Long-fic I hung myself up on a cross to bleed for the lives we never got to live [Gakkou Roleplay]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Zireael, 22 Marzo 2024.

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    Zireael

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    Escritora
    Título:
    I hung myself up on a cross to bleed for the lives we never got to live [Gakkou Roleplay]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    5771
    sHIT IS GOING DOWN

    Para empezar, estos eventos conectan de forma irremediable con lo sucedido en Isn't it strange to create something that hates you? de Belu, pues por obvias razones. Leerlo sin ese contexto no tiene sentido e igual imaginen no leer pedazo de obra maestra, I can't.

    Se considerarán canon para el lapso de tiempo entre la madrugada del 19 de junio y la madrugada del 22, es decir, del día que recién empezó.

    Tenía ya algunos días escribiendo esto, pero pues entre el regreso a la uni, el fact de que mi cuerpo se rindió a inicios de semana y esas cosas tuve que pausarlo muchísimo. En los intermedios, anyhow, Belu me recordó la existencia de Sharp Objects porque acabó traumaditta y pues JASHJA *tentada a ponerle gótico sureño al fic* con el recuerdo de Sharp Objects volví a empezar la novela, que la dejé a medio camino o ni recuerdo dónde, también reconecté un poco con NitW, que fue una obsesión paralela a la serie y ahora se complementa bastante con el otro jueguito de furros y mundo sin esperanzas, Tails Noir. Vivo por estas vibes.

    OH TO BE BACK HOME *c revuelca en la desgracia humana*

    Pasé por un huevo de canciones para esta primera parte, pues porque la vida es así, pero al final volví a Dies Irae porque esta canción es lo que es, la necesitaba, pero la letra que puse sale de I Wonder de Danshin. Para este momento igual no estoy segura de si haré tres capítulos o cuatro, los tres primeros sí los tengo definidos, es el extra el que no me queda tan claro. Eso, sin embargo, será problema de la Pau del futuro.

    Iba a usar el sistema del tarot acá, pero sobre la marcha decidí que tomaré los arquetipos de Jung de la colección. Anyways ya fue mucho texto, que venga el fic.




    I

    keep singing the tune to a never end
    you wonder how it does

    I wonder how it feels when finally we’re dying
    .
    the puppeteers are forcing your hand
    how they paint your perfect face
    they do all of that in the corner of your eye
    .
    I wonder if they’ll tell the truth of how we are dying


    .
    .

    .

    The Mocker
    | Arata Shimizu |


    &

    The Victim
    | Kaiyo Yoshimura |


    .
    .
    .



    ¿Qué hora era? Pasaban de las doce, había llegado a casa a eso de las ocho y me había tirado a dormir luego de que entre Sei y yo hiciéramos la cena que se había resumido en ramen instantáneo, huevos y algo de carne que había podido comprar con el dinero que había hecho con la información de Ryouta hace días, cuando hablé con Ikari en el Hibiya. La conversación con Cayden me seguía dando vueltas, incluso había soñado con Yako y los demás, pero daba igual. Todo daba igual.

    Abrí los ojos, reconocí la negrura del techo por la luz amarillenta de los postes de alumbrado público. Se colaba por las hendijas de las cortinas, necia, pero también noté el azul artificial de la pantalla del teléfono que se había encendido. Era un tono frío, de hielo, ese que iluminaba todos los cuartos cuando prendías una pantalla. Lucía tan artificial como el blanco y el azul orfanato de los hospitales.

    La vibración del teléfono fue lo que me despertó, porque de por sí no tenía el sueño pesado por si algo se escuchaba en la casa, y me incorporé luego de haber cerrado los ojos de nuevo, agotado. Cuando los abrí no leí el nombre en la pantalla, solo contesté pensando que tal vez en el dot&blue necesitaban sustituir a alguien a mitad de semana o lo que fuese, pero la voz que sonó al otro lado fue la de mi madre. Se le oyó seria, desconectada y cansada como siempre, como si fuese un robot.

    Artificial como la luz de la pantalla.

    —Arata. —Me llamó y se quedó en silencio.

    —¿Qué pasa? ¿Estás bien? —Quise saber con evidente apremio en el tono.

    Más silencio, del otro lado del teléfono se escuchaba la voz de alguien en su trabajo, le decía que se tomara su tiempo, que ya estaba contactando un reemplazo, pero no entendía por qué necesitaba un reemplazo si me estaba llamando por sí misma. Aún así estaba congelada, no supe cuánto tiempo se quedó callada ni siquiera. Dio la sensación de que fue una eternidad.

    Fruncí el ceño, esperando, y cuando la puerta de la habitación se deslizó de repente y reconocí la silueta de Seiichi, recortada por la luz de su habitación, lo miré con un dejo de angustia. Él no reaccionó, había sido siempre serio de por sí, ¿pero por qué coño estaba despierto? ¿Había escuchado la vibración del teléfono al otro lado de la puta pared? ¿Mi voz?

    Su sueño se había vuelto igual de ligero y alterable que el mío.

    Hace mucho no era un niño.

    Lo miré y lo miré hasta que amenacé con gastarlo, pero él no dijo nada. Se le notaba aturdido, medio dormido todavía, y el cabello algo más oscuro que el mío, más cerca del castaño que del rubio, largo, le apuntaba en todas direcciones. Era un mocoso en mi mente, pero lucía cansado o harto, ya no estaba muy seguro. Esperó en silencio, uno que me recordó a Lulu, a Sonnen, a Hikari, a Cayden y a Kohaku; uno que apuntó al desorden que debía tener en la cabeza y no mencionaba. Todas las figuras se fundieron en una.

    Y entonces mamá habló.

    —Necesito que me acompañes a… Tenemos que identificar un cuerpo. Necesito que vayas conmigo.

    Parpadeé, sentí el cerebro espeso de repente y el tiempo pareció detenerse. Una inmensa mano invisible apareció desde el cielo, provino de una silueta negra oculta arriba, mucho más arriba que nosotros, y le arrancó las alas a la mariposa de un solo movimiento brusco; el bicho quedó retorciéndose en el suelo, inútil, y el mundo se pausó en ese instante. La Tierra dejó de girar y el suelo bajo nuestros pies se desvaneció, dejándonos caer al abismo sin fin que estaba debajo. El vacío que sentí en el estómago tuvo la fuerza para provocarme náuseas y sentí que la boca se me llenaba de la saliva aguada que anunciaba el vómito. Tuve que tragar.

    Seiichi seguía sin moverse, se mantuvo estático y yo me quedé congelado. La había escuchado, pero no era capaz de procesar sus palabras; era obvio que si la habían llamado a ella solo podía tratarse de una persona, pero mi mente colapsó sobre sí como las piezas de una línea de dominó. Recordé las cintas amarillas, la mancha de sangre en el pavimento y la policía en la calle donde el auto había arrollado a Kaoru, recordé el ojo morado de Cayden y a Yuzu el año pasado, cuidando del perro viejo porque le habían hecho aquella herida inmensa que le cruzaba el rostro y parte del pecho.

    Olía a hierro, era del morado de las galaxias y surgía de la violencia, sin más.

    —Un…

    —No lo digas en voz alta. Deja a Izu y Sei en casa y ven, por favor.

    Siguió hablando, me dio indicaciones, dijo en cuál morgue tenían el cadáver en cuestión y me repitió lo que debían haberle dicho a ella, que no esperara lo mejor ni lo peor. Escuché todo, pero no fui capaz de decirle algo de regreso, no fui capaz de poner una sola neurona a funcionar ni siquiera para entender que el muerto era Ryouta ni para recordar lo que me había dicho Sasha. Cuando mamá colgó bajé el móvil, miré la pantalla y me quedé allí pegado.

    Tardé un rato en reaccionar, me levanté, busqué la chaqueta roja en el armario y me la eché sobre la camiseta de tirantes con la que me había quedado dormido y me puse unos jeans. Todo lo hice con el móvil en la mano izquierda todavía, la del indicador, y esquivé a Seiichi cuando salí de la habitación. Me detuve unos pasos más allá, cuando reconecté conmigo mismo o algo así.

    —Iré por mamá. Quédate con Izu, ¿de acuerdo? —dije sin perder la compostura, vete a saber cómo.

    —¿Está bien?

    No quise pensar en la posibilidad de que en el silencio de la noche las palabras de mi madre se hubiesen escuchado incluso sin el altavoz, solo asumí que no había oído una mierda y fingí demencia lo mejor que pude. Recordé la tarde del desastre, cuando apuñalé al hijo de puta de Ryouta, mi nariz reventada y la sangre en el suelo de la cocina; recordé el abrazo de mi madre, pero también su silueta temblorosa ante la imagen del diablo y la manera en que Izumi había abrazado a Sei.

    ¿Mamá estaba bien? No creía que lo hubiera estado nunca. Ninguno de nosotros.

    —No te preocupes. Volveré con ella en un rato, si necesitas algo o tienes una emergencia llama a Yuzuki, ¿vale? Su número está pegado en la refrigeradora.

    Asintió desde su posición, retomé mis pasos y escuché que él deslizó la puerta de la habitación que compartía con Izu para volver a entrar. No lo oí hablar así que supuse que el menor seguía dormido, ya que parecía que era el único que conservaba el privilegio de dormir sin interrupciones, de manera que me di por servido. Alcancé la primera planta, el pasillo que llevaba a la puerta principal, me puse las deportivas que habían quedado junto a la salida y tomé las llaves que estaban en el mueble cercano.

    El rugido de la moto cuando la saqué de la cochera debió despertar a la mitad de los vecinos, pero así como ellos no se preocupaban por nosotros, yo no me preocupaba por ellos en lo más mínimo. Arranqué directo a la tienda de veinticuatro horas en la que trabajaba mamá, dejé atrás nuestra calle y el frío de la noche se me coló en el cuerpo a pesar de que iba abrigado.

    Las sombras que creaban las luces de los postes eran afiladas, terriblemente oscuras y parecían perseguirme. Puede que simplemente me hubiesen perseguido toda la vida, pero ahora eran casi un presagio. La desgracia que anunciaban era más grande que yo mismo y cualquiera de los míos.

    La bestia que nos rondaba tenía demasiada libertad y no sabíamos cómo contenerla.

    No fui capaz de guardar en la memoria la ruta que hice, solo supe que salí, llegué y subí a mamá en la moto luego de ponerle el casco. Era la primera vez que la subía, pero ella no se quejó, no dijo nada y solo se sujetó a mí. Antes de que arrancara el motor de nuevo su voz me alcanzó desde atrás, me recordó a dónde íbamos y sentí que me estaba ahogando. Juré que iba a dejar de respirar en cualquier puto instante, porque no había manera de que esto nos estuviera pasando a nosotros.

    —Tenemos que ir a la morgue de la jefatura de policía de Shinjuku, allí nos espera un detective que nos hará pasar.

    Jefatura de policía de Shinjuku.

    Pasé saliva, me costó tanto hacerlo que pensé que tenía la boca igual de seca que el maldito desierto y le dije que sí con la cabeza porque no supe qué más hacer, pero sentí todos mis miedos caerme sobre la nuca. Los barrotes de una prisión, la muerte definitiva y todo lo demás. Me costaba respirar y por un segundo se me oscureció la visión; como si estuviese en un túnel sin fin.

    No supe cuándo arranqué de nuevo y nos llevé a nuestro nuevo destino, pero aparqué a un par de calles, donde pude, y después de que mamá bajara me puse a escarbar en los bolsillos de la chaqueta. Saqué todo lo que pudiera haber, encontré un par de cigarros que me habían sobrado luego de hablar con Cay, dos navajas y unos chicles viejos. Metí todo en el compartimiento de depósito de la moto y allí me di cuenta que me temblaban las manos, me temblaban muchísimo. Porque bastaba que un policía reconociera mi cara para que tuviera un motivo para meterme en una celda y todos los pecados me cayeran encima uno tras otro, ¿y entonces qué coño pasaría?

    ¿Quién cuidaría a mamá, a Izu y Sei?

    ¿Quién vigilaría a los cachorros?

    ¿Quién cuidaría de Sasha en las sombras?

    ¿Quién si no era yo?

    Tragué grueso, usé toda mi capacidad mental para poder tomar aire, respiré profundamente y logré calmarme lo suficiente para que el temblor se redujera, pero no desapareció. Fue lo bastante evidente para que mamá se diera cuenta, su mano se coló en mi visión cuando estaba cerrando el compartimento y tomó la mía. Por primera vez en años ella me guio, pero ambos sabíamos que no duraría mucho.

    No tenía la fuerza para que durara más de unos minutos.

    Su mano afianzó el agarre, tiró suavemente y pronto estuvimos caminando hacia nuestro destino. Por el rabillo del ojo su cabello rubio, del rubio del heno seco, se agitaba por la brisa y justo como hace años cuando decidí robar la primera billetera, volví a notar los espacios donde no tenía una sola hebra. Las canas se confundían entre el rubio, le daban un aspecto más claro, pero también desgastado y me pareció tan pequeña que no entendí cómo seguía viva. Medía uno con sesenta y seis como mucho, era delgadísima y se le había caído el pelo de a parches.

    Ella era el cadáver.

    Nos detuvimos frente a la puerta de la jefatura, una sola entrada, y mamá no pasó de inmediato. En el otro brazo cargaba el casco de la motocicleta, pero seguía caminando de la mano conmigo y esperó, esperó como si lo supiera desde siempre. Que cualquier día su hijo mayor acabaría detrás de unas rejas y la única comunicación que tendría con él sería a través de un cristal o un teléfono de cable.

    Me dejó algunos segundos de calma, finalmente me hizo caminar de nuevo y ya cuando estábamos por cruzar la puerta solté su mano. La dejé pasar primero, entré detrás con la sensación de ahogo bien presente en el pecho y sentí que la cabeza me daba vueltas. Adentro habían varios policías, algunos conversaban con la persona en el mostrador antes de desaparecer dentro del edificio, otros recibían las llaves de sus patrullas, otros solo bebían café.

    No miré a ninguno a la cara, pero sentí que ellos sí me miraron a mí. Seguí a mamá en su camino hasta el mostrador y la oí conversar con la persona que estaba allí. Era un tipo delgado, japonés a cagar, ya entrado en años; ella le dijo que había recibido una llamada hace cosa de cuarenta minutos, que le dijeron que viniera a la jefatura y todo el resto de la parafernalia. Escuchaba todo y no escuchaba nada, porque estaba aquí y esta torre podía aplastarme.

    Al final el hombre llamó a un tipo por la radio, nos pidió que esperáramos y así lo hicimos quedándonos a un costado. Aquí adentro el aire estaba más tibio, pero yo sentía frío en todo el cuerpo y estaba a nada de tamborilear la pierna aunque estaba de pie. Me estaban arrebatando la cordura por una sonda.

    No supe cuánto tiempo tardó el otro en aparecer, de repente las luces fluorescentes se recortaron por una silueta alta y al levantar la vista di con un hombre que pasaba del metro ochenta, era más alto que Sonnen. Era extranjero y llevaba ropa de civil; una camiseta de tono grisáceo, chaqueta de cuero y pantalones negros, las botas que tenía lucían pesadas, como si fuesen de grado militar. Era posible que tuvieran punta metálica, se me ocurrió de repente, fue casi un pensamiento intrusivo y tuve que pasar saliva otra vez.

