Colección Come on and collect us from the night [Multirol]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Zireael, 16 Octubre 2021.

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  1. Threadmarks: I. The Vulture | Introducción al mazo
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
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    Escritora
    Título:
    Come on and collect us from the night [Multirol]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    11
     
    Palabras:
    4643
    Es posible que esto se publique mucho mucho después de que haya hecho este primer bosquejo, este que explica cómo funcionará esta nueva colección que me sacaré de la manga como me saqué The Alchemist y poco o nada diferenciará una de la otra más que un capricho personal. Quizás sea donde lance todos los fics donde quiera profundizar en ciertos personajes, mierdas de background, cosas un poco más oscuras, quizás no, ya veremos sobre la marcha.

    Quizás sea mi forma de intentar regresar a The Alchemist el objetivo que tenía originalmente, que era cruzar cartas. Vete a saber, de nuevo, lo aprenderé en el camino, estoy dispuesta a descubrirlo en el proceso.


    Estas colecciones, estos escritos, estos personajes y sobre todo, estos mazos de cartas, han sido mis válvulas de escape desde que el mundo se fue todavía más al traste y volví a perder la capacidad de ver colores en el mundo. He volcado en ellos mis frustraciones, el ruido de mi cabeza, ese que me ha acompañado desde muy pequeña, me ha permitido clasificar y seguir clasificando como una loca, para entender, controlar y reducir mi propio miedo quizás.

    La primera lectura de cartas que hice con este mazo (mi primera lectura de cartas en general, porque no me atrevo a hacer una con el tarot aún) enlazó este nuevo proyecto a una cuestión de creatividad y autodescubrimiento, de redirección emocional, cosa que me parece muy acertada. Espero que cumpla su función y algún día, quizás, que me sirva de guía para un proyecto aún más ambicioso.

    En mi cumpleaños anterior recibí posiblemente el regalo que más ha encajado con mi personalidad en toda mi maldita vida. Apareció en una bolsa rosa un poquito maltrecha por el viaje en mochila y en ella estaba nada más y nada menos que un kit, The Wild Unknown: Animal Spirit Guidebook de Kim Krans. No había escuchado de esta cosa en mi vida, pero el empaque brillaba con todos los tonos visibles por el ojo humano en la onda de luz, la jodida cosa esta era holográfica, y me atrapó por el ojo antes de siquiera abrirla, porque se sabe aquí y en la China cómo me dejo llevar por la estética de las cosas. Sabrán disculparme, I’m just a Four.

    Al liberarla de su empaque holográfico queda una caja blanca, en su interior trae el libro de guía y, claro, el mazo de cartas. Está ilustrado de una forma preciosa, imperfecta a su manera y llena de chispazos de color, manchas de pintura que resaltan entre el blanco y el negro. Me hablaron, me susurraron al oído un montón de cosas incomprensibles y todo lo que supe en el momento fue cuál sería su función.

    Este mazo de animales espirituales, que es lo que es, funciona de manera muy parecida al tarot o cualquier mazo de cartas. Está dividido en cinco elementos: Tierra, Agua, Fuego, Aire y Espíritu/Éter. Los cinco que conforman el universo, toda la existencia.

    Las criaturas mitológicas que engloba el Espíritu (siete, asociadas a los chakras) vienen a tomar el lugar de los Arcanos Mayores del Tarot, esa suerte de arquetipos principales. El resto de elementos, los cuatro de toda la vida, vendrían a hacer las veces del resto de palos (espadas, copas, monedas y bastos en el tarot; espadas, tréboles, corazones y diamantes en el mazo de casino).

    En esta colección haré una primera distinción a partir de eso, una que me sirve infinitamente por las asociaciones elementales que me han visto hacer en los roles. Más allá de la asociación de animales, cada personaje o interacción entre personajes (porque no sé si usaré las cartas individualmente o no todavía) estará asociada a uno o varios elementos, que vendrán dados por el animal que tome.

    Una segunda distinción se hará por las lecturas disponibles dentro del libro, las cartas pueden aparecer balanceadas o fuera de balance (como las cartas invertidas del tarot o las formas no sanas de los eneatipos).

    Una tercera entre superpredadores, depredadores, carroñeros, presas y las criaturas del éter, dado que los primeros son aquellos animales que no tienen el temor a ser objetivo de algún otro, es decir, criaturas sin otros depredadores naturales. Los últimos, por su parte, son seres de otro plano.

    Contrario a como pasó con el tarot, aquí no asignaré personajes a cartas de forma permanente, sino que tomaré las cartas para el personaje que sea en cuanto las necesite. Sí, hay cartas que por rebote asocio mucho más a ciertos niños (cuervo/pantera para Altan, fénix para Shiori, conejo para Jez, mariposa/lobo para Cay, tigre para Anna, etc), pero eso no implicará que no las pueda usar para otros.

    La estructura vendría a ser entonces:

    Aire | Agua | Fuego | Tierra | Espíritu (Símbolo)
    Canción
    [Número de capítulo]
    Animal/Criatura [Carta]
    Apex Predator | Predator | Scavenger | Prey
    Balanced | Out of Balance
    Posibles significados

    Cuando aparezca una de las criaturas del Espíritu, del éter, aparecerá una cuarta distinción dada por el mazo mismo. Esa es a cuál chakra está asociada esa carta en específico, y desaparecerá la segunda distinción de balanceada o fuera de balance por la naturaleza de estas siete cartas, además de la tercera.

    Resultaría en:


    Espíritu
    Canción
    [Número de capítulo]
    Criatura [Carta]
    From the Ether
    Posibles significados
    Nota: Este primer capítulo es canon para la tarde del día 13 de Gakkou. Un fic viejo que tenía pendiente.

    Seguro en el futuro le cambio el prefijo a explícito como tuve que hacer con The Alchemist, igual iré añadiendo tags conforme sume personajes, de momento Al salió sorteado como siempre para iniciar mis idas de olla.

    Dicho eso, procedo a dejar una breve introducción de cada elemento.




    Elements


    Earth
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    Criaturas del campo y el bosque

    • Representan nuestra relación con los miedos y los hábitos. Los animales asociados a la tierra son en general centrados, dependientes y solidarios; pero precisamente por dicha naturaleza pueden enfocarse en la rutina y se atascan únicamente en su forma de hacer las cosas.

      Estas cartas suelen indicar la tendencia a mantenerse en el plano de lo material, de forma que las preocupaciones prácticas (dinero, hogar, trabajo y familia) suelen ser prioritarias y no dejan espacio a mucho más.


    • ♦ Oso.
      ♦ Gusano de tierra.
      ♦ Ratón.
      ♦ Conejo.
      ♦ Mapache.
      ♦ Zorro.
      ♦ Serpiente.
      ♦ Bisonte.
      ♦ Oveja.
      ♦ Ciervo canadiense (elk)
      ♦ Ciervo (deer)
      ♦ Lobo.
      ♦ Araña.
      ♦ Caballo.



    Water
    [​IMG]
    Criaturas de los océanos, ríos y lagos


    • Estos animales representan nuestro mundo emocional y nuestra habilidad expresiva. Se asocian a las relaciones, al amor, los límites y la creatividad, nuestra “corriente” por decir algo. Suelen indicar una tendencia a las artes o la belleza en sí misma.

      Aún así, el agua también se derrama, también es capaz de hacer un desastre. Es destructiva a su propia manera.



    • ♦ Cocodrilo.
      ♦ Mantarraya.
      ♦ Pez.
      ♦ Estrella de mar.
      ♦ Pulpo.
      ♦ Castor.
      ♦ Almeja.
      ♦ Tortuga.
      ♦ Rana.
      ♦ Nutria.
      ♦ Tiburón.
      ♦ Cisne.
      ♦ Delfín.
      ♦ Ballena.



    Fire
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    Criaturas del desierto y los pastizales


    • El elemento que asociamos todos a la destrucción, la volatilidad y quizás el capricho, cuando la realidad es que el fuego nos orienta al cambio. Representa el ego, claro, pero también nos reta a superarnos a nosotros mismos, a transformarnos en nuestras mejores versiones.

      No es raro que estas cartas aparezcan cuando hay incomodidades o conflictos de alguna clase, pero son un recordatorio de que también se acerca el crecimiento. Después de todo solo el fuego hace retroceder la oscuridad.



    • ♦ Hormiga de fuego/hormiga colorada.
      ♦ Hiena.
      ♦ Escorpión.
      ♦ Lagarto.
      ♦ Pantera (jaguar/leopardo negro).
      ♦ Tarántula.
      ♦ Camello.
      ♦ Gacela.
      ♦ Guepardo.
      ♦ Tigre.
      ♦ Cobra.
      ♦ Cebra
      ♦ León.
      ♦ Elefante.



    Air
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    Criaturas del cielo


    • Se piensa que estos animales en particular tienen la habilidad de ver más que otros, volviéndolos poderosamente perceptivos. Adoran el movimiento y la libertad podríamos decir, pero se mueven a tal velocidad que en algunas ocasiones se quedan sin cimientos y tomar decisiones les cuesta horrores.

      Algunos dirían que viven más en la cabeza que en el cuerpo y a veces necesitan reconectarse con su plano físico. En el aire hay una clara ausencia de tierra.



    • ♦ Polilla.
      ♦ Mariposa.
      ♦ Murciélago.
      ♦ Luciérnaga.
      ♦ Abeja.
      ♦ Colibrí.
      ♦ Buitre.
      ♦ Cuervo.
      ♦ Lechuza.
      ♦ Libélula.
      ♦ Ruiseñor.
      ♦ Pavo real.
      ♦ Halcón.
      ♦ Águila.



    Spirit
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    Criaturas del éter


    • No viven en la Tierra que conocemos, son habitantes de otra dimensión superior si se quiere, el conocido éter cósmico. Estas siete criaturas representan desafíos o despertares y están asociadas a los siete chakras.

      Son guardianes venidos de otro plano, son observadores y protectores, y aparecen para indicarnos que a pesar de las dificultades estamos en el lugar indicado.



    • ♦ Fénix (primer chakra).
      ♦ Serpiente marina (segundo chakra).
      ♦ Dragón (tercer chakra).
      ♦ Huevo Dorado (cuarto chakra).
      ♦ Huevo Negro (quinto chakra).
      ♦ Unicornio (sexto chakra).
      ♦ Huevo Cósmico (séptimo chakra).






    [​IMG]

    and my face is streaming blood as well
    soon as I had spoken like some demon woken
    now my nose is broken, what the hell?
    .
    the gun was hot
    crazy kind of rage within his eyes
    taking over
    .
    I thought I was dreaming, there were sirens screaming
    and my friends were leaving me to die

    I
    [​IMG]
    The Vulture
    | Scavenger |

    BALANCED
    . Purification . Undervalue . Purge .


    | Altan Sonnen |







    El regreso a casa lo hice en coche, la vida no me daba ya para regresar en tren pero ni de coña. Estaba tranquilo, algo así, pero me pesaba el cuerpo entero, era como si me hubiesen puesto concreto encima y si no me caía de cansancio era un milagro. En gran parte debía ser por las medicinas de Minami, pero ni modo.

    En Chiyoda parecía que había llovido un rato, la calle estaba mojada pero el cielo se estaba despejando y dejaba ver las últimas luces del atardecer, cálidas. Al menos no iba a llegar a recibir un sermón con el cielo cayéndose, lo que era un poco menos desastroso.

    Cuando llegué a casa luego del almuerzo en el invernadero con Anna, fue abrir la puerta y que me recibiera la cara de mi madre. El cabello castaño le enmarcaba el rostro, en general bastante afable, que ahora estaba cruzado por la expresión absoluta de la furia que era capaz de correrle por el cuerpo. Me miró desde abajo, brazos cruzados bajo el pecho, y maldijo en italiano en tropel antes de decir nada más.

    —Haz el favor de pasar, Altan —soltó entonces, seria hasta decir basta.

    Solo escucharla hablar en japonés me lanzó una cubeta de agua helada por la espina dorsal, me provocó un escalofrío y sentí que lo más inteligente sería hacer un agujero y enterrarme sin dilatar más el asunto. Entré a la casa prácticamente con la cola entre las patas, en silencio, ni siquiera me quité los zapatos porque sabía que hacerla esperar era mala idea así que me limité a dejar la mochila a un lado de la puerta y seguirle los pasos.

    Caminó, caminó y caminó, con la ira respirándole en la nuca como un jodido demonio o algo y tuve que tragar grueso. Era esta mujer, mi propia madre, la que me había enseñado a temer la furia femenina más que la de cualquier diablo de la calle.

    Por eso temía la ira de Shiori.

    Me aterraba que Jez fuese capaz de sentir algo remotamente parecido.


    Y solo por Anna había llegado a meter las manos al fuego, directo en esa furia incontenible, para sacarla del campo de tiro o arrastrarla fuera de su propio fuego sin control.

    Porque era una ira pesada, aplastante, significativamente menos agresiva y aún así cuando caía, por ejemplo cuando la voz usualmente serena de mi madre se alzaba y me alcanzaba me despedazaba los huesos. En su furia había dolor, culpa quizás, reclamos hacia mí o ella misma y un montón de cosas.

    Eran tantas que mi cerebro de máquina no sabía qué hacer con esa ira sosegada que nunca te alcanzaba corporalmente, que era todo palabras. Ese fuego crepitando y crepitando hasta estallar, reventar la madera que ha estado consumiendo por horas, que resulta ser su propio corazón. Siempre había sido difícil de procesar en sí mismo, era como si cargara mil ansiedades y me resultaba casi incomprensible, hablaba en lenguas desconocidas, susurraba cosas que mi ira fría como un bloque de hielo jamás sería capaz de comprender.

    La máquina en el centro de mi pecho.

    Llegué al comedor siguiendo sus pasos, ella me indicó una silla con un movimiento de cabeza y me senté como si fuese un perro entrenado. Brazos sobre la superficie de la mesa, ojos en las manos y nada de movimientos bruscos.

    Esperé.

    Esperé.

    Y esperé.

    —Tu padre me llamó diciendo que habías llegado a casa por la mañana, apaleado como un perro —dijo en un murmuro cargado de recriminación, me habló desde atrás de la silla y juré que su aliento rebotó en mi coronilla—. El mensaje que recibí la otra madrugada, Altan, ¿dónde mierda te quedaste?

    Es que esta señora de verdad tenía una mala hostia que ni el viejo Sonnen era capaz de alcanzar. Era muchísimo más emocional, cruda, sin filtros y uno se preguntaba hasta cómo era que podía sujetar un violín y tocarlo como un ángel. Si es que parecía un milagro que no hubiese agarrado una sartén para abrirme la cabeza en dos.

    —Shinjuku —respondí al segundo, con un hilo de voz.

    —¿Con quién?

    —Shimizu Arata, el senpai de mi instituto viejo.

    —El chico que se transfirió con ayuda de tu padre. ¿Antes o después? —Era como un jodido policía.

    —¿Qué?

    —Que si te usaron de piñata antes o después de quedarte en Shinjuku, Altan. Deberías estar en la universidad en vez del instituto, así que hazme el favor de usar un poco la cabeza o te llevo al hospital a ver si no te jodieron el cerebro.

    Pasé saliva, podía ser increíblemente brusca cuando estaba en este estado y sin necesidad de tocarme un pelo. Era como recibir una bofetada en toda la cara, seca, que te deja ardiendo la piel. La misma madre que me amaba a veces deseaba destriparme sobre la mesa seguramente, porque le sacaba canas verdes y no podía hacer más que dejarla ser. Sabía que me lo merecía todas las veces.

    Desde la primera pelea, la vez que Jez me salvó el culo, y todas las siguientes. Cuando retaba profesores, cuando no entregaba tareas, toda vez que la cagaba me merecía los regaños que mi madre quisiera echarme encima.

    —Janet —La llamó mi padre que se había aparecido de repente, silencioso como un gato, y le habló exactamente igual de bajo que yo—. Janet, cielo, enfócate.

    —Déjala —murmuré, esperando que eso le evitara una explosión marca Fiore a él también. Seguía sin despegar la vista de mis manos y me llené los pulmones de aire antes de contestarle a mi madre, a su aliento soplándome en la nuca que no estaba muerto solo porque ella todavía no lo disponía—. Antes.

    Igual parecía estar demasiado enfocada en sacarme todos los trapos sucios, porque ni pareció prestarle atención a él cuando en otras circunstancias seguro lo habría mandado a callarse por estarme consintiendo o justificando como si fuese un crío de siete años.

    Le habría soltado en toda la cara que llevaba comportándome de esa manera desde que tenía diez años, que me había comportado con las notas y las broncas durante un año solo por la transferencia. Que si no dejaba de cumplirme caprichos de nada servía hacer tratos conmigo.

    Sin embargo, lo que soltó fue significativamente peor, fue como que me pateara la puta costilla y me sacó el aire de los pulmones varios segundos. En resumidas cuentas me reseteó el cerebro de un golpe seco, como si hubiese arrancado todos los cables para forzar el apagado.

    —Eres incorregible —dijo y en su furia se coló tal dolor que hubiese preferido que me cruzara la cara de una bofetada.

    No había redención.

    No había forma de que dejara las sombras.
    Mi propia madre lo sabía.

    Lo tenía internalizado y que se lo preguntaran a Anna cuando me quedé estaqueado dentro del cuarto oscuro del club, como si la sola idea de salir a la luz me diera más miedo que cualquier otra cosa en la vida. Lo tenía tan naturalizado que cumplía mi justicia sin salir de la oscuridad en la que sentía que había nacido y luego reproducía las sombras, el desastre, en lo profundo de mi océano. Estaba dispuesto a tragar, aplastar y ahogar para alcanzar lo que necesitara.

