Shimizu parecía estar bastante absorto en el movimiento del agua hasta que se dignó a reparar en mí, intuía, incluso después de notar mi presencia. Las piezas de información sueltas me daban la sensación de que no le apetecería entablar conversación con nadie, que probablemente estuviera de mal humor o vete a saber qué. Su respuesta, de hecho, dio un rodeo inmenso. Vaya, ¿acaso me conocía? Qué honor. —Todo bien, exceptuando que son las ocho de la mañana de un lunes —respondí, aún en un tono de voz bastante ambiguo, y giré brevemente el cuerpo para echar un vistazo a la entrada de la piscina—. Estaba fumando un poco allí y me pareció ver algo. Suspendí un breve silencio antes de regresar a sus ojos. —Así que te preguntaré de nuevo: ¿todo bien, Shimizu?
No había que sacarse un título para adivinar cuándo tenía o no ganas de lidiar con las personas, ahora no se me apetecía, pero tampoco iría a montarme una escena tan de gratis. A fin de cuentas ubicaba a Fujiwara más por lore de calle que cualquier otra cosa y, si debíamos ser honestos, no me había hecho un mal en el mundo del que yo tuviese conocimiento. Incluso si me rascaba los huevos, no tenía información con la que pateárselos de regreso ni un motivo para hacerlo. Di el rodeo, me quedé esperando por si eso lo hacía desistir y no fue el caso. Fue relativamente directo después, lo que me hizo sostener la sonrisa del principio y recibí su mirada de nuevo. Me encogí de hombros antes de devolver la mirada a los reflejos de la piscina y pensé que igual Hikari le habría hecho un favor al mundo si me hubiese dejado ahogarme en treinta centímetros de agua, pero ya era tarde para eso. —Lo viste entonces —dije porque tampoco tenía caso dar tantas vueltas si partíamos de allí—. Todo bien. Fue una simple... charla matutina, quería saber un par de cosas. Tal vez la asusté con estas pintas, pero ni modo, se le pasará. Giré el rostro nuevamente en su dirección, parpadeé lento y guardé silencio. ¿Buscaba molestarlo? No realmente. —¿Amiga tuya o lo que te fumabas era un cigarro de altruismo?
Me alegró que al menos no pretendiera fingir un cien por ciento de demencia, aunque su respuesta siguió siendo tan ambigua como me temía. Que quería saber un par de cosas, decía. Francamente no era mi problema ni mi responsabilidad lo que sea que ocurriera entre ellos, ni de lo que hablaran, ni los intereses que los reunieran. No había metido el hocico por eso. —Ya veo —murmuré, y arrugué apenas el ceño—. Y para esta... charla matutina tuya, ¿hacía falta arrastrarla aquí como una red de pesca? Recién después volvió a mirarme y su apunte me arrancó la primera sonrisa. Fue relativamente amplia, conservó la calma y reflejó una pizca de resignación. —Más bien la segunda. Siempre tuve algo de complejo de héroe —admití, encogiéndome de hombros como si no tuviera importancia, y aprovechando su pequeña ventana de atención agregué—: Sí la conozco un poco, igual, y me sigo preguntando qué podrías querer tú de ella. Dudaba que dijera algo, pero tampoco perdía nada estirando la lengua, ¿verdad?
No era que tuviese de dónde hacer suposiciones, pero me sorprendía que este muchacho fuese tan insistente con el asunto, aunque también era cierto que yo no lo estaba evadiendo en todas las de la ley. ¿Qué lo movía? ¿El complejo de héroe que estaba apunto de declarar? Podíamos fingir que era más rollo Batman que Superman, si quería, pero ya. ¿Había hecho falta arrastrar a Rockefeller? Probablemente no, quizás habría podido agarrarla en el viaje de "¿Tienes tiempo para hablar algunas cosas?" y llevarla de manera más amable, tenía cara de ser la clase de idiota que cedía por esas aproximaciones, lo que la habría hecho ir por su propio pie y postergado su miedo en el tiempo unos gloriosos dos minutos, porque apenas dijera el nombre de su viejo se iba a cagar encima. Por otro lado, nunca me había caracterizado por ser especialmente delicado, justo por eso que Kaoru me consiguiera dos caras de bebé me había servido, ¿o no? Le gente no confiaba en mí. No era que tuviesen que hacerlo de por sí. La amabilidad a mí se me había perdido hace mucho tiempo, ¿pero eso justificaba la liberación que sentía ahora mismo? No lo creía, así como tampoco creía que Fujiwara le alegrara particularmente que le contestara la verdad, aunque de por sí no iría a hacerlo. Imagina explicar todo desde el principio hasta terminar en la hija del policía, un incordio absoluto. —Tal vez no, pero habría terminado igual tarde o temprano —contesté sin darle importancia—. Nada más la agarré para traerla. De hecho esperaría que la rubita y yo no tengamos que volver a coincidir en estas circunstancias. Y dudaba que lo hiciéramos. A él mi pregunta le sacó la primera sonrisa, calmada y con un dejo de resignación, pero sonrisa a fin de cuentas y cuando me respondió entendí por qué, pues lo que dijo se solapó con la estupidez del cigarro de altruismo. Admitió conocerla lo que no era anormal viendo que iban a la misma clase, la que de hecho parecía ser la clase de los apestados si me lo preguntaban, pero supuse que al menos habrían intercambiado algunas palabras. —Bien por ti, campeón —solté medio porque sí—. Bueno algo de razón llevas en eso de qué podría querer yo de ella, en verdad no debería haber nada, pero la vida es un poco extraña, ¿no te parece? Creí que podría responderme, pero no fue el caso y así se acabó el asunto. Con una mocosa asustada y policía oliéndome el trasero, pero en fin. —Puedes preguntarle, si quieres. Queda en ella la versión que quiera contar en comparación a lo que tú viste.
