Explícito XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Zireael, 23 Agosto 2020.

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  1. Threadmarks: CARTAS Y PERSONAJES ASOCIADOS
     
    Zireael

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    Importante: Este post estará en actualización, de forma que si asigno alguna nueva carta a otros personajes editaré para que se refleje aquí eso. Igualmente estará colocado dentro del índice por facilidad.




    MAYOR ARCANA 1

    The Fool: Adaptative 2
    The Magician: Altan Sonnen
    The Popess | High Priestess: Shiori Kurosawa
    The Empress: Jezebel Vólkov (Dark)
    The Emperor: Joey Wickham
    The Pope | The Hierophant: Kaoru Kurosawa
    The Lovers: Joey Wickham y Jezebel Vólkov
    The Chariot: Joey Wickham y Bleke Middel
    The Strength: Cayden Dunn, Arata Shimizu y Altan Sonnen
    The Hermit: Bleke Middel
    The Wheel of Fortune: Anna Hiradaira
    The Justice: Altan Sonnen, Katrina Akaisa y Shiori Kurosawa (Dark)
    The Hanged Man: Katrina Akaisa
    XIII: Adaptative
    The Temperance: Jezebel Vólkov
    The Devil: Katrina Akaisa y Joey Wickham (Dark)
    The Tower: Adaptative
    The Star: Jezebel Vólkov y Bleke Middel
    The Moon: Anna Hiradaira
    The Sun: Shiori Kurosawa (Dark)
    The Judgment: Anna Hiradaira
    The World: Adaptative




    MINOR ARCANA 3

    SWORDS


    Ace of Swords: Arata Shimizu
    Three of Swords: Cayden Dunn
    Seven of Swords: Ichirou Akiyama
    Eight of Swords: Yuzumi Minami
    Ten of Swords: Liam “The Reaper” Dunn
    Queen of Swords: Laila Meyer
    King of Swords: Shawn Amery


    COINS


    Three of Coins: Hiroshi Koizumi
    Four of Coins: Aleck Graham
    Five of Coins: Alisha Welsh
    Knight of Coins: Hubert Mattsson
    Queen of Coins: Neve Keane (de casada Dunn)
    King of Coins: Hiroki Usui


    CUPS


    Two of Cups: Givan Velren
    Four of Cups: Torahiko Sakai
    Five of Cups: Violet Balaam
    Six of Cups: Rengo Harima
    Seven of Cups: Ilana Rockefeller
    Page of Cups: Rowan Ikari
    Queen of Cups: Sasha Pierce
    King of Cups: David Mason


    WANDS


    Four of Wands: Konoe Suzumiya
    Five of Wands: Hikari Sugino
    Nine of Wands: Kohaku Ishikawa
    Knight of Wands: Emily Hodges
    Queen of Wands: Eris Tolvaj





    1 | Esta clasificación parte de los primeros fics del tarot escritos por Belu y yo, pero desde mi lectura únicamente y cómo yo entiendo cada carta.
    2 | Con esto me refiero a cartas que han sido o pueden ser asignadas a varios personajes que no serán siempre los mismos.
    3 | Comienzo a usar los arcanos menores (los palos) cuando la cantidad de personajes e interacciones se amplía, haciendo que necesite más cartas. Las asignaciones de estos arcanos son siempre fijas incluso si hay personajes que no he usado o con los que quizás no volví a escribir por un motivo u otro. Puede pensarse que algunos de los personajes que comparten palo (Swords, Coins, Cups, Wands) tienen características en común, pero no siempre es el caso.
     
    • Fangirl Fangirl x 3
    • Ganador Ganador x 2
    • Adorable Adorable x 1
  2. Threadmarks: XXIX. XIII (Shio) x The Strength (Arata) x The Justice (Al)
     
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    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    50
     
    Palabras:
    4093
    Luego de unos días de descanso (???) aquí vengo otra vez con algunos de los fics que tengo atrasados porque son canon. Antes de este, cronológicamente, hay otro pero ese vete a saber cuándo lo aviente, porque es muy posible que largue antes otro que nada tiene que ver con el pollo de los Jackals.

    Notas: El que narra es Arata.

    Es considerado canon para la tarde/noche del día dieciséis (viernes 17 de abril).





    If chaos is a ladder,
    Hell is heaven sent.

    Keep pulling at the thread
    while cashing in the cheque.
    .
    If I were you
    I'd treat them better.
    If I were you
    I'd settle the weather.
    You'll get what's due

    I'd square the vendetta.
    .
    Some don't care about the ones they hurt.
    Some just wanna see the planet burn.

    They'll come for you.

    XXIX
    [​IMG]
    XIII
    x
    The Strength
    x
    The Justice

    . Clarity . Ending . Compassion .


    | Shiori Kurosawa |
    | Arata Shimizu |
    | Altan Sonnen |

    *

    *

    *


    The Strength

    Aceleré como si me estuviera persiguiendo el diablo debajo del cielo amoratado, dejé la academia de niños pijos atrás, los árboles, los demonios entre sus paredes y seguí conduciendo como un descosido en dirección al corazón de Tokyo, al Triángulo del Dragón. Atrás de mí, agitadas por el viento, estaban las víboras de carbón de Kurosawa bajo el casco rojo.

    La vida daba unas vueltas de mierda. A Yako le habrían dado tres venazos si me hubiese visto llevar a su hermana menor en la moto.

    Detrás de nosotros, con el gas a fondo también, venía una segunda motocicleta blanca cuya dueña original era Yuzu, pero se la había dejado a Sugino precisamente para la tarea de esa tarde, que era traerse a Sonnen.

    Luego de la charla con la pelirroja en la azotea me las había arreglado entre clases para enviar unos cuantos mensajes, Yuzu y Sugino eran los que interesaban, a los Ootori solo les informé de lo que iba a tener que hacer por sí querían llegar y a Dunn de primera entrada pensé en dejarlo tranquilo, que ya había andado para el culo toda la semana. Si acaso lo llamaría ya cuándo estuviéramos en Chiyoda y con el pollo encima de contarle a Kurosawa toda la mierda.

    Para que la cría dejara de dar palos de ciego.

    Condujimos hora y pico, incluso pudiendo sortear el tráfico moverse de la jodida academia esa al corazón de Tokyo era un dolor en el culo. Ya en auto seguro era para matarse de aburrimiento, con el tráfico y todas las demás mierdas. El caso es que cuando llegamos al Hibiya ya la noche había caído, corría una brisa fresca que arrastraba el olor de las flores, era genuina brisa de primavera.

    Bajé de la moto, ayudé a la chica a hacer lo mismo y se sacó el casco de un movimiento, extendiéndolo en mi dirección. Aproveché para dejarlo en su lugar en lo que Sugino aparcaba unos metros detrás de nosotros y Sonnen se bajaba con sus movimientos de viejo.

    No parecía especialmente contento de haber tenido que compartir espacio físico con Hikari, pero se lo aguantó como los grandes porque de todas formas ya habían hablado y la tregua se había hecho digamos. En realidad, ahora que lo pensaba, no sabía si era Sugino en sí o la presencia de Kurosawa lo que lo tenía indispuesto.

    —Vamos —dijo Sugino con la voz tosca de siempre—. Los Ootori esperan por el estanque.

    Lideró la marcha sin prisa, a lo que a todos no nos quedó más que seguirlo con un ritmo similar. Era todavía temprano así que habían críos de instituto, familias, gente paseando perros y todo el tema, era una hora family friendly pues y ya de por sí nosotros no estábamos allí para ninguna de las mierdas raras de siempre. Por una vez veníamos solo a hablar, sería una conversación de mierda, claro, pero sólo eso.

    Ya cerca del estanque ubiqué a los mellizos, Hikari los alcanzó primero y se saludaron de un apretón de manos, como si no se conocieran desde hace un huevo de años, y yo me acerqué a darle una palmada en la espalda a cada uno. Tenían mi edad, la diferencia era, claro, que no estaban repitiendo como estúpidos. Su madre, que se había complicado por un cáncer cosa de un mes antes de la muerte de Yako, había fallecido unas semanas más tarde que el mayor de los Kurosawa, así que los pobres desgraciados habían tenido un año de mierda esa vez. Desde eso eran bastante más callados, pero cada uno tenía su carácter y se potenciaban entre sí.

    Masaki, el de ojos claros y al que Yako a veces había llegado a llamar Bakeneko por eso y por ser mellizo, como si contara a Tomoki como su segunda cola, miró a Shiori como quien ve un fantasma y su hermano no tardó mucho en hacer lo mismo. Fue la misma mirada que debimos echarle Dunn y yo la vez que Sonnen la arrastró a ese mismo parque ya hace días.

    —Las presentaciones para nosotros salen algo sobradas, pero bueno, Kurosawa —dije mirando a la chica y luego pasando la mirada a los hermanos. Señalé primero al de ojos claros, luego al más bajo de ojos oscuros—. Ootori Masaki y Tomoki, mellizos… Kurosawa Shiori.

    —Esta cría no debería estar aquí, Honeyguide —resolvió Tomoki firme y luego detalló a Sonnen de mala gana—. Tampoco el cuervo. ¿Lo han visto? Es un salvaje, ni en joda tiene cabida aquí, ya para eso tenemos a Takizawa.

    Obviamente lo tenía ubicado, los Ootori después de todo habían sido siempre nuestros ojos en todo Chiyoda y las costumbres no se perdían.

    —Kicchan, ya no tiene caso tapar el sol con un dedo —atajó Hikari sentándose en un banco cercano—. La cría tiene la mierda hasta el puto cuello y es significativamente más imprudente que su hermano.

    —¿Vinieron a juzgar mis decisiones o a contarme las cosas que corresponden? —preguntó la chica sin cambiar siquiera el tono de voz, se oyó tranquila, serena y su figura se fundió con la de su hermano de la misma forma que en la azotea—. ¿Y qué hace el apaleado aquí para empezar?

    —Vaya, gracias —soltó Altan con tono monótono.

    —Terminaste revuelto en nuestra mierda quieras o no y ya va siendo hora de que entiendas algunas cosas —respondió Sugino encendiendo un cigarro—. Además lo oíste en el callejón, medio muerto como te dejé.

    —¿Fuiste tú? ¿Tú fuiste el pedazo de mierda que dejó a Al así? Joder, seguro por ti es que me vendieron como una res, ¿a qué sí?

    Me pareció que la cría estuvo a un segundo de lanzarle el incendio encima y de haber tenido los ojos biónicos de Cayden habría notado la tensión que bañó a los Ootori de golpe. Aún así, con todo y su mecha corta, Sugino permaneció tranquilo, desligado como era.

    —Me alegra que al menos tengas la mente afilada de Kaoru, es lo mínimo que podías tener, ¿no, Flamita? —Hikari le pegó una calada al cigarro y con ese comentario hizo que Shiori cerrara la boca—. Ya lo mío con Sonnen se arregló, así que enfoca la ira hacia donde corresponde. Empieza contando la bronca inicial, que también tenemos derecho a saber las mierdas que andas haciendo.

    Shiori soltó una suerte de bufido, dio algunos pasos en dirección al estanque y cruzó los brazos sobre el pecho. Sus movimientos eran ligeros, no había tensión en ellos, pero era claro que se la estaba llevando el diablo como, bueno, todo el día. Pateó una roca que fue a dar al agua y se hundió, me pareció que se quedaba prendada más de lo necesario en ello antes de hablar.

    —Me lié con el perro-lobo, esa fue la primera cagada supongo, luego Tomoya lo apaleó, mató a su perro y me dejó un llavero suyo lleno de sangre sobre el lavamanos de uno de los baños del Sakura… como una oreja cortada, un mensaje supongo. Había hermanos resentidos, ex novias picadas o ambas, qué sé yo. La cuestión es indiferente, Shibuya me dio un mensaje ese día. —Había hablado con la eterna serenidad otra vez, como si fuese cualquier cosa. Los únicos a los que no se nos cortó la respiración fue a mí y a Sonnen, que teníamos el cuento completo, Hikari sabía sólo que había hablado con un lobo hoy, no por qué—. Hoy por la mañana una compañera de clase, no-novia de Al, se acercó y luego de una interacción de protocolo me preguntó si ubicaba a un tal Shinomiya… El príncipe francés, como lo llamó Cayden cuando me dijo, el lobo fuera de contención que apareció en el Sakura. Me dijo que quería hablar conmigo y accedí a verlo a solas en la azotea.

    —Tenía que ser llama corta la jodida —murmuró Bakeneko de mala gana—. ¿No serás tú familia de Hikkun?

    Shiori se llenó los pulmones de aire, lo soltó de golpe y encontró la silueta de Sonnen con la mirada.

    —Te vi pasar hacia los casilleros después e hice dos más dos, a la mocosa se la debía esta llevando Satanás encarnado. Estamos… Somos el mismo tipo de estúpida, queremos venganza a costa de nosotras mismas, y una cosa la habrá llevado a la otra. Me vendió como cerdo para el matadero, pensé en decírtelo, Al, pero no antes de hablar con Shinomiya. Aún así te escribí, también a Arata y Cay-senpai. —Se rascó el brazo con cierta ansiedad antes de seguir diciendo nada más—. Así si algo me pasaba, sabría que tendría tres personas que se cargarían medio Japón por mí. Bueno, dos y media… Tu lealtad está puesta en Hiradaira desde hace semanas.

    —No es solo Anna —atajó el otro, tenso de repente.

    —Lo es. Ella me vendió para cobrarse tu sangre, ¿tú no harías lo mismo para cobrarte la suya? —Sonnen guardó silencio—. No hay bandos a los que jugar, Al. He estado sola siempre así que es indiferente, pero aún así te jugué como una carta de emergencia… Como siempre, porque seremos cómplices hasta el fin de los días. Con o sin lealtades de por medio.

    Incapaz de formular un argumento en contra o sin interés por intentarlo, Altan se sacó la cajetilla del bolsillo, encendió un cigarro y la regresó a su lugar. Al inhalar arrugó los gestos.

    —De cualquier forma, no llegué a nada con el príncipe francés porque dos senpai aparecieron arriba y uno de ellos cantó a Hiradaira, que estaba de perro guardián en la puerta a pesar de haber sido ella misma la que me vendió. Se armó una bronca, no le di bola y ahí fue cuando Arata apareció, ya luego todos se fueron por su camino.

    —Y Anna casi se come de un bocado a la copia de Wickham —añadió Sonnen, Kurosawa asintió.

    —Merecido se lo habría tenido, honestamente, pero ella tampoco tiene santo al que rezarle.

    —La vendió por información —dije entonces, cuando ya me pareció que no iba a decir nada más—. Qué coño querría Shinomiya es otra cosa. Doy por asumido que sabrá algo de Yako, lo que sea, pero ni idea y tampoco tengo idea de qué hace un lobo en el Sakura. Es decir, si querían enviarlo a una escuela pija, hay por todo puto Japón.

    Tomoki se llevó la mano al puente de la nariz, soltando un suspiro claramente hastiado y su hermano se acercó a Hikari para robarle el cigarro unos segundos. Llevábamos apenas unos minutos allí hablando y ya a todos nos estaban llevando veinte diablos diferentes, el principal obviamente era el de no haber podido cumplir con la meta principal de Yako.

    Dejar a su familia fuera del campo de tiro.

    —Y por eso estoy aquí, para que se expliquen, para que expliquen a Aniki.

    Sugino inhaló despacio, profundamente, como si estuviera reuniendo las fuerzas para empezar a soltar los trapos y se rascó las raíces del cabello con aire distraído.

    —Kaoru era un amante de rechazados, eso es lo esencial y veo que lo heredaste también. Yo lo conocí por un chico que no está aquí, de apellido Takizawa; al principio lo rechacé y cuando quise darme cuenta el cabrón se había colado por todo sitio, cada rendija disponible. Lo mismo hizo con Takizawa y con él se metió al bolsillo a un viejo líder de la pandilla que lideraba Chiyoda por entonces. —Le pegó una nueva calada al cigarro cuando Masaki se lo regresó—. Y por eso llamó la atención de los hombres que nosotros solemos llamar demonios, presidentes de la yakuza o aspirantes al puesto, que apadrinan críos en las pandillas, los vuelven líderes y luego, ya cuando dejan el instituto, suelen subir por el ramaje hasta convertirse en manos derechas de los presidentes. En el tablero, los críos como Kaoru, toman el lugar de reyes.

    —Kaoru fue elegido por un aspirante a presidente de la familia de la yakuza que maneja también a Shibuya cuando tenía catorce para que fuese la cabeza de los Honō no Jakkaru, fue el líder más joven que tuvo la pandilla nunca que yo sepa, la reestructuró casi de cero también. De allí es que nos conocía a todos —añadió Tomoki sin atreverse a mirar a la mocosa, que estaba estática escuchándolos—. Cuando murió la pandilla no duró mucho más, precisamente porque se cargaron a nuestro rey y la partida estaba terminada.

    Escuché pasos en el camino y antes de que me fijase para ver quién era, una voz femenina se alzó, sedosa, y el chispazo blanco se acercó a nosotros.

    —Nos desintegramos en 2018, luego de que los bajos niveles nos mordieran las manos durante dos años —dijo Yuzu que debía llevar ya un rato escuchando, se acercó a Kurosawa y le dedicó una sonrisa suave, que la otra reflejó sin más—. Eres idéntica a tu hermano, cielo. Qué linda.

    —¿Por eso es que-

    —Que te dije que podrías cuidarnos, sí —dijo interrumpiendo a Sonnen—. No logramos dar con un reemplazo para Yako, nosotros mismos lo intentamos y nos rechazaron cada vez. Pero luego apareciste tú, con tu jodida ira y tu necesidad de cuidar a todos. Tienes la fuerza, Sonnen, quizás no tengas fuego contigo como algunos de nosotros, pero con tu cerebro no hace falta realmente… Yako, Kaoru, tampoco tenía fuego después de todo. No te obligaremos a nada, obviamente, pero eres una de las pocas cartas que nos quedan para jugar y resucitar de las cenizas.

    Yuzu se sacó una billetera pequeña, de un tono apagado de amarillo, del bolsillo trasero del jeans y la abrió para extenderla frente a Sonnen mostrándole una foto, luego hizo lo mismo con Kurosawa solo que a ella se acercó de nuevo. Ya a su lado se puso a señalar uno a uno a los que estábamos en la imagen, una vieja fotografía que había hecho ella con un cámara analógica y que había revelado después.

    —¿Ves a este con la cara de que se comió tres limones? Ese es Hikari más jovencito, usaba el cabello largo, aquí está Arata cuando no tenía tantos tatuajes. Ah, al cabeza de fósforo ya lo conoces… Aquí, el castaño con carita de bebé que tiene a Cay casi encima, es Ko-chan. Va a tu escuela también. —Se le notaba una nostalgia tan grande que de repente se me hizo un nudo en la garganta, porque habíamos tenido el mundo y ahora solo nos quedaban escombros. Creo que a la misma Kurosawa se le atoró algo en la garganta al ver a su hermano en la foto, sonriendo como un crío, y al corderito con una cara que no era de amargura—. Aquí, tras ellos, está tu hermano… Luego los Ootori, el de ojitos dispares es Fujioka y este albino con cara de perro es Takizawa, los dos que nos faltan aquí ahora además de Ko y Cay.

    —¿Kohaku? —atajó Sonnen de repente, acercándose a Yuzu y Kurosawa para mirar la foto desde detrás de ellas de nuevo—. ¿Ishikawa Kohaku?

    Minami asintió y el otro se puso pálido, porque normal, esa información no la tenía. Tampoco sabía yo que conocía a Kohaku, así que me tomó un poco fuera de base. Sonnen seguro no lo reconoció de primera entrada porque como había dicho Yuzu, cuando eso Kohaku todavía llevaba el cabello castaño. Shiori se había quedado prendada a la foto, incluso estiró la mano y la tocó con la yema de los dedos.

    —¿Te hablas con Ko-chan, Altan? —pregunté a lo que asintió con la cabeza.

    —Por Anna, además Ishi me ayudó una vez con una cosa y… No importa, solo me ayudó y ya. Es un buen chico.

    Debió decirnos.

    Joder, debió decirnos que nuestro cachorro había perdido a su hermana.

    —¿Aniki era su líder entonces? —preguntó Kurosawa en voz baja—. Cay-senpai… me dijo que los consentía y que lo querían mucho.

    Yuzuki se permitió una sonrisa bastante amarga, sacó la foto de su lugar y se la dejó a Shiori que la tomó con cierta duda. Por detrás la foto tenía algo escrito, pero no alcancé a ver qué era.

    —Lo adorábamos, eso es todo. Dios, lo queríamos de una forma que no sé explicarte —respondió Yuzu, se colocó frente a la chica que todavía estaba sosteniendo la foto, y le corrió algo de cabello tras la oreja—. Siempre te quiso fuera de la mierda y ahora, con todo esto, solo nos sentimos culpables porque no logramos mantenerte segura… Eras lo que más quería en el mundo, más que a sí mismo, más que nosotros.

    Más que al poder y el control.

    Kurosawa comprimió los gestos en una mezcla de molestia y ganas de llorar posiblemente, bajó las manos sosteniendo la fotografía en la izquierda y nos repasó a todos con la vista. Uno tras otro, incluso a Sonnen, luego regresó a los ojos de Yuzu y supongo que se lo leyó en la cara. El lugar que había tenido ella precisamente en la vida de su hermano.

    —Me habría gustado conocerte antes, que te llevara a casa y te presentara con nosotros —dijo en voz baja, debió despedazarle el corazón a Yuzu en el pecho y yo mismo estuve a nada de perder la máscara.

    Suspiró con pesadez, se enjuagó los ojos con la mano libre y bajó la vista al suelo. No podíamos culparla en realidad por lo que sea que estuviese pensando, porque la verdad era que su hermano le había mentido, que seguramente la imagen de él no correspondía a lo que había sido y vete saber si lo odiaba o lo seguía amando.

    —El coche… ¿Tuvo algo que ver con esta gente? —preguntó después en un hilo de voz.

    —No —respondí entonces, relevando a Minami—. Pasé todo un año recopilando datos, vendiendo información, recabando otra y fue verdaderamente un accidente. El auto solo se salió de control por esquivar a un crío y siguió en dirección a ustedes. La yakuza no estuvo involucrada, tampoco las pandillas menores de ninguna clase.

    La respuesta a pesar de todo pareció aliviarla, al menos impidió que su incendio siguiera creciendo hacia ninguna parte y regresó la mirada al estanque. Algo le pesaba en el pecho, es decir, más de lo usual y me di cuenta que así como yo esta chica no parecía de la edad que tenía realmente.

    Había crecido de golpe, había hecho un montón de cosas para sobrevivir y ahora estaba allí, hasta el cuello de mierda.

    Estaba condenada como todos nosotros.

    —Ninguno de nosotros está aquí para decirte qué hagas o dejes de hacer —comenzó Hikari desde su posición, sin mirar a nadie en particular—. No podemos contener el fuego ni nada parecido. Aún así, si quieres triunfar, si quieres venganza y quieres conseguirla bien… Dale dirección a la ira. Debes desplegar las piezas y no actuar sola, la vida es un tablero sobre una telaraña.

    —Necesitas objetivos claros, Shiori —dijo Altan luego de un buen rato callado—. El resto lo tienes ya. Carisma, ira… hasta contactos ahora. Todo es dirección, siempre dirección, como si fuese un proyecto de la escuela.

    No lo pensé, pero con esa comparación Sonnen había dado en el clavo porque esta chica era controladora al punto de la demencia. Había que hablarle de orden, de proyección para así poder convertir su fuego en una llama controlada, como una cuchilla de plasma. Podía formar un culto como su hermano, pero debía enfocarse.

    Seguíamos sin saber si Sonnen estaba o no interesado en suceder a Yako, no lo sabríamos pronto se veía y tampoco lo íbamos a forzar. Aún así la única verdad era que seguía siendo un estratega y Kurosawa tenía todavía muchísimo que aprender de los candidatos a reyes del tablero, de su propio hermano y de su famoso cómplice.

    Teníamos mucho que enseñarle no ya porque yo hubiese pensando que si había una persona capaz de heredar el apodo de Yako era ella, sino porque estaba claro que ya no iba a salir de la mierda. Era guiarla o dejarla a merced de su propia inexperiencia, donde perecería tarde o temprano.

    Saqué el móvil, llamé a Cayden varias veces porque sentí que de repente era importante que estuviese allí a pesar de su desastre, pero no hubo manera de que me contestara y tuve que desistir. Me guardé el teléfono en el bolsillo de nuevo y suspiré con pesadez.

    —Son sus chacales entonces —murmuró Kurosawa y soltó una risa apagada—. Siempre perros, ¿no? Siempre terminé entre perros.

    —¿Algo más que quieras saber de Yako, Shiori? —preguntó Yuzu, consiguiendo regresarla al cauce.

    Negó con la cabeza, presionando la foto que mantenía en la mano izquierda y se acercó al banco donde estaba Hikari sentado, dejándose caer con pesadez. Le habíamos tirado encima un montón de información, era normal que estuviese abrumada sobre todo después del numerito de la escuela.

    Todos guardamos silencio, solo se escuchaba el chapoteo de alguno que otro pez en el estanque y de la brisa arrastrando las hojas en los árboles. Sugino le pegó la última calada al cigarrillo en ese lapso, el papel y el tabaco casi se escucharon al ser consumidos. Luego de exhalar el humo y contra todo pronóstico le echó el brazo sobre los hombros a la mocosa, atrayéndola hacia sí.

    De primera entrada se tensó, posiblemente por el tema de que Hikkun era el que había dejado a Sonnen hecho una desgracia, pero tardó apenas un par de segundos en relajar el cuerpo y cuando quise darme cuenta de nada los mellizos y Yuzu se sumaron al gesto, en una suerte de abrazo grupal.

    No me quedó más remedio que acercarme también, me acomodé entre el montón de idiotas y suspiré con pesadez. Lo que le había dicho la tarde que conseguí la información de que Usui se iría pitando me hizo eco en la cabeza.

    Cuidaremos de ti.

    Altan tardó su rato, pero se acercó al banco también y con dificultad se acuclilló frente a Kurosawa, algo que nunca imaginé que su culo enfermo por el poder haría. Alcanzó el brazo de la chica, le dio un apretón suave y se llenó los pulmones de aire.

    —Lo siento, Shio, te arrastré a la mierda sin saber siquiera —murmuró y la otra alcanzó su mano, dándole un apretón—, pero ya está bien. Deja que los chacales de tu hermano cuiden de ti, no te dejarán sola.

    No podíamos, el espíritu de Yako no nos dejaría hacer semejante cosa sin atormentarnos.


    Kurosawa seguía con el incendio desatado, eso se notaba y se sabía, lo único que nos quedaba era confiar en que nos dejaría orientarla. Era como confiar en un terreno falseado, pero era todo lo que teníamos.
     
    • Adorable Adorable x 2
    • Fangirl Fangirl x 2
  3. Threadmarks: XXX. The Six of Cups x The Eight of Swords
     
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    Inventory:

    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    50
     
    Palabras:
    3290
    Escrito para el concurso ¿Recuerdas cuando...?, organizado por el grupo de orientadores. La temática que me tocó por dados fue: nostalgia. Para los orientadores, si gustan saltarse esta introducción que sigue, son libres de hacerlo.

    Nota importante: Este fic tiene como base el rol de Samurai Senso.

    Me costó mucho que se me ocurriera algo que narrar sobre esta temática, no tanto porque no tuviese ideas, si no más bien por una cuestión de bloqueo directo a la hora de escribir. Tengo un montón de fics pendientes, como dos a medias en Drive y en todos estoy congelada, así que iba por el mismo camino aquí.

    Luego, bueno, pasó Shizuoka en Samurai Senso y aquí estamos.

    Amelie saliste premiada eso sí xD llevo meses sin escribir cosas que involucren personajes ajenos también por bloqueo creativo, así que aquí vengo. Esto de hecho era algo que quería escribir hace muuuucho, desde que hablamos que Yuzu era quien había enseñado a Rengo a peinarse y bueno, aproveché el bug porque estaba super emocional con todo lo que estaba pasando en el rol. No es ningún secreto que le guardo mucho cariño a la relación de los Harima con Yuzu, así que agradezco mucho que me hayas ofrecido la oportunidad de la subtrama porque hasta ahora ha sido precioso todo lo que ha salido.

    Me quedó más cortito de lo que suelo escribir, porque soy del reino del tochopost y los tochofics, pero aún así lo disfruté mucho y no sé, a lo mejor escribo más cositas de Yuzu con los Harima porque simplemente los ama demasiado para su propio bien (?)

    Para contextualizarte así como contextualicé a Insane, a Giga y a Rider cuando hice un fic con sus personajes, copypasteo:

    En su momento escribí junto a Gigi una colección usando los 22 arcanos mayores del tarot, asignándolos a algunos de nuestros personajes. Cuando se me acabaron las cartas o quise añadir personajes ajenos, se me ocurrió inventar un arcano extra que es este que viene a llamarse The Alchemist, sería la carta número XXII (siendo que la primera, la de El Loco, no tiene número). El Alquimista o El Tirador (Alchemist/Thrower), incorpora el arquetipo de una suerte de titiritero, quien mueve los hilos de los demás arquetipos presentes en la baraja, desde la 0 hasta la 21, hasta los cuatro palos de los arcanos menores.

    Comprende, descompone y reconstruye los significados posibles mediante la combinación de elementos y lee los resultados como un tirador de cartas común, de allí su otro nombre. Literalmente esta carta correspondería al papel de quien hace la tirada de cartas. Se asocia a los talentos, la inventiva y el ingenio, de una forma similar al Mago (The Magician), al que en algunas barajas también se le llama alquimista, dicho sea de paso.

    En síntesis, a cada personaje del rol le he ido asignando una carta del mazo del tarot según su significado y la personalidad del personaje en cuestión (de nuevo, como el delirio lo inicié con Gigi los fics de la serie original fueron saliendo entre las dos) y por eso nuestros personajes tienen asignados todos los arcanos mayores de la baraja (es decir, de la carta 0 a la XXI), mientras los demás los he ido metiendo con los palos de los arcanos menores (vaya, los palos de la baraja normal de cartas de casino) en este delirio que colé para poder narrar de forma más amplia y tomando los significados de las cartas al combinarlas.

    En este caso, la combinación es de dos cartas y te dejo los significados, sobre todo para que sepas como por qué elegí el seis de copas para Rengo.
    Six of Cups (Rengo): esta carta representa la nostalgia, la alegría infantil y los recuerdos felices. El seis de copas nos orienta a volver a esos momentos en los que fuimos felices y nos recuerda que a veces tenemos que ver la vida a través de los ojos de un niño. Cuando esta carta aparece invertida (con significados negativos) indica que el pasado, nuestros traumas, dominan nuestras vidas y quizás deberíamos acudir a los otros por ayuda.
    Eight of Swords (Yuzuki): así como otra carta del palo de espadas, el ocho carga consigo cierta energía negativa. Está asociada a sentimientos de victimización, aprisionamiento e impotencia, de alguien que es presa de las circunstancias. Esta carta al aparecer invertida toma significados positivos, porque se asocia a la madurez, a la aceptación propia y al reconocimiento del poder de uno, junto a las responsabilidades que conlleva.

    Nada que ver aquí, pero la baraja de Tarot que estoy usando originalmente tiene otro set de colores y a veces los cambio para ciertos personajes, para darles colores más representativos. En este caso, si bien las cartas originalmente son negras, le aumenté la saturación al negro y sumé el amarillo. El negro creo que todos lo asociamos a Rengo ya por rebote y el amarillo siempre lo asocié a Yuzu, no sé por qué en realidad.
    Dicho eso, paso al fic.




    Calling out to your heart,
    like two lights in the dark

    to the fire in my soul,
    keep burning on.

    When our fate align
    we will meet again.
    It'll be a journey set ablaze.

    .
    Although I know

    the more I grow,
    the pain, it will too.

    I don't want to lose anything again
    the way I did with you.

    .
    Keeping the flame within my heart
    always burning bright

    until I find that distant future.

    XXX
    [​IMG]
    The Six of Cups
    x
    The Eight of Swords

    . Familiarity . Entrapment . Healing .


    | Yuzuki Minami |
    | Rengo Harima|

    *

    *

    *

    No tenía remedio, en realidad incluso si lo tuviese era posible que no hubiese hecho mucho al respecto porque aceptaba las cosas por lo que eran, al menos esas que parecían tan naturales. Había crecido con los hijos de Kato Harima como lo había hecho con mis hermanas y por rebote había desarrollado por ellos un afecto profundo, de ese que solo surge por la sangre que une a las personas y a las familias.

    Reparé en ello años más tarde, pero lo cierto era que amaba a los cuatro desde muy pequeña, a cada uno a su manera y sin límites. Era como si hubiéramos nacido todos del mismo árbol o de semillas tan próximas que si nos descuidábamos uno le quitaría el sol al otro cuando creciera, pero los quería muchísimo como para que me interesara.

    A Jiin, que luego nos salvaría al sacarnos de Kamakura.

    A Takano, con su eterna cara de perro viejo y su temor al encierro.

    A Shinrin, que no se quedaba atrás en carácter y se encargaría de la herbolaria.

    Y a Rengo, que no filtraba lo que decía.


    Los amaba y odiaba a su padre, había aprendido a odiar a Kato muy temprano, cuando comencé a entender por encima cómo trataba a sus hijos y no me interesó el porqué. Desde la primera vez que vi la jaula de ramas en el bosque y no pude sacar a uno de ellos de allí. Era un odio visceral, que luego no haría más que crecer cuando mi padre y casi todos los Minami se abrieron las entrañas frente a él, defendiendo el honor de cada uno y de nosotras, las Minami que quedaríamos a la cabeza del clan.

    Rengo era… Rengo. Parecía contradecir el carácter de sus hermanos en distintas intensidades y quizás por eso mismo antes de que me diese cuenta lo había arrastrado directamente bajo mi sombra, para cuidarlo de la misma manera que cuidaba a mis hermanas menores, que eran apenas un año mayor que él. A mis ojos era un niño, como yo debía serlo para los dos hijos mayores de Kato, pero la cosa era que sería una hermana mayor toda mi vida. Al final, con Rengo carente de una madre, pasaría a tomar ese lugar para él sin demasiada dificultad.

    Dioses, recuerdo con una claridad abrumadora ciertos instantes que parecen congelados. Como si alguien los hubiese petrificado o los repitiera en el fondo de mi mente una y otra vez.

    Recuerdo haber visto a Rengo pasar correteando por ahí, llevaba el cabello ya largo y se le colaba en la vista sin piedad alguna. ¿Qué edad tendría por entonces? No logro alcanzar esa información, todo de lo que estoy segura es que tenía cara de niño todavía, es decir, más que en otros recuerdos.

    No alcancé a detenerlo, pero a la cena nos reunimos todos como era usual y al terminar, cuando los demás se empezaron a retirar a sus cosas, fue que llamé su atención.

    —Rengo, ven —Le dije indicándole con un movimiento de mano que se acercara—. Ven, ven.

    —¿Qué pasa, Yuzu? —Había preguntado, sacándose el cabello del rostro por quién sabe cuánta vez en el día.

    No respondí en sí, todo lo que hice fue rodearlo una vez estuvo frente a mí y lo insté a sentarse en el suelo apoyando las manos en sus hombros. Lo hizo sin pensarlo mucho, así que yo me senté detrás de él y antes de cualquier cosa comencé a pasar suavemente los dedos por su cabello. Era negro, como lo era el de sus otros tres hermanos, y las hebras se deslizaron sin dificultad en su mayoría. Deshice un par de nudos con cuidado y estaba en medio de mi tarea cuando noté que las atenciones lo tenían medio adormecido, obligándolo a enjuagarse los ojos de vez en cuando.

    Me hizo cierta gracia, pero comencé a tararear una canción que me llegó a la memoria. Se la habría escuchado a mi madre posiblemente, como siempre.

    —Así no es justo. Me voy a dormir. —Se quejó de repente luego de dar un respingo por haber estado a punto de dormirse como había dicho.

    Se me escapó una risilla al oírlo y dejé su cabello, ya desenredado, solo para llevar las manos al mío y soltar el listón rojo con el que había atado una buena parte de la cascada oscura. Cayó sobre mis hombros, acompañando al flequillo albino que había heredado de papá, y entonces regresé la atención al cabello del menor de los Harima.

    —Quizás esa sea mi idea para que te quedes quieto —contesté mientras trazaba una línea con los dedos sobre sus orejas, para dividir el cabello en dos partes. Até con cuidado la de arriba con el listón, de forma que el resto quedó suelto pero ya no se le colaría en el rostro con tanta insistencia—. Listo, así puedes llevar el cabello largo sin que te estorbe.

    Se levantó de un salto, agitó la cabeza a lo que el listón rojo se sacudió al ritmo del movimiento y soltó una risa cristalina al ver que todo se mantenía en su lugar. No tardó mucho en juntar las manos, aplaudiendo un par de veces, y la sonrisa que le decoró el rostro fue preciosa, amplia y de ojos cerrados. No tenía idea de si lo sabía, pero Rengo siempre había tenido consigo una energía hermosa. A veces no filtrar lo que decía lo metía en problemas, pero por eso mismo uno sabía lo honesto que era realmente.

    Al menos cuando no se trataba de ocultarnos lo que pasaba a puertas cerradas.

    —¡Enséñame! —soltó hablando a velocidad y se sentó en el suelo de nuevas cuentas, pero ya sin darme la espalda. Se inclinó bastante hacia mi dirección, demandante, y volví a reírme—. No me va a quedar igual si no me ayudas.

    A ver, la cosa era increíblemente básica, pero era cierto que requería cierta práctica así que me eché un buen rato enseñándole más que nada a la altura que tenía que atarlo y cómo para que no se le fuese a soltar o aflojar al instante en que se moviera.

    Incluso unos días después que lo tuvo perfectamente dominado de vez en cuándo lo seguía peinando yo, lo hice muchísimas veces en realidad incluso siendo consciente de que él ya sabía cómo hacerlo. No lo dije nunca, pero conforme crecimos me dio por pensar que en esas ocasiones se quedaba sin peinarse solo para que lo hiciera yo por él. Era como si fuese una forma de mantener la cercanía, de permitirme estar con él y de que pudiese sentir que al menos por un momento tenía una madre que lo cuidaba. Era algo que no iba a señalar porque lo cierto es que siempre sentí que esa era mi función y lo que me hacía feliz, cuidar de los otros, velar por mi familia y protegerla de los monstruos que acechaban en el bosque o en la misma ciudad.

    Otro día, también después de comer, se acercó a mí y se soltó el cabello extendiéndome el listón rojo. Tenía una sonrisa en el rostro como siempre, porque ese niño no sabía hacer otra cosa que sonreírme incluso después de todo lo que pasó y estiró su manita con insistencia en mi dirección.

    ¿Ya vestía de negro?

    ¿Ya había empezado a ocultar la sangre?

    No recordaba y quizás era mejor así.


    —Es tuyo —dijo entonces, esperando mi reacción.

    En respuesta negué con la cabeza, tomé el listón y me las arreglé para volver a atarle el cabello con él otra vez sin tener que rodearlo para colocarme a su espalda. Mientras lo hacía noté que su sonrisa se difuminó ligeramente y me pareció que me repasaba las facciones con la vista varias veces, antes de volver a sonreír casi para sí mismo, como si se hubiese dado cuenta de algo de repente. Fue un gesto bastante sosegado que reflejé al terminar y acomodarle con cariño algunos mechones fuera de lugar.

    —No, ya no es mío. Te lo regalo, Ren —añadí a la vez que buscaba sus manos para darles un suave apretón. Me pareció notar las miradas de sus hermanos encima, en lo que cada uno se retiraba con mayor o menor prisa—. Seguro te sirve para acordarte de mí.

    En los ojos le chispeó una alegría inmensa, como si acabara de hacerle el mejor regalo de su vida y sentí que presionaba mis manos suavemente.

    Cuando quise darme cuenta mis hermanas, las gemelas que no paraban quietas, le cayeron encima a Rengo diciéndole que las dejara peinarlo también, que ya estaban aburridas de peinarse entre ellas o algo así. Eran todavía más parecidas a mi madre, no habían heredado el mechón albino Minami como yo, así que la mata de cabello negro las hacía casi una copia de nuestra progenitora.

    —Kyoko, Himawari, no le quiten mucho tiempo. Saben que no puede quedarse mucho —Les llamé la atención, vete a saber si me escucharon, pero bueno yo cumplía con mi parte.

    Quizás debería agradecer que tengo esos buenos recuerdos grabados con tal nitidez, que son esos en vez de otros significativamente peores, porque no sé qué habría hecho de no ser así. ¿Cuál sangre habría buscado cobrar y cuándo? ¿Habría sido capaz de dejar a su padre con vida como lo hice años más tarde, pensando que todavía podía sernos útil? ¿Cuántas piezas no habrían caído, una tras otra, de haber sabido lo que realmente pasaba con Rengo en el santuario y con Itami?

    Rengo había protegido la ilusión, había protegido el ruido de las comidas, a mis manos peinándolo y los momentos en que todos éramos unos familia. Los había protegido al ocultarnos el maltrato que recibía y con ese sacrificio nos protegió a nosotros del dolor de averiguarlo durante años, impidiendo que precipitáramos la caída de docenas de piezas antes de tiempo.

    Me dolía no haber sabido nada tanto tiempo, no haber podido ayudarle, y aún así en el fondo agradecía lo que había hecho porque había protegido esas memorias. Él no lo sabía, pero me había cuidado incluso antes de proponérselo directamente.

    El pequeño Rengo nos había cuidado a todos.

    Por ello cuando su hermano mayor y yo nos enteráramos de lo que había ocurrido por un tercero, aprendería a apreciar aún más aquellos recuerdos. Los de las comidas, los de las sonrisas de Rengo, de sus travesuras, de su cabello como una cascada oscura corriendo entre mis dedos y el listón rojo ondeando tras él.

    La parte de mí que conservaría a su lado.

    Aún así lo sentía, ¿no? Ya no era solo el dolor, era el rencor que atizaba el fuego que llevaba dentro del pecho, ese que me hacía amar con fuerza también era el que alimentaba todas las otras emociones que sentía con una fuerza arrolladora. Odio, resentimiento, rencor, dolor, tristeza, cada una me tomaba y me hacía pedazos el corazón dentro del pecho.

    También era el dolor de los otros, el de mi familia, el que más me hacía trizas. Lo sentía en la carne propia cada vez e insistía en tomarlo aún así, porque nunca aceptaría que los demás cargaran con sus penas en soledad. Lo haría yo, cargaría a cada uno en mi espalda, a sus fantasmas y sus pesares, así acabara por ceder al peso de tanto en tanto. La sangre de mi padre y todos nuestros hombres, el maltrato de Rengo, las heridas de Takano, el dolor del pequeño Hayato que perdió a su padre en la masacre de Fujimi, llevaría conmigo eso y más.

    Era esa mi función en cada tablero, en cada partida de shōgi que se llevaba a cabo. Era los cimientos y el filo de las armas, era la defensa y el ataque.

    Todas a la vez.

    Por eso sabía que de haberme enterado de lo que realmente ocurría con mi niño antes me hubiese desconocido, habría regresado a Kamakura, hubiese subido la montaña y me habría enfrentado a cada guardián de la prefectura que se me cruzara. Habría peleado con los mismísimos mononoke, habría excavado en la roca viva con las uñas hasta arrancármelas si eso significaba llegar hasta Kato Harima y cobrar toda la sangre que había tomado.