    El rostro del tipo, inalterable, estaba decorado por un par de ojos de tono inusual, rosáceo, que me recordó a los ojos de Hiradaira. Su cabello era castaño claro, noté algunos grupos de canas aquí y allá, pero estaba perfectamente peinado hacia atrás. Todo extremadamente correcto, dentro de la ley y la perfección.

    —Yoshimura-san —dijo hacia mi madre e hizo una reverencia, la placa de policía en su cuello se balanceó frente a él, me pareció jodidamente brillante, como si acabaran de dársela recientemente o el tipo se echara tres cuartos de vida pasándole cera. Al erguirse habló de mí aunque no conmigo—. Es su hijo mayor, ¿cierto? Vengan conmigo, por favor.

    No fui capaz de recordar si nos dijeron su apellido, sentía la sangre palpitarme en los oídos como si tuviera el corazón entre las orejas y estaba tan tieso que si me tropezaba seguro me partía un hueso, de forma que solo fui detrás de ellos, solo fui como un cascarón vacío y me pregunté por qué la vida siempre nos castigaba. Mamá no merecía esto, ser llamada a quién sabe qué horas por alguien diciéndole que debía venir a la morgue de la jefatura para identificar un muerto. Sei no merecía dormir como si una alarma de bombas fuese a sonar en cualquier momento y tantas otras cosas, pero así era todo.

    Esta era nuestra vida.

    La vida de los que habían sido olvidados por cada uno de los dioses.

    Le quité el casco del brazo a mi madre justo antes de que pasáramos por un detector de metales. A ella luego la registró una oficial, a mí me revisó el tipo al que seguíamos y sentí que el sudor, helado, me bajaba por la espalda. Sentía como si alguien me hubiera zambullido en el mar tan profundo que la luz no alcanzaba a llegar, hacía demasiado frío y la presión me aplastaba el cuerpo. Una persona normal no debía sentirse así por estar aquí, pero yo no era como los demás.

    No lo había sido nunca, era el hijo mayor de Yoshimura. No tenía padre, estaba lleno de tinta y había hecho suficientes mierdas para que me encerraran al menos por sospecha. Se me había privado de elección a una edad tan temprana que parecía una locura y ahora estaba aquí.

    Estaba en la jefatura

    Adentro.

    En la jefatura.

    Adentro.

    —Respira, chico —murmuró el hijo de puta aprovechando la distancia cuando me estaba registrando, sonó tranquilo, casi conciliador—. Hoy no es contigo. Respira, tu madre te necesita.

    Quise reñirle, pero supe que hacerlo era una mala idea y ante todo el tipo tenía algo de razón. Asentí con la cabeza de forma bastante rígida, estaba por volver a tomar el casco que había dejado en la mesa de al lado para pasar por el detector, pero él me indicó que podía dejarlo allí y así lo hice, porque tampoco tenía sentido llevarlo encima todo el rato.

    Seguimos caminando, pasamos oficinas, puertas cerradas, personas yendo y viniendo a pesar de la hora. Andamos y andamos hasta que llegamos a una puerta metálica titulada como nuestro destino, el detective dejó de caminar y se plantó delante. Mamá a su lado parecía incluso más pequeña, pero pensé que todo parecía más pequeño aquí, en este mundo y estas paredes.

    Era como si nos hubieran arrojado a una fosa.

    Él tocó la puerta, detrás se escuchó movimiento y pasados algunos segundos se abrió, para el peso que parecía tener ni siquiera rechinó cuando descubrió la silueta de una mujer. Llevaba bata blanca, gafas de laboratorio, guantes y una cara de agotamiento importante, pero el olor que salió de la morgue me distrajo de ella en un instante. Apestaba a químicos, a hospital, pero incluso así creí reconocer muy muy lejos la peste a muerte y sentí que el alma me abandonaba el cuerpo. Desde el interior se escapaba el frío del aire acondicionado, me resultó tan cortante como los filos que sacaba Cay.

    Quiso abrirme el pecho de tajo.

    —El oficial que la llamó empezó la semana pasada labores administrativas, no fue muy exacto con lo que le dijo. La identidad ya fue confirmada mediante los registros de ADN, fue así que pudimos contactarla, la llamamos porque alguien debe reclamarlo —explicó el policía con calma, como si esperara que así todo fuese menos trágico.

    La médica forense guio a mi madre, yo la seguí hasta una pared llena de gavetas, bóvedas, como se llamara, eran metálicas también. Sus manos siquiera dudaron, curada de espanto como debía estar desde que había elegido esa profesión, y deslizó una de las puertas raras. De ella surgió lo que parecía una camilla, yo qué mierda sabía, y el cuerpo estaba cubierto. La doctora de muertos lo destapó y el tipo, aunque seguía siendo reconocible, sin dudas tenía ya varios días de haber pateado la cubeta. Parecía un fantasma y no estaba en el mejor estado, aunque habían hecho lo mejor para disimularlo.

    Shimizu Ryouta.

    Este maldito imbécil había hecho la vida de mi madre una desgracia, la había golpeado, la había tratado como mierda hasta que de alguna manera ella logró sacarlo de casa, pero ya entonces cuestionaba incluso si no la había forzado a parir dos niños más después de mí. No sabía nada, estaba bien así, pero la tensión que había visto en su cuerpo decía demasiado. El cuerpo de mi madre y de muchas de las personas que amaba estaba compuesto de vidrios rotos.

    Sangraban todo el tiempo.

    Nunca cicatrizaban.

    A pesar de eso, de los vidrios que tenía encajados en cada centímetro de piel, cuando mamá le vio la cara al muerto estuvo por desvanecerse, el cuerpo entero le falló y tuve que colarme para sujetarla, porque las piernas se le rindieron casi de inmediato. Ajusté la mano en su cintura para evitar que cayera, sus manos se aferraron a mi otro brazo, así que la atraje hacia mí y entonces el primer sollozo terrible le rasgó la garganta. Me dio la sensación de que se había lastimado y casi pude sentir el gusto a sangre en la boca.

    —Ryou. Es Ryou —balbuceó entre el llanto—. Es Ryou.

    La furia me aplastó el pecho con la misma fuerza que la jefatura me presionaba el resto de los huesos y músculos. Mamá se deshizo en llanto como si el maldito imbécil fuese un santo, como si hubiese sido una buena persona, y sentí que las tripas se me querían volver al revés. La sujeté, pero en el rostro tenía una mueca de asco y mis ojos recorrieron el cadáver; reparé en el tatuaje que lo delataba como un chacal de solo Dios sabría qué generación, el cabello, los ojos cerrados, la piel ahora pálida. Era un saco de carne que seguiría pudriéndose, sin más.

    Lo habían matado.

    Se habían encargado de él como dijo Sasha.

    ¿Qué coño importaba? Deberían haberlo dejado donde nunca fuese encontrado, pero no pudieron darnos eso. Ni siquiera una de las pocas desgracias que podían haberse convertido en una fortuna se nos permitía y había dejado de sorprenderme hace mucho tiempo. Todo lo que sentía era cansancio e ira.

    Los sollozos de mi madre rebotaron en las paredes de la morgue como una armonía de muerte, como un canto maldito y los sentí rebotar en mí junto a la imagen de Sei en la entrada de mi habitación, la voz de Cayden tarareando melodías, la figura de Eloise en la foto que Fanny había sacado de su habitación, la voz de Ko presentándome con Chiasa y el llanto de Yuzu cuando recibió la noticia de Kaoru. Todo estaba parchado de sangre incluso si no tenía nada que ver con esto ni entre sí, si parecía inofensivo e inocente. En cada una de esas cosas existía el fantasma de un evento más grande, el sonido del cristal roto.

    Y la imagen de la carne abierta que nunca se cerraba.

    —Muchacho, llévala afuera. Voy a conseguirle un café —dijo el detective y no supe cómo pude oírlo entre el llanto de mamá, pero lo vi irse.

    No reaccionó a las emociones que yo debía tener en el rostro ni a nada, al menos en apariencia, y la forense regresó el cuerpo a su inmensa gaveta helada. Ryouta era un defecto del mundo y como tal su muerte acabaría volviéndose una estadística, como algún día ocurría conmigo mismo. Solo acabaría muerto en un callejón, me meterían en una refrigeradora y alguien debería reclamarme.

    Mamá seguía sollozando, se sacudía de forma irregular y aunque intenté ayudarla a caminar no hubo forma de que diera más de un par de pasos sin que las piernas se le doblaran como fideos. Tomé aire, rodeé su cuerpo con los brazos y la cargué fuera de la morgue. Estaba casi tan fría como debía estarlo el imbécil de Ryouta, pesaba demasiado poco incluso para su estatura, y sentí que estaba llevándome un saco de huesos. Puede que fuese el caso de hecho. Ya en el pasillo la forense cerró la puerta metálica detrás de mi espalda, fue como si pusiera la última piedra de una tumba.

    Algunos metros más allá había una banca de madera, senté allí a mi madre y me quedé junto a ella, la atraje a mi pecho para dedicarme a arrullarla. Nos mecí a ambos, despacio, pero su llanto seguía rebotando en las paredes y a mí la ira me respiraba en la nunca con la violencia suficiente para hacerme olvidar dónde estábamos, porque la idea de que estuviera llorando así por un hijo de puta como él me revolvía el estómago. No tenía sentido, nada lo tenía.

    No sé cuánto tiempo pasó, en algún punto el policía, detective, la mierda que fuera, regresó con una taza que resultó ser de chocolate caliente en vez de café y mamá seguía llorando. Cuando su desastre comenzó a mermar todo lo que quedó de ella fueron temblores ansiosos y vi que se llevaba una mano a la cabeza, alcanzó su cabello y empezó a anudarlo. El gesto debía ser inconsciente, pero tuve que detenerla porque a ese paso acabaría por quedarse calva.

    Sujeté sus dos manos con una de las mías y acepté en la otra la taza. Continué meciéndola con los gestos comprimidos y le acerqué la bebida con cuidado a los labios, de forma que dio un sorbo diminuto, entrecortado. Tenía el rostro empapado de lágrimas, enrojecido y desgraciado en resumidas cuentas.

    ¿Merecíamos esto?

    ¿Por qué?

    El policía se acuclilló frente a nosotros, estiró una mano frente a mi madre y ella, por alguna razón, se zafó de las mías para tomar la de él. Había algo en el semblante de este cabrón que tranquilizaba a los otros, fui repentinamente consciente de ello cuando mamá se reguló un poco más. Él presionó su mano delgada, le acarició el dorso y guardó silencio unos segundos en un gesto que fue casi solemne.

    —Lamento mucho su pérdida, Yoshimura-san —dijo en voz baja incluso si sabía que Ryouta no era santo de la devoción de nadie.

    Hubo algo en eso que ayudó estabilizarla, su respiración cambió ligeramente y pude confiar en que al soltarla no se anudaría el cabello hasta arrancárselo, así que le di la taza de chocolate y ella la recibió con manos temblorosas. Las lágrimas siguieron deslizándose por sus mejillas, corriendo el poco maquillaje que podía permitirse, pero sus sollozos se volvieron intermitentes y menos violentos.

    —¿Qué le pasó? —Buscó saber algunos minutos más tarde.

    El detective se había apostado en la pared frente a nosotros, yo había echado el brazo sobre los hombros de mamá y me dedicaba a frotarle el brazo de forma constante, pero seguía desconectado. Tenía demasiada ira corriendo en la sangre para poder ver más allá de mis narices, pero esa pregunta hizo que alzara la vista al policía y nuestros ojos chocaron.

    Los suyos vibraron en algo que se parecía más al rojo que al magenta o tal vez fue un reflejo de mi propia furia, pero entendí que la respuesta que le daría a mi madre no era la verdad. Este cabrón, ¿iba a cerrar el caso y dejarlo estar? ¿Iba a seguir escarbando? Solo él lo sabía, pero había decidido mentirle a mi madre y permitirle solo empezar el duelo que involucraba a Ryouta, su vida y todo el daño que el hijo de puta había hecho.

    —Sobredosis —respondió sin trastabillar.

    Mamá bajó los ojos a la taza, se limpió el rostro con una mano y sorbió ruidosamente por la nariz. Juré que le faltaban pestañas en los ojos y de repente pensé que así como se enredaba el cabello debía arrancárselas cuando nadie la miraba y sin ella darse cuenta. Un montón de mierdas que mi madre hacía estaban movidas por una ansiedad tan grande que había deteriorado su cuerpo hasta consumirlo, era como si se estuviera comiendo a sí misma.

    Un día solo caería muerta, ¿pero con qué dinero iba a tratarla? La pasta del bar no daba para tanto tampoco. Podía acceder a ciertos caprichos de mis hermanos y aún así parecían bastante limitados. A este paso debía dar gracias de que todos hijos de puta a los que Ryouta les debía pasta, empezando por Yuzu y el viejo de Cayden, no hubieran decidido cobrármela a mí con intereses. En ese caso no habríamos tenido ni pan duro para comer e incluso el viejo de Altan decidiría dejar de poner su cara para mantenerme en el Sakura.

    ¿Era nuestro único milagro?

    ¿Qué no me cobraran a mí los errores del infeliz?

    —Siempre supe que acabaría muerto en la calle —murmuró y le tembló la mandíbula—. Desde el principio.

    Sentí que hablaba de mí.

    .
    .
    .

    Tenía otro parchón negro en la memoria, creía recordar que a mamá le tomó unos cuarenta minutos o una hora calmarse lo suficiente para poder ponerse de pie, que habíamos hablado de servicios fúnebres y que yo la reñí por querer hacerle una ceremonia a Ryouta con dinero que no teníamos. La reñí y la reñí, hasta que algo se desconectó y olvidé todo.

    El siguiente recuerdo era de la voz del detective, que nos dio su apellido otra vez y resultó ser una cosa medio impronunciable, Rokerfuller, Rookieller, Rocke. Era Rockefeller, sí. Dijo algo sobre una asociación que recibía donaciones no gubernamentales para servicios fúnebres de personas de bajos recursos, algo de que podían cremar a Ryouta y preparar una ceremonia modesta. También algo de si el tipo tenía más familia y no sé qué.

    Luego recuerdo haber bajado a mamá en casa, la llevé hasta la habitación y la acosté. Sei e Izu dormían, yo había visto la pantalla del móvil, pero no podía recordar la hora y lo siguiente que supe fue que estaba conduciendo hacia algún lugar, rápido. Tan rápido que si derrapaba en la moto sin dudas me mataría, quedaría estampado en la calle como había quedado Kaoru.

    Me mataría y entonces la pesadilla terminaría.

    ¿Pero quién cuidaría a mi familia?

    El cabello verde de Tachibana brilló de repente ante mis ojos, me estaba alcanzando una botella de aguardiente que debían haber pasado de contrabando de solo Dios sabría dónde, tenía mierdas escritas en español o eso parecía. Le pagué, me dio una cajetilla sin decir nada, ni siquiera me la cobró y al salir del agujero donde vendía sus mierdas choqué con la mirada oscura de Hikari, apoyado contra la moto como lo había estado Altan ya hace tanto tiempo que parecía mentira.