    Incluso si la culpa me consumía después.

    Escucharlo de la boca de mi madre era completamente distinto, porque amaba a mi madre como a pocas personas en la vida. En realidad a ambos, a papá también, pero sabía que él aunque lo supiera no me lo diría en la cara nunca.

    Que era incorregible.

    Que no había esperanza.

    Esas palabras tuvieron la fuerza suficiente para romperme los huesos que Sugino no me había fracturado de puro milagro. Eran una sentencia, como si cargaran el peso de un veredicto que dictaba mi cadena perpetua o mi sentencia de muerte directamente, sin puntos intermedios. En ellas estaba la frustración de años y volví a recriminarme por no ser más que un crío malagradecido que veía un mundo gris sin derecho alguno.

    Mi padre seguía estático en algún punto detrás de nosotros, ni siquiera se lo escuchaba respirar y no sabía si esperaba el siguiente golpe de mi madre o qué mierdas. Esperé, esperó él y cuando creí que mamá iba a seguir hablando la voz que se alzó fue la de mi padre, serena y aún así firme.

    —¿Qué fue lo que pasó? —preguntó, mi madre bufó en respuesta y como pocas veces estuvo dispuesto a reñirla—. No, Janet, es la primera vez que lo dejan así. Quiero saber qué pasó y por qué.

    Su cerebro de máquina lo dejaba preguntar más allá, podía pensar en frío contrario a mi madre, y en ese momento me iba a salvar un poco el culo. Al menos me dejaría argumentar, contar por qué había quedado casi muerto.

    Me cargué los pulmones de aire, de nuevo a la espera de cualquier palabra de mi madre, pero guardó silencio y rodeó la mesa para poder mirarme de frente. Sus gestos seguían comprimidos de ira, pero estaba allí, esperando algo que le respondiera por qué su único hijo aparecía muerto en vida.

    —No fue en Chiyoda como tal, tampoco en Shinjuku —comencé en voz baja, plana para no provocarla—. Fue en Taitō, en los límites con Chiyoda.

    Me di cuenta que Anna se lo había contado con una facilidad estúpida, pero no sabía cómo decírselo a mi madre a pesar de que en el momento pensé que la chica aquella, la que acorraló el cabronazo contra la pared, habría podido ser ella misma. Que vi en la silueta ajena la suya, la de mi propia madre, y la de otras las mujeres que eran cercanas a mí, que había sentido tal ira y tal miedo que solo me lancé y pagué lo que debía.

    ¿Cómo decirle que había actuado no solo por Anna, sino por mí mismo? Porque no quería ser el idiota que había estampado a una ciega contra una pared y me había quedado tan pancho con ello como para dejar a otros abusar de cuanta chica se les cruzara por delante.

    Que desde hace días no podía conmigo mismo.

    Mi padre se puso en marcha por fin, relevó el lugar a mi espalda que había dejado libre mi madre y sentí su mano alcanzar mi hombro con una suavidad hasta ridícula. Fue como si me hubiese dado un empujón.

    —Un imbécil intentó abusar de una chica —solté entonces en tropel, me ardieron las lágrimas tras los ojos a la vez que me llegaron los sonidos de mi propia carne mancillada y el sabor a sangre que ya tenía más que memorizado de por sí—. En mi puta cara, en plena calle, la tenía acorralada y… Dios, mamá, no sé qué le hubiese hecho si no me le iba encima. No tengo idea, no quiero pensarlo.

    El agarre de papá en mi hombro aumentó ligeramente su fuerza al notar que estaba a nada de desmoronarme allí mismo bajo su tacto. Parpadeé un par de veces, traté de hilar ideas y vi que mi madre aflojaba los brazos que tenía cruzados bajo el pecho.

    —No estaba solo, lo dejé inconsciente, pero no estaba solo —continué sin alzar la voz, luego de haber pasado saliva—. Me cayeron tres encima a la vez, pero fue uno el que se ciñó más. Me hubiese matado de haber podido.

    —¿Quién te sacó de ahí? ¿El muchacho este, Shimizu? —Papá básicamente había tomado la batuta, mamá seguía estática, ya ni me parecía que respirara.

    —Sí. Se apareció de repente porque había quedado comprando algo, le dijo algo al tío que estaba por mandarme a negro y con eso lo detuvo, se conocían o qué sé yo. Me llevó a su casa, llamó a una amiga suya que es buena con la medicina o algo del rollo y fue la que me estabilizó. —Todavía no sabía de qué coño conocía Arata al otro loco de mierda, eso lo descubriría unos días más tarde, así que en ese momento no era mentira—. Si hubiese estado solo no la estaría contando

    El silencio se instauró, pesado, me aplastó el cuerpo y estuve a nada de boquear por aire como un pez fuera del agua. La costilla me dolía, en realidad me dolía todo, y tuve esta necesidad estúpida de salir corriendo como un puto loco hasta donde fuese que viviera Anna. Me importaba una mierda que tuviera que cruzar todo Chiyoda a pie, solo quise volver a nuestro espejismo, a donde ella estaba vestida como la princesa que era y yo podía fingir que no parecía un saco de carne.

    No podía, claro, y me quedé allí respirando con dificultad ya no por el dolor ni nada, era por los nervios. Pocas veces sentía esa ansiedad encima, poquísimas, y ya estaba visto que debía dar las gracias, porque entre mi tensión normal ya sumarle eso seguro me mataba de hipertensión a los veinte años.

    Pasaron varios minutos, tenía la vista pegada en la mesa todavía y papá no había despegado la mano de mi hombro todavía. Me costó abrir la boca de nuevo, pero lo hice aunque sentí la mandíbula oxidada como un pedazo de metal dejado bajo el mar.

    —No quería preocuparte —murmuré—. No quería supieras qué me había pasado en ese momento y le pedí o eso creo a la chica esta que te enviara un mensaje, que me excusara. Arata no me dejó levantarme el sábado, tampoco el domingo y ya hoy me le escapé.

    —Como un perro que se aleja de su dueño cuando siente que va a morir —dijo mamá al aire, su ira se había apagado de golpe y su voz sonó vacía, plana como podía sonar la mía una buena parte del tiempo.

    Abrí la boca, volví a cerrarla y cuando el tacto de mi padre desapareció de mi hombro me hice trizas por alguna razón. No hubo ruido, ni ira, ni un puto tsunami ni nada de esas mierdas de las otras veces, las lágrimas solo se me desbordaron y despegué las manos de la superficie de la mesa por fin para limpiarme con el dorso.

    El llanto silencioso que había visto en Jez y Kurosawa era ahora mío, era el imbécil que sentía que no tenía derecho a llorar ni aunque me hubieran dejado al borde de palmarla. No me lo cuestionaba, había un montón de cosas que sentía de repente que no merecía y retrocedía, arrebatándomelas a mí mismo. Había sido así toda la vida, incluso cuando cargaba tanta soberbia conmigo y aspiraba a construir una galaxia personal.

    Mi madre debía seguir cabreada, pero fue ver mi desastre y que se le aflojaran todas las articulaciones. Rodeó la mesa hasta mi posición, me echó los brazos alrededor del cuerpo y me atrajo hacia sí, dedicándome caricias en el cabello.

    Joder, me consoló como si fuese un mocoso y lloré no sé cuánto rato allí entre sus brazos, como si no fuese un jodido armario empotrado ni nada. Tuvo un cuidado estúpido, cosa de no hacerme daño, y si tenía más reclamos se los guardó para sí una vez en la vida.

    No lo pensé después, cuando rechacé abiertamente a los chacales de Kaoru Kurosawa días más tarde al decírselo a Arata, pero una gran parte del asunto seguro había tenido que ver ya no solo con Anna, con el hecho de que no podía hacerle eso. El regaño de mi madre posiblemente tendría que ver, el hecho de que no podía volver a hacerle eso a ella tampoco.

    No podía con ese dolor en las voces, en los movimientos y las miradas, era peor que cualquier ira. Sabía que si tomaba a los chacales de Chiyoda de las manos de su líder fallecido el escenario se repetiría hasta el agotamiento, porque no era un rey de los que se sentaban en el trono a mirar a los peones hacer el trabajo sucio.

    Lo hacía yo, así me costara la vida.

    ¿Pero merecía la preocupación de las personas que amaba?

    Shimizu tenía una puta neurona en el cerebro, de eso estaba seguro, pero de vez en cuando sabía ordenar sus prioridades y al dejarme en su casa hasta el lunes había quedado claro. Había salvado a mis padres, a Anna y a Jez de verme en semejante estado.

    Un peón había salvado las piezas más importantes de mi tablero, me había enseñado a jugar.
     
    • Sad Sad x 2
    • Ganador Ganador x 1
    • Creativo Creativo x 1
  2. Threadmarks: II. The Scorpion
     
    Zireael

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    Título:
    Come on and collect us from the night [Multirol]
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    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    11
     
    Palabras:
    4141
    Iba a ponerme a contestar los roles, estaba TAN LISTA, hasta que me dijeron una cosa y la rage que me bañó el cuerpo me cegó de todo lo que estaba haciendo, todo. Tuve que arrancarme los cables de nuevo para no llorar como estúpida de pura rabia contenida y vine a volcar todo aquí. Hasta me tocó cambiar la canción porque F, venía narrando con algo de Flower Face cuz depression y ahora estoy aquí en este pedazo de trip con Maneskin.

    Prácticamente todo estaba escrito previo al breakdown, solo el final se vio influenciado por ese mood. No regrets anyhow, me permitió profundizar un poco más en otro de los Jackals, cosa que quería hacer desde hace rato.

    ¿Sigo emputada? Sí. ¿Me va a dar dolor de estómago? Muy posiblemente. Tenía planeado hacer una n/a distinta, pero ahora la verdad es que no me sale así que dicho esto aviento esta pendejada.

    Es posible que sea canon para el final del día 21 de Gakkou.





    [​IMG]

    and so take me, bite me, take everything off me
    I will continue not to be afraid of the dark
    and even when I’m on the ground, destroyed
    I will continue not to be afraid of the dark
    .
    only you are afraid of the dark, we are not
    not us, not me, me
    .
    you will come back to me with your hands clasped
    you will come back to me

    II
    [​IMG]
    The Scorpion
    | Predator |

    OUT OF BALANCE
    . Jealousy . Resentment . Burning Out .


    | Shiori Kurosawa |







    Los viajes con Ootori Masaki eran silenciosos de ida y venida, era un muchacho de lo más complicado de leer. No tenía la ira perenne de Altan o la infinita paciencia con la que veía a la gente que quería, no tenía el miedo respirándole en la nuca como Cayden y tampoco la calidez que a veces había en sus sonrisas, mucho menos había nada de la eterna burla de Arata y su modo sargento.

    Era como si no hubiese nada en absoluto, era una serenidad que tampoco se parecía a la mía. Era fría, distante y daba la sensación de ser mil veces más centrada, como si estuviese en un nivel superior o algo así, no sabía definirlo con certeza. En su figura no resaltaba ningún elemento, no había aire, fuego, agua ni tierra o raíces, si acaso parecía un vidrio empañado.

    Pude haberme callado, no me importaba el silencio en realidad, pero tenía algo atorado desde que le encargaron llevarme y traerme de la escuela como un guardaespaldas. Ya ni siquiera era porque temieran que me pasara algo, era que temían que yo iniciara el desastre en ese par de trayectos.

    Me trataban como un arma de destrucción masiva.

    ¿Quién podría culparlos?

    —¿Te molesta? —pregunté sin que hiciera falta que alzara mucho la voz.

    —¿Qué cosa? —dijo sin despegar los ojos de la calle. Su voz era suave, tranquila, pero aún así bastante plana.

    —Tener que traerme a la escuela.

    Negó con la cabeza despacio en lo que colocaba el direccional para cambiar de carril, la lucecilla parpadeó algunas veces y se apagó cuando hizo el movimiento.

    Masaki guardó silencio tanto rato que creí que no diría nada, casi lo escuchaba respirar y lo vi tamborilear los dedos en el volante del coche. Seguía tratando leerlo sin éxito alguno, no lograba nada, y recordé que Shimizu había dicho que había sido entrenado por uno de los míos y no podía mentirle.

    ¿Era eso también? ¿Por eso no podía leerlos a fondo? A excepción de Arata todos los que vi en el parque, desde este chico y su mellizo hasta Minami, eran mucho más complicados de leer, que ni se dijera sincronizarse con ellos. Era una jodida misión, pero este en especial iba a sacarme canas verdes.

    Como yo debía habérselas sacado a todos ellos en menos de un mes.

    —¿Y a ti te molesta que te traiga? —soltó por fin en el mismo tono de antes.

    —No, es mejor viajar en coche —respondí sin complicación, no era mentira después de todo.

    —Reformularé. ¿Te molesta que todos acordáramos esto para evitar cualquier otra cosa?

    —¿Qué me vigilen como criminal peligrosa? —murmuré y clavé la vista en mis manos sobre mi regazo—. Me da igual. Tienen razón en hacerlo, si me dejas mucho tiempo sola pienso puras estupideces y Arata debe estar harto de cuidar a un montón de imprudentes.

    Se encogió de hombros, fue un gesto algo tieso, y lo escuché tomar un montón de aire por la nariz antes de decir nada. Volvió a tomarse su tiempo, como si estuviese dándole vueltas a lo que acababa de decirle a pesar de que me parecía poco importante.

    —Tiene miedo —dijo entonces.

    —¿Arata? —Lo noté asentir con la cabeza cuando giré el rostro para ver su perfil—. ¿Pero de qué va a tener miedo él con esas pintas?

    —No lo debe saber ni él mismo, pero Arata parece tener solo dos miedos esenciales, son la base de su existencia, los comparte con todos nosotros, pero él... Bueno, pareciera tener solo esos. El primero es que lo pesque la policía y no poder atender sus responsabilidades, el segundo es la muerte misma, como cualquier diablo —explicó con toda la calma del mundo—. Cuando tu hermano murió fue él el que nos reunió a casi todos, llegó con la noticia uno a uno, prácticamente descompuesto en llanto. Para cuando llegamos con Yuzuki ella se desmoronó y él se hizo pedazos también, se nos escapó. Corrió, corrió y corrió, Hikari intentó seguirlo pero parecía que lo perseguía el diablo y siempre había sido rápido de por sí… Lo encontramos horas después en el Hibiya, en uno de los sitios donde nos juntábamos con Kaoru, llorando como un desgraciado todavía.

    La sola imagen de Shimizu en ese estado era chocante, era hasta difícil de imaginar en sí, ¿qué debía tener? ¿Quince años? No pude siquiera imaginar su cara porque de lo poco que llevaba conociéndolo sentía que debía tener cara de viejo desde hace mucho tiempo, como si hubiese crecido a la fuerza. No pude imaginarlo llorando a lágrima viva, porque yo misma no lo había hecho, o tal vez no lo quise imaginar a secas.

    Regresé la vista a mis manos, presioné el dobladillo de la falda y comprimí los gestos sin saber cómo procesar eso. El saber que había despertado un miedo visceral en alguien como Arata, que parecía haber sido criado entre pandilleros.

    —Hace años ya, un tiempo antes de que muriera Yako, Cayden le hizo una promesa. —Había tomado otro montón de aire antes de seguir hablando—. Yo estaba con mi hermano y Shigeru jugando a la consola, creyeron que no los oía pero lo hice y luego le dije a Arata, le pedí que se callara porque creí que ese momento…

    —Le pertenecía a Cay-senpai —murmuré al entender por dónde iban los tiros.

    —De principio a fin —afirmó—. Arata ha mantenido el secreto hasta ahora, pero no importa, porque todos nos hemos movido como si lo hubiésemos sabido.

    —¿Qué le prometió? —pregunté en un susurro, anticipándome a lo que sea que fuese a decirme.

    Otro silencio, fue significativamente más largo que los anteriores, y despegó la mano del volante para alcanzar una botella de agua en el portavasos y darle un trago. La regresó a su lugar de un movimiento mecánico y me pareció que la velocidad del coche bajaba un poco.

    —Que ayudaría a tu familia, a ti, si algún día lo necesitaban y Kaoru no podía acudir —contestó por fin—. El cabrón parecía que lo sabía, Dios, pareció que lo sintió. Que se iba a morir.

    Sus palabras me atravesaron el pecho porque pude imaginar a Aniki decirlas, casi pude oír su voz, y me dolió la vida entera, porque también lo imaginé anticipándose de esa manera. Era la misma forma en que yo me había anticipado al ir a hablar con Shinomiya, por eso había enviado los mensajes, para dejar el terreno preparado si algo me ocurría.

    A pesar de todo, me dolió porque ahora me pesaba aún más haber vendido al otro desgraciado como un cerdo para el matadero, sabiendo que solo cumplía la promesa que le había hecho a Kaoru. Que su estúpida nobleza hacia mi hermano era tanta que aún así había intentado seguir protegiéndome al decirme lo del príncipe francés, sin importar si yo había iniciado una de las peores semanas de su vida y estaba pensando solo en mí o si lo perseguían mil diablos a la vez.

    Porque su propia versión de Satanás estaba respirando su mismo aire en el Sakura, el cabrón que había machacado a su mejor amigo. Que pasaría toda la jodida semana cagado hasta las patas, pero aún así había sacado el tiempo para avisarme.

    Había puesto mi existencia por encima de varias mierdas más importantes y genuinamente sentí asco de mí misma, de lo que sea en lo que me había convertido. No creía que Masaki supiera el cuento completo o lo supiera siquiera, pero no importaba, me había arrojado una bomba y eso no se podía discutir.

    —Cumplió —respondí y el otro giró el rostro en mi dirección por fin, pero esta vez yo mantuve la vista al frente porque tenía un nudo en la garganta—. Libéralo de su promesa, ya cumplió. Es un esclavo.