    La sangre de mi familia.

    Lo habría hecho así me abriera el estómago de un solo movimiento, porque hubiese intentado siquiera alcanzarlo para encajarle los colmillos en el cuello. Aplastar la carne, romper los huesos, reventar las venas y bañarme en la sangre del hombre por el que mi padre había tomado la decisión de morir, el que encerraba a sus hijos en una jaula en el bosque y permitía que el menor de ellos sangrara en sus narices. Porque él no los amaba, pero yo lo haría hasta el último de mis respiros.

    Porque el mismo Kato lo sabía y me lo diría. Nadie podría reclamarme el día que por fin le abriese el cuello. Ni siquiera sus hijos.

    Su cabeza me pertenecía.
     
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    Amelie

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    Disfruté mucho leyendo esta historia, le da más detalle a algo que ya se venía trabajando y lo hace aun mas especial. La verdad es que esa relación que tienen ambos es muy bonita; pues se dio a base de pequeños detalles que para un niño que permaneció aislado y sin cariño; representaban los momentos mas alegres de su infancia. Y pues no tienes que agradecer que te agregara a esa sub trama, la verdad es que tu ficha cuadraba perfectamente con lo que ya había hecho, pues tenía al clan que había tomado sus vidas frente a Kato, así que fue anillo al dedo.
    Y que Yuzu entienda que el silencio de Rengo fue por eso, por mantener esos momentos como alegres, es lo más bello que he leído.
     
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    Rojo FireRed

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    Confesaré que pues, a pesar de no participar en SS pues el relato me terminó enganchando, pues si hay algo atemporal es el tema que a veces un tercero es más familia que la propia sangre, y en general, esas relaciones que se forman desde niños son, a largo plazo, las más duraderas y leales que pueden ser.

    Y de hecho, es hasta descorazonador leer los maltratos sufridos por el muchacho por parte de su propio padre, se puede ver y se ilumina la decepción y el odio visceral que esas actitudes pueden levantar (Con razón legítima), ya que pues vemos en nuestros padres un ejemplo a seguir y un soporte, y que eso pase pues es bastante malo por decir lo menos.

    Y que Rengo haya decidido minimizar su experiencia traumática en pos de preservar la alegría de dichos momentos es desgarrador en buena medida, por que es un sacrificio desinteresado para no fomentar mala sangre (Que, sin embargo, terminó por darse, pero mucho más adelante, preservando esa bella amistad), una calidad de persona.

    Ya dejo mi mucho texto de lado xd. Encantado con el escrito, es fuerte y plasma a la perfección esa sensación de impotencia cuando alguien que amamos es profundamente lastimado sin que podamos hacer algo al respecto, y el resentimiento que eso genera.

    Un diez en toda regla, gracias por participar en la actividad <3
     
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  6.  
    InunoTaisho

    InunoTaisho Orientador del Mes Orientador

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    Por la canción de LiSA y el agregado del video ya me atrapaste... :gar::gar::gar:

    Tampoco leo nada del rol, y menos con la clasificación explícito por motivos personales, pero no pude dejar de admirar este capítulo y disfrutarlo de principio a fin si bien me perdí un poco en algunas cosas, supongo que relacionadas con la trama de capítulos anteriores, y sentir el sentimiento (valga la redundancia) de los personajes en todo momento... en fin, no tengo más que agregar que fue agradable de leer.

    Gracias por participar en el concurso y apoyarnos de esta manera, es muy gratificante.
     
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  7.  
    Mana

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    ¡Wow! Pues, bueno, como dijo Inuno y Rojo, tampoco suelo leer nada de rol, pero, realmente me ha dejado impactada, y me ha parecido muy impresionante, digamoslo así, que realmente sintiera ese rencor por quien les había hecho daño y que estuviera dispuesta a hacer todo eso para poder vengarlos.

    Como también mencionó Inuno, me perdí en algunas partes, por las razones que mencionó ya Inuno, pero, me gustó mucho y me pareció muy interesante y emocionante. Muchas gracias por participar. <3
     
    Última edición: 22 Septiembre 2021
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  8. Threadmarks: XXXI. The Ace of Swords
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    50
     
    Palabras:
    7366
    Aprovecho el post para agradecerle a Amelie y a los orientadores que han comentado la cuestión del concurso Rojo FireRed InunoTaisho Mana
    El prefijo de explícito claramente venía por otros capítulos, no tanto por este, pero normas del foro y eso (?) Por otra parte, los que se perdieron fue por el tema de que salía del rol de SS, no les hubiera ayudado leerse capítulos anteriores de la colección honestamente. The Alchemist está formado por puros relatos autoconclusivos, así que los dejaba igual o más perdidos, porque casi todos tienen otro rol de base. Eso, como aclaración nada más xD Fin del comunicado, me alegra que a pesar de todo les haya gustado a su manera.





    Hace días ando arrastrando un bloqueo terrible, me hace tardarme media vida con los posts en los roles o aventar puros posts horribles directamente. Aún así, hace unos días leyendo algo de Belu tuve una imagen mental clarísima y quise plasmarla, Dios, lo necesitaba prácticamente. Eso es lo que viene a ser este fic.

    Me tardé muchos días por el condenado bloqueo, de ahí que quedara tan largo, pero disfruté mucho escribirlo. Me alegra haber sacado a Arata del background de Altan, separarlo quiero decir, porque este chico me permite muchas cosas y me hace poner en perspectiva incluso los problemas de los demás que tengo metidos en Gakkou. Sobre todo la forma en que los problemas que para uno no significan nada, pero para el otro son el fin del mundo y es que al final todos los problemas conectan con lo que hemos tenido y lo que no.

    En fin, basta de cháchara (?) dejo este desastre de fic.

    Es considerado canon para la tarde-noche del día 19 de Arata.





    The world is spinnin' in your head.
    Do you wanna escape it?
    .

    Follow me and I will follow you.
    Save me from this hell that I've been through.
    Follow me and I will follow you.
    Save me from this hell that I've been through.
    .

    There’s a fire burning in your soul
    if you just look closer.

    .
    Let the flames overflow

    before it's all over.

    XXXI
    [​IMG]
    The Ace of Swords
    . JUSTICE . BREAKTHROUGH . TRUTH .


    | Arata Shimizu |
    *

    *

    *

    Algo que nadie me podría negar nunca en la vida era que estábamos cagados, que teníamos una suerte de mierda y todos los chacales principales parecíamos compartir ese infortunio, como si alguien lo hubiese estipulado. Parecía estar escrito en piedra.

    Si fuese capaz de leer el mundo como Altan o Cayden, como algo interconectado por hilos, podría haber dicho que eso era lo que nos uniría a todos tarde o temprano, la desgracia que nos perseguía. Cada puta mierda que nos pasaba unía un hilo con el otro hasta formar nuestra propia red, esa que estaba sobre el tablero del que éramos piezas movidas por una mano invisible.

    A algunos nos seguía desde críos, a otros los había alcanzado en la adolescencia y los restantes digamos que la habían heredado. Si uno rebuscaba mucho y creía en cosas como el destino o el karma podía llegar a pensar que nuestra suerte asquerosa tenía un solo núcleo, que venía de ser hermanos de sangre de Shibuya pero no haber sido nunca… Bueno, el hijo favorito de los demonios.

    Éramos las semillas de un hijo bastardo, por decir algo, y yo bien sabía lo mucho que ya de por sí los bastardos incomodábamos en las vidas ajenas.

    Chiyoda era un obstáculo, todos nosotros lo éramos, y cuando Yako murió se habían librado de una parte del problema o de la plaga, dependiendo de cómo quisiera uno verlo. Aún así insistíamos, nos negábamos a dejar morir el barrio que nos había recibido como si fuéramos sangre de su sangre y allí estábamos, a la espera de recuperar a nuestro rey.

    Para nuestra desgracia parecía que seguiríamos esperando como imbéciles, al menos así lo estipuló nuestro único aspirante y aplacó nuestras llamas en cosas de segundos, las redujo a brasas y tuve que reemplazar a Cayden en el turno de llevar noticias de mierda a casa esta vez. Ya mucho le había encargado al pobre desgraciado, quizás hasta había tenido que ver con eso su colapso.

    A la tarde, luego de todo el rollo de las pruebas físicas y demás, me desvié a Meguro en el regreso al corazón de Tokyo, calculando el rato libre de Yuzu en la universidad. Veías a la jodida con esa cara, pero se las había arreglado para que la aceptaran en el campus de Komaba de la Universidad de Tokyo para estudiar medicina.

    Por lo general dejaba el campus por el mismo lugar con el par de conocidos de turno, porque Yuzu no era estúpida y sabía que el campus de Komaba estaba demasiado pegado a Shibuya para el gusto de cualquiera. Al menos para gente como nosotros que pensaba en esas mierdas.

    Aparqué la moto cerca de la entrada y no me quedó más que esperar el rato que fuese necesario. Fue una hora y pico haciendo el tonto con el móvil, fumando tabaco y viendo moscas, pero en determinado momento me pareció escuchar una voz dirigirse a mí o por lo menos señalar mi presencia.

    —Minami, ¿no es ese tu kohai? Ya sabes, el de los tatuajes —soltó una chica y cuando despegué la vista del móvil la vi repasarme con la mirada casi con timidez.

    Debía sacarme dos años, así como Yuzu, pero la jodida parecía ingenua hasta el cansancio y ganas no me faltaron de soltarle los perros por la pura gracia. Llevaba el cabello corto como Akaisa, tenía ojos oscuros e iba vestida como niña buena en resumidas cuentas.

    Como para echarla a perder un poco.

    Minami no tardó mucho en girar el rostro para buscarme con la vista, al ubicarme se despidió de la muchacha y otro par de chicos que la acompañaban para prácticamente echar a correr en mi dirección. Ya cuando estuvo frente a mí me dedicó una sonrisa de lo más amplia, me echó los brazos en los hombros y se estiró para estamparme un beso en la mejilla antes de regresarme mi espacio.

    —Viniste a verme —dijo con la ilusión de una cría, haciéndome pensar que en realidad ninguno de nosotros lo hacía con suficiente frecuencia y suavicé los gestos sin siquiera darme cuenta—. ¿Cómo estás? ¿Va a venir Cay? ¿Los mellizos?

    Negué con la cabeza ante las dos últimas preguntas, ella soltó el aire un poco de golpe y cruzó los brazos bajo el pecho luego de ajustarse el bolso en el hombro.

    —Cay nos tiene medio abandonados. Tampoco te contestó el móvil el día de lo de Kurosawa, ¿verdad?

    Volví a negar con un movimiento de cabeza.

    —Supongo estará recuperando tiempo perdido con Ko-chan o durmiendo luego del pedazo de breakdown que me dijiste que tuvo —respondí sin más al recordar la foto que le había mostrado Yuzu a Kurosawa. La vi fruncir apenas el ceño y luego relajar las facciones a conciencia—. No te lo vayas a tomar personal, big sis~

    —Para nada —contestó con simpleza junto a una risa y comenzó a caminar, indicándome que la siguiera—. Solo extraño… Ya sabes, los viejos tiempos. A veces olvido que todos hicimos nuestras vidas, que los más pequeños crecieron, y luego la realización me patea en toda la cara cuando los veo batallando con sus propios líos mentales o líos de cualquier clase.

    —¿Te hace falta? —pregunté en lo que hundía las manos en los bolsillos y seguí sus pasos que asumí nos estaban guiando al parque Komaba.

    —¿El qué, Mishi?

    —Cuidarnos.

    —Cada maldito día —respondió al segundo, la nostalgia se le notó en la voz y suspiré—. En especial a ustedes tres que eran como nuestros bebés. Hikari siempre fue a su bola, Shigeru y Goro eran mayores que nosotros y los Ootori son un mundo aparte, aunque igual se dejaban mimar. A veces quisiera solo meter las manos y sacar a cada uno de sus broncas, pero sé que deben arreglarse solos, que yo solo puedo ser una suerte de puerto seguro cuando se rompen.

    No respondí como tal, hice un sonido afirmativo y saqué otro cigarro que encendí mientras seguíamos caminando. Sabía que andar conmigo no le ayudaba mucho a sus apariencias, sobre todo ese día que me había sacado la camisa del uniforme y la camiseta negra de tirantes de abajo dejaba básicamente toda la tinta a la vista. El zorro plateado del antebrazo, el licaón en el otro, el perro-lobo perdido entre los demás trazos, el chacal, la mariposa cola de golondrina del cara de crío, mi propio indicador y arriba, ya alcanzando el cuello, el krait.

    Encima ya se sabía, se había sabido siempre, de quién había sido hija Yuzuki y cómo su apellido, alguna vez perteneciente a un verdadero clan, había mutado para ser un apellido sucio. Había nacido de la costilla de la yakuza y ella se había echado encima toda la carga, toda la mierda, para librar a sus hermanas y honrar el lugar que debía haberle pertenecido a su madre cuando dejaron a su viejo como un colador cerca de Shinjuku.

    Aspiraba a reina del tablero, porque para ella era todo o nada, pero siempre se había movido de forma diferente. Era una pieza asombrosamente dinámica, lo único que le restaba poder era la benevolencia que había en su corazón, idéntica a la de Cayden, que hacía trastabillar su fuerza en momentos claves.

    Estiré la mano para ofrecerle el cigarro, ella negó con la cabeza y regresé a mi espacio. Caminamos por los trillos del parque, no buscamos sentarnos en ninguna parte y cuando estaba por abrir la boca ella se me adelantó.

    —Tienes algo que decirme, ¿no es así? —preguntó en un susurro—. Meguro es relativamente seguro para hablar, Mishi.

    —Eso lo sé.

    —Claro, ¿qué me pasa? Dándole órdenes a nuestro jefe de división de información —atajó junto a una risa floja y negué suavemente con la cabeza, tragándome la gracia—. ¿Es alguno de los cachorros? ¿Pasa algo con ellos?

    Había pasado, no que yo supiera nada además del colapso del corderito, pero en fin, ellos solos se arreglaban. Si luego querían acudir a mí no los iba a detener tampoco, si era capaz de matar por ellos.

    —Se replegó —solté entonces luego de darle otra calada al cigarro—. El sucesor.

    Suspiró con pesadez, se llevó la mano al rostro y se retiró el flequillo albino del rostro unos segundos antes de dejarlo caer de nuevo. No parecía sorprendida como tal, si acaso se le notaba decepcionada, y se entendía. No podía juzgar cómo se sintiera respecto a la oportunidad perdida.

    No recuperaríamos Chiyoda, al menos no con Sonnen que era la apuesta segura.

    —Ninguno de nosotros o de los que piensan parecido es bueno jugando a los bandos, ¿te das cuenta? Lo hizo por la chica que mencionó el otro día asumo. ¿Cómo dijo que se llamaba? —Se llenó los pulmones de aire antes de seguir hablando—. Sabia decisión para sí mismo y para ella, mala para nosotros. La chica…

    —Hiradaira Anna, Shinjuku, es todo lo que sé. No le presté atención suficiente.

    Suspiró una vez más, entrelazó las manos y las estiró hacia el cielo, desperezándose como un gato antes de dejar los brazos caer a los lados. Me pareció verla fruncir el ceño un segundo, como si hubiese caído en una cosa de repente, pero la dejó correr y al final cedió, alcanzó el cigarrillo que yo tenía entre los dedos y le dio una única calada antes de regresármelo.

    —Si es de Shinjuku nuestra mariposa debe tenerla mejor ubicada, si no que le pregunte al Krait. No me malentiendas, no quiero ponerle ojos encima ni conseguir todo su historial, a lo mucho me gustaría saber hasta dónde llegan sus conexiones como para vender a Shio directo a Shibuya —soltó al aire, liberando el humo por la nariz, antes de seguir hablando—. Respecto a Kurosawa, Mishi, ¿qué piensas de ese asunto?

    —Tiene la capacidad, como buena Kurosawa, es demasiado volátil aún así. Arrasaría con todo incluso sin quererlo, lo haría porque desea cobrarse algo con sangre, nos llevaría consigo a la muerte directa por una persona justo como hizo la chica Hiradaira. —Así era siempre, no tenía tacto para decir las mierdas y ella lo tenía claro—. Estoy rodeado de un montón de cilindros de gas, qué puta desgracia. Prefiero solo a Hikkun que a este montón de llamitas.

    —Estaríamos faltando a lo que deseaba Yako de todas formas —murmuró no muy convencida.

    —Pues claro, pero si ella insiste en seguir metida en la mierda, si aceptó hasta verle la cara al príncipe, ¿qué cojones vamos a hacer que no sea adoptarla y enderezarla? Kaoru se habría metido un tiro si la dejamos a su suerte.

    —Las circunstancias nos han dejado sin opciones, eso lo sé bien. Joder, que Sonnen retrocediera es una cagada.

    Eso se sabía aquí y en el otro lado del mundo, podía ser un niño pijo de primera pero tenía la inteligencia, la astucia suficiente y la puta ira incontrolable para recuperar Chiyoda, Taitō e incluso reducir Shibuya a un montón de escombros si se le cruzaba por la cabeza. Quizás, solo quizás por eso lo mantuve cerca hasta el momento apropiado.

    Para ponerlo sobre nuestro lado del tablero en el momento justo.

    Pero había ignorado la torre de su propia partida.

    Incluso así conocía la forma de trabajar de Yuzu, que a fin de cuentas era una proyección de la de Kaoru, y no tenía que darle muchas vueltas al asunto para saber cómo estaban las cosas.

    —No lo ibas a obligar a tomar su lugar —comenté en un murmuro.

    —Jamás, de hecho lo dije el día que trajiste a Shio al Hibiya, pero seguro ya no te da la neurona —contestó luego de permitirse una risa baja, bastante parecida a un ronroneo, y se enredó a mi brazo mientras seguíamos andando—. Todos los que estuvieron con los chacales fue por voluntad, quizás a algunos los arrastramos con más fuerza, pero al final todos se quedaron porque era lo que querían. Tú, por ejemplo, pudiste dejarnos en cualquier momento, lo mismo Cay y fue exactamente lo que le permitimos a Ko, Hikkun y Ratel después de lo de Yako.

    No respondí al instante, le di un par de vueltas al asunto y me di cuenta que tenía razón. Que sí, le había encajado un cuchillo a Cayden en la espalda, pero al final el crío se había quedado por gusto. Que Kaoru me había dicho que debía pagar la deuda con Chiyoda por haber robado, pero luego hice más pasta gracias a eso y me quedé cuando comencé a encargarme de la información y de los cachorros. A la vez, era cierto… cuando los otros tres se fueron los dejamos ser.

    Si era lo que querían estaba bien para nosotros o al menos esas eran las cosas que nos obligábamos a pensar para no atar a nadie. La única vez que nos habían atado había sido ella misma con su pacto, aquella promesa de que apenas apareciera un sucesor debíamos responder o seríamos considerados traidores, enemigos, y por rebote acabaríamos picados tan fino que nos iban a tener que despegar de la acera con espátula.

    Por eso habíamos estado dispuestos a ponernos al servicio de Sonnen.

    —Nada que hacerle, volvimos a ser fantasmas.

    —Dile a los demás cuando puedas, Mishi. No quiero presionarlos más por esto, al menos no con Sonnen, y así los que sienten que le deben algo pueden darse por liberados.

    —¿Y Hikari? —pregunté frunciendo ligeramente el ceño.

    —¿Te da miedo que se lo cargue ahora que ya no le debe nada? Al único que se cargó o casi fue al tipo que ya de por sí Sonnen había dejado fuera de juego —respondió con calma, pateando una piedra que se había quedado en el camino—. Además no tienen por qué verse las narices ni nada ya.

    Me encogí de hombros, la verdad era que la preocupación tenía poco o ningún fundamento porque yo sabía que Hikari había hablado en persona con Sonnen después de que Cayden hiciera de mediador. Nunca se sabía, eso sí, aunque realmente no tenía idea de si era la preocupación de que Hikari se lo comiera de un bocado o alguien, quién fuese, se cargara a Hikari por haber tocado al puto estirado de Altan.

    De nuevo, no se tenía certeza de nada en la vida.

    —A Cayden tampoco le cae muy bien —solté sin venir a cuento, tragándome un poco la risa.

    —¿Por qué?

    —Ah, claro, la mariposita me cuenta su vida y razones de principio a fin. Cada mañana tenemos una conversación súper profunda sobre sus inquietudes y todo. ¿Tengo cara de saber por qué, Yuzu?

    Mi respuesta le sacó una risa que estuvo a nada de convertirse en una carcajada, negó con la cabeza suavemente y tomó aire despacio. No que supiera todo el cuento, pero en este punto ya casi era chiste interno la mierda de que ciertos idiotas de estos no decían nunca las cosas importantes.

    Hikari estaba entre esos, para la gracia. Era otro con complejo de fantasma hasta que se le volaba la pinza.

    —Sonnen se ve callado, ya sabes, del tipo ensimismado. ¿Quizás lo rechace porque le recuerda a sí mismo? —Lo había dicho en lo que alzaba la vista al cielo y las copas de los árboles—. Aunque bajo esa lógica debería haber rechazado también a Hikkun, cosa que nunca hizo.

    Me encogí de hombros, la verdad era que no tenía ni idea de dónde venía el rechazo, realmente parecía salido de la putísima nada, porque cuando lo de Kurosawa Altan habían jugado la carta de Dunn antes que cualquier otra porque era la que tenía más cerca. En ese momento le tenía recelo, creía, hasta se medio habían aliado para la mierda de la mascarada de Akaisa, pero el rechazo se generó del mismo aire algunos días después y no sabía si relacionarlo a alguna corazonada que tuviese el otro, a sus ojos biónicos o a lo que acababa de decir Yuzu. No tenía mucho con qué argumentarse lo último por lo que decía ella misma, pero aún así.

    >>Como sea, es libre de apartarlo del todo ahora si eso es lo que quiere. No le debemos nada al hijo del emperador ni él nos lo debe a nosotros. Podría decirse que estamos parejos.

    —Anotado, big sis —respondí sin mayor complicación.

    Ahora era yo el mensajero, cosa que tampoco era rara en sí misma, era lo que había sido varios años en realidad así que no me pesaba o incomodaba tanto. Mi mayor preocupación era decírselo a ella, el resto efectivamente iban a sentirse liberados. Los Ootori temían la violencia de Sonnen y lo habían dicho incluso en sus narices, Hikkun casi lo había matado, a Ratel lo traía sin cuidado, Cayden estaba a un roce de volverse loco y morderle el cuello así muriera en el proceso.

    ¿Realmente lo hubiéramos aceptado como nuestro rey?

    ¿Seríamos capaces de aceptar a alguien que no fuese nuestro Yako?

    Ya no lo sabía.


    Me quedé con Yuzu lo que duraba su rato libre, cosa de media hora como mucho, y la acompañé de regreso a la entrada del campus cuando se nos agotó el tiempo. No hablamos mucho más del tema, ya estaba zanjado y la única preocupación que nos quedaba era Shiori.

    Le dije a Yuzu que intentaría pasar a verla más seguido y subí a la moto con intenciones de irme a casa, giré la cabeza un segundo antes de largarme, y vi un chispazo de la tinta que ella misma llevaba en el cuello, los kanjis de las piezas de shōgi del general de plata y el general de oro. Conocía también la camelia, herencia de su clan, que se había tatuado entre los omóplatos, la imagen me alcanzó la cabeza cuando ya le había metido gas a la moto.

    Como un presagio.

    Por otro lado tenía que hacer el negocio con el par de móviles que me había dejado Pierce todavía, pero iba a tener que acudir a Cayden para que me consiguiera un comprador decente, también para esfumar la información que tuviesen los aparatejos porque yo no me movía en esa área con tanta frecuencia.

    De hecho aproveché que su casa me quedaba a medio camino para pasar, dejar la cuestión escondida entre los arbustos en una bolsa de papel y seguir con la vida. Antes de subir a la moto le envié un mensaje avisándole que le había dejado algo; no era la primera ni última vez que nos clavábamos esa movida de por sí, lo hacía para no levantarle más alertas de la cuenta a su madre, que era un ángel caído del cielo si la comparábamos con el hijo que había traído al mundo y el esposo que tuvo.

    Joder, debí desviarme. Solo debí desviarme a Kabukichō y olvidarme de la vida.

    O meterle gas a la moto, llegar antes a casa.

    Ni idea.


    Conduje con la velocidad de siempre colándome entre los autos. Sentía el viento contra el rostro, estaba a nada de cortar la piel y aún así no perdía su gracia. Como bien habría dicho Altan alguna vez, si me iba a la mierda sin casco me rajaba la cabeza, pero bueno eso nunca me había detenido.

    No hacía mucho había oscurecido cuando llegué a casa, dejé la moto en la cochera y solo hasta que apagué el motor me llegaron las voces. Una era la del menor de mis hermanos, la otra era de mi madre y la tercera no me sonaba de una puta mierda, pero era masculina.

    Estaba distraído así que no atajé la conversación, tampoco le presté particular atención después en lo que cerraba el portón y rodeaba la casa para entrar por la puerta principal. Acababa de deslizar la puertilla de afuera cuando noté que la principal estaba abierta y que las voces venían desde la cocina o eso parecía.

    —Ryouta, sabes que no eres bienvenido en esta casa hace mucho —soltó mi madre con un hilo de voz y todas las alertas se me encendieron de golpe.

    —¿No? —preguntó el otro, haciéndose el imbécil, y encontré en su tono la misma diversión de mierda que había en mi propia voz—. ¿Ni siquiera para ver cómo están mis hijos?

    El mundo me cayó encima entonces, fue como si me hubieran soltado otro balonazo en el pómulo resentido todavía por el golpe de Hikari, luego una hostia en la boca del estómago y el aire me dejó los pulmones en cosa de un segundo. Joder, sentí que me iba a ahogar y hasta la vista se me desenfocó.

    Entré a la casa a trompicones sin sacarme los zapatos siquiera y cuando alcancé la cocina vi a mi madre con las caderas apoyadas en la encimera, los brazos cruzados bajo el pecho y me recordó a un erizo enrollado sobre sí mismo. El miedo en su mirada era espantoso.

    A un costado, cerca del fregadero, estaba Izumi estaqueado como un poste de luz, con los brazos rígidos a los lados del cuerpo. El pobre crío no sabía a dónde apuntar, ni se había podido quitar el uniforme y ya estaba cagado hasta las patas. Cuando encontró mis ojos prácticamente me pidió auxilio, intercambió la vista entre la silueta que estaba sentada a la mesa y yo un par de veces.

    Era el que había hablado, el famoso Ryouta, su silueta se recortaba como una sombra bajo la luz tenue del bombillo de la cocina. Estaba sentado a sus anchas como si fuese su puta casa, tenía la piel aceitunada o tostada al sol, no sabría decir.

    El brillo amarillento de la luz le arrancaba destellos a su cabello castaño oscuro, desprolijo y casi a la altura de los hombros, aunque se notaba que la raíz era más clara, varios centímetros parecían de un tono de rubio sucio, más oscuro que el de mi madre. Llevaba una camiseta sin mangas también y fue entonces que lo noté, el chacal que llevaba tatuado en el brazo, perdido entre otro montón de trazos. La tinta era vieja a cagar, pero era un chacal sin espacio a dudas y no entendí una mierda.

    Porque sabía lo que los tatuajes podían significar.

    Tardé lo suyo en reparar en su rostro, ya que se había girado en mi dirección. El caso era que tenía un ojo inútil, tiraba a un tono de azul grisáceo y era jodidamente opaco, el otro que parecía estar de una pieza era oscuro con ganas, como si fuera negro, como los ojos de Sonnen.

    Era un pozo sin fondo, un puto agujero negro.

    Y amenazó con tragarnos a los tres.

    Una sonrisa de mierda se le dibujó en los labios, le descubrió los dientes, amarillos hasta decir basta, o al menos esa sensación dio la luz que era del mismo color y también resaltó algunas cicatrices que tenía en el rostro. Me repasó con la vista y esta vez fui yo el que se quedó estático con los brazos congelados junto al cuerpo, con la tensión aplastándome cada hueso.

    La única similitud inmediata que encontré en él fue que era un desgraciado de la calle y que de él debían haber sacado el cabello algo más oscuro mis hermanos, en vez del rubio de paja que yo tenía de mi madre.

    —Arata —dijo con una suficiencia que me erizó la piel.

    —No te atrevas a hablarme —escupí al segundo y mi voz estuvo a nada de transformarse en un gruñido. Izumi se hizo pequeño en su lugar, con el rabillo del ojo lo noté bajar la mirada al suelo—. Pedazo de mierda, ¿qué coño haces en esta casa?

    Dios, con lo que trataba de cuidar a mis hermanos, de darles algo para que no se vieran obligados a seguir mis pasos. Con todo lo que había hecho y seguía haciendo, ver a este desgraciado en nuestro hogar así de fresco solo me recordó la mala leche que cargaba desde que tenía once años.

    Esa que me había arrebatado la cara de mocoso y todo rastro de inocencia.

    La reacción de Izumi, por otra parte, fue perfectamente comprensible. Yo era cerrado y brusco, pero aún así en casa nunca me veían armar la bronca, no peleaba por nada, ni siquiera reclamaba cuando llegaba y de repente se habían olvidado de dejarme algo de cenar. Pero el chico encontró en mi voz suficiente violencia para desear desaparecer de allí, que se lo tragara la tierra y lo escupiera en cualquier otro sitio que no fuese esa casa.

    —¿Así recibes a tu padre? Se ve que no los criaste bien, Kaiyo —atajó refiriéndose a mamá, la sangre me hirvió bajo la piel y tensé tanto la mandíbula que me dolieron los dientes—. Me fui poco después de que naciera el más pequeño, tú tenías cuatro años entonces.

    —Izumi —corregí con la ira burbujeando—. Se llama Izumi y se supone que te hicieras responsable de él, también de Seiichi.

    —¿Y de ti? —preguntó conteniendo la risa.

    No fue hasta ese momento en que entendí lo mucho que yo tocaba los huevos, joder, si era igual imbécil, si no podía tomarme nada en serio como este hijo de puta debía ser insoportable. Mucho más de lo que estimaba.

    —Y de la mujer que parió a tus tres hijos, puto cabrón. ¿Qué mierda es lo que quieres aquí? No tengo todo el jodido día.

    No respondió, obviamente, pero se levantó de la silla y ahora fue mi madre la que se encogió en su lugar. Lo hizo con tal ahínco, con semejante miedo, que incluso cerró los ojos en el proceso y entendí de una cómo habían sido las cosas, esas que no recordaba porqué este infeliz se había largado o lo habían echado antes de que pudiese consolidarse cualquier memoria al respecto.

    Se acercó a mi madre, ella casi se fundió con la encimera y yo seguía tan entrampado como cuando vi que estaban apaleando a Sonnen en el callejón de Taitō. La miró desde arriba, dejó salir una risa baja y le regresó su espacio como si nada, volviendo a la mesa. No se sentó, solo apoyó las manos en la superficie.

    —Le debo dinero a los nigerianos de Minato —soltó por fin—. Bastante.

    Los perros salvajes de Yuzuki.

    Fruncí más el ceño, si es que era posible teniendo en cuenta que había arrugado los gestos desde antes de entrar a la casa, y logré moverme por fin. Di unos cuantos pasos en su dirección, acercándome a la mesa, y no miré a mi hermano cuando hablé.

    —Izu, lleva a mamá arriba —pedí casi en un murmuro, pero bastó para poner al enano en movimiento.

    Reaccionó como si tuviera las articulaciones oxidadas, pero se acercó a ella, le rodeó los hombros con el brazo y se la llevó casi a rastras. A mamá se le escapó un sollozo cuando ya habían dejado la cocina, pero me alcanzó de todas formas y siguió alimentando mi ira, arremolinando mis corrientes de aire.

    —Y vienes a pedir dinero en la casa que nunca atendiste. Hay que tener los putos huevos bien hinchados para hacer esta mierda, Ryouta.

    —Hombre, uno siempre acude a la familia en tiempos de necesidad… Un par de sueldos de tu madre, la pasta que debes hacer tú en la calle, la que me prestaron unos amigos y se arregla el problema —explicó sin pizca alguna de vergüenza.

    —El tuyo quizás —murmuré de mala gana—. Aquí no hay un duro por tu culpa.

    Se permitió otra risa floja, despegó las manos de la superficie de la mesa y la rodeó hasta mi posición. Era apenas más bajo que yo, pero se acomodó a mi lado y estiró el cuello para invadir mi espacio como había hecho con mi madre. La ira siguió aumentando, mis corrientes de aire estaban a nada de ser un jodido huracán y un relámpago impactó el suelo bajo mis pies cuando escuché su respiración. Me envió electricidad por el cuerpo, esparció las serpientes por todo el espacio, como ramas o raíces, y sentí que me lo quería cargar todo.

    Quería reducir el jodido mundo a cenizas.

    No me moví un ápice, yo no tenía el miedo a los golpes grabado en la piel como se veía que lo tenía mi madre y giré apenas el rostro en su dirección, se me debía notar que estaba a un pelo de desatar el Infierno. Encontré mi reflejo en su ojo sano y me pregunté si así se sentirían todos los hijos no reconocidos al encontrarse con el padre que ni siquiera recordaban.

    Como reflejos de un monstruo o del mismísimo diablo.

    Me pregunté si era eso lo que sentía Cayden cuando veía las fotos de su viejo, si era lo que sentirían la mitad de los chacales que nos habían abandonado en el camino. Pensé que nadie merecía sentir esa mierda, que era espantosa, persecutoria y terrible.

    Porque ninguno de nosotros quería ser como el padre que nos había dejado, rechazado o dejado morir.

    —Es la pasta o tu madre, Arata. Tan sencillo como eso —dijo con una naturalidad que fue repulsiva en sí misma—. Ve, dile a Kaiyo que me dé el dinero. Vendré por él una vez a la semana desde hoy.

    Otra ventisca, otro relámpago y desconecté todos los putos cables de golpe. Una risa ronca y sin gracia me surgió del pecho, fue de hartazgo, de incredulidad y quién sabe qué más. Fue la clase de risa que solo anuncia el desastre, como una alarma que chilla y chilla a pesar de no servir para nada más. No ahuyenta, no salva, no hace nada más que crear ruido de fondo.

    ¿Venía a darme órdenes el grandísimo hijo de puta? Qué buen chiste, joder.

    Caminé lo suficiente para apartarme unos pasos de él, el piso de madera de casa crujió bajo mi peso y seguí ignorando las alarmas que sonaban, que me decían que debía detenerme.

    No lo hice.

    El resto de la movida ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, ni él se la vio venir. Todo lo que supo fue que desenfundé el cuchillo que cargaba siempre, le caí encima, lo pesqué por el cuello de la camiseta y prácticamente lo arrojé sobre la mesa que se deslizó varios centímetros de su posición. Lo sostuve con una fuerza jodida, no supe ni de dónde salió, y en cosa de un segundo le encajé el filo del arma en el muslo arrancándole un grito que debió llegar hasta la calle y solo fue callado por el aullido del tren.

    La luz amarilla le arrancó un chispazo de furia a su ojo sano, me sirvió de espejo una vez más, y encajé el cuchillo con más fuerza en la carne antes de retirarlo. Lo empujé al suelo entonces, pasando por completo del puto olor a sangre, y cuando hizo el intento por levantarse le dejé ir una patada en el estómago regresándolo a su lugar.

    Le caí otra vez, el hijo de puta se retorció como poseído y alcanzó a atinarme una hostia que me alcanzó la nariz. Me dejó viendo chispas, pero le aflojé un golpe sin calcular contra el costado de la cabeza con la mano derecha que me dio tiempo de recuperar algo de nitidez en la vista, la suficiente para notar que le estaba cayendo mi sangre encima.

    Anclé mejor el cuerpo, presioné el mango del cuchillo en la mano y volví a enterrarle el cuchillo, ahora en el brazo donde no llevaba tatuado el chacal. Sus ojos encontraron el indicador de mi mano, esa que sostenía el cuchillo, subieron hasta el zorro plateado y siguieron hasta dar con mi propio chacal. La visión lo dejó congelado unos segundos, como si hasta ahora uniera los hilos suficientes.

    ¿Era un antiguo chacal? Existía la posibilidad. Uchibori había apadrinado muchos antes de Kaoru.

    ¿Y qué? Como si había sido un chacal, como si era mi padre, sangre de mi sangre. Si este hijo de puta tocaba a mamá, si ponía un pie en Shinjuku de nuevo, sabía que me lo iba a cargar.

    Quizás lo supe siempre, por culpa de la maldita ira.

    Que sería un puto parricida.

    Retiré el cuchillo de nuevas cuentas, lo clavé justo al lado de su cabeza de un movimiento brusco y apenas unos segundos después le dejé ir un golpe sobre el otro en la cara. La piel cedió, el cartílago, y me detuve porque no lo quería mandar a negro.

    Qué va. Solo quería dar un mensaje, como siempre.

    Me levanté, lo sujeté de la camiseta otra vez y lo despegué del suelo, echándole el aliento encima a pesar de que el cabrón no podía ni enfocar el mundo ya. La respiración me iba como la mierda, estaba a nada de escupir los pulmones y la nariz me seguía sangrando.

    Encontré en ese desastre mi propia capacidad de replicar a los demonios, a los lobos de sombras. Ese poder que les permitía de bañarse en sangre ajena y no sentir nada al respecto. No era la primera vez, vamos, pero sí que era diferente. Terminó de confirmarme que había nacido en la calle y moriría en ella, que alguien me abriría con una navaja, me cerrarían a palos o me dispararían en un callejón. Que sería eso o morir entre barrotes.

    —Eres tú o mi madre, cabrón, y la próxima te voy a meter el cuchillo en el cuello. —Me lo llevé arrastrado hasta la puerta que seguía abierta, le pesaba el culo al hijo de puta porque estaba a nada de ser peso muerto—. Si te abro la tráquea te ahogarás en tu sangre, como cualquier diablo, ¿a qué sí? No te vamos a dar un puto yen, no volverás a tocar a mamá y los perros salvajes de Masaru te van a tragar vivo. Porque lo digo yo, porque Minato está conmigo y te voy a vender como un cerdo al matadero.

    Continué arrastrándolo por las escaleras, por el pequeño tramo de jardín seco, trazando un camino de sangre y lo lancé en la acera como un saco de carne. No valía para nada más de por sí.

    Afuera, con un par de críos más, estaba Seiichi, mi otro hermano menor, y el horror que le pasó por la cara al verme arrojar a un desconocido ensangrentado en la calle fue de antología.

    —¡Arata! —dijo a todo pulmón y los otros dos echaron a correr como si los persiguiera el diablo—. ¡Arata, la nariz! ¡Para el sangrado de una jodida vez!

    La madre que lo parió, Sei necesitaba ordenar sus putas prioridades.

    Ryouta se arrastró algunos centímetros antes de levantarse a duras penas y echar a andar calle abajo sin decir una mierda. El par de puñaladas no eran graves, pero yo bien sabía que esas no se atendían en el hospital, si tenía suerte algún cómplice le metería unas puntadas. Los delincuentes nos sanábamos como perros de la calle o nos entregábamos a la policía.

    A las sirenas que nos habían perseguido toda la vida.

    —¡Arata! —insistió Seiichi, su voz se oyó como una súplica.

    Arrojó la mochila a un costado de la entrada, se acercó corriendo y me subió la camiseta de un movimiento brusco, encontró mi nariz con ella y me hizo inclinarla un poco hacia atrás. El movimiento me arrancó una queja de dolor y enfoqué el mundo, de repente bañado de rojo, con cierta dificultad. El alumbrado público estaba encendido, las luces se habían tragado las estrellas como siempre y el segundo rugido del tren sobre las vías silenció el ruido de la tormenta eléctrica que tenía en la cabeza. Los relámpagos no había dejado de alcanzar la tierra, de golpear los árboles y encenderlos por dentro.

    No tenía fuego propio, ¿quién lo necesitaba? El aire podía derribarlo todo también.

    —Se supone que ese era nuestro padre, Sei —murmuré con voz gangosa por tener la nariz tapada.

    Ni me prestó atención, buscó mi mano dominante, me hizo sujetar la camiseta y me empujó adentro de la casa con prisa. Su tacto me dolió y solo entonces me di cuenta que me había hecho mierda los nudillos al cerrar al otro idiota a hostias.

    —Mamá —dijo a medio camino y sonó tan angustiado que me partió el corazón. Seiichi no era estúpido, sabía que si había hecho semejante destrozo era por algo que tenía que ver con ella, nadie más—. ¿Le hizo algo a mamá?

    Negué despacio con la cabeza, con la sangre embotada en los oídos, y él me ayudó a sentarme en una de las sillas en la cocina así todo estuviera hecho un desastre.

    —Quería dinero, me amenazó con ella y se me zafó la cabeza del cuerpo —contesté con un hilo de voz—. Si vuelve a asomar la nariz en Shinjuku te juro que lo mato, Sei, te prometo que lo rajo en dos.

    Escuché pasos en la escalera, el primero en aparecer fue Izumi, echó a correr ya abajo y cuando distinguió la figura de su hermano los gestos se le deformaron. Echó a llorar como un mocoso de seis años, abrazado a Seiichi como si fuese un salvavidas en pleno mar y el otro le correspondió el gesto a pesar de que tenía las manos embarradas de mi sangre.

    Tuve terror de que ese evento fuese la pieza que tiraba todas las demás, que los arrastrara al infierno del que los había protegido durante tantos años, sacrificándome a mí mismo en el proceso. Tuve tanto miedo que tuve que seguir desconectando cables para no irme a la mierda, desensibilizarme a la fuerza para no hacerme pedazos allí.

    La siguiente en bajar fue mamá, estaba pálida, el cabello de paja me pareció casi igual de blanco y cuando creí que se iría encima de los menores para fundirse con ellos en el abrazo, desvió sus pasos en mi dirección. Prácticamente corrió como Izumi, me alcanzó y me abrazó como si se le fuese la vida en ello, lloró de la misma manera mientras lo hacía. Atrajo mi cabeza a su pecho después, me acarició el cabello con un cariño estúpido y sus palabras me cristalizaron los ojos. Puede que no se diera cuenta, pero amainó mi tormenta en un instante.

    —Gracias, gracias —susurró entre las lágrimas y me dejó un beso en la coronilla antes de hundir el rostro en mi cabello—. Gracias, mi niño.

    Relajé el cuerpo, casi me derretí bajo su agarre y respiré por la boca una, dos, tres veces. La rodeé con el brazo derecho una vez logré regular mi respiración, aproveché para dedicarle una caricia amplia en la espalda y me limité a hacer un sonido afirmativo, apenas para que supiera que la escuchaba. Cerré los ojos unos segundos, tratando de ignorar el rojo que bañaba el mundo todavía.

    ¿Gracias por qué? ¿Por haber estado por matar a tu agresor?

    De nada, supongo. Fue un placer.

    Me dediqué el resto de la noche a limpiar el puto camino de sangre que había creado, lo lavé de la acera frente a casa incluso y me pregunté si no iba a cantarme algún vecino. Si podía valerme del hecho de que la bronca claramente había sido entre bestias de la calle, entre el hijo mayor de Kaiyo quien también era un cero a la izquierda y su ex, que era un puto animal.