    Conecté con el momento actual, pero no recordé cuándo había llegado hasta los límites de Taitō ni en qué momento di con él. Hikkun no reaccionó, estiró la mano para recibir la botella y la abrió para pegarle un trago sin siquiera arrugar la cara, me la regresó así que lo imité y el calor del alcohol revivió la ira que había sentido en la jefatura, bajo el concreto y los policías a mi alrededor.

    Encendí un cigarro, el humo me llenó el pecho y seguimos bebiendo. Hikari no preguntó, yo no pude recordar si le había dicho algo y ambos existimos en el mismo espacio justo como lo habíamos hecho cuando Yako estaba vivo. En algún momento había sido mi mejor amigo

    Él, que había orquestado el ataque a Cayden.

    Él, que estaba revuelto con los que acabaron a Ryouta.

    Compartí tragos con nuestro mayor traidor sin saberlo, inhalamos el mismo humo y allí en la calle a quién sabe qué horas de las madrugada, no pude hacer más que sacar el móvil para quedarme viendo el contacto de Sasha, luego el de Yuzu y el de Cay, con la imagen del Yasukuni dándome vueltas en la cabeza. Pensé en ellos, en los que no me dejaban ni se avergonzaban de mí, y supe que no podía hacerles esto. Llamarlos o buscarlos para decirles que mamá quería hacerle una ceremonia a mi padre, ese al que yo mismo había estado por asesinar.

    No pude hacer otra cosa que dejar las cosas suceder como siempre lo hacían y aún así, entre el aguardiente, el humo y la presencia de Hikari me alcanzó un pensamiento. Uno que no tenía que ver con la muerte de Ryouta, pero sí con la mía, la de mi familia, y me hice una sola pregunta.

    Si alguien contaría la verdad sobre cómo estábamos muriendo.
     
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    Zireael

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    Chale gracias Belu por leerte el capi y por ese tremendo sad *llora*

    Ando sufriendo mucho con esta familia, debo admitir (?) Ah, pero bien que acepto meterme a todos los dramas que me ofrezcan, huelo un drama y me tiro de cabeza, me ofrecen gente potencialmente muerta y yo digo que sí. LUEGO VOY Y HABLO DEL PAPÁ POLICÍA *le marca a las autoridades*

    Creo que mi única aclaración acá es un recordatorio de que Seiichi es uno de lo hermanos menores de Arata, para el momento actual tiene 16 años, Izumi tiene 15.

    Con eso dicho, las lyrics que abren el capítulo son una mezcla de dos canciones de Unlike Pluto, la que puse, y Dread. El nombre del capítulo también es una mezcla y cambié algunas palabras, pero salen de la música as always. Hay una canción más casi al final del capítulo, pero es que no pude dejarla por fuera, me parece maravillosa.

    Also IM SPEED




    II

    is it you or me?
    who’s the one that's dreaming?

    .
    then I started to realize I wish I could scream out
    and I ask myself "is it you or me?"


    .
    .

    .

    The Everyman
    | Seiichi Shimizu |


    .
    .
    .



    Arata no había vuelto luego de haberse ido cuando trajo a mamá, cuando fingí dormir y escuché todo. Lo oí llevarla a la habitación, acostarla y hablarle hasta que se quedó dormida; habló de cosas que yo no recordaba de cuando éramos pequeños, él incluido. Recordó cómo no nos gustaba comer verduras y ella las licuaba en la comida, de que siempre tenía que reñir con él para que se diera un baño y de los pequeños cumpleaños, pues cumplíamos en enero, febrero y marzo de corrido. Habló de esa vez que quemamos unos fideos en la olla y que ella nos regañó porque no había manera de que echáramos a perder algo que venía con instrucciones.

    Le recordó cómo Izumi lo llamaba Arashi.

    Y cómo ella lo había llamado su niño el día que papá apareció.

    Cuando el reloj marcó las siete de la mañana me rendí de intentar dormir, me levanté, fui abajo y comí algo de pan que nos había quedado de ayer, pensando en el pastel que nos había traído Arata cuando volvió de casa de su amiga. Me lo bajé con un vaso inmenso de gaseosa de limón, de a bocados pequeños, y sentí que me dolía de cabeza por no haber dormido desde que él se fue a traer a mamá.

    No teníamos clases porque iban a cambiar la instalación eléctrica de la escuela o yo no sé qué, no recordaba muy bien. Empezaban hoy viernes, trabajaban durante el fin de semana y ya el lunes, en teoría, podíamos volver. Me daba bastante igual, no creía haber podido poner atención a una sola palabra de los profesores con el cerebro así de lento.

    Arriba solo se escuchaba silencio, así que supuse que Izu dormiría hasta casi las once y mamá… No sabía qué pasaría con mamá. Había escuchado todo cuando llamó a Arata, cuando su voz me despertó y aparecí en su puerta. Fue como recibir un derechazo en toda la cara y eso que nunca me habían golpeado en la vida, pero tuvo la fuerza para querer zafarme los dientes del cráneo.

    Debían identificar un cuerpo.

    Era papá, ¿no?

    No había nadie más en nuestras vidas y desde que apareció aquí, el día que Arata lo sacó a rastras luego de apuñalarlo, su existencia sólo servía para mortificarnos y nada más, era como una maldición. Sabía que si volvía a aparecerse mi hermano se encargaría de él, pero me daba horror que apareciera un día que no estuviéramos nosotros, cuando mamá dormía antes de los turnos nocturnos y quedaba sola.

    Que el monstruo surgiera de las sombras y se la llevara.

    ¿Qué haríamos entonces? Ahora no importaba, porque estaba muerto… Y ni siquiera así su fantasma nos dejaría en paz. Arata tuvo que entrar a la morgue de la policía, tuvo que lidiar con la reacción de mamá y quién sabe qué más. Se lo tragó todo solo y por eso una vez supo que ella se quedó dormida se fue, arrancó la moto y desapareció de nuestra vista. No era la primera vez que huía de los ojos ajenos.

    Siempre que algo lo lastimaba o lo enfurecía huía, escapaba como si pudiera correr de sí mismo, pero acababa alcanzado por sus demonios sin importar lo que hiciera. Ahora no sabía dónde estaba, pretendí llamarlo cuando terminé de comer, pero no contestó y empecé a angustiarme. En medio de mi silencio empecé a sentir que me ahogaba.

    Dieron las ocho, las nueve, las diez. Lavé la ropa con el poco jabón que quedaba, salí a caminar un rato y dieron las once. Tomé un baño luego de llamar a mi hermano mayor diez veces y dio el mediodía, cuando Izu despertó y cocinó arroz que comimos con huevos cocidos. Dio también la una de la tarde y le llevé un plato de comida a mamá, que seguía sin levantarse.

    Entré a su habitación, deslicé la puerta y cuando la desperté noté que tenía un mechón de cabello enredado entre los dedos de la mano derecha. No le dije nada, se lo quité con cuidado y lo aparté de su vista, porque ya la había visto hacerlo otra veces, por eso tenía el pelo tan fino y quebradizo. Ni siquiera lo notó, me miró con los ojos hinchados y le dediqué una sonrisa.

    —Sei, cielo, ¿no tendrías que estar en la escuela? —dijo con la voz gangosa, casi afónica.

    —No teníamos clases, perdona, solo le avisé a Arata ayer cuando cenamos —contesté y cuando se incorporó le puse el tazón de arroz en el regazo—. Come. El arroz es fresco, Izu lo cocinó.

    Tomó los palillos que le alcancé con debilidad, sus manos temblaban bastante y quedó más que claro que Arata estaba furioso porque mamá había llorado a nuestro padre, lo había llorado como si fuese el mejor ser humano de este mundo. No la juzgué, no pude hacerlo, pero pensé que era mucho más complejo que solo “es un agresor que te trató como quiso y deberías odiarlo”.

    Siempre era más complicado que eso.

    Me quedé sentado en el suelo, a la orilla de su cama, ella dio algunos bocados y pareció recordar de repente por qué había tenido que llamar al mayor de nosotros en la madrugada. Bajó el bocado que había tomado al tazón, se quedó mirando el arroz, el huevo y luego alzó la vista a mí. No había brillo en sus ojos, ninguno, y tampoco le quedaban lágrimas que derramar.

    —Sei, tu padre-

    —Está muerto —atajé sin trastabillar y la insté a seguir comiendo—. Ya lo sé. No tienes que preocuparte por nosotros ahora, estamos bien.

    ¿Lo estábamos?

    No podía sufrir la muerte de alguien que no recordaba, de alguien a quien mi hermano había atacado porque temía que fuese un peligro para nosotros. Arata era caótico, se echaba la vida de un lado al otro, nos ayudaba con la escuela, se reía por ratos, luego dormía rechinando los dientes y trabajaba por las noches, pero confiaba en él. Confiaba tanto en Arata que si atacaba al Primer Ministro estaría seguro de que era porque se lo merecía.

    Era su manera de proteger a los otros, porque no conocía otra forma.

    Mamá parpadeó, confundida, pero no preguntó cómo me había dado cuenta o si Arata me lo había dicho, yo tampoco le expliqué nada porque no tenía sentido angustiarla más aún. Se limitó a comer, yo apoyé la barbilla en el borde de su cama y antes de que me diera cuenta el sueño me ganó la pulseada, quedé ahí, en la posición más incómoda posible y dormí el rato que le tomó comer.

    Me despertó su tacto en el cabello, parpadeé con pesadez y me erguí muy despacio, mirándola. Estaba sonriendo, pero se le notaba tan agotada, tan absolutamente desgastada, que me pregunté cómo seguía viva.

    ¿Cómo era que no había caído muerta?

    —El detective que nos recibió en la jefatura fue muy amable. Tiene un contacto con una organización que permitirá que crememos a Ryou y hagamos una pequeña ceremonia sin pensar en el dinero… Sin pensar en el dinero.

    La miré y aunque no proyecté ninguna emoción, sí que me pregunté para mis adentros si estaba hablando en serio. No guardaba un solo recuerdo de Ryouta, de nuestro padre, pero lo que había visto el día que le reventó la nariz a Arata había sido suficiente. Debía haberle hecho a mamá demasiado daño, tanto que su cuerpo seguía sin recuperarse y por eso se enredaba el cabello, se lo arrancaba y tenía miedo siempre.

    Arata no habría manchado nuestra casa de sangre si no fuese así.

    Personas como él no merecían ceremonias, pero el lugar que había ocupado en la vida de nuestra madre nosotros no podíamos entenderlo. No sabíamos si él siempre fue así, si había empezado bien y luego se fue todo a la mierda; ni siquiera podíamos saber si alguna vez se habían amado y todo se jodió. No sabíamos nada y quizás fuese menos doloroso así, ¿pero el dolor de ella? ¿Quién lo aliviaba?

    —Te acompañaremos —dije mientras me levantaba del suelo y recogía el tazón de su regazo.

    —Tu hermano no, cariño.

    —¿Arata?

    —Sería demasiado injusto para él —murmuró sacando las piernas por el borde de la cama, todavía llevaba el uniforme de la tienda de veinticuatro horas—. No puedo obligarlo a algo como eso, no después de todo lo que ha hecho. No ha vuelto, ¿cierto?

    Estaba preparado para decirle que solo se había ido a la escuela, sin más, que eso era todo, pero cuando me lo preguntó directamente abrí la boca y las palabras que había pensado usar no me salieron. La mandíbula casi me rechinó cuando volví a cerrar la boca, suspiré y negué con la cabeza. Mamá solo sonrió y estiró la mano para que la ayudara a levantarse.

    Sin saberlo imité el soporte que le había dado el mayor de nosotros, sujeté su cintura, dejé que sus manos se aferraran a la que a mí me había dejado libre y ella pudo dejar la cama. Supuse que su cuerpo solo se había rendido, como esa vez el año pasado, cuando a mí también me dio un colapso con la infección respiratoria aquella, así que solo la ayudé. Al menos la comida le había dado algo de fuerza, pero debía sentir que tenía el mundo encima.

    —¿Izu lo sabe? —preguntó cuando pudo sostener su propio peso sin ayuda.

    —No. Puedo decírselo si quieres, por ahora toma un baño y yo me encargo de lo demás.

    Me agradeció en voz baja y caminó hasta las escaleras muy despacio, yo me quedé arriba, pero cuando la escuché llegar a la cocina también oí a Izumi decirle que el baño estaba listo. Le preguntó si se sentía bien, ella le dijo que no debía preocuparse, que con el baño estaría mejor y que la comida le había sentado muy bien.

    No fue hasta que la puerta del baño se abrió y se cerró que escuché la carrera de Izumi por las escaleras, quiso tropezarse, pero acabó llegando a mí que seguía pegado en mi lugar, apenas antes del último escalón que lo escupía en la planta de arriba. Estuvo a muy poco de chocar conmigo, se libró por los pelos y me observó con apremio, casi exigencia. En comparación a Arata y yo él era más nervioso, lo había heredado de mamá.

    El cabello, del mismo tono que el mío, algo más oscuro que el de Arata y mamá, le caía sobre la frente de forma bastante desordenada y me vi reflejado en sus ojos. Todos compartíamos el mismo tono de marrón prototípico, los tres, pero desde que éramos pequeños creía que los ojos de Izu eran más brillantes y que si hubiese nacido en otra casa podría haber sido muy feliz, en vez de echarse la vida como un saco de nervios.

    —¿Qué pasó? —Buscó saber sin detenerse a tantear el terreno.

    —Papá murió —solté sin anestesia y a él se le comprimieron los gestos—. Lo siento.

    No supe por qué lo primero que salió de mi boca luego de decirlo fue una disculpa siendo que él era el que menos debía sentir algo por el tipo. Su mirada paseó entre la confusión y algo parecido al dolor, pero entonces entendí que él no sabía si debía llorar o no, al menos no inicialmente. No era capaz de entender si le correspondía derramar lágrimas por un padre que nunca conoció, que nos abandonó para morir, pero comprendió algo más. Algo que yo no había logrado procesar, pero Arata y él, que parecían más propensos a ciertos arranques de emociones, sí.

    Que debían sentir dolor, no por Ryouta, por mamá.

    Izu lloraba.

    Arata deseaba consumir el mundo.


    Las lágrimas le corrieron por el rostro, desvió la mirada de mí y se apoyó en la pared contigua a las escaleras. No fue un estallido, un gran llanto ni nada, todo lo contrario. Lloró en silencio, resignado y sorbió por la nariz pasado un rato, limpiándose el rostro con las manos. Lo dejé ser hasta que estiró un brazo en mi dirección, bajé el escalón y me acerqué para darle un abrazo, despegándolo de la pared.

    Le acaricié la espalda con mimo, en un gesto que pretendió consolarlo, y él se quedó quieto. Lo escuché sorber de nuevo algunas veces, pero acabó por tranquilizarse pasados unos minutos y tomó muchísimo aire por la nariz, como si acabaran de sacarlo del fondo de una piscina. Respiré con cierta pesadez, le di un par de palmaditas en la espalda, pero él habló de repente y me quedé congelado.

