rolear a Laila en la academia, en resumen, pero en sí narrar con Laila me cuesta mucho y en Gakkou me costaba todavía más jsjsj cuando la quise traer de regreso sabía al reto que me enfrentaría, pero acá seguimos, dándola toda *llora*

    Los eventos son canon y ocurrieron el 9 de mayo (hace un chingo), pero la crisis de Laila se arrastró por varias semanas. La canción me la encontré ayer y me encantó, igual llevaba obsesionada con otra canción de Rain City Drive hace unos días.

    La carta la tenía reservada para Laila hace siglos (?) así que también, hype. En cierto momento cambia la narración marcada por otra carta, esta corresponde a Helena Meyer, la madrastra de Laila, madrastra dice uno pero esta mujer prácticamente la crió.



    I've been going through it,
    I had a good thing, but I blew it.
    It wasn't her fault and she knew it.
    Tell me, what kind of man am I supposed to be
    when the lines the razor blade made are faded?

    .
    How could I hit rock bottom never learning a lesson?
    Do I deserve this hurting?
    If my body goes limp, would I float to the surface?
    Or can I live in a world with no purpose?
    How could I change when I'm still the same person?

    .
    I wouldn't talk to a friend the way I talk to myself.
    I'm turning my life to hell.
    See the voice in my head really needs some help.



    LIII
    [​IMG]
    XIII
    . OVERTAKE . FEAR . ISOLATION .


    | Laila Meyer |
    *

    *

    *

    The Queen of Swords


    Los gritos de Richard, en alemán, se alzaron desde el salón caóticos, más angustiados que furiosos y escuché a papá responderle con la mayor calma que pudo encontrar, trató de razonar con él, pero mi hermanastro estaba fuera de sí. Tenía un recuerdo muy difuso de haberlo escuchado en un estado similar hace años, pero ahora parecía otra persona, otro ser surgido de un abismo de tensión y miedo. Estaba fuera de sus cabales y sin darse cuenta estaba arrastrando a los demás consigo.

    Mamá no estaba, mamá la llamaba yo, pero era la madre de Richard. El asunto era que todavía no llegaba del trabajo, debía venir de camino apenas y no sabía el desastre con el que podría encontrarse al llegar. Suponía que el carácter más volátil de mi hermano provenía de ella, no estaba segura, pero tampoco importaba. Todo era un destrozo, llevaba ya un tiempo siendo así.

    Shawn no estaba.

    Ni Yule.

    El club se desmoronó.

    ¿Para qué fue todo entonces?

    —¡Te digo que voy a perder la puta cabeza, papá! —Escuché que dijo Richard, también lo llamaba padre aunque no llevara su sangre—. ¡Me pones un maldito examen por delante y siento que me ahogo! ¡Ya van cuatro veces en un año que tienen que llamar a mamá, como si tuviera cinco años, porque me dio un ataque a mitad de un parcial! ¡¿Qué parte no entiendes?! ¡Estoy hasta las pelotas de haberme metido a esa maldita ingeniería, no sirvo! ¡Me he echado estos años metiéndome pastillas para la ansiedad que me dejan la cabeza espesa, que no funcionan porque la cagada sigue ahí!

    —Tu hermana ha estado en tratamiento desde que tiene quince años, Richard —replicó nuestro padre y sentí que se me cerraba la garganta.

    —¡Ella mejor que nadie sabe lo que causan en la mente esas mierdas y por qué tuvieron que recetárselas! ¿Te parece normal tener dos hijos drogados para poder funcionar?

    —Te queda muy poco para terminar, Rick. Muy poco.

    —¡Me importa una mierda!

    Oí un golpe contundente, sonó dado a un mueble, la mesa de la cocina o cualquier cosa, sabía que Richard no lo golpearía jamás y papá mucho menos, pero la situación escapaba de sus manos. Richard, a fin de cuentas, tenía veintiún años y se había mantenido firme cuando importaba, pero ahora se desmoronaba como un castillo de arena. El mundo como lo conocía había caído una primera vez cuando tenía catorce años y entonces mi hermanastro se había quedado a mi lado, como un pilar y un soporte. Cuando la confianza que tenía en las figuras que me rodeaban se fragmentó, Richard me cuidó, incluso si él no tenía más que la edad que yo tenía ahora, era un año menor de hecho

    Y ahora yo no podía ayudarlo.

    No podía ayudar al hermano que me había salvado.

    Sus voces siguieron alzándose, la de mi hermanastro en realidad, siguieron escalando y escalando, pero me di cuenta de que comencé a escucharlas amortiguadas y lejanas. Tenía la sangre latiéndome en los oídos, me palpitaba el corazón con una fuerza ridícula y me hice pequeña donde estaba, sentada en el centro de la cama. La garganta se me comenzó a cerrar, sentí las manos empapadas de sudor y el espacio ante mis ojos se desdobló de formas extrañas, sentía la cabeza hecha aire y comencé a marearme.

    Traté de usar las neuronas, pero tenía los pensamientos consumidos por una sensación de miedo y peligro tan intensa que no pude alcanzar ninguna herramienta. No pude recordar qué me había dicho la psicóloga, tampoco cómo me hablaban mamá o Richard cuando esto pasaba y cuando intenté tomar aire no me llegó al pecho, no podía respirar. Entre las palpitaciones seguía oyendo voces, supuse que fue lo que lo detonó, porque las imágenes en la cabeza se me superpusieron con otras que no eran de hoy. No eran de hoy.

    Papá gritaba, gritaba que cómo era posible.

    ¿Cómo era posible que una enferma de mierda como aquella diera clases?

    ¿Qué se hubiese aprovechado de su niña?

    Iba a matarla, eso decía.

    A Hirano-sensei.

    .
    .
    .
    .
    .

    The Seven of Coins


    Los escuché desde que entré al piso del apartamento, sus voces rebotaban en las paredes, escapaban por la parte de abajo de la puerta y noté a varios vecinos husmeando, pero apenas me vieron aparecer cerraron las puertas y fingieron la más absoluta de las demencas. Richard estaba gritando algo de que estaba harto, que necesitaba salirse de la carrera y empezar otra, que ya no podía más. Le gritó a Theo que si tenía otro ataque en un parcial iba a matarse.

    ¿De qué estaba hablando este chico, Dios mío?

    ¿Amenazaba con matarse?

    Sabía que el asunto de Rick era complicado, ya había ido a los médicos necesarios, lo habían puesto en medicación y terapia como a Laila, pero sus crisis no disminuían en ciertos momentos. Había que sedarlo demasiado, casi dejarlo con el cerebro vuelto puré, y sabía que era insostenible, pero este asunto no sabía cómo abordarlo. Me había dicho que quería salirse de la universidad, cambiarse de carrera, trabajar en la mierda que fuese o cualquier cosa, pero que quería salirse de la carrera que ya casi estaba terminando.

    Lo habíamos hablado con Theo otras veces, pero siempre se mostraba resistente, no quería que arrojara el título que ya casi sacaba por la borda, no quería que perdiera esos años de estudios, pero parecía no querer aceptar que el chico no daba más de sí. Una parte de mí no podía culparlo, no podía porque ya había tenido que admitir que Laila estaba sobrepasada y algo de eso, por más que intentáramos, nos hacía sentir culpables del dolor que cargaban nuestros hijos. Theo tampoco daba más de sí, también estaba desgastado y angustiado.

    Prácticamente corrí, abrí la puerta y al cerrar los gritos de ambos me absorbieron, pero cuando vi los zapatos de Laila a un costado todo se me desbarató alrededor. Tiré el maletín a un lado, fui hasta el salón donde estaban Rick y Theo en su enfrentamiento, me colé entre ambos, tomé a mi hijo que me sobrepasaba en altura por la camiseta y lo obligué a retroceder, lejos de su padrastro, hasta que pude meterlo en el baño.

    —Mírame —dije, firme—. Mírame, Rick, te vas a quedar aquí hasta que te calmes. Toma aire, respira… Inhala, exhala.

    Tenía la mirada desorbitada, pero al percibirme en su espacio respiró como se lo indiqué, asintió y se sentó sobre el váter tapado. Le temblaba todo el cuerpo, pero lo escuché murmurar el nombre de su hermanastra, lo hizo tan bajo que apenas lo escuché y entonces salí del baño. Desde allí vi la silueta de Theo en el fregadero de la cocina, estaba doblado sobre él y respiraba como un perro después de una pelea, incluso si no se habían tocado; el cabello platinado le caía sobre el rostro. Quise acercarme, pero la prioridad era Laila, porque su primer ataque de pánico, con catorce años, fue en un contexto así. Fue entre gritos.

    Corrí a la habitación de la niña, abrí la puerta sin preguntar y la vi en su cama temblando como un animal mojado, sentada, pero hecha una bola como un erizo. Trataba de pasar aire, pero no podía y estaba pálida, casi azul, con el rostro empapado en llanto. Dios, iba a desmayarse.

    Me acerqué, no la toqué porque desde el primero al tocarla solo empeoraba, así que me senté y alcé las manos para que me notara. Sus ojos, que ahora me recordaron al rojo de la sangre más que al de alguna piedra, divagaron hasta encontrarme y comencé a hablar. Fue firme, para que pudiera oírme sobre su propio cuerpo, pero procuré no oírme agresiva.

    —Soy tu madre, Laila, tu madre Helena. Estás teniendo un ataque de pánico, pero necesitas respirar, linda, sígueme.

    Inhalé muy despacio, profundamente, y ella me siguió como pudo. Primero se le entrecortó, un sollozo y su cuerpo alterado la consumieron, pero volvimos a intentar una, dos y a la tercera pudo lograrlo. Al tomar aire, al poder llevar oxígeno al cerebro, recuperó algo de color y asintió con la cabeza. Seguí guiándola con las respiraciones porque sabía que lo necesitaba y aunque su cuerpo seguía sacudiéndose de forma caótica, empezó a recuperar algo de conciencia de sí.

    —Afloja el cuerpo, Laila, despacio. Estira las piernas, recuéstate…

    Una a una siguió mis indicaciones en tanto no la tocara, hasta que pudo empezar a balbucear sobre que su hermano estaba gritando, que no podía ayudarlo, que su padre no quería escuchar a Richard. Murmuró algo de la escuela, de que alguien ya no iba a la escuela, y su llanto se reinició aunque de forma menos desastrosa. Le pregunté si podía tocarla entonces, ella asintió muy despacio con la cabeza y me acomodé a su lado en la cama, pasé un brazo bajo su cuerpo y la atraje hacia mí, acurrucándola. Ella se hizo tan pequeña como pudo en el abrazo, sin dejar de temblar.

    No sé cuánto tiempo nos quedamos así, en silencio, y todo lo que oí en algún momento fue que Rick o Theo abrieron la puerta principal del apartamento y alguien salió. Otros minutos pasaron, densos, hasta que tocaron la puerta de la habitación y al preguntarle a Laila si quería dejarlo entrar, al que fuera, la niña dijo que sí muy bajo.

    —Pasa —indiqué entonces.

    La silueta que se materializó al abrir la puerta fue la de mi hijo, Richard se coló a la habitación despacio, como si fuese un extraño, y se sentó en el suelo junto a la cama. Yo me había acomodado del lado de la pared, Laila se había refugiado contra mi pecho, y no se movió, así que me limité a ver a su hermanastro. Sus ojos, del mismo tono avellana que los míos, estaban irritados y el cabello rubio oscuro, lacio, caía sobre sus cejas. Se le notaba tal culpa encima que sentía que se me partía el corazón.

    —Perdóname, Lay. Lo siento mucho —murmuró antes de estirar la mano para acariciarle la espalda—. Ya no… No pelearé más por esto, te lo prometo. Ya no más.

    —Estás sufriendo —susurró ella en respuesta y tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para no llorar, no con el destrozo de mis hijos allí—. No puedo ayudarte.

    —Me has ayudado siempre, no digas tonterías. —Al hablar había seguido acariciando su espalda, con mimo—. Cada día que me despierto me acuerdo que tengo una hermana genial, que práctica un deporte que la vuelve algo así como una princesa caballera, es inteligente, amable y valiente. Soy muy feliz por tener una hermana, Lay, esa es toda la ayuda que necesito.

    —No volverás a la ingeniería —susurré entonces, tan bajo que no creí que ninguno me oyera, pero a Richard una correntada de lágrimas le empapó el rostro—. Hablaré con Theo. Irás más al médico y luego elegirás qué hacer, otra carrera o trabajar en lo que aparezca, pero ya basta de esto.

    —Rick —lo llamó Laila, la voz se le quiso quebrar y cuando habló otra vez lo hizo entre llanto—. Ya no está. No está.

    No entendí de qué hablaba, ni un poco, pero Richard sí y sus gestos se deformaron en una mezcla molestia, decepción, lástima y dolor a secas. Se levantó despacio, tomó asiento en el borde de la cama aunque apenas cabía y entonces Laila se soltó de mí para volverse hacia él, lo abrazó por la cintura y escondió el rostro en un costado de su cuerpo, como una niña pequeña.

    Él tomó aire, se limpió el rostro con el antebrazo y luego volvió a acariciarle la espalda a su hermanastra con delicadeza, como recordaba que lo hacía cuando todo el asunto de Hirano se había destapado y el mundo como lo conocíamos había reventado. Cuando tuvimos que poner denuncias, Laila tuvo que pisar un estrado de la corte porque la loca de mierda de su profesora había querido declararse inocente. Al final había aparecido otro testigo, una chica de unos diecisiete años, que también había sido víctima de Hirano hace dos años, pero que no la había denunciado por miedo y a la desgraciada se le cayó el teatro, ¿pero cuándo se acabaría el sufrimiento de Laila?

    Nunca.

    Siempre llevaría la herida con ella.

    No era justo.


    —Él se lo pierde —susurró Richard con la paciencia de un santo incluso si su propio mundo estaba colapsando, si sus piezas mentales se caían todas a la vez—. Cualquiera que no se quede contigo aunque todo se esté cayendo a pedazos es un imbécil. Él se lo pierde.

    Días después, cuando Laila siguiera teniendo crisis nerviosas apenas alguien alzaba la voz incluso para pedir un cargador desde la otra habitación, Richard tendría que explicarme todo el asunto del muchacho, del chico Amery y cómo se había vuelto aire con el otro muchacho, Shirai. El club que había salvado a Laila entonces desaparecería entre sus dedos también, porque ella no poseía ya la fuerza para sostenerlo, y su deterioro la regresaría al estado en que había quedado a sus catorce años.