Vaya, era casi preocupante la liviandad con la que esta criatura minimizaba sus acciones. Si acababa jalando de prejuicios y conceptos heredados, honestamente no debería haber esperado nada de él en un primer lugar; tenía pinta de perro viejo y amargado, como esos tíos en la calle que a sus veintitantos ya tenían cara de haber padecido las inclemencias de diez vidas. Su presencia aquí era, de por sí, un elemento disonante. Aún así, nunca me habían fascinado los prejuicios. Eran las semillas que germinaban en muertes anunciadas, las casillas que elevaban sus paredes y nos encerraban dentro. Si nos descuidábamos, nos convertíamos en lo que decían de nosotros. Y tenía experiencia con eso. —¿Justificas tu falta de decencia con escenarios hipotéticos? —repliqué, sin alterarme ni sonar burlón. Era consciente de que le estaba dejando al alcance de la mano las herramientas para reírse en mi cara. ¿Complejo de héroe? Tenía que ser la estupidez más lame del mundo... y era cierta, qué le iba a hacer. Su respuesta cargó una nota de burla, no me afectó y aguardé, tranquilo, que respondiera el resto de la cuestión. La información fue ambigua y sonó desarticulada; no esperaba mucho más. Lo miré, lo miré y lo seguí mirando, y en algo que se sintió como un delirio de fiebre o la lucidez de un loco me pregunté hasta dónde se extendían los hilos. Hasta dónde llegaba la peste. ¿Seguiría topando con ella aún sin pretenderlo? ¿Como una maldición, o un designio divino? O como un estigma. Daba igual. Ahora mismo me daba igual. Al enviarme a consultarlo con ella pude verlo literalmente arrojando la papa caliente lejos de sus manos y mi sonrisa se moduló en una risa floja. Retrocedí un paso, bajando la vista un instante, y mecí la cabeza en un gesto negativo. ¿Por qué había venido hasta aquí, para empezar? Quizá no tuviera demasiado sentido. Quizá sólo pretendiera hacerle saber de mi existencia y ya. A una pequeña parte de mí le hervía la sangre ante ciertos escenarios y me había echado demasiado tiempo siendo un cobarde de mierda, uno al que nada le salió bien. —Veré qué hago, gracias por el consejo —respondí, busqué sus ojos y, mientras repasaba levemente mis labios, mi sonrisa volvió a estirarse un mísero instante—. Ojalá así sea. Que no deban volver a coincidir, digo. Si no el resto, que al menos ella se ahorre el disgusto de ser tratada... así. Nos vemos, Shimizu. Dejé la idea suspendida en el aire y me di la vuelta, abandonando la piscina a paso tranquilo. A ver, no lo había pretendido, pero quizá debiera hacer un ligero cambio de planes. Frank me había hablado al respecto, su voz aún rebotaba. Como un delirio de fiebre. O la lucidez de un loco. Contenido oculto cortito pero poderoso we
—Puedes ponerlo así —atajé a lo de mi justificación—. Aunque hay pocas cosas hipotéticas últimamente. No me importaba ni un poco ser la cara más dura del barrio ahora ni nunca, había sido así por mucho tiempo y algunas semanas de ser relativamente decente no cambiaban los defectos de diecinueve años de existencia. Decir que me sentía orgulloso de lo que hacía era exagerado, tampoco estaba tan loco, sólo no me quitaba el sueño y me ayudaba a filtrar energía. Pasaba que me desquitaba con cualquiera que me pusieras por delante, amigo o no. Fujiwara me miró y me miró, como había hecho yo con Rockefeller y no me moví o reaccioné a ello. Permanecí en el espacio que había ocupado hasta ahora, esperé a que encontrara algo que decirme si se le antojaba o lo que fuese que tuviera que pasar, estaba tan cansado de todo que me era indiferente. Si acaso llegué a preguntarme dónde estaban los del complejo de héroe cuando algo le pasaba a Sasha o dónde diablos estaba yo cuando ocurría, también. Era una historia sin fin. De todas formas, le arrojé el problema directamente a la mocosa y él se rio, el resto de sus gestos me hizo pensar que se podría estar preguntando, al menos, cuál habría sido el punto de todo esto. Que lo hubiera visto me daba igual en realidad, mi pecado había sido arrastrar a la chiquilla y punto, peores cosas se habían visto en estas malditas paredes, pero eso tampoco tenía que ver con Fujiwara. Al final lo que Rockefeller quisiera contar, si lo hacía, dependía de ella y daba lo mismo porque lo que arriesgaba era el trabajo de su viejo por repartir chismes. Mi única orden fue directa, específica, de ahí en fuera daba un poco lo mismo y escapaba a mi control. Aunque también tenía que admitir que no me había esperado tener público, pero así eran las cosas. —Que los Dioses te oigan, Fujiwara —dije con una sorna que no estaba dirigida a él como tal y me reí aunque ya se estaba largando—. Nos vemos, héroe. Me quedé en la piscina un rato más sólo consumiendo aire, al cabo de un rato dejé la zona atrás y busqué el refugio cerca del gimnasio para fumarme parte del puro que le había quitado a Cayden de encima el viernes. Había perdido toda capacidad de asombro si debía ser sincero y si así iba a empezar la semana era mejor que fuese buscando maneras de sobrevivirla. Contenido oculto definición de chikito pero picoso omg