    —Arata no está en la escuela, ¿cierto?

    No pude contestarle, tampoco me daba la vida para mentirle, todo lo que hice fue soltarlo con cuidado y revolverle el pelo. Le sonreí buscando tranquilizarlo, señalé nuestra habitación y como lo solía hacer con frecuencia él entendió que fuese prendiendo la tele para poder mirar algo antes de ponernos a hacer los deberes que nos habían dejado por esto de la escuela cerrada.

    Bajé las escaleras, Izu desapareció en el cuarto y yo seguí hasta la cocina. En la refrigeradora, con la letra de Arata, estaba pegada una factura de la tienda que tenía escrito por encima el número de Minami, Yuzuki. Hace semanas, cuando lo pegó, algo había dicho que era la chica que había venido para atender a su amigo apaleado, aquel con pintas de vampiro sacado de la cripta.

    Me quedé mirando el número varios minutos, tratando de discernir si era una emergencia o no, pensando en qué tanto debía preocuparme por mi hermano mayor. En un chispazo de lucidez extraño recordé cuando Izu y yo teníamos doce y once años, Arata quince, a finales de agosto y principios de septiembre había desaparecido tres días completos, pero volvió de repente con dinero para un par de meses, apestando a alcohol. En una gaveta del baño, semanas después, encontré una bolsa de pastillas extraña y desapareció apenas fue notorio que alguien además de quien las había traído las había tocado.

    Arata… ¿Acabaría muerto como Ryouta?

    La imagen me sacudió el cuerpo entero, me hizo sentir algo muy parecido al pánico y boqueé por aire de repente, como si hubiera recordado que debía respirar. Mi móvil había quedado en la encimera de la cocina, así que lo tomé y marqué el número con rapidez, incluso me equivoqué unas veces, pero cuando lo logré llamé y me llevé el aparato a la oreja. Sentía las costillas aplastadas, no podía respirar bien. Era una jugada del destino tan bizarra que ni me di cuenta que el número terminaba en cuarenta y dos.

    Timbró una, dos, tres.

    Cuatro veces.
    Cuatro.

    —¿Diga? —La voz del otro lado era sedosa, algo más grave que la de la mayoría de chicas, pero sin duda femenina.

    —Yo… —dudé, no supe por qué—. Mi hermano me dejó tu número, habla Shimizu. Seiichi.

    Silencio. La chica no dijo nada por varios segundos, como si ella misma estuviera procesando mi nombre y lo que implicaba que la hubiese llamado yo en vez de Arata, incluso me pareció escucharla pasar saliva, pero no podía decirlo con certeza. Todo lo que supe fue que cuando habló de nuevo su tono no se alteró, sonó tan compuesta que me pregunté si poseía capacidad alguna de espanto, porque a mí me seguía doliendo el pecho.

    —Dime, cariño, ¿necesitas algo?

    —Mi hermano no ha vuelto a casa —escupí sin detenerme en preludios de ninguna clase—. Desde las cuatro y pico de la madrugada. Él… llamaron a mamá de la policía, papá está muerto.

    Más silencio.

    —¿Tu mamá cómo está, Sei?

    —Bien. Él la acompañó y la trajo a casa, se fue después.

    —Qué bueno, cielo. ¿Podrías esperarme un par de horas? Llevaré algo de comer para ustedes.

    Accedí sin demasiado problema, ella se despidió y pronto quedé en la cocina con el teléfono en la mano sin saber qué hacer. Arriba escuché el ruido de la televisión aunque no pude recordar cuándo empezó a sonar en realidad y permanecí mirando la pantalla del móvil un rato. Pasé el pulgar por encima, estaba quebrada desde el año pasado, pero el dinero del trabajo de medio tiempo de las vacaciones lo había usado en reparar el de Izu porque se le había hecho mierda la batería y el mío se había quedado así.

    No había querido molestar más a Arata.

    —¡Sei! ¡Están echando ese anime que te gustó el otro día! —gritoneó Izumi desde arriba y alcé la cabeza—. Una retransmisión, creo.

    Todavía me dolía la cabeza por la falta de sueño, pero me sentí repentinamente agotado, drenado, y me pregunté cómo podía vivir nuestro hermano mayor con esta sensación en el cuerpo todo el tiempo. Era como vivir una pesadilla sin fin, nunca podíamos despertar y él, como un guardián, se había encargado por años de volverla mucho más leve. Arata había creado un globo de cristal para nosotros, pero el mundo avanzaba demasiado rápido y una mano inmensa había aparecido desde el cielo para quebrarlo. No tenía un cuerpo de origen, pero nos controlaba a su antojo.

    Entonces fui consciente de que deseé poder gritar.

    Hasta sangrar.

    .
    .


    幸せってなんだ?
    what is happiness?
    生きる意味ってなんだ?
    why do I exist?

    .
    夕焼けを駆けるカラスの群れに逸れた 羽を痛めたやつが
    a crow with injured wings, separated from the flock racing through the sunset
    不器用に 飛んでいる

    awkwardly flies
    私はお前の気持ちがよくわかるよ
    I deeply understand you
    普通に生きるって なぜこんなに難しいんだろう
    why is it so difficult just to live normally?

    .
    .

    El rugido del motor de una motocicleta se alzó por las calles, ahogó incluso el resto de ruidos ambientales, pero nosotros no reaccionamos porque nos dimos cuenta de inmediato de que no era la moto de nuestro hermano. De todas formas tuve que levantarme, cuando el motor se calló alguien tocó a la puerta y bajé para abrir, rebasando a mi madre que ya estaba por ir a hacerlo aunque hablaba por teléfono con alguien de la policía, el detective de la madrugada supuse.

    Ella entonces se desvió al salón donde no teníamos más que un sofá viejísimo que debió pertenecer a nuestros abuelos, se sentó allí y yo seguí hacia la puerta. Abrí y di con una chica de una estatura parecida a la de mamá, incluso Sei y yo que éramos un poco más bajos que Arata le sacábamos algo de altura. Su cabello negro era cruzado por un relámpago albino en el flequillo y sus ojos eran de un tono más bien pálido de violeta; alzó a la altura de su rostro una bolsa que ponía el nombre de un restaurante de ramen y no sé qué más y me dedicó una sonrisa increíblemente maternal. Toda ella transmitió calidez.

    —Los muchachos en crecimiento necesitan comer bien —dijo antes de siquiera saludar y luego mostró otra bolsa que ocultaba tras la espalda—. Y me han dicho que comen bastante dulce.

    Hice pasar a la chica, ella entró luego de quitarse los zapatos y llamé a Izumi y mamá para que bajaran a comer otra vez. Eran las tres y pico de la tarde, casi cuatro, habíamos comido a mediodía, pero no creía que importara mucho en realidad. Izu bajó, mamá se avergonzó por su estado cuando pudo llegar luego de colgar la llamada, acabó disculpándose varias veces con la muchacha, y le preguntó si era novia de Arata, a lo que ella negó con la cabeza diciendo que solo eran amigos desde hace tiempo.

    No tenía forma de saberlo, pero ella le había conseguido a Arata el empleo de Minato.

    Intenté ayudar a Minami a poner la mesa, servir la comida y demás, pero ella no me dejó. Me pidió que me sentara, así que ella sacó todo de los empaques, que resultó en un plato de udon para cada uno, una orden bastante importante de gyozas y a eso se sumó un termo inmenso que sacó de una mochila que cargaba. Nos sirvió en tazas un té humeante que olía delicioso.

    Entendí de golpe por qué Arata dejó su número.

    Ella era capaz de luchar contra la mano que había fragmentado el globo de cristal.

    Podía fabricar otro mundo de sueños.


    Comimos los tres como si lleváramos con hambre desde el día anterior, Minami dijo que había comido antes de venir así que solo se sentó a beber té mientras tanto y conversamos de cosas triviales. Mamá no mencionó la ausencia de Arata, yo tampoco y nadie habló de la muerte de Ryouta, nadie dijo una sola palabra sobre el difunto, pero todos éramos conscientes de lo que pasaba. Estaba escrito en la comida, el té y la negación a mencionarlo.

    Cuando terminamos Minami ayudó a levantar la mesa, lavamos lo que había que lavar y ella ayudó a sacar la basura, también fue a la tienda más cercana y volvió con algunas cosas, un par de paquetes de arroz, una docena de huevos y algo de carne. Acomodó todo donde correspondía y luego mamá anunció que debía hacer algunas diligencias, se ofreció a acompañarla, pero ella la rechazó diciéndole que prefería que se quedara con nosotros, que no quería molestarla más haciéndola ir por Shinjuku. Lo dejé estar bajo la promesa de que si nos necesitaba llamara.

    Arata seguía sin aparecer e iban a ser las seis de la tarde.

    En el momento en que nos quedamos solos con la chica la realidad volvió a nosotros, ella abrió las manos y los cristales de nuestro globo de cristal cedieron, mostrando las inmensas grietas que poseía lo que alguna vez fue una esfera que contenía nuestro mundo. El silencio fue pesado, de muerte, y la sonrisa de Minami se desvaneció lentamente. Fue como si dejara de jugar a la casita solo para asegurarse de que no dejaría que nuestro hogar se desmoronara.

    —Buscaré a su hermano cuando me vaya. Lo traeré a casa, lo prometo —dijo hacia nosotros, seria, y de repente Izumi hizo una pregunta que yo no había podido pensar.

    Una que no había querido hacerme.

    —¿Lo mató? —soltó con un hilo de voz y volteé a mirarlo como si hubiera escupido sobre la tumba de todos nuestros ancestros—. ¿Arata mató a papá?

    ¿Lo había matado?

    Dijo que si pisaba Shinjuku lo mataría, me lo había dicho.

    Dios mío, ¿lo había matado?


    —No, cariño, no. Tu hermano no fue —respondió ella de inmediato, ni siquiera dudó, y estiró la mano para acomodarle el pelo con mimo—. No te preocupes, no fue él. No sabemos qué pasó con tu papá, pero te aseguro que Arata no tuvo que ver.

    Izumi respiró con pesadez, como si le hubieran sacado un peso inmenso de encima de repente, y yo me forcé a relajar las facciones. Algo en la respuesta de Minami también me ayudó a relajar una tensión que no sabía que tenía y eché la cabeza sobre la mesa ya que seguía sentado allí. Izumi se dejó caer en la silla frente a mí y la chica suspiró de forma audible.

    Sin embargo, pronto sus manos recogieron los cristales y volvieron a formar el globo.
     
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    Zireael

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    Once again, gracias Belu por el sad *dies*

    Vengo a seguir sufriendo (?) Bueh, igual está bueno que mande advertencia sobre consumo nocivo de alcohol (sustancias en general) y descripciones gráficas, maybe. Por otro lado, se supone que en el orden mental que establecí había un capítulo antes de este, pero decidí cambiar ese orden y dejar el otro como el capítulo de cierre (so yes, serán cuatro, no tres).

    Los lyrics son de la canción linkeada, pero también de Blood de Bad Omens. De Blood también se desprende el título del fic, ya que estamos *sips tecito del desastre*

    Dejaré una N/A al final.




    III

    I wanna know when I started this overthinking
    believing the shit I tell myself running away from everyone
    I wanna know if this is really forever

    .
    nobody cared, nobody listened to me
    so I'm not carrying the weight of a conscience

    .
    everybody just lies but I need to know
    what's the difference between a god and his only son?



    .
    .

    .

    The Incarcerator
    | Hikari Sugino |


    &

    The Lover
    | Yuzuki Minami |


    .
    .
    .



    The Incarcerator



    Tuve que hacerlo entrar al apartamento dando tumbos, el hijo de puta había seguido bebiendo como descosido cuando le dije que parara y de puro milagro estábamos cerca cuando ya empezó a perder la pulseada. Había tenido que pagarle a algunos de los míos para que le echaran un ojo a la moto del desgraciado de aquí hasta que reviviera de entre los muertos, que solo Dios sabría cuándo sería, y llevármelo en el coche.

    De milagro Fumi no estaba en casa, así no hizo falta que la echara, pero hacer entrar a Arata yo solo fue una jodida misión. Para comer fideos, arroz y poca carne al maldito hijo de perra le pesaba el trasero, pero sabía que era peso muerto. Sus ojos debían estar parpadeando en blanco y negro, puede que ni siquiera sintiera el suelo bajo los pies. El alcohol le había pegado como una patada, no era solo que hubiese bebido demasiado en un lapso tan corto de tiempo.

    Pude llevarlo al baño, allí cayó al suelo, se dobló sobre el retrete y escupió las entrañas apenas a tiempo. Un poco más y yo habría acabado cubierto de vómito, justo como cuando Yako murió; Arata bebía de esa manera solo cuando algo se jodía de forma irreparable y no era solo el alcohol. Se metía tabaco, hierba, pastillas y quién sabe qué más, consumía y consumía, hasta pasearse por el borde de la muerte.

    Deseando besarla incluso si le aterraba.

    Temía morir, pero sabía que solo allí su pesadilla acabaría.

    Su abdomen se contorsionó, el vómito le subió por la garganta, imaginé que se le atascó en la nariz, y los ojos se le empañaron de lágrimas, pero su mente ya no estaba allí. Desde el principio la mente de Arata no estaba en su lugar, cuando topé con él sin planearlo en donde Tachibana ya tenía la puta mirada de las mil yardas, conectaba y desconectaba de forma intermitente; sus ojos volvían, se iban y todo lo que reconocía en ellos era el rojo de la ira. De ahí todo fue a peor.

    Bebió, fumó y quiso rascarle a Tachibana de las pastillas robadas que metía entre sus productos. Fue entonces que le dije que mejor fuéramos a casa, que había un bar más cerca y yo invitaba, era una mentira inmensa, pero él ni siquiera se daría cuenta. Faltaba una puta media hora para que el sol se levantara por el horizonte, pero solo hice para evitar que se metiera fármacos, aunque sabía que era cuestión de tiempo. No me había dicho media palabra sobre por qué estaba allí bebiendo como si hoy fuese el último día sobre la tierra, pero no hacía falta, sabía que no pararía. No pararía hasta caer, justo como hace años.

    Teníamos quince y dieciséis.

    Y yo había tenido que evitar que muriera.

    Siguió vomitando hasta que todo lo que pudo regresar fue un revoltijo de jugos estomacales y saliva, tenía el estómago vacío en su totalidad, pero su cuerpo necesitaba seguir escupiendo el veneno. Maldijo de forma incoherente, ni siquiera creí entenderle, y su conciencia empezó a titilar como una bombilla descompuesta. Cabeceó, arrojó algo más de porquería al retrete, y entonces los brazos le cedieron, el agarre en el váter se aflojó y todo su peso golpeó el suelo.

    Maldije en su lugar, entré al baño a velocidad, tapé la bañera, abrí la llave y el agua empezó a subir mientras le quitaba los zapatos al estúpido. Le quité la chaqueta, la arrojé al costado y estaba terminando de sacarle los pantalones cuando el cuerpo se le volvió a sacudir, tuve que usar toda la fuerza que encontré para volver a ponerlo en el retrete, vomitó de nuevo y todo el puto baño empezó a apestar a licor a medio metabolizar. Era ácido, avinagrado y se asemejaba demasiado al olor de la sangre y la muerte.