    Con Richard fuera de la universidad por ese período, al menos pudo quedarse en casa con ella cuando entendimos que no podía seguir yendo a clases. La psiquiatra había sugerido ingresarla a un hospital de salud mental, sacarla del ambiente que parecía detonarla incluso cuando tratábamos de no hacer nada de lo que sabíamos que la alteraba, pero Laila se negó. Incluso cuando su cabello comenzó a perder brillo, tenía que comer casi obligada y no hablaba con nadie de la escuela, se negó. Transformada en el fantasma de sí misma se negó a abandonar su hogar y se esforzó tanto como pudo para no caer tan bajo como para que tuviéramos que tomar la decisión nosotros.

    Para cuando empezó a recuperarse y sugirió volver a la escuela Richard se negó, lo hizo porque sintió que la que ahora era su hermanita colapsaría sobre el peso de los recuerdos que encontrara allí, pero Laila insistió de nuevo. Puede que estuviera moldeada por el miedo y la desconfianza, pero no quería dejarse vencer. A él y a su padre no les quedó más que ceder y a mí seguir pendiente a los teléfonos, como lo hacía desde hace ya varios años, aunque había una cosa que era segura.

    Laila no dejaría que nada la doblara lo bastante como para quebrarle la columna.
     
    • Sad Sad x 2
  16. Threadmarks: LIV. The Strength (Cay) x The Seven of Cups
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    6242
    Como siempre lo primero, gracias a Bru e Insane por leerme el anterior que fue un destrozo oof

    Bueh este también es de los que tenía archivados/pendientes cuando el final de semestre empezó a volverme loca y escribía para procrastinar (?) Ahora se vienen las vacaciones y puedo tirar todo pOR FIN. Anyways, lo tenía por terminar cuando empezó el viernes inrol, lo dejé ahí por si acaso y justo Morgan soltó la pregunta del pasado o el futuro y yo tenía ya unas cosas escritas relacionadas a eso, pedazo de witchcraft JAJAJA fue hermoso. Igual como fueron pasando cosas en el rol en ese lapso de tiempo, las fui sumando.

    Eso sí, empezando el fic, que fue a inicios del mes pasado (?), cayó rolita nueva de The Crane Wives y los lyrics oh boy, jamás esperé unos lyrics tan acertados, entonces empecé a escribir con esa canción, por cachos diminutos, ni me acuerdo cuál estaba usando antes. Este fic de hecho tenía como intención otra cosa, hasta la menciono, pero entre toda la tontería me quedó larguísimo así que tendré que largarlo en dos partes. Para ir cerrando, cerca del final o así sale otra canción que es Sorry de Halsey que me despedaza el corazón jsjs

    Es canon para la tarde del 26 de junio, narra Cayden aunque es medio obvio, creo, su voz es una de las que más distingo al escribir *cries en el leoncito de la carta de The Strength* Así como con Altan, aunque la carta puesta sea una asignada a él, la narración la demarca la carta base que en el caso de Cay siempre ha sido el tres de espadas. El fic estaba planeado desde que demarqué lo del Shimizudani, al menos en su base, las otras cosas que se fueron sumando pues fueron resultado de las aventuras roleras as always




    I thank these walls, my hideaway,
    my sanctuary to worship the pain.
    I never thought I'd leave the cave
    but I'm more curious than afraid.

    .
    Stacking layers like sediment,
    each one adding weight and compression
    and I am tired of forming a cliff face
    inside of my chest now.
    My ribs ache from carrying it around.

    .
    Nothing will change until I change.


    LIV
    [​IMG]
    The Strength
    x
    The Seven of Cups

    . Mirage . Insecurity . Self-doubt .


    | Cayden Dunn |
    | Ilana Rockefeller |

    *

    *

    *

    The Three of Swords


    Puede que mi vida se redujera a una mezcla sin sentido de cobardía e imprudencia, de aires de grandeza y demasiada conciencia de mí mismo. En esa dicotomía, en esa eterna confusión, nacía el aire que me permitía batir las alas y el que me empujaba contra el suelo para desbaratarme los huesos. Existía en la cobardía que me había impedido decirle algo a Wickham al verlo sobre Sasha, a sabiendas de que ellos entraron al club de mierda y ella no salió, en la que me había impedido preguntar más sobre el lobo la primera vez y luego también estaba en la idea escrita en piedra que tenían Arata y Ko de que podía hacer una locura en cualquier momento. Que podía buscar a Shinomiya, responderle a Shinzo en la cara o la mierda que fuese, por eso me había dejado colocar el bozal. Ni siquiera había luchado, porque puede que fuese cierto.

    Estaba en lo que no había hecho, el pasado que no poseía solución.

    Y lo que podría hacer, el futuro que podía deformar.

    Eran dos extremos completamente distintos de la balanza y existía en ambos de formas incomprensibles. Puede que por eso mi respuesta a la pregunta de Morgan, a la de si elegía el pasado o el futuro, fuese una mentira en cierta medida. No elegía ni una ni la otra, me echaba la vida en el presente, tratando de no tomar las mismas decisiones estúpidas que hace un par de años, pero también era cierto que tropezaba de forma constante. No le decía a las personas lo que sentía, tampoco me interponía ante ciertas injusticias y seguía espiralando. No podía desprenderme del miedo tanto como me gustaría, parecía una maldita misión imposible.

    Me preguntaba con cierta regularidad si toda la gente se percibía a sí misma tan polarizada o si era algo que existía por el silencio y los dos fragmentos de mí mismo que no dejaba de ver, por los orbes que me observaban desde las paredes de la cueva. Estaban los ojos de mi padre tras mi espalda, reclamando mi sangre, luego los de mi familia y amigos y todo lo que encajaba en esas categorías. Las respuestas de huida y lucha estaban condensadas en esas figuras.

    El punto intermedio era difícil de encontrar y externalizar.

    Jezebel me había pescado a la salida, cuando me vio recoger unas cosas del casillero, así que me atrasé un poco porque pasó de darme los saludos de Matsuo, a contarme que Vero lo había levantado por los aires y luego acabó saliendo todo lo que dijeron ellas. A ver, era una cagada que lo hubiesen dicho frente a Matsuo de toda la gente, pero ya ni modo, sería un problema de otro día. Por hoy prefería dejar de postergar algo más importante, porque de hacerlo estaría incurriendo en los mismos errores de mis catorce años.

    Por el atraso con Vólkov el tren que tuve que tomar iba algo más lleno, pues salía más tarde. Me tuve que ir de pie y cuando las puertas estaban por cerrarse noté una silueta delgada entrar casi de un salto, dando tumbos para no chocarse con nadie y disculpándose en el proceso. Los ojos magenta de Ilana prácticamente chocaron con los míos entonces y la niña buceó para llegar a donde yo estaba, pues quedaba algo de espacio, plantándose a mi lado. No me dijo nada, solo sonrió al notar que llevaba puestos los auriculares y dejó la vista puesta al frente.

    Dejé pasar algunos minutos, la canción que venía oyendo cambió y mantuve los ojos pegados al cristal frente a nosotros. Ilana había sacado el móvil, respondía mensajes sin prisa y me distraje en los mechones de cabello que le enmarcaban el rostro, las puntas de su flequillo cerca de sus cejas y sus facciones en general. En determinado momento alzó la vista del teléfono, me pilló mirándola y yo lancé la vista a cualquier lado, lo que le arrancó una risa floja.

    —¿De verdad no te importa seguir hablando conmigo? —Busqué saber luego de bajarme los cascos al cuello, pues había recordado lo que decía su carta.

    —En tanto no me des instrucciones, no —respondió ella con simpleza y a pesar de no estarla mirando sentí sus ojos encima—. Me gustaría conocer más al chico que envié a casa en un Uber luego de encontrarlo golpeado por ahí. No creo que sea ningún pecado.

    No lo era en realidad, pasaba que conocerme implicaba acabar llegando a otras mierdas justo por el contexto en que nos habíamos conocido. Jamás sería lo mismo haber topado con Ilana en, yo qué sabía, un centro comercial o una tienda que haber ido a dar con ella en el Shimizudani, golpeado luego de haber sido acorralado. Para mí había significado ponerla al borde de la fracción de mí que trataba de diferenciar a conciencia de la que usaba ante el público general, la versión de mí que le pertenecía a mis chacales y a algunos otros diablos; para ella había significado conocerme vulnerable.

    Era un poco estirar demasiado la cuerda, pero entendía que en la cabeza de Ilana existía, en cierta forma, como una criatura que necesitaba ser rescatada de forma constante. Estaba en sus ademanes suaves, el hecho de que elegía seguir hablándome y su necesidad de conocerme, para saber cómo demonios proceder. Ese rescate, sin embargo, parecía exigir cierto nivel de correspondencia que me daba miedo entregarle porque seguía sin conocerla bien. Porque los límites de la reciprocidad y la confianza se me desdibujaban de formas extrañas.

    Me aprovechaba mucho de los espacios que percibía como seguros.

    —No lo es —resolví de todas formas junto a un suspiro—. En lo absoluto.

    —¿Género musical favorito? A mí me gusta el folk, ya viste —preguntó con calma, lo hizo con tal paciencia que sentí que me habían regresado al preescolar.

    —Todo lo alternativo. Rock, metal, punk, también indie y algo de folk. La música me calma, la verdad, así que tengo un revoltijo de todo —respondí sin mucho problema y pude volver a mirarla en el reflejo del cristal, noté que estaba sonriendo y no quise borrarle el gesto, así que seguí la entrevista. Había que cumplirle ciertos caprichos a las personas después de todo—. ¿Comida favorita?

    —Italiana, tal vez, pero también me gustaban mucho unos pierogi que vendía una familia polaca en casa, cuando vivíamos en América, quiero decir. Los dulces también, pero nada demasiado empalagoso, ¿la tuya?

    —Cualquier cosa con papas, quizás. También los dulces, empalagosos, y lo que tenga gusto a café.

    —¿Color favorito?

    —Depende, ¿para vestir o para qué? —Mi pregunta la hizo reír—. Hey, es en serio.

    —Para mirar, no sé. El color que ves entre otro montón y te llama más la atención.

    —Celeste —respondí entonces sin conferirle una cuota de pensamiento, aunque tampoco era que hiciera falta. En las respuestas automatizadas existían verdades absolutas—. Y violeta. ¿El tuyo?

    Night sky, you mean. Verde, como el verde del bosque —contestó ella casi a la misma velocidad, soltó una risa baja y supuse que una idea suya le habría venido en gracia. Después encontró mis ojos en el cristal—. Amarillo cálido. ¿Pasatiempo?

    No se me había ocurrido lo del cielo nocturno, pero tuvo sentido cuando me permitió esa imagen mental. Cuando la noche empezaba a caer había un momento en que el celeste se mezclaba con tonos violáceos y amarillentos. Amarillos fríos y cálidos, de los que sabía diferenciar.

    —Me gustan los videojuegos, oír música, tomar fotos cutre y a veces leo libros de fantasía.

    —¿Digital o analógica? —Quiso saber y noté que giraba el rostro para mirarme directamente, ya no en el vidrio—. ¿Fantasía rollo Harry Potter o rollo Tolkien?

    —Digital y ambas.

    —¿En qué casa estarías? —Me hizo gracia estar de repente metido en esta conversación tan friki, pero lo dejé estar. Además me pareció que me estudiaba con cierta intensidad, cuando volvió a hablar entendí por qué—. Das vibras de… Es un poco confuso, ¿Hufflepuff y Gryffindor?

    Que pusiera Gryffindor en el saco me hizo reír, ella frunció apenas el ceño y negué con la cabeza. Imaginé que habría hecho la asociación porque iba por la vida con esta mata de cabello pelirroja y los ojos dorados. No encontré qué otra información podría tener esta muchacha para poner la mano al fuego diciendo Gryffindor así nada más.

    —No soy muy inteligente o creativo, el otro día Hubert me enseñó un poco de ajedrez y sentí que se me morían las neuronas, pero luego le parloteé a mi mejor amigo sobre algunas cosas de astronomía bien básicas y hoy hablé con una amiga suya de un montón de cosas de lo más abstractas. Guardo datos a conveniencia, pero eso es todo, si no me interesa o no me sirve para nada acaba en el tacho de basura mental —dije hilando ideas mientras me distraía con la canción que salía de los cascos, me pareció que ella ladeaba la cabeza como un perrito ante la mención del mejor amigo, aunque luego sonrió, fue una sonrisa suave. Supuse que le habría dado ternura que estuviera hablando de mis amistades más allá de Hubert, pero ignoré la posibilidad para no morirme de vergüenza—. Puede que de Gryffindor todo lo que tenga sea su imprudencia generalizada, la mecha corta y el pick-me behavior. Algunas veces hice el test, ¿sabes? Siempre me tiraba a Hufflepuff o a Slytherin; lealtad, paciencia, ambición y preservación, puede que tenga sentido.

    —Un poco extravagante el combo —soltó junto a una risa floja, después suspiró y lo que dijo sonó a pensamiento en voz alta, pero me recordó a Melinda apuntando cómo le había hablado a Copito—. Las Huffle vibes son bastante claras igual. Te cambió el tono al mencionar a Hubert y más cuando hablaste de tu mejor amigo.

    —Ten piedad de mi alma. —Me quejé en voz baja antes de forzar el tema de regreso a lo de antes y ella no buscó husmear de más—. Tú das vibras de… ¿De Hufflepuff igual?

    —Debo tener poco de Slytherin, me quedo corta en la auto-preservación, no soy necesariamente astuta o amante de la tradición, aunque me gustan las cosas bien hechas. Imagino que mi forma de ser con las personas es lo que te da la idea de Hufflepuff, pero creo que valoro algunas cosas más que la lealtad, la paciencia y el trabajo duro, aprender me parece más importante, también la expresión de uno mismo, y el honor y determinación de Gryffindor también tienen algo de sentido.

    —Como Luna —murmuré sin darme cuenta de que sonreía, Ilana se encogió de hombros.

    —Si el sombrero te pregunta, ¿qué elegirías? Yo Ravenclaw.

    Ella elegía el conocimiento, la expresión de sí y la creatividad.

    —Hufflepuff. —Otra respuesta automatizada.