    La mayoría de las veces esas broncas quedaban en las sombras, nadie las atendía porque pertenecían a otro mundo. Al de los tatuados, el humo, las drogas y las deudas con los demonios del corazón de Tokyo, al de las mujeres solas y los agresores que bien podrían haberlas obligado a engendrar a los hijos que no protegían.

    El mundo jamás se ensuciaba las manos por nosotros.

    Si podían nos mataban como si cargáramos la peste.

    Casi a las once de la noche me senté a la mesa, ya de nuevo en su posición original, me saqué el móvil del bolsillo y marqué el número de Yuzu de memoria. Me llevé el aparato a la oreja mientras reposaba algo de peso sobre la mesa y parpadeé casi con pereza cuando escuché que me atendía. Me dolía toda la puta cara del golpe que el imbécil de Ryouta me había soltado.

    —Masaru. —La llamé con el nombre masculino que usaba para sus negocios, eso la hizo guardar silencio y se quedó a la espera de lo que tenía que decirle. Le hablé en un murmuro, como si fuese una confidencia—. Shimizu Ryouta. No ha conseguido el dinero que le debe a tus perros.

    Escuché un sonido afirmativo al otro lado de la línea, ni siquiera hizo falta que le explicara la bronca. Su tono fue cálido y aún así, en el fondo, detecté la ligera amenaza en su voz.

    —Yo me encargo, mi niño. Te lo prometo.
     
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    Palabras:
    4100
    Llevo días hasta el culo de ansiedad por la estupidez de la prueba del carnet de conducir, porque a mí cualquier clase de prueba me pone nerviosa a cagar y pues Cayden es mi scapegoat cuando necesito hacer catarsis con algo, así que whooops. Además sigo desconectada del Cay de Pokémon, como si se negara a hablar conmigo desde lo del asentamiento y toda la mierda, y kinda lo odio por ello en este momento (?) Que igual ando evitando roles canon porque también me ponen ansiosa como la mierda, así que sorry, espero para el final de la semana ya poder ordenar mi cerebro.

    Igual tenía la introducción de este fic comenzada hace un montón, ya ni recuerdo por qué, junto a otras de otros fics.

    Es considerado canon para el background de Cay en Gakkou.


    Creo que no ha sido sorpresa para nadie que conforme pasan los días me he estado aferrando más y más a Cay como personaje, digo más porque fueron dos posts en Pokémon y ya supe que este niño tenía consigo una pieza enorme de mi corazón. Todos mis personajes tienen características mías, eso no es secreto para nadie y creo que nos pasa a todos. Es como si fragmentáramos nuestras personalidades y pusiéramos cachitos específicos en cada uno.

    Katrina, Altan, Jez y ahora Cay tienen fragmentos muy específicos, a veces acentuados sin que yo me diese cuenta, que me duelen en lugares muy particulares del corazón.

    Sin embargo, Cay (así como Al) heredó posiblemente el núcleo de mi personalidad sin que siquiera me diese cuenta. La forma de ser de este niño se acerca tanto a la mía que se me pasea entre ser un full five o ser un full four a cada rato como me ocurre a mí también, así como Al se me pasea entre eight y five con wing en four.

    Este niño me duele en partes del corazón muy específicas y solo espero que algún día pueda dejar de culparse y pueda amar plenamente. Que deje de pensar que la gente desaparecerá porque él no es lo suficientemente importante, que deje de extrapolar el abandono de su padre a todo el resto y de buscar el reflector para llenar ese vacío, ese miedo tan profundo a no significar nada para nadie por ser quien es.

    Solo quiero creer que un día podrá abrir la boca y decir lo que realmente quiere de los demás. Quisiera pensar que será capaz de usar su fuego sin tener miedo de quemarlo todo a su paso así como teme las emociones propias y ajenas y toda proximidad.

    Si un solo ser humano se identifica con este desastre con patas en algún momento, por mínimo que sea, solo espero que sepan que hay personas con nosotros y que sentir, aunque nos lo parezca, no es una debilidad ni tampoco un pecado capital. No tenemos que sentirlo todo solos, no tenemos que y es un viaje larguísimo, no creo que estar ni cerca de interiorizar la idea, pero quiero pensar que todos nosotros, los que adoramos la cueva, algún día seremos capaces de mostrarla al resto del mundo sin sentir que vamos a morir y decir: ayúdame, por lo que más quieras, ayúdame a entender lo que hay en esta oscuridad y este hielo.

    No importa qué tan pequeño parezca, si te parece insignificante, si crees que el resto lo encontrará estúpido, tienes derecho a sentir lo que quieras y llorar como un desgraciado, gritar, quemarlo todo. Tienes derecho a sentir y está bien, pero dejemos de callar.

    Hemos vivido callados, nos hemos dañado y hemos dañado a los otros, pero el perdón existe y con él vendrá la paz que nuestro corazón anhela.

    Porque nunca deberíamos tener miedo de nuestro propio fuego, porque no somos solo incendios o bombas atómicas. No somos solo armas de destrucción masiva.



    Watch as I slip away
    for your sake.
    .
    Well maybe I could hold you in the dark,
    you won’t even notice me depart.
    .
    Jesus needed a three day weekend
    to sort out all his bullshit,
    to figure out the treason.
    I’ve been searching for a fortified defense.
    .
    ’cause who the fuck would choose this?

    XXXII
    [​IMG]
    The Strength
    . FEAR . WITHDRAWAL . VOID .


    | Cayden Dunn |
    *

    *

    *

    Las dicotomías las había cargado desde que tenía uso de razón, parecía que habían nacido conmigo y ya hasta mi madre las conocía al derecho y al revés, lo mismo mis tíos. Tratar conmigo era un poco como tratar con un gato que recogiste de la calle, como un día podía aceptar todo el cariño y los mimos del mundo, al otro no quería que nadie me viera o me pusiera una mano encima. Era jodido por demás, porque en caso contrario mi personalidad posiblemente no hubiese sido muy diferente a la de Kohaku o el mismo Yako.

    Un montón de aire sin contener.

    Aún así digamos que la mayoría de mis días fueron buenos, quiero decir, previo a la muerte de Yako. Aunque normal, ¿cómo no iban a serlo? Tenía un grupo de amigos que aunque era un desastre en cuanto a moralidad nos referíamos, no dejaba de ser una familia y era solo un mocoso sin mayores preocupaciones en la vida que esperar el próximo videojuego, juntarse con la gang y traerle la pasta a Yako de las mierdas que me levantaba.

    Hikkun vivía con cara de perro, pero es que solo esa cara tenía, Arata era un maldito insufrible pero pasaba pendiente de Kohaku y yo como si, no sé, le hubiesen dicho que éramos sus hermanitos perdidos o alguna mierda así. Yuzu aunque se le volaba la pinza cuando recibía una orden de arriba, de Yako, era el ser humano más amoroso que había conocido además de mi propia madre. Los Ootori vivían a su bola pero cuando se juntaban con nosotros, casi siempre en lo de los Takizawa, se lo pasaban bomba. Luego estaba Shigeru, que era la descripción absoluta del caos hecha persona pero allí, con nosotros, parecía ser solo un chico normal del montón.

    Y si eso no era una familia que me cortaran las putas manos.

    Había llorado a Yako, pero nunca había llorado una lágrima por haber perdido eso, ¿cierto? No hasta la noche de Roppongi, cuatro jodidos años después, con el insight de abandono y el profundo miedo a perder lo que estaba volviendo a mí, o el miedo de dejar que todo volviese a perderse más bien. Era un revoltijo rarísimo de ambas cosas, nada muy sorprendente.

    En el Hibiya, en los chacales, habían fragmentos desperdigados de lo que yo era y cuando Yako murió, aunque no lo dije porque no supe cómo o me dio miedo, se sintió como el maldito fin del mundo. Las emociones que tanto rechazaba me cayeron encima, me aplastaron y me recluí en la cueva para lidiar con mi dolor solo, como hacía siempre.

    Perdí a Aleck incluso antes, a Yako, a Kohaku, a Hikari que se desapareció año y pico, también a Fujioka que seguía desaparecido en alguna parte del Triángulo del Dragón, perdimos a Ratel en presencia también, aunque ese al menos se comunicaba con Yuzu y Arata.

    Y hubo un momento en que genuinamente creí que perdería todo lo demás, a Yuzu, a Arata y los Ootori. Que todo se desvanecería como si nunca hubiese existido y quedaría solo de verdad, que dentro de la cueva no se oiría nada más que mi propia respiración, el arrastrar de mis pies y el sonido de mi voz hasta que no pudiese reconocerla. Me volvería una sombra capaz de absorber, consumir y escupir las sobras para que los buitres se encargaran del resto.

    Creí que me fundiría con la roca viva, la cueva me tragaría y no sería capaz de lidiar con nadie nunca más, como el jodido ermitaño en el que temía mi madre que me convirtiera. Lo veía en ella cada vez que dejaba de preguntar por alguien, lo veía en el azul de sus ojos, una chispa de profunda preocupación y quizás de incomprensión.

    Mamá me amaba, joder, me amaba un montón como todas las buenas madres aman a sus hijos, pero incluso así en algunos momentos podía mirarme como si fuese un extraterrestre. Como si hubiese salido de las entrañas de la tierra, con todo el fuego que llevaba dentro contenido en los ojos, y no supiera qué hacer conmigo. Eran pocas veces, sobre todo cuando estábamos solos y yo tenía algún cacao mental, pero las recordaba.

    Mientras cenábamos trataba de leerme y no conseguía nada. A veces preguntaba, cansada de esperar a que yo comunicara algo o de pretender encontrar respuestas en mis ojos nada más, trataba de sacarme las cosas con cuchara y la mayoría de ocasiones no salía muy bien. La pregunta me aterraba por alguna razón, me atoraba algo en el pecho y daba una respuesta de cajón o, cansado ya de la insistencia, soltaba lo que me estaba mortificando de mala gana.

    —¿Cómo te sientes, Cay? —Había preguntado una semana después de la muerte de Yako, lo había hecho apenas empezar la cena y me congeló el primer bocado en el aire unos segundos. Tenía los cables desconectados, esos que producían el ruido que encontraba en mis propias emociones, y la opacidad que debió encontrar en mis ojos le resultó el enigma del siglo.

    Suficiente para preguntar.

    —Va a empezar a refrescar, ya tenemos el otoño encima —murmuré yo, sin enlazar la idea con nada, después de bajarme un bocado enorme de arroz y carne—. Siempre me resfrío a principios de otoño.

    —El cambio de temperatura nunca te cae muy bien, ya para invierno te acostumbras todos los años. Luego hasta sales abrigado a medias —contestó disimulando como una campeona que no era eso lo que quería que le contestara.

    —Tío Finn dice que parece que crecí en las montañas y me gusta llevar frío —añadí sin más, sin pensar que lo decía también por lo arisco que era—. Mom.

    Tell me, love. —Lo sentí, Dios, en su tono de voz.

    La esperanza de que hablara.

    —¿Vendrá tío Dev a cenar mañana? —pregunté revolviendo la comida y ella se desinfló los pulmones.

    —No sé, mi amor. Ha estado ocupado con un proyecto del trabajo, por eso no vino la semana pasada.

    —Quiero verlo. Le compré un chocolate el domingo pasado y sigue en la alacena —dije bajito, como si fuera secreto de Estado—. I miss him.

    ¿A tío Dev?

    ¿O a Yako?

    Cuando me salía del culo hablaba en código y era repugnante.

    Otro suspiro de mi madre, otro par de bocados enormes de mi parte y al final ella desistió. Fue como que abandonó su propio esfuerzo, lo hundió en la papelera y quizás esa fue la primera vez que le noté cierto resentimiento, no sé si hacia mí o el hombre al que comenzaba a recordarle cada vez más.

    La bestia de orgullo, caprichosa, desentendida y fría en la que era capaz de convertirme si me caía del borde del pozo por el que había caminado por catorce años. Ese que parecía no haber podido aceptar su inmenso amor ni a mí, como sangre de su sangre.

    —Te pareces a tu padre —susurró tan bajo que creí que era un pensamiento en voz alta, que no debía haberla oído, sonó como un reclamo. Acto seguido se puso una sonrisa serena en el rostro—. Le diré a Devan que pase por aquí mañana, a ver si puede.

    Asentí con la cabeza, allí murió esa conversación y mi madre seguro tiró a tío de Dev de las greñas, porque la noche siguiente había aparecido en casa con un montón de paletas de uva y algo para la cena. Ni idea de si encontró la misma opacidad en mi mirada que mi madre, no lo recuerdo.

    No que hable mucho al respecto en realidad, nadie lo hace, es como si fuese la época prohibida o alguna mierda así. Mi versión del innombrable, del puto Lord Voldemort, pero en vez de una persona es un período de tiempo. De los catorce a casi los diecisiete fui un desastre con patas, pero con ganas, fue como si la etapa de adolescente edgy me hubiese alcanzado tarde a cagar así lo hubiese medio disimulado con algunas personas.

    Le di un montón de dolores de cabeza a mi madre, que nunca externalizó con otro ser humano que no fueran mis tíos o eso pensé yo. Comencé a hablar menos, me quedaba toda la tarde fuera luego de que salía de la escuela, a veces con los chicos, a veces solo en algún parque. Tantas otras, entre los quince y los dieciséis, ni siquiera me aparecía en casa y me quedaba en lo de las Minami a dormir, a veces en lo de los Ootori y aunque no puse distancia con Arata nunca se me ocurrió incordiar en su casa, a pesar de que me quedaba cerca.

    Recuerdo haber fumado como descosido entonces, tabaco o hierba lo que me pusieras por delante. De hecho por eso me quedaba en casas ajenas, para no llegar con la peste a casa y preocupar más a mi madre, que seguro aún así lo notaba.

    Por esos años fue que me hice la perforación de la oreja izquierda, que me metí en la mierda de la hierba y comencé a sacarle filo a los cuchillos de Arata, todo en piloto automático. Me puse al servicio de un montón de diablos a los que les era útil mi cara de no matar una mosca, pasamos de la hierba al mantenimiento de armas, de eso a las armas sin más. Eran metas temporales de las que sacaba mi tajada, un poco de admiración y dinero.

    Lo único que parecía interesarme al final del día.

    En toda mi vida no sujeté ningún arma para nada más que no fuese eso, darle mantenimiento, facilitársela a otro en nombre de un tercero o a secas ensamblar una hechiza con un par de tubos. No amenacé, no abrí la piel de nadie ni presioné un gatillo. De hecho cualquier objeto de esa índole que me dieras se veía horriblemente fuera de lugar una vez lo sujetaba como si fuese a cumplir la función para la que había sido creado.

    Porque siempre lo supe.

    No era una pieza ofensiva.

    Pero otros lo serían por mí.


    Yuzu reclamó una vez, le cayó a Arata con la bronca y casi lo cagó a trompadas. Estábamos solo nosotros tres, ni recuerdo por qué, pero creí que lo iba a matar de un mordisco, le había gritado que por qué me tenía a mí afilándole los cuchillos y por qué yo andaba facilitándole armas a medio Triángulo del Dragón. Ya habría cumplido los dieciséis, Arata los diecisiete y ella estaría por alcanzar los diecinueve.

    Honeyguide no contestó y fue cuando ella le cayó encima, exigiéndole una respuesta vuelta loca de furia. Yo no reaccioné, porque vi que como abriera la boca en ese instante me cruzaba la cara de una bofetada.

    —Lo hace bien —respondió entonces en tono plano, apenas para no provocarla aún más.

    —¡Es un niño, Arata!

    —Un niño que ha sabido usar las manos toda su vida. Está con nosotros por eso, ¿o no? —atajó el otro, inmutable—. Yuzu, déjalo. No podría apuñalar a nadie ni aunque quisiera, además le da algo en lo que ocupar la mente. Si fuese homicida o suicida tú lo sabrías antes que cualquiera.

    La ira de Yuzu se alzó como una pared de fuego, zarandeó a Arata una vez más y se quedó estática, pensando si matarlo de una mordida o quién sabe qué.

    Seguía con los cables sueltos, las emociones aturdidas y apagadas, al menos las negativas que siempre desconocía. Sabía ante quienes bajar la cabeza, meter la cola entre las piernas y ante cuales fingir que no pasaba nada, recibirlos con la alegría casi infantil que era capaz de alcanzar.

    —Me da miedo el conflicto —resolví casi en voz baja, esperando que eso no le volara la cabeza del cuerpo a Yuzu—. Usar un arma es un conflicto, darle mantenimiento no y dársela a otro le deja el problema a alguien más. No voy a matar a nadie.

    No yo, al menos.

    Bufó, lo hizo con tal fuerza que cerré los ojos y esperé a que se me fuera encima a mí también, pero en su lugar soltó a Shimizu como si le hubiese quemado las manos y se retiró dejándonos solos. Estaba harta, estaba igual o más herida que el resto de nosotros, así que su paciencia por entonces no era demasiada, tampoco creía que fuese capaz de argumentar nada sin terminar descompuesta en llanto y de ahí que se rindiera.

    Como hacía toda madre de vez en cuando.

    Dolió de una manera parecida.

    Me desconecté a mí mismo del mundo con fuerza, incluso cuando fingía que no, me arranqué del espacio y envié mi mente al fondo de la cueva, alcé las paredes y apagué el fuego para que la oscuridad me dejara sanar. ¿Lo hice? Quién sabe, ahora me parece improbable.

    No puedo pensar que procesé la muerte de un amigo cuando recién me había dado cuenta que resentía la ausencia de mi padre, a pesar de haber dicho que no era el caso durante años. Porque me mentía, vivía de engañarme a mí mismo, ponerle cebos a mi mente para entretenerla en otras cosas y poder seguir. Me trataba a mí mismo como una máquina hasta que el disco duro se iba a la mierda y tiraba pantallazo azul, hasta que estallaba como una bomba atómica y arrasaba con todos.

    Decía que lo de Yako había pasado. Negaba la culpa que sentía al ver a mis amigos escaparse de mis manos. Fingía que no veía la forma en que mi madre me miraba cuando me recluía.

    Fingía, me revolvía con mis sombras, las absorbía y cuando todo explotaba el fuego se esparcía por todo el espacio y aún así yo quedaba en el centro, recluido. Mi silueta era oscura, un montón de humo negro, como la sombra de un lobo del que solo se distinguen sus ojos en la negrura del bosque. Estaba allí, esperando, como si deseara que alguien fuese capaz de provocarme algo.

    Arata seguía bastante resignado, pero no me dejaba solo y recuerdo que durante unos seis meses lo acompañé en sus negocios incluso, sobre todo cuando eran en Shibuya. Pasaba por mí en la moto, llegábamos a los límites de Harajuku o al parque, y me enviaba primero, envuelto en las sombras, antes de ponerse al corte.

    Le salvé el culo un par de veces, a pura observación, habituado como estaba a leer ambientes. Más de una oportunidad solo me quedaba acuclillado cerca de un árbol, donde no alcanzaba la luz, leyendo el mundo que era como la lista de la compra. No observaba como un depredador, sino como el ciervo que no sabe si salir al claro del bosque por temor a recibir un disparo.

    Una de tantas Arata me había alcanzado, se había acuclillado junto a mí y luego de unos segundos o un minuto de silencio observando a la persona con la que iba a hacer el intercambio de información y el espacio, abrí la boca. Hablé en un murmullo plano, si acaso alcanzó a Arata.

    —Hay ojos —dije, tuve que aclararme porque a veces Shimizu era lento que daba gusto—. Al otro lado, ojos de depredador, no son como los míos. Pueden caerte todos encima si vas, Mishi.

    Eran poquísimas las veces que lo llamaba así, casi podía contarlas con los dedos de una mano.

    —¿Cuántos, mariposita? —respondió en el mismo tono.

    —Dos pares… ¿Tres? Tal vez. —Algo chispeó en mi visión, como un hilo de nylon, pero lo ignoré porque pensé que sería algún rayo de luz de las farolas alcanzándome la pupila—. Este tío, ¿cómo te contactó?

    —A través de Hikari, del tiempo que se recluyó en su barrio.

    La mención a eso me tensó el cuerpo y me incorporé despacio, todavía resguardado por la oscuridad de ese sector. No teníamos idea de qué coño hacía Hikari en Taitō, pero más que eso lo que me tensaba era recordar que se nos había ido un tiempo sin avisar.

    —No lo ubico de nada, puede que Hikari tampoco cuando lo envió contigo, pero por los ojos que lo acompañan quizás esté relacionado a nuestros hermanitos de aquí del barrio.

    —¿Lobo? —tanteó.

    —Cercano como mínimo. Vámonos.

    Arata terminó por incorporarse también, nos alejamos del lugar y él envió un solo mensaje desde uno de los móviles desechables que le había conseguido hace días. Salimos por el otro extremo del parque, por donde él había dejado la moto que había comprado el año pasado.

    Me acerqué, manos en los bolsillos, y Arata se quedó estático luego de haberla encendido, pero me di cuenta que no era porque estuviese esperando que subiera así que me quedé allí, estaqueado en la acera.

    Con mi silueta de humo, mis ojos opacos y el azul salpicando el suelo.

    —Deja de dormir fuera de tu casa casi todos los días —soltó en voz baja, pero fue más una amenaza que cualquier otra cosa—. Y de fumar como puta chimenea.

    —Yuzu dijo que estaba bien —atajé—. Lo de dormir fuera, quiero decir.

    —Lo dijo porque le da horror que pases la noche en algún lugar que no sea su casa o la de los Ootori.

    —Ya.

    —Enderézate, Cayden —insistió y me soltó la bomba, la que me haría volver al cauce a la fuerza—, o la próxima persona a la que tu madre llamará llorando no va a ser a Yuzu, vas a ser tú mismo y esa mierda duele más que cualquier cosa que puedas imaginar.

    Las paredes de roca colapsaron a mi alrededor, me aplastaron y la electricidad de Arata me golpeó el centro del pecho, como una puta máquina de RCP. Sus ojos encontraron los míos, diciéndome que estaba listo para cagarme a palos si me ponía demasiado estúpido y las lágrimas me ardieron detrás de los ojos por primera vez en años.

    Mamá había llamado a Yuzu.

    Llorando.

    Por culpa mía.

    Abrí la boca, volví a cerrarla y asentí despacio, como un crío regañado, y aunque mi puto carácter adaptado a resistirse como si fuese lo único que supiera hacer sintió el impulso de reclamar, de decirle que no se metiera en lo que no le importaba, solo me callé. La imagen que Arata acababa de arrojarme en la cara fue suficiente para entender que tenía que parar, que tenía que ceder.

    Por las personas que amaba.

    Los cables que había desconectado a los catorce años volvieron a su lugar a la fuerza, se enchufaron y cuando alcé la vista a Honeyguide pude jurar que notó el momento en que reconecté con el pedazo de mente que había rechazado tanto tiempo. Su mirada se suavizó como nunca en la vida y soltó el aire contenido despacio, como si ni él mismo hubiese estado preparado para cerrarme a golpes si era necesario.

    Me devolvió el fragmento que había mandado a la mierda, ese que dolía, ese que estaba irremediablemente atado a todos, y fue porque los hilos se volvieron a esparcir a mi alrededor, conectándose, alcanzándome y regresándome el profundo miedo, la culpa por haberme recluido a mi propia manera.

    Yo era el vórtice de mi propia red.

    —Llévame a casa —dije con un hilo de voz, como un niño perdido, como si no acabara de estar hablando de depredadores y no sé qué más—. Por favor.
     
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    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
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    Drama
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    50
     
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    Tengo bastante tiempo sin escribir con personajes que no sean míos, en algún punto empezó a dificultárseme mucho y si hubo intentos no los terminé o terminé pocos, los últimos creo que fueron de hecho el de Yuzu y Rengo y antes de ese el de Cay y Aleck, que casi no cuenta porque una mayoría del fic se lo come el tema de Cay hablando con Hikari.

    A pesar de todo hay cosas que simplemente no se pueden dejar ir (?) Esto lo he escrito como en tres o cuatro partes y de hecho estaba iniciado desde antes de semana santa, porque lo escribía cuando me sentía bastante tranquila o más bien buscaba tranquilidad respecto a temas de las prácticas de la uni y así.

    COMO SEA Gigi Blanche no te lo había chillado apenas lo comencé a escribir porque no estaba segura de si iría a terminarlo o de terminarlo si iría a publicarlo. He usado a varios de tus bebés en el pasado, porque sabes que a casi todos les guardo un cariño muy grande, pero nunca he escrito nada con Kohaku y ya sabes que este niño me sacude el piso cuando menos lo esperas, me atraviesa el pecho. Ko ha sido mi espejo en varios momentos en que quizás lo necesitaba y no fue hasta que me di cuenta de eso, con un fic tuyo, que el niño hizo lo mismo que Anna y se me aferró al corazón con uñas y dientes.

    El fic en sí no es la gran cosa, es lo que hablamos de Annita dejándole a Ko como paquete a Cay JAJAJ pero de verdad quería escribirlo así fuese un what if o si lo ves canon, as u wish. Ya que estamos, así como cuando nos hice la firmita, que sepas que lo hice con mucho cariño <3 y lo disfruté mucho la verdad.

    ¿Que si Mansionair me musicaliza la vida de la babyfaceshipping? Sí, tOTALMENTE AND I LOVE IT

    A medio camino recordé que justo por no haber escrito con Ko no le había asignado una carta, así que mi five pide lo siguiente.

    Nine of Wands: escarbando el PDF de las cartas estas fue que la encontré, el nueve de bastos representa la vida propia que ha estado llena de pruebas que se han superado con fuerza de voluntad. Puede llegar a representar también a alguien que ha sido traicionado.
    Sabes que no soy de usar mucho las cartas invertidas, pero esta también puede tener que ver con el temor a arriesgarse, temor a la toma de decisiones o miedo a secas.

    Quise usarla junto Three of Swords, que es la carta original de Cay, pero tiraba mucha carga negativa que no venía a cuento así que traigo al niño en Strength mode don’t mind me. Speech off





    The streets are quiet and my heart feels like fire
    so I guess and play the waiting game.
    Make no mistake, my heart lies awake
    down the tunnel I made, I can feel this way
    for you, for you.
    .
    Everywhere I go, it follows.
    .
    The streets are quiet and it feels so right
    to be out of line like the shape of my veins
    for you.
    .
    We're so out of line.

    XXXIII
    [​IMG]
    The Strength
    x
    The Nine of Wands

    . Resilience . Bravery . Compassion .


    | Cayden Dunn |
    | Kohaku Ishikawa |

    *

    *

    *

    Habían sido días tranquilos, luego de que Kohaku reapareciera el resto de desastres habían ido acomodándose a su tiempo, por lo menos el que tenía en la cabeza. Igual había liberado un par de demonios para deshacerme de ellos de forma temporal y si habían cosas que me preocuparan estaban en pausa por tiempo indefinido. Iban a alcanzarme, eso no lo ponía en duda, porque todo lo hacía tarde o temprano, pero le haría caso al consejo de Hikkun una vez en la vida y no pensaría en nada el suficiente tiempo para que se volviese un lío.

    Me quedaría en esta cueva cubierta de fuego tanto como pudiese.

    La verdad era que ese día no tenía muchas ganas de ir al festival en la noche, de hecho tenía ganas de estar solo a secas y después de cenar, haberme encargado de los trastes sucios, la comida y el arenero de los gatos me zambullí en mi habitación. Mamá había ido a darse una vuelta a Taitō con tío Finn y tío Dev, así que además había silencio en casa, lo que me venía bien.

    Me sentía bastante adormilado, para qué mentirnos, por eso me puse la ropa de dormir y me lavé los dientes para no tener que levantarme a mucho más en caso de quedarme frito mirando la tele. No me había molestado siquiera en elegir una película a conciencia para mirar, porque me conocía y dudaba mucho ver más de cuarenta minutos de cualquier cosa, y aproveché mientras iniciaba y tal para contar el dinero de los móviles aquellos que me había dejado Arata.

    Solo Dios sabría de dónde mierdas los había sacado, aunque no podía importarme menos.

    Se suponía que los vendiera él, yo solo tenía el contacto que los dejaba limpios y de posibles interesados, pero un par de idiotas habían aparecido en esos días preguntando si no tenía algo con cierto carácter de urgencia y cuando le pregunté a Arata me dijo que hiciera el negocio sin más, sin él como intermediario. Debía darle el dinero completo, al menos eso me dejó claro, y luego él vería cómo me pagaba a mí. La verdad es que no hice preguntas, lo acepté sin más. Seguía bastante tranquilo, así que no andaba de insoportable.

    Tuve que ajustar cuentas porque usé una parte de la pasta para algo sabiendo que la podría volver a ajustar con el dinero de otros negocios y así fue. Escarbé con el ropero con el ruido de la televisión de fondo, volví a contar los billetes cuando los encontré, saqué una parte y volví a meter los que restaban al armario antes de regresar sobre mis pasos, completar el pago de Shimizu y finalmente meterlo en un sobre. Ya le diría un día de estos que pasara a recogerlo, porque de por sí el otro estúpido había andado apaleado.

    Con eso hecho apagué la luz de la habitación, dejé la puerta entreabierta y me metí a la cama sin más. Me hundí bajo la manta que no había doblado esa mañana, busqué el móvil que estaba por ahí y lo revisé antes de dejarlo a un lado de nuevas cuentas. Tenía un mensaje de mamá diciendo que se había topado a Yuzu en el tren, con un montón de emojis de corazones, y la tontería me hizo cierta gracia. Igual solo contesté un sticker de un gatito.

    La verdad era que la película no era ninguna maravilla, dejé de prestarle atención como diez minutos después cuando Cinis, el gato gris, se metió a la habitación para acomodarse en la cama junto a mí. Ronroneaba como un jodido tractor, el muy cabrón, y solo se calló cuando Nyx apareció, se acurrucó a su lado y ambos quedaron fritos. Su sueño se me contagió, como si no tuviera bastante ya de por sí, y los ojos se me empezaron a cerrar solos, ni siquiera me dio la neurona para apagar la tele y antes de darme cuenta había caído redondo también.

    Ya estaba visto que tenía el sueño pesado que daba gusto, el día que Shimizu me había llamado un montón de veces cuando hablaron con Kurosawa no importó cuánto vibró el teléfono a mi lado, no hubo manera de despertarme. Ese día cualquiera diría que era porque me había muerto, era el final de la semana del desastre, pero dormía así apenas me dignaba a tocar una cama y pues allí estaba.

    Mamá llegó a la casa a alguna hora, no que la escuchara entrar ni nada, pero en algún momento el peso de uno de los gatos desapareció de mi lado. También el ruido de fondo de la tele que seguro había quedado en reproducción automática, y me pareció que cerraban la puerta de mi habitación.

    Hombre, ¿dormía o caía inconsciente? Era una duda legítima.

    Afuera la noche estaba preciosa, pasaba que yo estaba muy ocupado hibernando, y cuando el teléfono empezó a vibrar a mi lado, primero con unos mensajes, después con un par de llamadas no lo oí o lo sentí ni por asomo. Fue solo cuando escuché que tocaban la puerta de casa con cierta insistencia que me levanté de golpe, aturdido que daba gusto, Nyx que era la que se había quedado a mi lado dio un respingo y yo estuve a nada de marearme por haberme incorporaron de forma tan brusca.

    Siguieron tocando, al menos habían tenido la decencia de no usar el timbre que era un poco más grosero cuando se trataba de despertares abruptos. Me pareció escuchar a mamá levantarse y me enjuagué los ojos con fuerza, todavía demasiado atontado para nada. Estaba dormidísimo, por amor a todo.

    —Yo voy —dije unos segundo después, ella ni contestó, debió haber regresado a la cama igual de muerta en vida.

    Mientras bajaba creí escuchar voces, el cuchicheo de un par de personas y comprimí los gestos cuando me pareció reconocerlas. Nunca se me pasó por la cabeza que fuese una emergencia de alguno de los chicos, ni idea de por qué, así que no me alarmé ni nada. Abrí la puerta de un movimiento lento para poder ver primero por una orilla quiénes eran, por aquello de que fuese un sueño de fiebre y al reparar en ellos abrí de par en par.

    La cara de los dos al verme fue una joya, se tuvieron que tragar la risa y la disimularon como pudieron, Kohaku se puso la sonrisita de no matar una mosca, mientras que Hiradaira pasó saliva. Era claro que venían del festival, ni siquiera lo pregunté, y me quedé allí enjuagándome los ojos con el dorso de la mano.

    —¿Les pasó algo? —pregunté cuando hice dos más dos y me alcanzó cierta preocupación al verlos en mi casa a solo Dios sabría qué horas, así parecieran enteros. La voz me había salido pastosa que te cagas, lo que por alguna razón le estiró un poco la sonrisa a Ko—. ¿Volvieron en tren?

    —Intenté llamarte. —Se defendió Anna, balanceando el trasto que le había vendido la otra tarde en la mano—. Pero veo que estabas ocupado.

    —¿Llamarme? —repetí como si no lo entendiera y suspiré—. Perdón, me dormí mirando la tele.

    —Nos damos cuenta, sí. Acomódate ese mechón de pelo, Dunn, parece que te chupó una vaca. Vengo a dejarte a Ko —añadió entonces y fruncí apenas el ceño, confundido. Medio me acomodé el cabello cuando lo mencionó, pero no tuvo demasiado resultado, las ondas apuntaban en todas direcciones—. Veníamos del festival, imagino que no te molesta.

    Intercambié la vista entre ambos, Ko llevaba la guitarra en la espalda, pasaba el peso de un pie al otro con una inocencia que rozaba lo ilegal y me tiró otra mirada de las suyas apenas encontré sus ojos. Se me aflojó todo el cuerpo sin permiso, di un paso fuera para estirar la mano, alcanzar su antebrazo y arrastrarlo dentro de la casa, que se iba a helar el estúpido ahí afuera.

    —Pasa, baby —murmuré, ni me di cuenta que lo había dicho frente a Anna hasta que fue muy tarde y traté de ignorarlo cuando regresé la atención a ella—. ¿Te vuelves a casa? Puedes quedarte aquí, si hace falta duermo en el suelo.

    La pregunta fue natural, ni la pensé, solo me preocupó que hiciera el tramo a su casa sin compañía sobre todo sabiendo que la habían asaltado y toda esa mierda. A mi lado sentí que Ko me repasaba con la vista, fue cosa de un segundo, y luego noté que ellos intercambiaban miradas, el magenta de Anna parecía decirme que no tenía remedio, también que se estaba medio aguantando las ganas de decir alguna tontería.

    Con todo, por algún motivo sentí que algo no estaba completamente en su lugar, como el lunes antes de la Golden Week que ella había ido a buscarme para hablar y contarme lo de Aleck. No que fuese una catástrofe de proporciones colosales, solo quizás algo en el festival no le había salido como quería o quién sabe qué.

    Igual fue una mera corazonada, un susurro venido de uno de los hilos esparcidos a nuestro alrededor. El murmuro fue de una naturaleza parecida a las palabras que habían surgido de las paredes de fuego que controlaron a Arata en el parque, así no lo supiera.

    Como fuese su respuesta fue negativa, claro, pero no me iba a quedar del todo tranquilo así nada más. Solté el aire por la nariz, alcancé una sudadera que había colgada en el perchero junto a la puerta y se la extendí. Podía ser primavera y lo que quisieras, pero a esta hora (la que fuese porque seguía sin revisar un solo reloj) el aire refrescaba lo suficiente para que cualquiera pescara un resfriado.

    —Póntela —sentencié, no fui grosero o especialmente brusco, pero se notó que no iba a aceptar que me la regresara—. De verdad, te puedes enfermar.

    —Hazle caso a mamá Cayden —dijo Kohaku con la voz suave de siempre—. Que si queda de mal humor me lo tengo que aguantar yo.

    —¿No está de mal humor siempre? —preguntó la otra, algo de gracia se le coló en la voz y Ko se encogió de hombros—. Dios, ya. Me la llevo para que dejes de insistir.

    —Me sirve. Por favor avísanos a cualquiera de los dos cuando estés en casa. —Ya al menos la voz no me sonó tan pastosa como antes—. Si te lo piensas en dos cuadras siempre puedes regresar.

    Imaginé que Kohaku se estaría preguntando en qué momento había pasado algo que implicara que estuviese tratando a Anna como trataba a cualquier persona medianamente cercana así le hubiese dicho que la conocía. No me refería a la preocupación de que llegase bien ni nada, eso era de gente decente nada más.

    Era el tono y la naturalidad de los gestos, no era tan rígido, asumía que él debía darse cuenta de las diferencias aunque no era raro que ofreciera mi ayuda con frecuencia. El caso era que por mucho que Hiradaira me hubiese caído el día que me cayó Cerbero y me hubiese cantado con el Galletas, sabía que no era una mala persona.

    Podía pasar por una corazonada, si se quiere, o una certeza absoluta.

    Era, de hecho, una niña perdida como todos nosotros. Entraba en frenesí, repartía hostias o se encerraba en su propia versión de la cueva, para luego no saber qué hacer con ella misma. Sin embargo, reconocía el fuego de su núcleo, era hermano del mío y esa suerte de espejo distorsionado, contrario al rechazo que sentía hacia el agua de Sonnen, me había hecho pretender extenderle la mano con especial insistencia cuando solo me pareció encontrar cenizas.

    Errores cometíamos todos, ¿pero iba a perdonarme alguna vez si dejaba sola a una llama que reconocía?

    —Ya, calmado. Cuida bien de Ko, Cay Cay —dijo despidiéndose con un movimiento de mano—. Le diré a Rei que te dejé en casa de un amigo, mini Ishi.

    Seguí su silueta hasta que se perdió, así con la puerta abierta, y me aferré con cierta fuerza al borde de la misma cuando desapareció de mi vista. Incluso cuando ya no pude verla me quedé allí atascado varios segundos y pensé que Sonnen me iba a partir el cráneo como un coco si le pasaba algo y se daba cuenta que la había dejado irse sola; aunque en su defensa seguro me rompía la cabeza yo mismo antes de eso.

    No le debíamos nada ya.

    Pero había arrastrado a Anna dentro de la cueva en llamas.

    Kohaku me dio un toquecito en el hombro que me ancló de nuevo al mundo, fue una sacudida ligera que me aflojó las articulaciones e hizo que pudiese cerrar la puerta por fin. Le eché llave con calma, la dejé en la cerradura antes de regresar la atención al invitado repentino para dedicarle una sonrisa suave y me permití un suspiro profundo.

    —No hacía falta que me hicieras puppy eyes ni nada, ¿sabes? —atajé mientras le daba un empujón para que caminara en dirección a las escaleras—. Como si fuese a decirte que no puedes quedarte aquí, Dios.

    —Hombre preparado vale por dos —respondió en un murmuro y tomó la delantera porque yo seguía llevándolo casi a patadas—. Es que te veías muy dormido, no sabía qué ibas a contestar.

    Encima de niño bonito, mentiroso.

    Al llegar arriba Nyx estaba esperando justo en las escaleras, tenía los ojos entrecerrados y cuando notó la presencia de Ko se acercó para restregarse en sus piernas. Él la saludó a la pasada antes de que la gata desapareciera escaleras abajo y yo me cubrí un bostezo con la mano mientras seguía caminando.

    Estaba por entrar a mi habitación cuando la puerta de mamá se abrió, las bisagras se quejaron con un chirrido bajo y al girar el rostro en esa dirección recibí el azul de sus ojos iluminado por la luz tenue de una lámpara dentro del cuarto, iba envuelta con una cobija seguro pensando que tendría que bajar o salir. Estaba terriblemente dormida, pero pudo enfocar a Kohaku y se ajustó la frazada alrededor del cuerpo, sonriéndole con la suavidad de siempre.

    —Cielo —Lo llamó en voz baja, con el cariño estúpido de toda la vida—. Ponte cómodo. Tu cepillo de dientes está en el botiquín del baño.

    —Buenas noches, perdón por venir sin avisar y despertarlos.

    La respuesta de Kohaku fue sencilla, amable como era usual, y la disculpa incluso con toda la tontería de los ojos de cachorro que seguro también le habría puesto a ella era genuina. Sabía que Ko no eligiría despertar a nadie por deporte, pero también se me ocurrió con cierto retrso que quizás prefería dormir aquí que en casa de Hiradaira o algo así porque, como me había dicho el otro día, le costaba dormir fuera de casa. La cosa es que aquí había dormido bien, al menos que yo supiera, o lo suficientemente bien tan siquiera.

    No que fuese a decirlo, pero de alguna forma me hacía sentir especial de una manera distinta a la que buscaba siempre. Saberme elegido por un amigo era una sensación suave, cálida, pero más poderosa que cualquiera que fuese a encontrar en la calle. Me sosegaba el corazón y con él el eterno miedo.

    Mi madre negó con la cabeza restándole importancia y pronto volvió a desaparecer en su cuarto junto al chirrido de las bisagras. Sus pasos amortiguados se silenciaron no mucho después, dejándonos con la luz tenue de los faros de alumbrado público que se colaba por las ventanas del pasillo y de mi habitación por una orilla de las cortinas. La oscuridad era ligera, apenas una capa, y arrastraba algo de frío de la madrugada consigo.

    —¿Cómo estuvo el festival, Ko? —pregunté mientras entraba al cuarto, ahora sí tomando la delantera para encender la luz.

    Me puse a escarbar en el ropero de forma instantánea, encontré la camiseta y los pantaloncillos no mucho después. También saqué la sudadera que le había prestado el otro día, por aquello de que le diese mucho frío, para luego dejar todo en el borde de la cama en donde me senté.

    Él había entrado detrás, se sacó la guitarra de la espalda y la colocó a un lado de la puerta con cuidado de que no fuese a resbalarse sola. Al verlo hacer eso se me ocurrió que quizás habría tocado algo para Chiasa, la idea me pareció de lo más dulce y relajé algo más mi peso sobre la cama. La pregunta lo pilló justo girándose, así que lo que detallé fue su perfil y la sonrisa que le cruzó el rostro fue tranquila, satisfecha.

    —Estuvo bien. Casi me tiran a un tanque con agua, ¿te imaginas que llegaba aquí empapado? —contó mientras se acercaba para tomar la ropa. Se le notaba calmado, quería decir, más de lo normal y traté de encontrar el hilo que lo explicara.

    —Te podías enfermar —solté sin siquiera pensar, negando suavemente con la cabeza—. ¿Iba a tu primo también entonces?

    Asintió con suavidad a la vez que se ponía la ropa que le había prestado, seguí sus movimientos sin particular manía y repasé la tinta de sus tatuajes con la vista. No había reparado en ellos con especial cuidado la noche de la ducha siendo que estaba ocupado muriéndome y eso, pero eran de hecho muy bonitos. El tatuaje en negro, ese de rollo de pintura antigua japonesa, y las grullas y el sol de la espalda baja.

    Yo no tenía un archivo en la cabeza como Sonnen ni de cerca, pecaba de imbécil, pero me gustaba lo suficiente el arte para almacenar algunos simbolismos inconexos, eso y que mamá a veces hablaba de cosas de lo más random, que recordaba de Irlanda suponía o que debía haber estudiado por gusto. Para mí se volvían palabras sueltas metidas en una caja que volvían de la nada, como lo de Yako con el color rojo.

    Las grullas guardaban los secretos al Otro Mundo, ese que tenía varios nombres.

    Entre ellos Tech Duinn, House of Donn.

    Dunn refería a los descendientes de Donn.


    —Espera, ¿quién casi te lanza al agua? —pregunté de repente, pensando que sería Anna o Rei por defecto.