    Era un cadáver.

    Bajé la cadena como pude, arrastré a Arata dentro de la bañera a medio llenar y me metí con él con todo y ropa, apenas fui capaz de quitarme los zapatos. Me senté y sostuve a Shimizu de espaldas a mí, el maldito recuperó algo de lucidez al sentir el frío del agua, se resistió, pero estaba débil ya y logré someterlo. Le rodeé el torso con ambos brazos, pude enredar una pierna en las suyas y lo sujeté casi con violencia.

    —Quédate quieto de una puta vez —siseé, repentinamente agitado.

    —¡Vete a la mierda, Hikari! —Me sorprendió que pudiera recordar que estaba conmigo—. ¡Qué te jodas, hijo de puta!

    Tuve que aplicar más fuerza, no le contesté y él pretendió soltarse de mis brazos, sus manos quisieron hacerme dejarlo ir, pero fue cosa de un segundo. Todo lo que supe después fue que un sollozo raudo, agresivo, le rasgó el pecho y entonces sus manos se aferraron a mí, pero estalló. Estalló y lloró como si el mundo se estuviese acabando en ese instante, como si hubiesen matado a su madre, a sus hermanos y a sus cachorros. Lloró con muchísima ira, pero también con muchísimo dolor y algo se me removió en el pecho. Algo que había permanecido estático cuando Cayden rompió a llorar en el Shimizudani, contra el tronco del árbol y llamó a nombres que no debía recordar ya.

    El llanto de Cay me había helado la sangre, sí, pero no mucho más.

    Sin embargo, Arata era parte de mí, lo era incluso ahora.

    El agua me había empapado la ropa, también a él, y la sentí pegarse a mi piel, helada, como una maldición. Los dedos de Arata contra mis brazos amenazaron con causarme moratones allí donde me tenía sujeto, sus sollozos me perforaron los tímpanos y mi agarre, hasta entonces similar al de un carcelero, quiso parecerse más a un abrazo. Lo mantuve pegado a mí, me quedé enredado a su cuerpo, pero mi cabeza se ajustó a un costado de la suya y lo insté a recostarse en mi hombro.

    —Ya, ya —murmuré al encontrar mi propia voz y le hablé con una suavidad que no usaba hace casi cuatro años—. Ya, Akkun. Ya está, ya te encontré.

    Ya te encontré.

    Intoxicado como estaba escucharme decirle eso no supe si lo empeoró todo o pudo aliviarlo, pero lloró más si era posible. Su pecho se sacudió, tomó aire con dificultad y se deshizo en lágrimas, reinició la violencia de sus sollozos y sentí que temblaba. Todo él temblaba como una hoja, como un maldito perro arrojado al agua de un canal para que muriera y dejara de joder.

    De repente tuvo quince años de nuevo.

    —Estoy cansado —balbuceó entre el llanto, apenas pude entenderle algo, y liberé una mano un instante para limpiarle el rostro con el agua de la bañera, él no reaccionó—. Estoy muy cansado, ya no puedo más. ¿Qué puto sentido tiene todo esto?

    Había dicho lo mismo entonces.

    —¿Qué caso tiene? ¿Para qué voy a preocuparlos con esta mierda? Pero estoy tan cansado, Hikkun, tan cansado.

    Su mano izquierda me soltó, se alzó y entendí que intentaría arrancarse el cabello, así que aflojé el agarre para poder pescarlo antes de que empezara. Sujeté sus dos manos por las muñecas, lo forcé a bajarlas y lo aprisioné de nuevo usando un brazo; la mano que me quedó libre la llevé a su frente, lo regresé a mi hombro y lo hice ladear el rostro en mi dirección. Solo así pude posar los labios en su sien y comencé a mecerlo, el agua agitándose al ritmo de mi arrullo. Lento, frío, pero presente. Mi hielo quizás podía enfriar sus corrientes de aire, porque había tomado una bocanada de fuego y se estaba autodestruyendo.

    —Lo sé, lo sé —murmuré separándome apenas los milímetros necesarios para poder hablar, todo para repetir las mismas palabras al final—. Descansa, ¿sí? Ya te encontré.

    Arata seguía llorando.

    Y solo entonces me di cuenta de que lloraba con él.

    —Descansa. Ya no luches —repetí y al parpadear las lágrimas me empaparon el rostro—. No tienes que pelear todo el tiempo. Tienes que rendirte algunas veces.

    Su llanto no mermó, pero todo el peso de su cuerpo acabó deshecho sobre mi pecho y me atreví a aflojar el agarre en sus manos, que en vez de buscar su propia cabeza volvieron a asirse a mis brazos como garras. Tampoco pude dejar de llorar, lo seguí arrullando en medio del agua y antes de poder darme cuenta estaba tarareando muy bajo.

    Takeda no Komoriuta.

    La canción de cuna la recordaba en voz de Yuzuki, pero también en la voz de mi padre, quien me había cuidado cuando mamá murió en mi parto. Mamá era por quien me llamaba Hikari, llevaba el mismo nombre que ella cuando murió y quizás por eso estuve condenado desde el principio. Por eso las cosas eran de esta manera, por eso mi hermana me odiaba, por eso no detuve el ataque a Cayden incluso si significaba traicionar a los sobrevivientes, pero no soportaba el llanto de Arata.

    Llevaba el nombre de una persona muerta, por eso no era más que un fantasma.

    En la nana una niña cantaba sobre su propia miseria, forzada a trabajar más allá de casa y cuidando de un bebé. Al final era eso sin más, una canción sobre la desgracia de uno mismo, ¿y no era eso lo único que poseíamos? Arata, yo y varios de los demás no éramos más que los defectos del sistema, los defectos de la familia y del mundo; Shimizu y yo, en una sociedad ideal, no debíamos existir. Éramos la enfermedad, el síntoma de algo mucho más grande que nosotros.

    Por eso yo había acabado como un traidor y Shimizu incomodaba a todos como venganza.

    No dejé de arrullarlo, no dejamos de llorar y en algún punto él empezó a perder la conciencia, su cuerpo se convirtió en un saco de patatas y lo sostuve para que no cayera dentro del agua, para que no se ahogara aunque una parte de él seguro lo deseaba. Respiraba, lo sentía, pero era como si estuviera muerto y entonces todas las emociones que creía tener entumecidas desde hace años parecieron alcanzarme de golpe; el miedo, la culpa y el autodesprecio. Tuve que tratar de contener mis propias lágrimas, porque todo lo que deseé fue gritar y llorar hasta quedarme vacío, porque sentí que mi mejor amigo moriría en mis brazos otra vez. Sentí que todo estaba pasando de nuevo.

    Si sucedía, ¿no era lo que merecía? Yo, el Judas de los chacales.

    ¿Habría matado a Cay si me lo pedían, el mismo niño que había dejado dormir con la frente pegada a mi espalda? ¿Si me lo encomendaban de forma directa, ignorando las implicancias de un acto como ese en el tablero, habría tomado un arma para dispararle entre las cejas incluso si él era capaz de quemar el mundo por mí? ¿Lo habría hecho incluso si eso condenaba a alguien a sujetar su cuerpo como yo estaba sujetando el de Arata? Había personas afuera, personas que amaban a Shimizu y Cayden, que no merecían sujetar cuerpos inertes e incluso con plena consciencia de ello no sabía hasta dónde llegaría.

    Si podría matarlos con tal de sobrevivir.

    No quería morir, pero estaba condenado desde que vine al mundo.

    Ya lo había dicho mi hermana.


    Debiste morir tú en su lugar.

    —¿Crees que puedan perdonarme? —pregunté en un murmuro al aire, un sollozo me quiso cortar la frase y Shimizu seguía inconsciente entre mis brazos.

    Ahora era yo el que temblaba, tenía muchísimo frío y miedo. Temía por la vida de Arata, pero también temí por mi destino si alguna vez la mierda que le había hecho a Cayden se destapaba porque sabía que jamás me perdonarían y que ya era demasiado tarde para jugar al arrepentido. Incluso antes del incidente en el Shimizudani estaba condenado, Yuzuki me mataría si me alcanzaba, si me descubría.

    Estaba muerto hace tiempo, ¿para qué iba a resistirme?

    En algún punto de las horas siguientes Shimizu recuperó la sobriedad suficiente para sacarlo del agua, obligarlo a cambiarse y que se echara a dormir en la habitación, pero cuando dio el mediodía y se levantó me di cuenta de que seguía borracho, el mundo debía seguirle dando vueltas. No pudo comer nada, se echó el resto del día temblando como venado recién nacido, bebiendo agua y en el baño. No habló y como a las cuatro de la tarde no me quedó más que zamparle dos tragos de ron para pausar su resaca en el tiempo.

    Allí medio resucitó, dijo que se iría y no pude detenerlo. Le presté ropa, tomó una ducha que pareció revivir algunas de sus neuronas y se fue a traer la moto donde le dije que la habíamos dejado. Cuando quedé solo en el apartamento no pude hacer más que sentarme en medio de la habitación, absolutamente drenado, y sentí que me habían sacado el alma por la boca.

    No fui capaz de recordar si Arata me había dado las gracias.

    .
    .
    .
    The Lover



    Era domingo y seguía sin encontrar a Arata, mi única pista empezó y murió en Taitō, con Hikari, que lo cuidó y luego no pudo hacer más que dejarlo ir. En el dot&blue me dijeron que no contestaba llamadas desde el jueves por la noche, pero que sí llegó a trabajar el fin de semana y pedía todas las horas extra que tuvieran a la mano. A pesar de eso, también me tuvieron que informar que llegaba borracho y no podían ponerlo a atender en la barra, que si seguía así tendrían que cortar el trato, y comencé a enfurecerme porque esto estaba comenzando a ser demasiado.

    Estaba fuera de control.

    Todas las veces que fui a buscarlo al bar de Minato todavía seguía trabajando o no estaba porque lo habían enviado a hacer cosas fuera del local. No quise meterme dentro del lugar porque sabía que Arata, incluso si no estaba tan borracho como para dejar de trabajar, si tenía alcohol en sangre desde el día que dejó a su madre y desapareció no tendría sentido intentar dialogar. Haría una escena sí o sí, algo que no podía permitirme con mis contactos.

    Según Seichii habían retenido el cuerpo de Ryouta hasta hoy por la mañana, para estas horas debían estar cremando al hijo de puta y el lunes se harían las obras fúnebres. Tenía que encontrarlo antes de eso, sabía que Arata se arrepentiría el resto de su vida si no acompañaba a su familia, lo sabía porque lo conocía. Era el mismo que había llorado a Yako por horas, hasta que Hikari lo encontró y tuvo que vigilarlo, porque no dejó a nadie más acercarse.

    Fue ese recuerdo el que me oxigenó el cerebro, fue un chispazo de nitidez que me recordó su desaparición posterior y llamé a mi contacto del dot&blue para que me dijera si en el tiempo que llevaba Shimizu trabajando lo habían enviado a otras zonas de los barrios especiales, fuera del Triángulo. Me dijo que lo habían estado enviando a Bunkyō y me valió. Cuando dieron las once y pico de la noche hice un último sondeo en motocicleta por Shinjuku, esperando un milagro, uno que no llegó nunca y entonces llamé a Takano para que se me adelantara a Bunkyō a los bares de mala muerte que pudiera recordar.

    Pasó una hora y resto hasta que fue él quien me llamó, mientras yo estaba saliendo de uno de los agujeros de Bunkyō y ya había empezado a recibir miradas extrañas. Los muchachos de este barrio me ubicaban porque algunos de ellos habían conocido a Yako antes de su muerte, cuando pretendía unirlo a Chiyoda y Taitō antes de morir. Al final, en la caída del Imperio, ni Ratel ni yo pudimos llevar a cabo esa suerte de última voluntad suya.

    El domingo se había convertido en madrugada del lunes.

    —Lo tengo. Tekné, un bar a cargo del mocoso Ikari, su moto está afuera —dijo Takano apenas tomé la llamada.

    —No entres.

    —No hace falta. Acaba de salir a fumar.

    No respondí nada, colgué de inmediato y subí a la motocicleta, le metí gas como si el mundo se fuese a acabar en los siguientes cinco minutos y prácticamente desaparecí la distancia hasta el sitio que me había dicho Takano, lo ubicaba por nombre. El viento amenazó con querer cortarme la piel, avivó el fuego que trataba de contener dentro del pecho y me hizo desear una sola cosa.

    Haber matado yo a Ryouta.

    Había sido mi error que lo dejaran en el puente, tendría que habérselo vendido al viejo Dunn en vez de negociar con él por la pseudo-limpieza, que el tipo se encargara de cobrar su parte de las deudas y luego sacara la basura en el silencio que, por lo general, caracterizaba a los irlandeses. Tendríamos que haberlo matado, desaparecerlo y ya; le había fallado a Arata.

    Llevaba demasiado tiempo fallándole a los chicos.

    Los niños adorados de Yako.

    Conduciendo me salté una luz roja, me di cuenta demasiado tarde, y si no terminó todo en un desastre fue solo porque me colé justo antes de que el coche retomara en la marcha en la dirección que le correspondía. Si alguien reaccionó, si presionaron la bocina o se cagaron en mis muertos ni siquiera alcancé a oírlo, iba casi una calle por delante cuando alguien pudo haber hecho algo. No tenía tiempo que perder; esto era diferente, ya no teníamos quince y diecisiete. Ya no podíamos solo echarnos a morir.

    Había vidas que dependían de nosotros.

    La callejuela donde estaba el bar de Ikari no tardó en aparecer ante mí, era angosta, pero noté la moto de Arata estacionada a un costado y en el momento que aparqué, bajándome de mi propia motocicleta a velocidad, noté a Takano forcejeando con él varios metros más allá de la boca de las escaleras que llevaba al sótano de Tekné. Shimizu debió reconocer el rugido de mi motor, luego el destello blanco de la pintura y de mi flequillo, porque estaba intentando sacarse a Turusuke de encima con una furia bastante importante que seguro intentó detenerlo antes de que saliera pitando.

    Sus ojos chispearon, rojos, bajo la luz de una de las farolas y alcancé a colarme entre ambos justo cuando Arata pretendió dejarle ir un puñetazo en el rostro a Takano. Pillé impulso, saqué a mi General de su alcance de un empujón y le arrojé una patada que conectó con sus costillas, arrancándole una queja de dolor. No tendría la misma fuerza que ninguno, pero la velocidad lo compensaba y bastó para poner distancia.

    —¡No lo toques! —bramé, enfurecida también, y los recuerdos de la herida que le había dejado cicatriz me parpadearon contra los ojos. Vi la sangre, pude olerla aunque no estaba allí y por un segundo olvidé a qué venía. Tuve que boquear por aire—. No te atrevas a tocarlo.

    —Yuzu —escuché que me llamó Takano, sonó lejano—. Yuzu, vuelve. Aquí estoy.

    ¿Por qué a todos nos debían repetir la misma frase maldita? ¿Estábamos realmente tan aterrados y confundidos?