    El muchacho negó con la cabeza una vez regresó la vista al frente, no supe ante qué en específico hasta que su voz me alcanzó de nuevas cuentas. No se me ocurrió pensar tampoco que esa promesa les hiciera de ancla a ellos tres.

    ¿Había pensado en alguien más que en mí misma alguna vez? Quería decir, de verdad. Lo fingía, me acercaba a las personas, ayudaba y todo, me nacía, pero en el fondo sabía que era para controlar mi espacio.

    No había verdadero amor o altruismo en mis acciones.

    —No somos esclavos. Somos soldados —corrigió sin ser grosero—. Nuestro rey murió, pero no su justicia ni las personas que amaba, mientras eso esté vivo tenemos funciones que cumplir. Cayden cumplió, Arata también, ya es el turno de los demás… Para que ellos descansen, porque se lo merecen. Hacemos lo que hubiese hecho Yako esperando que así su espíritu pueda descansar también, aunque no lo hagamos nosotros. Eres todo lo que queda de él en este mundo y queremos que puedas vivir. Vivir de la forma que nosotros no podremos hacerlo nunca quizás, como una persona normal.

    Jamás se me ocurriría poner en duda el cariño que este montón de estúpidos se guardaban entre sí, no luego de lo que acababa de contarme, de lo que me habían dicho el otro día y de ver la foto que al final Minami había decidido dejarme. Eso no quitaba que me sorprendiera la forma en que estaba hablando este chico, casi como si fuese un mero observador, un personaje secundario en su propia historia que puede pensar todo con la cabeza en frío y luego resolver.

    No sabía si habría sido así siempre o la muerte de Kaoru le habría reseteado el cerebro, mucho menos se me ocurrió pensar en alguna otra posibilidad. El mellizo de este pobre idiota al que le habían encargado cuidarme había intentado matarse hace tres años y nadie además de Minami lo sabía, nadie podía pensar que su personalidad quizás tenía algo que ver con eso.

    —Difícil eso de vivir como la gente decente —atajé sin ánimo de ofenderlo, fue casi un pensamiento en voz alta.

    Fue la primera vez que se permitió una risa floja, casi una mera vibración, y aún así había bastante amargura en ella. Fue como la preocupación que vi en sus ojos el otro día, apenas un atisbo de lo que debía estar sintiendo en realidad.

    Alcanzó la botella de agua de nuevo, le dio otro trago y suspiró con pesadez. Parecía resignado a un montón de cosas o a la vida entera, a ser un personaje de relleno y ya, no estaba muy segura.

    —No perteneces a este mundo.

    —Los Lobos no me lo preguntaron antes de arrastrarme. La sangre que se derramó sigue allí, sin cobrarse. —Comencé a jugar con mis dedos sin darme cuenta—. He perdido cuatro guardianes en cuatro años, senpai, y estoy cansada de pretender que no pasa nada.

    —¿Cuatro? —tanteó ajeno al desastre que había causado la muerte de mi hermano en casa.

    —Mis padres ya no son mis padres —resolví con sencillez a pesar de no habérselo dicho a nadie nunca—. Voy y vengo, hago y deshago sin preguntas o reclamos desde que los cuidé cuando Aniki murió. Me ven como si no supieran hablarme, ven mi cara y ven a Kaoru, no a mí. No tienen la culpa, levanté su rostro de la calle y me lo puse.

    Masaki alzó ligeramente las cejas, relajó los gestos casi de inmediato y lo vi revisar la hora en el reloj digital de su muñeca. Salió de la carretera principal, viró en algunas calles y aparcó en el estacionamiento de algún complejo de apartamentos sin demasiada actividad. Apagó el coche entonces y volcó toda su atención en mí, de cierta manera fue un poco abrumador siendo que llevaba todo el rato hablando sin mirarme por obvias razones.

    Suavizó los gestos, no implicó que fuese más fácil leer nada en él, pero al menos fue diferente. No supe si así como Cayden y Arata vio a Kaoru en mi silueta en ese instante particular. Si fue el caso no lo dejó notarse y lo agradecí profundamente.

    —¿Y sientes que lo lograste? —interrogó por fin, en voz suave, sacándome de base—. Emular a Kaoru.

    —Si no conocí a mi propio hermano —espeté sin conectar lengua con cerebro y una ira de mierda me baño el cuerpo. Presioné los puños sobre mi regazo en un burdo intento de contenerla, de impedir que el fuego lo alcanzara—. ¿Qué estoy replicando si no conocí a Kaoru en realidad y ustedes son la prueba viviente?

    Se permitió una sonrisa por primera vez, fue estúpidamente suave y contrastó con todo porque fue más parecida a las sonrisas que recordaba de mi hermano de lo que me hubiese gustado admitir. Algo se tambaleó, posiblemente las paredes de la habitación donde contenía mi incendio y me dejó la palabra en la boca al comenzar a hablar él.

    —Lo conociste, eres sangre de su sangre, y no había nada más real en nuestro Yako que cualquier cosa que haya hecho por ti en los años que creció contigo. Nos cuidaba, eso hacía él, nos cuidaba de la forma en que te cuidaba a ti y todos lo sabíamos. —Guardó silencio un par de segundos—. Que sí, lo sedujeron las sombras, el poder que encontró en ellas, ¿y qué? Tú eras la luz, nosotros los fantasmas… Éramos un montón de fuegos fatuos y ya, lo que había en el centro del pecho de Aniki seguía intacto. Todas las personas tiene un montón de caras y eso no implica que dejes de conocerlas por no saber de las otras.

    Aflojé los hombros, tuve que hacerlo a conciencia, y aparté los ojos de los suyos porque no me creí en la capacidad de sostenerle la mirada. Eran del color del musgo o de las plantas que crecen bajo el agua, un verde sucio, y me dio la sensación de que este muchacho había visto muchas cosas.

    Demasiadas para su propio bien.

    —No fueron a su funeral —murmuré, fue un genuino reclamo y parpadeé varias veces porque se me agaloparon las lágrimas en los ojos—. No me ayudaron a llevar a papá y mamá a casa.

    —Él no lo hubiese querido así. No de la mayoría de nosotros, nuestra procedencia lo habría delatado y los habría condenado a ustedes, y los que podían hacer algo sin levantar alertas eran todavía muy pequeños. Nuestros corderos, Kurosawa, eran niños apenas un año mayores que tú… Niños cuidando niños.

    —Niños cuidado adultos —ajaté, fue como si le hubiese intentado soltar un mordisco, pero aún así Ootori no retrocedió. El jodido era un verdadero pilar, me recordó a la templanza que poseía Jezebel Vólkov—. Los cuidé durante meses.

    Tomó aire despacio, no fue un suspiro hastiado aún así, y se quedó esperando por si tenía algo más que decir. Cuando vi que no sería el caso volvió a tomar la palabra.

    —La muerte separa o une, sin puntos intermedios, mi hermano y yo lo sabemos no solo por Kaoru. Las piezas caen, se rompen, los pilares ceden y deben ser sustituidos, y el dolor nunca desaparece. Quizás debimos ir a pesar de lo que hubiese querido Kaoru, debimos enviar a los mayores, no lo sé —dijo todo en voz baja como si fuese una confidencia y yo seguí con la vista clavada al frente, tratando de frenar mi desastre sin demasiado éxito—. Lo único que sé es que no tiene caso pensar en eso ya y lo único que nos queda es haber llegado a ti ahora. Te alcanzamos gracias al sucesor, así ya no le debamos nada, y es todo lo que interesa.

    El sucesor.

    —Altan. —Fruncí el ceño que dio gusto y estuve a nada de encontrar mi chivo expiatorio, el imbécil sobre el que volcar mi ira.

    Deseé cagarlo a palos aunque siguiera hecho una desgracia por estar metido con esta gente, por no entender a dónde se estaba arrastrando a Hiradaira y que solo iba a ahogarla a ese paso. Que su deseo por dominarlo todo acabaría por despedazar la vida más o menos decente que tenía y su oportunidad de recibir amor real.

    Sin embargo, Masaki detuvo el avance del fuego sobre el camino de pólvora.

    —Se negó, Kurosawa. Cualquier relación que Sonnen hubiese tenido con nosotros está rota.

    Me desinflé los pulmones, llevándome las manos al rostro y me retiré el flequillo de la frente. Me alegré, de verdad que sí, pero a la vez la mierda avivó el fuego, me movía entre dos lógicas de pensamiento dicotómicas. Lo cierto es quise meterle por el culo lo que había dicho que de no era solo ella y no sé qué mierdas. Le había dicho que no habían bandos, pero no era porque no existieran, sino porque ya estaban dados.

    Sentí los principios de un dolor de cabeza y comprimí los gestos, tomando aire por la boca. A mi lado escuché que Masaki volvía a encender el auto con intenciones de regresar a la carretera.

    —¿Lo querías? —preguntó pasado un rato, alcanzándome su botella de agua.

    Se me escapó una risa sin gracia, fue bastante apagada y acepté la botella pues porque me pareció grosero no hacerlo, así yo tuviese la mía en el maletín. Le di un trago, estaba fría, y echó hacia atrás algo del dolor.

    —No, quiero decir, somos amigos y eso, pero ya está. —Era la verdad, siempre la había sido—. Quería al perro-lobo, a Al solo lo arrastré hace tiempo por aburrimiento o qué sé yo.

    —¿Y la molestia entonces?

    Le di otro trago a la botella antes de regresarla a su lugar en el portavasos y apoyé la cabeza contra el cristal de la ventana. Le di vueltas a su pregunta porque era legítima, estuve a nada de contestarle que solo estaba buscando alguien, quién fuese, con el que cabrearme y se me acababan las opciones. Que quizás fuese porque su amiga, novia, la cosa que fuese me había vendido como pedazo de carne.

    Porque era mi propia versión de Judas y antes de eso le había escupido a Hiroki.

    Me encogí de hombros, el frío del vidrio me alcanzó la frente y fue como si me hubiese alcanzado el cerebro. Algo hizo click, me envió un chispazo al fondo de la mente y la realización que me cayó encima fue repugnante. Me di asco por incontable vez en lo que llevábamos del ciclo lectivo.

    Se me escapó una risa floja, casi insonora, y despegué la cabeza de la ventana, me saqué el móvil del bolsillo para revisar la hora o eso quise dar a entender. La verdad a lo mejor solo usé el aparato de escudo.

    —Son celos —resolví con calma, como si no fuese nada, y me puse a revisar mis chats sin intención alguna de enviar un mensaje a nadie.

    —¿Pero no acabas de de-

    —No celos de ella —atajé en el aire—. Son celos de ambos. De lo que tienen, porque es lo que yo pude haber tenido y Shibuya me lo arrebató. Habría tenido un guardián, un desgraciado dispuesto a partir el mar en dos por mí, tendría a alguien a quién amar. ¿Y ahora? Ahora son todo un montón de putos escombros y los veo, al par de imbéciles, y me quema la piel. Me dan ganas de cargármelo todo, así de sencillo.

    Por eso no le había hablado a Al en la enfermería, tampoco al verlo ayer en el pasillo de segundo. Me estaba desconectando a la fuerza porque sabía que mi desastre no tenía fundamento, porque estaba feliz por él y a la vez, quizás, deseaba que volviese a ser miserable.

    Como lo era yo.

    Ahí se rompió la máscara, lo sentí, y de haber estado sola en mi habitación seguro habría terminado de destrozar los pedazos de espejo que habían quedado de la otra vez, cuando reventé el móvil.

    La ira escaló, también el asco, y se me hizo un nudo en la garganta. No lo pensé, alcé la pierna izquierda y le asesté un golpe con el pie al tablero del auto. Masaki estiró la mano, empujó mi pierna de regreso al suelo. No fue brusco, tampoco dijo nada, y de no haber estado en el coche sentí que me habría alcanzado un bate para moler a hostias lo que tuviese por delante si eso me servía para filtrar.

    Este cabrón no cuestionaba, solo recolectaba información.

    Iba a abrir la boca para decir algo, pero cuando lo hice estuve a nada de sollozar como una cría, así que me encogí sobre mí misma y me tragué la correntada de lágrimas. Era espesa, amarga, como debía saber el veneno directo de una botella. El cuerpo me empezó a temblar de pura furia contenida, no supe qué coño hacer con ella y no tenía a dónde huir de por sí.

    Dolía darse cuenta de estas mierdas.

    Ootori no había despegado la vista de la carretera, seguía sin hablar, pero sabía que escuchaba y me dio por pensar que era una suerte de cámara o una antena parabólica. ¿Quizás un radar? Oía anormalidades, luego buceaba para encontrarlas.

    Liberó una mano del volante, el coche era automático de por sí, y la extendió en mi dirección con la palma hacia arriba.

    Un ancla.

    Estuve por rechazarlo, era mi respuesta natural, de hecho me presioné hacia atrás en el asiento con mayor ahínco. Aún así, como cuando Kasun se apareció en la puerta de la clase, no supe hacer más que aceptar lo que estaba frente a mí.

    Tomarlo y consumirlo.

    Desenredé el brazo de alrededor de mi cuerpo, el movimiento fue espantosamente rígido, pero alcancé la mano del muchacho y la presioné con algo más de fuerza de la que me hubiese gustado. Rodeó el dorso con sus dedos, me dedicó una caricia liviana, y tragué grueso.

    —No puedo prometerte príncipes azules, mansiones, días tranquilos y padres nuevos. Lo siento —dijo sin alterar el tono—. Pero te prometo que no vas a estar sola sin importar qué pase de ahora en adelante. Ya lo sabes, pero lo repito.

    Sí, no lo iba a estar.

    Porque el sentido del deber de estos idiotas era más grande que ellos mismos.

    Asentí con la cabeza, liberé su mano y me llevé las mías al rostro para cubrirme los ojos. Tomé una bocanada de aire inmensa, rota, pero me sirvió para llevar algo de oxígeno al cerebro y asentir con la cabeza a sus palabras.

    Al hecho de que este montón de imbéciles estaban encadenados a mí hasta el fin de sus días.
     
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    Zireael

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    Come on and collect us from the night [Multirol]
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    Drama
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    Mes y medio sin aventar delirios, en fin. Este escrito forma parte de una pequeña serie de tres fics que se me ocurrió luego del asunto del Asentamiento Bluefire en Pokémon, lo aviento en la colección porque aesthetic. Planeaba abordar tres facetas de lo que ha sido el viaje de Cay en su rol canon, también consolidar cosas de Gakkou acá y en gran parte lo necesitaba para volver a conectar con él porque perdí su voz. Ahora mismo a veces puedo hablar con él, conecto y desconecto, y mis ganas de rolearlo en Pokémon titilan como puta vela.

    ¿Es canon el ficazo? Who knows, lo veré luego. Honestamente este fic también me sirvió para plantear la posibilidad más cagada como desenlace de este asunto que se gesta con el tema de los Bluefire, el hate y demás.

    Como sea, planeaba comenzar con el inicio del viaje y al final opté por hacer todo al revés y comenzar a narrar desde el momento en el que estamos ahora, luego de haber vencido a Shea y tal, hacer la cosa un poco al contrario porque necesitaba drenar y ya se sabe que este niño, así como Altan, es mi scapegoat.

    Han sido días de mierda, lo digo como es, he tenido conversación incómoda tras otra pero siento que ya era hora, que era necesario. Incluso si ahora me siento mejor que cuando empecé a escribir este fic ya hace un par de semanas, pues a veces me vengo para abajo.

    Empecé sin poder avanzar de 900 palabras y aquí vengo con casi 5k, es un placer volver a casa (??)





    [​IMG]

    I can't carry all your data
    I've downloaded your sins
    .
    I don't understand your problems
    or where the glitch begins
    it's not fair, it wasn't my idea to let you in
    .
    viruses are not allowed
    still, you found me
    .
    you surround me
    you've made a mistake

    III
    [​IMG]
    The Elk
    | Prey |

    OUT OF BALANCE
    . Pretentious . Self-centered . Impulsive .


    | Cayden Dunn |







    No éramos más que un montón de desgraciados, ¿cierto? Niños perdidos llenos de dudas, carentes de bases sólidas a las que aferrarnos o demasiado aterrados para sujetarnos a las cuerdas que las personas nos alcanzaban. La única verdad es que ninguno sabía qué hacer, posiblemente por eso hubiésemos terminado en el mismo barco, arrastrados por una promesa externa o pretendiendo alcanzar nuestros pedazos en el viaje.

    Estábamos a la deriva en mar abierto, condenados al naufragio eterno.

    Recuerdo todavía la conversación con Gen en Villa Cruce, de hecho no he podido dejar de pensar en ella desde que todo se fue a la mierda. Fue una charla de las buenas, de las de verdad, y aunque no pretendía que fuese milagrosa sí que pensé que al menos podía darle la pista de que allí estábamos. Que allí estaba yo, que podía acudir a sus compañeros de viaje si lo necesitaba, pero pasó lo que pasó, y las piezas cayeron como naipes arrastrados por el viento.

    El trono de humo se deshizo bajo nuestro peso.

    Lo que ocurrió en el asentamiento de los Bluefire había logrado despertar un miedo profundo, crudo y helado. Cortaba la piel, abría enormes surcos y la sangre se congelaba antes de siquiera alcanzar el suelo, encajando cristales rojos en la piel.

    Givan había intentado seguir a pesar de que su compañero, Génesis, estaba por ser reducido a un montón de metal arrugado y carne molida, no fue capaz de abrir la boca y exigir piedad por su Lucario, en su lugar estuvo dispuesto a sacrificar a todos los demás sin siquiera saber si serviría de algo. Su valentía se convirtió en estupidez.