    Yo la lealtad, el cuidado de otros y el trabajo duro.

    —¿Te gusta otra cosa además de bailar y cantar?

    —Aprender —resolvió con una sencillez exagerada, dedicándome una sonrisa, y le regresé el gesto pues coincidía con toda la friki-conversación de hace un segundo—. Dejé a mis amigas en otra escuela porque quería ampliar mis horizontes, así que eso es un recordatorio constante.

    —¿De?

    Tal vez estaba husmeando demasiado, pero ella no pareció resistirse en lo más mínimo y solo estiró la sonrisa. En cierta manera me tranquilizaba darme cuenta de que no estaba tan enojada conmigo como podría o debería, primero porque eso significaba que podía seguir contando con su silencio. Segundo porque en sí Ilana no estaba en el saco de personas con las que era un grano en el culo sin arrepentirme porque seguía siendo la que me había ayudado a llegar a casa la noche del desastre. Sabía que había sido un asno con ella, como con tantos otros desde hace tiempo. Puede que ninguno se lo mereciera, ni Sonnen, ni Arata, ni Fujiwara y quién sabe cuántos más.

    Todavía estaba pensando en la póliza por daños emocionales.

    —De que siempre busco más —dijo como si nada junto a una risa floja, luego suspiró. Semejante respuesta solo me confirmó lo que ya había asumido, así que cuando preguntó no pude hacer otra cosa que aceptarlo—. Estás inquieto de nuevo, ¿no es así, Cay? Llevas inquieto unos días, en intensidades diferentes.

    —Estoy inquieto casi siempre, con el tiempo te acostumbras. —La frase fue un poco ambigua, me refería a que yo me acostumbraba a estar ansioso una buena parte del tiempo, pero también a que la gente a mi alrededor se habituaba, más o menos. De todas formas, no tenía mucho sentido seguir evitándola, así que solté la pseudo-confesión—. Igual ahora estoy preocupado por un amigo, antes de eso… era lo mismo, ahora que caigo, y la vez anterior a esa era un cacao mental que ya no importa.

    ¿Ya no interesaba?

    Había fragmentos que me punzaban la columna de tanto en tanto, en los espacios de silencio y los momentos de calma, era la comezón de una alergia sin antihistamínicos y el ruido blanco de una televisión sin señal. Ciertas dudas motivaban mis acciones incluso, fuese de forma consciente o inconsciente, las dudas movían el pacto de silencio que había forzado sobre ella por temor a que mi realidad forzara un corte, la brecha que había estado por formar con Kohaku y luego la manera en que me pegaba a él como una sanguijuela. De repente todo estaba siendo soportado por inseguridades y me pregunté, como siempre, si el vidrio que sostenía en mis manos y me recordaba que de hecho podía cuidar de las personas, que podía amarlas, no era una ilusión.

    ¿Qué les hacía cuando me asustaba?

    ¿Qué les hacía en verdad a los otros?

    Me pregunté si un día no tomaría el mismo cristal, lo envolvería en mis manos hasta hacerme sangrar y entonces se lo encajaría a alguien en la yugular, movido por alguna de todas las dudas que llevaba encima, si no era lo que le había hecho a Arata y lo que le estaba haciendo a Ilana, lo que podía hacerle a Ko. Creía que en el mundo había cosas a las que temerle más que a la soledad o el no ser elegido, de hecho lo sabía, porque estaba el viejo de Arata muerto, Shinomiya atacando a Ko y, así no lo supiera, Hubert llamando la atención de la persona incorrecta, entonces mi miedo parecía una cosa de niños. Pasaba que seguía siendo un mocoso de dieciocho años dando tumbos y tenía miedo, miedo de que un escenario mental se volviera una realidad.

    Que un día uno de mis caprichos lo destrozara todo.

    Hasta el vuelo libre de las aves.

    Pues había forjado una jaula.


    —¿Tiene solución? —preguntó en voz baja, sacándome de mis pensamientos.

    —No.

    No la tenía, el padre de Arata estaba muerto y quizás de hecho eso hubiese sido una buena noticia, pero ahora no lo era. No lo era porque en la vida nada era nunca tan sencillo, porque incluso nuestros demonios más grandes podían morir y volver al Infierno del que habían surgido, pero seguirían persiguiéndonos. No nos dejarían en paz ni luego de haber dejado este mundo, liberándonos de parte de sus marcas invisibles, del estigma que hacía las veces de maldición.

    Los cuerpos llegaban a un final, pero no los fantasmas que se desprendían de ellos y con los que debíamos continuar viviendo. Arata posiblemente se mirara en un espejo dentro de diez años y siguiera viendo a su viejo en el reflejo, quisiera o no. También vería a su madre, a lo que debía haber vivido al recibir la noticia y puede que eso fuese lo peor; que Arata veía una y otra vez los escenarios que lo detonaban. Se repetían en su cabeza sin descanso, era la muerte de Yako y el llanto de Yuzu; era el cuerpo pálido, el olor a muerto y el llanto de su madre; era la tinta sobre el cuerpo de Sasha.

    Todo palpitaba frente a sus ojos, como un incendio eterno que consumía su mundo.

    —Lamento escucharlo.

    —¿Extrañas Estados Unidos? —pregunté para volver a sacar el foco de mí.

    Ilana no respondió de inmediato, su vista se suspendió en algún punto del cristal y pareció pensar en ello concienzudamente. Parpadeó despacio, creí notar que comprimía los gestos y terminó por asentir con la cabeza. De nuevo giró el rostro para mirarme y algo de nostalgia le cruzó las facciones, me dio pena haberle preguntado, pero era ella o yo.

    —Vivíamos en un pueblo relativamente pequeño, así que todos nos conocíamos, jugábamos y nos escapábamos juntos —respondió con sinceridad—. Con ellos, los de mi edad y los mayores, le tomé el gusto a cantar y bailar. Aquí en esta ciudad tan grande me siento atrapada y extraña casi todo el tiempo, como si naufragara. El año pasado me fui de intercambio a Canadá algunos meses, esperaba sentirme menos perdida, pero fue lo mismo. No pertenezco a ningún lugar.

    No se me ocurrió qué responderle de inmediato, pero saqué el móvil del bolsillo, busqué entre las canciones hasta que encontré una que me dio la sensación de ser lo bastante parecida a la que ella tenía cuando la encontré en la piscina como para que le gustara. De hecho fue una del mismo grupo que la que le había cantado a Copito antes de que Melinda apareciera y la que había sonado en el receso, cuando hablé con Morgan y la hizo pedir que guardara silencio.

    Con la canción elegida me quité los cascos del cuello despacio, me giré aprovechando una parada en que el metro se vació un poco y se los puse a Ilana con delicadeza. Traté de no despeinarla demasiado, así que le acomodé los mechones de cabello que le saqué de lugar, y al notar que se me había quedado mirando le sonreí. A la pobre criatura le cayó la vergüenza encima, pude jurar que se le había subido el color al rostro, pero fingí demencia y le di play a la música.

    La niña había admitido dos veces ya que la idea de la cita no le disgustaba, una de forma no verbal por el bochorno en la piscina, la otra en la carta de respuesta de forma directa. Yo estaba detenido en un espacio intermedio, uno donde no era claro con ella o conmigo mismo, pero que de momento era útil. Era injusto, lo sabía, pero en el orden de prioridades no estaban tan arriba. En mi lista mental de mierdas dejar a Ilana esperando era la menor de mis preocupaciones, eso sin mencionar que la criatura estaba bastante entretenida con Paimon, para variar.

    ¿Qué más me daba?

    Vaya mantra de mierda este que había elegido, ¿no?

    Pero era más fácil así.


    El caso fue que reaccionó de inmediato a la guitarra que comenzó a sonar, algo le chispeó en los ojos y su mirada encontró la mía en una mezcla de sorpresa e ilusión. Supuse que contuvo cualquier movimiento porque estábamos rodeados de personas, pero sentí que la música le sacudió la nostalgia de encima y en ese sentido podía entenderla. No era yo ningún experto, no sabía tocar una sola nota de ningún instrumento ni sabía nada de canto, pero en las canciones encontraba a los demás; los encontraba y con ellos me sentía en paz. Allí podía tranquilizarme sin volver a la cueva, no del todo, pero encontraba el oxígeno para que mi fuego no se extinguiera.

    It's not fair —murmuró apartando el auricular izquierdo pasado un rato, sus ojos se habían quedado en algún lugar de mi hombro.

    What exactly?

    Suspiró de forma audible, se quitó los cascos del todo y volvió a colocármelos, dejándome uno detrás de la oreja para que pudiera seguir hablando con ella. Cuando sus manos se deslizaron para dejarlos allí sentí que sus dedos me hicieron cosquillas en la línea de la mandíbula, fue un rocé que quise calificar de accidental, pero mantuvo mi atención en ella de forma irremediable.

    —Era más fácil molestarse contigo cuando eras un cretino abiertamente —dijo todavía en voz baja—, pero yo lo pedí, ¿no? Que me trataras bien.

    —Lo hiciste, pero solo si era genuino. Me pediste amabilidad en vez de elegir el camino más simple —contesté regresándome los cascos al cuello—. Hatred it's always easier, I know that myself.

    Era una bestia resentida después de todo.

    —¿Cuál es la de verdad? —Otro susurro.

    ¿Cuál era?

    La sonrisa que le dediqué, la que vi reflejada en el rosa de su mirada, cargó algo de vergüenza y culpa consigo. La sinceridad que le debía a esta chica y la confusión que me rodeaba respecto a cuál de los reflejos era el definitivo me hicieron contestarle algo que podía pasar por confesión. No pude solo mentirle, incluso si sabía que de hacerlo podía tranquilizarla.

    —Puede que ambas.

    —Lo que temía. —Sonó decepcionada, vete a saber si de mí o de sí misma, pero de todas formas desvió el tema y no vi por qué impedirle hacerlo—. ¿A dónde vas por cierto?

    —Minato. Visitaré a una amiga que llevo evitando un rato. ¿Tú?

    —Minato también. Iré al cine con unas amigas.

    —¿De tu otra escuela? —Busqué saber, ella asintió con la cabeza y sonreí—. Have fun.

    Ilana guardó silencio, en ese tiempo noté que varias personas desocuparon algunos asientos así que le señalé los lugares con un movimiento de cabeza. Una vez que nos sentamos ella volvió a sacar el móvil, envío otro par de mensajes y cuando bloqueó el teléfono sin salirse del chat leí de volada uno de los nombres, uno que reconocí: Kyoko. Quise patear la paranoia lejos, sacudírmela de encima y arrojarla bajo las vías del metro, porque podía ser cualquier persona con el mismo nombre, sobre todo porque no había alcanzado a ver bien la foto de perfil tan pequeña, pero digamos que tuve una corazonada.

    Ilana guardó el objeto, apoyó las manos en su maletín y siguió callada. No supe cuánto rato guardó silencio, me había distraído con el sonido amortiguado de la música en los auriculares, pensando en el proyecto y con las siluetas de las personas, todo para no seguir espiralando sin objetivo. Lo hice hasta que la chica hizo una pregunta específica.

    —¿Cómo se llama tu amiga, Cay?

    Las mujeres hacían preguntas cuya respuesta ya conocían.

    —Minami Yuzuki.

    Otro silencio y luego un explosivo fragmentario.

    —Voy a reunirme con sus hermanas menores en la estación más cercana a mi anterior escuela. Son mis mejores amigas y-

    Que terminara de hablar era casi innecesario, bastó que mencionara a las gemelas para que yo me desinflara los pulmones en un suspiro derrotado. La noche del Shimizudani Ilana estaba con otras dos muchachas, al menos una de ellas debía ser del grupo que incluía a las gemelas Minami y viendo la naturaleza del encuentro era iluso pensar que no lo habían llegado a comentar.

    Si había sido el caso, entonces habría salido mi nombre y eso habría bastado. Las gemelas no sabían mucho además de que era amigo de Yuzu y el resto, eso y que hubo un tiempo que me estuve quedando en la casa de las Minami luego de que él muriera. Era cuando huía de mi madre, de la posibilidad de tener que hablarle de la muerte de Kaoru y tener que explicar otro montón de cosas. Había un montón de mierdas que no le había explicado a mamá en su vida.

    Con ella también era terriblemente injusto.

    You already know something is off.

    —Dicen que Yuzuki no te guardaría tanto aprecio si fueras una mala persona y me aferro a esa idea, porque las gemelas confían en su hermana ciegamente. Su juicio debe ser correcto, pero sí, algo no cuadra, aunque ellas no saben el qué tampoco. Solo me dijeron que eras amigo de Yuzuki, además de que era parte de otro grupo de amigos y que… Que el novio de Yuzuki falleció.

    —Kurosawa Kaoru —dije en un murmuro, con la mirada puesta al frente y los brazos cruzados sobre el pecho. Un nudo se me pegó en la garganta y parpadeé, haciendo retroceder el ardor en mis ojos—. Sí, está muerto y sí, somos amigos hace tiempo, años.

    —Kuro…sawa —pareció unir puntos que no sabía que tenía—. ¿Cómo la chica de segundo?

    —¿Ya conociste a Shiori? Vaya que vas rápido con los cromitos, pero sí. Era su hermano mayor —admití porque tampoco supe qué sentido tenía negarlo—. La vida es así de injusta.

    Ilana no dijo nada, solo la escuché suspirar y vi que envolvía su maletín con los brazos, no pregunté cómo había conocido a Shiori porque genuinamente no me interesaba. La chica se parecía a su hermano, no había nada de raro en que hablara con quien le pusieras por delante por el motivo que fuese y por lo que veía Ilana pecaba un poco de lo mismo, así que no era un disparate que se conocieran.

    Su silencio se estiró el tiempo suficiente para que olvidara el peso de mi confesión, acababa de decirle que tenía un amigo muerto y aunque ella lo sabía de antemano no dejaba de ser una bomba de información un poco violenta. Igual al mencionarlo otros recuerdos me alcanzaron, pensé en cuando Arata me arrastró a su casa y Yuzu casi me hace mearme encima, cuando acompañé a Ko al santuario y Chiasa se materializó de inmediato porque no podía hacer un acorde, en la vez que le saqué los dulces del bolsillo y lo pequeños que habíamos sido. Recordé el cielo violeta del otro día, mis miedos y mis pedidos; en las memorias que alcancé surgió por primera vez una pregunta capaz de sacudirme los cimientos y empujarme, de hecho, hacia ese futuro que podía deformar.