    —¡Vuelve a tu casa de una vez! —grité hacia Arata apenas pude conectar ideas y los gestos se me quisieron comprimir, como si hubiera estado por soltar a llorar—. Ya sé qué pasó, no me salgas con tus mierdas de evitativo y tus huidas. No me digas nada si no quieres, pero vuelve a casa, tus hermanos te necesitan. Tu madre te necesita. Tienes que parar, Mishi, tienes que parar o vas a morir, no puedes hacerles esto.

    Arata me miró como si deseara reventarme la boca de una hostia, pero los instintos de su cuerpo fueron más fuertes incluso que la desinhibición del alcohol. Retrocedió con la mirada desorbitada, quiso tropezar, pero apoyó el peso del cuerpo en la pared del edificio y respiró con dificultad.

    —No va a terminar nunca, ¿cierto? —preguntó con un hilo de voz.

    Me ardieron los ojos, lo sentí, porque recordé a su hermano menor llamándome y diciendo que él no había vuelto, que su padre estaba muerto y su madre y Arata habían tenido que ir a reclamar el cuerpo. Recordé cómo Hikari había desaparecido luego de cuidarlo por tres días para no regresar durante todo el año siguiente a pesar de mis esfuerzos y los del propio Shimizu.

    Solo recién, casi cuatro años enteros después, entendí que Hikari había sufrido tanto el dolor de Arata, su autodestrucción, que tuvo que anularse. Temió ver morir a su amigo y entonces pretendió borrar la posibilidad desapareciendo de su vida, de la de todos los demás, sin saber lo que eso implicaría finalmente. Sin anticipar que Shimizu volvería a él, unidos por un destino que parecía superarlos, y lo haría revivir esa misma pesadilla, ahora multiplicada.

    Por su traición, esa que desconocíamos.

    —No puedo mentirte, lo sabes —comencé y sentí que el pecho me dolía de simple impotencia—. No puedo mentirte, pero debes volver a casa. Tienes que acompañarlos.

    —¡¿En la ceremonia del hijo de puta de Ryouta?! ¡El infeliz arruinó la vida de mamá, la nuestra y quiso venir a cobrarnos el dinero de sus deudas, de las deudas que tenía contigo y vete a saber con quiénes más! ¡Estás mal de la puta cabeza, Yuzu! —acusó fuera de sí y me apuntó el centro de la frente con el índice, con fuerza, la suficiente para que me encogiera en mi lugar. No pude recordar en qué momento había consumido la distancia así—. ¡El amor no lo cura todo! ¡No cura una mierda de hecho! ¡Yako, Cayden y tú fueron siempre así de ingenuos y estúpidos! ¡Vives en un maldito cuento de hadas y no puedes hacer que todos vivamos en él!

    Dolió.

    Dolió horrores.

    Mi General apareció entre ambos, su mano apartó la de Arata de mí de un movimiento brusco y lo hizo retroceder aunque seguía sin poder recordar cuándo se había despegado de la pared. Me había quedado en mi lugar, ofendida, regaña y humillada; lo miré como si no pudiera reconocerlo y sentí que todo lo que poseía se escapaba entre mis dedos. Si lo dejaba seguir este curso jamás volvería, se hundiría hasta ahogarse en el fango espeso que lo rodeaba desde que tenía uso de razón.

    ¿Pero salvarlo no era el idilio de mi cuento de hadas?

    —¿Estás oyendo lo que dices y a quién? —La pregunta la hizo Takano.

    Arata se soltó de su agarré con furia, si no buscó golpearlo fue por mi orden de antes, pero todo su cuerpo estaba tenso, tanto que un solo empujón habría bastado para tirarlo al suelo o detonarlo. Lo miré, él me miró a mí y cuando pretendí abrir la boca me castañearon los dientes. El mundo frente a mis ojos se cristalizó y no supe si podría cumplir con la promesa que le había hecho a sus hermanos; Shimizu era un cabrón, sabía dónde dolía y dónde debía encajar el cuchillo, pero lo había olvidado hasta ahora.

    Escarbé y escarbé entre mis opciones, lo hice hasta que creí quedarme sin opciones y di varios pasos hacia atrás, renunciando. Fue entonces que recordé el favor de Minato, la chica, la pasta y todo lo demás. Era lo único que poseía, el único rescate que me quedaba.

    —Di lo que quieras de mí, Arata —dije cuando pude reconectar mis neuronas y al parpadear las lágrimas me corrieron por el rostro—, lo que te dé la gana, pero no desacredites el amor de los demás. El de tu madre, tus hermanos, Cay y Ko, Yako, mucho menos el de la chica. No lo borres porque entonces Ryouta habrá ganado incluso muerto.

    En sus facciones chispeó algo muy parecido al terror, como si le hubiese escupido una verdad que no había procesado en ningún momento. Sacudió la cabeza como si quisiera sacarse un pensamiento de la mente y se llevó las manos al rostro. Tuvo que batallar contra el impulso de irse a la mierda, también contra el deseo de romper a llorar. Luchó y luchó hasta que pudo poner dos pensamientos en fila.

    —No quiero arrastrarlos. No de nuevo —murmuró con la voz gangosa.

    —Vuelve a casa —pedí de nuevo—. O te arrepentirás de haber dejado a tu madre sola cuando te necesitaba.

    Se quedó quieto como una estatua, como si genuinamente se hubiese vuelto una piedra. No supe bien cuánto tiempo pasó hasta que asintió con la cabeza, pero fue todo lo que pude conseguir. Viendo cómo estaban las cosas era mucho más de lo que esperaba. No podía hacer más por él, el resto dependía de él, solo de él y era eso lo más jodido de toda esta situación.



    Fue cuando empecé a releer el cacho de fic narrado desde la perspectiva de Hikari que comencé a sentirlo más desordenado que los capítulos anteriores y que el fragmento siguiente, el narrado por Yuzu. Esa parte del fic, en cualquier caso, así como me ha pasado en otros momentos con otros personajes, pega muy cerca de casa, tal vez demasiado.

    Los momentos en que me veo reflejada en Arata son pocos, contados con los dedos de una mano, pero en este caso en particular fue demoledor. Regresé a momentos particularmente oscuros, pero también hubo algo en esa regresión que sirvió de catarsis de cierta manera.

    Con eso dicho, que quede claro que no promuevo este comportamiento (???) lo ideal sería que pidiéramos ayuda en vez de caer en estos extremos, a pesar de que sé lo difícil que es.

    Tengo otra N/A reservada también para cuando termine con el otro capítulo, porque de por sí escribir esto fue un viaje tremendo, pero eso, que queda para el siguiente.
     
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    Zireael

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    I hung myself up on a cross to bleed for the lives we never got to live [Gakkou Roleplay]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    6905
    ONCE AGAIN gracias por el sad *llora de nuevo* le voy a sacar brillo a esos ratings con mis lágrimas-

    Con esto cerraría el fic del absolute chaos (?) agradecida con mis neuronas por haberme permitido retomar esto, porque ya no podía mÁS CON TENERLO ATORADO, creo que sí era un poco porque estaba demasiado setteada en este mood y ya Arata no me dejaba pensar, la puta madre, Arata déjame sola en mi cabeza dos días por favor. Anyways, narra el padre de Ilana.

    Al fin pongo la canción de la que saqué el título del fic JAJAJA igual ya había puesto una parte en el capi anterior but whatever, está mezclada con Mercy de Bad Omens igual. Bueno, valió madres porque no se puede visualizar la canción y hay que abrirla en shutube, pero pUES ASÍ SE VA PORQUE NO PUEDE SER OTRA

    Dejo la N/A kilométrica para el final




    IV

    I hung myself up on a cross to bleed
    nobody cared, nobody listened to me
    so I'm not carrying the weight of a conscience

    .
    we live and die in vain like treasure on a sinking ship
    all in the name of a god we’d just abandon and forget

    .
    it's for the lives we never got to live
    tell me, is it all in vain?
    is it worth the suffering?

    .
    we’ll beg god for a mercy that he knows we'd never show

    .
    .

    .

    The Sage
    | Nathan Rockefeller |



    .
    .
    .



    Cuando me senté en la oficina de la Primera y Segunda División de Crimen Organizado de Shinjuku tenía ya los informes de la forense sobre la muerte de Shimizu Ryouta. El cuerpo lo habían encontrado en un callejón, un crío de veinte años que iba a fumarse un cigarro dio con él y luego de vomitar dos veces de pura impresión llamó a emergencias, aunque quizás debió llamar a la policía desde el inicio. Quería decir, el tipo llevaba del otro lado varios días y era más que obvio, pero tampoco podía uno pedirle mucho a un chico en shock por haberse encontrado un muerto. No se suponía que esas cosas le pasaran a uno.

    Acordonaron el callejón, llamaron al laboratorio antes de levantar el cuerpo, pero no encontraron más que evidencia sucia. De manera tentativa, antes de la autopsia y por algunas características de la escena, lo declararon como una sobredosis y mandaron el cadáver a la jefatura de Shinjuku, una de las pocas que tenía morgue con buen sistema de enfriamiento. Los desgraciados convocaron a los inspectores y sargentos de las Divisiones de Crimen Organizado y de la Unidad de Investigación Especial solo porque el muerto tenía tinta encima, los brazos y espalda.

    Dios, a veces llamaban por nada.

    Aunque tal vez la realidad era que esto era más grande de lo que estimaban.

    En todo caso, el Inspector más antiguo presente, el de la Tercera División, mandó todo a la mierda, dijo que no tenía tiempo para lidiar con drogadictos muertos cuando estaban tratando de desmantelar una red de negocios de la verdadera yakuza y dijo que archivaran el caso como sobredosis, fin. Con eso mandó al novato a que llamara a la familia una vez identificaran el cadáver, suponiendo que estuviera en alguna base de datos. Tampoco fue difícil una tarea demasiado difícil.

    El tema fue que cuando la forense hizo la autopsia todo se empezó a salir de lo esperable. Lo suficiente para llamar de nuevo al sargento extranjero recién contratado en la Segunda División, pero que tenía experiencia resolviendo casos que parecían alcanzar un Dead End. En Estados Unidos había servido a la Unidad de Inteligencia de Altoona por años, estuve a su cargo al menos una década, pasé por otras de las unidades algunos meses y de regreso a Inteligencia, pero ocurrían cosas raras, incluso cuando me daban turnos en la oficina del sheriff de Northwood para poder pasar más tiempo con mi familia.

    La gente se perdía.

    Nunca encontrábamos un cuerpo.

    Leí y leí, hasta que todo perdió forma, hasta que me llamaron por la radio diciendo que Yoshimura Kaiyo había llegado. Yoshimura era la madre de los tres adolescentes que se apellidaban Shimizu. Quince, dieciséis y diecinueve años, los tres hijos del fallecido. Saltaron en los datos de inmediato, sus fotos eran de registros estudiantiles; la última de ellas pertenecía a la Academia Sakura, la misma escuela donde Ilana había querido transferirse, donde Shimizu Arata había ingresado bajo la promoción de Sonnen Erik, la cabeza intelectual de Káiser.

    No había manera de que un chico con ese perfil pudiera pagar una escuela así, por supuesto.

    Cuando salí di con una mujer que bien podría pasar por un fantasma, estaba desgastada, agotada y consumida, y el muchacho con ella se notaba claramente tenso. Ocupaba el espacio con miedo, se movía con rigidez y evitaba la mirada de todos los oficiales a su alrededor, a su manera él también parecía un fantasma, uno aterrado y avergonzado. Quizás no supiera lo mucho que se parecía a su madre en ese momento.

    Por las mangas de la chaqueta roja noté un tatuaje de un pájaro grisáceo en su mano izquierda y en su cuello también asomaba tinta, la figura parecía ser una serpiente. Supuse que tendría ambos brazos cubiertos de tatuajes, que la pasta que sacaba por otros medios la repartía entre la tinta, la comida y la mera supervivencia. Solía ser el caso.

    El cuadro del hijo mayor de Yoshimura era uno que había visto repetido hasta el cansancio incluso en Altoona y uno que se repetía por todo el país; el mayor de tres, el descarriado por el sistema, el que había elegido sacrificarse a sí mismo antes que permitir que sus hermanos menores tuvieran que hacerlo. A los ojos de este chico el mundo posiblemente era culpable de sus desgracias, todas y cada una, y puede que de hecho tuviera razón. La existencia de la delincuencia juvenil, de las pandillas de adolescentes, tenía que ver con los defectos del sistema. Por eso chicos como Arata Shimizu tenían que ingresar por el portal del mundo de sombras para sobrevivir. Una vez allí, salir podía llegar a costarles la vida.

    Por eso este muchacho le temía a la policía.

    Shimizu Ryouta no era santo de la devoción de nadie, lo entendí cuando la mujer se deshizo en lágrimas y el chico todo lo que pudo mostrar fue asco, no hacia ella, pero quizás sí hacia su reacción y al cadáver. Todo el resto fue igual de terrible, el crío tuvo que sostener a su madre como le recordé cuando le dije que hoy el problema no era con él. Evitó que se anudara el cabello, le dio de beber y la sostuvo, pero en sus ojos vibraba una ira tan cruda, tan visceral y carente de objetivo que tuve que preguntarme si sobreviviría a ella. Si cuando llegara a casa, dejara a su madre y quedara solo consigo mismo sería capaz de salir.

    Había tomado una bocanada de fuego.

    Ahora giraría hasta quedarse sin oxígeno.

    Cuando Yoshimura y su hijo se fueron regresé a la sala de las Divisiones, ya todos se habían retirado excepto un joven que se dedicaba a revisar las bases de datos para enviarle información a los detectives en el campo. Tecleaba a una velocidad insana, pero trabajaba de manera ejemplar aunque se le notaba cansado.

    En el silencio de la sala, que solo era roto por el tecleo del chico, volví a revisar el informe. El cuerpo de Shimizu tenía dos puñaladas que habían medio cicatrizado, una en la pierna y otra en el brazo. Solo Dios sabía en qué condiciones las habían atendido, pero no fue en un hospital eso seguro, las suturas eran irregulares y bruscas, así lo indicaba el tejido cicatrizado. Ese no era el mayor de nuestros problemas en todo caso, para nada. El tipo tenía el estómago vacío, un conteo anormal de glóbulos rojos en el hígado y lesiones en garganta y esófago.

    No tenía sentido.

    Miré el informe por varios minutos hasta que me cansé de dar vueltas, me levanté y fui de nuevo con la forense. La mujer me recibió con su temple intacto a pesar del espectáculo que había presenciado con Yoshimura, abrió de nuevo la cámara y descubrió el cuerpo de Shimizu. Era jodido de muchas maneras, pero también era cierto que su hijo mayor era terriblemente parecido a él, solo lo diferenciaba que el cabello del muchacho era un par de tonos más claro.

    —Las puñaladas —señaló la forense—. Un cuchillo bien afilado, tuvo suerte de que no le alcanzara la arteria femoral en el corte de la pierna. El del brazo fue menos peligroso en comparación. Las cicatrices externas, como dice el informe, son irregulares, no parecen haber sido suturadas por un médico.

    —¿De cuándo crees que son las heridas?