    Los hilos que nos habían conectado en Villa Cruce se chamuscaron al instante y el terror me cayó encima, porque si este era el resultado con Génesis que había estado antes de nosotros, ¿no acabaría por vendernos también? ¿Su orgullo le impediría salvarnos, salvar a Aleck, de una tortura de este calibre si algún día llegábamos a depender de él?

    Totalmente, lo sentí con tal fuerza que me crujieron los huesos.

    Los caminos se bifurcaron en ese instante en el que pensé que no seríamos una opción para él o su prioridad. Fue en el momento en que noté que sus pesadillas, esas que no sabíamos por supuesto, eran mucho más grandes que él y nos costaría caro; pero yo no estaba dispuesto a ser carne de cañón para este crío en esta vida o ninguna otra. Era incapaz de tomar semejante riesgo porque tenía una familia, porque estaba mi equipo y quedaba Aleck todavía, el otro idiota que primero rechacé y luego sólo acepté.

    Tenía más hilos alrededor, como telas de Galvantula, eran plateados, dorados, chispeaban ante mis ojos y me rodeaban. No podía solo cortarlos por Givan, no sabiendo que él no haría lo mismo, que solo nos pondría en riesgo y ya no era una tontería tipo que se comiera mi helado de la nevera, era que podía vender nuestra vida literalmente. La verdad fuese dicha, era melancólico y pecaba de imprudente, pero no era suicida.

    Los límites desdibujados del menor habían despertado todas mis alertas, cada alarma posible, porque a pesar de la distancia que ponía con el mundo mi lealtad era más grande que yo así como los monstruos de Gen. Me arrastraba, me llevaba a extremos, y lo único que resentía en la vida posiblemente era semejante sensación de traición. Si una persona no podía ofrecerme un espacio seguro, ¿por qué coño iba a pretender quedarme? Era mera supervivencia, adaptación, sentido común.

    De ahí el horror, y solo después pensé que de no ser este saco de huesos lo habría cerrado a hostias de pura frustración, pero en su lugar quedó la intención nada más y las ganas de huir de regreso a la cueva. Correr hasta dejar los pulmones en la acera y desaparecer a algún lugar donde este desastre, este revoltijo de emociones ajenas y propias no me alcanzara jamás.

    Lo llevaba escrito en los genes, impreso en el centro del pecho: la necesidad absurda de huir, recluirme, sanarme sin ruido. Era contradictorio por demás y se había sabido siempre, porque quería que alguien volteara a mirarme, quien fuese, y a la vez nunca se sabía cuándo regresaría sobre mis pasos para desaparecerme por donde había venido, absolutamente drenado por el ambiente que me rodeaba. Era agotador en tantas maneras que nunca me había detenido a explicárselo a nadie.

    Una parte de mí temía eso, ¿cierto? Esa capacidad estúpida para desprenderme del mundo, de cortar las uniones y retroceder, porque era la que llevaba a mi madre a decir que me parecía al hombre que había desaparecido de nuestras vidas. Era la misma que me hacía parecer estático, no era el que preguntaba o escarbaba, podía pecar de desinteresado y de ahí la duda… ¿Qué iba a hacer si también Aleck se descarriaba? Era una mera posibilidad, podía fingir hacer de soporte ante la falta de Givan, pero si perdía al otro, ¿qué mierda iba a hacer en realidad?

    Ya no podía concebir este viaje separado de los dos, porque por la fuerza acabaríamos juntándonos y no sabía si sería capaz de verles las caras sin perder la cabeza si los dos quedaban reducidos a sombras de lo que habrían podido ser. Sin embargo, ¿no era eso lo que podía pasar conmigo también? Lo sabía, me perseguía desde que los había arrastrado fuera del Centro Pokémon por el Yamper desaparecido de Sonia.

    Que podía cortarme el cuello yo mismo.

    Mi propia silueta perdía nitidez y en las penumbras solo se veían los ojos amarillentos de una figura canina que más allá de eso parecía no tener rostro, era una sombra tan oscura que parecía del negro del cielo en las madrugadas de invierno.

    En cualquier momento saldría, mordería a alguien y lo arrastraría conmigo a lo profundo de la cueva o me arrastraría solo a mí a un área de la caverna que solamente suponía que existía. La oscuridad allí era densa, despedía un frío húmedo que se colaba hasta los huesos y mordía hasta rasgar y fracturar.

    La verdad era que el sueño que rozaba lo infantil y me había llevado a insistir como hijo de puta hasta conseguir un patrocinador se nublaba, perdía forma, mutaba y comenzaba a convertirse en una amalgama irreconocible.

    Ser admirado.

    No era eso.

    Era recibir atención nada más.

    Porque ahora nos odiaban, la cosa en línea pecaba de estúpida y lo reconocía, al menos quería convencerme de ello, pero cuando poníamos un pie en un gimnasio era diferente. Aparecía el silencio, los abucheos o las risas, nada quedaba de los aplausos, de las personas animadas y los críos emocionados; el problema yacía en que sabía que podían ocurrir dos cosas o ambas combinadas.

    Estos desgraciados conseguirían machacarnos hasta el absoluto deterioro o fingiríamos revolcarnos en su odio dado que era atención a fin de cuentas. Giraríamos sobre la mierda, absorberíamos la peste y nos fundiríamos con una bestia de sombras que no había tenido forma nítida nunca, esa que nos arrastraría a una suerte de tumba psicológica. Hablaba en plural pero lo había notado con las ilusiones de energía dinamax, el único que ansiaba como un enfermo tener un reflector encima era yo.

    Esa sería mi absoluta condena, la que despertaría al monstruo que se me lanzaría a la yugular.

    Habíamos despedazado el mundo de ilusiones de Zach, la casa de muñecas, habíamos sacado a Neil de su mundo perfecto y ahora teníamos esto. El derecho de quejarnos lo habíamos perdido hace bastante, pero solo cuando recordé todo eso pensé que al habernos arrancando de los moldes de energía dinamax parecía que nos habíamos arrebatado del todo las posibilidades de alcanzar nuestros sueños por medios convencionales, que el mundo se había vuelto al revés y recibiríamos todo lo contrario a lo que habíamos visto en esas ilusiones. Merecido lo tendríamos, ¿o no? Por arrancar a los otros de la posibilidad de vivir o tener lo que más deseaban.

    Si todos son como tú, no me extraña que la gente los odie.

    Si todos éramos como Givan era normal que nos tuviesen tirria había dicho Pompa de Chicle, la famosa Clover, ¿pero lo éramos? Aleck que había lo había abofeteado por no detener a Aaron, por no decirle que detuviese a Zakey, Nikolah y Talía que eran más parte de los holders de Galeia que del trío de Gérie y yo que había estado por defender la casa de muñecas de Neil al saberme incapaz de verlo sufrir. Quizás… sólo nos habíamos obligado a encajar, era una posibilidad.

    Porque en el fondo parecíamos conscientes de que nunca encastraríamos con el resto de piezas.

    Ya ni siquiera era la estúpida idea adolescente de que éramos mejores que el resto del mundo, que éramos unos incomprendidos o vete a saber que más. Nada tenía que ver con eso, era la idea persecutoria de que no importaba dónde llegáramos seríamos rechazados, desconocidos y borrados de la existencia, puestos en la periferia como plagas.

    O fantasmas.

    Me di cuenta tarde que estaba rechazando esa idea con una fuerza estúpida, me resistía a ella como hacía con tantas otras cosas porque no sabía hacer nada más o me daba terror intentar algo distinto. Lo que daba vergüenza era lo mucho que había tardado en notar que incluso si los otros no estaban allí por un reflector, al menos Givan ya había tenido bastante rechazo en una parte de su vida como para sumarle más. Podía ser esta la gota que desbordara los vasos de cada uno.

    Luego estaba yo… y el hombre que me había dado su apellido antes de desaparecerse.

    Acababa de terminar el último combate con los pescadores en el Lago de la Calma cuando tuve la epifanía del siglo y tuve que buscar un sitio para sentarme en la orilla porque la cabeza me entró en overdrive o algo parecido. El ruido de siempre se amplificó, hizo eco y regresó a mí multiplicado, para amenazar con partirme todos los huesos.

    La atención que buscaba, la que vi que podía encontrar si participaba en el torneo, era un burdo intento porque alguien me eligiera, no importaba el quién, porque una de las personas que debía haberme escogido casi por defecto me había arrancado de sí mismo. Por eso no importaba si eran un montón de siluetas borrosas, figuras sin gestos, rostros como platos blancos y sin nombre, si estaban en mi dirección me daba por servido. De allí la certeza de que este odio podía estallar como una bomba, porque no era mentira.

    Atención era atención.

    Su desdén, las ganas de picar, la mierda que fuese hacía que me eligieran, como diana de tiro, pero que me eligieran. La realización fue enfermiza, me pesó en el cuerpo y tuve que pasar saliva, ni siquiera me di cuenta que había empezado a repiquetear la pierna derecha de pura ansiedad contenida hasta bastante más tarde, obligándome a detenerla a conciencia.

    Me pregunté por primera vez en la vida si lo resentía, si le guardaba rencor a mi padre por no estar y no supe encontrar respuesta en ese momento. Había dicho que no era así por tantos años que no sabía, no estaba seguro y me di cuenta que si era el caso no sabía qué cojones hacer con ese sentimiento.

    O ningún otro, porque desconectaba los cables.

    Apoyé los codos en las rodillas de forma que pude zambullir mi rostro en las palmas de las manos, me enjuagué los ojos con algo de fuerza y me quedé allí, tomé aire de forma brusca. Cuando quise darme cuenta sentí un tirón en la pierna y al despegar el rostro de mis manos vi a Meltan, el enano se había dedicado a darl vueltas por la orilla del lago junto a Cinis luego de los combates, que ahora estaba ocupado bebiendo agua del lago.

    No que pudiese determinarlo, el pobre tenía un imán por cara, pero encontré preocupación en su llamado de atención y estiré la mano hacia él, que hizo lo propio con sus bracitos. Su cuerpo era metal, vaya, era un poco frío pero no me importó demasiado cuando alcanzó mis dedos. Le dediqué una sonrisa bastante apagada.

    —Estoy bien —murmuré, soné compuesto y todo—. No hace falta que te preocupes por el entrenador que acabas de conocer.

    Era verdad a medias, me había enfrentado a este Meltan, digamos que había conectado conmigo y lo entendí en ese entonces, pero igual. No sé, no podía lidiar con la preocupación de los demás, fuesen personas o pokémon, de ahí que no hablase demasiado ni me hiciera falta.

    No tenía caso seguirme comiendo la cabeza, no tanto al menos, así que tomé a Meltan en brazos y lo ayudé a que se volviese a acomodar sobre mi cabeza. Lo sentí balancearse suavemente antes de acomodarse a sus anchas y me incorporé con cuidado de donde estaba sentado.

    Cinis había seguido caminando por ahí, bastante distraído a decir verdad, así que cuando una esfera se activó me sorprendí un poco. La que salió fue Nyx, su mirada fue casi de recriminación y se acercó para restregarse en mis piernas agitando la cola un poco. Más preocupación que me incomodaba.

    Suspiré, alcancé a acariciarla entre las orejas y se dejó hacer, lloriqueó un poco como si fuese todavía una pequeña Nickit y le revolví el pelaje. Había estado conmigo por bastante tiempo, no podía culparla por conocerse mi culo desastroso de sobra y es que sabía que de no haber evolucionado se habría trepado para echarse sobre mis hombros haciéndome bufanda con su cola. Era su manera de cuidar de mí, siempre lo había sido.

    —Nyx —La llamé y alzó las orejas como diciéndome que escuchaba—. Ya está, tranquila. No me pasa nada.

    No parecía convencida, lo noté porque buscó mirarme otra vez y volvió a agachar las orejas, pero tampoco era que pudiese discutir demasiado conmigo. Incluso así de un movimiento rápido mordió la manga de mi chaqueta y echó a andar sin prisa, sabiendo que no pondría resistencia. Al darse cuenta el Arcanine que seguía haciendo el tonto por la orilla del lago se nos puso al corte, así que no me quedó más que seguir caminando.

    Cuando volvimos a llegar a Pueblo Sereno entendí las intenciones de Nyx al vuelo apenas reconocí el camino que estaba tomando. La muy tonta me estaba arrastrando a casa porque sabía que lo necesitaba, que tenía que ver la cara de alguien que conociera, de alguien que me hubiese querido toda la puta vida. Me llevó con una calma estúpida, solo se detuvo unos metros antes de alcanzar su meta para que pudiera regresar a Meltan y a Cinis a sus esferas, a ella la dejé afuera para que me acompañara y de hecho volvió a morderme la manga de la chaqueta para llevarme como si fuese un niño perdido.

    Giró hacia la casa, subimos al porche y me soltó para sentarse junto a mí, serena. Esperó una eternidad a que a mí me reaccionaran las manos, estuve por tocar la puerta, pero en su lugar escarbé las llaves en el bolsillo y cuando las encontré abrí sin prisa. Entré despacio, olía a todo lo que reconocía como parte de mi vida y estuve a un pelo de subir para zambullirme en mi habitación, pero en su lugar eché a andar por el pasillo luego de cerrar la puerta y Nyx me siguió, sus garras sonaban contra el suelo de madera. Debió ser ese sonido el que hizo que uno de mis tíos saliera al pasillo desde el estudio que estaba allí mismo en la planta baja.

    Mis dos tíos eran bastante menores que mi madre, pero se parecían muchísimo a ella, tenían el mismo cabello castaño casi pelirrojo y la misma amabilidad en sus ojos azules. Al ver a Devan Keane fue eso lo primero que recibí de su mirada, porque suavizó los gestos y se pasó la mano por el cabello medio largo soltando un suspiro que fue una mezcla de sorpresa, alivio y no sé qué más. Me escaneó con la mirada después, sentí que me leyó y aunque tío Dev era más sosegado que tío Finnian me di cuenta que la emoción le corría por el cuerpo, después de todo les había dicho que no creía pasar por casa pronto.

    —Cay —Me llamó con voz suave como si hablara con un crío de siete años y se me aguaron los ojos porque toda la vida había sido débil de corazón—. Cay, niño, ¿qué tienes?

    Nyx se acercó a él, agitó la cola y antes de darle tiempo de siquiera reconocerla le dio un empujón con la cabeza para hacerlo avanzar en mi dirección. Al hombre le activó los engranajes con retraso, pero lo hizo y me envolvió en un abrazo que correspondí sin dudar un pelo.

    Ya ni siquiera fue por el pedazo de descubrimiento que acababa de tener, en el instante en que me abrazó me cayó encima el cansancio, el frío y hasta la nostalgia de estar en casa, el cristal que se me había formado en los ojos cedió y aunque era un llanto silencioso él se dio cuenta por la forma en que estaba respirando. Como para no, vete a saber cuántas veces había llorado en los brazos de este pobre hombre cuando estaba pequeño y me caía o me enfermaba.

    Sus manos me dedicaron caricias amplias en la espalda así estuviese casi de su estatura, me trató con el cuidado estúpido de siempre y yo seguí llorando sin chistar. Ya no pude pensar en si lo preocupaba, si lo angustiaba ni nada más, solo me cedió el cuerpo entero y lo abracé como si no lo hubiese visto en cuatro años.

    —No estás durmiendo bien —sentenció de repente, no habló muy fuerte pero sonó firme—. Si no duermes empiezas a comer menos y pierdes peso, te va a dar anemia. Fue así a los quince, ¿recuerdas? Cuando te nos pusiste difícil. Si quieres hablar con Neve tendrás que esperarla un rato, se fue con Finnian a hacer la compra.

    Me leyó, el cabrón me leyó como si fuese un libro abierto de par en par con una lupa encima y comprimí los gestos a la vez que hundí el rostro en su hombro. Era siempre igual, mi madre me leía así, tío Finn también y aunque respetaban mis límites a veces intentaban escarbar, solo esperaban encontrar alguna pista en mi silencio, algo que les dijera cuál era la verdad y en general no tenían mucho éxito.

    Tuve que pasar saliva porque sentí que me iba a atragantar, solo entonces pude medio recomponerme para decir algo en respuesta después de negar con la cabeza.

    —No se duerme bien en los Centros Pokémon —murmuré tan bajo que no supe si me iba a escuchar—. Descansé un poco antes de venir. Estoy bien, te lo prometo, la seguidilla de gimnasios me dejó drenado nada más.

    Siempre había tenido cierta afición por mentir así, ¿no?

    De la forma que fuese mi tío acabó por soltarme, estiró la mano para limpiarme las lágrimas del rostro y arrugué las facciones como reflejo, cosa de nada, antes de repetir el gesto con la manga de mi propia chaqueta. Sorbí por la nariz, no me costó mucho recuperar la compostura teniendo en cuenta que tampoco era que me había descompuesto en llanto ni nada, tomé aire un par de veces y lo solté despacio, tranquilizándome.

    Reparó en Nyx apenas soltarme, le dedicó una sonrisa tranquila y estiró la mano para acariciarla entre las orejas, ella barrió el suelo con la cola. Estuvo así unos segundos, cuando la dejó tranquila caminó en dirección a la cocina y me indicó que lo siguiera con un movimiento de mano, cosa que hice.

    Me senté a la mesa, eché el peso sobre su superficie y cerré los ojos un momento, cuando quise darme cuenta escuché el sonido de un vaso al ser colocado sobre la mesa. El olor que me alcanzó me arrancó una risa floja, me enderecé y alcancé el vaso en el que tío Dev había servido una cantidad algo considerable de whiskey. Se sentó frente a mí con uno para él también y noté que Nyx caminó hasta su lado para echar la cabeza en su regazo.