    ¿Qué me habría dicho Kaoru? ¿Qué diría al ver este desastre en el que estábamos metidos y lo que habían hecho con todos nosotros o lo que nosotros hacíamos con los demás?

    Yako no mencionó una sola vez frente a nosotros el motivo real por qué había elegido a ciertas personas a dedo, la función que habían tenido algunos en la gran pantalla o el rompecabezas que él había armado con tanto esmero, pero lo había comenzado a entender con el paso del tiempo. Algunos existían como una réplica de su justicia, otros como muestras de su poder y algunos más como hilos que tejían la red que nos ataba a los demás. Algunos éramos la estructura invisible que soportaba y confirmaba que de hecho ese tiempo había existido, que no era un sueño ni un espejismo. Éramos la prueba de que el Imperio había existido y que habíamos sido amados.

    Kaoru, sin decírnoslo, nos había dado compañeros de vida, no compañeros de celda. Se suponía que voláramos con ellos en vez de quedarnos en el suelo viéndolos surcar el cielo, ¿y también que incendiáramos el mundo en su nombre? ¿En el nombre de los nuestros y las redes que se hilaban a nuestro alrededor? ¿Qué demonios se suponía que hiciéramos, ya no por nosotros, sino por los demás? No tenía la menor idea y deseé que estuviera vivo, porque creí que había cosas que solo él podía contestarme.

    Estaba patinando de lo lindo en mi propia cabeza cuando la voz de Ilana llegó en un murmuro quedo, distante y suave. Fue como si pensara en voz alta, pero era una canción y solo la dejó ir, sin más, como si simplemente le hubiese alcanzado la cabeza de repente. Pasó por varios versos y yo encastré cada uno de una forma distinta, como siempre. Porque era un maldito egocéntrico al final del día.

    So sorry to my unknown lover, sorry that I can't believe —siguió en voz baja, tanto que nadie además de mí debía oírla—, that anybody ever really starts to fall in love with me.

    Sorry to my unknown lover.

    Sorry I could be so blind.

    Didn't mean to leave you or all of the things we had behind.

    Mi indiferencia y calma se trastocaron entonces, no creí reconocer la canción en sí, pero el tono que usó ella y la letra me arrojaron un golpe a la boca del estómago. Sabía que estaba desdibujando el contenido para hacerlo encastrar con otras ideas, con los temores que me punzaban la columna sin permiso, pero aún así sentí que los ojos se me cristalizaban y dejé caer la cabeza hacia atrás en el asiento. Encontré de nuevo la contradicción que había alcanzado al hablar con Morgan ante su mención de los reflejos del ego y pensé en la idea que arrastraba, quizás, desde que tenía catorce años, la del espejo.

    Esperábamos lo que nos gustaría merecer.

    ¿Entonces por qué coño le decía a los otros que que no le pedía amor a nadie? ¿Por qué lo decía, pero me sentía reconocido por ser bueno robando y tantas otras mierdas? ¿Por qué lo decía y luego giraba, aterrado, y mordía a alguien con tal de que no me dejara? Era una maldita contradicción inmensa, una negación del tamaño de una casa y pensé que lo hacía porque, como siempre, era más fácil así. No me creía capaz de soportar un corte dado directo al corazón, no otra vez. No cuando me esforzaba por hacer las paces con este corazón que no me dejaba un segundo de paz, porque lo sentía todo incluso cuando retrocedía para salvarme.

    Parpadeé, barriendo el cristal, respiré con cierta fuerza y ella guardó silencio otra vez. Pasado un rato noté que también echaba la cabeza hacia atrás en su lugar, su pierna le dio un golpecito liviano a la mía y me quedé quieto. Me quedé estático solo reordenando mis ideas, la suerte de insight a la que acababa de llegar, que fue similar a cuando me di cuenta que la indiferencia del viejo sí importaba, que la irresponsabilidad de un infeliz había forjado la persona que era.

    —¿Cómo termina?

    —¿Ah?

    —La canción, Ila.

    —Las chicas me dicen Lana —murmuró haciéndome creer que no respondería, pero luego continuó—. Alguien te amará, pero ese alguien no soy yo.

    I don't ask for love —susurré en respuesta, fue lo mismo que le había dicho a Arata hace unos días.

    I don't know, that’s a you problem actually. Lo esperes o no, igual no creo que seas capaz de tratar a alguien que amas de verdad como joyería de por sí. La forma en que hablas de las personas y lo que haces para mantenerlas a tu lado al menos me hace pensar eso. —Su apunte también fue directo a la boca del estómago y la chica, sin sentido alguno de la preservación como ya había dicho, pretendió colar el cuerpo en mis paredes de fuego—. ¿Te da miedo? ¿Te asusta que si alguien ve más allá decida irse? ¿O solo quieres parecer siempre bueno porque es más fácil? ¿O no te dejas alcanzar por lo mismo?

    —¿Vas a irte? —murmuré y aunque era una muchacha que conocía hace un mes como mucho, al preguntarlo la voz se me quiso quebrar. No fue por ella, lo sabía, era la idea en sí de un espacio vacío—. Hubert tendrá que irse, sepa o no, y ni siquiera es algo malo, es solo algo que pasará y ya. Hay cosas que solo pasan, ¿por qué deberían ser tan importantes?

    —¿Qué diría tu amigo? El que falleció —susurró, tuvo la presión de un derechazo dado en la cara y tomé aire pues siguió husmeando demasiado—. Lo que diría tu mejor amigo también vale.

    —Va a ser que no quiero seguir por ahí —repliqué entonces, fue brusco, mucho más de lo que habría estimado—. Te dije que solo respetaras lo que hacía porque era importante para mí.

    Fue mi manera de retroceder porque había caminado muy cerca del lazo. Me detuve, tomé un puñado de brasas y se lo arrojé en la cara para que volviera a alejarse, regresando a su lugar fuera del círculo de fuego, fuera de la cueva. Ilana no se molestó de forma visible, se limitó a soltar el aire por la nariz y escarbó en su maletín hasta que sacó un paquete de galletas abierto. Quedaban dos dentro y las extendió hacia mí como una oferta de paz, haciendo que me enderezara para recibirlas y comí sin decir una palabra, ella me dejó ser, entendiendo que obligarme a pisar la trampa no servía para nada más que enloquecerme.

    Que era inútil pretender algo de un bicho tan estúpidamente frágil como una mariposa.

    Bajamos en la misma estación, pero ella me dijo que tomaba otra línea, una que pasaba antes que la que yo debía tomar para llegar al apartamento de Yuzu, así que nos limitamos a esperar juntos, sin romper el silencio que yo había instaurado. Cuando aparecieron los vagones que le correspondían Ilana avanzó algunos pasos, luego giró el cuerpo y al hacerlo buscó mis ojos para dedicarme una sonrisa cálida, luego se despidió con un movimiento de mano y subió al tren.

    Apenas un instante antes de que las puertas se cerraran ya había volteado de nuevo, mirándome desde su lugar en el interior del vagón. La sonrisa le entrecerró los ojos, pero lo que me hizo seguir con la mirada en ella fue verla alzar la mano, estirar el índice y llevarlo sobre sus labios en una señal de silencio, la misma que yo le había hecho en el pasillo el día de lo de la piscina.

    La estupidez me hizo sonreír con resignación, imité el gesto y entendí que ella no diría nada. Nada de lo de Hubert, de mis miedos sin sentido ni de cómo la había hecho retroceder y que yo no diría nada de… ¿De qué en realidad? Todavía no lo sabía y daba igual, porque era esa clase de lealtad la que apreciaba. Si alguna vez ella necesitaba ayuda se la ofrecería, incluso si la ayuda era solo mantener la boca cerrada.

    El pacto había sido sellado.
     
    • Ganador Ganador x 1
  17. Threadmarks: LV. The Three of Swords x The Seven of Cups
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    5118
    La monotemática me dicen and im not even sorry. Es canon para la tarde-noche del 30 de junio y un cacho diminuto de la madrugada del 1 de julio.

    Están los lyrics de otra canción de The Crane Wives, New Discovery y yo no sabía qué canción usar para el segundo cacho del fic, pero el algoritmo de insta ME BENDIJO




    Well, I won't die for love
    but I've got a body here to bury
    and if truth be told, it's scary.
    'Cause my shoulders are heavy already
    and I know
    the parts of myself that I've hated
    and I can't tell which ones are mine
    and which I created.

    .
    Take onе in the temple, my tonguе is a vessel.
    I try to be careful with the thing inside my chest.
    You shoot for the memory so you can forget me,
    I'll leave if you let me.

    .
    Please don't leave.
    I won't ever
    Don't leave me in the shape you left me.
    You told me
    Please don't leave.
    Forever
    Just leave me in the place you found me safe and soundly.


    LV
    [​IMG]
    The Three of Swords
    x
    The Seven of Cups

    . Denial . Confusion . Pain .


    | Cayden Dunn |
    | Ilana Rockefeller |

    *

    *

    *

    The Seven of Cups


    Cuando las clases llegaron a su fin seguía un poco atorada en la conversación con Sóloviov, los pensamientos rebotaron sin especial orden y pensé también en Suiren y Paimon durante un rato, incluso si no debía. Guardé mis cosas sin prisa, Mason pasó a mi lado y se despidió, vi a Sonnen conversar con Vólkov y luego noté la silueta de Cayden aparecer más de lo que lo escuché, algo que me seguía pareciendo extraño. Se sentó en el pupitre ya vacío de la fila contigua y esperó a que terminara de meter todo al maletín. No dijo nada, pero lo vi sacar las galletas que le había dado temprano y se comió una, despacio.

    De forma un poco inconsciente repasé su figura, creí que tenía el cabello más largo que hace el mes y pico que lo había visto la primera vez, pero igual estaba loca. Sus facciones eran suaves cuando estaba relajado, lo que contrastaba un poco con la imagen que guardaba de él, golpeado y con la mirada enrojecida, pero hoy en el ámbar tibio de sus ojos creí notar una cuota de ausencia y distancia. Me resultó frío a pesar de que parecía el escupitajo de un dragón y pensé que el rojo, con la cantidad suficiente de azul, se convertía en un violeta bastante oscuro y el amarillo podía convertirlo en gris, pues lo neutralizaría.

    Neutro.

    Nadir.

    Me levanté, le indiqué la puerta con un movimiento de cabeza y salimos de la clase. Siguió comiendo en el trayecto a los casilleros, sin hablar, y antes de que cruzáramos el umbral de la puerta tiró la basura en uno de los tachos. El silencio se sostuvo hasta la estación, donde subimos y tuvimos que irnos de pie de nuevo, me extrañó que no trajera los cascos puestos, en vistas de que no hablaba no habría hecho diferencia, pero no lo asocié a nada.

    —¿Al final te quedaste dormitando en la clase? —pregunté pasado un rato.

    No me importaba mucho el silencio como tal, pero en este caso en que había aceptado de antemano viajar conmigo, sí era un poco irritante o frustrante, pero tampoco era que pudiera pedirle demasiado. Entendía que todos éramos distintos, que algunos requerían de mucho más silencio que otros y aunque yo también lo necesitaba, me daba cuenta de que no era tanto como el que parecía necesitar este chico.

    —Salí a tomar sol, puede que haya sido demasiado —contestó con los ojos puestos en el vidrio y yo observé su perfil, reparé en los mismos detalles de antes—. ¿Pudiste hablar con Craig o Paimon?

    Fue un desliz, no creí que él mismo lo notara, pero su voz tropezó hacia algo parecido a la molestia y tampoco pude asociarlo a algo en particular, misma razón por la que solo lo ignoré. Tomé aire, me encogí de hombros y no contesté de inmediato para regular mi preocupación antes de hablar. Pensaba en el asunto, luego lo olvidaba y lo recordaba de repente.

    Había pasado algo parecido con él, cuando lo del golpe en la cara, como nunca me respondió más y yo no le escribí de nuevo la preocupación había titilado. Lo hizo hasta que lo encontré en esta escuela y entonces todo se desordenó.

    —Le envié unos mensajes a Pai, no es que vaya a contestarme igual. A Sui no le escribí en realidad, me dio vergüenza, me sigue pareciendo reservado a pesar de lo amable. Tal vez por eso sean amigos.

    No reaccionó de forma visible, ni siquiera creí que me hubiese llevado el apunte y me quedó la duda de por qué había preguntado entonces. Daba lo mismo, tenía más dudas de las que podría responderme y más me valía entenderlo. Cayden contestaba lo que quería y lo que no te lo recordaba. Era bastante delgado, incluso para su estatura, pero pillaba muchísimo impulso al arrojar la mordida para compensar la fuerza física de la que carecía, suficiente para que se escuchara el golpe de los dientes y le temblara la quijada.

    Era su derecho, pero quizás era algo exagerado.

    Y aún así no quería que el mordisco me alcanzara.

    —¿Y tu receso? —preguntó algunos segundos más tarde.

    Había sacado el móvil y se puso a scrollear por Instagram sin volumen. Solo lo vi pasar y pasar vídeos, como si pretendiera distraerse, quería decir, como si necesitara de más de una cosa para lograrlo. Lucía tranquilo, pero desconectado y me pregunté si en verdad el sol le había sentado tan mal en cuyo caso debió ir a la enfermería en vez de hacerse el tonto.

    No dije nada de todas formas, por los condenados límites, y seguí el curso que estaba marcando. Era más fácil así, ya me había quedado claro, todo lo que cambiara el ritmo que establecía lo cancelaba.

    —¿El mío? Estuve en el patio norte, llegó Sóloviov y conversamos un poco.

    —¿Sobre? —preguntó luego de guardar el móvil.

    —La existencia del punto más alto implica que hay un punto más bajo —comencé en voz baja, me distraje en mi propio reflejo en el vidrio—. La paz existe porque el caos también y el amor suaviza los bordes porque también tiene colmillos, es amable y cruel.

    Do you like fairy tales?

    La pregunta fue repentina e inconexa.

    I do.