    —Ah, vi a Shikkun en el festival. Jugamos en el Dunk Tank, pero ninguno atinó para tirar al otro al tanque. —Se le coló una risilla en la voz—. Hubiese sido divertido, lástima.

    Shimizu en el festival, como todos los años.

    —Mira que jugar al Dunk Tank con Arata —atajé soltando un suspiro—. No te tiró al tanque de milagro, el hijo de puta te apunta con una piedra y te revienta la frente en lo que parpadeas.

    —Le falló la puntería hoy~

    —¡Me doy cuenta! —Bajé el tono apenas noté que había comenzado a hablar más alto y se me escapó una risa—. Imagino que conociste a sus hermanos, siempre los lleva. Les gusta mucho el rollo de los amuletos y esas cosas.

    —Estaban en un puesto cuando llegamos de hecho. Les dije que podían pasar al santuario si querían. —Había terminado de cambiarse, así que apoyó el peso en el borde del escritorio y pareció acordarse de algo que lo hizo sonreír ligeramente—. Si ellos se lo piden imagino que Shikkun los llevará, se pone muy suavecito con sus hermanos.

    La tontería me hizo reír de nuevo, asentí con la cabeza y le indiqué la puerta con un movimiento de cabeza.

    —No te asustes cuando tengas que atender al club Shimizu cualquier buen día, pero anda, ve a lavarte los dientes que sigo medio dormido aquí.

    Ko alzó las manos en señal de rendición antes de salir de la habitación en dirección al baño, donde lo escuché lavarse los dientes, y yo me levanté de donde me había sentado. Él había doblado su ropa, así que solo la tomé para guardarla en el armario y regresé sobre mis pasos, caminé hasta donde había dejado apoyada la guitarra y deslicé los dedos con delicadeza sobre el estuche. Recordé la tarde en la escuela, como me había soltado la bomba, y los hilos dorados surgieron del instrumento como cabellos de oro para ir a perderse en la dirección en que estaba Kohaku.

    Chiasa estaba en los cerezos, en esta guitarra y en el centro del pecho de su hermano.

    Quería decirle a Chiasa que Ko estaba bien, que podría llegar a estarlo. Que lamentaba haberlo dejado solo, pero que ya estaba allí para cuidarlo otra vez y regresarlo a casa cuando se pusiera demasiado tonto. Eran cosas que ya no podían decirse, lo sabía, pero el solo pensamiento daba algo de consuelo y suponía que me quedaba con eso.

    Para cuando Ko regresó del baño yo ya había vuelto a la cama luego de haber sacado una segunda frazada del armario y me había acostado con la luz encendida. Al entrar cerró la puerta con cuidado de no hacer más ruido de la cuenta, presionó el interruptor de la luz y la iluminación de los faros recortó su silueta mientras se acercaba a la cama.

    Recogí las piernas para que pudiese acomodarse, le dejé el lado de la pared así que yo quedé en la orilla y cuando se recostó lo hizo de costado en mi dirección, de forma que giré el cuerpo para poder mirarlo, bueno, algo así. Había dejado el brazo derecho extendido, así que su rostro lo encontró al acostarse y la tontería me gustó, para qué decir lo contrario.

    —Cay Cay. —Me llamó en voz baja—. Gracias por recibirme.

    Solté el aire por la nariz, fue lento y estiré la mano para alcanzar a dedicarle una caricia liviana en la mejilla. Su piel estaba tibia.

    —No tienes que agradecerme eso, ya lo sabes. Siempre eres recibido aquí —respondí y por la pura tontería le pellizqué la mejilla para luego retirar la mano, lo que le arrancó una risa—. Pero la próxima tráeme aunque sea una golosina.

    —¿Te vale un caramelo? —preguntó, su voz era estúpidamente suave y casi me comenzó a arrullar.

    —Me vale hasta una menta —dije sin más—. Pero pongamos el mínimo en un caramelo, para que sea justo tan siquiera.

    —Está bien. Mínimo un caramelo entonces~

    Apenas terminó de hablar frotó la mejilla en mi brazo como un gato, fue breve, pero no por ello perdí detalle y volví a estirar la mano hacia su rostro. Lo acaricié con un cariño inmenso antes de moverme en su dirección, atajó mi intención al vuelo y despegó apenas la cabeza de mi brazo para recibirme, fue un beso ligero, encontré sus labios, me presioné apenas contra ellos y cuando regresé a mi posición le dejé otro beso suave en la comisura de la boca.

    No tenía ninguna intención más que esa, besarlo, así que estiré la mano libre para tomar las cobijas y taparnos, no me di cuenta pero lo arropé con especial cuidado. Sentí su mirada encima, por la falta de luz no pude leer qué habría en su forma de mirarme y tal vez no hizo falta en realidad.

    Giró en dirección a la pared, alcanzó mi brazo libre y lo envolvió en torno a su cuerpo de forma que reaccioné, terminé de atraerlo hacia mí y me acurruqué. Hundí el rostro en el pelo de nube unos segundos, finalmente me acomodé contra su espalda y al inhalar sentí su olor, al menos lo que identificaba como Kohaku, era fresco como algunos tipos de té, quizás, y me tranquilizaba. Incluso así, muy sutil, sentí también el olor de Arata, un aroma tenue a humo revuelto con madera.

    Había estado cerca de Shimizu mucho tiempo, sobre todo en aquella época rara cuando estaba perdido con ganas. El aroma ligero que sentía en Ko era el que había en las chaquetas de Honeyguide, el que uno sentía cuando subía a la moto con él, y me di cuenta que por mucho que fuese un imbécil también era parte de mi hogar.

    Que debía preocuparme más por él y sus incontables desgracias, por mucho que no las dejara ver.

    Los hilos a nuestro alrededor me susurraron lo que correspondía y solo quise corroborar lo que di por asumido de repente. Tomé aire, eliminé el olor de Arata del sistema y me pegué a Kohaku como una garrapata, mi mano encontró la suya para entrelazar los dedos y hablé en un murmuro que no creí que fuese a escuchar. Su respiración era pausada, casi pesada.

    —Se lo dijiste.

    Eso fue todo lo que solté, ni siquiera le di una pista de lo que estaba hablando y de hecho no la necesitó. Tardó algunos segundos, su respiración no cambió, pero sentí sus dedos presionar suavemente mi mano, fue apenas un instante antes de que volviera a relajarlos y frotara el rostro contra mi brazo otra vez.

    —Lo hice —susurró—. Ya era tiempo.

    No respondí como tal en ese momento, me moví para dejarle un beso en el hombro y me recosté de nuevo. Asumía que yo ni nadie le había dicho nunca que tenía que ponerse a contarlo, si lo hacía era porque él así lo consideraba prudente, que era el momento para hacerlo y es que eso era lo correcto. A Ko le correspondía esa decisión, por eso yo no había hablado, porque lo esperaba.

    Esperaba por los tiempos que mi niño de las nubes necesitara.

    Cloudy baby. —Hizo un sonido que me dejó saber que me escuchaba—. Lo estás haciendo bien.

    Otra vez lo había dicho tan bajo que dudaba que me oyera, pero lo hizo y volvió a presionar mi mano. Su pulgar acarició mi piel, fue delicado, liviano como la legítima brisa y pensé que era ese su agradecimiento, vete a saber por qué, pero lo sentí de esa manera y tuvo sentido para mí.

    Cay Cay... no te dijo nada, ¿verdad?

    Te está esperando, Ko, como siempre.

    Lo había esperado al pie de las escaleras del Yasukuni.

    Y lo esperaría al borde del abismo también.

    Pensé en preguntarle cómo se sentía, pero su cuerpo había seguido relajándose y pues al pobre diablo no iba a interrumpirlo si estaba a un pelo de quedarse dormido. No si sabía que no tenía la misma suerte cuando estaba fuera de casa en otras ocasiones, así que lo dejé en paz por fin, aunque en realidad no creía permanecer despierto mucho más, menos con la paz que sentía allí, sabiendo que Ko estaba entre mis brazos y que en resumidas cuentas estábamos en la cueva, junto a la fogata. Solo murmuré una última cosa antes de cerrar los ojos.

    —Descansa, Ko.
     
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    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    50
     
    Palabras:
    4761
    Tengo ya un buen rato sin publicar nada en The Alchemist, en sí porque abrí la otra colección para tratar de recuperar la función que esta tenía de unir personajes, pero la verdad es que tampoco lo logré demasiado (o nada).

    Por esa gracia, dudé de dónde meter este fic en específico, pero al final me di cuenta que este personaje solo existe en el background de otros y en sí solo he escrito sobre él en The Alchemist, así que me pareció que tenía algo más de sentido soltarlo aquí. Es la primera vez que narro con Hikari, que lo uso de verdad, y de alguna manera eso me ayudó mucho a conectar con varias partes de él que daba por asumidas pero no había podido tocar en realidad.

    Para hacer el cuento corto, disfruté mucho escribir este fic y aunque tenga un cacao mental con Gakkou, mis personajes y mi jodida existencia en general, lo cierto es que a la larga siempre disfruto el pequeño universo que me permitió crear el rol. The Alchemist es lo más organizado y largo que he conseguido escribir nunca y sé que independientemente de cualquier cosa, es posible que regrese aquí de vez en cuando.

    Also había olvidado la experiencia espiritual que era escribir con bmth (?)

    Anyways, esto es canon para el [inserte número de día que corresponda porque tu vieja va a ir a fijarse].




    It's the start of the end, surrender the throne.
    The blood on my hands covered the holes.
    We've been surrounded by vicious cycles
    and we're truly alone
    The scars on your heart are yours to atone.
    We've been surrounded, let 'em sing, let 'em sing
    .
    They came like moths to a flame.
    You left like a house in a hurricane.
    The wolves are at my door.
    .
    I hear 'em clawing at the gates,
    I hear them calling out my name, I don't care.

    .
    Let the bastards sing, let them sing, let them sing.
    Let the bastards sing, let the godforsaken bastards sing.

    XXXIV
    [​IMG]
    The Five of Wands
    . DISHARMONY . CONFLICT . OPPOSITION .


    | Hikari Sugino |
    *

    *

    *

    El lunes había transcurrido con normalidad, había trabajado en la tienda, lidiado como con cuatro señores que parecían haber desayunado limones con un puñado de sal y así nos fuimos. No había novedades o cambios en la rutina, ni un poco, la cosa parecía haberse estabilizado por ahora y no era lo que se dice una queja.

    Mi turno terminó a eso de las cinco de la tarde cuando me relevó un chico menor que yo pero con más o menos la misma cara de moco. Ya me había acostumbrado a que el dueño de esta tiendecilla de mala muerte parecía emplear a todos los que seguro no les daban la oportunidad en otros lugares, vete a saber cómo se mantenía, claro, pero ese no era mi asunto.

    El tema es que subí al coche, tiré directo a casa y al llegar abrí la puerta del apartamento con bastante pereza. Adentro la luz de la habitación estaba encendida, no era lo que se dice una sorpresa tampoco, así que me quité los zapatos con calma mientras arrojaba las llaves en el mueble junto a la puerta. Escuché ruido que delató movimiento y suspiré mientras me deshacía de la camisa con la que nos hacía trabajar el viejo para no vernos tan informales y la dejé sobre el mismo mueble.

    Al pasar por la puerta abierta de la habitación una silueta me echó los brazos encima desde un costado, se presionó contra mí y solté el aire con pesadez. El cuerpo me reaccionó en automático, envolví su cintura con el brazo y la arrastré frente a mí para estamparme contra sus labios sin siquiera pedir permiso, no tardó demasiado en enredarme las piernas en la cintura.

    Había empezado como cualquier tonteo, pero para este punto llevaba ya más de año y pico en el que nuestra dinámica no parecía cambiar. Tenía la llave del apartamento y se pasaba de vez en cuando, ni siquiera se molestaba en avisar, pero de la misma manera a veces solo desaparecía y no hablábamos por semanas, hasta que regresaba, follábamos y entonces venía a diario casi durante un mes hasta volver a desvanecerse.

    Kafuku Fumi era un fantasma.

    Justo como lo era yo.

    Puede que no hubiese afecto real en nuestra relación, no sabría decirlo con certeza, mi propia personalidad me impedía darle una forma a la situación pero como ella parecía interesarse por los títulos y formalidades incluso menos, éramos capaces de movernos así. Esa tarde no fue diferente en lo más mínimo, asumí que era el inicio de otro mes donde pasaría aquí metida y ya. No sería yo el que se quejara por los beneficios que me significaba, jamás, de allí que cuando la chica se acomodó a mi lado en el futón luego del puto desastre que nos habíamos montado sin venir a cuento solo la recibiera en mis brazos.

    Su cabello castaño cruzado por una sola mecha rosa neón se desparramó sobre mi brazo, la almohada y parte del futón mientras ella se dedicó a seguir con el dedo índice los trazos de los tatuajes que me cubrían el pecho. Estaba a un pelo de quedarse dormida, me di cuenta, pero siguió con su pequeño ritual y yo lancé la vista al techo, a la ventana también.

    Afuera la noche había caído, vete a saber en qué momento, y el cielo que se vislumbraba por la ventana de la habitación, a través de la cortina, estaba manchado del amarillo de las luces de la ciudad que no dejaba ver las estrellas ni nada más. A la larga uno se acostumbraba a esas cosas, a la ausencia de cuerpos celestes en el firmamento, a no verlos quería decir, porque sabía que siempre estaban allí en realidad.

    Uno podía pensar en las personas de esa manera también, si es que tenía fe en cualquier cosa, así fuese el mismísimo humo. Incluso quienes nos dejaban estaban allí, vivían en nosotros, en sus legados y las ruinas de sus imperios o los fantasmas que dejaban tras de sí. Vivían como estrellas o, en el peor de los casos, evolucionaban hasta ser agujeros negros y eso era todo lo que quedaba de ellos. Era posible también, que la naturaleza de semejantes núcleos de energía mutara de acuerdo a la visión de cada persona.

    ¿Yako era nuestro sol o el agujero negro? Nunca supe la respuesta a esa pregunta.

    Ni en ese entonces con dieciséis años.

    Ni ahora casi con veinte.


    Las caricias de Fumi se habían detenido en algún momento, pero ni siquiera me había dado cuenta y lo único que logró sacarme de verdad de mis cavilaciones, obligándome a despegar los ojos del techo, fue el sonido de una notificación abriéndose paso en el silencio que había quedado en el apartamento más allá del ruido de los coches al pasar que llegaba desde afuera, muy atenuado. Supe desde el primer momento que era el trasto de segunda que usaba para las mierdas, el único que tenía con sonido, y parpadeé con pesadez.

    Me las arreglé para dejar a la chica recostada sin interrumpirle demasiado el sueño, se quejó más en protesta a la cercanía que había tenido que romper que a cualquier otra cosa, y siguió durmiendo luego de enredarse la sábana entre los brazos. Mientras salía de la habitación fui recogiendo la ropa desperdigada, suficiente para volver a vestirme a medias, y caminé hasta la puerta principal.

    Detrás estaba colgada una de mis chaquetas de cuero, escarbé en los bolsillos internos hasta encontrar el trasto y revisé el mensaje mientras me rascaba la parte rapada de la cabeza cerca de la nuca, aunque ya iba siendo hora de que me cortara el cabello si éramos honestos. Al leer acabé por deslizar la mano hasta la coronilla antes de finalmente dejarla caer a un costado del cuerpo. El texto, proveniente del número desconocido de siempre, era peligrosamente específico, lo que tampoco tenía nada de raro.

    Decía hora, lugar, cantidad de personas presentes y lo que, en buena teoría, debía tener encima el objetivo en cuestión, pero ni un solo nombre ni una pista. Era una orden directa proveniente de la nada, de esas que no podía cuestionarme porque Taitō era el barrio donde había nacido y Chiyoda era el que me había criado. Además era plenamente consciente de que no habría sido reclutado por los grandes ni el mejor viaje con hongos de nadie, porque no era un líder como los que buscaban los demonios de Japón.

    Ni yo ni Shigeru.

    Por eso los chacales inferiores nos habían mordido las manos bajo su corto mando.

    Y pronto nuestra caída se precipitó, ni siquiera Yuzuki pudo levantarnos.


    Volví a zambullir el teléfono en el bolsillo de la chaqueta para regresar sobre mis pasos a la habitación, escarbé en el armario hasta que encontré una camiseta de tirantes y me la puse sin demasiada urgencia. Tenía un margen de hora y veinte minutos para llegar a Chiyoda, suficiente teniendo en cuenta que podía pillar la moto de Yuzuki pues no se la había regresado todavía. El resto, bueno, se solucionaba con un par de rituales de invocación, ¿no? Como siempre.

    Le servía a una entidad sin rostro, recibía órdenes de arriba que cualquier imbécil sabía que no debía desobedecer y así, sin darme cuenta, había avanzado hasta fundirme con las nuevas sombras del corazón de Tokyo. Las almas en pena que había reclutado en el camino estaban allí, esperando, bastaba una señal para que se pegaran con garras y dientes a sus objetivos, nacidas de la genuina ponzoña.

    Estaba saliendo de la habitación de nuevo cuando la voz adormilada de Fumi se alzó como del más allá, deteniendo mis pasos.

    —¿Te vas, Hikkun? —preguntó sin moverse.

    —Volveré para medianoche —respondí a pesa de no girarme para mirarla—. Puedes prepararte algo de comer si te levantas más tarde, ¿de acuerdo?

    No hubo respuesta como tal, si acaso una queja baja, y se acomodó bajo la sábana sin más. Si se lo dije era porque sabía que independientemente de si yo estaba en el apartamento o no iba a irse hasta la mañana. No tenía ni puta idea de qué podía pasar en su casa, con la familia que vivía o el novio con el que discutía, maquinando incluso esa posibilidad, el caso era que se quedaba y casi siempre desaparecía con el primer rayo de sol que se colaba por las cortinas.

    Suspiré con cierta pesadez, regresé al pasillo, tomé la chaqueta de detrás de la puerta y saqué el móvil del bolsillo cuando ya estuve fuera de casa, con las llaves de la puerta y de la moto ajena tintineando en la mano izquierda. Mientras caminaba marqué un número de memoria, me llevé el aparato a la oreja y timbró una, dos, tres veces hasta que al fin la persona al otro lado lo levantó. No dijo nada, esperó y yo, como la proyección de la orden que había recibido que era, hablé de inmediato.

    —Fantasma —le dije, hubo un tinte de burla en la palabra que me hizo sonar como Arata—. Chiyoda, pegando con Shinjuku, cerca del Shimizudani. Trae algunos extra, por si se abre una ventana, pero el objetivo es uno solo.

    Le di la dirección exacta luego de eso, los detalles de lo mínimo que debía conseguir, a todo me contestó con monosílabos y finalmente colgué luego de decirle hacia dónde acorralar al pobre desgraciado en cuestión si se le ocurría correr. Era poco probable, pero alguna gente tenía máster en salir pitando y sentidos bastante afilados, así que siempre era mejor prevenir que curar.

    Esto no me lo había enseñado Yako, ¿cierto?
    Su orden había sido que no tocáramos Chiyoda.
    Pero estaba muerto.

    Cuando terminé la llamada guardé el móvil, ya fuera de la pequeña torre de apartamentos, en su estacionamiento, subí a la motocicleta blanca y encendí el motor que rugió. Pronto estuve navegando por las calles de Taitō en dirección a Chiyoda, con los postes de alumbrado público dibujando sombras con el tráfico, las personas caminando y demás objetos.

    Algunos podían verlas o sentirlas, no hablaba ya de telas de araña ni torbellinos que susurraban cosas incomprensibles, sino de las sombras. Esas que se proyectaban, así como estas, hasta cubrir el espacio. Era lo que hubiesen podido ver esos prodigios, las sombras que se extendían desde la propia, arrastradas desde Taitō, avanzaban a toda velocidad y se revolvían como una genuina manada de lobos en dirección a su zona de caza. Los trozos del remedo de manada que había conformado se agruparon, listos para perseguir al objetivo que se les había dado.

    La moto la estacioné a un par de calles del Shimizudani, disimulada entre otros autos, y tomé mi posición cerca del punto de reunión de la presa luego de cubrir la distancia a pie. La ubicación me permitía fundirme en un espacio de sombras y a la vez un pequeño espacio para observar el área que, en teoría, era dónde iba a encontrarse nuestro objetivo y su par de compradores. Mis cinco fantasmas estaban apostados en puntos estratégicos, como quienes no quieren la cosa, pero solo uno se aproximaría directamente, para desperdigar el rebaño por decir algo.

    Reconocí la cara de un tío que llegó desde mi dirección, era un comprador usual de armas de cualquier clase, hierba y mierdas robadas. Lo había ubicado en mi año de reclusión en Taitō, luego de que Yako la palmara, pero el imbécil le compraba a medio Triángulo del Dragón así que no fue ninguna alerta para mí, no encendió ni una sola alarma que me indicara cuál era la situación.

    El tipo se quedó esperando, después apareció el segundo que se acomodó a un par de metros de él y cuando estaba por dar la hora en punto apareció el tercero. Desde la posición en que estaba solo pude ver un chispazo, pero el rojo sangre de la mata de cabello ondulada resaltó como un puto letrero de neón, respondiendo de inmediato a la pregunta silenciosa que me había formulado.

    ¿Era la mariposa? Claro que sí.

    Los grandes siempre sabían dónde apuntar con sus francotiradores, ¿o no?

    ¿Sentí miedo? ¿Culpa, quizás? No lo supe con certeza, porque era consciente de que si no era él, sería yo y mi destino al ignorar una orden directa podía ser significativamente peor, sin importar por dónde intentara mirarse la situación. Lo cierto era que mi manera de pensar era una condena para la mayoría a mi alrededor, la mariposa lo sabía, era el mismo que le había dicho que no se hiciera cacaos mentales y era porque yo, en esencia, no me los hacía.

    En ese sentido, por desgracia, era capaz de comprender a Sonnen más que cualquiera de los demás. Era como si hubiese un interruptor en el fondo de mi mente que pudiera activar y desactivar a voluntad para desligarme de las implicaciones emocionales de, bueno, todo. Porque atacar a Cayden implicaba, de alguna forma, romper el trato con Yuzu, pero si no me mataba ella lo harían las manos invisibles que me controlaban, así que era indiferente. Hiciera lo que hiciera podía acabar muerto y es que esa era la vida que había elegido desde muy joven, no tenía derecho a quejarme.

    El mocoso se apostó junto a uno de los árboles, uno del otro par se movió con intenciones de acercarse a él y comprimí los gestos un instante antes de que el primero de mis fantasmas reaccionara. Salió de la penumbra, la luz de los postes de alumbrado lo alcanzó revelando su silueta, el rostro cubierto por el pasamontañas y la ropa completamente negra. Los compradores de Agehachō salieron pitando en direcciones opuestas, directo al resto de fantasmas que tenía apostados en cada borde del Shimizudani y el primero se ensanchó con el crío.

    No supe qué coño falló con los radares de Cayden, incluso con el factor sorpresa del asunto, las piernas no le reaccionaron en el instante crucial, así que para cuando quiso huir era demasiado tarde y el fantasma se le dejó ir encima. Lo aprisionó, dejándome un ángulo más claro del desastre, y el miedo le bañó el cuerpo al enano de pies a cabeza dejándolo como una estatua por varios segundos, suficientes para que su atacante perdiera la paciencia.

    El movimiento fue rápido, pero el fantasma estiró la mano como una garra, la enredó en su ropa y lo sacudió, exigiéndole que le dejara todo lo que cargaba encima. Sabía que a partir de allí todo solo podía empeorar, conocía a este chico, su personalidad, y era consciente de que su respuesta de lucha en casos como este era mucho más fuerte que la de huida que manejaba el resto de su vida.

    —Entrega lo que cargues, joder —murmuré para mí mismo—. Entrega la mierda que cargues, Cayden.

    No lo hizo.

    Porque era este puto imbécil, este palo de dientes.

    Había nacido para resistirse porque vivía aterrado ante la posibilidad de ser aplastado.


    El pelirrojo se sacudió como un poseído, buscó soltarse y maldijo en inglés, habían insultos que no tenían sentido en el inglés americano, básico, que creía medio comprender, pero solo su tono de voz dejaba claro que le estaba diciendo hasta de lo que iba a morirse. El fantasma no le sacaba casi nada de altura, pero sí de contextura y esa había sido siempre su maldita condena. No importaba cuánto espíritu de lucha tuviese, le faltaba demasiada fuerza física.

    Aún así logró hacer que el fantasma aflojase el agarre, pero lo pescó por la espalda de la chaqueta, la del zorro que había heredado de Yako, luego por el cabello y lo estampó contra el tronco del árbol. El pómulo del crío recibió el impacto y el sonido de queja que le surgió del pecho fue suficiente para decirme que había entendido el mensaje. Así, entonces, a cámara lenta se vació los bolsillos, desde el dinero que cargaba hasta lo que sea que iba a vender y el teléfono.

    El fantasma tomó todo, lo hundió en sus propios bolsillos, y soltó al mocoso que habría podido irse limpio de no ser porque su orgullo era más grande que él mismo. Estaba frustrado, enojado y el miedo lo tenía cegado porque apenas se vio libre volvió el rostro, maldijo de nuevas cuentas y le escupió al otro imbécil.

    —Puto soberbio —susurré en medio de mis sombras—. Te van a matar un día.

    Él lo sabía, lo sabíamos todos.

    Pero prefería morir luchando, había sido siempre así.

    Al mismo tiempo el del pasamontañas le dejó ir una hostia en el rostro, le alcanzó el mismo pómulo que había encontrado el tronco del árbol antes y lo hizo caer al suelo. No supe cuál milagro le impidió perder la conciencia, pero si el fantasma no lo había matado era porque eso no estaba en las órdenes que habíamos recibido, así que apenas vio que el crío ya no daba una echó a correr en dirección al punto que habíamos acordado.

    Sin embargo, yo no me moví de mi lugar y el parque, que se había vaciado de un momento al otro casi por completo, se vio sumido en lo más parecido al silencio que permitía Tokyo. Se escuchaban los autos, las motocicletas, puede que incluso la brisa, pero el sollozo quebrado que rompió el aire y los pulmones de Cayden como el filo de una cuchilla de precisión pareció alzarse por encima de todo eso. Fue como el de un niño, pero cargó tal ira consigo, tal humillación, que me heló la sangre y pasé saliva.

    Era esto en lo que me había convertido.

    Había atacado a uno de los cachorros intocables de Yuzu.

    Uno de los discípulos de Arata.

    El pilar vivo de lo que quedaba del alma de Yako en este mundo.

    No me quedé el tiempo suficiente para verlo levantarse, porque de por sí lloró mínimo cinco minutos enteros oculto de los ojos del mundo bajo la copa del árbol. El caso era que tenía cosas que hacer y la conciencia no pareció pesarme lo suficiente para al menos verlo enderezarse y asegurarme de que estaba más o menos entero. Abandoné las sombras en donde me había refugiado hasta entonces, dejé el parque y recorrí el camino sin prisa hasta la callejuela donde les había pedido a los otros imbéciles que se reunieran una vez hubieran terminado con la tarea que les correspondía.

    En ese tramo abandonado por Dios los otros cinco no tardaron en aparecer luego de que yo lo hiciera. Llevaban todavía los pasamontañas encima y más de uno respiraba con dificultad debido a la carrera que había tenido que pegarse luego de haber cumplido su tarea. No había demasiada ciencia en nuestras labores a decir verdad, no cuando venían de órdenes de arriba, así que ni siquiera tuve que hablar para que el pequeño botín cayera a mis pies.

    Me acuclillé con calma, suspiré y dividí las cosas casi con pereza, como si llevara haciéndolo toda la puta vida. El teléfono desechable, la billetera de cuero con bastante pasta en efectivo y los tres cuchillos de caza, que sin duda habían pasado por las manos de Arata, obviamente era lo que había salido de los bolsillos de Cayden. El resto de la pasta sin documentos era de sus compradores, junto a sus correspondientes teléfonos, al menos de uno de ellos.

    —¿Los pescaron a todos? —pregunté todavía sin levantarme.

    Los cinco guardaron silencio, era una respuesta en sí misma, pero carraspeé con impaciencia y ninguno debía ser un genio para saber que la cosa podía ponerse un poco fea si no me respondían lo que quería. Aún así esperé algunos segundos, suficientes para que se les ordenaran las dos neuronas que tenían en fila.

    —Uno consiguió librarse, si lo seguíamos no iba a parecer tan azaroso —contestó alguno por fin.

    No dije nada, cediéndole razón, y me enderecé por fin con el efectivo en la mano. Conté el total, luego dividí un tercio y ese tercio lo repartí entre los cinco desgraciados. Puede que no les alcanzara ni para un puto cigarrillo suelto, pero que me preguntaran si me interesaba, yo era el primero en fila y por rebote siempre recibía más carne de las presas, sin importar qué o quiénes fuesen.

    Los cuchillos, la billetera y el trasto desechable me los guardé sin siquiera molestarme en mirarlos y ellos, acostumbrados como estaban, no hicieron preguntas. Después de eso saqué mi propio teléfono del bolsillo de la chaqueta y envié un solo mensaje que confirmaba que la orden de hace algunas horas había sido cumplida. De hecho estaba en eso cuando la voz de uno de los fantasmas se alzó.

    —Gaki. —Me llamó, era el nombre que el grupo me había otorgado no hace mucho—. ¿Y la siguiente movida para cuándo?

    Espíritus de hambre y sed insaciables.

    Si acaso parecían humanos.

    Chiyoda era mi Gakidō, mi terreno desierto, inhóspito.

    —Para cuando yo lo diga. Fue todo por hoy, salgan pitando de Chiyoda mientras puedan —respondí y comencé a caminar para dejar la callejuela.

    No tuve que mirarlos para saber que habían desaparecido en las sombras que permitían las luces de la ciudad hasta fundirse con ellas y perderse. Yo hice lo mismo, como era usual de por sí, y pronto estuve en el lugar donde había dejado aparcada la motocicleta de Yuzu.

    Busqué la llave, subí y encendí el motor como si nada hubiese pasado. Como si no acabara de atacar de forma indirecta a uno de mis amigos de la adolescencia, a uno de los imbéciles que quizás no estaba tan arruinado como el resto de nosotros, al mismo crío que no había podido quedarse dormido hasta que me acosté a su lado y pudo recostar la frente en mi espalda. Si hubiese sido él, si hubiese tenido algo de fuego en el pecho en vez de un montón de hielo y agua, habría pensado que acababa de empujarlo más cerca de la desgracia, que le había restado un punto en su posibilidad de redención.

    Pero era yo.

    Era yo y no había nada que me removiera lo suficiente desde hace años.

    La prueba definitiva fue que conduje hacia Minato en lugar de Taitō, llegué hasta el apartamento de Yuzu quien me recibió con la calidez que la caracterizaba y lo dejé cosa de una hora después por quedarme a tomar una taza de té que no supe como rechazar, su moto en el estacionamiento de la torre de apartamentos como correspondía. Solo lo hice, ni siquiera cambió nada el hecho de que el sollozo de Cayden seguía haciéndome eco en el fondo del cerebro, ni que cargaba el peso de los cuchillos de Arata en los bolsillos y tampoco saber que usé su efectivo para tomar un Uber de regreso a casa.

    Algún día sería mi cuerpo el que aparecería en el puente de Nakano.

    El desvío me había costado tiempo, así que para cuando llegué a Taitō iba a dar la una de la madrugada a pesar de que le había dicho a Fumi que llegaba para la medianoche. Le pagué al Uber, bajé del coche y entré a la torre de apartamentos mientras buscaba las llaves. Al llegar a la puerta escuché ruido adentro, lo que confirmó que así como había anticipado la chica seguía allí.

    —Estoy en casa —anuncié en lo que me quitaba los zapatos, como si acabara de llegar de la tienda.

    —Bienvenido —respondió ella casi encima de mis palabras—. Acabo de hacer un paquete de ramen instantáneo, quedó para ti en la estufa. Estoy mirando una serie, ¿te importa?

    —Mira lo que quieras —atajé a la vez que me dirigía a la cocina y me serví los fideos que habían quedado en una taza—. ¿Pudiste seguir durmiendo luego de que me fui?

    Debía tener la boca llena porque hizo un sonido afirmativo nada más y el ruido de la televisión opacó todo lo demás. No vi qué más decir ni creí que hiciera falta, así que luego de hacerme con el plato de comida caminé hasta la habitación que era donde estaba la chica, dejé la taza en el borde de uno de los estantes del armario y me vacié los bolsillos.

    —Eh, ¿y eso? —preguntó la otra apenas escuchó el ruido metálico de las armas al chocar con la superficie.

    —Un buen negocio, eso es todo.

    No me molesté en dar explicaciones, ella no las pidió y de por sí no se las debía, así que volví a tomar la taza para sentarme a su lado. No tenía ni puta idea de qué trataba la serie que estaba mirando, pero daba lo mismo, comí a su lado de todas maneras mientras afuera la ciudad seguía moviéndose.

    Mis fantasmas habían vuelto a Taitō puede que antes de que yo lo hiciera, mi teléfono no recibió más mensajes y en Shinjuku la mariposa ya había vuelto a su incubadora, luego de tragarse la humillación a la que lo había sometido. Yuzu había continuado su noche como si nada y todo, como siempre, había seguido su curso sin que importara en realidad lo que pasara con las personas.

    El Gakidō seguía estático, incapaz de proveer sustento a las almas en pena que caminábamos en él.
     
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    Zireael

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    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
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    En este episodio de weas que solo me interesan a mí (?) Ni siquiera supe si publicar esto en roles, pero es que dónde si no, así que aquí estamos porque de por sí era algo que quería desarrollar hace bastante tiempo, la verdad. Es canon para el background de Cayden en Gakkou, obviously.

    El setting de la cuestión es el universo de Gakkou, sigue esa línea temporal aunque ocurre en el pasado y tal. Es la primera vez que profundizo en los padres de un personaje de esta manera, directamente narrando con ellos en vez de con el personaje en cuestión, como he hecho en otros fics de Altan, Katrina, Cayden y Jez, en su mayoría, así que todo fue una experiencia.

    Tenía otro fic empezado antes de este con Yuzu, el rollo de Hikari y tal, pero parece que tengo afición por arruinar mi propio estado de ánimo así que ya no me pude volver a meter en el mood para continuarlo. En su lugar me tiré de cabeza a escribir esto y de alguna manera me sirvió para descargar algunas cosas que no sabía cómo sacar.

    El fic comienza siendo narrado por Neve Keane (madre de Cayden) y luego la narración pasa a tomarla Liam Dunn (su padre, obviously). Aquí también concreté varias cosas de la rama de la mafia irlandesa presente en el corazón de Tokyo, algo que no había hecho en otros fics, y a la vez le di más forma a esa organización para llamarla de alguna manera. ¿Qué si estuve leyendo sobre la irish mob solo por esto? Totalmente, como la vez que terminé descargando un libro y artículos sobre la yakuza y Shibuya.

    En las lyrics del principio hay dos canciones mezcladas, la que está puesta como apertura del fic y otra: Darling. Darling correspondería a la parte de Neve, Whispers a la de Liam.

    Las dos canciones son del álbum de Halsey del año pasado que es una fucking maravilla y que de hecho Bells in Santa Fe, del mismo álbum, está en otro fic de Cay, así que all is coming to full circle. También aviso de una vez que cambié los she por he, porque lo necesitaba fuertemente.


    Más que todo como anotación para mí misma cuando tenga tiempo de sentarme a abrir los docs donde tengo todo (?)
    Queen of Coins/Pentacles (Neve Keane -de casada Dunn-): quería una carta de un palo diferente para la madre de Cayden, siendo que carta principal del niño es el tres de espadas, así que me puse a buscar en las monedas, los bastos y las copas. Esta carta representa la energía maternal, la generosidad y la seguridad, asociada a un arquetipo sensible y sabio. A su vez, cuando aparece invertida, puede entenderse como una señal para aceptar el amor de los otros o tomarnos un tiempo para cuidarnos. Encapsula el personaje de Neve de forma bastante completa.

    Ten of Swords (Liam "The Reaper" Dunn): en contraposición a Neve, para Liam quería una carta que estuviera en el mismo palo que la carta principal de su hijo, y así terminé en las espadas. El diez de espadas se asocia al cierre de ciclos, a la traición y el miedo, recordándonos que aunque está bien estar asustados, victimizarnos no es una opción. Marca el fin de un período y el inicio de otro, como la luz al final del túnel. Al aparecer invertida puede indicar que estamos atascados en ese sentimiento de traición o pérdida. Encapsula la personalidad de Liam de forma superficial, parecida a la de su hijo, marcada por tintes de miedo en cuestiones muy puntuales pero muy fuertes.

    **Death Valley [Valle de la Muerte] es nombre que los irlandeses radicados en el corazón de Tokyo comenzaron a darle a Shibuya una vez Liam se comenzó a codear con los grandes de la yakuza, consiguiendo compartir el territorio. Así es como pronto el grupo pasa a ser la pandilla de Death Valley.

    **Oweynagat es una cueva conocida como la puerta al infierno de Irlanda.

    Sin más, aquí dejo esto y procedo a seguirme muriendo con la uni.



    Darlin', don't you weep.
    There's a place for me,
    somewhere we can sleep.
    I'll see you in your dreams.

    .
    Until it's time to see the light,
    I'll make my own with you each night.
    I'll kidnap all the stars and I will keep them in your eyes.

    .
    Repose in time and you tell yourself you're fine, but you
    sabotage the things you love the most.
    Camouflage so you can feed the lie that you're composed.

    .
    This is the voice in your head that says, "You do not want this".
    This is the ache that says, "You do not want him".

    .
    Why do you need love so badly?
    .
    Bet that he'll never be happy.
    I bet that you're right and I'll show you in time, but I
    sabotage the things I love the most.
    Camouflage so I can feed the lie that I'm composed.


    XXXV
    [​IMG]
    The Ten of Swords
    x
    The Queen of Coins

    . Betrayal . Ending . Nurturing .


    | Liam Dunn |
    | Neve Keane |

    *

    *

    *


    The Queen of Coins
    Parque Yoyogi, Shibuya, Tokyo, 2001


    Una semana completa había pasado desde que me di cuenta. Estábamos en plena primavera en el corazón de Tokyo, así que los cerezos de todos los parques estaban en flor desde hace semanas, por lo que la gente se reunía para verlos, comer algo y pasar el rato como nos dimos cuenta era usual aquí desde que nos mudamos, dejando Irlanda atrás. El viento arrastraba el aroma de la primavera, suave, revuelto con el olor de algunas comidas callejeras y cosas del estilo.

    Eran buenos días o debían serlo.

    —¿Y cómo piensas que se lo va a tomar? —preguntó Devan mientras masticaba un dango. Lo dijo con una seriedad terrible a pesar de que si acaso había cumplido los diecisiete años—. Liam es… extraño. Lo ha sido siempre, desde que lo conociste en la universidad.

    La pregunta era legítima, eso tenía que reconocerlo, me quedó dando vueltas un rato en la cabeza. Si no se lo había dicho era justamente porque no sabía cómo iba a reaccionar, no me daba miedo ni nada, pero sí que me preocupaba. Liam había sido mi compañero por mucho tiempo ya, por muy excéntrico que fuese, me había acompañado a estudiar, me ayudaba leyendo mis trabajos y haciendo anotaciones y luego, poco antes de que me graduara, me había pedido matrimonio luego de algunos años juntos y aquí estábamos.

    Era protector de una forma extraña y distante, no acababa de conectar con nadie, puede que ni consigo mismo, pero siempre me sentía segura y cómoda con él. Lo quería, él me quería también y por entonces, recién entrando a los veinte, me había parecido que eso era suficiente.

    Eso había sido hace casi cuatro años.

    —No tengo idea, Dev —murmuré viendo la botella de agua que tenía en las manos y miré a mi hermano menor de reojo. Llevaba el uniforme del instituto de Shibuya del que se graduaría ese año.

    —¿Y tú cómo te sientes?

    —¿Yo? —atajé un poco fuera de base, no me había detenido a pensarlo—. Estoy nerviosa, pero contenta también. Es algo confuso, ¿sabes? Siempre quise una familia y saber que ahora tendré mi propio niño, que comenzaré algo nuevo, me alegra de verdad.

    —Podría ser niña —reflexionó el otro con la boca llena—. ¿No te gustaría tener una niña? Cuidaste a dos varones mucho tiempo.

    Le di un trago a la botella de agua con la idea en la cabeza y recordé las cosas que había comenzado a ver hace unos tres años. Liam había empezado a abrir pubs irlandeses en el corazón de Tokyo, empezando por Shibuya, luego a Shinjuku y luego el resto de barrios. Había recibido algo de dinero de sus padres cuando fallecieron, sabía que debía haberle alcanzado para el primer pub de Shibuya y para mantener el de Chiyoda, pero no el resto.

    No era tonta.

    Había algo más.

    Una noche, pasadas las dos de la madrugada, lo había visto en su estudio contando fajos de dinero que vete a saber de dónde habían salido y meses más tarde comenzaron los cambios. Nos mudamos a un mejor apartamento, compramos mejores electrodomésticos y tomamos más vacaciones junto a mis hermanos. Empezó a llenarme de ropa fina, joyas y toda la parafernalia.

    Nunca le pregunté de dónde salía el dinero.

    No le preguntaría ahora.

    Justamente por eso pensé que si tenía una niña lo mismo que me tenía a mí en una suerte de trono desde el que podía trabajar para las revistas científicas de Japón sin demasiado problema, incluso si no me pagaban demasiado entonces, a ella podía volverla vulnerable. Lo que sea que estuviese haciendo Liam le colocaría a mi niña una diana en el pecho, la volvería el blanco de personas que jamás debieron saber de su existencia y se volvería un arma contra su padre.

    Lo había visto en los chicos japoneses más jóvenes, sabía que algunas fracciones de los barrios especiales eran despiadadas en muchísimos sentidos y no quería saber que mi sangre corría ese peligro. Fui ingenua, puede que hasta discriminatoria, porque imaginé que tener un niño no lo volvería un flanco tan fácil.

    Sin embargo, apenas trece años después a mi pequeño lo seduciría el mismo mundo que a su padre y usaría el apellido que el lobo que lo había engendrado le había dejado como salvoconducto para abrir una a una las puertas al Infierno, incluso si no lo necesitaba. Una madre jamás podría anticiparse a eso, jamás se me hubiese ocurrido pensar en algo como eso de buenas a primeras.

    —Tú sabes lo que digo —corregí a Devan, quien soltó una risa floja—. ¿Tú qué? ¿Te sientes listo para ser tío?

    —Ni de coña —respondió de inmediato y se llevó el siguiente dango a la boca—. Me da miedo, aunque igual me hace ilusión. Finnian es el que está encantado, el idiota se piensa que va a tener un compañerito de juego o algo, que con tres años va a pegar al bebé a la consola con él.

    El comentario me arrancó una carcajada genuina y estiré los brazos para estrecharlo contra mí, medio refunfuñó, pero se dejó hacer al final y yo le deposité un beso en la coronilla, entre el cabello ondulado castaño que teníamos los tres. Le sacaba diez años, para mí siempre sería un bebé, pero también era mucho más centrado que yo para algunas cosas y por eso siempre le preguntaba su opinión.

    Apreciaba muchísimo a ambos, los adoraba, y si nos habíamos mudado aquí juntos era porque confiábamos en nuestra capacidad de sobrevivir cualquier cosa en tanto estuviésemos los tres. Éramos como un trípode o un triskel, nos dábamos estabilidad entre nosotros sin importar qué sucediera alrededor. Algunos años más tarde serían justamente mis hermanos menores los que me sostendrían y me ayudarían a criar a mi niño, dándole un corazón que no pertenecía al mundo que lo estaba reclamando.