    —Uno, dos meses como mucho. Eran laceraciones profundas, el tejido tardó en sanar porque no fue tratado de inmediato, pero no mucho más —respondió señalándole la cicatriz del brazo—. El estómago vacío. Las sustancias que consumió cayeron en saco roto, ¿los alcohólicos y drogadictos de cajón consumen sin haberse echado nada en el estómago?

    Era una pregunta hipotética, no era imbécil. La contesté porque quise, no porque ella me lo pidiera.

    —No es raro en realidad. Si tienes un alcohólico en el nivel de consumo problemático, donde tienden a ser más funcionales, al menos tendría un pedazo de pan en el estómago. Si sufriera dependencia severa eso cambiaría muchas cosas.

    —Exacto. ¿Te parece que este cabrón estuviera en los estadios más terribles de una adicción?

    —Llámame loco, pero no.

    —Al Inspector, claro, le da exactamente lo mismo. Casos como este solo hacen que la policía metropolitana gaste recursos que van desde tiempo y dinero hasta fuerza de trabajo. Shimizu Ryouta es un paria, nació como uno y murió de la misma manera, ¿viste el expediente que sacaron? Parecen las sagradas escrituras de la mala vida, estuvo institucionalizado cuando era un crío, el padre mató a la madre y en prisión consiguió matarse de una maldita sobredosis, Ryouta, de más o menos ocho años, no tenía más familia y pues ya viste lo que pasó.

    No había visto el expediente de Ryouta, el Inspector casi se lo había pasado por el culo, así que seguro lo vieron y lo regresaron a su lugar. Al menos hasta que esta mujer quiso verlo y alguien se lo permitió.

    —¿Alguien lo tomó o estuvo en el sistema hasta la mayoría de edad?

    —En el sistema hasta la mayoría de edad. —Traqueteó las uñas contra la mesa metálica, junto a la cabeza de Shimizu. Luego deslizó la mano libre para señalar un tatuaje en el brazo del infeliz, una especie de canino—. ¿Qué tanto te familiarizaste con el crimen organizado de Japón desde que migraste?

    —Yakuza pura y dura, en el campo privado no se habla mucho de crimen organizado. Trabajamos sospechas de fraude, desapariciones…

    —Debajo de la yakuza discurren los grupos juveniles, como si fuesen un proceso de selección, unos Juegos del Hambre. Los grandes de la yakuza apadrinan a ciertos críos, los cobijan bajo su ala, y si su potencial es suficiente, ¿te suena lo que pasa?

    —Siguen subiendo por las ramas.

    —Los críos que sobreviven no se quedan en los barrios vendiendo drogas, armas y pasándose información como si jugaran al volleyball. Algunas de las manos más hábiles los toman y los colocan más arriba, pues se ganan el derecho al ser capaces de seguir con vida cumpliendo ciertos requisitos. Los restantes como Shimizu… solo mueren cuando su hora los alcanza o cuando alguien lo estipula, pero llevan las marcas de la vida que los reclamó.

    Era y no era idéntico al funcionamiento de las pandillas en Estados Unidos, como se observaban con más frecuencia en Nueva York y Chicago que en Altoona, donde teníamos otra clase de problemas con los adolescentes y adultos jóvenes. Muchos de los que alguna vez fueron mocosos de los grandes, los camellos y los espías, no pasaban de eso, pero otros… Otros tenían suficiente ira en sangre, suficiente ambición y sed de poder como para seguir subiendo hasta dominar los espacios, hasta sustituir a los que los habían movido cuando eran apenas niños.

    El sistema defectuoso en el que estábamos inmersos potenciaba la existencia de un mundo paralelo que, a pesar de lo caótico de su naturaleza, era terriblemente organizado. Figuras como la de Ryouta y su hijo mayor nacían y morían allí, incapaces de tocar la luz alguna vez y mujeres como Kaiyo parecían condenadas a morir en ríos de miedo y ansiedad. No había escapatoria, porque para corregirlo debíamos resetear la sociedad e incluso así no existían garantías.

    No había fuego que pudiera purificar esta maldición.

    —¿Quién querría matarlo? —pregunté aunque fue más un pensamiento en voz alta.

    —Creo que el problema real con este caso, Rockefeller, es que la pregunta que debes hacerte es… ¿Y quién no? —murmuró ella mientras volvía a cubrir el cuerpo para regresarlo a su gaveta helada—. ¿Vas a tomarlo? Ya sabes, extraoficial.

    —Si el Inspector de la Tercera se entera me va a escupir en la cara.

    —Posiblemente. —La mujer se permitió una risa, caminó hasta un escritorio para traer el expediente de Shimizu y me lo entregó—. ¿Te importa realmente lo que piense el viejo?

    —Fingiré que sí.

    —Investiga al chico, al hijo mayor, y tal vez consigas algo. Apenas me den el visto bueno prepararé el cuerpo para pasarlo a una casa funeraria, ¿te encargarás de eso también? La ceremonia.

    Hice un sonido afirmativo, no más, y abandoné la morgue con el expediente de Ryouta bajo el brazo para supuestamente devolverlo a donde pertenecía, pero regresé a la oficina y leí, leí y leí una vez más. Hice anotaciones en una libreta, el chico de la información seguía tecleando, y yo fui a dejar el expediente luego de haber sacado copia de las fotos de los tres Shimizu que seguían con vida: Izumi, Seiichi y Arata.

    No me quedó más que volver a casa, donde mi familia tenía ya horas de estar durmiendo. Entré sin hacer ruido, me colé en la habitación de Ilana para dejarle un beso en la coronilla como hacía desde que era una bebé y al salir noté el sobre oscuro encima de su escritorio. Quizás no debí, porque era su vida privada y ella decidía lo que me contaba y lo que no, aunque solía tenerme confianza, pero el objeto fue lo bastante raro para llamar mi atención.

    Me acerqué, despacio, y abrí la solapa para extraer la hoja de su interior, solo para darme cuenta de inmediato que la caligrafía era de un varón y estaba escrita en inglés. Lo que leí con ayuda de la luz del pasillo me recordó lo que me había contado hace semanas, cuando salió un poco tarde con unas de sus amigas y le dije que tuviera cuidado, que llegó a decirme que había tenido que ayudar a un chico al que habían atacado y que no quiso ir a poner la denuncia en la policía.

    La primera señal de alarma estaba allí.

    La segunda en este papel, pues pertenecía a la persona que había ayudado.

    Puede que fuese sobreprotector o estuviera viejo a secas, pero nada en la carta acababa de sonar bien incluso si había disculpas en ella, otras palabras brillaban como señal de salida de emergencia. Giré la hoja, solo tenía un pedido de que no tirara el objeto y un nombre sin apellido, extranjero, que le dio una identidad al atacado que se negaba a pedirle ayuda a la ley.

    No lo sabía, pero todo estaba conectado.

    Desde que vi que el hijo de Shimizu estaba en la escuela esa en el culo del mundo con su prestigio y sus cosas empecé a sentirme incómodo, pero solo ahora fui un poco más consciente de ello. No quería ser prejuicioso, de verdad que no, pero Ilana era mi hija y pronto sería una adulta. El mundo que existía allá afuera me aterraba, porque podía ponerla en peligro incluso si ella no tenía nada que ver.

    Porque Ilana se empeñaba en ser la salvadora de otros.

    ¿Cuántos no acababan muertos en ese intento?

    Respiré con pesadez, devolví el papel a su sobre y lo dejé en el lugar de donde lo había tomado para salir de su habitación cerrando la puerta tras de mí. Cuando me fui a dormir no vi la hora y para cuando desperté por el sonido de la alarma ya Ilana y su madre ya habían salido. Habría querido acudir a la escuela de los tres para hablar con los profesores, pero la de los menores estaba cerrada por trabajos en la instalación eléctrica desde hoy y aparecerme en el Sakura solo espantaría a Ilana, así que tuve que desistir en ese plan.

    Arata, sin embargo, facilitaba las cosas tanto como las complicaba. Acudí al domicilio registrado de Kaiyo Yoshimura, una casa heredada por sus padres ya fallecidos, pero no fui a buscar a la familia ni me acerqué demasiado a la propiedad. Me dediqué a tocar puertas, una tras otra, para preguntar a los vecinos sobre Kaiyo y sus hijos; todas las respuestas crearon una imagen nítida, pero nefasta del cuadro de la familia. Los tres niños eran “los hijos de Kaiyo”, la mujer sin esposo, la mujer que parecía muerta en vida, la que no pudo enderezar al mayor de sus niños.

    No pudo porque necesitaba su soporte, tuve que dejarlo fracturarse.

    En una pausa entre las personas que me abrían la puerta y las que no llamé a Yoshimura solo para preguntarle cómo estaba y para hacerle saber que ya había hablado con los de la organización para la cremación del cuerpo de Shimizu. Acabé atorado hablando con ella un poco más, que seguía lamentando la muerte del infeliz, pero ni modo, eran gajes del oficio. Cuando pude colgar retomé mi tarea.

    —¿Qué sabe de la familia? —pregunté en el último apartamento de una torre viejísima, en las otras dos puertas nadie me había abierto.

    —¿De la casa Yoshimura dice? —Buscó corroborar la mujer que tendría unos sesenta años. De fondo se escuchaba un televisor encendido—. El hombre la golpeaba y solo Dios sabrá qué más, no la dejaba ir al hospital así que llevaba los moratones y heridas por semanas. Creo que alcanzó su punto de quiebre poco después de que naciera el más pequeño, recuerdo que una noche… Fue la primera vez que oí a Yoshimura-san gritar por algo que no era dolor, sonaba furiosa.

    —¿Furiosa?

    La mujer trastabilló en su relato, sacó la cabeza al pasillo para mirar de un lado al otro y me indicó que entrara al apartamento con un movimiento de cabeza sutil. Una vez estuve dentro cerró la puerta, me llevó hasta el diminuto comedor y desde allí la televisión se escuchó con más claridad. Estaba sola, pero había ropa de hombre en un perchero tras la puerta así que supuse que su esposo no estaba en la casa.

    En el comedor tres gatos amarillos salieron corriendo a esconderse en las habitaciones, dejando tras de sí una nube de pelos, y la mujer los miró un poco desconcertada aunque luego le dio algo de risa. Se disculpó el espectáculo de sus mascotas, tosió un poco y me pareció que sonaba como la tos de un fumador, pero retomó su relato.

    —El hombre… Era ciego de un ojo, ¿cierto? —Asentí con la cabeza, despacio—. Nunca le faltó vista para hacer lo que hacía. Esa noche, cuando los gritos de Yoshimura-san cambiaron, él había querido golpear a uno de los niños. Ella le gritaba que no se atreviera a ponerle las manos encima a sus hijos, que… Que iba a matarlo si tocaba a los niños y creo que incluso con su tamaño y su miedo lo enfrentó de verdad por primera vez en todo el tiempo que estuvo con ella, que debieron ser al menos siete años antes de que naciera el primero. Llamé a la policía… luego no supe qué pasó, no llegaron y el silencio me hizo temer lo peor.

    —¿Sabe si alcanzó a golpear a los niños o Yoshimura-san pudo impedirlo antes de que lo intentara?

    —Lo impidió, creo, pero ella… Tenía los brazos cubiertos de moratones y el labio reventado.

    —Gracias por colaborar, señora —dije mientras terminaba de anotar algunas cosas en la libreta.

    —¿El chico está bien? —preguntó repentinamente angustiada.

    —¿Quién?

    —El mayor de Yoshimura-san, tiene el pelo rubio como ella y muchos tatuajes, viaja en una motocicleta roja. La moto no estaba esta mañana, tampoco ha vuelto, llegó una chica en una moto blanca… Pequeña, cabello largo muy lacio y un mechón blanco.

    Su descripción no me sonó de nada, tampoco pude responderle a la mujer nada más allá de que tal vez el muchacho había pasado la noche fuera de casa, pero ella no parecía muy convencida. Lo dejó estar, más o menos, aunque entonces entendí que en este vecindario todos asumían que Arata un día aparecería muerto.

    —¿Qué sabe del hijo mayor de Yoshimura-san? —Busqué saber para ver si podía llenar algunos vacíos.

    —Iba a la escuela del barrio, pero luego lo empecé a ver con un uniforme diferente, fino, no pude ver si tenía el escudo de alguna escuela privada, pero no creo que puedan pagarlo. Hace… casi dos meses hubo un alboroto, Ryouta apareció, lo vi cuando el mayor lo arrojaba a la acera. Sangraba un montón, pero al chico también le sangraba la cara y uno de sus hermanos lo hizo entrar a la casa, tenía un cuchillo en la mano. El mayor, digo.

    Las puñaladas en el cuerpo de Ryouta.

    —¿Alguien llamó a la policía?

    Negó con la cabeza y la noté avergonzada, sus ojos se desviaron a un punto cualquiera del espacio con tal de evitar los míos. Jugueteó con los pliegues de su falda, larga hasta los tobillos, y el cabello el enmarcó el rostro cansado. Eran estos los vecinos que habían permitido que el abuso a Kaiyo se prolongara en el tiempo, que nada cambiara y los que no se preocupaban por los niños.

    Eran estos los vecinos que, como hormigas, reproducían las mismas fallas existentes a nivel macro en el sistema. Sin embargo, puede que esta vez la falta de reacción hacia Yoshimura y sus hijos fuese, de hecho, una ventaja. Arata había apuñalado a Ryouta, al enfrentarlo a la ley el culpable era él y sabía, casi con una certeza absoluta, que nadie testificaría para que cualquier sentencia en su contra se atenuara. Al no llamar a la policía el incidente no existía, Arata estaba limpio de pecado.

    —¿Qué más sabe del mayor?

    —Creo que se juntaba con alguna pandilla cuando era más joven, pero no lo sé con seguridad. Debía tener catorce cuando apareció con el primer tatuaje, aquí —explicó señalándose el dorso de la mano izquierda y recordé que era el del pájaro grisáceo—. Luego siguió, en algún punto compró la moto, creo que Yoshimura-san empezó a sentir menos presión por los pagos de los servicios, la comida de tres niños y el mantenimiento de una casa vieja. Lo siento… No sé más, se lo juro.

    Negué con la cabeza suavemente mientras seguía haciendo anotaciones, para restarle importancia, y una vez terminé le di las gracias por invitarme a pasar antes de retirarme. Al salir volví al coche, me senté y arranqué el motor para aparcar algo más cerca de la casa de Yoshimura, pero me quedé allí con los vidrios arriba.

    La información de la mujer era correcta, estaba una moto blanca. Me quedé allí un par de horas, hasta que la puerta principal se abrió y salió una joven a la que a lo sumo le calculé veinte años, correspondía con la descripción de la mujer. Alcancé la cámara que estaba en el asiento del acompañante, la encendí y ajusté el lente, conseguí una sola foto nítida, pero debía valer.

    Podría haberme ido luego de eso, porque ella arrancó la moto y se fue, pero no lo hice. Me quedé hasta que unos cuarenta minutos después volvió con una bolsa que, con algo de dificultad, se había acomodado en el regazo. Noté que eran víveres y eso hizo que la pregunta sobre el hijo mayor de Yoshimura me rebotara en la cabeza, porque si esta chica estaba aquí trayendo comida significaba que Arata no estaba en la casa, que posiblemente no sabían cuándo volvería.