    —También me gustan, aunque puede que la fantasía medieval sea más acertada que los cuentos de hadas que nos leían de pequeños. La gente sangra, los monstruos ganan y no hay princesas en apuros, porque todo el puto mundo está tratando de sobrevivir. Tampoco hay príncipes —sentenció de repente, fue pesado y sonó resignado. No lo sabía, la guillotina que le habían dejado caer encima, pero sus palabras tuvieron una potencia similar. De haber tenido más contexto habría sentido toda la conversación como una bofetada—. Ni caballeros que valgan, solo hechiceros, torres y cuevas. El amor tiene colmillos, dices, es el anhelo quien los afila. Si no esperas nada, ¿por qué necesitarías dientes para empezar? No hay nada que masticar después de todo.

    Cénit.

    ¿Cuál es la de verdad?

    Nadir.

    Puede que ambas.

    —El otro día dijiste que no pedía-

    —Que no necesitaba colmillos, en resumen. Era mentira. —Sus ojos me encontraron por fin en el cristal frente a nosotros e incluso en el reflejo del vidrio la mirada fue terriblemente intensa, como una flecha ígnea apuntando directo entre las cejas—. Por supuesto que es mentira. ¿Y tú, Lana? ¿Necesitas colmillos?

    —¿Qué si pido algo dices? —Saberme en la mira de su arco me puso nerviosa, no sabía qué esperar, pero el potencial disparo fue.. angustiante—. No.

    —¿Mientes?

    Podían llamarme loca, pero entonces me dio la sensación de que estaba furioso, el ámbar había repiqueteado como la leña en una fogata, las brasas quisieron alcanzarme y estuve a muy poco de dar un paso al costado para poner distancia entre nosotros. Su tono se mantenía sereno luego de haber fluctuado antes, al preguntar por Paimon y Suiren, su cuerpo no parecía tenso, pero lo puntual de sus preguntas no se parecía a la versión de sí del viernes. Solo era similar a su reacción a mi pregunta final, la de qué dirían sus amigos, y no pude asociarla a nada que tuviera que ver conmigo. No creía que nada en el ambiente lo hubiese detonado.

    ¿Por qué estaba mordiendo de nuevo?

    Cuando lo dejé en la clase parecía tranquilo, tan tranquilo como se le podía pedir a Cayden según iba viendo, y cuando las clases empezaron lo noté dormitando cuando no estaba traqueteando la pierna, pero solo eso. No lo conocía lo suficiente para poder ver más allá de una posible preocupación, como yo misma tenía una, mientras el pobre desgraciado había recibido veneno directo al pecho y estaba intentando mantenerse entero. Estaba aquí tratando de encontrarle lógica a lo que sentía y por eso hacía estas preguntas.

    No se sentía capaz de acudir a su espejo.

    —Tal vez —arriesgué, dudosa—. Quiero pensar que puedo ser sincera respecto a eso cuando sea necesario, pero si lo que preguntas es… Dios, Cay, no me hagas tener esta conversación. Ni siquiera estoy segura de nada.

    La vergüenza que me bañó fue inmensa, evadí su mirada y sentí calor en el rostro, pero fingí demencia. Él suspiró lo bastante fuerte para que lo escuchara y luego murmuró una disculpa, lo siguiente se diluyó con una de las paradas del tren y el flujo de personas, solo me di cuenta al sentir el peso de su cabeza en mi hombro, lo había encontrado con su frente.

    Me tensé, pues avanzaba y retrocedía, pero ahora había metido el cuerpo en la trampa de lazo, pero el mecanismo no se accionó. El lazo nunca apretó y no lo separó del suelo, así que permanecimos estáticos, congelados algunos segundos.

    I wasn't talking about that —murmuró, escucharlo tan cerca me hizo consciente de que tal vez sí sonaba diferente—. No tienes que contestarme nada que no quieras.

    Respiré con pesadez, no dije nada y lo dejé estar, él no se movió, pero tampoco habló más. Fue hasta que sentí que el bochorno se me pasaba que giré el rostro, choqué con su mata de pelo y aunque dudé lo que me pareció una eternidad, ladeé la cabeza hasta que mi mejilla encontró su cabello y cerré los ojos. Primero se tensó, luego se relajó a conciencia y se mantuvo donde estaba.

    La postura debía ser incómoda que daba gusto, pero nos quedamos así y me pareció algo más orgánico que el silencio y la conversación críptica de hace un momento. Algo no estaba en orden, pero Cayden no iría a decírmelo y yo no se lo preguntaría, pues sus límites apestaban a madera quemada ya de por sí. No había mucho que hacer por el que no abría las puertas.

    A pesar de ello, recordé la música del otro día, así que escarbé en la memoria hasta que alcancé otra canción y muy bajo empecé a cantarla desde la primera estrofa que pude recordar. Juré que Cayden había dejado de respirar un instante, sentí que acomodó un poco la postura y giré el rostro, los rizos me hicieron cosquillas en la nariz, pero hundí allí la cara y le dejé un beso en la cabeza, uno solo, antes de retomar mi canción. Fue la única ruptura que me permití y él no reaccionó.

    I want to kindle a love that never age

    even when all the years crave lines into your face.

    Tell me I will be surprised

    when I think I memorized

    every touch and every thought.

    I want you to prove me wrong.

    Se desperezó de mí entonces, cuando estiré las últimas notas, y regresó la vista al frente. Lo vi llevarse la mano al rostro y enjuagarse los ojos con algo de fuerza, en lo que me pareció un intento por hacer retroceder una sensación. El cliché de que el silencio era ruidoso aplicaba con demasiada fuerza, pues incluso cuando no decía una palabra tenía la sensación de que había cosas rebotando a su alrededor y dentro de él. El repicar del choque me alcanzaba, pero el sonido se dispersaba demasiado como para otorgarle un orden que me permitiera leerlo, era un esfuerzo desperdiciado.

    A pesar de eso, del choque interno, después de haberse enjuagado los ojos pudo mirarme y me pareció que reconectó con la parte más centrada de sí. Me dedicó una sonrisa, no fue muy amplia, pero pudo imprimirle la calidez suficiente al gesto para que no luciera tan lejano y lo reflejé en un intento por tranquilizarlo, pues también creí leer una disculpa en ella. El resto del viaje lo hicimos en una mezcla de silencio y preguntas simples, hasta que terminamos hablando sobre películas y me contó sobre una que había visto con su familia y resultó malísima. Creí percibir que volvía a conectar con otras partes de sí de vez en cuando, pero antes de bajar en la estación y despedirnos salió del lazo de la trampa de nuevo, incluso si no se había accionado desde el principio.

    Regresó a la cueva que habitaba, como si nunca hubiese existido.

    .
    .


    I’d die in my sleep
    to live in your arms
    and I’d stay trapped in this dream.
    Don’t ring the alarm,
    I’d die in my sleep.

    .
    It’s a curse,
    intrusive thoughts got me nose diving.
    When it’s going well I hear sirens
    and I’m in the hearse.
    .
    If I wake up
    will you be gone?
    There’s nowhere to hide,
    I’m lost and I’m scared.

    .
    .

    The Three of Swords


    ¿Por qué no tuve la decencia de rechazarla? Me lo pregunté un instante luego de haberle soltado lo de los cuentos de hadas y después, cuando admití que sí necesitaba dientes y que yo al decirle que no pedía amor había mentido. Fue una confesión al aire, fue allí donde dejé caer la cabeza que Arata había guillotinado y regresé, de lleno, a lo que llevaba pensando ya días. Desde que el imbécil de Liam me amenazó, el día del evento de Anna y Ferrari, al buscar de nuevo a Reaper, confesarme en casa y hablar con Shimizu en el Hibiya. Cuando arrastré a Ko, hablé con Melinda, con Morgan, luego con Ilana y Yuzu, la parada final fue la pregunta de hoy a Arata, abstracta, y la respuesta me la di yo mismo cuando lo interrumpí al entender con quién me mandaría a hablar.

    No podía hacerlo, no tenía sentido.

    Llevaba demasiados días dándole vueltas. Suficientes para que Shimizu notara la fractura y encajara un filo en ella, pues era un experto en eso. Estaba lleno de resentimiento e ira, había sido siempre así, por eso cuando enfurecía arrojaba golpes que parecían azarosos, pero buscaban hacer el mayor daño posible, tanto como pudiera en una fracción de tiempo diminuta. Tenía el don, horrible, de meter el cuerpo en una grieta e inyectar el veneno directo al corazón y el cerebro.

    Por eso, de hecho, todas las relaciones que Arata formaba eran así. Me quería, me ayudaba de tanto en tanto, pero tarde o temprano me lastimaba y tal vez era mi culpa también por ser tan frágil de corazón, por esperar cosas de él a pesar de conocerlo. Shimizu me leyó, sacó lo que valía y atacó sin pensar en nada más, sin recordar siquiera quién era yo y los años que nos unían.

    Aquí sangra, pretendió decir al hundir el dedo en la herida.

    Es aquí donde va a doler, ¿no es así?

    Pues que duela el doble, por lo que nos hiciste.

    Arata amaba a Sasha y yo no había hecho nada.

    Me despedí de Ilana en la estación, tomé la línea de Shinjuku y quise dejar de pensar, Dios mío, quise que mi cabeza guardara silencio, pero no fue posible. Odiaba el poco control que percibía sobre mi propia voz dentro de las paredes de mi cueva, la manera en que rebotaba y volvía, perdiendo la forma en cada choque. La confusión me hacía olvidar lo que importaba e incluso cuál era el reflejo bueno, el que valía, y perdía ese fragmento de mí que quería reconocer.

    Por eso el ruido era capaz de enloquecer.

    Di vueltas como imbécil en lo que habría visto Arata para soltarme eso, no había que ser un genio para saber que había ocurrido a los ojos de todo Dios por evidentes razones, y tuve que lidiar con verdades que seguía negando, por miedo y nada más, tuve que hacerlo. Al quedarme allí atascado diciéndome a mí mismo que no tenía sentido, que no quería sentir eso ni arruinar nada porque fue a lo que accedí desde el principio, fue que el corte empezó a doler de verdad. Me punzó el pecho, donde a fin de cuentas tenía un cuchillo encajado más allá del corte de la guillotina en el cuello, y no dejó espacio a nada más. Una mano invisible me empujó el filo dentro del pecho hasta que el corazón chocó con la empuñadura ajena y algo se rasgó.

    Me enjuagué los ojos de nuevo en un intento por hacer retroceder el ardor, pero ahora que ya no debía contenerme por Ilana no sirvió de mucho y aprovechando que en el segundo viaje en tren sí había pillado un asiento, usé la mochila que traía en el regazo para escudarme, la atraje a mi cuerpo y zambullí la cabeza allí. Tuve que hacer un esfuerzo titánico para no terminar llorando a lágrima viva como un mocoso, en consecuencia el llanto que me permití fue silencioso, se perdió en la tela y aún así me humedeció el rostro. Odiaba esta mierda, admitir que algo hacía daño.

    No quería ser un animal herido.

    Por ello en vez de aliviarme me enfureció y pensé que no habría tenido que comerme un golpe dado por venganza si, para empezar, el idiota de Wickham no estuviera fastidiando a Sasha, pero también si yo le hubiese quitado al imbécil de encima y le hubiese hablado a Shimizu. El que no hablaba era tan culpable como el que cometía la injusticia. Para el caso daba igual, me había convertido en daño colateral.

    Eso también era mentira, ¿no?

    Habría pasado de todas formas, lo sabía.

    Procuré calmarme antes de tener que bajar del tren, al menos lo intenté y me limpié el rostro cuando lo despegué de la mochila para bajar del vagón. Caminé a casa tratando de sacarme de la espiral sin éxito alguno y al entrar me anuncié por default, pero mamá debía seguir en el instituto de investigación y no llegaría hasta más tarde, lo que era un alivio si debía ser sincero. No me creía en la capacidad de enfrentar los ojos de nadie ahora mismo.

    Arrojé la mochila a un lado, también los zapatos y estaba por subir a mi habitación, pero se me atravesaron los recuerdos del lunes pasado y no pude. No pude, porque no quería pensar, ya no quería pensar en lo que no me pertenecía en lo absoluto.

    En el ave que dejaba volar porque enjaularla era un pecado.

    Estaba cansado y ya había derrapado, ¿y qué si creaba una jaula? ¿Y qué si el metal limitaba y reducía? No importaba mientras no la usara en otras personas, pero podría encerrarme a mí mismo y pretender que mis ideas… No, que mis emociones nunca se habían desviado. Podría retroceder, levantar el desastre y luego volver a salir.

    Ya conocía el sistema.

    Lo conocía desde que tenía uso de razón.

    Terminé acostado en el sofá con Nyx durmiendo entre mis piernas y el sueño que me alcanzó fue de agotamiento o directamente un pedido de shotdown, no me interesó lo suficiente. Cuando desperté sentí el dolor atravesarme la cabeza, no demasiado intenso, pero sí insistente; tardé un poco en darme cuenta de que mamá me había echado una manta en las piernas aunque ni la escuché llegar y cuando me oyó levantado me ofreció de cenar, acepté aunque no me apetecía y entonces sí subí. Me cambié, arrojé el uniforme a la cama y saqué las cobijas del armario para golpear el fondo doble, sacar la hierba y el teléfono que había reemplazado el que me habían quitado en el Shimizudani.

    Les había pasado el nuevo número a los regulares, pero llevaba haciéndome el tonto ya un tiempo, hasta se había apagado el trasto que tuve que poner a cargar solo para leer una sarta de mensajes de Katrina y Mason, quedé con cada uno por separado y le avisé a mi madre que saldría un rato. El proceso era idéntico todas las veces, ¿no?

    Una mente ocupada no podía pensar.

    No había que darle tiempo, bastaba con seguir la checklist.

    Fui a la habitación de mamá para despedirme, porque al menos esa decencia guardaba, y me miró cuando llegué, me observó suficiente tiempo para hacerme sentir incómodo y di un paso en reversa para irme, pero ella habló antes de darme tiempo a esfumarme. Otro paso se me quedó congelado.

    No tenía forma de saberlo, de asumirlo o aceptarlo, pero que mamá hablara cuando en otro momento me hubiese dado mi espacio era una señal. No tanto de la gravedad del asunto en sí mismo, que objetivamente no era el fin del mundo, sino de la verdad que trataba de borrar una y otra y otra vez, como un porfiado.

    No era la primera vez que me veía esta cara.

    —Cay. —Me llamó luego de pausar la serie que estaba mirando y me quedé quieto—. Si hay algo de lo que quieras hablar puedes decírmelo, a mí o a tus tíos. No lo olvides.