    Al llegar a casa ese día, luego de dejar a mi hermano en el apartamento que por entonces compartía con Finnian, regresé a casa en el coche y esperé a que Liam llegara. Apareció a eso de las ocho y algo de la noche, como era usual.

    Escuché la puerta abrirse, me quedé donde estaba mirando la tele en el salón y cuando llegó se cruzó a mitad del espacio, tapando la televisión con su cuerpo. Estuve por reclamarle, pero estiró el brazo en mi dirección y noté que tenía un chocolate en la mano, de una marca que siempre me había gustado mucho.

    Cuando lo tomé con la ilusión de una mocosa alcé la vista a él, llevaba el cabello rojizo ligeramente desordenado como siempre y me dedicó una sonrisa muy sutil, que le acentuó los rasgos haciéndolo parecer algo más joven que de costumbre. No era muy efusivo, pero su forma de darle a entender a la gente que la apreciaba o se preocupaba al menos un poco era así, mediante regalos.

    —Lo vi en la tienda y me acordé que te gustan desde que nos conocimos —resolvió con calma, su timbre de por sí no era demasiado grave, pero conmigo suavizaba el tono a conciencia.

    —Gracias, amor —murmuré mientras me dedicaba a romper la envoltura.

    Me di cuenta que él no se movió de allí, se quedó mirándome y sentí que por alguna razón me sacó radiografía. Solía hacerlo con frecuencia, ya ni me extrañaba, así que no le dije nada y seguí inmersa en la golosina, pegándole un mordisco directamente a la tableta de chocolate.

    Dejé que se derritiera un poco antes de hacer nada más y unos segundos después, con la boca medio llena, estiré la mano hacia Liam sujetando el chocolate. Entendió que le estaba ofreciendo, pero negó suavemente con la cabeza y lo que preguntó me dejó con las neuronas chuecas un instante.

    —¿Tienes algo? —dijo casi en voz baja—. ¿Te sientes bien? Te ves diferente desde hace días.

    Me bajé el poco chocolate que tenía en la boca, pasé saliva y me relamí los labios. Como tal no respondí en el momento, pero bajé un poco más la envoltura de la golosina con aire distraído para alivianar mi propia ansiedad y con la mano libre me llevé el cabello, en ese entonces a la altura de los hombros, detrás de la oreja.

    —Estoy embarazada —resolví como si nada—. Como de cinco seman-

    Había regresado la vista a él poco antes de terminar la frase y de inmediato me di cuenta de que no había sido mi mejor idea. Eran pocas veces en las que a Liam una emoción fuerte le alcanzaba el rostro, poquísimas, pero cuando lo miré noté que tenía los ojos congelados con el miedo más genuino que le habría visto nunca. Tenía treinta años, pero de repente parecía un mocoso de diecinueve al que su novia le acababa de decir que se había marcado el gol de su vida la noche que se acostaron luego de salir de fiesta o algo.

    Destrabó las articulaciones en cámara lenta, se llevó la mano al rostro y se retiró el flequillo de la frente, arrastrándolo. Se forzó a neutralizar sus propias expresiones, me di cuenta, dio un par de pasos por el espacio y se sentó a mi lado por fin. Me echó un brazo sobre los hombros para atraerme hacia sí y me envolvió en un abrazo que me dejó un poco fuera de base, fue algo rígido pero su cuerpo estaba tibio.

    Tardé un poco en reaccionar, pero acabé por corresponderle el gesto aunque tenía el chocolate en la mano todavía. Sentí que lo hizo porque era lo que correspondía, porque sabía que yo sí quería tener hijos y él, por su parte, nunca había estado seguro. Habíamos pretendido evitarlo, pero las mierdas se alineaban para fallar y a veces había que aceptar eso.

    Sabía que el temor de Liam nada tenía que ver con el dinero o por no tener los recursos para criar a un niño, era una duda absoluta de su capacidad de ser un buen padre. El amor que le guardaba, inmenso, me volvió lo suficientemente estúpida como para pensar que cuando el bebé naciera iba a bastar para despertarle toda la calidez de la que carecía, pero eso tampoco funcionaba así.

    Me daría cuenta alrededor de tres años después.

    Deshizo el abrazo despacio, sus manos encontraron mi rostro y di de lleno con el ámbar de sus ojos, que estaba muy cerca del anaranjado. No había brusquedad en su mirada ni nada parecido, pero tampoco parecía haber algo en realidad y años más tarde algunas veces encontraría ese mismo vacío aparente en los ojos del niño, que sería una copia suya. La personalidad de Liam era fuerte, lo sabía, moldearla había resultado imposible, por eso sabría reconocerla en cualquier parte.

    —¿Has pensado en cómo te gustaría que se llamara? —preguntó y me acomodó el resto del cabello detrás de las orejas antes de regresarme mi espacio—. Si es niña o si es niño.

    Giré el cuerpo para sentarme de lado en el sillón, le pegué una nueva mordida al chocolate y me encogí de hombros. El día que me di cuenta en que me enteré no lo había sopesado, pero sí que lo había hecho en otros momentos de la vida.

    —Eileen —murmuré dejando caer el costado de la cabeza en el espaldar del sillón—. Aunque, ¿sabes? Tengo una corazonada.

    —¿Respecto a?

    —Creo que será niño —atajé mirándolo a los ojos—. Suertudo encima, seguro sale igual de guapo que tú.

    El comentario consiguió hacerlo reír, fue una risa baja, floja y negó suavemente con la cabeza. No me dio mucha cuerda con el asunto eso sí, seguro por lo mismo de que le había lanzado una cubeta de miedo encima, y se me quedó mirando, insistiendo por lo del nombre.

    —Cayden para el niño —respondí entonces—. Siempre me gustó ese nombre.

    —Suena a Aiden —dijo medio al aire—. Así se llamaba un primo mío.

    —Pero cuando lo acortas suena más bonito, ¿no crees? Cay suena pequeñito, como algo que debes cuidar.

    De hecho Cayden se convertiría en el único objeto de la protección absoluta de Liam.

    Lo tomaría y lo metería en una jaula, como un lobo nacido en cautiverio, y allí en su encierro el cachorro aceptaría el destino que parecía perseguirlo desde antes de que diera su primer respiro. En ese espacio de contención donde nada parecía tocarlo, ni el hombre que lo había engendrado, y donde no era más que la piel que un cazador exhibía en una pared, el niño aceptaría las dos certezas que luego, con dieciocho años, definirían el núcleo de fuego y rocas que poseía en el centro del pecho; convirtiéndolo en un rebelde deseoso de demostrar su valor en un mundo donde no se sentía capaz de encajar o de conectar.

    Su padre no había sido capaz de amarlo.

    Entonces, ¿por qué lo elegiría alguien más?

    .

    .

    .

    Death Valley Gang

    Ten of Swords
    Oweynagat Pub, Shibuya, Tokyo, 2005


    Sujeté el arma contra la frente del muchacho sin inmutarme, una semiautomática con silenciador que le había arrebatado a uno de los otros de las manos, y le sostuve la mirada como si no lo tuviese encañado. No debía tener más de veinte años, el pobre desgraciado, pero nos había querido ver la cara con las partidas de póker y luego tras de todo había fingido demencia.

    Tomé aire, lo solté y empujé el arma con algo de insistencia en su dirección, acentuando el terror que tenía escrito en el rostro. Sus ojos eran oscuros a cagar como los del japonés promedio, así que pude ver mi propio reflejo en ellos y me di cuenta de que no tenía el rostro cruzado por ninguna emoción, como casi siempre.

    —Ya cagaste —murmuró desde atrás el que era mi mano derecha, Mad Wolf, en un japonés bastante tosco—, obligaste al Jefe a venir.

    Mad Wolf era un japonés de ascendencia irlandesa por parte de su padre, pero había heredado bastante de su madre, una mujer japonesa. El idioma nunca había logrado pillarlo bien, a pesar de haberse criado aquí, pues en su casa solo hablan en inglés porque su padre tampoco era bueno con el idioma del país en el que se había quedado.

    El tío era de la edad de Neve, es decir, yo le sacaba cuatro años, pero se había sabido ganar su lugar. Agresivo por naturaleza como un genuino lobo, había usado su fuerza para salvarme el culo más de una vez, teniendo en cuenta que yo no era más que un palo de dientes jugando a las novelas criminales o algo.

    Mis estudios, la familia que tenía y muchas cosas más deberían haberme permitido vivir limpio, pero yo había elegido el camino que apestaba a azufre y había ramificado a la mafia irlandesa en este pedazo de tierra en medio del mar. Encontré a los hijos de Donn, los saqué de debajo de las piedras y los sostuve a mi lado mientras creaba las venas de mi propio Yggdrasil. El árbol que había erguido en Shibuya había echado raíces en todo el corazón de Tokyo y era lo bastante grande para que la yakuza lo reconociera.

    Todo porque me gustaba el dinero, la buena vida.

    Y quizás también era amante del desastre.

    —No me dijeron, ¡no me dijeron que esto era de la yakuza!

    —¿La yakuza? —cuestioné en el tono neutral de siempre y luego cambié de idioma—. For fucks sake, Mad Wolf, just listen to the kid. The yakuza he says.

    El comentario hizo que el aludido soltara una carcajada que se contagió a los otros dos presentes, hizo eco en las paredes del pequeño estudio al que lo habíamos arrastrado y las risotadas pusieron al chico a temblar como perro mojado. Me permití insistir con el cañón del arma, empujándolo, y solo entonces sonreí ligeramente, pero el gesto fue rígido de todas formas.

    —Chico, ¿tengo pinta de oyabun? —cuestioné aunque no esperé una respuesta—. El territorio se comparte, bien seccionado, acabaste en la casa de la puta irish mob y jugaste mal tus cartas.

    Estaba por implorar por su vida, me di cuenta, así que de un movimiento rápido quité la pistola de su frente, solo moví el cañón hacia el costado izquierdo y presioné el gatillo. El sonido de la detonación murió en el silenciador, pero la bala había alcanzado a pegarle un mordisco en la oreja al mocoso y pronto sus gritos hicieron eco en el espacio, rebotaron en las paredes y volvieron a mí.

    Se había ido de espaldas al suelo y se llevó la mano a la oreja, que no tardó en parcharse de rojo oscuro pues sangraba profusamente. Siguió gritando, maldijo en tropel y se revolcó en el piso como una babosa cubierta de sal. Me mantuve estático, el único movimiento que me permití en ese rato fue bajar el brazo y dejarlo a un costado de mi cuerpo, todavía sujetando el arma.

    —Estás marcado —resolví por encima de los gritos—, el mordisco de bala en tu oreja dice que le debes a Death Valley, incluso los oyabun lo saben, sus soldados también y hasta los críos que manejan en las calles, los de las pandillas menores. No recibirás préstamos de ninguno de los demonios de Shibuya, tampoco de los otros barrios especiales, porque saben que jugaste sucio en nuestros negocios y eres lo bastante estúpido para repetirlo en los suyos. Si no regresas el dinero perdido ya no será una mordida, te arrancaré la oreja completa y se la haré llegar envuelta a tu madre, como un regalito.

    Balanceé el arma suavemente como si fuese un péndulo, guardé silencio unos segundos y él, todavía sujetándose la oreja ensangrentada, se calló por fin. No hizo un intento por mirar a ninguno de los presentes, se quedó en su lugar como un animal atropellado y yo, bueno, seguí hablando.

    —Si insistes en hacerte el tonto te buscaré hasta en el culo del mundo y te arrancaré la otra oreja. Luego seguiré con los dedos, seguiré hasta que el dinero regrese a mi bolsillo, y solo entonces podrás decir que estás limpio, ¿me doy a entender, hijo?

    Me pareció que murmuraba algo, pero no fue audible y no respondió a la pregunta como tal. Suspiré, Mad Wolf se impacentó y estuvo por dar un paso adelante para cagarlo a palos, pero estiré el brazo libre para detener su avance.

    —Respóndele al Jefe —dijo en reemplazo a la paliza.

    —Parece un Shinigami —atajó en voz baja—, un Shinigami.

    Reaper —corregí en un tono similar—. Parece que entendiste. Ahora sáquenlo de aquí y déjenlo en Nakano. Ya me cansé de sus lloriqueos.

    Los hombres que se habían mantenido relativamente al margen se colaron en mi campo de visión, tomaron al crío de los brazos y lo sacaron a rastras del estudio, dejándome solo con Mad Wolf. Crucé el espacio hasta el sillón individual en uno de los costados de la habitación, me dejé caer y puse el arma en la mesilla que había al lado.

    El acolchado del mueble cedió apenas bajo mi peso, encajé un codo en el reposabrazos y así pude usar mis nudillos para apoyar mi rostro. Mi compañero me observó unos segundos, antes de acercarse al escritorio que estaba unos metros más allá y apoyar allí la cadera. Hubo un intercambio de miradas inicial, en lo que desaparecían los quejidos del mocoso mientras lo arrastraban fuera de allí para subirlo a alguna camioneta o lo que fuese, luego fue él el que rompió el silencio mientras se encendía un cigarro.

    —Conforme crece el niño pasas menos tiempo con tu familia —soltó sin ninguna clase de anestesia, pero permanecí estoico—. Cuando nació no aparecías en ninguno de los pubs por días, cuando cumplió el año comenzaste a acercarte a medianoche los fines de semana, al segundo cerca de las diez casi media semana y ahora… Afuera apenas cayó la noche, has venido a esta hora todos los días desde enero. El crío cumplió tres años ya, ¿no?

    No era imbécil, sabía lo que hacía, y si no me quedaba claro Neve se había encargado de señalarlo también cuando perdía la paciencia. Era increíblemente complaciente una mayoría importante del tiempo, se adaptaba a los tiempos de las personas, a sus manías y sus dificultades, pero como todo el mundo alcanzaba el punto de sobrecarga en algún momento. Cuando eso sucedía se volvía una bestia resentida, pasivo-agresiva, nunca había soltado un mordisco con fuerza, pero vaya que dejaba claro que podía hacerlo si tensabas las cuerdas correctas.

    La intensidad de sus emociones me hacía amarla, pero joder, como me agobiaba a veces. Era consciente de que nunca podría sentir nada de la forma en que ella lo hacía, ni siquiera el amor que sabía que le guardaba, y ese era uno de los pocos miedos genuinos que poseía.

    La certeza de que Neve chocaba con un muro cuando deseaba conectar conmigo.

    Como fuese, me había encargado de que la ausencia en casa pareciera gradual, conforme Cayden crecía había comenzado a poner distancia física entre él y yo, pero por rebote eso significaba ponerla también con Neve. A diferencia de mí ella tenía impreso en el cuerpo lo que significaba criar a una persona, lo hacía con amor y si estaba asustada por ser primeriza, no lo demostraba. Después de todo, ella siempre había querido tener sus propios hijos.

    ¿Yo? Mirar a Cayden me daba terror. El niño comenzaba a parecer un pequeño espejo, había sacado la cabeza de fósforo y los ojos de resina, lo había escupido el mismo dragón que a mí y su personalidad comenzaba a mostrarse. Jugaba como cualquier niño, parloteaba, preguntaba cosas, pero también se notaba que no era el mejor para relacionarse con personas además de Neve y sus tíos. Empezaba a parecer introvertido, consentido y temperamental.

    Caminaría por una cuerda floja toda su vida.

    Que en cualquier momento se rompería y lo haría caer al vacío.

    Allí abajo, en el fondo del pozo, estaba el dragón que lo había traído a este mundo. Era una criatura fría a pesar de su poder, desligada y poco interesada en algo además de sí misma; cuando uno pasaba demasiado tiempo con esa bestia acababa por convertirse en algo muy parecido. Un monstruo de orgullo, incapaz de ser algo más que un segador en este mundo o un puto rechazado, que venía a ser lo mismo. Si conseguía capacidad de liderazgo dominaría sobre los más influenciables, si no, sería aplastado por los grandes o se convertiría en un peón.

    Quería pensar que el niño podía seguir el ejemplo de Neve más que el mío, que el núcleo en su interior lograría desprenderse del dragón y convertirse en algo diferente que no fuese nada más que escamas duras y fuego. Había una fracción del mundo que era mucho más suave, cálida y empática, lo había visto en los Keane, desde Neve hasta Finnian que tenía un torpedo en el culo y finalmente en Devan, a pesar de lo serio que parecía para ser apenas un crío.

    —Nunca quise tener hijos —admití sin más con el tono plano—. Cuando sabes que eres un obstáculo para las emociones de los otros, para su vida, viene a ser lo más inteligente. Hay personas que no nacimos para ser padres, pero lo fuimos, y lo que queda es hacerse responsable. Es lo que tiene follar, supongo.

    —Le hubieras dicho a Ne-

    —No te atrevas a siquiera insinuarlo, puto imbécil —atajé, el cambio en mi voz lo hizo cerrar la boca como un par de castañuelas y comprimí los gestos con hastío—. No iba a privarla de su deseo.

    —Traer críos al mundo cuando no eres capaz de quererlos es una cagada, Reaper, es todo lo que digo —sentenció—. Ella debía saberlo.

    Lo sabía, pero lo había amado desde que no era más que un cúmulo de células.

    No me dio tiempo a responderle nada, despegó el cuerpo del escritorio y dejó el estudio, esquivando los parches de sangre que habían quedado por la oreja reventada del mocoso. Me quedé mirando el rojo sobre el piso, era oscuro, y solté el aire por la nariz en una suerte de bufido.

    El espacio quedó en silencio un buen rato hasta que el móvil sonó en mi bolsillo. Ajusté la postura para sacarlo, miré la pantalla y al leer el nombre de Neve presioné el botón para atender la llamada.

    —Amor, ¿estás ocupado? —preguntó con suavidad.

    —No, ¿necesitas algo?

    Mentira no era, pero era un absoluto descaro que estuviese respondiéndole tan tranquilo luego de lo que acababa de estar haciendo. Tampoco lo cuestioné, llevaba ya años mintiéndole de esa manera.

    —Necesito que pases a comprar algunas cosas para el desayuno de mañana, eso es todo. Frutas para Cay, leche y pan.

    —De acuerdo, cariño —concedí—. ¿Algo más?

    Hizo un sonido para decirme que no, me soltó que me amaba y colgó el teléfono sin esperar una respuesta. Regresé el aparato al bolsillo, me levanté del sillón, tomé el arma para ajustármela en le cinturón y cubrirla con el saco y salí del estudio sin prisa real, un tipo entró justo después para limpiar el suelo como era usual.

    No había nada raro en lo que pasaba en estas paredes.

    En el pub de Shibuya el estudio estaba hasta el fondo de la propiedad, insonorizado, y al salir un pasillo lo separaba del salón principal donde estaba la barra, los sillones y todo el cuento, con una salida de emergencia que era por donde sacábamos la basura sin que la vieran los clientes. Cuando llegué a la barra saludé al que estaba en turno, le dije que no pasaría más por hoy y me fui del pub como si nada luego de saludar a un par de caras conocidas.

    Atendí a lo que había pedido Neve, sí, pero aún así no aparecí en la casa hasta pasadas las once luego de haber tomado un par de tragos con Mad Wolf en un bar de Minato. No hablamos la mayor cosa, más bien solo respiramos el mismo aire y cuando me levanté para irme le dije que me mantuviese informado de cualquier anormalidad, de la clase que fuera. La verdad es que tampoco podía mentir, esos tiempos habían sido los años dorados de Death Valley y por defecto puede que fuesen los más tranquilos, luego, cuando Cayden cumpliese los dieciocho, lo que llamarían el Triángulo del Dragón amenazaría con salirse de control.

    Haría falta que los grandes de la yakuza pusieran orden en las partidas menores.

    De la manera que fuese, al llegar a casa noté una línea de luz colarse por la puerta principal del apartamento y me preparé mentalmente para el discurso de Neve. Abrí, cargando la bolsa con las cosas en la mano derecha, y al entrar cerré despacio detrás de mí para no ir a despertar a Cayden, al que ya Neve habría puesto a dormir hace horas.

    La luz del pasillo era la que estaba encendida, pero ella no estaba en el salón así que seguí hasta la cocina, guardé las frutas y la leche en la nevera, el pan lo dejé sobre la encimera y continué mi camino. Me pareció escuchar un tarareo suave, distraído, viniendo de otra parte de la casa siguiendo el ritmo de alguna canción con tintes irlandeses. Era reconfortante pero algo inquietante a la vez, por extraño que sonara, como si fuese el canto de una criatura del bosque.

    Sabes que no te hará daño, pero no puedes verla y te pone nervioso.

    En la biblioteca de la casa, prácticamente toda alimentada por Neve, estaba la puerta entreabierta dejando salir una finísima línea de luz al pasillo que sí estaba a oscuras. Seguí el tinte amarillento hasta quedar frente a la puerta y por la rendija pude verla, estaba ceñida en un libro tomando apuntes en una libreta a toda velocidad. El tarareo, obviamente, venía de ella y se abría paso por la casa.

    Tenía la lámpara de escritorio casi pegada a la cara y el tono de la luz le arrancaba destellos más dorados que rojizos a su cabello castaño que caía ligeramente hacia adelante. Había sido siempre preciosa, lo sabía, pero allí en su pequeño mundo lucía como algo traído de otra dimensión.

    Lo que me sobresaltó fue un llanto, estalló de repente y me aceleró el corazón en el pecho, allí donde estaba. Neve dejó todo lo que estaba haciendo de golpe, pero no se levantó y su voz se alzó, firme, para dirigirse a mí perfectamente consciente de que estaba en la casa, pero sobre todo de que había estado mirándola.

    —¿Puedes revisar a Cay, Liam? —dijo aunque entendí que era una orden—. Estuvo preguntando por ti cuando le di la cena.

    Como tal no le respondí, solo enderecé los pasos hacia el final del pasillo en dirección a la habitación del niño y abrí la puerta que también estaba medio cerrada como la de la biblioteca. Adentro una lucecilla de noche alumbraba de forma tenue las paredes y en la cama, pegada a la pared del fondo, estaba Cayden llorando a moco tendido, abrazado a un gato de peluche que sus tíos le habían regalado en su cumpleaños. Llevaba un pijama verde de Pokémon, de algún bicho al que su madre seguro siempre le confundía el nombre.

    Tardó unos sólidos segundos en reconocerme, me di cuenta, pero cuando lo hizo el rostro se le deformó y lloró con más ganas. No supe si fue una mala contención del alivio que le significó verme o una manifestación inconsciente de algo remotamente parecido al resentimiento o el enojo por verme aparecer hasta ahora que se había despertado llorando.

    Tampoco sabía mucho de comportamiento infantil.

    Era graduado en economía, no en psicología.

    Se encogió sobre sí mismo, así me acerqué y me senté en el borde de la cama, estirando la mano para posarla entre la mata de cabello rojo que compartía conmigo. Fue automático, no dejó de llorar pero sí que comenzó a hacerlo en silencio, incluso empezó a respirar diferente, calmándose, y aflojó el agarre alrededor del gato de peluche para llevar su manita a la mía, prensando uno de mis dedos con fuerza.

    —¿Y bien? —pregunté en voz baja.

    —Mamá —murmuró con un hilo de voz—. Mamá no está.

    —¿Soñaste que mamá no estaba? —Busqué confirmar y asintió con la cabeza, usando el peluche que tenía en el otro brazo todavía para limpiarse la cara—. Mamá está en su lugar favorito, me mandó contigo.

    —¿Con los libros? —dijo sorbiendo por la nariz.

    —Con los libros. —Alcancé a acariciarle la frente con el pulgar—. Tuviste una pesadilla. Seguro que fue fea, ¿no? Pero no pasa nada.

    —Papá no está —murmuró, lo dijo como si no estuviese allí, pues porque seguía liándose con algunas estructuras, los verbos y esas cosas—. Afuera se ve oscuro.

    —Estoy —atajé ignorando lo de la oscuridad, la afirmación lo hizo relajar el agarre en mi dedo por fin—. Te traje el desayuno, las frutas que te gustan. ¿Cómo es que se llaman las mandarinas esas aquí? Siempre se me olvida.

    No se me olvidaba, pero pues para distraerlo.

    —¡Mikan! —soltó con la voz gangosa.

    —Eso. Te traje mikan para el desayuno o cuando sea que quieras comerte una.

    Seguí distrayéndolo un rato hasta que pareció entrarle el sueño de nuevo, cuando tuve toda la intención de levantarme e irme. Sin embargo, él pilló el intento al vuelo y se negó, no lo dijo, pero sí que lo hizo con el cuerpo y es que en cosa de un segundo se enderezó, prácticamente se me trepó encima, se acurrucó en mi pecho con todo y peluche incluido, y se aferró a mi ropa con una mano. Fue como si hubiese transformado los dedos en una garra de esas de los tractores de construcción.

    El gesto me reseteó el sistema, dejándome congelado en mi lugar y ni siquiera supe del todo qué hacer con las manos. Volví a llevar una a su cabello, acariciándolo, pero tenía el resto del cuerpo espantosamente tenso. Iban tres años y no dejaba de tensarme cuando era él el que tenía la iniciativa de tocarme.

    Tras de todo cerró los ojos de inmediato, como si hubiese sido una cosa que hizo más dormido que despierto, y cayó redondo. Ya desde entonces era delgado como lo había sido yo toda la vida, pero el peso extra en su cuerpo delató que se había dormido al instante.

    —Abrázalo. —La voz de Neve me alcanzó desde el pasillo donde debía haber estado observando desde quién sabe cuándo, a pesar del tono calmado supe que lo que dijo después fue un reclamo—. Te extrañó todo el día. Es tu hijo, Liam, necesita que lo abraces y le hables como acabas de estar haciendo, puedes hacerlo pero vives asustado de un niño de tres años.

    —No va a tener tres años toda la vida, Neve —respondí en voz baja.

    Eso era lo que me aterraba, el hombre en que este niño podría convertirse.

    Me acomodé como pude en la cama del niño, era diminuta, pero lo logré y lo dejé a mi lado, abrazándolo. Al hacerlo le di la espalda a la puerta, así que ya no podía verla a ella aunque la seguiría oyendo.

    —Justamente por eso deberías abrazarlo ahora. Cuando tenga veinte años se acordará de los abrazos que recibió o los que no y actuará acorde, como hacemos todos —añadió—. Le traes la comida que le gusta sin que yo tenga que recordarte cuál es, lo distraes de su pesadilla, ¿entiendes que cuenta como amor?

    Lo entendía, pero eso nunca se emparejaba con llevarlo a la práctica sin que fuese mecanizado.

    —¿Y entonces por qué no puedo hacerlo como lo haces tú? —cuestioné un poco hastiado, arrastré la cabeza por la almohada de Cayden y bufé por lo bajo—. Neve, a veces ves lo que quieres y punto, no lo que hay realmente.

    Esa respuesta pareció ser el gatillo que hace rato estaba deseando, porque se calló y se acercó a la cama, suficiente para poder cernirse sobre mí y sobre el niño. El movimiento fue fluido, lo aprovechó para tomar las mantas y cubrirnos a ambos, incluso si me había acostado allí con los zapatos puestos.

    Acarició a Cayden en la cabeza, se las arregló para darle un beso en la mejilla e hizo lo mismo conmigo. El gesto fue tibio, me aflojó el cuerpo y pudo haberme dejado así, pero estaba decidida y arrojó la bomba. Cayó en el silencio, reventó todo a su alrededor sin alertar al niño y me hizo quedarme estático en mi lugar.

    —Si no estás seguro de lo que quieres no te quedes, Liam —murmuró casi en mi oído echándome la respiración encima—. Si solo vas a venir a dormir a casa para cuando tenga cinco años, si nos vas a hacer extrañarte cada noche, no te quedes. Te amo y yo sola podía soportar tu distancia, pero Cay es mi niño, yo lo cargué nueve meses y lo cargaré toda su vida siempre que él me lo permita. Si debo arrojarte por un barranco para que él viva, voy a hacerlo, no te atrevas a dudarlo.

    Neve Keane era una fortaleza andante.

    Como tal, era capaz de todo para resguardar a las personas dentro de sus paredes.

    Lo dijo con tal firmeza, con tal convicción que entendí que si debía tomar el arma que estaba en la guantera del coche para apuntarme entre las cejas y disparar con tal de asegurarse de que Cayden viviría sin la idea de que yo estaba allí en cuerpo pero no en espíritu, iba a hacerlo. Por más tranquila que fuese entendió que mi miedo y mi rechazo a la idea de ser padre eran más grandes que yo mismo, más grandes que su inmenso amor, aceptó lo inevitable y eso en sí mismo fue doloroso.

    Todas las mujeres se arrancaban de tajo cuando por fin aceptaban cosas como estas.

    Era un jodido superpoder o una maldición.

    El dolor de la resignación ajena era pesado, terrible, era una maldita sentencia de muerte y eso hasta yo lo reconocía. Eran los extremos a los que había empujado a Neve como el obstáculo que siempre había sido en su vida.

    —Decide si quieres cuidar a Cay desde esta casa o desde fuera. Elige la clase de padre que vas a hacer y yo respetaré tu decisión —dijo enderezándose, se alejó para dejar la habitación y mientras cerraba la puerta reafirmó las cosas, las que no eran una amenaza quería decir—. Los amo a los dos, muchísimo. Buenas noches.

    Las fuerzas que se revolvieron en el cuerpo de Neve esa noche eran de naturalezas distintas incluso si una alimentaba a la otra, puede que ni ella lo supiera. El inmenso amor que podía profesar y la ira silenciosa, sin espacio para la duda, que era instigada por algo que le parecía una injusticia. Deseaba que el niño tuviese un padre de verdad, uno que hiciera más que darle las paredes donde dormir, la comida que le llenara el estómago y toda la seguridad que necesitara, y era porque lo merecía, como cualquiera. Un padre que le hablara todos los días, que lo abrazara cuando quisiera y fuese capaz de hacerle saber que lo amaba por sobre todas las cosas de este mundo.

    Podía morder al mismísimo diablo por Cayden.

    ¿Pero cómo se amaba a alguien que nunca habías deseado y llevaba tu sangre?

    La resolución y decisión de la que entonces era mi esposa evitarían que siguiera alargando lo inevitable por tres años más. Aún así me tomaría varios meses decidirme, pero sobre todo dejar preparados para ambos, Neve y Cayden, unos cimientos lo suficientemente resistentes para que pudieran vivir más que cómodos hasta por lo menos los veinticinco años del segundo. Decidiera estudiar una carrera, irse a la mierda de Japón o revolverse con la escoria de Tokyo estaría seguro bajo mi sombra, incluso si no era capaz de ver el cuerpo que la producía y mucho menos tocarlo.

    Cuando tuviese edad suficiente para odiarme Shibuya lo recibiría.

    Podría entrar por la puerta principal a enfrentarme si era lo que deseaba.

    La yakuza sabía que no debía meterse con los hijos de Donn.


    Hasta entonces esperaría en las sombras del Valle de la Muerte, la verdadera naturaleza de su personalidad acabaría por mostrarse tarde o temprano y desde allí, desde mi caverna, podría observar cuando ocurriera. Si lograba parecerse más a Neve o a mí dependería ya no solo de los Keane, quienes les brindarían todo el amor que necesitara y más, sino de las piezas que conociera en el camino.

    Los Flame Jackals de Chiyoda, heredados al bisnieto de Kurosawa Ryuu, se convertirían en la clave para que Cayden encontrara el poder del fuego del dragón que lo había escupido al mundo sin perecer bajo las escamas frías. Con esa fuerza podría luchar contra la naturaleza de su sangre y lograría, a pesar de los pronósticos, separar su figura de la mía incluso si era mi vivo reflejo.
     
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    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
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    Drama
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    50
     
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    6629
    Llevo escribiendo esto desde finales del año pasado y recién puedo decir que siento que lo terminé. Lo pensé muchos días, le di mil vueltas y finalmente creé esto, sea lo que sea (?) Lo disfruté muchísimo y aunque cuando hice a Cayden jamás se me hubiese ocurrido este escenario, ahora sé que era inevitable.

    No tengo muchas cosas que decir hoy, so that's it. Ah, es canon para el día ya no me acuerdo cuál de Gakkou pero anyhow pasó antes del campamento.




    A wise man said, "Follow the stars",
    there you shall find a piece of advice.
    If you hate your enemies, enemies shine.
    If you're not a friend of me, enter the light
    'cause you can never kill my vibe.
    Got here with no sacrifices.
    Everything once takеn, still had to make it.

    .
    Vibe killer, me I go no take shit.
    Vibe killer, bloody samaritan,
    protect my energy from your bad aura.
    Na my pastor say I be my healer,
    everything I desire, I go receive.

    .
    I'm feeling vibes on vibes.
    I'm a ticking dynamite.


    XXXVI
    [​IMG]
    The Ten of Swords
    x
    The Three of Swords

    . Failure . Heartbreak . Defeat .


    | Liam Dunn |
    | Cayden Dunn |

    *

    *

    *


    The Ten of Swords
    Oweynagat Pub, Shibuya, Tokyo
    23 de mayo de 2020


    En el Triángulo del Dragón la información corría como un río, siempre lo había hecho, y si uno tenía suerte daba con vendedores de datos al mejor precio como era el chico aquel, el de los chacales de Chiyoda, Honeyguide. Había muchos otros carroñeros de su tipo que hacían lo mismo y con eso uno conseguía un panorama algo más nítido del movimiento de fuerzas en el vientre de la bestia. Mi propio hijo era una de esas entidades, uno de los yōkai que surgía de las sombras cada noche dispuesto a tomar fragmentos de lo que sucedía en nuestro mundo y luego repartirlos al que le ofreciera más dinero.

    El centro de Tokyo llevaba algunas semanas siendo un hervidero, o unos meses, ya no estaba seguro. El liderazgo de los Lobos de Shibuya había pasado, si la información no fallaba, por tres manos diferentes en un lapso cortísimo de tiempo y en medio del caos los Flame Jackals habían pretendido no solo socorrer a Shiori Kurosawa, la hermana menor de Yako, sino reclutar a un muchacho que llevaba tiempo en la mira de los grandes de la yakuza: Altan Sonnen.

    Los datos sobre lo que había pasado con eso eran confusos todavía, como si alguien estuviese haciendo colisionar historias distintas, porque si lo habían conseguido el grupo se había mantenido demasiado quieto para ello. Según lo que sabía del hijo del Emperador el muchacho era brillante, sin duda, pero también se caracterizaba por su violencia y en los movimientos actuales de los chacales sobrevivientes no había nada que se pareciera a eso.

    A su vez Sugino había sido bautizado como Gaki recientemente, pero permanecía en Taitō o eso hacía parecer, Licaón continuaba en Minato y habíamos encontrado a un tipo apaleado en Nakano con señales que indicaban que había caído en las fauces de sus perros salvajes, pero ese ajuste de cuentas no parecía conectar con lo demás. El hombre al borde de palmarla era Ryouta Shimizu, el padre de Honeyguide, que le debía a Minato y al Valle de la Muerte, entre otros.

    Sin embargo, en la información que me alcanzaban los que me hacían las veces de oídos también había llegado otra cosa, una que pesaba mucho más que el desorden de un montón de mocosos incluso si era más o menos lo mismo. Mad Wolf me había caído con la bomba por la mañana, de la puta nada, y llevaba pensándolo desde entonces.

    Cayden había pasado de un pub a otro preguntando por mí.

    —Dicen que empezó por uno de los pubs de Shinjuku —dijo en un murmuro mientras se empinaba el vaso de whiskey—. Luego estuvo en Chiyoda, Minato y Chūo.

    —¿Qué busca? —pregunté con la vista puesta en la barra.

    —¿Qué papá le salve el culo? —dijo sin alzar la voz, encogiéndose de hombros—. El día que lo vi en el pub de Minato tenía una hostia a medio sanar en la cara, Reaper. ¿Por qué no te habla directamente? Lo hizo hace un tiempo.

    —Me pidió los pubs como guaridas de nuevo, pero no los ha usado una sola vez desde entonces. Algo debió cambiar —respondí luego de darle algunas vueltas—. Si me habló fue porque estaba sin opciones ya. Ahora quiere recorrer el camino difícil… pero no quiere meterse a Shibuya. Cuando estaba Usui entraba sin problema, dejó de entrar con frecuencia cuando subió la Hiena y desapareció…

    —Cuando el siguiente entró a escena —resolvió el otro mirando el trago en el vaso—. Una persona lo cagó hasta las patas, ¿la misma que lo golpeó, quizás?

    —Dejó de entrar a Shibuya desde antes del golpe, no creo que esté conectado en lo más mínimo. Algo lo mueve por fin.

    ¿El golpe que había recibido?

    ¿Era acaso el orgullo lo que lo estaba empujando?

    ¿La humillación?


    Mad Wolf se quedó callado lo que pareció una eternidad, solo se escuchaba la música de fondo y las voces de los clientes del pub y yo me distraje pegándole un trago enorme a la jarra de cerveza que tenía en la mano. Supuse que diría algo, pero el idiota estaba ordenando las ideas o lo que fuese, porque después de todo este era el mismo imbécil que me había dicho hace quince años que traer niños que no eran amados al mundo era una cagada, justo el día que Neve tomó su decisión.

    Pasado un rato lo escuché tomar muchísimo aire por la nariz, así que lo miré con el rabillo del ojo antes de girar el rostro en su dirección. Noté las canas en su cabello, dispersas, y recordé las propias que se revolvían aquí y allá con el cabello rojo, ese que el niño había heredado de mí.

    —¿Lo dejarás entrar, Reaper? Al mocoso —preguntó casi en voz baja—. Es idéntico a ti cuando estabas en tus veinte, te lo juro por todos mis muertos. Fue como ver un fantasma, pero tiene…

    —Los ojos son de Neve, incluso si el color es mío. Lo he visto en las fotos que me envía ella de su cumpleaños, son considerablemente más amables que los míos incluso si está de mala leche, seguramente. Mira a su familia de la misma forma en que Neve me miraba a mí. —Le di otro trago a la cerveza, suspiré y regresé la vista al frente—. El día que me dijiste que traer críos al mundo cuando no puedes quererlos es una cagada fue el mismo en que Neve me soltó el ultimátum. Me prometí que cuando el crío tuviese edad para odiarme y buscarme, dejaría que el Valle de la Muerte lo recibiera. Los demonios de la yakuza saben que deben dejarle pase libre en el barrio, no pueden tocarlo aquí ni en ningún lugar. No sin desatar una guerra que no les beneficia en nada.

    —¿Así nada más? —preguntó incrédulo.

    —Así nada más. Si lo tocaron fue por otro motivo, debe saberlo y por eso me busca, pero quiero probarlo.

    —No lo ves desde que tenía tres años, ¿qué coño esperas que haga al chocar con tu puta cara?

    Me encogí de hombros restándole importancia, miré la hora en el reloj de muñeca y vi que pasaba de la medianoche. Después escarbé en el bolsillo del pantalón, saqué el móvil y abrí la galería pasando imágenes hasta encontrar las fotos de Neve. Este año y el pasado no había enviado ninguna en el cumpleaños del chico, pero la de hace dos años, la de sus dieciséis, estaba allí. Al encontrarla dejé el aparato sobre la barra, lo empujé suavemente hacia Mad Wolf y este la miró.

    Era una foto de Cayden con sus dos tíos, sonreía como un niño de seis años y por entonces ambos Keane le sacaban un poco de altura, siendo que eran de mi estatura. Mad Wolf tenía bien ubicados a los Keane, desde Neve hasta Devan, incluso si ellos no lo ubicaban a él este los había visto más de una vez.

    —Tiene la misma cara de bebé, ignorando la hostia que lleva encima ahora, claro —resolvió con los ojos pegados al teléfono—. Está más alto, no le sacas demasiada altura ya yo creo. ¿Es la foto más reciente que tienes?

    —De su cumpleaños dieciséis. Según Neve estaba insoportable, se le escapaba de casa cinco de siete noches y solo le avisaba que dormiría fuera, casi siempre quien lo acogía era Licaón.

    —¿La hija de Shiro Minami? Siempre ha tenido facilidad para dominar hombres. Tenía al chico Kurosawa embobado.

    —La misma, la niña le guarda afecto… pero es cierto que puede tenerlo donde quiere con facilidad. El caso es que incluso si estaba pasando por una etapa de rebeldía, sabía cuándo-

    —Cuándo sonreír, agitar la cola y fingir que todo lo que hacía no había pasado. Eso no puede haberlo heredado de tu mujer.

    —Ex-mujer —corregí, tosco—. Y claro que no. Esa mierda, esa afición por mentir con tal descaro, debe ser mía. Es un niño amado, ¿por qué debería mentir? Yo era un hombre amado, ¿por qué encontré el gusto por mentir también?

    El otro ignoró la segunda pregunta olímpicamente, nada raro, y siguió hablando sin más.

    —Yako la palmó, tuvo que dejarlo tocado. Muchos de los chacales se volvieron incontrolables luego de que el rey cayera, debió pasar lo mismo con tu mocoso. Si crees que puede parecerse a ti, entonces sabes que no hablaría de lo que lo mortifica ni aunque le pongas un arma en la frente.

    —¿Y eso lo convierte en?

    —Una pequeña máquina de actuación. Justo como lo has sido tú toda tu jodida vida, Reaper.

    Bufé por lo bajo, porque incluso si no era expresivo llevaba razón, el muy imbécil. Todo lo que no hablaba acababa mutando, volviéndose un amasijo incomprensible que, finalmente, estallaba en algún sitio. Todo lo que hacía y cómo era resultado de lo que no decía nunca.

    Si así era cómo funcionaba el niño entonces Neve habría reconocido esos restos de mi personalidad en él. Podría enojarse, frustrarse, confundirse y todo lo que quisiera, pero Cayden era la luz de sus ojos y si tenía que arrancarse el corazón del pecho por él, soportar sus manías, lo haría. Me había arrancado de sí bajo esa misma lógica y la admiraba por ello.

    —Da aviso en todos los pubs del Triángulo, no importa en el próximo que aparezca, pero que un chófer lo recoja y lo lleve conmigo inmediatamente.

    .
    .
    .


    Apartamento de Liam Dunn, Jingumae, Shibuya
    25 de mayo de 2020


    A eso de las nueve de la noche una llamada hizo sonar el móvil, era de un teléfono que no tenía registrado pero a sabiendas del negocio que manejaba atendí. Estaba conduciendo desde Chiyoda hacia Shibuya, el tráfico era ligero, así que solo puse el teléfono en altavoz y lo dejé sobre el tablero.

    —Diga.

    —Lo llevan desde Shinjuku. —Era la voz de Mad Wolf, que ni siquiera me saludó—. Uno de los chóferes se lo llevó hace un par de minutos en dirección a tu apartamento.

    —¿Al niño? —Busqué confirmar—. ¿Apareció de nuevo en uno de los pubs?

    —Prepárate, Reaper. Lleva una mala hostia que no se la aguanta ni él mismo —advirtió—. No sé si habrá estado siquiera comiendo bien estos días, el cabrón está pálido. Un poquito más y se transparenta.

    —La anemia lo patea con el cambio de estación, Neve siempre se preocupa por eso.

    —Qué va, fue de un día para otro. El jodido debe haberse descuidado por andar recorriendo la puta milla extra o qué sé yo. Será un palo de dientes, pero así de cansado y de mal genio te va a escupir encima, un paso en falso y como mínimo te arranca un pedazo de carne de un mordisco.