    Otra señal de alarma.

    Estaba hilando ideas cuando recibí una llamada de la organización que se encargaba de estas obras fúnebres para familias de recursos limitados. Hablé con el hombre, quien era mi contacto, y me dijo que requería que un familiar se presentara para firmar algunos documentos antes de que pudieran cremar el cuerpo, que me los enviaba a mí para que yo los imprimiera, pero que además le habían dicho en la Jefatura que todavía no podían hacer el traslado del cuerpo. La forense debía estar haciendo todo lo posible para retenerlo, esperando encontrar algo más sólido.

    Que le confirmara que no se había matado, que lo habían asesinado.

    Arranqué el auto de nuevo, volví a llamar a Yoshimura cuando ya llevaba una parte del camino hecha y le dije que debía presentarse en la Jefatura para firmar algunos documentos que luego se le entregarían a la organización. La mujer accedió, me dijo que llegaría tan rápido como pudiera y yo le dije que no se preocupara, que cuando llegara preguntara por mí y ellos me harían saber que estaba allí.

    .
    .
    .

    Una vez Yoshimura se fue de regreso a casa volví a quedar solo en la oficina de las divisiones con el chico de las bases de datos, así que aproveché. Le hice llegar la foto de más temprano, la de la muchacha de la motocicleta blanca, y él accedió a hacerme el favor de buscarla junto a la matrícula de la moto que salía en un costado de la foto. La historia, entonces, comenzó a ponerse incluso más extraña.

    —Dice… Bases de datos educativas, estuvo en una escuela femenina, luego fue admitida en la Universidad de Tokyo, en el campus de Meguro. Minami Yuzuki, nacida el trece de agosto del noventa y nueve, actualmente reside en Minato junto a sus dos hermanas menores, gemelas, Kyoko y Himawari, que cumplirán dieciocho años en unos meses.

    Las amigas de Ilana, las gemelas.

    ¿Por qué nunca me di cuenta?

    —¿Minami? —repliqué de inmediato y algo parecido al miedo comenzó a correrme por el cuerpo—. ¿De quién es hija?

    El chico tecleó de nuevo a una velocidad que habría dejado al correcaminos en vergüenza, activó el proyector interactivo y toda la pared frente a mí se iluminó. Un rostro apareció, con nombre y apellidos, un hombre que parecía más joven que yo, que era la viva imagen de la muchacha. Cabello negro, largo y lacio, el relámpago albino le cruzaba la parte delantera del cabello y sus ojos eran de un tono violáceo.

    —Minami Shiro, empresario a cargo de varios izakaya. Fue acribillado en 2010 cerca de los límites de Shinjuku, el crimen pronto se asoció directamente a la yakuza. Su expediente lo laza a actividad criminal juvenil y lavado de dinero que se comprobó después de su muerte. —Abrió varios archivos más y estuve casi seguro de que a ambos la sangre nos abandonó el cuerpo, en unos documentos viejísimos resaltaba un mon, una camelia—. Desciende de los Minami del período Heian, los presentes en las Guerras Genpei.

    —¿Estás diciéndome que estas chicas llevan la sangre de un antiguo clan? ¿Qué hace la mayor ahora?

    Siguió abriendo archivos, cerrándolos, leyendo a una velocidad que yo no podía seguir, me dijo que era estudiante de medicina y poco más. Continuó hasta que logró encontrar un hilo conector en otro apellido que no parecía tener nada que ver en un evento que estaba desligado de todo, al menos en apariencia. Un accidente de auto que mató a un crío en 2016.

    —Kurosawa Kaoru, fallecido en 2016 arrollado por un coche. Nunca se le dijo a la familia por la naturaleza de la muerte del muchacho, pero se encontró una asociación de este chico a un grupo de adolescentes radicado en Chiyoda y Taitō… —Una sola foto, borrosa, del chico con Minami. En la espalda de Kurosawa, cubierta por una chaqueta de bordados, brillaba un dragón dorado—. Minami Yuzuki aparece ligada al grupo. Ya no hay rastro de ellos, es como si se hubieran esfumado, el último movimiento registrado parece ser de hace dos años, fuera de Chiyoda.

    —¿La puta yakuza mató a un crío que no había cumplido dieciocho años?

    —No, no. El accidente no tuvo nada que ver, como era un chico joven con familia se investigó bien, fue solo un apilado horrible cosas y lo otro solo acabó saliendo.

    —Busca todo lo que tengas y trata de establecer una relación entre la chica hija de la era Heian y Shimizu Arata, el mayor del muerto que sigue en la morgue. Hazme llegar todo apenas puedas, aquí hay algo que no cuadra, en el muerto y estos niños.

    —¿Quieres que el Inspector de la Tercera me escupa en la cara, Rockefeller? Se supone que tenemos que archivarlo ya —espetó con más mala leche de la que creía que tenía, supuse que el cansancio ya le estaba pasando factura, pero a mí también—. Estás mal de la cabeza.

    Suspiré con hastío, el suficiente para que el mocoso separara los ojos de la computadora y me acerqué para consumir la distancia. Apoyé una mano en su escritorio, inclinándome sobre su espacio, y lo miré sin parpadear. La placa en mi cuello se balanceó en su dirección y el crío se encogió sobre sí mismo, cagado hasta las patas de repente, sus ojos se detuvieron en mi rostro.

    —Sí, Sargento —dijo con un hilo de voz y volvió su atención a la pantalla.

    Al enderezarme regresé la atención a la imagen proyectada, el chico la había congelado así que permanecía en la información de la chica Minami y el niño atropellado hace casi cuatro años. Tal vez la información no me acercara demasiado a por qué Shimizi estaba muerto, pero sí a por qué su hijo lo había apuñalado y por qué imbécil había reaparecido en la casa luego de tantos años.

    Allí, en esa información faltante, tal vez algo de todo el cuadro adquiriera más nitidez. Hasta entonces tendría que seguir uniendo cabos fuera de los ojos de las otras Divisiones y del Inspector en particular. Para el lunes Shimizu Ryouta estaría cremado y el mundo de los hijos que había engendrado y la mujer que había abusado por años seguiría desmembrándose, pero al menos algunos de nosotros nos estábamos moviendo.

    Se los debíamos, pues Arata se había crucificado y su sangre no había podido expiarlos.



    THIS WAS SUCH A TRIP HOLY HELL

    En esta pequeña serie que se desembocó por el homicidio de Ryouta pude profundizar varias cosas que tenía pendientes, todas ellas involucrando a esta familia y otras cuestiones. Quiero explicar algunas just because me parecen importantes y porque quiero (?)

    Kaiyo Yoshimura: previo al nacimiento de Arata, durante el embarazo y durante el de los otros dos hermanos fue agredida de diversas maneras por Ryouta hasta poco después del nacimiento de Izumi, el menor de los Shimizu, que fue cuando logró sacarlo del hogar familiar. La agresión sostenida afectó emocionalmente a Kaiyo de forma profunda con secuelas que, por la falta de seguimiento profesional, se mantienen hasta hoy haciendo que esta mujer tenga un cuadro ansioso indefinido muy marcado. Uno de los comportamientos que más desarrollé en ella es la tricotilomanía, anuda su propio cabello hasta que se desprende y en ciertos períodos incluso se arranca las cejas y pestañas. Es un comportamiento similar al de picarse la piel (skin picking | dermatilomanía) y comerse las uñas (onicofagia), pertenece a la misma categoría quiero decir. Cuando retomé la lectura de la novela de Sharp Objects, me di cuenta que Adora Crellin, la madre de Camille, tenía el hábito compulsivo de arrancarse las pestañas. Puede que haya traslado estas nociones sin recordarlas realmente.
    Izumi Shimizu: aunque es el menor de los tres, es el que parece haber consumido toda la ansiedad de Kaiyo. Arata llega a pensar en ciertos momentos que así como ella tal vez necesite de una ayuda que él, con sus limitadísimos recursos, no puede brindarle.
    Seiichi Shimizu: el de en medio, quería desarrollar hace ya un tiempo como por la edad este chico va relevando, al menos en función emocional, el lugar de Arata en la casa como uno de sus soportes (la idea que he mencionado varias veces, de Arata colando el cuerpo bajo el hogar aunque le parta los huesos). Su sueño se vuelve ligero y perturbable, se encarga de su madre y trata de sostener la calma de la casa para Izumi, aunque él mismo esté perdiendo la pulseada contra su desesperanza.
    Arata: mi hijo más desgraciado por la narrativa (?) Como varias cosas de los jackals, aunque no lo parezca, tenía cuestiones suyas guardadas en el archivo desde hace años literalmente porque no sabía cómo o dónde acomodarlas. Fue él quien llevó la noticia de lo de Kaoru a tantos de los jackals como pudo, sobre todo los mayores y los Capitanes de división (Shigeru Takizawa y Hikari Sugino), al llegar a Yuzu ella se quiebra y Arata también, corre y se oculta en un punto del parque Hibiya por horas. Hikari (el actual traidor jsjsj) lo encuentra, llorando todavía, y aunque entonces logran llevarlo a casa luego él se descontrola. Tenía quince añicos, pero durante este período tuvo tres días de consumo fuerte de alcohol y otras drogas, medicamentos regulados de contrabando en su mayoría, y es Hikari, que entonces tenía dieciséis, quien lo cuida y logra que vuelva a su casa. También quería desarrollar esta relación entre Hikari y Arata, porque sí tenía establecido que por un buen tiempo fueron mejores amigos, pero pierden esa cercanía cuando luego de haber cuidado a Arata Hikari se recluye en Taitō por un año completo, por miedo a que Shimizu muera algún día y él tenga que presenciarlo.
    Por otro lado, ya en el AU de 2026 venía desarrollando cierta sintomatología de PTSD [TEPT, trastorno de estrés postraumático] en Arata, con presencia de flashbacks, sentimientos de culpa y lagunazos mentales, acá hice referencia directa al tema cuando mencioné la mirada de las mil yardas, que es una característica del PSTD que se ha visto mucho en soldados en el frente de guerra, pero no es exclusiva del trauma en contexto bélico. La muerte de Kaoru viene a ser el incidente cero, el que lo detona, y luego cuando le dejan la foto de Sasha el tema cae en el mismo saco aunque no es parecido visto desde fuera y ahora lo de Ryouta sí lo enfrentó a la muerte directamente de nuevo, aunque Ryouta le valga verga. También durante la intoxicación del fragmento narrado por Hikari se ve que Arata en sus puntos más bajos puede llegar a desarrollar la misma tricotilomanía de su madre.
    Hikari Sugino: aka Judas (??) Hikari existe más que como una persona como un concepto y por eso cuando Belu me preguntó quién podría traicionar a los jackals estando asociado a los fantasmas mi respuesta fue este cabrón. La madre de Hikari, que llevaba ese mismo nombre, muere durante su parto y es algo que llena a su hermana, diez años mayor, de resentimiento al punto en que le dice en algún punto de sus vidas que él tenía que haber muerto en vez de su madre. Este resentimiento se marca aún más porque su padre aprovecha el nombre unisex, de forma que cuando muere Hikari Sugino (madre) queda el niño que posee su fantasma, Hikari Sugino (hijo). Todo esto me lo arrastro un poco de la biografía de Van Gogh, de lo que llamé en un trabajo de investigación propio “el otro Vincent”. Antes del Vincent que conocemos, el de la Noche Estrellada, otro niño murió en el parto y llevaba el mismo nombre, así que Van Gogh en su infancia se enfrenta a ser este fantasma de un niño muerto, un niño que sus padres ya perdieron y que los afecta profundamente. Aquí lo traslado de la madre al hijo, pero la lógica es la misma, existe “la otra Hikari”, esa que no soy yo y que jamás podré ser, empezando porque yo soy varón. Se le da un nombre que lo define y él, que teme no ser más que el fantasma de su madre, se niega a morir con tal fuerza que contempla, en un escenario hipotético y desesperado, incluso la posibilidad de haber matado a Cayden si la orden venía de arriba con tal de sobrevivir. Su apodo actual, Gaki, se desprende de esta noción al emparejarlo a estos espíritus en constante sufrimiento y de hambre insaciable que habitan el Gakidō (haciendo referencia a Chiyoda) y Gaki también es una manera despectiva de llamar a los niños en japonés. En resumidas cuentas, Hikari desde que vino al mundo ha sido eso, un fantasma.

    Hay algunas cosillas que sí quiero mencionar aunque esto sea un tochaco brutal ya. Cuando Seiichi llama a Yuzuki, el niño dice que el teléfono timbró cuatro veces y que el número de Yuzu termina en 42 aunque él no reparó en eso. Es un juego de palabras japonés que en español no tiene sentido, 4 en japonés es Shi y Shi es muerte. El 42, por otro lado, lo transfiero directamente de Soul Eater, donde para llamar a Shinigami-sama se escribe 42-42-564 en un espejo/ventana, resulta en un juego de palabras que varía en significado según los kanjis, pero la partícula que sustituye 42 (Shini) puede traducirse a “a la muerte” o “muriendo”. Creo que fue cuando Hikari apaleó a Altan que emparejé la aparición de Yuzu en ciertos escenarios con la de los cuervos: indican la presencia de cadáveres, algo que arrastro de la noción de que Yuzu está manchada de sangre ajena (la de su padre, la de los chacales, la de Kaoru y más recientemente la de Takano).

    Con los nombres de los capítulos construí dos oraciones separadas y que ajusté en tiempos/palabras para darles sentido. Se forma:
    1. I wonder if they’ll tell the truth of how we are dying then I start to realize that I wish I could scream out.
    2. Everybody just lies but I need to know what's the difference between a god and a fucking gun?
    La primera asociada a la vida de la familia de Arata como niños nacidos y criados en la zona roja, como parias. Surge la duda de si alguna vez alguien dirá la forma en que están muriendo y al pensar en eso se llega a la realización de que se desea gritar ante la injusticia y el sufrimiento acumulado.
    La segunda en relación a la traición de Hikari (por el ataque a Cay) de la que no tienen conocimiento y algo parecido a la furia hacia las figuras divinas. Arata se cree abandonado por las deidades por lo que vive su familia, de allí que en su visión del mundo de hecho un dios no sea diferente de un arma de fuego y quien la sostenga es quien tiene el poder.

    Para cerrar, todo lo del homicidio de Ryouta me permitió arrastrar lo que tenía definido para el padre de Ilana, ya que desde hace un buen tiempo quería meter también un elemento más policiaco porque llevo su buen año y pico obsesionada con la Ley y el Orden, Chicago P.D y esas weas que echan por Universal (?) Hay muchos personajes grises moralmente y pues es lo que me gusta, que no todo es blanco y negro. Me aventé una research intensísima respecto a la organización de la Policía Metropolitana, sí, y también de la policía de Altoona que es la ciudad más cerca a Northwood aunque con Altoona me tuve que inventar cosas, for the plot.

    El título del fic es una unión de dos frases de Blood, que fue la canción que musicalizó a fondo toda la wea. Que hablando de eso, es gracioso que aviento varias referencias al cristianismo y justo aventé el fic cerca de semana santa en su momento JAJAJ perdón si ofendo a alguien (??
     
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