    —Lo vi —murmuró luego de darle un trago la bebida, me anticipé y lo imité aunque me bajé dos tragos de zopetón—. En Rococó y aquí mismo.

    —¿El qué? —pregunté haciéndome el tonto, deslicé el dedo índice por el borde del vaso y esquivé su mirada.

    —Al público, Cay… En Rococó se callaron, en Sereno los abucheos estuvieron a nada de hacer vibrar el hielo, los tres estábamos entre el público. —Sentí sus ojos encima, no tuve que mirarlo para saber que la amabilidad de sus rasgos se había desvanecido un poco, el desdén no era hacia mí, claro, y me pesó en el alma saber que mamá habría presenciado eso. Además tío Dev seguía leyendo, pasando páginas en mi rostro, en cada gesto que me permitía por ligero que fuese—. ¿En qué te metiste esta vez, Cayden?

    La contundencia de la pregunta me lanzó tal terror encima que sentí que este hombre lo había sabido todo el tiempo, las cosas que había hecho en aquella época de mierda de adolescente extra edgy o quién sabe qué cojones. Sentí que el jodido me había visto todas las veces que saqué una billetera de un bolsillo, saqué algo de una bolsa de mujer y lo vendí, o peor aún cuando les hice de conducto a algunos idiotas de Villa Cruce con las mierdas que pasaban de la parte Sur de Gérie a la Norte.

    ¿Hice? Sonaba a pasado. La última vez que lo había hecho fue hace algunos meses, antes de cumplir dieciocho.

    Busqué su mirada por fin, me costó lo suyo y confirmé el desdén que había aparecido en sus ojos, que todavía no encontraba un objetivo claro. Tío Dev era centrado, pero aún así tenía mucho peor genio que Finn y mi propia madre, o menos paciencia, vete a saber. Algo en sus ojos me pareció una pregunta y la rellené en mi mente, no sé por qué.

    ¿Seguirás?

    ¿Seguirás hasta convertirte en su copia?

    No lo sé.

    —Se hacen llamar Bluefire —cedí antes de darle otro trago al vaso—. Son supuestos fanáticos de una chica que participa en el torneo, pero viven en un búnker bajo Cruce. Tuve un encontronazo con la líder o hermana del líder, qué sé yo, en Frontera.

    —¿Un búnker? —preguntó frunciendo el ceño, a lo que asentí con la cabeza.

    —Su hermano, un jodido con más cara de culo que yo, controla un pokémon o pretende intentarlo, que no había visto en mi puta vida, un lobo enorme, llamado Zakey —continué y bajé algo la voz, había empezado a trazar la figura del pokémon con el dedo en la superficie de la mesa, de lo que recordaba haber visto en los bocetos de Aaron—. Se las deben haber arreglado para sabotearnos entre el gimnasio de Arlene y los de Shea y Arthur, así como a una muchacha llamada Nora, rival de Enya o una cosa así. Nuestra fama se construye en contraposición a la de su figura de admiración, ellos lo hacen, estoy casi completamente seguro, porque el primer rechazo del público fue incluso antes del incidente en Cruce.

    —¿Te vas a participar en el torneo y terminas metido en una bronca con una secta? —cuestionó, estuvo a nada de reírse con clara sorna y le dio otro trago a su whiskey—. Zakey…

    —Por órdenes del cara de moco este casi mata al Lucario de otro de los patrocinados que me acompañan —solté en tropel—. No es un pokémon con el que andarse con juegos y eso que me comí mordiscos de pokémon salvajes más de una vez, lo sabes bien.

    Mi tío suspiró, se levantó para acercarse a la alacena y tomó la botella de whiskey que había dejado guardada encima de la mesa antes de volver a sentarse. Encontré mi silueta en sus ojos, estaba serio que daba gusto, pero cuando se permitió una sonrisa fue casi un reflejo de mi maldito orgullo que no conocía de límites.

    El mismo que me había hecho insistir hasta conseguir un patrocinador.

    El que alimentaba al canino de sombras.

    El que acabaría por morderme la yugular o morder la de alguien más.


    —Úsalos de combustible para el fuego —dijo casi en un susurro—. Úsalos como los han usado a ustedes y para cuando quieran detener el avance de las llamas será demasiado tarde.

    Su conclusión de todo el asunto me arrancó una carcajada, me salió directo del pecho y rebotó en las paredes de la cocina para volver a mí. No había que cuestionar demasiado las ideas nacidas del mal carácter de Devan, eso lo sabíamos todos en esta casa, eran imprudentes, erráticas, pero cargaban una fuerza estúpida.

    Como si tuviera un coche hasta el culo de gasolina y pisara el embrague hasta el fondo de la nada.

    —¿Pero a ti te metieron aire en la cabeza? —atajé entre risas, él se encogió de hombros y se llevó el vaso a los labios—. ¿No ves que me falta cuerpo, cerebro y capacidad de combate para eso?

    —Quizás un poco de lo primero y lo segundo, lo tercero lo consigues sin mucho esfuerzo en el resto del viaje —resolvió con sencillez—. Eres un guerrero, ¿no? Eres el hijo de mi hermana mayor, esa que nos cuidó de todo desde que nacimos, su amor por los otros la vuelve una muralla. Encuentra tus anclas, Cay, y cuando lo hagas pasarás por encima de cualquier cosa así seas más flaco que un palo.

    Volví a soltar una risa, fue algo ronca y extraña siendo honestos. La forma de centrar a las personas que tenía tío Dev a veces era un poco rara, ponía un montón de confianza en un saco y te metía una hostia con él. A pesar de lo serio que podía ser y del cariño que había en sus gestos, también era de esos que instigan, los que agarran el mechero y lo acercan a la boquilla del cilindro de gas para volar todo a la mierda sin pensarlo demasiado.

    Lo amaba por eso, por recordarme que todavía me quedaban fuerzas en algún lugar.

    Levanté el vaso, giré su contenido despacio y encontré la mirada de mi tío a través del cristal cuando el líquido estuvo por dejar de moverse. Le dediqué una sonrisa cansada, pero cargó todo el jodido ego que me podía correr por las venas.

    —Que mamá no vea el resto de gimnasios —susurré entonces, regresando la atención al whiskey en el vaso—. Si esta mierda sigue escalando no quiero que lo vea, yo hablaré con ella luego de las batallas. Que tampoco busque nada en línea.

    —¿En lín-

    —No han aparecido pero lo harán, no deben tardar mucho. —Solté el aire por la nariz y volví a agitar el vaso suavemente—. Tienen foros para lanzarnos mierda, tío Dev~

    Su risa fue de incredulidad, pero acabó por asentir con la cabeza y me rellenó el vaso cuando lo regresé sobre la mesa. Sabía que podía contar con él para distraer a mamá, se aliaría con tío Finn y listo, así la sacaran de quicio la ocuparían con algo lo suficiente, de por sí trabajaban desde casa los tres y ellos dos aunque vivían al lado pasaban metidos aquí.

    Si esto seguía yéndose a pique todo lo que quería era evitarle a mi madre verlo en tanto le fuese posible, al menos una buena parte, porque sabía que me amaba como todas las buenas madres. No quería preocuparla más de lo que ya debía hacer, no esta vez.

    Solo quedaba seguir avanzando, instigando el fuego.
     
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    Zireael

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    Escritora
    Título:
    Come on and collect us from the night [Multirol]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
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    11
     
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    3927
    La verdad es que llevo ya más de un mes, supongo, desconectada de una mayoría de mis personajes y kinda me mortifica si debemos ser honestos, porque siempre dije que esto, el rol y lo que escribía era de las pocas cosas que me quedaban. Lo poco que podía disfrutar después haberme desligado de otras cosas que eran prácticamente el núcleo de mi personalidad.

    Han sido semanas de mierda en mayor o menor medida, no sé cómo describirlo realmente pero es como si yo misma estuviese comiéndome viva. Es silencioso, es molesto, provoca muchísima ira y muchísimo miedo, no sé qué hacer con la mitad de cosas que siento y a veces pretendo que mi caos se tranquilice antes de siquiera hablarlo con nadie, pasa que nunca se tranquiliza y me quedo atorada hasta alcanzar el punto de sobrecarga.

    Como sea, nunca he escrito nada sobre Eris porque en sí misma siempre me ha parecido... compleja, es una bola de resentimiento con patas. Me costó muchísimo adaptarla a Gakkou y de hecho hay cosas que simplemente no he concretado por la naturaleza del rol del que venía, pero siempre hay una primera vez para todo. En cierto momento, luego de uno de tantos breakdowns, sentí que justamente por eso podría convertirla en mi scapegoat esta vez en vez de a los mismos cuatro gatos de siempre. Llevo con este fic empezado más de una semana y lo he escrito en diferentes momentos en que sentí que era o escribir o estallar y llevarme a todos por delante. ¿Funcionó? No siempre.

    Fue a la vez un intento burdo por reconectar con mis personajes o al menos comenzar a intentarlo, no siento que haya cumplido con su propósito, tampoco quedé conforme con el resultado pero una vez escrito pues no lo voy a dejar allí agarrando polvo.

    Sin más que añadir, aquí dejo esto, sea lo que sea (?) Es canon, ocurre en la madrugada de la noche de la mascarada.




    [​IMG]

    you don't, you don't know where I've been
    what's going on inside where the monsters like to come alive
    .
    could you love me at my worst
    'Til the coffin's in the dirt?
    or try to break me like a curse
    you know that will never work
    .
    oh, could you love me now?

    IV
    [​IMG]
    The Snake
    | Predator |

    OUT OF BALANCE
    . Unawakened . Wasted time . Untapped .


    | Eris Tolvaj |







    El sonido de mis propios tacones golpeando el suelo de la mansión de la zorra de Akaisa me acompañó desde que salí del baño dejando a pelo de chicle y Satanás encarnado en su pedazo de infierno, por la habitación, el pasillo y piso de abajo, hasta salir de la casa. Eché a andar por el camino que guiaba al portón principal donde todavía estaba aparcado el gorila que había revisado las invitaciones. En el camino me había quitado la máscara solo para arrojarla en cualquier parte de los jardines de jasmín de Katrina sin más.

    La noche había refrescado ya y los postes de alumbrado público iluminaban el espacio con una luz amarillenta bastante sin gracia, quizás hasta enfermiza, algo así como amarillo hepatitis. Alrededor de los bombillos giraban los insectos atraídos por la ilusión de un sol. Mientras caminaba recibí otro mensaje de Ceres diciéndome el hospital dónde habían ingresado a nuestra madre, además de que era obvio que no podríamos verla ahora mismo.

    Ni idea de para qué cojones me había llamado entonces.

    Suspiré, crucé los brazos bajo el pecho y ya en la acera pedí un Uber que, para mi fortuna, no tardó demasiado en llegar. Era un auto pequeño, blanco, y el conductor era un tipo de unos veintitantos japonés de cajón, no demasiado diferente del gerente del bar de Minato que me follaba con cierta frecuencia, aunque siendo honesta todos los hombres me parecían iguales en su mayoría. Estaban los que eran el diablo encarnado o los que era unos estúpidos que podías manipular a gusto, con pocos puntos intermedios.

    —Buenas noches —saludó cuando abrí la puerta y se hizo medio cacao para pronunciar mi apellido, como siempre—. ¿Tolvaj-san?

    —Correcto —respondí sin más, subiendo al coche y cerré la puerta tras de mí luego de asegurarme que no iba a pescar el vestido al hacerlo.

    El tipo me repasó con la vista, me di cuenta, pero pronto siguió a lo suyo y se puso en camino. Revisó la ubicación dos veces como para terminar de creérsela y miré por el retrovisor que algo de tristeza o lo que fuese le pasó por el semblante, así que intuí por dónde irían los tiros porque toda la gente era igual. Los japoneses tendían a no ser tan metiches, pero a veces se topaba con alguno que otro, sobre todo a estas horas.

    —Es una lástima que hayas tenido que irte de la fiesta tan temprano —dijo de repente, bastante al aire, sin despegar la vista de la carretera.

    —Lo es, sí —respondí en tono plano con la vista puesta en la ventana a mi costado. El amarillo de la luz de los faros titiló a la velocidad del automóvil—. Son cosas que pasan, ni modo.

    Su silencio me dijo que no esperaba que me tomara su aproximación con tal tranquilidad, lo sentí en la tensión que llenó lentamente el aire a nuestro alrededor, tensando los hilos del mundo de forma apenas perceptible. Creí que se callaría, pero se veía que lo había subestimado y en su lugar inhaló con cierta fuerza para finalmente suspirar con algo de incomodidad contenida. No supe por qué no se callaba si no estaba seguro de qué decir, pero la gente era estúpida por deporte y eso lo podía decir yo con toda certeza.

    Escuché el direccional unos segundos antes de que el coche girara y revisé el móvil cuando lo sentí vibrar en mis manos, anunciando el nombre de mi hermana en la notificación. No le respondí, la hija de puta era una pesada de mierda, le había dicho que ya iba en camino y no se daba por entendida con eso.

    —¿Es realmente tan grave? —preguntó el tipo por fin y yo lo miré de refilón—. Puedo hacer un desvío si necesitas llevar algo de tu casa antes o-

    —Mi madre tuvo un accidente —respondí cortándolo de tajo—, una vez la vea regresaré a casa por lo que necesite. Mi hermana está al borde del colapso.

    Mi respuesta fue fría, lo supe yo misma, pero también había asumido que colaba para que el idiota cerrara la boca y me dejara tranquila el resto del trayecto. Podía adjudicar mi falta de reacción junto a mis pocas ganas de dar explicaciones al shock que la misma noticia me habría provocado, una mera respuesta nacida del trauma que luego empezaría a desvanecerse cuando llegase con mi familia. Sin embargo, era consciente de que realmente no había tal cosa… Lo que se veía era lo que había, nada. Si estaba acudiendo al llamado de Ceres era porque la perra me había dado un ultimátum en resumidas cuentas, si se le ocurría denunciarme por la agresión de hace días iba a irme a la mierda porque la estúpida tenía puntadas en la frente, no era poca cosa.

    El trayecto sucedió en silencio, el idiota aparcó frente a la entrada del hospital y cuando bajé el cobro se rebajó en automático de la tarjeta de mi hermana para variar. Cerré la puerta luego de bajar, ni siquiera di las gracias y me encaminé hacia las puertas automáticas sin especial prisa. Mis tacones resonaron al chocar con la cerámica blancuzca de la recepción del hospital, el frío del interior chocó contra la piel que llevaba descubierta y toda la parafernalia de la casa de Akaisa fue reducida a nada en ese espacio que olía a esterilidad y a la vez a algún vestigio de sangre fresca, a hierro.

    Me acerqué al recibidor donde esperaba sentada una mujer japonesa, me saludó con una inclinación de cabeza y estaba por abrir la boca cuando la interrumpí de la misma manera que al conductor que me traía. Era una señora de unos cuarenta y pico, seria, que no se inmutó ante mi tono en lo más mínimo.

    —Tolvaj Irma. Soy su hija, Eris, adentro debe estar mi hermana Ceres.

    —Tolvaj —repitió, pasó páginas y recorrió los renglones con el dedo índice—. Ingresada de emergencia, sala de operaciones… No ha salido, señorita, pero puede encontrar a su hermana en el siguiente pasillo para que esperen noticias de los médicos.

    Asentí con la cabeza, miré el letrero que me señaló con la mano y el pasillo indicado antes de volver a ponerme en marcha. El frío de las paredes me fastidiaba, era crudo, casi filoso y se enredaba con los murmuros de las personas en los pasillos o el ruido de los médicos y demás personal movilizándose a toda velocidad de un área del hospital a otra. Nunca había entendido realmente a los que se dedicaban a atender personas por vocación.

    En lo que subía por las escaleras me acomodé el móvil a un costado de las copas del vestido, de forma que con las manos libres pude comenzar a deshacer el peinado y los pines que sujetaban el cabello en su lugar fueron cayendo detrás de mis pasos, ni siquiera me molesté en lanzarlos a la papelera o algo, los dejé caer, y cuando tuve toda la melena castaña y albina libre deslicé los dedos por las hebras, desenredándolas por encima. Recibí más de una mirada en el camino, pero me importó entre poco y nada.

    Al alcanzar el pasillo alguien me cayó encima, mi gemela me había echado los brazos al cuello y sollozaba como una puta mocosa de tres años. No reaccioné a su gesto ni al hecho de que claramente necesitara consuelo de alguien, me quedé allí bajo su agarre como una estatua y repasé el pasillo con la vista varias veces, desconectada de todo lo que me rodeaba. Ceres seguía llorando y juré que a la estúpida iba a darle algo, las piernas le fallaron un instante, y cuando tomó aire cualquiera diría que se había rasgado la garganta; dijo algo entre sus sollozos, pero no entendí nada y seguí sin moverme.

    No supe cuánto tiempo tardó en separarse, pero cuando lo hizo sus ojos, del mismo verde que los míos, estaban enrojecidos y cristalizados; llevaba el cabello castaño atado en una coleta alta y el mechón albino recogido hacia atrás de forma bastante desordenada, las puntadas en su frente parecían especialmente enrojecidas y me pregunté si a la idiota se le iría a infectar una herida tan sin gracia como esa. Cuando me miró pareció caer en cuenta de que era yo, que no había reacciones de mi parte y estaba allí solo para librarme de repercusiones legales.

    Que no importaba qué pasara, seguía siendo la hija de puta que le reventaría la cabeza contra un espejo.

    Se limpió el rostro con la manga de su suéter, el gesto fue brusco, y me di cuenta que se obligó a sí misma a desconectarse de sus propias emociones. Fue como si se hubiese arrancado del enchufe de un golpe seco, un esfuerzo fútil para no deshacerse en llanto de nuevo o estallar en mi dirección en medio del hospital.