    Suspiré con hastío, no podía juzgarlo por ello, pero si apenas podía lidiar con él cuando era un bebé ahora que básicamente estaba al filo de ser un adulto esa mierda iba a ser toda una misión. Acabaríamos matándonos entre nosotros o alguno cedería, fastidiado con el otro, era así de sencillo.

    No sabía qué buscaba, pero sí cómo podía resultar. Me estaría enfrentando a un espejo o, en el peor de los casos, al carácter de Neve que era mucho más resistente en diferentes aspectos. Puede que el amor con el que lo habían criado lo hubiese vuelto esto también, era capaz de mirar a las personas con genuino cariño, pero las emociones que se revolvían en su pecho eran más fuertes que él mismo.

    Si había dominado el fuego con el que había nacido era un peligro para mis paredes, lo sabía.

    Conduje hasta Shibuya sin prisa, consciente de que tenía un margen de algunos minutos para llegar y así fue. Entré a la torre de apartamentos, luego al ascensor y presioné el botón que correspondía a mi piso, accionando el aparato que pronto se puso en marcha para llevarme hasta allí. Las puertas se abrieron, me recibió un moderno pasillo y recorrí el espacio hasta la puerta de mi apartamento, donde abrí con la clave de la cerradura digital.

    Lo pensé algunos segundos, pero dejé la puerta entreabierta al calcular que el niño no debería tardar más de diez minutos en aparecer. Así crucé la casa vacía, que no era más que una réplica moderna del hogar que había compartido hace quince años con Neve y Cayden, y me dirigí al estudio que reemplazaba la biblioteca de quien ahora era mi ex-mujer; me serví un trago del whiskey que reposaba en una mesilla cerca del escritorio y me senté después de beber un poco.

    La casa que había pretendido emular, esa que había compartido con la única mujer que había tenido la paciencia suficiente para amarme, había quedado atrás hace mucho tiempo tanto para ella como para Cayden y para mí. Aquí en este espacio, en la sombra de algo que jamás alcanzaría en realidad, vivía en la soledad que había apreciado y defendido con uñas y dientes antes de conocer a Neve. Era mi cueva, me sentía seguro y tranquilo, pero lo que había perdido por ser incapaz de amar al niño que llevaba mi sangre no volvería jamás.

    Estaba acostumbrado, era la vida que había elegido.

    Los diez minutos que estimé para la llegada del muchacho se convirtieron en cinco y no le había dado el segundo trago al whiskey cuando escuché que la puerta principal terminaba de abrirse de un empujón que la hizo chocar levemente con la pared tras ella un segundo antes de que se cerrara de un portazo. Seguido a eso se escucharon los pasos en el pasillo, pesados, que siguieron el camino de memoria al reconocerlo.

    Sonaban como los pasos de su madre cuando se molestaba.

    Su sombra delgada llegó antes, la vi por la puerta abierta, y el cuerpo se me tensó con anticipación haciendo que presionara ligeramente los dedos alrededor del vaso. El trayecto fue de segundos que me resultaron minutos y para cuando la silueta del niño apareció en la puerta, quedándose allí, sentí el miedo caerme encima aunque no lo manifesté.

    No movió un músculo, yo lo repasé con la vista y confirmé que por ahora parecían haber cambiado dos cosas esenciales en su aspecto: la estatura y el cansancio palpable que llevaba encima, porque Mad Wolf tenía razón en que estaba pálido. La mancha difusa del golpe estaba allí, también era una novedad pero de naturaleza distinta y era posible que fuese por ello que estuviese aquí, enfrentándome luego de tanto tiempo después de conformarse con regalos cada cumpleaños y cada Navidad desde que tenía uso de razón, como un perrito que no le pide nada a su amo.

    Era terriblemente sumiso, ¿o solo lo pretendía?

    Por demás sentí que me estaba viendo a puto espejo, porque el crío era un palo de dientes y había heredado mi paleta de color, pues habíamos sido escupidos por el mismo dragón. Esa sensación respondió a mi pregunta y recordé que era el mismo mocoso que había pasado años mintiéndole a su madre de la misma forma que yo, que había buscado hasta encontrar y estaba aquí frente a mí.

    Resistía porque temía morir aplastado, no podía ser de otra forma. Los personajes frágiles como nosotros creábamos imperios que nos protegieran o buscábamos la sombra de un rey con el mismo objetivo.

    Era mera supervivencia.


    Llevaba unos jeans negros, botas militares con una plataforma que se veía pesada que te cagas, una camiseta blanca y encima algo que parecía un haori aunque no terminaba de serlo. Era negro también, con un entramado de crisantemos blancos en la parte de abajo y parte de las mangas, parecía que un dibujo continuaba hacia su espalda pero claramente no supe definir qué era viéndolo de frente. Todo lo que sabía era que esa acromía hacía que el rojo de su cabello y el amarillo de sus ojos se encendiera como putas luces de neón.

    Soy tu hijo, decía.

    Reconóceme de una puta vez.

    Your thug sent me. What was his name again? Somethin' about an angry or crazy dog —dijo por fin, era la primera vez que me hablaba en inglés y escuchar su voz directamente, ya no por un teléfono, me hizo recordar aquella escena cuando su madre me había dicho que decidiera de una vez si me quedaba o me iba.

    Este niño de metro con setenta y pico, ochenta y uno como mucho con las plataformas, era el mismo que se había despertado llorando con tres años porque había soñado que su madre no estaba. Era el que se había subido a mi regazo y se había dormido en el acto, luego de esperarme todo el día.

    Era el mismo que había arrancado de mí unos meses después, como un tumor.

    Parecía naturalmente amable, pero se forzó a sí mismo a sonar sarcástico que dio gusto y hundió las manos en los bolsillos del pantalón. Su postura estaba tensa, casi tanto como yo me sentía, y no pude culparlo. Se notaba desde la otra cuadra que estaba a la defensiva.

    Mad Wolf —atajé ignorando su tono—. Me lo dijo, sí. También que estabas un poco… temperamental.

    —¿Le asusta un crío de dieciocho años dando algunos portazos? Qué poco aguante para tratarse de la mano derecha del líder de la puta irish mob.

    Algo pasaba con este niño, ¿no? Ya no me refería a sus conflictos internos, que no debían ser pocos, sino al núcleo de su personalidad, de su existencia entera. Era capaz de bajar la cabeza y lamerle el hocico a los que correspondiera o a quiénes quisiera, pero también estaba aquí ladrando como un poseído. Se notaba que deseaba encajarme los dientes, incluso si no tenía furia pura corriéndole bajo la piel.

    —Le asusta a quien le recuerdas, más bien —dije sin cambiar el volumen—. Pero no eres una pieza violenta, ¿cierto, Cayden? No es lo que dicen en el Triángulo por lo menos.

    Swallowtail —corrigió de mala gana, todavía pegado en la puerta—. No uses el nombre que mamá me dio.

    —Aprecias más el nombre que te dio Neve que el que te dio tu Comandante. El chico Kurosawa fue el que te llamó así.

    —Sacrificas unas por otras —respondió—. El nombre que Yako me dio lo usa mucha escoria, pero el que me dio mi madre solo debería usarlo mi familia.

    —Tienes la lengua filosa, Cub. Veo que no olvidas de dónde viene tu sangre, tienes bastante orgullo para ser tan delgado.

    Frunció el ceño, soltó el aire por la nariz y guardó silencio, como si esperara otra cosa. Quizás algo más directo, una respuesta de verdad o que solo dejara de contestarle cada provocación como si nada.

    Te recuerdo, cachorro, que tienes dieciocho años y yo cuarenta y siete.

    —Naciste en Shibuya, en el Valle de la Muerte —continué y noté el fastidio que le corría por el cuerpo, era terriblemente transparente—. Eres una rama caída de Yggdrasil, pero naciste en este país y elegiste el mismo mundo que la escoria sin siquiera pensarlo. ¿Entiendes lo que significa? Chiyoda te adoptó sabiendo de dónde venías, y no me refiero ya al tomar a un hijo de la mafia extranjera, estoy diciendo que robaron un cachorro de su cubil.

    —¡No te atrevas siquiera a insinuar que debí pertenecerle a los Lobos! —ladró de inmediato, fúrico, y yo alcé el vaso para darle un trago al whiskey—. ¡No se te ocurra nunca meterme en ese puto saco, jamás! ¡Mi sangre no es de nadie para disponer y si lo fuese, le pertenecía a Yako solamente!

    Entrelacé las manos frente a mí luego de apoyar los codos en el escritorio y reposé el rostro en mis dedos, como si la respuesta de Cayden no me interesara en lo más mínimo. Sin embargo, busqué sus ojos unos segundos después y me permití una sonrisa de suficiencia, mientras el otro ya había sacado las manos de los bolsillos y tenía las manos comprimidas en puños.

    Le faltaba mucho camino que recorrer, sin duda.

    Si no se controlaba iba a acabar aplastado por su propia mano.

    —Le guardabas mucho aprecio al muchacho… ¿Quizás lo admirabas? ¿Te hubiese gustado ser como tu querido Yako, Cub? —pregunté negándome a usar el nombre que le había dado el susodicho, porque sabía que me lo había otorgado al no tener una mejor opción y lo cierto es que tampoco pretendía faltarle el respeto, no con algo que le pertenecía a un niño muerto—. No parece que tengas madera de líder, no por completo al menos. ¿No era un poco mayor para ti? Te reclutó cuando tenías trece, él quince… La diferencia ahora parece minúscula, pero en el mundo de los niños eso es diferente, sobre todo cuando hablamos del joven Kurosawa. Mejor sigue como hasta ahora, Cub, incluso si solo quieres jugar los hombres mayores no harán más que romperte el corazón; pregúntale a tu madre.

    Lo había dejado expuesto.

    El comentario le arrancó la hostilidad de una bofetada, fue como si me hubiese levantado para cruzarle la cara con la palma abierta y dio medio paso hacia atrás, con los gestos congelados en una mueca de terror. Si había hecho dos más dos era porque Neve me había contado por encima algunas cosas, suficientes para hacerme entender que sospechaba que el niño parecía más cómodo en la otra cancha y que ella no le había dicho nada porque prefería esperarlo, pero justamente eso me permitía a mí usarlo como arma.

    Si no le había dicho a su madre a la que adoraba profundamente, que yo que no era más que el objeto de su rencor lo diera por sentado lo cagó hasta las patas. A mí me daba igual, lo que prefiriera no me interesaba.

    Pero él no estaba listo para decirlo.

    Para aceptarlo frente a las personas que amaba.

    Ni las que odiaba y creía que podían lastimarlo por ser quien era.


    Lo vi estirar los dedos a conciencia como si pretendiera aflojar la tensión, inútil, que había acumulado en los puños para contenerse a sí mismo y cuando encontró mis ojos luego de haber lanzado la mirada a alguna parte detrás de mí, sus gestos mutaron a los de un cordero degollado.

    Había sido involuntario, ¿cierto?

    ¿Qué pretendía de todas formas? Le había disparado a un chico de veinte cuando él era un bebé, la lástima no era una facultad que guiase mis acciones. Si creía que sería capaz de ganarse mi favor por poner cara de perro mojado estaba equivocado, pero lo cierto es que solo le había soltado esa bomba para que se callara y regresara a una actitud que le permitiera establecer un diálogo más o menos neutral.

    —Muy bien, ¿ya te calmaste? Siéntate, no tengo ganas de seguir peleando contigo. —Lo vi dudar, pero acabó por cortar la distancia hasta sentarse en la silla que estaba frente a mi escritorio y se quitó la cara de cordero a medio morir—. ¿Bebes, Cub?

    Pasó saliva, negó con la cabeza y apoyó las manos entrelazadas en su regazo, ansioso. Dejó la vista en la madera del escritorio, renunciando a mirarme, pero aceptando que era más sabio responderme de forma más sosegada.

    —Bebí unos tragos en Kabukichō antes de venir aquí.

    Pregame?

    —Puedes llamarlo así. Cuando eres un palo de dientes como yo estás acostumbrado a llenar el tanque antes de pisarle al acelerador —respondió con un tono completamente distinto, casi plano—. Al menos es así cuando no tienes subordinados. Las mayores estupideces de los últimos meses las cometí luego de beberme hasta el agua del florero.

    —Dicen que los ebrios no mienten —concedí a pesar de que noté que parte de su comentario, aunque calmo, había sido un ataque y la otra una confesión bastante ambigua—. ¿Y el resto de estupideces, Cub? ¿Las cometiste por…?

    —Porque me salió de los huevos —respondió encogiéndose de hombros, en voz baja, y se permitió una risa bastante arrogante—. Daddy issues, we could say. Mamá no estaría muy contenta, pero tú seguro sabes de eso.

    Solté el aire con algo de brusquedad por la nariz, el comentario seguía sin tener un tono agresivo, pero no dejó de ser una suerte de ataque así que me di por vencido. Sabía que no conseguiría que se comportara como quería, pero no quitaba que fuese frustrante.

    Era un rebelde por naturaleza, en este mundo y cualquier otro seguramente formaría parte de la primera resistencia que le pusieras por delante. Eso si no seguía eligiendo las sombras y buscaba a sus propios rebeldes en esa oscuridad, unos que no se veían a la luz del día.

    Levanté el vaso para beber de nuevo, el chico seguía mirando el escritorio y yo lo observaba a él. Era como una maldita máquina del tiempo, incluso si detectaba los rasgos de Neve en su rostro, era imposible no verme reflejado en su silueta delgada y en el escupitajo de dragón.

    —¿Qué viniste a buscar? —pregunté de una vez por todas.

    Separó los ojos de la madera entonces, alzó el mentón y giró apenas el rostro de forma que el moratón que comenzaba a disiparse quedó de frente en mi campo de visión. Algo se revolvió en sus ojos, no supe si fue ira o humillación, pero no me pasó inadvertido y a mí la furia se me revolvió bajo la piel, silenciosa.

    No era capaz de amarlo, pero no por ello deseaba que lo usaran de saco de boxeo.

    —Se supone que era intocable —masculló, hastiado—. Recuérdale al puto Triángulo del Dragón de quién soy hijo. Esta mierda no va a volver a pasar, no me importa si tienes que volver al revés a todos los putos barrios especiales. Como si tienes que abrirle la barriga al monstruo y darle vuelta a sus tripas, no quiero que me vuelvan a poner una mano encima.

    Vaya, estaba exigiéndome algo por primera vez en su vida.

    Quería sus privilegios de vuelta.

    —La yakuza sabe que no tiene que tocar a los hijos de Donn —respondí todavía sin exaltarme—. No puedo iniciar una guerra dentro del Valle de la Muerte por un ladrón de cuarta que no conoce el ambiente.

    —Me parece que no lo pillas todavía, papá. —Lo dijo con burla y aún así yo fruncí el ceño, a sabiendas de que me llamaba su padre porque correspondía, pero también para molestarme—. Algo está pasando en el Triángulo y me ficharon, me acorralaron como una puta oveja. Pescaron a mis compradores y a mí, sabían lo que estábamos haciendo.

    Bueno, las suposiciones comenzaban a tomar forma.

    —¿Quién en su sano juicio va a querer meterse con un carroñero, Cub?

    —Alguien que prueba la lealtad de los suyos —sentenció, dando en el blanco sin siquiera detenerse a unir cabos frente a mí y enarqué las cejas. Estiró la mano para estamparla sobre el escritorio, haciendo que pequeñas olas se formaran en el vaso de whiskey—. Si eres capaz de tomar incluso lo que le pertenece a un montón de carroñeros es claro que no tienes estándares muy altos, pero si tomas algo que le pertenece al hijo de uno de los que se codean con los demonios incluso si es un mero peón, ¿no eres acaso capaz de hacer algo más grande? Se prueba la lealtad o la ambición, porque las dos funcionan y tú lo sabes muy bien.

    —¿Yo?

    —Mamá me escupió en la cara una vez que me parecía a ti, un pensamiento en voz alta. Fue un reclamo —sentenció todavía con la palma de la mano sobre la madera, sus dedos eran delgados. Me dio la sensación de que debía tener buena motora fina, lo que lo volvería un genio desmontando armas—. ¿Te piensas que me diría eso si solo hablara con ella, si le contara las cosas y no hubiese estado huyendo de casa por años? Si pudiese hablar solo de lealtad, mamá jamás me habría dicho eso.

    —¿Preferirías haberte quedado en el altar que ella construyó para ti desde que viniste al mundo? —pregunté un poco porque sí.

    —Se supone que bajemos del altar donde nos colocan las madres, no es eso de lo que hablo. Fue tu ambición la que te hizo mandarnos a la mierda, mamá cree que soy capaz de hacer lo mismo porque nunca hablo, pero me metería un tiro en la frente antes que entregar a las personas que me pertenecen. Ya me cansé de esa mierda.

    Sonó terriblemente posesivo, como su madre con él, y me pregunté si había sido intencional o un mero desliz. No estaba muy claro.

    ¿Deseaba proteger o poseer?

    ¿Amar o consumir?

    —Sabes leer bastante bien el ambiente, ¿no? ¿Te lo enseñó tu adorado Yako? —Negó con la cabeza—. Lo haces desde muy pequeño entonces. Sin embargo, puede que le falte algo a tu lectura.

    —¿El qué?

    —Fue tu querida madre quien me dijo que decidiera si irme o quedarme, Cub. Con toda razón, por supuesto, porque nunca fui capaz de amarte como ella lo hacía y como correspondía —admití sin anestesia y por un segundo juré que iba a vomitar, pero volvió al centro de repente, como si se hubiese cortado la garganta para despertarse de una pesadilla o golpeado un interruptor en el fondo de su cerebro. Separó la mano del escritorio, cruzó las piernas y apoyó el codo en el reposabrazos de la silla, fingiendo desinterés—. Mi ambición me hizo codearme con la yakuza de Shibuya desde antes de que nacieras, nada tuvo que ver en que me fuese. Neve te protegió de esa realidad por quince años, como haría toda buena madre.

    —¿Entonces-

    —Entonces te entregué todo lo demás. Una casa donde crecer, regalos cada fiesta, dinero y seguridad hasta que tengas la edad para elegir qué camino tomar —dije sin separar los ojos de él—. Y entonces algún gracioso vino a usarte de prueba de valor. Si fuiste fichado como piensas ya no te preocupes más, una vez superada la prueba dejas de ser interesante. Vuelves a gozar de la protección de mi sombra, como has hecho siempre, pero déjame darte un consejo, Cub.

    —¿Por qué iba a querer un consejo tuyo?

    —Porque soy el que ha matado a los que pretendieron morder mi mano y jugar conmigo, pensando que eran más inteligentes —sentencié, calmado—. No busques a los que te golpearon, niño, busca al fantasma que los movilizó. Hay un Judas en tu telaraña, hijo, encuéntralo y ejecútalo de una vez, si no tienes la fuerza para hacerlo busca a quiénes sí. Tienes dos opciones.

    Pasó saliva, se notaba que no quería aceptar la posibilidad de haber sido traicionado por las pocas personas por las que era capaz de matar o detonarse como las bombas de Hiroshima y Nagasaki, y vi que aunque no cambió su posición, su cuerpo se tensó aún más. Frunció el ceño y comenzó a balancear la pierna a pesar de tenerla cruzada.

    —¿Traidores o aliados?

    —Aliados, Cub —respondí y alcé la mano, extendí el índice, luego el dedo medio—. El Indicador de tu Yako o el hijo del Emperador.

    —No —dijo, contundente—. Estoy hasta la polla de Arata y de Sonnen.

    —Son tus mejores piezas.

    —Licaón-

    —Masaru está ocupada ajustando las cuentas que el padre de Honeyguide le desordenó, no la incordies. Va a querer negociar con nosotros por la limpieza que hizo y ya va a estar bastante molesta, por lo que será difícil llegar a un acuerdo útil, sobre todo si sabe que te tocaron. —Bajé la mano de nuevo y suspiré al regresarla al vaso—. Necesitas la capacidad de recolección de datos de Honeyguide y la violencia de Sonnen para limpiar tu dignidad. Masaru solo posee la segunda, es un torbellino de ira, si su intuición se equivoca es capaz de ejecutar a un inocente si le parece lo bastante sospechoso, de hecho para este momento si sabe que te tocaron debe haberse desquitado con Honeyguide.

    —Es inestable —completó, admitiendo la derrota—. ¿Y los otros dos no?

    —Usan menos emociones que la hija de Shiro, eso es todo, por ello son más útiles para determinadas tareas —corregí mientras me levantaba de la silla—. Te pareces a Masaru, solo que más frágil, es por eso que necesitas de piezas más resistentes que te mantengan fuera del campo de tiro. Por mucho tiempo Yako te mantuvo en la franja de defensa, ahora es tu turno de levantar una si quieres sobrevivir. Si no te consideras un líder no importa, finge, llevas creando un personaje desde hace años: úsalo.

    Caminé por el espacio hasta la mesilla donde estaba el whiskey junto a los vasos y luego de destapar la botella serví un trago generoso. Cuando me levanté noté que Cayden se tensó, puede que fuese involuntario, pero sus músculos respondieron a pesar de haber mantenido la postura desinteresada que había adoptado luego de que le soltara que no había sabido amarlo como mi hijo.

    Regresé sobre mis pasos hacia su posición, me aposté a su lado para dejar el vaso de licor frente a él y giré para quedar detrás del respaldar de su silla, donde apoyé las manos. Ajusté la postura doblando la espalda lo suficiente para poder dejar mi cabeza a la altura de la suya pero sin tocarlo realmente y le hablé desde allí, como si fuese un secreto.

    —Todos los hijos aborrecemos parecernos a los padres que nos abandonaron para morir y todos los padres dudamos de nuestra capacidad de forjar una vida. No puedo darte el amor que te entregó Neve y no me enorgullece, pero puedo seguir entregándote todo lo demás —comencé y me di cuenta que se había quedado mirando nuestros reflejos en el vidrio oscurecido por el whiskey—. Sigue tu camino como el carroñero que has sido desde que perdiste a tu Yako o recuéstate a los consejos que puedo darte, ya no como padre, si no como uno de los estómagos del monstruo que habita Japón. Te mantendré con vida incluso si me cuesta la mía y para cuando domines el poder que heredaste, podrás decidir lo que quieres hacer en realidad.

    Giró el rostro despacio, como un muñeco al que se le acaban las pilas, y me enfrentó directamente. Retrocedí para poder mirarlo, mis ojos se reflejaron en los suyos y mantuve la expresión estoica, ni siquiera le brindé una sonrisa por compromiso al quedarme esperando su reacción.

    Todo lo que esperaba realmente era que no fuese tan tonto para morderme ahora mismo.

    —No arrastraré a Sonnen de regreso al tablero en tanto pueda evitarlo. Cinco mil yenes por la información que estoy por entregarte —advirtió antes de seguir y acepté sin moverme de mi posición—. Rechazó a los chacales sobrevivientes, seguirá moviéndose solo como hasta ahora y aunque no lo soporte, es una decisión que por lo menos Masaru, Honeyguide y yo vamos a respetar al pie de la letra.

    Esos eran los datos que faltaban desde hace días.

    —Entonces no lo hagas —resolví con simpleza—, invierte la naturaleza de ambas piezas. Pon al hijo del Emperador a recabar información y a Honeyguide a confirmarla. De hecho, puede que solo así funcione, porque el peso de la responsabilidad es lo único que realmente moviliza a Arata, ¿o me equivoco?

    Claro que era así, incluso si no lo tenía del todo claro, pero Cayden lo conocía y había visto sus movidas de los últimos días que no hacían más que confirmarlo. Era contraproducente para él, por supuesto, pero ahora necesitaba a Honeyguide más que nunca.

    Necesitaba reafirmar la lealtad de quienes lo rodeaban.

    —Busca a tu Judas, Cub, aunque ya te haya dado el beso. Ejecútalo y vuelve al Valle de la Muerte con tu dignidad entera la próxima vez.

    Me incorporé regresándole su espacio y volví a mi lugar detrás del escritorio justo a tiempo para ver cómo tomaba el vaso para darle un trago al whiskey. Aflojó todo el cuerpo apenas el alcohol bajó por su garganta, volvió a encontrar mis ojos y se permitió una risa que fue una mezcla de arrogancia y derrota bastante extraña.

    Había cedido de forma temporal a mis condiciones.

    —¿No será acaso otra prueba de valor?

    —Lo es. Sospecho que has conseguido dominar tu propia personalidad y es el momento perfecto para que te lo dejes claro a ti mismo. Demuestra lo que vale tu sangre y el poder que ostentas ahora sobre ella, si cedes a la fragilidad con la que naciste acabarás aplastado por tu traidor. No lo permitas.

    Sigue reclamando tus derechos.

    Se acabó el whiskey, no habló mucho más y se retiró del apartamento apenas pudo, uno de los chóferes fue a dejarlo a Shinjuku. Todo lo que me quedó en la mente cuando lo vi subir al coche negro fue el rojo ensangrentado de su cabello y el dibujo que estaba en la espalda del haori en medio de los crisantemos: un dragón blanco con acentos dorados.

    Ahora que has dominado a la bestia utiliza su fuego.
     
    • Fangirl Fangirl x 2
    • Ganador Ganador x 1
  14.  
    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

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    Pégale, hay que pegarle.
    A la próxima invita a Ichi y se lo madrean, okay, no.

    Un poco más y pídele que sea Yako (?)

    OMGGGGTT, que gran final, me encanta.

    Ejem, ejem. HOLI, creo que a sido un tiempo desde que he leído algo tuyo, no estoy segura, pero me ha encantado de inicio a fin y a sido una lectura intensa, pero que no me costó llevar a cabo uwu. Cómo bien se lo mencioné a Gigi, a ratos me cuesta eso de leer cosas largas, pero esto me lo comí con patatas y unas cuantas distracciones, ñom, Ñom, ñom.

    El papá, jesucristo, yo creo que entre Icho y yo nos turnamos pa patearlo, aunque seguro yo solo verbalmente, porque soy más cobarde que la cresta. Me gustó mucho cómo se desarrolló todo, se entiende bastante bien pa andar más bien despegada del asunto Y YA DIJE QUE LO DISFRUTÉ?

    Papá de Cay be like:
    [​IMG]

    Que penca debe ser no ser capaz de decirle ni a tu ser más preciado, o uno de ellos, que sos re gay y llega tu peor pesadilla y te lo destartala en la cara. I FEEL YOU, MY POOR BOY.

    Por más pesao' que sea este caballero, al final dará todo para que no le toquen ni un pelo, me importa un comino sus motivos, con que no me toquen a Cay soy feliz.

    Crece, pequeño, crece y serás genial.

    Me acuerdo de las mariposas, esas cagadas mejoran sus alas que parecen ojos inmensos y dan mogollón de miedo al menos a mí, qué decir, me imagino algo así con Cay y su capacidad para crearse un personaje. I don't know, interesting.

    Sin mucho más que agregar, gracias por la lectura y volveré cuando me haya leído la comida de boca entre el Emperador y el Honeyguide uwuwuwuwuwuwu
     
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  15.  
    Kaisa Morinachi

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    Voy a ser más corta, porque me siento somnolienta.

    Primero que nada, que buen escrito, lo disfruté de inicio a fin y recordé por qué soy tan fangirl tuya, me encanta cómo escribes. Resumiendo los besos, exquisito. Resumiendo a TESS ANALIZANDO EL TATUAJE en la espalda de Altan, maravilloso. Me sacaste como tres risas genuinas y es que me divierte mucho esto a saber por qué.


    Ehhhh, que decir, inviten, okay, no. So cool, thanks you so much y espero seguir leyendo cositas aunque sea más desordenado que yo en 2020 uwuwuwuwu
     
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  16. Threadmarks: XXXVII. The Pope x The Seven of Swords
     
    Zireael

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    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    50
     
    Palabras:
    7064
    Primero, gracias a Neki que siempre me lee y a Belu que se tiró un maratón mientras yo andaba fuera <3 Aprecio mucho que me sigan leyendo a pesar de que The Alchemist empezó hace un montón de tiempo y que luego empecé la otra colección.

    Mori invocación del caso. Como me pediste de que Ichirou y Kaoru se conocieran en Pokézombies, la verdad es que me gustó que mantuvieras la idea de que se hubiesen conocido en Gakkou aunque lo maté (???) Y aproveché ese impulso para escribir con tu niño siendo que como te dije, ahora escribo poquísimo con personajes ajenos así que era la oportunidad perfecta. Te estuve preguntando mucho pues porque a Ichi no lo conozco directamente aún, como sí sucede con los personajes de otras de las chicas, así que bueno ya te watcheaste una buena parte.

    Me gustó mucho escribirlo porque como te dije, lo que tengo escrito de Kaoru (a pesar de su relevancia en la vida de varios de mis personajes) es super poco, así que pude entenderlo y desarrollarlo mejor aquí. Además de que lo pude conocer alejado del rollo de pandillas que construí después, porque al inicio era solo este chico cualquiera.

    Anyways, yo disfruté mucho escribirlo y espero que tú disfrutes leerlo.

    En la letra del inicio hay dos canciones mezcladas, como hice en el fic de Liam y Neve. Una parte de la letra corresponde a Bottled Up, que fue la que puse, y la otra a Back to you que decidiré mientras edito si la coloco a mitad del fic.





    Don't you make the same mistakes your father did,
    you are not him.
    Bottled up, won’t talk about it.
    Nobody needs to know.

    .
    Well, it's always back to you again.
    Always back to you, my friend.
    You were stronger than me,
    you wrapped your arms around me.

    .
    Baby, you're so famous but you sold out your soul,
    you went and let it all go on a melody.

    .
    You are my piece of mind, got the best from you.
    .
    Tell me,
    tell me you wont get too far before you come crawling back to me.


    XXXVII
    [​IMG]
    The Pope
    x
    The Seven of Swords

    . Trickery . Foresight . Morality .


    | Kaoru Kurosawa |
    | Ichirou Akiyama |

    *

    *

    *


    The Pope
    Alrededores de los Jardines Imperiales, Chiyoda, Tokyo
    13 de mayo de 2016


    Eran mediados de mayo, a la primavera le quedaban un par de semanas todavía pero el cambio hacia el verano ya comenzaba a notarse. La temperatura había ido subiendo, el aroma de las flores disminuía en los parques y el pavimento de las calles absorbía el calor del sol que daba gusto. Como tal no eran malos días, como siempre, al menos yo podía decir eso.

    Esa tarde había querido ir al parque con Shiori como hacía casi siempre, pero la niña estaba enfrascada en terminar sus tareas y tampoco quise interrumpirla, así que solo me quedé con ella un rato, haciéndole compañía. Después me levanté, me puse los zapatos y salí para dar una vuelta solo y volver a casa un poco antes de la hora de la cena, con tal de tener la comida lista para papá y mamá cuando llegaran de la tienda y para Shio, que seguro quedaba con hambre luego de sus deberes.

    Me despedí de mi hermana, le dije que no le abriera a nadie como ya sabía que debía hacer y dejé la casa atrás. Al frente vivían los Sonnen, tenían un hijo un año mayor que Shiori que era retraído hasta el punto que podía resultar preocupante, pero al que le veía cierto potencial solo por la sangre que le corría por las venas. Su madre era una violinista, el padre, por otro lado, era la cabeza de un monstruo de las telecomunicaciones llamado Káiser. Puede que fuese una corazonada de las de siempre, pero creía que el niño tenía las cartas para ser una pieza interesante como mínimo.

    Era una lástima que no fuese a alcanzarme el tiempo para verlo, así no lo supiera.

    En cualquier caso, crucé la calle en dirección a la propiedad de los Sonnen y seguí caminando hacia el Hibiya aunque no me dirigía hacia allí como tal. El cielo no estaba cruzado por una sola nube, era una bóveda celeste y caminé bajo el sol de media tarde con calma, como era lo normal.

    Había bastantes personas afuera, gente trabajando o chicos en grupos parloteando a pesar de estar en medio de un montón de edificios. El ambiente era distendido y salir me hizo sentir más liviano, así que mientras caminaba me saqué el móvil del bolsillo, marqué un número de memoria y me llevé el aparato en la oreja.

    —Yu-zu-chan~ —hablé separando su nombre por la gracia apenas contestó y la otra soltó una risa—. ¿Cómo estás? ¿Viste aquella peli con tus hermanas ayer al final o no?

    —Estoy bien, Kao. ¿La peli? Ah, no. Al final las muy groseras se pusieron a jugar a la consola y me dejaron plantada, ¿te lo puedes creer? ¡Y mamá no les dijo nada!

    —Oh no, qué tragedia —concedí junto a una risa, la escuché bufar y como no quería molestarla añadí otra cosa—. Ya, ya. ¿Qué te parece si vamos al cine un día de estos luego de la escuela? Y vemos la peli que quieras, tú eliges.

    —¿De verdad? —preguntó con la ilusión de, bueno, una chica de dieciséis años—. ¿Y podemos comprar palomitas de caramelo? ¿Y golosinas?

    —Lo que tú quieras, Yuzu. Dime qué te gustaría v-

    Había seguido avanzando mientras hablaba con ella, puede que me hubiese acercado más al Hibiya de lo que hubiese pretendido, pero el caso fue que el espacio entre un par de edificios noté una silueta por el rabillo del ojo. No era exageradamente delgada ni nada, pero a pesar de tener la espalda pegada al cemento del edificio estaba encorvado sobre sí mismo y me llamó la atención aunque no lo había visto directamente, lo suficiente para que dejara de hablarle a Yuzu.

    —¿Kao? ¿Te pasó algo?

    La escuché, pero ya había girado el rostro hacia la figura encorvada y noté el cabello castaño haciendo sombra sobre un mechero negro, aunque en realidad lo que le hacía sombra era el edificio más que nada. De hecho no sabía cómo lo había notado porque casi no se veía en contraste con el sol que se colaba por el espacio, que no era demasiado, pero allí estaba.

    Me costó un poco cuando mis ojos se habituaron al hecho de que estaba casi escondido, pero reconocí la silueta y el perfil del muchacho un poco de repente. Era el chico Akiyama, ¿no? El que había rechazado a los chacales poco después de que yo entrara al Sakura, a pesar de que se pasaba armando la bronca y parecía un desastre con patas. No sabía si llamarlo un amigo como tal, a mí me lo parecía, pero nos habíamos separado y tampoco pretendí forzarlo en los chacales, como sí hice con Arata y Cayden.

    —Creo que acabo de ver a un amigo en la calle, Yuzu, perdona. Te escribo más tarde después de la cena, ¿sí? —dije cuando pude conectar los pensamientos de nuevo.

    —¡Me asustaste! Pensé que era algo más grave, idiota. Hablamos luego, Kao.

    No había sonado molesta en realidad, así que solo colgué y me guardé el teléfono en el bolsillo. Contuve el impulso de acercarme de inmediato, me revolví con un grupo chicos de mi edad que no me pusieron mucha atención porque estaban esperando el semáforo del paso de cebra de la esquina y así pude mirarlo teniendo bastantes dificultades con el mechero. No pude determinar si era porque le temblaban las manos, por la brisa que se le colaba en el espacio o porque el aparatejo se le estaba quedando sin gas, pero me hizo cierta gracia porque de por sí a mí nunca me había parecido que fuese de fumar.

    ¿Le habría pasado algo? Tenía pinta.

    Abandoné al grupo que me había mantenido oculto cuando cruzaron la calle y entonces sí corté la distancia que me separaba del castaño, que seguía batallando con encender el cigarrillo y solo me notó cuando estuve casi encima suyo. Cuando escuchó mis pasos pareció tensarse, pero hasta que notó mi sombra en el rayo de sol que se colaba más allá de su espacio fue que enderezó la espalda contra la pared y escondió el mechero, aunque el idiota tenía el cigarro entre los labios todavía.

    Su estado me sorprendió, tenía el rostro amoratado e inflamado, le costaba abrir uno de sus ojos pero reconocí sus facciones bajo el golpe. Era el chico con el que había hecho la escuela media, el que empezó a crear problemas y a ponerse perforaciones, era el que nos había rechazado, pero el que creía tenía corazón debajo de un montón de tierra.

    Quizás me recordaba un poco a Cayden, aunque más amargado.

    —Aki —lo llamé en la voz tranquila de siempre, él comprimió los gestos y pude jurar que sus ojos gritaban que si preguntaba por el golpe, el golpeado iba a ser yo. Todo lo que hice fue dedicarle una sonrisa de las de toda la vida—. Hace tiempo no te veía. Podrías haberme dicho que estabas por el barrio.

    —Kurosawa —respondió todavía sin quitarse el cigarrillo de la boca, apagado como estaba—. ¿Qué haces aquí?

    —¿En una callejuela entre edificios? —pregunté mientras escarbaba en mis bolsillos hasta que di con un mechero viejo que le había robado a Arata anoche—. Fumar, obvio.

    El movimiento fue cauteloso, pero como le había sostenido la mirada se negaba a torcer el brazo y desviar la vista a otro lado, lo que cortó su rango de visión. Estiré la sonrisa, vi mi reflejo en el ojo que el castaño tenía más abierto y colé el brazo desde abajo en el espacio entre nosotros; para cuando alcancé el cigarro entre sus labios fue muy tarde, intentó darme un manotazo para apartarme pero yo ya había retrocedido con el objeto entre los dedos.

    —Te lo pagaré, no te preocupes, Aki —dije sin cambiar el tono ni la sonrisa y me llevé el cigarrillo a los labios—. Perdón~

    La verdad es que no era dado a fumar, ni siquiera me gustaba el sabor del tabaco, pero viendo que él había escondido el mechero y parecía querer fundirse con la pared entendí que quizás debía quitárselo. Era posible que ni quisiera fumar en realidad, que luego se lo reclamara a sí mismo, pero la hostia en su cara contaba una historia que parecía distinta a la que contaban otros de sus moretones. Podrían llamarlo sexto sentido, paranoia, locura a secas o la mierda que fuese.

    Pero alrededor de Akiyama siempre había dos hilos negros, lo presionaban hasta dejarlo sin aire.

    Accioné el encendedor, prendí el cigarro y solo entonces el chico pudo lanzar la vista a otro lado, cuando dejé de mirarlo. Inhalé, exhalé y paladeé el gusto del tabaco un momento, aunque no hice ninguna mueca de asco ni nada parecido. Al regresar la mirada al castaño noté que había vuelto a encorvarse sobre sí mismo, pero en la mano que no había intentado usar para apartarme seguía presionando su mechero, oculto de mis ojos y de los suyos también.

    —Aki, ¿me acompañas al 7-Eleven? Puedes quedarte afuera si quieres, hay uno aquí a las dos cuadras.

    Lo vi parpadear aunque había pegado los ojos a alguna parte del suelo, como si estuviese procesando mi petición, y cuando alzó la cabeza de nuevo me miró con una mezcla de incredulidad, molestia y burla. Volví a sonreírle con tranquilidad, como si no matara una mosca sin echar a llorar, y mientras esperaba que tomara una decisión le di otro par de caladas al cigarro.

    Cuando me pareció que iba a responder me asaqué el cigarrillo de entre los labios, lo tomé cerca de donde ardía la ceniza y lo estiré de regreso en su dirección. Frunció el ceño, extrañado, pero lo tomó de un movimiento bastante lento, como un perro que toma comida de la mano de alguien que piensa puede voltearle el hocico de una bofetada.

    No era por mí, ¿cierto?

    Era más bajo pero tenía más cuerpo que yo.

    No era por mí.


    —¿Y eso? —preguntó luego de recibir el cigarro.

    —No me gustó tu tabaco, eso es todo. Me quiero comprar una soda, ¿vienes?

    —¿Qué te gusta entonces, Kurosawa? —preguntó, ácido, y yo eché a andar a sabiendas de que me seguiría.

    Pretendió seguirme unos pasos por detrás, pero me di cuenta al instante y me acompasé a su ritmo de forma que pudimos caminar uno junto al otro. Ni siquiera supe si fumó o no, pero cuando me siguió ya no cargaba el cigarro consigo así que debió haberlo tirado en la callejuela. No parecía muy seguro del asunto todavía, se había metido las manos en los bolsillos y caminaba como un caballo con anteojeras, sin mirar a ningún lado más que al frente.

    Hicimos el par de cuadras en silencio, no me molestó realmente, y cuando estuvimos frente al 7-Eleven entré sin demasiado problema, dejando a Akiyama afuera. Una parte de mí pensó en la posibilidad de que se fuera mientras yo estaba dentro, se me ocurrió en lo que husmeaba los enfriadores pero no hice mayor cosa al respecto y seguí en mi pequeña misión. Pillé dos Coca-Cola de lata, un vaso de estos con hielo para verter una bebida pero no compré la bebida en cuestión y un paquete de frituras de queso de la primera marca que vi.

    Le pagué al cajero, le agradecí y salí de la tienda de conveniencia, bolsa en mano, solo para darme cuenta de que Ichirou seguía allí. Me estaba esperando con la espalda apoyada contra el cristal de la fachada, tenso, pero me estaba esperando y eso era lo único que importaba. Al estar afuera llamé su atención, le indiqué que me siguiera de nuevo y no me quedó más que poner el rumbo al Hibiya, que estaba a unos escasos ocho minutos ya.

    El parque, el nido de mis chacales, nos recibió a plena luz del día y lo recorrí como si fuese mi casa. Sabía que Ichirou no quería estar al ojo público, así que fui hasta una de las bancas más escondidas y me senté allí, palmeando el espacio a mi lado para que se sentara también. Bufó por lo bajo, haciéndose el rudo o algo, pero acabó por ceder como todos y se sentó apoyando los antebrazos en los muslos, vista al frente todavía.

    Observé el parque unos segundos antes de sacar una de las latas de Coca-Cola y extenderla hacia su dirección, la tomó sin particular entusiasmo, como si fuese un muñeco a pila, pero aproveché la distracción para sacar el vaso plástico con el hielo ya un poco derretido y acercarlo a su rostro hasta posarlo en la parte inflamada. El cabrón dio un salto que casi manda el vaso, la lata y a mí al santuario Yasukuni y maldijo a todo dar.

    —¡¿Qué mierda haces, Kurobaka?! —espetó, fastidiado.

    —No brinques —le dije con un tono firme y regresé el vaso sobre el golpe con cuidado—. Te va a bajar la inflamación y te adormecerá la zona, controlando un poco el dolor. ¿Quieres que pasemos a una farmacia a la vuelta?

    Bufó de nuevo, lo escuché, pero tomó el vaso con la mano libre y lo sostuvo en posición, así que yo pude regresar a mi espacio. Sonreí para mí mismo, abrí la lata de gaseosa para darle el primer trago que me ayudó a pasar el sabor del tabaco por fin, que de verdad era bastante penoso, y mientras estaba bajando el refresco a mi regazo la voz del chico me alcanzó.

    —Eres una buena persona, Ku-rin —soltó de la jodida nada y lo miré de refilón, conteniendo una risa.

    El apodo me lo había clavado durante la escuela media, sonaba femenino que te cagas, pero nunca me importó demasiado. Diferentes personas me llamaban de distintas maneras, cada una significaba algo e incluso en individuos como Akiyama se traducía en el cariño tácito que me guardaban. Gente como Ichirou no era demasiado expresiva con el afecto, pero yo aprendía a encontrar las muestras de cariño en otras cosas. Así no los forzaba a demostrarlo a los cuatro vientos pero lo recibía igual, era una suerte de contrato entre ellos y yo.