    —Lo sé.

    —Lo que sea, de verd-

    —¿Por qué amabas a Liam? —escupí de repente, su falta de respuesta me dejó clara su confusión.

    Busqué sus ojos, lucía entre dolida y resignada, y la vi bajar la vista a sus manos donde sostenía el mando del televisor. Jugó con él unos segundos, pensativa, hasta que me pareció que sintió la capacidad de responder y alzó la vista, el azul de su mirada me atravesó y traté de levantar una pared. Intenté, como tantas otras veces, que no viera más allá, pero era mi madre. Me conocía incluso si yo no hablaba.

    —Tu padr-

    He's not a father.

    Otro mordisco.

    —Liam —corrigió entonces, sin reaccionar—, fue uno de los primeros amigos que hice al estudiar aquí, no tenía muchos. Estudiaba, trabajaba, me quemaba las pestañas y de vuelta al principio, él fue mi compañero por años y amaba eso, su presencia, incluso si era callado, reservado y excéntrico. Sé que él me amaba también, habían gestos que hablaban más que lo que él podía hacerlo y confiaba en que podía ser así siempre, era una distancia con la que creí poder vivir y resultó que no. A pesar de todo, guardo en la memoria con gran cariño cuando me acompañaba a estudiar, me preparaba la cena o me esperaba fuera de los laboratorios, también cuando íbamos al cine o al teatro. Guardo con el mismo afecto el día de nuestra boda.

    —Tu compañero ya no está aquí —advertí, sonó brusco, pero a mí se me aguaron los ojos.

    Ya no está.

    ¿Me pasará lo mismo?

    Mamá suspiró de forma audible, vi que sacó las piernas de la cama y al notar su intención retrocedí más, ella comprendió el límite, así que se quedó allí de pie, mirándome. Esquivé sus ojos, pero juré que podía escucharla pensar y cuando habló no pude conferirle poder a su voz, una llamarada consumió su sonido en un intento por conservarme de una pieza. Dijo algo, sí, pero yo giré sobre mí mismo, avisé que volvía más tarde y la dejé hablando sola porque no quería más recordatorios de lo que me empeñaba en negar ni nada remotamente parecido.

    La noche de verano me recibió y empecé a cumplir con mis tareas. Cerré el negocio con Akaisa rápido, en el Hibiya, porque no quería darle material para que me jodiera y con Mason quemé algo de tiempo en otro parque, el idiota era bastante llevadero en general, así que roté un porro en una mezcla de caridad y ganas de quemar algo nada más. El humo blanquecino me aflojó el cuerpo, consumió los ecos restantes que incluso ocupado se negaban a dejarme la cabeza y respiré distinto apenas me percibí libre de las cadenas mentales. Me despedí de Mason un rato después.

    Con eso terminado fui al pub del viejo en Shinjuku, me metí como si fuese mi puta casa y tomé asiento en la barra luego de pedirme una cerveza. Escuchaba las conversaciones de los demás, las risas y el eco de la música por los altavoces, era día de semana, venía la gente luego del trabajo o los retirados nostálgicos, yo no pertenecía a ninguna de las dos categorías, pero aquí estaba.

    No supe cuánto tiempo pasó en realidad, pero sí que fue un par de cervezas más tarde cuando una silueta se materializó junto a mí. Nadie le prestó atención, pero yo lo reconocí incluso antes de que me hablara.

    —Pregunta el jefe si necesitas algo —dijo Mad Wolf al sentarse en el banco a mi lado.

    Not at all —contesté bajándome un trago de cerveza—. ¿Y tú? ¿Necesitas algo, Mad Wolf?

    Not at all —repitió, le pusieron un whiskey delante y el tipo bebió antes de hablar de nuevo—. Nozomu.

    —¿Ah?

    The name, lad.

    Medio giré el resto, detecté en él los rasgos japoneses diluidos en otra cosa y supuse que era nacido aquí, pero sin dudas el inglés le salía más natural. El tipo tenía una cara de mala hostia que era de película, pero si se sentaba a la derecha de Liam suponía que no era pura fuerza bruta o mal genio. En realidad sabía que no lo era, aunque el tipo sí estaba entrenado como un perro.

    —Tienes más cara de lobo enojado igual, no importa mucho.

    —Es día de semana, chico —dijo regresando al japonés, su pronunciación era medio extraña—. Tu viejo me encarga el cuidado de tu familia, así que te invito a una más y vas tirando.

    —Como si al viejo hijo de puta le importaran estas mierdas —repliqué, ácido, porque tal vez solo tenía ganas de pelearme con alguien y ya—. Que se limite a hacer lo de siempre y deje de darme consejos y fingir ser algo que nunca ha sido de por sí.

    Suspiró, hastiado de mi impertinencia, pero sabía que no podía ponerse a pelear conmigo ni le apetecía porque me le parecía demasiado a Reaper, así que me pidió la otra cerveza y se acabó su trago. Al dejar el vaso contra la barra se aclaró la garganta, se deslizó fuera del banco y antes de echar a andar soltó una frase que se quedó suspendida en el espacio, entre las voces y la música.

    —Tienes la misma cara que tenía tu padre hace quince años, así que suerte, Kinryū.

    El apodo me supo amargo, pero lo disimulé y no le contesté nada, así que el tipo simplemente se fue, negándose a discutir con un mocoso que ni siquiera era suyo. Bebí algo más antes de abandonar el pub y para cuando entré a casa iba a dar la una de la madrugada, se suponía que fuera a la escuela mañana y tuviéramos la entrevista cuando menos me apetecía. El apilado de cosas seguía y seguía sumando piezas, desestabilizando la estructura.

    Al llegar todavía no pude desconectar, ni el alcohol ayudó, así que acabé encendiendo el televisor para poner una serie que había dejado a medias a principio de año. Fue otro rato más tarde, al revisar el móvil bueno, que vi los mensajes de Verónica. Le contesté sin ser consciente de la hora, luego me cagué en mis muertos por idiota y me quedé mirando el chat unos segundos luego de pedirle perdón.

    Mentía y mentía sin parar.

    Zambullí el teléfono bajo la almohada, apagué la tele y los gatos se arrastraron para acomodarse en mi rincón al percibir la oscuridad. Cinis se me acomodó cerca del abdomen y Nyx, que se aprovechaba de ser más pequeña, se coló entre mis brazos.

    Los cortes que tenía en el cuerpo siguieron doliendo y quizás era así como tenía que ser.
     
    • Sad Sad x 1
  18. Threadmarks: LVI. The Ace of Swords
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
    Miembro desde:
    27 Agosto 2011
    Mensajes:
    10,583
    Pluma de

    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    56
     
    Palabras:
    6385
    LET'S GOOOO

    Se cayó el foro, quedé sola con mis pensamientos y luego sin computadora (?) así que ahora que ya tengo a mi pobre armatoste de regreso, se viene el fic que tenía archivado. La primera parte es algo que quería narrar hace tiempo, la segunda una cosa que quería desarrollar desde que publiqué el AU ambientado en 2026 y al final la muerte de Ryouta me siguió guiando hacia este desenlace. Bless this mess.

    Ultra super F por Arata, porque no conoce un (1) segundo de paz eso sí. Los eventos son canon para el día anterior (2 de julio) y también para julio del año anterior.

    Me costó mucho elegir una canción, porque ocupaba como cierta cuota de intensidad sin que sonara como idk BMTH o Bad Omens, así que acabé volviendo luego de un rato a mis raíces aka Badflower, me acuerdo que este álbum luego de I'm Sick was a flop JAJAJAJ esperaba más, esperaba más, pero hubo un par de canciones que sí me gustaron, esta incluida. Josh the man that u are *llora*

    Cambié el orden de unas estrofas, solo para poder poner al final pues las que puse (?)




    Don't let me destroy me.
    Don't hurt me more than I hurt myself
    just scold me, console me, control me.
    I could use some help
    but don't hate me, I'm sad enough.

    .
    Would you hate me then?
    I got all the tattoos and piercings,
    same as him, there's nothing missing.

    .
    This never-ending obsession to kill our own reflection.
    Depression makes no exceptions, except the rich and sexy.
    My delusion is better than facing the truth about me.
    I can see that you're angry, but don't hate me.

    .
    Can you ever forgive me?
    I sound just like him, listen.


    LVI
    [​IMG]
    The Ace of Swords
    . CHAOTIC . UNCLEAR . CONFUSING .


    | Arata Shimizu |
    *

    *

    *

    Julio, 2019


    Sonnen regresó el porro que le había pasado con movimientos perezosos, retuvo el humo unos segundos y finalmente liberó la nube blanquecina cuando yo mismo me estaba llenando los pulmones. El mocoso todavía tenía dieciséis años, pero ya me superaba en altura. Entonces me di cuenta que Altan era un puto armario empotrado, era posible que pegara el metro con ochenta y pico en un par de años. Fumaba tabaco desde que lo conocía y con la hierba había empezado conmigo.

    Teníamos un año y algo de conocernos, juntándonos para pura mierda. Para ese momento todavía iba un curso por encima de él, como se suponía, pero ya la vida estaba empeñada en retrasarme. No creía lograr mucho más en este momento y estaba resignado, lo estaba porque me sentía agotado. Era el cansancio que había sentido antes de que Yako me reclutara, uno tan inmenso que me hacía olvidar dónde empezaba y terminaba el mundo, porque de por sí no tenía más opción que seguir sobreviviendo.

    El año anterior este imbécil se había echado la vida haciendo el vago, sacando notas que apenas alcanzaban el promedio y haciéndoles favores de diseño a los clubes con tal de que le dieran algo de pasta o le debieran algo, lo que fuese. Todo lo hacía con una pereza inmensa, pero se notaba que no le costaba, no recordaba haberlo visto en clases de recuperación una sola vez ni estudiando. Solo existía mientras yo en primero había tenido que quemarme las pestañas para, más o menos, sostener la beca que mamá había batallado para que me dieran por nuestra condición socioeconómica.

    Era una mierda, en esta escuela todos me veían como si fuese un apestado.

    Porque lo era.

    —¿No deberías estar en clase, Shimizu? —preguntó mientras echaba la cabeza contra la reja de la azotea—. Estudiando para exámenes de ingreso y esas mierdas.

    Exámenes de ingreso.

    Como si yo pudiera permitirme seguir estudiando.

    Hoy en la madrugada me habían llamado de la tienda de conveniencia de veinticuatro horas en la que trabaja mi madre, un cliente la había encontrado descompensada sobre el mostrador y tuvo que llamar a emergencias. Cuando la estabilizaron se negó a que la llevaran al hospital, pues tenía niños que cuidar, pero los paramédicos solo se fueron cuando accedió a que me llamaran. Eran las dos de la madrugada y la llamada me sacó de la vigilia en la que dormía siempre, haciendo que aflojara la mandíbula a conciencia. Iba a joderme los dientes de aquí a los treinta años.

    Tuve que salir pitando y, por mucho que no hubiera querido hacerlo, llamé a Yuzu para que me consiguiera un coche para ir por mamá y traerla a casa. Acabó apareciendo ella misma conduciendo un auto prestado, pudimos meter a mi madre en el asiento de atrás y volvimos a la casa. Ya allí la llevé a su habitación, Yuzu se ofreció a revisarla, preparar algo de comida para la mañana y todo lo que yo no sabía hacer muy bien. Era un desastre, porque era la mejor hermana que conocía, una amiga excelente y una hija ejemplar, pero estaba metida con la mierda hasta el cuello en Minato. Su amor y bondad prevalecían, pero a veces deseaba que solo pudiese ser una chica.

    Que se limitara a tener veinte años.

    Se había privado de ello por sostener el apellido de su padre.

    Su veredicto fue que el estrés había acabado por derribarla, tenía los músculos tensos, una fiebre de puta madre y signos claros de conductas compulsivas. Solo en ese momento entendí que a mamá no se le caía el pelo, que ella se lo arrancaba sin darse cuenta y por eso tenía los espacios vacíos entre el cabello. Mantener a tres hijos sola no era sencillo, jamás lo había sido, se estaba consumiendo viva y aún así resistía. Puede que mamá se viera frágil, pero era porque lo que soportaba no era poca cosa. Nunca lo había sido.

    Yuzu dijo que su cuerpo podía volver a funcionar en unos días, pero las secuelas del colapso podían extenderse por meses. Mamá sabía que yo le daba dinero cada semana, pero a veces los negocios eran difíciles y ese mes en particular no había logrado la gran cosa, por eso ella había estado tomando horas extra mientras yo escarbaba pasta de debajo de las piedras. Batallábamos contra un mundo que nos deseaba muertos, por ello a veces solo colapsábamos, caíamos y levantarnos parecía casi imposible.

    —No voy a la universidad —respondí a la pregunta de Altan sin ninguna clase de anestesia.

    —¿No? —preguntó como si de verdad lo sorprendiera—. Dicen que los idiomas no se te dan tan mal. Inglés y un día te vi pescando algunas palabras de un diccionario de español de la biblioteca, mientras fingías ayudar a ordenar.

    El cuervo de hecho tenía razón, puede que me hubiese acostumbrado al inglés desde que a Cayden se le aflojó esa sección del cerebro, luego en este instituto nos metían inglés hasta por las orejas y en sí en Internet se veía bastante. No lo tenía internalizado tantísimo, pero sí notaba que no me costaba como a algunos de los demás y cuando encontré el diccionario de español, que de hecho era de español a inglés acabé ojeándolo más por curiosidad que por otra cosa, pero terminé entendiendo alguna que otra palabra.

    Suspiré casi con pereza, cansado, y no respondí nada de inmediato. Me limité a echar la cabeza en la reja también, mirar el cielo y darle vueltas a las cosas en la mente. No tenía opciones, no se me daban oportunidades y cuando las tenía algo más aparecía para derribarlo todo; no podía dejar a mamá llevando la casa sola mientras yo usaba casi todo mi tiempo en estudiar, era imposible, acabaría muerta antes de los cincuenta años.

    —¿Qué más te da, Sonnen? No seas metiche.