    —Está delicada, no saben si… No saben si saldrá de la sala, Eris —dijo en un murmuro, estuvo a nada de no alcanzarme de hecho y crucé los brazos sobre el pecho—. Una camioneta la embistió, estuvo atrapada más de media hora y los golpes…

    —¿Para qué me quieres aquí? —solté de repente, estática en mi lugar—. Si querías compañía podías llamar a una amiga o algo.

    Cerró la boca de un solo movimiento, comprimió los gestos y otra correntada de lágrimas le empapó el rostro, volvió a limpiarse con la manga del suéter e inhaló con fuerza, buscando compostura donde no existía ninguna. La noté repasarme con la vista, lo hizo de la misma forma que mi madre y sus ojos recorrieron el tatuaje de mi cuello, el krait de bandas que alcanzaba mi brazo y se enrollaba allí.

    No tenía idea de qué veían realmente al mirarme, había dejado de interesarme poco después de cumplir trece años, pero algo me decía que veían la sombra de mi padre o algo parecido. El hombre la había palmado antes de que pudiésemos recordarlo, ¿pero entonces qué coño sabía Ceres que yo no para mirarme de la misma forma que mamá?

    Incluso podría ser que no vieran en mi silueta la copia de papá, si no de otra persona que nunca les había agradado, alguien que temían como si fuese la peste o un peligro inminente que no podían controlar. Podía ser cualquier cosa y podía no ser nada, no lo sabría nunca quizás.

    —Quería que estuvieras aquí cuando salga, si es que lo hace. —Logró articular pasados unos segundos.

    —La misma madre que te ha preferido toda su puta vida —añadí entredientes, intercambiando el peso de un pie al otro—. Lo menos que va a querer es venir a enterarse que estuve aquí… Con su adorada Ceres.

    La sentencia la obligó a callarse, cruzó los brazos bajo el pecho enrollándose en sí misma como un puercoespín y lanzó la mirada al suelo. Recorrí su silueta con la vista, determiné las diferencias casi imperceptibles entre nosotras y me quedé esperando. ¿Qué más iba a hacer? Además, ¿había mentido acaso? Su silencio era la respuesta.

    Siempre habían sabido lo que hacían.

    —Quizás podría llegar a pensar que-

    —La redención no existe, Ceres, deberías haberlo entendido ya. —Suspiré, me saqué el móvil del lugar donde lo había metido y revisé la hora—. Iré a casa, puedo ir a venir para traer cosas cuando lo necesites. No esperes más.

    Me tragué una risa y estiré la mano en su dirección, solo para revolcarme en su reacción en cuanto se encogió en su lugar. Deslicé los dedos por su frente, sin alcanzar las puntadas obviamente, y encontré su mirada cuando se atrevió a alzarla, dedicándole una sonrisa que contrastó con todo el ambiente general.

    —Cuida esa herida, hermanita. No vaya a ser que se infecte —murmuré regresando la mano a mi espacio.

    Por teléfono era muy fácil amenazarme, ¿no? Pero a la hora de la hora estaba asustada, tenía verdadero miedo no solo del destino de mamá, sino también de qué pasaría si algo ocurría con ella y no tenía más opción que quedarse sola conmigo. Nuestro padre estaba muerto, yacía en un cementerio de Tokyo desde hace más de una década, la abuela por parte de nuestra madre también y el resto de nuestra familia, bueno, era aire. Estaban en Hungría, desligados de nosotras por completo.

    Nadie se haría cargo de un par de huérfanas de casi dieciocho años.

    Me permití la risa que había contenido antes, fue floja, apagada y baja en tono, pero me di cuenta que Ceres lanzaba la mirada al suelo otra vez, como si solo eso le hubiese arrojado una cubeta de agua fría directo en el centro de la espalda. Sabía que si tiraba demasiado de la cuerda mi hermana era capaz de reaccionar y cumplir con su palabra, por eso estaba allí, pero también era cierto que una parte de los hilos de nuestra relación se habían movido siempre por el miedo, nada más.

    Ella lo sabía, ¿no?

    Razones le sobraban para encogerse en su lugar.

    De la forma que fuese, me despedí de Ceres de manera bastante distante y enderecé los pasos para salir del hospital de nuevo.. Sentía en los ojos ajenos la misma lástima que había encontrado en la voz del conductor de Uber y en realidad sabía que no tenía razón de ser. No había lástima alguna que sentir por mí ni por asomo, esa podían regalársela a mi hermana y mi madre sin ningún problema.

    El viaje de regreso a casa para mi suerte fue mucho más silencioso. El conductor que me tocó esta vez no hizo preguntas, ni siquiera small talk y fue una verdadera dicha, porque con la furia que me cargaba por el hecho de que Ceres me hubiese arruinado la noche ya no sabía ni cómo iba a reaccionar a una provocación o pregunta más. La verdad es que así como la mayoría del tiempo buscaba la bronca sin que nadie me lo pidiera, otras tantas era mejor no tocarme los ovarios y esa noche era una de esas veces, para qué mentir.

    Otro recargo a la tarjeta de mi hermana, otra puerta cerrada de golpe y estuve en el recibidor del edificio de apartamentos. Entré como si nada aunque ya para ese momento ni sabía qué hora era realmente y subí las escaleras con una calma que rozaba lo estúpido, acompañada por el sonido de la tela del vestido al rozarse, los tacones y alguno que otro coche circulando todavía. Había comenzado a sentir frío desde el hospital, pero pasé de ello como una campeona en cuanto estuve fuera de ese espacio y este desapareció apenas abrí la puerta del apartamento para entrar.

    Adentro estaba a oscuras, así que estiré la mano para golpear el interruptor de la luz que iluminó el espacio de un tono blancuzco parecido al del hospital. Cerré la puerta detrás de mí, arrojé el móvil y la llave en la mesilla a un costado del pasillo antes de apoyar las caderas en la pared e inclinarme para deshacerme de los zapatos. Los arrojé a un lado de la puerta, mis pies descalzos encontraron la madera fría del suelo y suspiré con pesadez.

    Hombre, qué desperdicio. Ni siquiera había podido comprarle hierba a la mariposita.

    Me pareció escuchar que mi móvil vibraba, asumí que ya mi hermana me habría escrito qué quería que le llevara cuando regresara al hospital, pero lo ignoré de momento porque lo primero que quería era poder relajarme un jodido segundo. A nuestra madre le podía quedar su buen rato en el quirófano y de por sí la idiota de Ceres no iba a moverse de donde estaba, así que bien podía llevar todo a las cinco de la mañana o a las diez, era bastante indiferente.

    Una muda de ropa y algo de comer para mi hermana no iba a salvar la vida de mamá.

    Despegué el cuerpo de la pared, abrí el cierre del vestido como pude y lo dejé caer a mi alrededor, los tonos verdosos se reflejaron en la madera clara, pulida. Caminé a mi habitación, escarbé por una camiseta ancha y me la puse encima, no me molesté en recoger lo que había dejado en el pasillo cuando volví a salir en dirección a la cocina.

    Observé el espacio como si no fuese mi casa; las fotos colgadas de las paredes, mi hermana con cada certificado de excelencia académica y nuestras celebraciones de cumpleaños. En algún punto de nuestra infancia diferenciarnos había sido difícil, pero poco después de los diez años comenzó a saltar a la vista.

    La forma en que yo veía el mundo no era, ni de cerca, como lo veía Ceres.

    El último esfuerzo de mi madre por medio corregirme había sido esta transferencia, en el Sakura estaba invirtiendo todo su jodido dinero, el que había quedado cuando papá la palmó y seguro hasta todas las plegarias o embrujos que se le pudieran ocurrir a cualquiera. Había sido la medida desesperada, me habían expulsado de una escuela por año y su esperanza era que este colegio de niños pijos fuese el último en donde podría un pie, dado que ya iba a graduarme.

    Ni idea de para qué lo intentaba, claro, si los aplausos, el amor y todo lo demás siempre lo tendría mi hermana. No tenía que decirlo ni yo que preguntarlo, era algo que saltaba a la vista desde que Ceres había demostrado ser calmada, estudiosa y… una aburrida en resumidas cuentas. Según ella podría estudiar la carrera que quisiera, porque tenía cerebro, mientras yo me tiraba todos los años con notas mediocres.

    A cualquiera podía parecerle estúpida, lo entendía.

    Pero tenía el cerebro de Akaisa, puede que incluso el de Sonnen.

    Al ver la última de las fotos colgadas sentí el impulso de tirarla, de hecho detuve mis pasos y me quedé prendada al marco, sopesando la idea, pero terminé por apartarla y seguí caminando. Llegué a la cocina, abrí la alacena y saqué una botella de vodka que había comprado mi madre para Año Nuevo, vete a saber por qué si casi no bebía, y busqué un vaso.

    Cuando lo encontré me senté con pesadez en una de las sillas del comedor y estiré la mano para alcanzar a abrir la puerta de la nevera, de donde saqué la caja de jugo de naranja y me serví un trago que hasta dio miedo. Era vodka con jugo de naranja, no al revés, pero mira a quién coño iba a importarle. No había nadie que fuese a juzgarlo y para cuando mamá volviera a casa, si volvía, lo menos que iba a notar era la falta de la botella porque era claro que entre hoy y mañana iba a desaparecer.

    Tenía pegado en la nariz el olor esteril del hospital, una peste a hierro que dudaba estuviese allí en realidad y ahora se revolvía con el olor del vodka. Se me ocurrió que no era demasiado diferente al olor en las callejuelas y los parques del Triángulo del Dragón, en los huecos del Infierno donde se juntaban las pandillas y más de una vez los encontronazos terminaban con gente sangrando y alcohol derramado sobre el cemento.

    Ese era el lugar que yo había elegido.

    El otro era el que mi madre le había dado a Ceres.

    Inhalé con cierta fuerza, alcé el vaso y al verlo a contraluz encontré una parte de mi reflejo. Detuve la mirada en él, en mis rasgos, por varios segundo o quizás un minuto, ni idea, pero una palabra en inglés me alcanzó la mente cuando pensé algo inconexo, venido de ninguna parte como un pensamiento intrusivo.

    Que siempre había tenido ojos de depredador, de animal. Como los skinwalkers americanos.

    Era ojos que siquiera parecían humanos allí bajo la luz artificial, habían dejado de parecerlo hace tanto tiempo. No había tenido que drogar a Welsh para perder un fragmento de lo que, en teoría, podía hacerme una persona decente, ni engatusar al castaño amigo de la mariposita en sus putas narices para oler su miedo y revolcarme en él o tirarme a Kasun en las duchas de la escuela o al veinteañero del bar de Minato.

    Mamá lo había sabido siempre.

    Y por eso tenía miedo de los resultados.
     
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    Zireael

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    Come on and collect us from the night [Multirol]
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    Que lo último que publiqué es de marzo y estamos en junio ya, me mato JAJAJAJA pero bueno lo mismo del anterior fic. El tema del bloqueo se fue arrastrando, a decir verdad, pero de a poco voy reconectando con mis personajes, con algunos más que otros como ha sido siempre, pero conectado a fin de cuentas.

    Han sido días muy extraños, sobre todo el último mes, pero se hace lo que se puede. De alguna manera lo cierto es que regresar a mi facultad sí me regresó el trozo de mente que me faltaba, pero otros fragmentos siguen mordiendo mis manos cuando pretendo levantarlos. En gran parte, un buen porcentaje de los problemas vienen por una sensación de desconexión también, pero en otros ámbitos.

    Esto lo tenía escrito desde hace días, de hecho era algo que quería narrar ya hace tiempo y solo le fui metiendo más ideas, tenía muchas ganas de narrar a Altan desde los ojos de otro de mis pendejos y por la manera en que construí las cosas en el rol sentí que el mejor para ello era Cay.

    Como sea, hoy le puse turbo a eso de las doce de la noche y aquí estamos, ya de paso, es considerado canon para el background de ambos.

    Notas:

    • El que narra es Cayden, claramente la carta le corresponde (?).
    • El parque al que me refiero, del que Cay no recuerda el nombre, es el Nan-ou en Minato. Está a 600-700 mts del Hibiya de Chiyoda.
    • La maldición de los encendedores blancos medio me la arrastré de un fic ya viejo de Belu, pero bueno que todos los que tenían un mechero blanco en el bolsillo la palmaron.
    • En los lyrics del inicio hay dos canciones revueltas, la letra que no corresponde a Crossfire de Stephen es de Hayloft II de Mother Mother porque la usé de fondo una buena parte, porque me gusta muchísimo el inicio de la canción, pero al final me cayó el remix de Crossfire y va muchísimo más con Cayden. Podríamos pensar que la parte de Crossfire le corresponde a Cay y la de Hayloft a Al (?)
    • El rollo de las cuerdas rojas me lo robé con todo el descaro del Genshin, de la misión con Shenhe.
    Tuve un debate mental muy fuerte de si aventarlo en The Alchemist o aquí, siendo que uso dos personajes en teoría, pero al final quedó acá a pesar de todo.

    Hay demasiada narración, al alma que lea esto le pido disculpas desde ya.




    [​IMG]

    whatever happened to the young, young lovers?
    one got shot and the other got lost in
    drugs and punks and blood on the street
    .
    he'd trade his guns for love
    but he's caught in the crossfire
    and he keeps wakin' up
    but it's not to the sound of birds
    .
    an eye for an eye, a leg for a leg
    a shot in the heart doesn't make it un-break
    .
    heaven, if you sent us down
    so we can build a playground
    for the sinners to play as saints
    you'd be so proud of what we've made
    .
    my baby's got a gun
    whose ammunition justifies the wrong?


    V
    [​IMG]
    The Butterfly
    | Prey |

    OUT OF BALANCE
    . Fragility . Discomfort . Frustration .


    | Cayden Dunn |
    | Altan Sonnen |








    Recuerdo una de las primeras veces que vi al cuervo, fue en medio de mi período innombrable, en medio de la oscuridad. No lo sabía, pero era una fecha perdida en la mente de ambos, una que quizás no debía existir en el calendario pero estaba allí justo en medio de mi fuego negro manchado de azul y la promesa que ataba las correas de Altan Sonnen, manteniéndolo en medio de su océano helado, estático, por un amor idólatra que nunca acabaría de comprender él mismo.

    Debía tener dieciséis, al menos yo los había cumplido ya, él ni idea, pero bien podía colar que tenía incluso los diecisiete por la estatura. De nuevo, había sido una fecha perdida, un desliz o un error a secas, porque luego permaneció calmado muchísimo tiempo. Fue como si lo hubiesen sellado, como si una serie de cuerdas rojas hubiesen sido conjuradas solo para frenar su violencia y así lo habían detenido casi en todo sentido.

    No fue en Chiyoda, eso es lo más curioso, sino en Minato, en un parque no muy lejos del Hibiya del que ahora se me escapa por completo el nombre. Estaba comenzando a hacerme la reputación por los barrios especiales como un carroñero, sin afiliación y sin familia podía moverme libremente, pero apenas lo estaba comprendiendo al trabajar separado de Arata. Era complicado, no tanto porque fuese difícil vender cualquier mierda, si no porque sabía que con esta cara de no matar moscas sin llorar era mucho más vulnerable, pero también era consciente de que con persistencia todo era posible.

    Lo sabía muy bien, demasiado quizás.

    Porque el mundo era una checklist.

    Esa noche estaba haciendo el negocio rutinario de los teléfonos desechables, los trastos que usábamos para llamar y nada más, de forma que desaparecíamos del mapa. Eran útiles para casi todos, porque a la larga siempre hacíamos alguna estupidez que requería de no dejar pistas, así que no era raro.

    Cerrado el trato había ajustado dinero para una botella con un par de desconocidos, los que tenían pinta de poder comprar algo en cualquier sitio sin ser demasiado cuestionados, y habían llegado con una cuarta de ron y el resto se lo habían desaparecido en dos cajas de tabaco. No era parte del plan, pero colaba, al menos para la chimenea con patas que era por entonces.

    El sabor y el olor del tabaco nunca me habían gustado realmente, pero si el cerebro entendiera de esas mierdas la vida sería significativamente más sencilla. Al final del día todos nos movíamos por impulsos, por sensaciones y miedos que buscaban ser aliviados sin importar el costo, y por eso terminábamos en lugares como este. Parques dentro del corazón de Japón, donde los yōkai hacían y deshacían a su antojo.

    Era nuestro reino de humo, sombras y colmillos empapados de sangre.

    Fuese nuestra o no.

    Altan Sonnen era una figura extraña, lo entendí ese día bastante a la fuerza, se revolvía con la noche de formas que otros solo deseábamos y aún así había algo en él, más allá de la estatura del hijo de puta, que lo hacía resaltar entre el montón de lobos famélicos que se encontraba uno en la calle. Para empezar no se estaba muriendo de hambre, cabía destacar, pero de allí venía quizás el paralelismo que mi cerebro había hecho sin permiso de nadie.

    Su energía era de una naturaleza parecida, quizás, a la forma en que Kaoru se había alzado por encima del panorama, pero a la vez parecía estar en el extremo opuesto. La sombra del cuervo era significativamente más violenta, oscura, como si un agujero negro en el centro de su pecho pudiese tragarse toda la iluminación del sitio en el que pusiera un pie. Yako escupía una bomba de luz sobre sus espacios, alguien como Sonnen eliminaba ese trabajo.

    Igual era esa la ilusión que mi cerebro de trece años había colocado sobre el mayor de los Kurosawa.