    —Eres mi amigo, ¿no? Es lo normal —resolví con simpleza, le sonreí de nuevo y solté el aire por la nariz—. Los amigos se preocupan los unos por los otros y ya. Así que pasaremos a la farmacia luego.

    Suspiró con resignación, se quitó el vaso del golpe un segundo para desocupar la mano y abrir la lata de gaseosa antes de volver a ponerse el hielo en la cara. Le pegó un trago a la Coca-Cola, relajó el cuerpo contra el respaldar del banco y lanzó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. Unos segundos después lo imité y observé el domo celeste en silencio, con la brisa agitando apenas mi cabello.

    Para ese momento ya habían comenzado a aparecer unas pocas nubes, arrastradas por el viento desde Chūō, y cubrían el cielo aquí y allá. Eran blancas así que no anunciaban ninguna tormenta, pero comencé a buscar figuras en ellas.

    —¿Y si fueses un animal, Aki?

    —¿Cómo? —preguntó el otro con cierto fastidio en la voz.

    —¿Qué animal serías? —aclaré con voz tranquila.

    Me pareció escucharlo refunfuñar como si le hubiese preguntado una estupidez y se me escapó una risilla. De repente su mano cubrió la luz, todo para darme una suerte de golpe de karate sin fuerza en el centro de la frente y me quejé aunque no me había dolido nada. Seguía sin preguntarle por la hostia de la cara, pero las distracciones parecían ir viento en popa.

    Se quedó en silencio unos minutos, creí que no iba a contestarme en realidad y me incorporé para beber algo más de refresco, también para abrir el paquete de frituras de queso que había comprado. Estaba en eso cuando Akiyama habló casi en voz baja.

    —Una serpiente.

    —¿De verdad? ¿Un reptil? ¿Por qué?

    —Son calladas —resolvió en tono neutro.

    —Pues claro, Yakkun. ¡Son serpientes, ni modo que se pongan a cantar!

    —Son calladas —insistió, serio—. Y también, ¿cómo se dice? ¿Sinuosas?

    —¿Sinuosas por las curvas o sinuosas de misteriosas? —Busqué aclarar, aunque me dio algo de risa la primera opción.

    —Lo segundo, Kurobaka. Además también se pueden aferrar y ahogar al hacerlo.

    —¿Crees que ahogas a alguien, Aki? —pregunté entonces, a sabiendas de que podía estar metiéndome a terreno pantanoso.

    Se quedó callado de golpe, estábamos uno al lado del otro y dudé genuinamente si había seguido respirando o si se le habían descompuesto los pulmones por mi pregunta. Observé su silueta con el rabillo del ojo, volví a relajarme sobre el respaldo del banco y miré el cielo, aceptando que quizás no me respondería porque había husmeado demasiado muy pronto.

    No pretendía presionarlo, para nada, y si decidía solo callarse lo aceptaría como había aceptado su negativa a los chacales. Era tan sencillo como eso.

    —Uno se convierte en lo que ve, Kaoru —añadió unos minutos más tarde, todavía con el vaso con hielo en la cara aunque estaba bastante derretido y comenzaba a ser solo agua fría.

    La respuesta fue terriblemente seria, incluso viniendo de él, y yo mantuve los ojos en el cielo a pesar de haberlo escuchado claramente. El mundo en que yo vivía era distinto al de mis chacales y al de Ichirou, incluso si no me lo decían era bastante evidente, en este momento del tiempo todavía tenía dos padres atentos y decentes que velaban por mí, que velaban también por mi hermana; de hecho era un sinsentido que yo de entre toda la gente terminara metido con las pandillas que manejaban los viejos demonios de Tokyo. Tenía una buena vida.

    No se parecía ni por asomo a la que debería enfrentarse Shiori en unos meses.

    Mucho menos a la de Arata.

    Ni a la de Ichirou.


    Sin embargo, era una bestia de orgullo que anhelaba poder, ¿no? Lo disfrazaba como un campeón, pero no había llegado a ser el Comandante de una fuerza de casi cincuenta cabezas que pronto sumaría por lo menos otros veinticinco miembros por nada. Estaba aquí cuidando del culo apaleado de Akiyama, cuidaba de mis chacales, pero eso no quitaba lo que era en realidad y el hecho de que no tenía motivos de fuerza mayor que me hubieran empujado hasta aquí.

    —Algunos no —respondí en un murmuro, parpadeando con pesadez—. Algunos tomamos la forma de ciertas bestias incluso sin haberlas visto.

    Era un consuelo y una sentencia.

    Era la cura y la enfermedad.

    Algunos se salvaban a pesar de haber sido criados entre bestias, eran poquísimos, y otros tantos nos convertíamos en criaturas de sombras sin ninguna justificación, atraídos por la luz de la noción de poder y control que encontrábamos allí. En ambos espectros había esperanza y resignación, pero lo cierto era que no podía negar la realidad de Akiyama, a pesar de desconocerla.

    Se calló otra vez por lo que pareció una eternidad y todo lo que noté fue que giró con cierta ansiedad contenida el vaso contra su rostro, como si no pudiese quedarse quieto pero no tuviese más opciones. Respiraba con cierta pesadez, como si le costara, y le di su tiempo para rumiar lo que quería o no contestarme.

    En los intermedios algunas golondrinas cruzaron el cielo, sus siluetas pequeñas se me antojaron especialmente oscuras al verlas a contraluz y me di cuenta que al final me había quedado sin abrir las frituras. La conversación se había desviado, así que Ichirou requería de toda mi atención, al menos tan concentrada como oscuros me habían parecido los pajarillos que anunciaban el verano.

    —Tengo miedo de ser como ellos —soltó por fin en un murmuro luego de haber pasado saliva.

    Le di unos segundos para que procesara su confesión, pero no los suficientes para que la anulara ni para que entrara en pánico absoluto. Seguí mirando las golondrinas, las nubes y el firmamento como si nada, como si Akiyama no estuviese aquí con semejante trauma dumping.

    —¿Cómo tus serpientes, Aki? —Quise confirmar y entre sus movimientos ansiosos lo escuché hacer un sonido afirmativo—. ¿Puedo opinar algo?

    —Vas a hacerlo de todas formas, ¿no? —dijo todavía en voz baja.

    —Si te viste en la capacidad de rechazarme cuando te ofrecí entrar a los chacales, incluso si era la excusa perfecta para molestar a quien quieres sacar de quicio como sospecho que haces siempre, entonces creo que eres capaz de diferenciarte de tus serpientes —respondí con tranquilidad, con el tono que usaba para mis chacales—. Quizás no ahora, ni la semana que viene, ni el siguiente mes o el próximo año. Pero me parece que puedes hacerlo, porque no saltaste al pozo aún cuando una correntada de viento casi te da el empujón mientras caminabas por la orilla.

    Me escuchó o eso quise pensar, porque aunque no lo pareciera la verdad era que Akiyama casi siempre me escuchaba y de hecho por eso había terminado acercándome a él. Mantenía una mano sosteniendo el vaso con el hielo casi deshecho, la lata de Coca-Cola había quedado en el espacio entre nosotros en el banco, y su mano libre reposaba sobre su pierna. No supe en qué momento se enderezó, pero ahora miraba al frente y yo mantuve mi posición, para no ponerle los ojos encima corriendo el peligro de cohibirlo.

    No reparé mucho más en sus reacciones por la posición, pero lo escuché suspirar y afiné el oído a la espera de lo que fuese a decir. Lo esperé como esperaba a la mayoría de gente, consciente de que acabaría de soltar la sopa ahora que la presa había cedido y el agua se precipitaba a toda velocidad montaña abajo.

    —No caí por ellos, KuroKao —comentó con la voz seria y algo más suave, como si ya no se molestara en ponerse la máscara de amargado. Había usado otro de los apodos tontos que me puso en la escuela media—, porque si alguien conoce de reglas y de apariencias, de hacer las cosas como si nada estuviera pasando, son ellos.

    En su tono se había colado una ira que había aprendido a detectar hace mucho tiempo en Arata, incluso cuando estaba de buen humor, era una furia que llevaban dentro de ellos desde quién sabe cuándo y a su manera definía lo que hacían o dejaban de hacer. Hikari y Shigeru también la poseían, junto a Honeyguide eran mis tres capitanes y los conocía.

    Estaban furiosos, ¿no? Todo el tiempo.

    Unos eran más meticulosos que otros o menos emocionales, sabían controlarse mejor o lo habían aprendido al admitir su lugar en mi jerarquía, pero al final estaban unidos por la misma emoción. Ichirou, por su parte, siempre se había interesado en dos cosas: rebelarse y mantener las apariencias. Todo al mismo tiempo.

    No había que ser un genio para saber que era agotador.

    Mientras yo divagaba él se había decidido a seguir soltando cosas, así que ni siquiera le respondí y lo dejé seguir hablando. Cuando pareciera que fuese a terminar entonces vería si le contestaba algo.

    —Mamá está loca y papá no tiene fuerza, quiero decir, tiene fuerza física nada más. No se marchó, no se quejó... no con nosotros. Nunca tuve que escuchar sus quejas. —Había terminado casi murmurando, hizo una pausa y después continuó, los movimientos que escuchaba a pesar de no mirarlo me decían que seguía ansioso, incluso si la ira se le colaba de ratos—-. No entiendo a mamá, pero… No está bien. Es muy asfixiante. ¿Por qué no se... no se va?

    ¿Quisieras que se fuera en realidad, Yakkun?

    ¿Piensas todavía que pueden cambiar o te resignaste ya?

    —No...—Me di cuenta del nudo que se le atoró en la garganta en ese momento, como si me respondiera las preguntas sin siquiera haberlas formulado y seguí mirando el cielo, esperando por si se quebraba allí mismo. El silencio que le siguió fue más largo, pero lo ayudó a controlarse—. Es complicado. Papá hace todo por nosotros, puede que incluso más de lo que sea bueno para él. Trabaja día e incluso noches, se cansa, pero lo único que nos pide son buenas notas y que no tengamos problemas en la escuela. Es justo, ¿no?

    Había hablado en tropel, hizo una pregunta hipotética y yo hice un sonido que no fue ni afirmativo ni negativo, solo buscó decirle que lo estaba escuchando aunque no lo miraba. ¿Era justo? ¿Se lo parecía a él? ¿Por qué hacía lo que hacía entonces?

    Al seguir hablando pareció luchar con dos ideas contradictorias, incluso si no dijo cuáles eran hasta después. Veía a su madre como una farsante, ¿era algo así? Quizás no quisiera decirlo en esas palabras pero sonaba como si fuese el caso.

    —Pero mamá no... no me agrada —sinceró en un murmuro y pronto se explicó—. Quiere mucho a Nagi y a Kazuki lo cuida un montón. Siempre se preocupa por sus comidas, por sus amigos en clase, que no salgan de noche, que regresen bien de la escuela; pero… no creo, quiero decir, no puedo creer que en verdad sea así.

    Lo oí dejar el vaso a un costado, junto a la lata, y entonces reaccioné por fin. Alcé la cabeza y enderecé la espalda, lo que me permitió verlo apoyar los codos en sus muslos para poder llevarse las manos al rostro, adormecido del dolor como debía tenerlo por el hielo. Estaba claramente abrumado por todo lo que acababa de soltar y aún así logró estabilizarse lo suficiente para decir una cosa más.

    —No confío.

    ¿En ellos o en ti, niño?

    Guardé silencio, pero dejé la lata al otro lado de mi cuerpo, no en el espacio entre Ichirou y yo, para luego con la misma cautela de no hacer ni un ruido mover su gaseosa y el vaso plástico al mismo costado. ¿Qué pretendía? Era bastante obvio viniendo de mí.

    Toda la personalidad de este chico había dicho desde el inicio que era reacio al contacto físico, pero me creía con la facultad de tomar mis decisiones basándome en las confianzas que él se permitía a mi alrededor, por tontas que parecieran. De allí que en lugar de contestar algo de inmediato, solo quitara todo del camino para poder acercarme más y echarle un brazo sobre los hombros.

    Lo sentí tensarse bajo mi tacto, no me rechazó en sí, por lo que aproveché el ancla en sus hombros para arrastrarlo en mi dirección y envolverlo en un abrazo. Froté su hombro con cariño, como hacía Yuzu conmigo y los demás, en un gesto que tenía la intención prestarle calor a quienes tienen frío, incluso si hacía un calor de mierda. Cuando lo sentí reaccionar me di cuenta que no me apartó. Dudó un huevo y medio, pero sus brazos se enredaron a mi alrededor sin mucha fuerza, su cuerpo se aflojó en ese momento y pude retroceder para descansar nuestro peso en el respaldo del banco. Fue entonces que reaccionó por completo o eso me pareció, porque me apretujó como si no quisiera soltarme hasta quién sabe cuándo.

    Seguí frotando su hombro suavemente y solo un rato después despegué la mano de allí para apoyarla sobre su cabeza, con cuidado. Lo insté a acomodarse mejor, porque me parecía que estaba torcidísimo, y así pude apoyar mi cabeza en la suya.

    —Gracias por contármelo, Aki. —Fue todo lo que dije en un murmuro.

    Cuando me habló de nuevo el nudo en la garganta le ganó la batalla, de hecho me di cuenta que se le habían saltado las lágrimas, pasaba saliva con más fuerza y cuando tomaba aire lo hacía profundamente, pero no le dije nada y me puse a acariciar su cabello con movimientos lentos, como hacía con Shiori. El crío había terminado hecho un destrozo y entendí por aproximación que esa hostia que le cruzaba la cara no era por una pelea en la calle.

    Lo escuché porque era mi amigo.

    Porque confiaba en mí.

    Y yo había venido a este mundo para ser un pilar.

    —A ti por escuchar, Ku-rin —susurró y para desviar los tiros me regresó la pregunta que lo había iniciado todo—. ¿Qué animal serías tú?

    Me permití una risa liviana, resignada, y seguí acariciando su cabello con mimo. Ni siquiera me importaba si alguien se aparecía y veía el numerito.

    —Un zorro.

    .
    .


    .
    .

    Cuando el muchacho se tranquilizó nos terminamos las gaseosas, ahora sí abrí las frituras y cuando ya era hora de regresar tiramos todo en un basurero. Como le había dicho, pasamos a la farmacia para comprar algunas cosas para la inflamación y el dolor, nada demasiado complejo aunque también pedí una compresa para poder meterla a la nevera y seguir bajándole la inflamación con frío.

    Al llegar a casa Shiori estaba en su habitación, pero se asomó desde arriba de las escaleras para saludar al muchacho sin siquiera preguntarle por qué llevaba la cara hecha una desgracia y luego salió pitando al salón para sentarse a mirar la tele. Imaginé que detectó de inmediato que Ichirou parecía reservado y prefirió no repetir el error con Akaisa, en que yo le dije que se estuviese quieta en vez de lanzarle preguntas a diestra y siniestra.

    Le dije a Ichirou que se sentara en la mesa de la cocina, le serví un poco de arroz recalentado para que tuviese algo en el estómago además de Coca-Cola y frituras, y le di los medicamentos que habíamos comprado. Ya de paso llené la compresa de agua y la metí al congelador para que estuviese para más tarde, porque el chico no había puesto demasiadas quejas cuando le dije que se quedara en mi casa por hoy.

    Era un privilegio que no le permitía a mis chacales ni a Yuzu, para que mis padres no empezaran a sospechar directamente, pero a Ichirou lo habían visto más de una vez cuando íbamos juntos a la escuela media. Entraba en otra categoría, así que no era un gran drama traerlo.

    El resto de la tarde transcurrió con calma, mis padres avisaron que se atrasarían un poco así que cenamos Shio, Aki y yo juntos. A ellos les dejé la comida lista para que solo la volvieran a calentar cuando llegaran.

    Pasadas las diez Shio se preparó para dormir, le dio las buenas noches a mis padres que acababan de pasar por la puerta principal y se asomó al salón donde estábamos Ichirou y yo. Le dedicó una sonrisa grandota a él desde las puertas de papel, tradicionales a cagar, y solo se despegó de allí para hacer una reverencia.

    —Buenas noches, Akiyama-senpai —dije antes de salir corriendo escaleras arriba para zambullirse en su habitación.

    Al otro apenas le dio tiempo de contestarle, de hecho lo dejó con las palabras en el aire y me pareció verlo contener una risilla. Aproveché el anuncio de mi hermana para levantarme del sofá e indicarle al castaño que me siguiera luego de haberle dado las buenas noches a mis padres que se quedaron cenando en la cocina.

    Mientras subíamos al segundo piso donde estaban las habitaciones le mandé un mensaje a Arata para decirle que hoy no me esperaran, que no podría salir con ellos, y aunque me soltó un montón de reclamos en velocidad Flash al final dijo que él les avisaba. Cuando estaba guardando el aparato en el bolsillo escuché que Ichirou me hablaba.

    —Se parece mucho a ti y a tu papá —dijo como si nada.

    —¿Mi hermana? —pregunté aunque me respondí a mí mismo—. Sí, los dos salimos muy parecidos a papá.

    No añadimos mucho más, pero al llegar arriba me desvié al baño de ese piso y entré para escarbar en el botiquín que estaba sobre el lavamanos. No tardé mucho en encontrar un cepillo de dientes nuevo, así que se lo entregué a Ichirou y salí del baño para meterme a mi habitación, que estaba al frente, y ponerme a escarbar en el armario.

    —¿De verdad a tus padres no les molesta que me trajeras sin avisar? —preguntó desde el baño, sonó algo cohibido.

    —¡Qué va! —respondí en voz alta—. Se acuerdan de cuándo íbamos juntos a la escuela. No les importa. Hey, Aki, cuando estés listo te dejé un cambio de ropa aquí en la orilla de la cama.

    Lo había escuchado comenzar a lavarse los dientes, pero de repente se detuvo y guardó silencio. Me asomé por la puerta de mi habitación, mirando hacia el baño, y aunque no lo vi a él directamente porque estaba de espaldas alcancé a ver parte de su reflejo en el espejo del botiquín. Al pobre tonto se le había subido la sangre al rostro.

    —Puedo dormir con la ropa que llevo —dijo con un hilo de voz, ajeno a que me estaba comiendo el espectáculo.

    Regresé a mi habitación luego de tragarme la risa, cosa de que no fuese a voltearse y darse cuenta de que lo había visto, y escarbé de nuevo para sacar algo con qué dormir. Luego de encontrar unos pantalones cortos y una sudadera, me cambié y le respondí al chico.

    —No —resolví con sencillez—. Tienes que descansar cómodo para que tu cuerpo se ocupe de sanarse a sí mismo.

    Lo escuché refunfuñar, pero volvió a lavarse los dientes y me di por servido. Puede que fuese un aprovechado, pero sabía que la gente por lo general no se molestaba demasiado en llevarme la contraria y lo usaba a mi favor. Muchas cosas eran más fáciles cuando no tenías caras de matar una mosca, incluido dominar a un montón de niños problemáticos.

    Después de cambiarme le avisé a Ichirou que iría abajo por la compresa, así que podía cambiarse mientras yo volvía y que se pusiera cómodo. Al llegar a la cocina me distraje un poco con mis padres, les conté que le había dicho a Aki que se quedara conmigo porque no se sentía muy bien y fin de la historia, me regresé a mi habitación.

    Al llegar ya el castaño se había puesto la ropa que le presté, otros pantalones cortos y una camiseta que seguro parecía tener medio siglo de existencia por lo desteñida que se veía, pero que sabía era cómoda. Se había sentado en el borde de la cama, pero no movía un solo músculo y, puede que me lo estuviera imaginando, pero parecía seguir con algo de color pegado en la cara.

    —Recuéstate. —Sonó como una petición, pero era una de mis órdenes discretas y él, a pesar de lo nervioso que parecía, atendió a lo que le dije y se acostó, así que yo le alcancé la compresa—. Te la dejas un rato, si sientes mucho frío la apartas porque te puedes quemar la piel y te la pones de nuevo en unos minutos.

    —Está bien —respondió no muy convencido, pero se acomodó el objeto sobre el golpe—. Gracias de nuevo.

    No añadí nada más, pero me acerqué al escritorio para tomar la consola que tenía desde hace un par de años, un 3DS azul que ya tenía señales de uso. El cartucho que tenía puesto era el Pokémon Rubí Omega porque había reiniciado una partida hace poco y pues para hacer un poco el tonto antes de irnos a dormir.

    Luego de tomar la consola me acerqué a la cama y me dejé caer junto a Ichirou, que estuvo a punto de brincar al otro lado de la habitación. Lo miré con cierta sorpresa, pero le dediqué una sonrisa y me acomodé a su lado a pesar de todo, lo suficientemente cerca para poder alzar la DS entre ambos.

    —Juguemos —dije mientras abría la partida que se me había quedado poco después del primer gimnasio—. Así nos entra sueño.

    Se quedó callado unos segundos volviendo a acomodarse luego de su mini-infarto y en el reflejo de la pantalla interrumpido por las imágenes del juego noté que me estaba mirando. No giré el rostro para no espantarlo, pero me adelanté a su duda.

    —Voy a dormir aquí para vigilar que no te escapes por la ventana o algo —dije medio en broma, medio en serio mientras revisaba mi equipo pokémon que se componía de un Combusken, un Shroomish, un Poochyena y un Zigzagoon, era poco pero había hecho el gimnasio con eso—. Ah, ¡ya sé! Al próximo pokémon que atrape le voy a poner tu nombre.

    Eso último lo dije como distracción y digamos que funcionó, porque pasó de no saber qué hacer con su vida a fruncir el ceño. Bufó como un toro cabreado y estiró la mano para presionar la flecha, haciendo que el pequeño avatar se moviera en dirección a la ruta. La tontería me aflojó una risa.

    —No te atreverías, Kurobaka.

    Incluso si me las daba de rey de todo un tablero, si había sido apadrinado por un grande la yakuza y era prácticamente intocable en el corazón de Tokyo, habían cosas que escapaban a mi control. Las familias en las que habían nacidos mis amigos eran una de esas, porque seguía siendo un crío, porque no podía sacarlos de sus hogares y meterlos en otros como si nada, no podía evitar golpes como el de Ichirou, los niños abandonados como Arata y Cayden o los padres muertos como el de Yuzu.

    No podía controlar mi propia muerte, que estaba a unos meses de distancia.

    Estaba escrito en los hilos.

    Era el susurro que no dejaba de escuchar cuando me quedaba solo.


    Moriría para salvar a mi hermana, sin saber que en el proceso la condenaría a salvar a mis padres y a mis chacales a salvarla a ella. Moriría sin poder ver a Ichirou darse cuenta que no era una simple serpiente constrictora. Lo haría obligando a Shigeru y a Yuzu a tomar el control de un montón de chacales descontrolados, sin ver a la única chica que había amado entrar a la universidad de sus sueños.

    Moriría antes de mi cumpleaños diecisiete.

    Esa noche, sin embargo, había sacado a Ichirou de la calle, había atendido su golpe y lo había ayudado a soltar lo que lo mortificaba. No era demasiado cuando estaba ahogado en un pantano, pero allí en ese lodo negro a veces uno se alegraba al ver una luciérnaga cada tres meses.

    Por un día había creado una burbuja donde el mayor problema de Ichirou era un Skitty que llevaba su nombre y en ese momento, con los días contados sin saberlo, era lo único que importaba. Para un par de niños no debían existir más problemas que esos, incluso si elegíamos convertirnos en bestias.

    Incluso si luego terminábamos reducidos a carne mancillada.
     
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    Kaisa Morinachi

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    Puro ganar-ganar. Te quiero.
    Los spoilers me encantaron, siento que en general captas bien a Ichirou, así que nada, seguro que si que lo disfruto <3
    No me hizo sentir triste en si, pero hice un mohín skksks
    Que hermoso, un diálogo cortito, pero reafirma mi cariño por la Shipp. Espero hayan sido muy felices cuando pudieron estar juntos.
    Esta cosa es de las que leí, pero me sigue dando mucha gracia.
    Que risa. Osea, como que es canon y a la vez tampoco me lo veo golpeando a Kao. You know.
    Pa mi que le picó que le robaran el cigarro unu. Es kinda funny, porque me lo veo con ganas de decir "No deberías, fumar hace mal" Y Kao cómo: "¡Pero si tú estabas fumando!"

    No caí la primera vez que leí, pero, ejem OMG EL UNICO BESO INDERECTO QUE TENDREMOS DE ELLOS. Ahora me veo a Ichi compartiendole paletas solo para darse en el gusto, ¿Sabes? Que se quede como posible canon pa Pokémon (?)
    Que rico.
    You are so cutes.
    No me lo vi venir y quedó bastante bien, thanks uwu.
    Jajajajaja, hasta este detalle metiste, me encantas.
    Mientras leía me acordé de otro motivo y eso sería el frío. Las serpientes son de sangre fría y básicamente necesitan del sol para conseguir ese calor, cosa que también pega con Akiyama.

    Fui a buscar la definición por curiosa nomás y nada, si que es.
    Oh, my heart. Yo creo que Ichirou nunca olvidará ese momento, ¿Sabes? Aún con el dolor y todo creo que pocas veces se habrá sentido tan seguro y eso siempre le será digno de recordar.

    JAjajajaj, tengo que ver si me da escribir uno de mis fics cortos reaccionando o recordando cosas sobre eso.
    Privilegios de no seguirle a los chacales uwú
    Ichi kinda weak por los críos es canon desde que en Pokémon cuida de bebés como si se le fuera la vida en ello, por más cara de amargado que sigues teniendo.
    Efectivamente, he is so shy y me lo veo con su corazón haciendo dokidoki mientras trata que la gayness no se le suba a la cabeza.
    Que le diga esto justo después de decir que se pelea contra su gayness es tan gracioso XD Me lo veo mirándolo todo enojado "sin motivo" y, claro, haciéndole caso uwu.
    ¿Sabes que me veo al pendejo apoyando la cabeza en el hombre de Kao cómo si nada con su cara de amargado? Porque está tan cansado y cómodo a la vez que las cosas pequeñas que normalmente le preocupan dejan de hacerlo.
    MY HEART.
    No lloro, por algún motivo es muy triste y debe ser atroz, pero te juro que no soy capaz de sentir angustia. Puede que sea por todo el cariño que les dio Kao a sus niños, como con ese cariño maybe sigue siendo el pilar que algunos necesitaran. Al menos creo que ese fue el caso de Ichirou, no puede enojarse con él, ni colocarse demasiado melancólico, porque siente que vivió cosas hermosas con él y no se quedó con mayores arrepentimientos :(
    Aish, que hermosa esta metáfora :(
    Ouch, eso sí dolió.

    EN FIN, QUE HERMOSO TODO, lo leí de corrido y disfruté cada segundo de esta maravillosa obra. Captaste muy bien a Ichirou, se que te ayudé en algunas cositas, pero eso no te quita el mérito<3

    Las canciones están hermosas y siento que encaja bastante bien, de Back to you ya hablé contigo lo suficiente, por lo que me gustaría tocar el temita de Bottle Up. La primer tanda de versos se me hacen muy Ichirou, cuando menciona al otro me recuerda lo que siente por su madre. Eso sí, en la segunda tanda, hablando de un guía y tal, me recuerda a su relación con Kaoru. Me gusta que se repita mucho el "Nobady needs to know", porque es algo que encaja demasiado con Ichirou: Nadie debe enterarse de lo que pasa puertas a dentro en su casa, sus hermanos incluso que no deben enterarse de lo caóticos y liosos que son sus padres por más que ellos no lo oculten bien. Nadie debe saber el miedo que le carcome por dentro, y yo creo que quisiera que nunca se le haya asociada a alguna figura violenta como lo fue su padre consigo, pero a la vez él mismo buscó eso para cabrearlos. Es un retraído y por eso me gusta que se reitere bastante esa frase. Bueno, que la escuché casi entera y solo tengo que decirte congratulaciones por haber encontrado canciones que le peguen tanto y gracias por compartirlas.

    No se si sepas este dato, pero me dejó loquisima, porque a Slam en Pokémon le especifiqué que su mamá tenía un Delcatty, y pensar que Kao le puso el nombre de Ichirou a un Skitty, que no deja de ser super funny and cute anyways, es kinda perturbador y medio acertado con que la mamá tenga el Pokémon que en un universo alterno el amigo asoció a Ichirou, por todo el tema de que la jodida es muy manipuladora y lo tiene bajo su control en general. Scared.

    En fin, que muchas gracias por el escrito, fue muy hermoso y puede que de mis favoritos, así que agradecida también con que haya sido el que te trajo algo más de vuelta a las andadas <3

    Creo que terminaré por sacarme mi propia colección de Ichirou, pero para Pokémon, así podemos fangirlear cositas que no se pudieron dar en este universo por razones claras uwu En verdad, ya quiero que ese par se reencuentre en Pokémon XD

    Thanks you so much, te quiero un montón y estos chicos se ganaron mi corazón en tiempo record uwu
     
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    Zireael

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    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    50
     
    Palabras:
    5039
    Tengo este fic empezado creo que desde antes de que empezaran las clases aka quince días (?) y pues nunca me sentaba a terminarlo en esencia porque llego a mi casa a morirme, pero bueno luego de mucha dificultad aquí está. Es la primera vez que escribo for real con Maze, quiero decir, en un fic y creo que por lo mismo se me dificultó tanto.

    Nada que ver, pero hace mucho quería usar esta canción en un fic y hasta ahora pude, pero en el proceso se me revolvió con quién sabe cuántas más y de hecho la letra está mezclada con Synthetic Tragedy de Unlike Pluto, que está recién salidita del horno, que la usé sobre todo al final del fic.

    Anyhow, fue divertido de escribir y aquí lo dejo. Es canon para el fin del semana previo al campamento, que ya no sé qué número de día estamos help.




    I won’t love forever,
    so kiss me while the stars are bright.
    I know what your boy like,
    skinny tie and a cuff type.

    .
    So break me down, you broke everything.
    Sink your teeth in gloomy weather
    and I'ma flirt with this new girl,
    and I'ma call if it don't work
    so we fuck 'til it come to conclusions.

    .
    Are we datin'? Are we fuckin'?
    There’s so much that we don’t know.
    Are we best friends? Are we somethin'
    in between that?
    Nothing is forever, I am told,
    so don't forget before we go

    .
    I wish we never fucked, and I mean that
    I won’t love forever
    but not really.


    XXXVIII
    [​IMG]
    The King of Cups
    . INTUITION . REPRESSION . HARMONY .


    | David Maze Mason |
    *

    *

    *

    ¿Qué esperaba de la vida en realidad desde que habíamos dejado Estados Unidos? No lo tenía para nada claro. Iba a la escuela, regresaba, mis notas apenas superaban el promedio y no tenía ni la mínima idea de qué estudiar, en caso de hacerlo, que no fuese en la industria del turismo como mi madre. ¿Era lo que quería? No lo sabía, pero era lo que conocía y me parecía lo suficientemente pacífico.

    Era el mismo estúpido que a veces no se sentaba en los parques o que evitaba ciertos espacios para no recordar los bosques por los que había corrido con apenas diez años, era el mismo que salía un viernes por la noche y volvía hasta el domingo para olvidarme de que mamá no estaba en casa esa semana. Todo lo que pudiese hacer para ahorrarme el tener que lidiar con la mínima sensación de incomodidad lo hacía y punto, ni siquiera lo pensaba demasiado.

    Era una forma bastante sencilla de existir, para qué decir lo contrario.

    Sin embargo, al vivir de esa manera había quedado atorado en un bucle de desconexión del que también sabía huir. Hablaba con cualquiera, me reía y fluía sin más a pesar de no tener una sola persona a la que llamar amigo. Tenía conocidos, gente con la que salía de fiesta y poco más, porque de allí en fuera no necesitaba la mayor cosa.

    Fuese que mi madre pasara fuera de casa dos semanas de cuatro cada mes, que una compañera de clase me soltara una bomba de información sobre su vida o que Sasha de repente necesitara espacio, pero pareciera estar como si nada con Shimizu hasta donde el imbécil seguía sin desmentir, lo que sea que pasara podía silenciarlo, ¿no? Tenía ese maldito superpoder, lo había adquirido en mi primer mes en un país extraño, lejos del olor de la tierra, las hojas húmedas y las voces de los críos que habían crecido conmigo.

    Me habían arrancado de la tierra.

    Las raíces se habían secado apenas entrar en contacto con el aire.

    En la jungla de concreto de Tokyo, en un recoveco de Bunkyō, las paredes palpitaban al ritmo de un juego de luces sincronizado con el ritmo de una canción que aunque no me sonaba de nada más de uno le estaba siguiendo el ritmo; sonaba a que estaba en español. El espacio, bastante amplio en realidad, estaba dividido en dos, un tercio estaba cubierto de sillones aquí y allá, puffs incluso, y el resto tenía una barra al fondo pero correspondía al espacio de baile o lo que sea que fuese eso.

    Acababa de meterme al condenado hueco ese abandonado por Dios y lo primero que vi bajo las luces fueron los mechones rojos de Katrina. El metal de algunas de las cosas que llevaba encima reflejaba la iluminación apenas se cruzaba en su camino y los tacones, una combinación de plataforma y tacón grueso estándar, la dejaban a una altura decente para facilitar la tarea de… ¿Quién coño era el tío al que se estaba comiendo tan fresca esta cabrona? No lo había visto en ni puta vida.

    Era un imbécil más o menos de mi estatura, pelirrojo también, con unas piezas de cabello oscuro coladas de lo más arbitrariamente y su estilo general me recordó a un híbrido de lo más raro entre el goth-punk-whatever de Katrina y el urbano que cargaba Swallowtail. Iba de negro, sí, pero full zapatillas, cargos, una cadena colada en el cinturón y una camiseta bastante floja, pero se notaba que no era tan palo de dientes como aparentaba por la ropa.

    El hijo de puta estaba viviendo su mejor vida con la comida de boca que le estaba pegando Akaisa, que apenas era que no le metía la lengua en la garganta, y tenía los dedos hundidos en la melena corta de la chica. En algún punto ella lo dejó en paz para tomar aire, el otro se deslizó a su cuello de inmediato y los ojos de Katrina, dispares, chocaron conmigo apenas unos segundos después. Le dediqué una sonrisa, me pareció que se reía aunque por la música no pude oírla y se adaptó al ritmo, en el que de la nada se coló un rap en inglés, con una facilidad estúpida.

    —Se lo pasa bomba, ¿o no? —preguntó una voz a mi izquierda, haciendo que me moviera de la puerta por fin—. Akaisa Katrina, ¿cierto? Me parece haber leído su apellido.

    ¿En dónde específicamente, campeón?

    El apellido de Katrina solo se oye en las grandes esferas.

    Al volver la vista di con un muchacho un poco más bajo que yo, con el cabello cruzado por hebras rubias aún más numerosas y erráticas que las oscuras del pelirrojo, y al recorrerlo con la mirada una segunda vez se me heló la sangre en el cuerpo. Por el cuello de la camiseta verde oliva se colaban trazos de tinta negra, tribales, y en un destello de luz roja encontré el rostro del tigre tatuado en el costado de su cuello. En su oreja, la del lado contrario al tatuaje, se balanceaba un pendiente pesado, redondo, que reflejaba la luz con la misma fuerza que las cadenas de Katrina.

    Apestaba a pandilla el desgraciado.

    —Ah, sí, ¿la conoces de algo? —alcancé a responder, según yo disimulando la tensión que me corría por el cuerpo y anticipando la respuesta.

    —Suele venir aquí algunos fines de semana. Tiene un trato con Rorin —dijo como si yo tuviese una mínima idea de quién me estaba hablando—. La deja pasar a beber sin pagar una mierda y ella, qué te digo, si está de buenas le hace el favor de la noche.

    —¿Rorin?

    —Al que le tiene la lengua metida hasta la campanilla, Ikari Rowan-kun —explicó de una vez por todas y entonces sí me preocupé.

    —¿Pero qué edad tiene tu dichoso Rorin?

    —Relaja el culo, hombre. Hizo los diecinueve hace un par de días. —Mr. Tigre Tatuado me dio un empujón para comenzar a guiarme a la barra y yo, tenso todavía, solté el aire por la nariz pero me dejé hacer por mera supervivencia—. Aquí no hacemos cosas raras. Rorin lo prohibió.

    El tipo este con peste a pandilla hizo una seña, uno de los de la barra sirvió dos tragos de tequila frente a nuestras narices y el chico deslizó uno en mi dirección. Intercambié la vista entre el vaso y él, cauteloso a cagar, y pude jurar que la diversión que le pasó por las facciones fue casi idéntica a la de Arata y siguió crispándome los nervios.

    Podía parecerse a cualquiera, ¿pero por qué coño tenía que ser Shimizu exactamente?

    —Le tienes miedo a los de mi clase. Lo que significa que a tu manera eres astuto, como buen zorro —dijo a los cuatro vientos y pasé saliva, como si no llevara esos cinco minutos de mi vida tratando parecer normal—. No tienes pinta de responder a un amo, Foxy, ¿qué te tiene tan cagado? Bebe un trago y busca con qué divertirte en lo que Rorin termina con tu amiga. Su hermano mayor le dejó este sitio hace cosa de un año, no nos interesa nada más que tener un lugar donde pasar el rato y que sea seguro para los que vienen. En el barrio nadie toca a los Ikari.

    Sus ojos, de un amarillo más bien arenoso bajo los escasos haces de luz blanca, me estudiaron unos segundos y vete a saber si fue un instinto, pero sentí que lo que me estaba mostrando de sí, esa personalidad más bien amistosa, no era la persona que era en verdad. Algo en sus movimientos me recordó a Eris, por extraña que fuese la comparación, y me pareció que el hijo de puta se dio cuenta de que había pillado la anomalía.

    Estiró la sonrisa, alcanzó su shot de tequila y se lo zampó en cosa de un segundo antes de estamparlo contra la barra de un golpe seco. Dio un paso hacia adelante, invadió mi espacio sin darme tiempo de reacción y alcanzó a hablarme cerca del oído.

    —Respira, Foxy —insistió y la cercanía hizo que su aliento me rebotara en la oreja—. Si necesitas algo pregunta por Byakko, ¿de acuerdo? Me caes bien, no tengas miedo.

    No me dejó ni responder, el cabrón, se separó y desapareció en dirección a la multitud agitando la mano en señal de despedida. Al tenerlo lejos pude relajar el cuerpo, pero al seguir su silueta antes de que se perdiera de forma definitiva me di cuenta que Katrina había desaparecido con el famoso Rowan y no hacía falta ser demasiado listo para saber por qué.

    Suspiré con pesadez, me zampé el trago antes de pedirle una cerveza al chico de la barra y cuando recibí el botellín me lo empiné. Me duró un par de minutos, pedí otro y ese lo rendí un rato más, no demasiado eso sí. Digamos que estaba acelerando el proceso para que algo de calor me alcanzara el cuerpo, ni más de ni menos, tampoco pretendía algo diferente de este ambiente. Uno no venía a meterse en estos sitios porque sí.

    Después de bajarme la segunda cerveza dejé la botella en la barra y avancé para revolverme entre la gente. Ya ni siquiera sabía qué música estaba sonando, le había perdido el apunte poco después de que el tatuado desapareciera, pero no importaba demasiado en realidad. Los cuerpos se balanceaban al ritmo de cualquier cosa, eso lo tenía claro.

    Tenía poco de estar allí metido cuando, como era normal, un cuerpo se coló en mi espacio. Bajo las luces su cabello, liso, brilló de un tono rojizo hasta que una luz blanca reveló que era castaño, aunque un solo mechón estaba teñido de un tono de rosa que destellaba bajo el neón. Era pequeña, si acaso me llegaba al mentón pero se acercó con una decisión envidiable.

    —¡Fumi! —Me pareció que la llamaron desde un grupo—. ¡No te atrevas a dejarnos tiradas!

    La chica las ignoró, me dedicó una sonrisa bastante amplia y su cuerpo se pegó al mío, fue una invitación si se quiere, pero era un cabrón apenas me apagaban las luces así que ni modo. Escaneé el espacio, esperando no dar con los ojos de ningún hijo de puta pegados en ella porque se le hubiese escapado, pero solo di con el grupo de chicas todavía reclamando.

    Qué oportuno.

    No lo sabía, muy a mi pesar, pero la chica sí que tenía una sombra tras de sí, pasaba que no estaba allí ni en ese barrio. Me liberaba la ignorancia, pero poco más. De haber sabido que tenía otro tatuado marca Shimizu en su lista de polvos frecuentes me hubiese ido por dónde había venido sin siquiera pensarlo o de analizar qué tan propenso era el gang boy en cuestión a cagarme a palos.

    Como fuese, la niña estaba en su salsa y sus ojos, de los que no pude descifrar el color en ese momento, se prendaron a los míos antes de que se colgara de mi cuello. Se acopló a mi cuerpo, me dejó ir encima una risa de dientes descubiertos y seguimos moviéndonos al ritmo de una canción que de seguro no conocíamos realmente.

    El contacto, el movimiento y el alcohol que me había metido a velocidad y el que seguramente ella ya tenía en sangre comenzaron a provocar un calor casi infernal. Aumentaba, como si una nube de vapor saliera de algún lugar, y supe que la estupidez no iría a terminar en nada diferente.

    De nuevo, ¿para qué había salido de casa si no?

    Estaba harto de dar vueltas en el bucle.

    La castaña desenredó un brazo de mi cuello, lo coló en el espacio entre nosotros y enredó los dedos alrededor de mi camiseta, ni siquiera preguntó, me arrastró hacia sí y consumió la distancia. Sus labios encontraron los míos, tenían gusto a algún licor dulce, y buscó colarse en mi boca de inmediato.

    No puse resistencia de ninguna clase, la recibí y ahora sí me enredé a su cuerpo con maña. La dejé hacer lo que le saliera del coño unos segundos, por la pura gracia, y de repente simplemente busqué dominar el beso y me empujé en su boca sin ninguna clase de tacto. Deslicé la mano izquierda por el costado de su cuerpo, bajé por sus caderas y mis dedos tardaron poco en encontrar la piel de sus muslos, cubiertos a duras penas por una falda cortísima.

    Suspiró, la sentí contra mi boca, y la dejé ir cuando sentí que buscaba aire; en el proceso volví a encontrar sus ojos, le dediqué una sonrisa que incluso sin estarme viendo en un espejo supe que fue oscura a cagar. La muy desgraciada se revolcó en ese gesto, estiró la mano hasta encontrar el cabello de mi nuca y me arrastró hacia su cuello; el mensaje fue claro y yo atendí. Recorrí su piel con la lengua primero, tragó grueso, lo que me hizo reír antes de que empezara a repartir besos sobre su piel.

    La respiración de la chica rebotó en alguna parte contra mi cabello, sus dedos se afirmaron en mi nuca y en respuesta pesqué su piel entre los dientes. Lo hice porque sí, ni siquiera la marqué, y solo me detuve cuando su voz me alcanzó amortiguada entre la música.

    —Vamos —exigió casi encima de mi oído—. No vayas a dejarme así.

    Me arrancó una risa antes que nada, pero también me hizo reaccionar y prácticamente le devoré el cuello en respuesta. Deslicé la mano bajo su falda con algo más de descaro, delineé el contorno de sus glúteos y la escuché o más bien la sentí suspirar al aire. Claro que no culminé nada, solo tenté como un cabrón y me detuve de repente, separándome de ella.