    La relación que mantenía con Altan estaba sostenida únicamente por conveniencia, el crío era extraño, reservado y a la vez iracundo. Usaba el miedo para que otras personas pusieran dinero para comprar alcohol, tabaco o para rascar hierba cuando a él nunca le faltaba un mísero yen, nunca, pero era un acaparador. Administraba sus recursos como quería y usaba a las personas a conveniencia. Para ese momento mantenía su amistad con Vólkov en segundo plano, yo no sabía que la cría existía y tampoco sabía que no hace mucho había terminado su lío con Kurosawa, ni siquiera sabía que la conocía.

    El mundo era un puto pañuelo.

    En su defecto, Altan y yo no hablábamos de una sola mierda importante. Nuestra relación e intercambio solo se prestaba para estupideces, bebíamos, fumábamos y nos limitábamos a habitar el mismo espacio, cuando en otras condiciones jamás nos hubiésemos juntado. Sonnen había nacido sin una sola necesidad en el mundo, con todo en sus manos y yo… Era un paria.

    Moriría como tal.

    No podía esperar nada diferente.
    .
    .
    .
    .
    .

    2 de julio, 2020


    Todo era una cagada, ¿cierto? Una inmensa, por mucho que el asunto visto desde fuera pudiera verse desproporcionado, al final habían dos verdades que no podíamos negar. La primera, que Cayden había visto a Wickham molestar a Sasha y no había hecho nada, ni siquiera decírmelo a mí; la segunda que yo había elegido desquitarme usando las cosas que asumía casi con total seguridad que él seguía renegando. Ni él era un santo ni lo era yo, pero el principio básico de la guerra estaba cumpliéndose, ¿no?

    Divide y vencerás.

    Una cosa era que me hubiese dicho la vez anterior que ya no haría negocios para mí, otra muy distinta que me soltara que no le dirigiera la palabra. Si había algo que Cayden apreciaba en la vida eran los límites claros, nítidos, saber quiénes entraban a su espacio, a quiénes les permitía permanecer con él fuese con o sin contacto, pero cuando había que establecer un tope no le gustaba echar atrás, ni siquiera lo pensaba mucho. Rebobinar la cinta hasta que tuviera ganas de escucharme otra vez iba a costar un huevo y medio, pero no estaba seguro de poder hacerlo para empezar. Incluso si reconocía mi pecado, también estaba molesto con él, eso no podía ignorarlo y reconocía mi derecho a estar enojado.

    Sabía y entendía lo importante que era Sasha.

    La conversación con Kohaku me había dejado algo más liviano, de ahí me creí en la capacidad de comenzar a ordenar el resto de mi vida una vez más pues necesitaba dinero, siquiera algo parecido a la estabilidad, porque no podía dejar que la muerte de Ryouta siguiera jodiéndolo todo. Por eso luego de la escuela había decidido ir a Minato, al dot&blue, para hablar personalmente con el gerente de una vez por todas, fuese que me echaran o lo que tuviera que pasar.

    Al aparecer por la puerta una de las meseras me abrió, así que las luces celestes del bar me recibieron, junto al olor del desodorante ambiental que usaban. Apenas estaban comenzando a preparar el local para la noche y llamé la atención de otro de los meseros para no molestar a la chica, que me reconoció y señaló el fondo del local con un movimiento de cabeza, entendiendo de inmediato con quién buscaba hablar. Me di cuenta que no estaban cómodos, fue verme y que a los presentes les cayera la ansiedad encima, lo que era normal porque en mi borrachera no debía haber tratado muy bien a ninguno.

    De todas formas navegué el lugar, entré por el pasillo que llevaba a la cocina, al baño de los empleados y a los casilleros. Al puro final del pasillo también estaba la oficina del gerente, que sabía no era el dueño del bar como tal. Su oficina se ocultaba detrás de una puerta sencilla de madera, blanca, que no resaltaba en lo más mínimo. Al tocarla recibí permiso para entrar al que era un espacio pequeño, pero ordenado y decorado con pinturas colgando de las paredes. Al centro estaba el escritorio, de madera clara, y un par de sillas algo viejas.

    Unigwe me recibió, era un tipo de piel oscura y cabello rizadísimo que solía llevar atado en un moño o trenzado en algunas partes, pegado al cráneo asimilando un rapado, tenía las puntas decoloradas. Era un nigeriano que se había movido de Minato a aquí hace años, también con ayuda de Yuzu, me di cuenta pronto, cuando el tipo descubrió el tatuaje de perro salvaje que llevaba en el brazo. Tenía como treinta y cinco años, era por lo general serio, excepto cuando trataba con los clientes, sus facciones eran algo duras, y el tatuaje lineal que le asomaba por los costados del cuello no ayudaba, pero era buen tipo. Racional por lo menos, algo de lo que no podía presumir yo mismo.

    Me miró de arriba a abajo, sus ojos reflejaron una mezcla de incredulidad y burla que no me ofendió en realidad, siquiera le di importancia. La situación con los nigerianos en Japón había sido compleja hace unos años, sabía que algunos eran apestados que habían cruzado los límites que incluso yo no quería romper, pero otros solo eran de la misma calaña que yo y habían pasado gran parte de sus vidas cagando bloques de concreto y viendo que les salían canas verdes. Muchos los habían querido muertos y por eso cuando apareció Yuzu, ofreciendo su cuidado a un montón de perros sarnosos, todos se apilaron a su alrededor.

    La reina de los perros salvajes prometía cobijo, amor y paciencia.

    Prometía salvación.

    —¿Estás limpio, Shimizu? —preguntó con calma, su voz era grave, profunda, pero no brusca.

    —Sí, señor.

    —¿Se puede saber qué pasó? Masaru no me quiso decir nada específico.

    —Emergencia familiar, no la administré bien y acabé bebiendo como descosido. Venía a trabajar porque necesito la pasta, no he podido sacar buenos negocios últimamente, pero soy consciente de que no debí hacerlo.

    Unigwe suspiró, resignado, y me indicó con un movimiento de cabeza la silla frente a su escritorio. Solo recién me di cuenta que su móvil estaba sobre la mesa, todavía desbloqueado, y parecía haber terminado una llamada hace poco aunque no alcancé a leer el número. De la manera que fuese, me senté como me indicó y esperé, porque si algo me había enseñado Yako era respetar ciertas jerarquías con rigurosidad. Era importante para la supervivencia.

    —Trabajas bien, Shimizu, eso te lo reconozco —dijo pasados segundos—. Cumples con las tareas, no haces preguntas de más y te adaptas a los clientes, sabes leer bien a las personas. Masaru le dijo al jefe que estarías aquí por tres meses, mínimo, pero me da la sensación de que quieres quedarte más tiempo…

    —La paga es buena y usted me ha tratado bien. Lo de hace unos días fue un desliz, nada más que eso, puede preguntarle a Masaru u a otras personas del Triángulo con las que haya tenido contacto, no consumo de esa manera prácticamente nunca —expliqué porque era verdad, las veces en que había terminado así de alcoholizado y drogado se contaban con los dedos de una mano—. Descuidar mis responsabilidades por irme a beber o consumir no es algo por lo que me caracterice, tengo una familia que cuidar.

    El hombre guardó silencio, frunció el ceño y me pareció que analizaba mi explicación durante un rato. Su teléfono se bloqueó, me alcanzó algo de ruido del bar, de los meseros y otros encargándose de los detalles, y comencé a asumir que Unigwe solo me mandaría al carajo y le diría a Yuzu que no aceptaría gente un tiempo o lo que sea que tuviera que decirle. Fue un error pensar que estas personas, el jefe y el gerente, no quisieran conservar a alguien de confianza para los encargos que ya de por sí hacía. Preferían siempre mantener las cosas entre unas pocas personas, algo que era tan básico como saber contar.

    Lo vi enjugarse los ojos, la pantalla del móvil se iluminó y leyó algunos mensajes en las notificaciones. Lo que sea que hubiese estado haciendo antes parecía controlar la duda que ahora mostraba, pensó y pensó hasta que respiró con pesadez, se llenó el pecho y luego exhaló, lento. Sus ojos volvieron a mí entonces, habiendo finalizado con su proceso de descarte.

    —Haremos una prueba en los próximos días, Shimizu —comenzó y mantuvimos el contacto visual—. Tú y yo. El jefe ha concretado la compra de licor extra que vamos a distribuir en ciertos… establecimientos de los barrios especiales, algunos lugares de Bunkyō, Taitō y una ubicación en Toshima.

    —¿Pero cuánto compró el viejo para hacer todo ese trabajo de distribución de alcohol?

    —Eso no debería importarnos a ninguno de los dos, somos mensajeros. Conozco tu historia, Capitán, como tantos otros, los chacales de Yako eran todos muy jóvenes e increíblemente eficaces —reflexionó en algo que sonaba a pensamiento en voz alta—. Capitán de una división con menos de diecisiete años y los que estaban bajo tu cuidado han sido protegidos con celo, ninguno se volvió problemático, al menos que yo sepa. Eso habla bien de ti, como seguidor y como líder.

    Mi historia no era ningún secreto de Estado en realidad, era información de acceso público en el Triángulo, a los cachorros los había mantenido en más bajo perfil porque era así como funcionaban, al ser oídos, pero mi trabajo era ser un recordatorio del poderío de Kaoru. Nos controlaba a Hikari, Shigeru y a mí, que a su vez teníamos a otros bajo nuestra sombra; creaba así una demostración efectiva de fuerza y control. Sin embargo, me debatía eso de cuidar a los que estaban bajo mi liderazgo o como quisiera llamarlo, ya me lo había debatido muchas veces.

    En todo caso, no respondí nada y dejé que el nigeriano continuara con su suerte de monólogo. Se levantó de la silla, rodeó el escritorio para acercarse a mí y apoyó las caderas en la mesa, mirándome desde arriba. Se dejó una cara de póker que parecía capaz de hacerle competencia a Altan.

    —¿Sabes manejar auto?

    —Sí, señor.

    —¿Una camioneta pequeña, de las que no se califican como tráiler?

    —¿Cómo en las que llegan algunos pedidos de suministros al bar? —Unigwe asintió con la cabeza ante mi pregunta—. No debe ser tan distinto, aprendo rápido.

    —Me acompañarás de jueves a domingo por la madrugada a hacer algunas entregas, esta semana y la siguiente. Irás como… digamos, guardaespaldas, como cuando nos ayudas a cerrar el local. Haremos las entregas en los bares, el dinero me lo entregan a mí y luego tú se lo harás llegar al jefe directamente en un punto neutral o tan neutral como sea posible. Nunca hemos tenido problemas y nuestros clientes son intermitentes, si demuestras ser confiable, harás las entregas solo en algunos días.

    —¿Masaru sabe?

    —¿De los negocios del dot&blue? Sí, pero como el contacto era de su viejo, de Shiro, ella confía en su juicio. No nos concierne a nosotros los perros salvajes ni a ti como antiguo chacal, no te preocupes. No te meterás en problemas con ella.

    Más de los que ya tenía.

    Apenas terminó de hablar estiró la mano hacia mí, su muñeca estaba envuelta por un brazalete de cuero trenzado entre los eslabones de una cadena que parecía, a mi ojo inexperto, oro; en el dedo corazón tenía un anillo dorado, grueso, con una piedra completamente negra incrustada, no que yo pudiese saberlo, pero era obsidiana. Quizás fuese un bicho de la calle, pero Unigwe vivía bien, se notaba la clase de gustos que podía permitirse.

    Tal vez algún día podría crear un espejismo como este.

    Me levanté de la silla, tomé aire y finalmente cerré el acuerdo con un apretón de manos firme. El hombre se permitió una sonrisa, estiró la mano para darme un golpe en el hombro y al pasar junto a mí para salir de la oficina, me habló una vez más.

    —Nos vemos esta noche, Honeyguide, a la hora de siempre.

    Asentí, me quedé dentro de la oficina unos segundos antes de retirarme y cerrar la puerta. Volví por le pasillo por el que había entrado, vi a Unigwe hablando con los de la cocina y me retiré del bar, sintiendo las miradas de los meseros que seguían acomodando sillas y limpiando. Salí del local, busqué la moto y pronto estuve conduciendo en dirección a Shinjuku, con una lluvia ligera cayéndome encima que no creía que fuese a significar nada para mi salud, la tormenta por fin se estaba disipando.

    El recorrido lo hice en automático y cuando quise darme cuenta estaba frente a la casa. Aparqué la motocicleta, caminé hacia la entrada luego de cerrar la cochera y fui sacudiéndome las gotas del cabello, al abrir la puerta noté que los zapatos de mis hermanos estaban allí y entonces afiné el oído. No escuché la tele encendida, así que di por sentado que Izumi estaría haciendo los deberes, ya que Sei siempre apagaba la televisión o la música para no distraerlo.

    Iba pensando en eso cuando noté al mocoso bajando por las escaleras, todavía con el uniforme puesto seguro por pereza, vi que escondía algo tras la espalda, pero me enfoqué en lo agotado que seguía viéndose. Desde que pasó lo de Ryouta se veía más cansado que nunca, el cabello de ese rubio oscuro, casi castaño, le enmarcaba el rostro pues tenía varios mechones salidos de la coleta y casi por reflejo busqué si tenía espacios sin pelo. Por suerte seguía teniendo la misma mata de cabello de toda la vida.

    —¿Podemos hablar? —preguntó más serio que perro en bote.

    —Sí, claro.

    Mi respuesta fue inmediata, pero sentí miedo, pues en esta casa todos evitábamos hablar de cosas para las que hiciera falta pedir permiso expreso, por eso que me buscara de forma tan directa me alzó las alarmas. Eran niños calmados en general, quería decir, no se metían en problemas en la escuela ni siquiera por sus notas, así que eso me recortaba muchas opciones.

    Tomé aire, pasé saliva y lo seguí cuando terminó de bajar las escaleras para comenzar a avanzar hacia la cocina, noté que lo que sea que escondía lo atrajo hacia adelante para poder seguir ocultándolo de mis ojos. Al verlo caminando noté que ya casi estaba de mi estatura, que quizás fuese a ser más alto que yo en algún momento, y por alguna razón la idea me estrujó el corazón contra las costillas. Sabía que no podía protegerlos por siempre, ¿verdad? Lo sabía, pero ahora que Sei había perdido el brillo en sus ojos de golpe, que seguramente permanecía en vigilia en vez de dormir de corrido, no sabía qué hacer.

    Me sentía abrumado y desgastado.