    De un par de incidentes posteriores y lo que me contarían los Ootori tiempo después, especialmente Masaki, no sabía decir con exactitud si el buscapleitos era él o los demás, pero una cosa era segura y es que se empeñaba con aquellos que ya los otros teníamos fichados como agresivos. Al mismo tiempo parecía leerlos como putos libros, les sacaba radiografía, de forma que nunca se metía con alguien que le doblase en contextura o velocidad y cuando alcanzaban a dejarle ir golpes serios era, si acaso, por el error estadístico que existía en todo cálculo o porque directamente lo agarraban entre varios.

    Su agresión era intencional, claramente premeditada.

    No era capaz de comprenderlo, tal vez nunca lo haría, ni siquiera cuando en medio de la fatalidad de dar por sentado que un lobo de Shibuya había alcanzado a Kohaku fui capaz de ver las hilachas negras que cubrían la luz del sol. Jamás iba a entender la telaraña de la misma manera que Sonnen, llegaría a verla, pero no podría manipularla de igual forma y quizás tuviese que ver con las diferencias esenciales de nuestros núcleos.

    No me refería a sus elementos primordiales, esos con los que parecíamos haber nacido. Nada tenía que ver con que él fuese un inmenso cuerpo de agua y yo una vela a media vida, sino con el sentimiento que nos movía y quizás no era inherente a nosotros en realidad. Eran emociones aprendidas, nacidas de otras que nunca lográbamos procesar. El mundo gris de Sonnen, ese que había visto desde niño, y mi cueva, erguida por terror al abandono, habían sido los pilares de los sentimientos que moverían nuestra completa existencia.

    En forma de perpetua furia.

    Y eterno miedo.

    Mi existencia y la de Sonnen se resumía en dos líneas paralelas, avanzábamos hacia lo mismo como seres introvertidos, volcados hacia el interior, pero jamás alcanzaríamos a tocarnos. De hecho la sola idea parecía un sinsentido, tampoco terminaba de comprender por qué siendo que, por ejemplo, Hikari nunca había llegado a causarme el rechazo que me provocaba el cuervo.

    El caso era que nuestras maneras de leer la red a la que teníamos acceso eran capaces de superponerse, sí, como capas en los programas de edición, pero nunca serían iguales e intervendrían siempre en la lectura que hiciéramos de las mismas hebras de seda que conectaban en el mundo. Quizás ese sería el punto irreconciliable entre el cuervo y yo, sin más. Que para él la red era una herramienta, para mí no era más que un objeto de exposición y una alarma de emergencia.

    Cuando las hilachas aparecían debía huir o resistirme con uñas y dientes, incluso si me costaba la vida.

    Sonnen había aparecido por un costado del parque, solo, aunque para entonces ya debía conocer a Arata que por azares del destino había acabado en uno de los institutos de Chiyoda. Por rebote era el senpai del imbécil y, con el paso del tiempo, se habían vuelto unos cómplices de lo más extraños. Nunca le quitaría créditos a Arata por su capacidad de juntarse con toda clase de personas.

    Poco sabía yo que una parte de Shimizu siempre lo había mantenido allí por una razón.

    Sustituir a Yako.

    Venía vestido de negro de pies a cabeza, como luego aprendería era usual, lo que le daba estas vibras de puto hijo de Drácula y eso sin mencionar que el cabrón tenía más cara de moco que yo. De nuevo, mucho del control que era capaz de ejercer el cuervo venía del miedo puro que ejercía a través de la violencia y, para su fortuna o desgracia, había aprendido a infundirlo desde muy joven.

    Al menos cuando yo lo conocí, separado de la única persona capaz de suavizarlo por entonces, no tardé en encasillarlo como uno de esos con los que no había que meterse. Se podía hablar con él, me daría cuenta ese día, de hecho lo vi hablando con varios a los que seguro les estornudabas y se meaban encima, pero si le tocabas mucho las pelotas te podía partir la nuca. Desde el inicio me recordó a Hikari en ese sentido.

    Esa noche al verlo llegar no me llamó la atención por algo en especial, o de ser el caso no supe qué había sido y lo procesaría hasta meses, años después posiblemente, cuando lograra formar una imagen más nítida de su naturaleza. Ya se sabía desde hace años, la estupidez de que no me iban los tíos con cara de diablo encarnado.

    Aún así la forma en que mi propio cerebro había colocado ambas figuras, la de Yako y la del cuervo, como caras de una misma moneda posiblemente fuese también una de las razones por las que comenzaría a rechazarlo. Eso sin mencionar la manera en que las cosas se darían vuelta, colocándolo como el único posible sucesor.

    Hasta que eligiera sus bandos, luego de conocer al fuego que reconocería como hermano.

    Lo seguí con el rabillo del ojo, lo leí por encima y me desentendí al verlo acercarse a unos idiotas que no ubicaba de nada. Para la cara de moco que cargaba, al menos en la calle Sonnen se acercaba a Dios y el diablo con una facilidad que no le vería, por ejemplo, en el Sakura. Bien consciente de quiénes podría aprovecharse, siempre era el que ponía menos dinero cuando se trataba de alcohol, tabaco o hierba, como si no estuviese forrado.

    El hijo de puta era hijo de un emperador y se lucraba de los miserables.

    La pregunta era, ¿de cuáles miserables en específico? ¿Los lobos famélicos o los cachorros perdidos como lo había sido yo? Nunca lo supe con completa certeza, sus movimientos en ese aspecto eran más cautelosos que cuando desataba el maremoto sobre la misma clase de hijos de puta que él, por decir algo. Incluso después, ya para cuando topamos en el Sakura, todavía no había averiguado realmente a quiénes les sacaba la pasta con semejante descaro.

    Mantuve la atención en el grupito, eran tres a los que yo mismo les sacaba media cabeza ya de por sí, encorvado y todo, de forma que junto a Sonnen con sus pintas de vampiro recién sacado de la cripta parecían unos jodidos corchos. Lo recibieron con cierta tensión escrita en el cuerpo, pero lo hicieron, y conforme empezaron a negociar o lo que fuese acabaron por relajar los músculos, quizás sin darse cuenta.

    Intercambiaron palabras un buen rato, hasta que vi a Sonnen negar con la cabeza con su eterna prepotencia y me pareció que les daba una orden, para hacer el cuento corto. Los tres diablos le entregaron el dinero y él se retiró, pasta en mano, hacia alguna de las licoreras clandestinas que teníamos todos bien ubicadas. Sin embargo, noté que antes de que girara el cuerpo para irse había reparado en mí directamente un instante. Sus pozos sin fondo encontraron mis ojos y fue como chocar con una de esas ventanas de espejo que te impiden mirar el interior.

    La oscuridad que encontré en los ojos de Altan Sonnen amenazó con absorberme.

    El lobo que resguardaba entre mis paredes de fuego murmuró algo incomprensible.

    Regresé a lo mío, me habían dejado el final de la botella de ron y fui a una de las bancas, donde me dejé caer para sacarme el móvil del bolsillo, el de verdad, vaya, no mi propio trasto desechable. Tenía un par de mensajes de Yuzu, me preguntaba si estaba bien o si andaba con Arata, a lo que le respondí que estaba solo pero que estaba bien. Con eso se dio por servida y solo me dijo que si necesitaba algo me desviara a su casa, siendo que le había dicho temprano que estaría en Minato.

    Me quedé pendiente del entorno, como era normal de por sí, y vi al cuervo regresar con una botella de Smirnoff y una cajetilla de Camel cosa de diez minutos después, o eso me pareció por el color, traía los cigarros sujetos entre la botella y sus dedos así que no vi demasiado bien. No reparó en mi existencia una segunda vez y fue a reunirse con los tres enanos. Destapó el vodka, le metió un trago que no dejó nada que desear y le extendió la botella a los otros.

    En los intermedios me había dedicado a encender uno de los cigarros que el propio grupo con el que yo había negociado me había dejado. Busqué el mechero, que para la gracia le había sacado del bolsillo a alguien hace días y era de un fucsia jodidamente chillón, era de los baratos; giré la rueda y le di el primer tirón al cigarrillo para activar el diminuto incendio.

    Paladeé el gusto en la boca, era un tabaco de mierda para terminar de hacerla y arrugué los gestos en respuesta, aunque seguí fumando sin más. Lo dicho, para entonces era una jodida chimenea, y solo despertaría casi un año completo después por el golpe de realidad que me arrojaría Shimizu.

    En el grupo del cuervo la botella había casi desaparecido, porque de por sí ni de coña era de las de litro siendo que eran pocos, y me di cuenta que el cabrón no había repartido el tabaco como habíamos hecho nosotros. La cajetilla, bien cerrada, seguía en su mano.

    Fue hasta después de pegarle el último trago que le correspondía de la botella, calculado, que lo vi inspeccionar el espacio con la mirada. Yo me había acabado el cigarro y estaba encendiendo el segundo con la colilla del primero, pero me había dejado el mechero fucsia entre los dedos. Supongo que la mierda fue lo suficientemente brillante para atraer su atención.

    Cruzó el espacio como si fuese su puta casa, de la misma manera que lo hacíamos casi todos, y lo noté incluso antes de tenerlo al frente. Solté el humo que me había llenado los pulmones al encender el cigarrillo y encontré sus ojos a través de él. Me di cuenta que una chispa de burla le pasó por la mirada, no tenía que decirlo para que supiera a qué se debía.

    La cara de mocoso, ¿verdad? Como siempre.

    —¿Me regalas fuego? —preguntó en un tono tan plano que me dejó fuera de base un sólido segundo.

    Fue como escuchar a una máquina.

    Cuando por fin reaccioné dejé caer la colilla anterior, la pisé con la suela de la bota y extendí el mechero en su dirección. Lo deslizó de mi mano con cierto cuidado premeditado que me hizo sentir que se había olido, como mínimo, lo ansioso que era capaz de ponerme si me invadías demasiado el espacio.

    Quizás el cabrón se proyectó, ni idea.

    En lo que le respondía y todo el tema se había dedicado a abrir la cajetilla, así que solo se llevó un cigarro a los labios para encenderlo apenas tuvo el fuego en su poder. Seguí sus movimientos con la vista, atento, ni siquiera lo disimulé.

    —No te lo quedes, cabrón —dije, no sé con qué huevos.

    —Calmado, cara de bebé. Ya debo estar maldito con un mechero blanco como para robarme uno rosa quemaojos —respondió con la misma monotonía de antes luego de regresarme el mechero—. Gracias…

    Swallowtail —completé, hundiendo el encendedor en el bolsillo. Obviamente pasé por alto la forma en que me había llamado.

    Asintió con la cabeza, no preguntó nada acostumbrado como debía estar ya a los apodos de la calle, y se retiró sin más. Asumí que encendería los siguientes con la colilla del anterior, justo como acaba de hacer yo, o en su defecto no me importó lo suficiente a quién más tendría que pedirle un mechero.

    La noche siguió transcurriendo con relativa normalidad, cosa de unos cuarenta minutos después apareció otro par con los que había negociado algunos de los cuchillos de Arata y cerré otro trato sin demasiado esfuerzo. La cara de crío ayudaba a crear la suficiente confianza, lo había entendido hace rato, era una espada de doble filo.

    Sonnen se me había perdido hace rato, pero el silbido de una cuerda al romper el aire me atrajo de repente. No entendería hasta mucho después que había sido el ruido de la red, que no estaba allí en realidad. Lo que le siguió fue un silencio de muerte, ese que escuchas en el bosque a mitad del invierno en el punto más oscuro de la noche, apenas un instante antes de que inicie el amanecer.

    Fue un presagio.

    Se podía emparejar al graznido de los cuervos.

    En cosa de un segundo se desató el desastre, el ruido lo reconocí sin siquiera tener que procesarlo realmente y me levanté de la banca donde me había quedado de un salto. No estaba seguro si dejarme las piernas en la acera para librarme de quedar en el fuego cruzado, pero en su defecto me quedé clavado al suelo en el momento en que giré el cuerpo, porque el bullicio había venido desde mi espalda, y distinguí las figuras a menos de diez metros de mi posición.

    El ruido que me había alcanzado primero era el de las maldiciones en el japonés más soez que se hubiese oído nunca, seguido de un inglés claramente americano, y finalmente el sonido de los golpes y las personas aglomerándose en consecuencia. Conocía a estos hijos de puta, muchos en lugar de salvarse el culo rodeaban a las bestias como si estuviesen en un redondel y se deleitaban con el espectáculo.

    Yo había sido prácticamente criado por Arata, quien las únicas veces que no huía era cuando él iniciaba la revuelta, pero por demás siempre desaparecía apenas escuchaba el primer golpe. Había aprendido eso de él y de mi naturaleza propia, que ya de por sí huía del conflicto. Ante el primer ruido había que desvanecerse.

    Arata huía de las sirenas.

    Yo de la visión de dos bandos enfrentados.

    El mismo Sonnen lo diría casi dos años después, luego de que Hikari lo dejara prácticamente muerto y tuviese que volver a ponerse el alma en el cuerpo. Para cuando ya había comenzado a rechazarlo, presa del miedo por la posibilidad exageradamente remota de que Kohaku volviera a escaparse de mis manos.

    Todos nos movemos por lealtades, ¿no, mariposita?

    Las tuyas parecen especialmente fuertes para ser un carroñero.

    No me quiero imaginar si te ponen a jugar a los bandos.

    —¡El hijo de puta se le fue encima sin aviso! —gritó alguien, una chica de hecho—. ¡El alemán sólo le dejó ir una hostia, no estaba haciendo nada!

    En el círculo que había rodeado al par de desgraciados se abrió una ventana cuando alguien empujó a la muchacha que había gritado, la hizo a un lado y también a varios de los demás, dejando un hueco. Lo primero que vi desde la distancia fue un parchón negro, el color legítimo de un ala de cuervo, arrojarse sobre otro cuerpo. Le sacaba altura, pero tenía menos masa corporal, eso sin duda, y esa sería su condena.

    El golpe que alcanzó al otro cabrón llevaba una fuerza exageradamente premeditada, de haberle alcanzado la mandíbula directamente lo habría mandado a negro. Sin embargo, el palo de dientes había alcanzado a desviarlo, le alcanzó la nariz y aunque lo dejó a nada de desvanecerse, logró mantener el balance a duras penas.

    Fue cuando pretendió regresarle el puñetazo que falló estrepitosamente, el cuervo logró arrojarlo hacia el costado directo al suelo y entonces sí se le fue encima en el sentido literal de la palabra. Tomó impulso para dejarle ir un golpe directo en la cara, el hijo de puta lo hizo, pero la misma muchacha que había gritado al principio había logrado encontrar a algunos de los amigos del chico o lo que fuese y se metieron, sujetando a Altan por los brazos.

    El jodido se revolvió como un animal salvaje, logró zafarse de uno de ellos, que fue lo bastante rápido para volver a pescarlo con mayor fuerza e impedirle escapar para caerle al otro de nuevo. En ese momento pude determinar su rostro y juré por todos los dioses del panteón que los mismos ojos que me parecieron un agujero negro hace menos de una hora y media estaban encendidos como carbones.

    Más que eso, lo que me terminó de arrojar una cubeta de agua helada por la columna fue la sonrisa que le cubría el rostro. Parecía desconectada de sí mismo, ni siquiera encajaba del todo con sus facciones, y estaba casi completamente seguro de que debía tener la boca hecha agua, como un maldito lobo luego de un largo invierno al conseguir su primera comida.

    Los otros imbéciles lo lanzaron a un lado como si fuese un saco de carne, uno de ellos estuvo por ensañarse con él, me di cuenta, pero alguien de entre los que se habían dispersado en el momento en que se metieron lo arrastró para que se llevara a su amigo. La muchacha que los había traído estaba con el apaleado tratando de levantarlo y llorando como una Magdalena, claro que necesitaba ayuda.

    Sonnen se quedó en el suelo respirando como un perro y no fue hasta varios segundos después que se limpió el sudor del rostro con el dorso del antebrazo. Sus ojos encontraron los míos luego de eso, todavía refulgían como un pedazo de carbón y su sonrisa se desvaneció como la de un muñeco a pila. Fue anticlimático, rígido, como si se hubiese forzado a ello y lo vi pasarse la lengua por los dientes como si pretendiera sacarse algún mal sabor de la boca.

    Tosió una, dos, tres veces y lo siguiente que supe fue que el sonido de las sirenas de la policía viajaba por el aire desde algún punto al Oeste. Escucharlas solo logró aflojarme todos los engranajes hasta ahora tensos y en el último segundo que nuestras miradas siguieron conectadas, el lobo tras mis paredes de fuego volvió a murmurar algo, esta vez con absoluta claridad.

    Está maldito, dijo.

    Nació del azufre, no lo dudes nunca.

    Tiene la peste de la mafia pura encima, la conoces.


    Fue un delirio de fiebre, un secreto a voces también, y no lo recordaría nunca más a pesar de que lo escuché. A pesar de que me escuché a mí mismo con semejante volumen, como si hubiese visto el futuro por un instante. Había leído la red y mi núcleo había reaccionado.

    El cuervo me había aterrado con apenas dieciséis años.

    Pero la fecha estaba perdida en el calendario.

    En los agujeros de nuestras memorias.


    Las piernas me respondieron en consecuencia al murmuro de mi propio núcleo y al sonido de las sirenas, eché a correr sin mirar atrás y la sukajan que llevaba puesta, la negra con el dragón dorado, ondeó detrás de mi carrera como una bandera. Corrí como un descosido por el parque, alcancé la acera, la calle en dirección al Este y giré en seco en la primera intersección.

    El alcohol y el tabaco me palpitaban en el cuerpo, pero el miedo era más grande, siempre lo había sido. Estaba entrenado en base a terror puro. Alcancé a llegar frente al 7-Eleven de la Hibiya-dori y solo allí, a pesar de que escuchaba el eco de las sirenas todavía, me digné a tomar una pausa para llevar aire a los pulmones. Me dolía respirar y me ardían los ojos.