    No la miré demasiado, pesqué su mano al vuelo y la arrastré por el espacio hasta que ubiqué el cartel de neón que señalaba los baños. Me colé en el de chicos sin dar explicaciones, entré al primer cubículo y apenas cerré la puerta detrás de nosotros me le fui encima. Su cuerpo rebotó contra la superficie detrás de ella, un quejido se le escapó de los labios y prácticamente apañé su boca en el aire.

    La iluminación del baño era bastante pobre, quería decir, eso de meter bombillas amarillas en un espacio con cuatro cubículos no era una genialidad si uno venía a echarse una meada, pero para bien o para mal mantenían algo del mood de afuera. Había podido detallar mejor la silueta del cuerpo ajeno en el brevísimo instante previo a continuar el desastre, también sus ojos de un tono sucio de azul, que de alguna forma me dieron la sensación de que la chica era mayor que yo y me hizo cierta gracia.

    No pude divagar demasiado de por sí, sus manos se colaron bajo mi camiseta y me empujé con más insistencia contra su cuerpo, profundizando el beso también. Enredé el brazo en su cadera, hice el tonto unos segundos antes de colar las manos bajo su top y encontrar sus pechos, la jodida se tragó algo que fue una mezcla entre suspiro y risa. A partir de ese momento el tiempo le metió gas y todo comenzó a pasar a velocidad, quería decir, más que antes.

    La comida de boca, las manos tentando apenas para preparar el terreno y la música rebotando en el espacio, desde afuera. Para cuando quise acordar el jodido corcho que era esta chica me había dejado sentado en el retrete, luego de haberme hecho ponerme el forro, y su cuerpo prácticamente cayó sobre mi regazo. Se presionó contra mí de inmediato, marcó un vaivén algunos segundos y mis manos encontraron su cuerpo de nuevo, un instante antes de que levantara las caderas para ajustar la posición y guiarme dentro de sí.

    El movimiento le arrancó un gemido que no se molestó en contener y a mí la sonrisa de mierda me alcanzó el rostro de nuevas cuentas, aunque me dejé un suspiro atorado en la garganta; presioné sus muslos, deslicé las manos hasta hacerme con sus glúteos y solo me liberé una para rodear su cintura. La sentí apoyar los brazos en mis hombros, los tomó de ancla básicamente y empezó a marcar un ritmo desquiciado.

    Su cabello castaño y fucsia se precipitó sobre mí cuando buscó mi boca, la recibí como pude y como se estaba titulando en volarme la cabeza del cuello bastó otra serie de gemidos de su parte para que le dejara el culo quieto con tal de subir la mano hasta la mata de pelo. La enredé en mi mano, lo hice con descaro, y tiré hacia atrás despegándola de mi boca y arrancándole un gemido directo de la garganta, pero la hija de puta no dejó de moverse y a mí ya el aire se me escapaba de los pulmones de manera bastante parecida.

    Come on, love —murmuré con la voz entrecortada, grave, y volví a tirar de su cabello—, keep it up.

    Era posible que no hubiese entendido una mierda, que sabía yo, pero estas cuatro paredes rompían el efecto de la Torre de Babel y se detuvo un solo segundo, ínfimo, para reajustar la posición antes de retomar el ritmo feral de antes. Todavía la tenía sujeta del cabello, así que me lancé sobre su cuello y entonces sí la devoré sin detenerme a pensar en nada; besé, mordí y marqué hasta que la mente se me comenzó a ir a negro. En lugar de soltarla, que hubiese sido lo decente, tiré de nuevo del punto de control que tenía en su mata de pelo y a como pude le dejé ir una mordida en el pecho entre el top desacomodado un segundo antes de reventar.

    El cerebro me quedó neutralizado.

    Ya no había mierdas a las que darle vueltas ni grietas en el cristal del terrario.

    Despegué la boca de ella, dejé caer la cabeza en la pared tras de mí y aunque ya a mí se me había terminado la fiesta, a ella le quedaba muy poco. Solté su cabello, ajusté ambas manos en su cintura y me acompasé lo mejor que pude a sus movimientos hasta que siguió el mismo camino que yo. Un último gemido le rasgó la garganta, sentí la presión de su cuerpo cuando la explosión le barrió el cuerpo y detuvo todos sus movimientos, dejándose caer encima de mi pecho. Se quedó tan quieta que cualquiera diría que la había palmado.

    El par de minutos que nos tomó volver a reconectar con nuestros propios cuerpos parecieron una eternidad, de hecho cuando se enderezó y se levantó para acomodarse la ropa sentí el cerebro espeso. Parpadeé, me deshice del plástico usado en el tacho de basura y mientras me estaba acomodando los pantalones, todavía sentado, la voz de la chica me alcanzó.

    —¿Cómo era tu nombre? —Todavía le iba la respiración como el culo, pero eran las consecuencias de sus propias acciones.

    No se lo había dicho en realidad.

    —Maze —resolví como si nada y escarbé en mi bolsillo por un porro.

    —Maze en plan, ¿laberinto? —preguntó—. Eres americano, ¿no?

    —Lo soy.

    Le había respondido ya con el puro entre los dientes, sacando el mechero para encenderlo, así que cuando afirmé le di un jalón. El humo me llenó los pulmones, lo retuve unos segundos y al liberarlo le extendí al cigarro a la chica.

    —Fumi dicen que te llamas.

    —Kafuku Fumi —completó recibiendo la hierba para darle una calada bastante modesta. Tenía el flequillo pegado a la frente por el sudor, hasta ahora que la veía fumar me di cuenta—. Micchi. Así me dicen las chicas, cuando no se enojan conmigo por dejarlas abandonadas diez minutos.

    Quería decir, tenían derecho a reclamarle y preocuparse también.

    —Kafuku like, ¿calamidad y bendición? —dije ignorando lo demás y ella asintió con la cabeza mientras me devolvía el porro—. Un apellido un poco fuerte para una chica.

    El comentario la hizo reír, pero se encogió de hombros y luego de revisar que toda su ropa estuviese en su sitio alzó la vista al techo. Las bombillas le dieron un aire un poco ominoso, con el rollo de su apellido sobre la mesa, pero no duró mucho porque abrió la puerta y salió del cubículo para lavarse las manos sin importarle estar metida en el baño de hombres. Yo la seguí unos segundos después, hice lo mismo y ella se despidió antes de dejar el espacio para volver con sus amigas seguramente.

    Al salir del baño fui a la barra, pedí otra cerveza y me fui a la zona de los sillones. Me dejé caer en el primero que encontré vacío, relajé la cabeza hacia atrás y comencé a beber bastante lento, con la música haciéndome eco en el cuerpo ahora exhausto. No sé cuánto tiempo pasó, diez minutos, media hora o una hora completa, pero lo que me regresó al mundo fue el peso de un cuerpo cayendo sobre mi regazo.

    Di un respingo, pero al enfocar la mirada y recordar que tenía una cerveza en la mano (que no se me había caído de milagro) me di cuenta de que era Katrina. Lanzó las piernas, envueltas en medias negras hasta el muslo, sobre el reposabrazos e hizo lo mismo con su cabeza, en resumen me usó de catre.

    —Kai-chan —dije en voz baja, bueno tanto como lo permitía la música del lugar.

    Did you have fun, handsome? —preguntó con los ojos cerrados.

    Las luces, más tenues que en el otro lado del lugar donde estaba la gente apiñada bailando, le arrancaron destellos sutiles al negro intenso de su cabello y a las mechas rojas, un poco desteñidas. Su mano alcanzó mi pecho, se entretuvo haciendo líneas azarosas y yo hice un sonido afirmativo.

    As much as you did, my General —contesté, arrancándole una risa liviana—. Is he good?

    Nothing impressive, just good enough —admitió.

    Su respuesta fue predecible, no añadió mucho más y me quitó la cerveza para darle un trago. Arrugó los gestos porque estaba tibia, lo había notado antes, pero pues nada que hacerle. Se bebió una parte, me regresó la botella y relajó la cabeza en el reposabrazos otra vez. Mantuvo los ojos pegados al techo, en las luces que bailaban a un ritmo más lento, pero cuando cambió la canción por una que no terminaba de pegar con el ambiente a pesar de que se notaba que era un mix diferente o eso intuía, la vi sonreír para sí misma.

    —¿De qué conoces al tal Ikari de todas formas? —pregunté un poco porque sí y porque la respuesta de Byakko había sido ambigua a cagar.

    —La madre de los Ikari financia exposiciones de arte en todo el corazón de Tokyo, el mayor, el que le heredó este agujero a Rowan, dejó todas sus manías tiradas apenas fue admitido en la Universidad de Artes de Tokyo —respondió sin mirarme—. Usaba este sitio como bar y metía bandas underground a tocar de vez en cuando. Bueno, la cosa es que topé con los Ikari en una exposición de arte hace como seis meses y Rowan me invitó. El resto se cuenta solo.

    —¿Y el otro?

    —¿Sakai? ¿El del tigre en el cuello? —Buscó confirmar y asentí con la cabeza a su pregunta—. Amigo de Rowan nada más. I mean, todo lo amigo que pueda considerarse, los Sakai están forrados igual pero ambos son un par de niños problemáticos. No me meto en esas mierdas, Maze, no a conciencia al menos. Que yo sepa tienen controlado Bunkyō, que de por sí no es un barrio demasiado problemático si ignoramos la existencia de Tolvaj respirando aire en este pedazo de tierra. Solo vengo por el alcohol y el polvo, la verdad, and Ro is kinda interesting so it works for the both of us.

    Hice un sonido afirmativo, no pregunté más y lo dejé estar, aprovechando el tiempo para bajarme lo que quedaba de la cerveza. Eso le dio chance a la canción para terminar, momento en el que Katrina se levantó de mi regazo, se acomodó la falda y me miró desde arriba.

    Un haz de luz roja recortó su figura, fue como si le pusieran una corona de luz que le dio el aspecto de un ángel desterrado del cielo o algo, y me tragué la risa. Atajé su idea al vuelo y como no pretendía volver a casa pronto, dejé la botella de cerveza en el suelo y me levanté sin demasiada prisa.

    Ella lideró la marcha hacia el exterior, nos quedamos afuera apoyados en la pared frente a la entrada del lugar y la vi sacar un cigarro para encenderlo. El humo del tabaco no tardó en llegarme a la nariz, inhalé despacio y saqué el móvil en lo que Katrina fumaba, solo para darme cuenta que tenía un par de mensajes de mi madre, eran de hace un par de horas.

    Teníamos un evento para unos ejecutivos, el día estuvo de locos 00:40
    Prepara la maleta para el campamento, cielo 00:45
    Qué descanses 00:49


    No respondí porque imaginé que eran los últimos mensajes que había enviado antes de caer frita, así que no quise correr el riesgo de despertarla y solo regresé el aparato al bolsillo. Después de haber hecho eso Katrina me dio un codazo en las costillas, extendió el cigarro hacia mí y yo lo recibí sin problema, aunque solo le pegué una calada antes de devolvérselo.

    En medio de los ruidos de la noche, que iban desde algunos grillos perdidos en la selva de cemento, autos y la música que salía por la puerta por la que habíamos abandonado el recoveco que administraba Ikari, un motor rugió. El sonido rasgó el aire, prácticamente lo cortó como mantequilla y me hizo desviar la atención a su aparente origen, al final del la callejuela interceptada por una de las calles secundarias.

    Bajo la luz de uno de los postes la motocicleta roja y los tatuajes resaltaron un instante casi imperceptible, seguro en el momento en que tuvo que bajar la velocidad para meterse en esa dirección. El motor volvió a rugir, me vibró en el cuerpo antes de que el sonido se perdiera en el aire, como la advertencia de un tigre directo en la cara.

    —¿Llevaba uniforme? —Escuché que preguntó Katrina.

    —Creo, de mesero o algo del rollo.

    —Jamás se me hubiese ocurrido que Shimizu fuese capaz de hacer dinero limpio, pero de todo hay en la viña del Señor, ¿no?

    I guess so —respondí sin demasiado entusiasmo.

    —No te cae muy bien, se ve.

    —¿Debería? —pregunté con cierta brusquedad que no logré controlar.

    —Para nada.

    Despegué la mirada de la calle por donde había pasado el gang boy, la deslicé al cielo cubierto a medias por los edificios y suspiré con pesadez, incapaz de ver una sola estrella en ese pedazo de firmamento contaminado. No tenía ninguna información para hacer dos más dos ni nada y mucho menos se me ocurriría por mi cuenta que lo tenían de mesero, de bartender y de recadero seguramente, para pagar una deuda que le habían tirado a Sasha. El desconocimiento me mantendría en paz hasta el lunes, aunque no lo supiera.

    Hasta entonces, seguiría metido en mi terrario.
     
    • Fangirl Fangirl x 2
  19.  
    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

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    Por pura obsesión te sigo haciendo la conexión con la triada 459, el contemplador: INTUITION 4, REPRESSION 5 Y HARMONY 9, you're welcome.

    Permiso para mi egocentric ass de 4, but: This lo comparo un poquito, más que comparar, hago un paralelismo con Margarita. Ella también extrañaría mucho los bosques y de buenas a primeras evita los lugares que le recuerden a Jacob, que es su figura ausente :c

    Big nine ass here, oh, boy.

    OMGGGG ES ÉL, ES QUIÉN CREO QUE ES?
    *Hype intensificado*


    Chica, lo mucho que he disfrutado toda la narrativa hasta ahora is a big cheff kiss, es que me imagino todo casi como una película y eso es genial.
    Película anime, of course.

    APARECIÓ EL *BRILLITOS* AMIGO *BRILLITOS* de Gianna.

    *C muerde el labio con cara de fuck boy cringe*

    *Toma nota pa crearse a su crío *

    Alma vibes and that's so cute.

    Le cuesta tanto sacarse de la cabeza a Shimizu que me cuestiono si le gustas más Sasha o él, upsy

    Más motivo para que Gianna vaya a emborracharse allá sin temor a que le toquen un pelo. Digo qué.
    Freak note para tu conveniencia: Gianna cantó de tres a cinco veces con los chicos de sus pueblos canciones tan desquiciadas como ella.

    Two maks
    Narcisista con sádica, pues no muy weird tu comparación, Maze, ¿qué quieres que te diga?
    Gianna perfectamente podría hacer eso too.

    Hey, creo que ahí querías colocar dio uwu
    Amiga, ya te dije QUE ANDO HOMORNAL, NO ME HAGA- mentira, encantada uwu.

    JAJAJAJAJAJAJA

    Gianna: Fuck the rules, quiero ver cómo la gene se jode la vida mientras tomo un trago suave y awita.

    EPA, VEO A FEMENINE CRUSH?


    Me encanta como 9 + 5 = instinto de preservación.

    Me encanta.

    BIG nine en 9 + 54
    Yo: OMGGGG *Ojitos de estrellas*
    Gianna: Que asco

    Maze, cada día te quiero más que ayer y menos que mañana.

    Solo decir que me reí de lo bueno que esta, because i'm a shy girl and I'M NERVIOSA.

    Cool.
    Me dejó clarito todito que cuando quieras te saco el doujinshi (Cuando quieras = sepa dibujar anatomía sin ropa y en poses raras, que cuesta un chingo)


    JAJAJAJAJA 10/10 This is literature
    Y SOY ESTUDIANTE DE LETRAS, así que tengo fundamentos unú

    Perdón, estas cosas me dan mucha risa.

    Cool, no sabía eso.

    Que bakan el apellido, ya me gustaría a mí tener algo como eso, pero al menos tengo uno que dice "Resurgir entre las cenizas" o algo así.

    JAJAJAJAJJA EXCUSE MUA, me encantan. Todo angry eigth necesita su ghosteador nine.

    Maze diciéndole general a Katrina is *Cheff kiss* and excuse me, peroooooo TAKANO Y YUZUKI, tenía que mencionarlos, porque ellos también son dos big general.

    I'm proud, no usé traductor de google y entendí todo XD

    Ya sé cómo meter a Ruka, thanks.

    Tú te ríes y a mí me dan ganas de dibujarla, cabrón.

    That's so cute :C
    En ese aspecto me recuerda un poco a Yashi, sus padres viven en el trabajo y por más que lo quieran, Yashi es ama de casa (?)

    Interesting

    Tch, My heart :c
    My heart again :c

    That's so 945, qué decirte.


    HELLOOOOO. Primero: ¿Qué le dijo una luz, a otra luz? Vente conmigo, que juntas brillamos.
    Badum, dusss.

    En fin, luego de ese roleo por andar con la foto de Cyno, procedo a comentar:

    Diré lo que más me gustó aparte del hilo narrativo en sí, que estuvo *cheff kiss* la espera valió cada palabra elegida y meditada.

    Me gustaron: Los personajes, toda la imagen que lograste crear en mi cabeza, muy dinámica y fácil de seguir. La *Brillitos* Vibes *Brillitos*

    I'M SO PROUD. Sé lo mucho que te costó narrar a esta crío, y lo lograste, te a quedado genial y siento que al menos conocí más de Maze y, con eso, creo que podría confirmarte que lograste tu cometido de lograr hacer un fanfic con él <3

    Así que nada, aquí tiene su coronita, que te lo mereces, because YOU ARE KING.

    En fin.

    Me encantó, me encantó ver tanto personaje, me ENAMORÓ leer a Katrina, because, me dará mucho miedo y no sería la chica con la que yo entablo una amistad, PERO SÍ LA QUE ME crushea de solo verlo, muy *brillitos* Atractiva *brillitos*

    Así que nada, me diste donde más me gustaba. El sex lo narras re bien, 10/10, muy clarito todo y me gusta, porque por ejemplo, si yo quisiera hacer un fanart de esta wea, me la imagino re bien, PORQUE LOGRAS describirlo de maravilla, nada es confuso y se me hace todo más bien fluido.

    Oh, boy, habrás dado cringe con la mori de pequeña, pero mejoraste a medida que crecí, así que puedo confirmarlo: I'm a dumb and little fangirl, te abro el club de fangirls de los escritos de Pau si quieres, no me importa que solo esté yo y Kaisa, que sería yo, pero con otro nombre de incógnito.

    En fin, eso. No es tan objetivo ni técnico el comentario, porque yo vine acá a chillar y eso es lo que hice.

    Muak, muak, thanks for the dinner.
     
    • Fangirl Fangirl x 1
  20. Threadmarks: XXXIX. The Page of Cups x The Ace of Swords x The Four of Cups
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

    Leo
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    Escritora
    Título:
    XXII. The Alchemist [Multirol | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    50
     
    Palabras:
    4620
    Yo: no sé si me dé la vida para el fic
    Also yo: *posteando el fic en cuestión multitaskeando entre limpiar la casa y terminar un proyecto*

    Gigi Blanche como te dije, te iba a invocar cuando lo aventara pues porque es Arata tanteando el terreno con Ikari and stuff para el *brillitos* negocio *brillitos* so here I am juju
    Empieza narrando Rowan (The Page of Cups) luego cambia a Arata (The Ace of Swords) y cierra narrando él. Al final colé a Torahiko porque está pegado como moco a Rowan, me sabrás disculpar (?) Tremendo relleno la presencia del wey JAJAJA

    Anyways vendría a ser canon para la noche del día que acaba de pasar en Gakkou, aka el 3 junio aka el día del observatorio-

    El fic me sirvió para poner la neurona a carburar, porque estaba medio bloqueada con los fics and stuff, así que lo disfruté. No tengo aclaraciones particulares, creo.




    Who's gonna be to blame today?
    I admit it, I ain't ready to face myself.

    .
    Why she love me so much?
    Why she only want my time?
    Why she crying when I leave?
    Why she can’t respect my grind?

    .
    Why I can’t accept love? Why it make me feel weak?
    Why I know that I should listen but I can’t help but speak?
    Why I can’t hug my pops, like he ain’t give me life?
    Why I think about his health and every time it make me cry?
    Why I tell myself to stop, that I’m acting like a bitch?



    XXXIX
    [​IMG]
    The Page of Cups
    x
    The Ace of Swords
    x
    The Four of Cups

    . Ambition . Apathy . Diligence .


    | Arata Shimizu |
    | Rowan Ikari |

    *

    *

    *

    The Page of Cups



    El mensaje de Honeyguide había sido repentino pero no me importó demasiado, lo vi pasado un rato y le respondí que le enviaba las fotos cuando me desocupara. Eso sucedió cuando llegué a casa luego de la escuela, el papeleo infinito y de cerrar mis asuntos en el club de arte de ese instituto; me puse a rebuscar la galería para enviarle las fotos, algunos trabajos a gran escala, otros a mediana y los de pequeña, joyas hechas a mano en su mayoría. Había dejado de trabajar en eso hace un tiempo, cuando mi hermano me dejó el control del recoveco de Bunkyō y toda la mierda, pero la memoria muscular seguía allí.

    El rubio me contestó en otro punto de la tarde, me dijo que gracias y que se las enviaría a la famosa amiga en cuestión. Pasaron diez minutos cuando escuché el tono de otra notificación, pensé que sería de Tora que había dicho que pasaría por casa a cenar, pero no, era de Honeyguide otra vez.

    Tienes tiempo más tarde? 18:50
    Voy al Hibiya a dejar unas cosas, por si quieres darte una vuelta 18:51


    Ya 18:51
    Te importa si me acompaña alguien? 18:52

    El tigrito que estaba en el bar, supongo? Nah, me da lo mismo 18:53
    Nos vemos a las 9 y tantas 18:53


    Ni siquiera me molesté en preguntar qué coño iría a hacer a Chiyoda, no tenía mucho caso, pero el tío me había caído bien así que eso me bastaba. De alguna forma me recordaba a Tora, eran un poco tocahuevos sin venir a cuento pero no parecían mala gente en líneas generales. Eso si ignorábamos los embrollos de Tora con la autoridad, las citas del psiquiatra que intentaba esquivar y el resto de mierdas; detalles más, detalles menos.

    De todas formas el fin de semana le había preguntado a mi hermano por el dichoso Honeyguide, porque mejor prevenir que curar, y la respuesta que me dio fue una sorpresa que solo el tiempo diría si era grata o desagradable, porque en este momento el chico, que respondía al apellido Shimizu, no parecía ser la gran cosa. De hecho, para tener diecinueve años el cabrón tenía una cara de cansancio que era casi preocupante, pero pues ese no era asunto mío. Cada diablo cargaba sus pecados como mejor podía y si no pedían ayuda, no era apropiado meter demasiado las narices, sobre todo si solo habíamos intercambiado algunas palabras.

    En cualquier caso, pronto fue hora de la cena y Sakai apareció por la puerta principal de casa levantando a la altura de su cabeza una caja de cartón con la etiqueta de una repostería pegada en el frente. Era su ofrenda protocolaria para venir a meterse aquí, cuando se le olvidaba mi padre incluso lo molestaba un poco, así que se había vuelto una suerte de ritual y todos lo dejábamos estar.

    Cenamos sin prisa, pues porque a esa altura del día nadie la tenía, hablamos de cualquier cosa y cuando me puse a recoger la mesa fue que saqué el tema. Fue un aviso más que una solicitud, la verdad, como siempre.

    —Saldré en un rato —dije mientras me llevaba los tazones de arroz—. No creo volver pasadas las once.

    —¿A dónde vas, Rowan? —preguntó mi padre que se había puesto a leer un artículo en el móvil y mi madre estaba husmeando por encima de su hombro luego de haber recogido un par de vasos.

    —Ah, veré a un chico que conocí hace unos días. Es de mi edad —completé desde la cocina.

    —¿El rubito aquel de la cabeza medio rapada? —Quiso confirmar Tora.

    El ruido de una bolsa anunció que ya estaban sacando el postre que había traído, así que aproveché el viaje para llevarles platos, un cuchillo y cucharas por si las necesitaban. Eran un pastel de queso de lo más esponjoso, lo vi cuando llegué, y me permití una risa al notar a mi madre casi lanzarse sobre el cuchillo para dar el primer corte.

    —Está bien, Ro. Solo no vuelvas muy tarde —respondió ella aunque no le sacó los ojos al postre—. ¿Tora va contigo?

    —Supongo que sí —respondió el aludido con la boca llena, porque le había dado un bocado inmenso al trozo de pastel que acababan de servirle—. ¿Qué sería de Rorin sin mí?

    —Un mejor aporte a la sociedad, seguro —concedí junto a una risa y rechacé la rebanada de pastel que me ofrecieron.

    —Acompaña a Sakai-kun a su casa en la vuelta.

    La advertencia había venido de mi padre, así que asentí con la cabeza y me llevé los vasos que mi madre había dejado a un lado al distraerse con el postre. Lo que menos necesitaba Tora era un guardaespaldas, el hijo de puta era una amenaza, pero se había encargado de forjar una imagen de buen chico frente a mis padres a pesar de sus pintas. Era el muchachito que venía a cenar, traía el postre y con quien yo pasaba más tiempo, ni más ni menos.

    No había nada raro en él.

    Porque así lo establecía el loco de mierda.

    Con el anuncio hecho a eso de las ocho y cuarenta salimos de casa en dirección a la estación para tomar el metro de las nueve a Chiyoda, que nos dejaría cerca de nuestro destino en unos veinte minutos. Ya el cielo estaba oscuro, las estrellas se ocultaban tras las luces que recortaban sombras en los objetos y en nuestras siluetas; la noche estaba fresca, soplaba una brisa que nos revolvía el cabello y justificaba que fuéramos con chaqueta.

    —¿Y entonces, Rorin? —preguntó Sakai cuando conseguimos un asiento en el metro.

    —Bah, hablamos ese día y quedó de invitarme una cerveza cuando nos volviéramos a ver. Parece que trabaja para el dot&blue, en Minato, al menos de forma temporal —expliqué mientras baja por mi feed de Instagram—. No me dijo qué hacía en Bunkyō. Tampoco creo que importe demasiado.

    Sakai ladeó la cabeza, el cascabel de su pendiente me alertó del movimiento y alcé la vista solo para notar su reflejo en un espacio del vidrio, donde no lo tapaban las otras personas. No podía decir que el idiota fuese paranoico, prefería llamarlo instinto, pero en ese momento al reparar en sus ojos amarillentos supe que estaba buscándole la quinta pata al gato.

    Muchas veces ese tipo de pausas me habían ayudado a reparar en cosas que había ignorado, porque aunque estaba en ese mundo me faltaba algo de malicia en algunos asuntos puntuales. Los ojos de Sakai veían de forma más clara, menos emocional también, y por ello lo necesitaba. Era una suerte de balance, una máquina de rayos X a mi servicio. No sabía para qué le era útil yo, pero en tanto lo siguiera siendo suponía que se quedaría a mi lado.

    Honeygu-

    —Era un Capitán de los chacales de Chiyoda, lo sé —respondí regresando la atención al móvil—. Mi hermano me habló de la estructura del Imperio cuando le dije que lo había conocido. Yako había querido aliarse con él antes del accidente, era lo próximo en su lista pero no le dio tiempo.

    —¿Y qué crees que quiera? Digo, no se ve como la clase de imbécil que haga amiguitos porque sí aunque hable hasta por los codos.

    —Dudo que quisiera algo el día que habló conmigo —reflexioné unos segundos después, bloqueando el móvil—, si lo que insinúas es que quiera algo ahora no lo descarto. No debería preocuparte demasiado igual, por muy Capitán que haya sido ahora no es más que un carroñero. Come sobras para sobrevivir, a sabiendas de que sólo dejará el tablero cuando muera… Sin ascender por la estructura. Es irónico que a sus quince años haya sido de los temidos y ahora sea una sombra, eso sí.

    —Debiste mandar a alguien a seguirlo antes, si pretendías juntarte con él en algún momento —advirtió de mala gana.

    —¿Eres idiota, Tora? —repliqué, bufido incluido, y lo miré con el rabillo del ojo—. Es un carroñero de un tipo muy específico, maneja ciertos caudales de información y los manipula si eso lo beneficia. Si mando a alguien a seguirlo, y déjame decirte que no tenemos a ningún buen sabueso para ese trabajo, se daría cuenta en dos segundos. No quiero enemigos al pedo, eso lo sabes, pasamos inadvertidos en líneas generales y quiero que siga siendo así.

    El chico suspiró con cierta pesadez, desvió la vista hacia un costado y no dijo mayor cosa. Puede que para el culo problemático de Sakai, que se la pasaba cagándose en las figuras de autoridad que le parecían débiles, buscando motivos para apalearse con cualquiera y crear caos cuando estaba demasiado aburrido mis formas de proceder fuesen lo más sin gracia del mundo. Quizás fuese el aguafiestas de su vida, pero el imbécil seguía a mi lado y se comportaba cuando se lo pedía.

    Si realmente hubiese querido ponerle un rastreador a Honeyguide lo habría hecho él mismo, pero en su lugar me lo comentó y ante la negativa renunció sin dar pelea. No significaba que fuese a eliminar toda sospecha del rubio, lo sabía, era un poco intenso con esa clase de cosas, pero al menos dejaría que el asunto siguiera el flujo sin interrumpir nada como yo se lo estaba pidiendo.

    Tener al tigre domado era una ventaja.
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    The Ace of Swords

    Estaba cansado, para qué decir otra cosa, la gracia en el observatorio del Sakura me había sacado el alma del cuerpo y con ello la cuota de energía suficiente para dejarme aturdido el resto del día. A pesar de todo tenía cosas que hacer esa noche, los cuchillos que le habían quitado a Cayden habían restado algunos números al dinero del mes pasado, eso y las medicinas que había tenido que comprarle a Izu por el episodio de fiebre o quién sabe qué que había tenido. Pude pagar los servicios a tiempo, pero la compra de inicio de mes estaba un poco más difícil.

    El asunto se solucionaba fácilmente, eso sí, un par de rumores al precio de siempre bastaban para conseguir la pasta para ir a comprar cosas que duraran al menos unos quince días junto al salario de mamá. Las golosinas de mis hermanos esperarían a medio mes, eso sí, pero eso pasaba casi siempre así que no era nada demasiado raro.

    Luego de que Ikari me mandara las fotos se las había reenviado a Sasha, al menos las que creí que nos concernían para saber que estábamos en la misma página. Incluso si al crío le faltaba algo de experiencia en el mundo real, creía que tenía potencial y si trabajaba bien y con la discreción suficiente podría recibir ayuda de su maestro hipotético cuando hiciera falta, sin decirle los motivos.

    Todo eso suponiendo que aceptara, claro.

    El tema era que prefería conversarlo con Ikari directamente y ya que había salido de casa podía matar dos pájaros de un tiro, así podía descansar mañana en la noche porque sin duda lo necesitaba. Que el otro apareciera con su tigre de bolsillo me la traía floja, un rey sin mano derecha a veces era más preocupante, así que podía comerme la presencia del rayado si eso implicaba poder establecer un negocio con Ikari.

    Concretar otra forma de pretender robarle a los que nos robaban a nosotros.

    Aparqué la moto en el estacionamiento, recorrí la calle periférica del parque hasta una de sus entradas y luego de recorrer algunos metros bajo la luz de las farolas encontré a mi par de compradores, por no decir chismosos. La información que poseía era de mi propia sangre, por desgracia, pero a ellos les serviría para cualquier mierda. Podían cobrarles a otros por ella o salvar sus culos con ella, así fuese un día.

    Licaón se encargó de Shimizu Ryouta.

    La deuda con Minato fue saldada.

    Están pendientes las demás.

    Si sigue vivo su cabeza tiene precio.

    ¿En dónde podría estar?

    Eso deberás preguntárselo a alguien más.

    La última respuesta cerró la conversación con cada uno de los interesados, cuatro en total, y pronto tuve quince mil doscientos yenes en el bolsillo. Era dinero sucio, dinero de mierda, pero dinero a fin de cuentas y eso bastaría. ¿Podría solo haberle dicho a Sasha que necesitaba la pasta? Sí, pero incluso sin la deuda de los estúpidos de por medio habría estado corto de fondos por eventos totalmente ajenos a esos. No había una diferencia sustancial respecto a otros meses, pero los pagos del bar me ayudarían de ahora en adelante y eso, tan siquiera, era una certeza.

    Cambiaría la naturaleza del flujo de dinero por un tiempo.

    Con el último negocio cerrado enderecé los pasos hacia el estanque Unkei, todavía había algo de movimiento de personas corrientes y tal, pero nada exagerado. No tardé en conseguir un lugar apartado, me quedé cerca de la orilla del estanque y le envié un mensaje a Ikari diciéndole dónde estaba. Pasaban de las nueve y quince.

    En lo que el tipo aparecía encendí un puro, le di una pitada modesta y retuve el humo unos segundos. Al liberarlo recorrí el estanque con la vista, las luces rebotaban en su superficie, bastante calma aunque soplaba una brisa suave desde el Este. El viento arrastraba el aroma del agua, de la corteza de los árboles y de la ciudad en un revoltijo extraño, pero que me hacía sentir en casa.

    Eran las ruinas del Imperio de Kao.

    Me sentía un poco más liviano después de haberle contado a Sasha por fin de la existencia del mayor de los Kurosawa, era innegable, pero también seguía obligándome a mirar el cráneo con corona que había sacado de las profundidades de mi memoria. Al pensarlo se me anudó la garganta, para disimularlo le di otra pitada a la hierba y desconecté el cerebro a medias.

    Honeyguide —llamó una voz desde atrás.

    Reconocí que era Ikari, aunque antes de que hablara el sonido de un cascabel me había alertado de la presencia del tigrecillo. Su pendiente era un anuncio, uno que suponía podía ser bueno o malo dependiendo de quién fueras o dónde lo encontraras. De hecho tenía una reputación de mierda previo a juntarse con Ikari, al menos eso decía el río de información. Si no lo habían metido a la correccional era pura suerte o que se limpiaba las manos de alguna manera.

    ¿Cómo un crío sin delirios de grandeza dominaba a un loco de mierda?

    Giré el cuerpo, apagué el puro y lo zambullí en el bolsillo del pantalón, el movimiento me permitió ver a Ikari. El pelirrojo me dedicó una sonrisa tranquila, estiró la mano y la choqué en un saludo bastante corriente; me recorrió con la vista, me di cuenta, y la sonrisa se le estiró en la comisura de los labios al reparar en los costados de mi cuello, pero no dijo nada.

    —¿Buena noche? —preguntó, detrás de él estaba el tigre y me miraba con indiferencia.

    —Todo lo buena que puede ser una noche entre semana. ¿Qué tal la tarde, Ikari?

    El chico se encogió de hombros, dio un par de pasos para acercarse más a la orilla del estanque y se acuclilló para mirar la superficie del agua. La brisa le alborotó el cabello, los mechones negros erráticos, y la capucha de la chaqueta verde oscuro que llevaba encima.

    A nuestra espalda escuché el cascabel del otro, pero también oí su cuerpo al dejarse caer en una banca algunos metros más allá. Su recelo se me antojaba de lo más arbitrario, pero no podía importarme menos así que lo dejé estar. Me acordé de repente de la bolsa de papel que había cargado desde que bajé de la moto y le toqué el hombro con ella a Ikari.

    Recibió la bolsa, la abrió y sonrió para sí mismo al ver que eran tres latas de cerveza. Sacó una, me la extendió, luego la segunda y la tercera la dejó en la bolsa; abrió la suya mientras se incorporaba.

    —¿Y bien? ¿A tu amiga le interesan los metales?

    —¿Ah? Sí, un poco —atajé al conectar neuronas, aunque me tuve que tragar la risa al recordar el numerito consecuente—. Le gustó cómo trabajas, creo.

    —Me halaga —resolvió con cierta emoción colada en el tono—. Podrías llevarla al bar un día. No es la gran cosa, ya sabes, pero el sitio es seguro.

    Asentí con la cabeza a pesar de que no sabía si lo haría o no, pero pues por responderle algo. En el proceso abrí mi lata de cerveza, le pegué un buen trago y vi que él hizo lo mismo.

    —¿No le darás la otra a tu amigo?

    —Cuando se le pase el berrinche —contestó entre divertido y serio—. No confía en ti.

    —En su defensa, nadie debería.

    —No es eso lo que dice la memoria del Triángulo, Capitán —apañó con calma y a mí se me escapó una risa nasal—. Alguien confió en ti en el pasado. Tora solo es, bueno, algo exagerado.

    —¿Se puede confiar en tu tigre, Ikari?

    —A ciegas. No moverá un músculo en tanto no lo autorice.

    —¿Te crees capaz de imitar joyas? —Quise saber por fin en voz baja, lo suficiente para que Sakai no escuchara a pesar de la pregunta que había hecho antes.

    El pelirrojo giró el rostro para mirarme, una chispa de burla le recorrió el semblante pero al ver que yo hablaba en serio desapareció. Tomó aire, bebió algo de cerveza y volvió a mirar el estanque como si fuese lo más interesante del mundo.

    —Podría lograrlo —afirmó—, pero la materia prima es otro tema. Dependiendo de la calidad de la joya necesito materiales de la misma naturaleza y menor calidad o que puedan emularlos de forma convincente. Necesito un proveedor, podría empezar con el material que hay en inventario pero no creo que rinda más de un par de semanas.

    —Tienes un maestro, ¿no?

    —Lo tengo, sí. Maestra de hecho, mi propia madre —completó y yo chasqueé la lengua—. ¿Qué respuesta esperabas?

    —Un maestro que no se molestara con los orígenes del trabajo con el que le pidas asesoría —respondí y al otro se le soltó una risa.

    —No estamos limpios, Honeyguide, no del todo al menos. Las galerías de mi madre, algunas las financia la irish mob —completó con los ojos puestos en el agua todavía y yo fruncí el ceño—. Al viejo Dunn le gusta el arte y tiene amor por la vieja sangre, se ve. Los detalles importan entre poco y nada, el punto es que hay un flujo de dinero impuro en mi hogar, bien disfrazado eso sí. Si le pido ayuda con ciertas cosas de determinada forma, no me hará preguntas.

    —¿Qué vieja sangre si tienes apellido japonés, cabrón?

    —Mamá es irlandesa —resolvió, sereno—. El tema no es ese de todas maneras, ¿quieres imitaciones? Las tendrás en tanto repartas la pasta.

    —Ese asunto lo tendremos que conversar entre todos, alquimista —advertí bastante serio, a él le dio risa la forma en que lo llamé y yo bebí más cerveza.

    —Todos suena a manada.

    —¿Piensas que una genialidad de estas se me iba a ocurrir solo? Además llevo años sin robar —expliqué con calma, elevando la vista al cielo oscuro y sin estrellas—. Hay un cuco en cierto nido, digamos. Un ave más grande reemplazando a otras más pequeñas en tamaño sin que se den cuenta… solo quien la plantó en el nido sabe su potencial real, supongo.

    —Pecando de prejuicioso asumo que es una ella. ¿La amiga que usaste de excusa para iniciar la conversación? No hace falta que respondas… Ah, el paso de los años le ha dado a las chicas un poder asombroso. Son mucho más listas, ordenadas y rencorosas que nosotros, ¿te das cuenta, Capitán? Una combinación por demás peligrosa. Los viejos tardaron demasiado en cederles poder y tuvieron que buscarlo ellas mismas, pero tendríamos un tablero diferente si las hubiesen dejado entrar antes en vez de llevarlas a su límite. —La risa que le surgió de la garganta fue diferente, apenas más oscura, y recordé que era el amo de su barrio aunque el poder le importara un carajo—. Bien. Sería una falta de respeto absoluta seguir hablando sin tu socia presente, me parece a mí. El asunto queda abierto a negociación hasta entonces, preséntame con el pajarito cuando quieras, estoy abierto a hacer negocios con ambos dependiendo del beneficio que me signifique.

    La brisa volvió a revolverle el cabello y lo observé con el rabillo del ojo, pensando que de alguna forma su pequeño reinado había corrido un destino similar al de Chiyoda. Ya de por sí Bunkyō no era demasiado destacable, por eso Yako había querido absorberlo antes de darles la oportunidad de notarlo, pero en el momento en que nuestro líder cayó también lo hizo la posibilidad de Bunkyō, en manos del mayor de los Ikari, de subir.

    Lo que Rowan ahora tenía en sus manos era una fuerza reducida, enfocada en aislarlos del resto del caos que ocurría a su alrededor, y puede que fuese más sano para ellos, pero era inevitable pensar en cómo estarían viviendo si las cosas hubiesen sido diferentes. El mundo visto desde algunos peldaños más arriba podía ser muy diferente, yo mismo lo sabía porque ahora vivía al ras del suelo luego de haber escalado apenas un poco en la jerarquía.

    Me pasaba la vida queriendo fingir que la existencia de otros no tenía mayores implicaciones, pero el destino de varias docenas de idiotas habría cambiado si Kaoru siguiera vivo. El mío, el de todos los demás chacales, el de los amigos de Kao fuera de este círculo y de los cabrones de los barrios que hubiéramos absorbido.

    Así se veían interrumpidas las vidas de otros por mi existencia.

    Y la mía se interrumpía por otros.

    —Pues bien. Veré cuándo podemos acordar una reunión para todos~

    El pelirrojo asintió con la cabeza, le dio un trago a la cerveza y se excusó un momento para dirigirse a donde estaba su amigo. Seguí sus movimientos sin ninguna intención particular, así que vi cómo le ofreció la cerveza y el otro se lo pensó unos sólidos segundos antes de aceptar, al mismo tiempo se levantó y ambos regresaron a donde estaba yo.

    Me miró de reojo, ni siquiera lo disimuló, pero no me dirigió la palabra hasta que abrió la lata y le pegó un trago bastante importante. Paladeó la cerveza, soltó una risa floja que fue un reflejó de las mías y después respiró por la nariz con cierto hastío.

    —Obviamente traerías la cerveza más barata que encontraras en el Triángulo, pajarito —resolvió con la diversión bien impresa en el tono.

    —Compórtate, Tora —lo reprendió Ikari, firme.

    —Guarda las uñas, tigre —advertí y me incliné apenas en su dirección, invadiendo su espacio—. No le debo nada a tu amo, si me tocas demasiado las pelotas lo resolveré yo mismo. ¿Quieres comer metal tan temprano un día de semana? No creo. Relaja el culo.

    El mocoso me estudió con sus ojos amarillos, arenosos, y en ellos encontré un vacío que nunca había visto en mí mismo. Fue extraño, como si en el interior de su cabeza no hubiese nada que leer, pero me di cuenta que era porque así lo disponía él y punto.

    Su figura se fundió un brevísimo instante con la de Tolvaj, desaparecida desde hace semanas de la faz de la tierra, y aunque parecía significativamente menos errático que ella había una similitud a la que no pude darle nombre. Era como mirar un pozo vacío, en la oscuridad no parecía haber nada, pero si te lanzabas al fondo te podías partir las piernas.

    No dijo nada, bebió una segunda vez y se encogió de hombros. Sus movimientos eran anunciados por el cascabel que sonaba más alto o más bajo dependiendo de la intensidad de los mismos, pero estaba siempre allí. Le regresé su espacio, el otro pareció aceptar quedarse quieto lo que restaba de la noche y permanecimos en el Hibiya cosa de una hora, como mucho. A eso de las diez y treinta Ikari se puso en marcha, apresurando al tigre, porque había que madrugar al día siguiente y no sé qué. Poco sabía yo que el par de idiotas llegarían a la academia mañana.

    Los dejé irse, pero yo consumí aire en el parque un rato más y para cuando decidí volver a casa estaban por ser las once. Me pesaba el cuerpo, tenía sueño y estaba cansado, pero en lo que me concernía había sido un día por demás productivo. Lo que saliera de hoy se vería en el futuro, eso sí.

    Después de todo estábamos haciendo el trabajo de Dios.
     
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