    Se detuvo al borde de la mesa, allí donde había me peleado con Ryouta cuando se metió en casa, allí donde si me agachaba y miraba con atención seguro todavía vería la sangre entre las grietas de la madera. El niño, luego de lo que me pareció un debate mental, depositó dos cajas blancas en la superficie, eran pastillas. De buenas a primeras ni siquiera leí lo que decían, solo las observé como un imbécil, en silencio, y sentí que la sangre me había abandonado la cabeza. Las miré y las miré hasta que leí que el paquete decía Paxil, un medicamento del que no había escuchado en mi vida.

    —Paroxetina —murmuró con los ojos pegados a las cajas—. Es un antidepresivo, lo usan para ansiedad generalizada, obsesivo compulsivo, angustia…

    Era mi hermano menor, ¿de dónde y con qué dinero había conseguido esto? Era mi hermano menor, lo había intentado proteger, ¿por qué llegaba con pastillas? Era mi hermano menor.

    Era mi hermano menor, ¿por qué?

    ¿Por qué?

    ¿Por qué no podía salvarlo?


    Parpadeé porque de repente sentí que la cabeza me daba vueltas, noté que la vista se me quiso ir a negro y apoyé las manos en el borde de la mesa; se me había secado la boca como cuando fumabas demasiada hierba, sentía la lengua convertida en una pelota de algodón. Seiichi no habló más al darse cuenta de que estaba perdiendo la pulseada y juré que lo escuché simplemente respirar, pero en él no había nervios ni nada similar, parecía tan poco interesado en el hecho de que había conseguido esto sin receta y seguro de contrabando que creí que el estómago se me volvería al revés.

    Al caer en ello alcé despacio la cabeza, solo para dar con su mirada resignada y apagada, había envejecido al menos tres años de golpe. Sus ojos eran los míos, eran los ojos de Ryouta, pude detectar sus rasgos en él y lo odié una vez más, al viejo infeliz.

    Por dejarse matar por solo Dios sabría quiénes.

    Y obligarnos a pasar por esto.

    —Sei —murmuré con un hilo de voz, me escuché a mí mismo embotado, pues la sangre me palpitaba en los oídos—. ¿De dónde sacaste esto?

    —¿Importa? —preguntó sin evitar mi mirada, al hablar de nuevo detecté la furia que vibró en su voz, sin forma—. Ya no lo soporto, ¿sabes? Y sé que tú tampoco, ninguno de nosotros lo soporta más, vivir en estas condiciones es una porquería. Ver a mamá arrancándose el cabello, las pestañas, comiendo sin ganar peso y durmiendo demasiado o no durmiendo nada. No soporto la cara de cansancio que tiene, porque la tenía incluso antes de que Ryouta se muriera como un estúpido, lleva así desde que puedo recordar.

    ¿Qué coño hablaba este mocoso de caras de cansancio si él parecía un muerto en vida?

    >>Sé que tú solo no te puedes permitir un tratamiento sostenido, pero guardé el dinero que me has estado dando, lo estaba guardando incluso antes de que pasara esto o de que empezaras a trabajar en el bar ese. Hoy lo tomé todo, hablé con algunas personas de otro barrio y encontré a alguien. El apodo con el que te llaman, lo usé para acercarme a personas —explicó en voz baja girando sobre sus talones para acercarse a la nevera y abrirla, de allí sacó una botella de Coca-Cola que no creía haber visto antes. Supuse que Yuzu había pasado a dejar cosas otra vez, sin decírmelo por supuesto—. Creo que si encuentro un trabajo de medio tiempo y hago algunas cosas más, entre los dos podríamos conseguir el dinero suficiente antes de que se acaben estas… Dos meses, debería alcanzar para eso, para entonces deberíamos notar un cambio.

    Este niño, ¿cuánto tiempo llevaba maquinando esto? ¿Meses? ¿Desde antes de que empezara este año? Le había dado dinero en su cumpleaños, ¿también entonces lo había guardado? ¿Cuántos recesos no había almorzado, cuántas veces había ido caminando a los lugares en vez de pagar el pase mensual del metro? Las preguntas me cayeron todas encima de repente y me sentí confundido, molesto y dolido, porque podría habérmelo dicho.

    No lo había hecho porque sabía que lo detendría.

    Me conocía, era mi hermano.

    —Sei, no tenías que abandona-

    —¿El globo de cristal? Ya lo sé, todos estos años te esforzaste para que no tuviéramos que hacerlo, pero apareció la mano invisible, ¿no? Y lo reventó. —Miró la gaseosa dentro de la botella, inexpresivo y entumecido. Tenía las emociones apagadas para sobrevivir, hasta el chispazo de ira se apagó de golpe—. Nos cuidaste muchos años. No dejaré que debas hacerlo tú solo durante más tiempo, quieras o no, no vamos a discutir esto. Es lo que haremos, Arata, a partir de hoy.

    La sentencia de Seiichi se mezcló con la de Cayden al decir que ya no me soportaba, fue porque estableció un límite y supe que estaba jodido, que incluso si mi hermano y yo elegíamos cagarnos a trompadas nada cambiaría su decisión, ya estaba tomada y escrita en piedra. Mientras hilaba esos pensamientos y trataba de no perder la razón comprendí otra cosa con más fuerza que antes: que Izumi observaba todo esto a diario. La parálisis de Sei, mi furia y la ansiedad de mamá, el menor se lo tragaba todo, le atravesaba el cuerpo y por eso se parecía tanto a ella, por eso estaba en un riesgo terrible, uno que me parecía más grande que el mío y el de Sei, que solo desconectábamos y así nos salvábamos. Izu no podía desconectarse, era demasiado sensible para lograrlo.

    ¿Podríamos salvarlo? ¿Entre los dos podríamos evitar que Izu tuviera un punto de quiebre como el de mamá y terminara arrancándose los pelos de la cabeza? La pregunta me hizo consciente de que estaba maquinando la posibilidad y me sentí mal, noté un nudo en la garganta y aunque quise resistirme, reclamarle y mandarlo a ser un crío de dieciséis años sin más, pero ya no soportaba esto, esta maldita vida.

    Alguien despiérteme, por favor.

    Que me despierten.

    Esto no acaba nunca.

    —No-

    —Dije que no vamos a discutir. Mírame y mira las pastillas, solo mamá va a tocarlas, ¿entiendes? —Había sido él entonces, quien tocó las benzos cuando pasó toda la mierda de Yako muerto. Suspiré y lo miré como me pedía, sólo para recibir su advertencia—. No creo que funcionen igual a las que te encontré hace cuatro años, pero me da lo mismo. No haremos lo de hace unos días y de ese entonces, si quieres ir a matarte vas a tener que pasarme por encima y si tenemos que reventarnos a hostias, lo haremos. No dejaré que mamá te vea morir de la misma forma que al imbécil de Ryouta.

    ¿De dónde había sacado esta convicción?

    ¿Dónde había quedado el niño que era?

    —Eran sedantes, benzos —confesé, derrotado, y no me detuve en la idea terrible que debían tener todos en esta casa sobre cómo moriría. No me quedaban energías para batallar contra Sei, contra Cay ni contra nadie, por eso los estaba dejando decirme las verdades y ya, incluso si le había dicho a Ko que no me moriría con los muertos—. Imagino que tú debes entender la diferencia mejor que yo.

    —Quizás, ¿quedamos claros o no?

    No contesté, el agotamiento no me dejó. Supuse que él entendería que sí, que estaba claro como el agua, pero aún así me miró largo y tendido como si esperara verme flaquear. Desde muy pequeño había mostrado que era diferente, mucho más reservado, silencioso y maduro que Izumi y yo, pero seguía sin entender de quién lo habría sacado. Tal vez hace años, antes de tenernos y de conocer al loco de mierda de nuestro padre, mamá se pareciera más a Sei. Puede que fuese una versión de ella que nunca habíamos conocido ni conoceríamos, pues estaba muerta.

    La versión de mamá que había sido aniquilada por Ryouta.

    —¿Te dieron indicaciones, Seiichi?

    —Una tableta por las noches luego de la comida, es una indicación burda, pero vamos a intentarlo. Deberían reducir los síntomas más fuertes de ansiedad y depresión con el tiempo. Síntomas más marcados, más complejos… Lo de Ryouta, me dijeron que tal vez mamá tenga estrés postraumático sin tratar y que la muerte del tipo pudo ser un, ¿cómo dijo? Un precipitante de una crisis mayor, incluso si... si Ryouta la golpeaba y solo ella sabrá qué más, el caso es que es demasiado complejo, en algún momento debió amarlo, uno no llora así por quien no ama. Hay unos nuevos enfoques experimentales que te cagas e ilegales, se plantean testeos con éxtasis-

    —No vamos a drogar a mamá con puto éxtasis, Seiichi, ¿de qué coño hablas? ¿Con quién demonios tuviste contacto?

    —Dije que era un testeo, o uno posible, quieren usar éxtasis y terapia. Es un sueño de opio de por sí —picoteó entre mis palabras, con tal de hacerme cerrar la boca—. Todo es un sueño dentro de un sueño para nosotros.

    Caminó de regreso a la mesa, dejó la botella de gaseosa allí y estiró la mano para golpetear la caja de pastillas. Respiró de forma audible, dejando los dedos sobre el cartón como si fuese un salvavidas en pleno mar. Sabía que estaba desesperado, no podía pedirle que permaneciera indiferente, pero esta era la definición de una pesadilla.

    —Vamos a empezar desde hoy y a vigilarla entre nosotros dos, por lo de Ryouta le dejaron horarios diurnos y aunque tuve que rogarle, accedió a no trabajar extras por un tiempo. Me aprovecharé de eso tanto como pueda, pastillas, comidas a horarios establecidos y que salga de esta casa, no iré a los clubes de la escuela ni nada para venir y aunque sea ir al parque con ella.

    Iba a abordar todo lo que pudiera, ¿estaba loco?

    —¿Izu?

    —Si a Izu le damos otra noticia de mierda acabará volviéndose loco también. Solo tú y yo, Arata, así tal vez aguante un rato más… El globo de cristal. Te has dado cuenta también, ¿no es así? Es muy parecido a ella, nervioso y frágil, si sigue recibiendo golpes acabará colapsando. Si está en tus posibilidades, ven a casa temprano algunos días y pasa tiempo con él, yo te relevo con mamá.

    Parecía haberlo planificado todo con una precisión mortal, la misma precisión con que yo atacaba a los demás él la estaba usando para crear una red de contención. Pretendía acompañar a mamá de forma más presente y a su vez, establecer una distancia entre ella e Izumi, para reducir un poco el tiempo que la veía mal. Era cubrir el sol con un dedo, pero si los estábamos conectados con esa idea, era lograble en cierta medida.

    —Un sacrificio de sangre, es eso lo que me estás proponiendo, ¿te estás oyendo? ¿Oyes lo que vas entregar por Izu y por mamá?

    —Me estoy oyendo. Además, no lo estoy haciendo solo por ellos, lo estoy haciendo por ti también. Por salvar a tres personas acabarás cayendo tú, no resistirás para siempre, porque nadie lo hace, y no quiero perder a mi hermano mayor —respondió regresando los ojos a mí, su mirada hasta entonces casi apática se desvió hacia la tristeza. Una tristeza profunda y amplia, que se parecía a la que encontraba en los ojos de Altan—. No quiero perderte, Arashi.

    Era su tormenta.

    Seiichi.

    Mamá lo escribía usando el kanji de sinceridad, pero él a veces usaba el de silencio. Tenía sentido viendo que el ichi que le seguía podía entenderse como solo, pues era el mismo carácter para numerar una sola cosa. Era nuestro pequeño Sei, honesto y callado, solo en una casa donde todos parecíamos bombas de tiempo, él tampoco aguantaría para siempre y justo por eso, a sabiendas de que tampoco daría el brazo a torcer, me quedaba una sola opción.

    Levantar los cimientos de esta casa y dejarlo colarse bajo el peso que me había fracturado los huesos.

    Bastó oír el nombre tonto que usaba Izumi para referirse a mí cuando estaba pequeño, el mismo que había usado este año cuando estaba delirando con la fiebre, para que todo se me fuese a la mierda. Despegué las manos de la mesa, las estiré en su dirección y lo envolví en un abrazo, firme, al que tardó en corresponder, pero cuando lo hizo noté que se me había cristalizado la vista y tuve que parpadear con tal de no permitir que más lágrimas se acumularan. Las disipé de milagro.

    —¿Quieres comer algo, Arata? Tu amiga pasó a dejar unas cosas hace como una hora, puedo cocinarte algo rico —murmuró medio escondido en el hueco de mi hombro—. También dejó un termo lleno de té.

    Tenía que disculparme con Yuzu.

    Se lo debía, por no dejar a mi familia sola.

    Al respirar terminé sorbiendo por la nariz antes de poder evitarlo, sentí que mi hermano me estrechaba con más fuerza y cuando pretendió separarse de mí, me acomodé para poder dejarle un beso en el pómulo, luego lo hice agacharse un poco para dejarle otro en la frente. Él se sujetó a mis muñecas como había hecho Ko en los baños, me pareció que se hacía pequeño allí y, así como cuando Izu estaba enfermo, creí que Sei era un niño de nuevo. Para mí siempre lo sería.

    —No te metas en problemas, ¿me escuchas? Yo iré por las pastillas la próxima vez.

    Suspiró de forma audible, volvió a buscar soporte en el abrazo y al recibirlo encajé una mano en su nuca, por encima del cabello que tenía suelto de la media coleta que ataba el resto. Creí que no respondería, que al menos a eso accedería, pero seguíamos siendo hermanos y ambos éramos igual de tercos en determinados contextos. Era inútil pedir que cediera.

    —Puedes ir conmigo si eso te tranquiliza —susurró.

    Tuve que ceder, seguramente dentro de dos meses cuando las medicinas se acabaran y si demostraban funcionar de alguna manera tendríamos este debate de nuevo, pero por ahora no me quedaba nada más que acceder a todas y cada una de sus condiciones. Era esto a lo que habían terminado por reducirse nuestras vidas y debíamos aceptarlo, era lo que debíamos hacer para sobrevivir. La vida de los parias.

    No podíamos esperar nada diferente.
     
Cargando...
Cargando...

Comparte esta página

  1. This site uses cookies to help personalise content, tailor your experience and to keep you logged in if you register.
    By continuing to use this site, you are consenting to our use of cookies.
    Descartar aviso