    Estaba demasiado lejos de Roppongi para refugiarme entre las luces de neón de las discotecas, aunque no me dejaran entrar, e igual o más lejos de casa de Yuzu como para aparecerme allí. No lo recuerdo con nitidez, no tengo certeza de qué hice más allá de comprarme un refresco en el 7-Eleven cuando logré calmarme, quizás. Puede que esa haya sido una de las pocas veces en medio de mi período innombrable en que no solo reconecté con alguna emoción, sino que volví a casa en vez de huir de mi madre como un estúpido.

    No lo sabía tampoco, pero en medio de la sangre que había manchado el césped del parque, toda proveniente de la nariz rota del palo de dientes, había quedado un mechero blanco que no pertenecía a Sonnen si no a su víctima.

    Sería el único rastro que quedaría del maremoto para cuando llegara la patrulla.
     
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    Zireael

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    Come on and collect us from the night [Multirol]
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    Llevo escribiendo esto por pedazos desde que solté el otro fic en The Alchemist, al principio planeaba una cosa y acabó con otra completamente distinta. El caso es que en sí no está terminado, lo tuve que cortar en dos partes porque me estaba quedando larguísimo y todavía no estoy ni cerca de terminar.

    Quería escribir sobre lo que había pasado con Yuzu y con Hikari luego del lío del atraco a Cay, porque pasó con ella justo luego de eso, y de paso también quería volver a retomar el tema del padre de Arata y el lío con Minato, así que aquí estamos.

    Lo que pasa es que este fic lo quería también usar para introducir otro personaje, pero apenas se medio menciona y la entrada quedará para cuando termine la otra parte JAJAJA como sea, disfruté mucho escribir esto. Me ha servido de distracción.

    Mientras lo escribía caí como en cinco canciones diferentes, pasé por YONAKA, el OST de Vis a Vis y al final recordé esta canción, que me había caído en una playlist de Villains en YT y pues me gustó mucho (?) Igual elegir cuál canción dejar al final estuvo complicado.

    Sin más cháchara por hoy, aquí queda esta pendejada.




    [​IMG]

    'cause I'm addicted to the taste of your blood red lips
    and you're sinking your finger tips
    I tighten the noose when I'm with you
    I could never let you loose

    .
    my lover's a serial killer
    but she don't need no trigger
    'cause I know she's heartless
    she stole my heart, it's true

    .
    lights go down and you break mad
    and you can find her on the warpath
    and she's not the same in the daylight

    VI
    [​IMG]
    The Tiger
    | Apex Predator |

    BALANCED
    . Passion . Lunar Force . Strength .


    | Yuzuki Minami |
    | Hikari Sugino |








    La llamada de Hikari no me había tomado por sorpresa, estaba acostumbrada a que solo se despertaba un buen día para pedirme prestada la motocicleta y de la misma manera se despertaba otro decidiendo que era tiempo de devolverla. Se la dejaba porque en general era cuidadoso con las motos, confiaba en él para eso y punto. Claro que no era consciente de que quizás debía de confiar menos en él en muchísimas otras áreas.

    Habíamos perdido a Hikari desde el día de la muerte de Yako.

    Lo que para nosotros era un faro para él se había vuelto un agujero negro.

    Consciente de que moriría en manos de otro.

    O en las mías.

    Estaba terminando de lavar los platos de la cena cuando recibí la llamada, le dije que sí podía pasar por casa y aproveché para poner algo de agua a hervir para el té de rutina. En lo que llegaba debía estar listo, independientemente de dónde viniese. Me puse a preparar también las bolsitas de té como si fuese un jodido ritual y algo, una sensación de incomodidad, me alcanzó de ninguna parte y me decidí a ignorarla lo mejor que pude.

    Solía pasarme desde que habían matado a papá en Shinjuku, caía de ninguna parte, era una sensación aplastante y arrastraba consigo el olor del hierro. Olía a sangre fresca y vieja, era una peste espantosa, y me perseguía desde entonces, eso sin mencionar que la muerte de Kaoru lo había acentuado. No solía darle demasiada cabeza, tampoco lo calificaba de presagio, si acaso parecía algo más post-traumático que cualquier otra cosa y como tal, a falta de una opinión profesional, lo dejaba correr.

    Incluso si sabía que no había caso en huir en realidad.


    De todas formas tuve que apoyar el peso del cuerpo en la encimera de la cocina, tomar aire y cerrar los ojos un par de minutos. La peste a sangre desapareció gradualmente y pude volver al mundo para seguir con mi ritual de preparar las bolsas de té que colocaría en la tetera poco después. La tarea me distrajo lo suficiente para que cuando Hikari apareciera se me hubiese olvidado el incidente por completo.

    Aunque casi debía haberlo tomado como una señal, a pesar de todo.

    El timbre sonó, así que caminé hasta la puerta desde la cocina arrastrando los pies y le abrí. No había nada raro en él, no que me lo pareciera, y todo lo que hice fue estirarme para dejarle un beso en la mejilla como hacía con todos mis muchachos siempre que podía. Me dejó ser, ni siquiera movió un músculo, y se limitó a quitarse los zapatos cuando lo invité a pasar.

    —Huele a té negro —dijo a pesar de que era una obviedad—. Tus hermanas, ¿están dormidas ya?

    —Me llamaron en la tarde, una amiga suya las invitó a pasar la noche en casa luego de haber estado en su casa trabajando en un proyecto de la escuela —expliqué con tranquilidad caminando delante de él y solo me detuve para dejarlo pasar primero al salón donde estaba la mesilla para poder ir a la cocina por el té y las tazas—. Me dejaron sola, ¿puedes creerlo, Hikkun?

    —Un crimen federal sin duda —bromeó en lo que yo regresaba aunque su tono no cambió mucho y se acomodó en uno de los cojines del suelo—. ¿Cómo has estado?

    Viniendo de Hikari casi todo sonaba a pregunta de protocolo, pero no por ello desprestigiaba su conversación, así que suspiré al volver con él y me acomodé delante suyo en la mesa. Serví las tazas de té con calma, dejé la tetera en el centro y después respondí. Puede que entonces notara algo fuera de lugar en él, fue un atisbo de oscuridad en su semblante que duró un par de segundos, pero resultó indescifrable.

    Además ese tinte oscuro lo había seguido desde muy joven.

    Era una sombra pegada a sus talones.

    Un parásito adherido a su nuca.


    —Bien, bien. Son semanas algo justas de tiempo, pero hago lo que puedo y siempre estoy para recibir a cualquiera de ustedes que quiera pasar por aquí. —Sabía que intentar sacarle algo a Hikari era el equivalente de picar roca viva con un tenedor, pero no por eso dejaba de intentar—. ¿Y tú, cielo? ¿Qué hacías fuera un día de semana?

    Lo vi estirar la mano para tomar la taza y darle un trago al té. En ese momento detallé sus facciones, su cabello, cada pestaña en sus ojos y recordé cuando no era más que un mocoso de cabello largo, cara de mala hostia y más volátil que un cilindro de gas. No supe en qué momento había pasado a cortarse el cabello (a pesar de que parecía que lo estaba dejando crecer de nuevo) tatuarse más que cualquiera de los otros y tampoco recordaba cómo había vuelto a nosotros luego de su año de reclusión en Taitō.

    ¿Por qué había regresado? ¿Qué lo motivaba?

    Podría haberse quedado en Taitō, hubiese logrado zafarse de mis hilos.

    —Solo atendía algunas cosas como siempre, a la vuelta pasé por Chiyoda un rato y pensé que estaría bien desviarme para dejarte la moto —resolvió con simpleza.

    —¿Y bien?

    —¿Qué cosa?

    —¿Ninguna novia todavía, Hikkun?

    Lo dije por molestar por supuesto, todo lo que recibí en el instante fue un chasquido de lengua. Hikari había sido siempre hosco, serio y poco dado al contacto en general, lo suficiente para que ni siquiera yo tonteara con él a pesar de que de tanto en tanto y sobre todo con el paso de los años, hubiese picado a casi todos. No era una cosa seria, obvio, solo me divertía con ellos que parecían tener la desdicha de haberse quedado conmigo y respetarme demasiado para hacer ninguna movida de verdad. El caso era que a Hikari no lo vacilaba porque sabía que lo prefería así, pero en su lugar hacía el papel de su hermana necia que le preguntaba por las novias.

    —No tengo tiempo para esas mierdas, Yuzu. Tampoco el dinero, imagina tener que sacar a cenar a una chica y todo ese cuento —atajó con bastante fastidio en la voz—. Esa inversión no es para ninguno de nosotros.

    —Tonterías —repliqué, algo de risa se me coló en la voz y le di un trago a mi propio té—. Ya verás, un día le dedicarás todo tu tiempo a una chica~

    —Avísame cuándo te parezca que eso esté cercano a ocurrir, nee-san —dijo casi en un murmuro y escucharlo llamarme de esa forma me hizo sonreír—. Estoy bien así. Cuidar de uno mismo es más fácil que cuidar de otros, ¿no te parece?

    No supe si la pregunta fue capciosa, porque este chico me conocía, sabía que uno de los motores de mi existencia era, de hecho, velar por otros y aún así había arrojado eso sin más. Suspiré de forma inconsciente, apoyé el codo en la mesa y en mis nudillos descansé mi rostro, mirando a Hikari como quien no quiere la cosa. En cierta manera era parecido a Sonnen, físicamente quería decir, parecían hechos en un esquema acromático que no dejaba demasiado espacio a variantes de color y eso de alguna forma parecía moldear su existencia, volviéndolos fríos y metódicos, sin importar la ira que les corriera bajo la piel en realidad.

    Parecían una granada esperando a ser arrojada o una mina enterrada.

    —Supongo que sí, pero esa clase de vida carece de motivaciones —añadí pasados unos segundos, golpeteando la mesa con las uñas de la mano libre—. Las personas por las que uno vela son las que le otorgan sentido a todo lo demás. Hikkun, ¿cuál es tu motor?

    Lo vi apoyar algo de peso sobre la mesa antes de beber un poco más de té, pero permaneció estoico, como si ni siquiera le estuviese dando vueltas a mi pregunta. En mi defensa, era una duda que arrastraba desde hace mucho tiempo, prácticamente desde que Yako lo trajo con nosotros, pero nunca había recibido una respuesta directa o indirecta. Todo lo que sabía de Hikari era que en algún momento había sido uña y mugre con Arata y con Shigeru; luego de eso que supiera se había independizado a los diecisiete, su viejo estaba recluido en Taitō como él y, según Kaoru, tenía una hermana diez años mayor que no mantenía contacto con él.

    La madre de Hikari, que de hecho llevaba el mismo nombre, había fallecido en el parto y algo me decía que la hermana mayor lo resentía por ello. Como si hubiese sido su puta culpa nacer, como si hubiese matado a su madre a posta y odiara que el padre lo hubiese nombrado como ella, aprovechando el nombre unisex. Puede que desde allí se construyera la imagen de Hikkun como un fantasma, sabía el peso que un solo nombre podía tener, no porque lo dijera alguien, si no porque en la calle funcionaba así y no era diferente cuando cerrabas las puertas de casa.

    Cuando te daban el nombre de un muerto tu vida cambiaba.

    —Mantenerme vivo, supongo —soltó de repente, justo cuando creí que no iba a decir nada en realidad, haciendo que alzara apenas las cejas—. Como cualquiera.

    —Suenas como Arata —dije separando el rostro de mis nudillos para poder beber un poco más.

    La comparativa lo hizo comprimir ligeramente los gestos, fue un segundo, y volvió a su aparente calma usual o su cara de moco, que ya sabía era su rostro normal. Creía que Hikari era la versión exageradamente punk de Arata, lo explosivo de sus personalidades solo tenía formas diferentes de manifestarse, si acaso, pero fuera de ahí parecían hermanos separados al nacer.

    —Honeyguide le teme a la muerte —añadió sosteniendo mi mirada.

    —¿Y tú no?

    —Le teme por el mismo motivo que teme terminar en la comisaría y luego en prisión —corrigió—. Tiene una familia de la que es responsable y teme su destino en caso de tener que pasar tiempo encerrado o si no pudiese volver del todo.

    Parpadeé despacio, repasé sus facciones y sentí que una parte de mi expresión se reflejó en su rostro. Por discreto que resultara, sus ojos se habían afilado y no supe si era un perro aburrido del mismo juego o uno a nada de soltar un mordisco por puro amor al arte.

    —¿Y tú no? —insistí con cierta diversión en la voz—. Me ofendes, cielo.

    —Todos ustedes saben cuidarse solos. —Su comentario no tuvo nada que me alertara, que me diese una pista de la realidad—. Incluso los cachorros criados por Honeyguide pueden cuidar de sí mismos.

    ¿De verdad?

    ¿Había podido hacerlo Cayden, acorralado por uno de sus fantasmas?

    La respuesta me arrancó una risa floja, una mera vibración directo del pecho, y asentí suavemente con la cabeza. Era más o menos lo que le había dicho a Arata hace unos días cuando me soltó que el sucesor se había retirado de la partida. Todos estaban más cerca de la adultez o ya habían entrado en ella, no quedaba mucho que cuidarles y aunque me pesara debía comenzar a aceptarlo.

    Eso significaba que lo que decía Hikari era cierto en alguna medida, si nosotros éramos su familia ya no había mucho que debiera preocuparle, porque no hacía falta que cuidáramos de los otros de la forma en que solíamos hacerlo. Con todo, al menos yo dudaba mucho quedarme quieta mirando si de repente alguno estaba en un verdadero aprieto con el que pudiese ayudarle.

    El incidente Shimizu Ryouta podía confirmarlo.

    Sin embargo, Hikari era Hikari, y si no se hacía un lío con sus propios conflictos, menos se los hacía con los ajenos. No era algo que pudiese ocultarse, este chico no era exactamente la persona a la que uno recurría por consejo, apoyo emocional o ayuda a secas, porque se sabía cómo era. Eso no disminuía el afecto que le teníamos, solo nos hacía actuar diferente que con los demás incluso si no ya no era tan problemático como al inicio.

    Creíamos que había dejado de mordernos las manos al mínimo roce, pero todos volvíamos a los viejos hábitos y luego de una muerte era posible que incluso empeoraran. Una cosa era ser llama corta, otra muy diferente ceder la vida a alguno de los grandes, dándole la espalda a otros.

    Peor aún, dándosela a la familia que lo había cobijado.

    —Le das demasiado crédito a Mishi, me parece —resolví sin apartar mis ojos de los suyos.

    —Puede que sí, pero en ese caso también Yako le habría dado demasiado y nos lo habría dado a los tres en realidad. Ratel, Honeyguide y yo éramos las cabezas de las divisiones —replicó casi al instante—. ¿No te lo preguntaste nunca? ¿En qué coño pensaba al colocar a los más violentos como líderes?

    Su duda me arrancó una carcajada, fue genuina, y eché algo del peso del cuerpo hacia atrás antes de obligarme a recuperar la compostura. Era una pregunta legítima, eso no se lo iba a negar, pero no le quitaba la gracia que me había provocado y no me molesté en disimular en lo más mínimo.

    La forma en que nuestro Kurosawa había hecho las cosas era incomprensible en muchos casos, parecía obedecer a motivos salidos de la nada y a veces ni siquiera eso. Parecía que elegía todo al dedo, señalaba al azar y lo tomaba, pero era todo lo contrario. Lo pensaba con tal profundidad que rozaba lo neurótico.

    —Yako era un líder omnipresente por la forma en que desplegaba las piezas, ponía fragmentos de sí mismo en cada lugar y así no hacía falta que estuviese en cuerpo, aunque lo estaba en espíritu. Cuando los tomó a ustedes y los puso al frente de un grupo cada uno, lo hizo porque confiaba en la capacidad de los tres para tres tareas diferentes y porque había un trozo de él en ustedes —expliqué con calma, rellené mi taza y me di cuenta que Hikari se había quedado estático, con los dedos presionados contra la cerámica de la suya—. Si Yako podía manejar a las piezas más violentas servía como una lección para el resto, como quien toma un montón de dictadores locos y los pone a dar vueltas jugando a la pata coja. No sé, Hikkun, si te da consuelo piensa en Yako como un bufón que cogía los reyes por las pelotas y para así asegurarse de tener cogidos a los demás. Era astuto, punto.

    —Debió colocarte a ti al frente —soltó prácticamente encima de mis palabras, no sonó resentido o molesto.

    —No estaba lista —atajé—. Era incluso más emocional que ahora y apenas estaba probando mis propios límites. Ya sabes cómo funciona, poner a una chica joven al frente era un riesgo. Me respetaban porque respetaban a Yako, nada más, los bajos rangos no iban a escuchar a una cría.

    —No escucharon a Ratel tampoco —añadió—. Ni a ti hace dos años.

    —Muerto el bufón —sopesé con calma—, muerta la voz del pueblo. Nos dejaste un año entero, Ratel terminó en Chūo luego de tratar de manejarlos una temporada y yo…

    —Para cuando volví estabas cerca de cumplir los diecinueve —resolvió con la vista puesta en la taza—. No quedaba ni un tercio del imperio para entonces.

    —Una buena parte perdió la cabeza cuando se dieron cuenta que Ratel no era el mismo líder piadoso, con él las cosas se hacían como quería y cuando quería o terminabas apaleado como si esto fuese la puta cárcel. Muchos intentaron derrocarlo, fallaron y se fueron, porque era eso o las Catacumbas de Taitō, las conoces… —comencé a explicar, apoyando parte del peso del cuerpo en la mesa—, porque las creaste tú mismo, porque sabes que las siguió usando aunque no estuvieras en Chiyoda. Con Shigeru si ibas a las Catacumbas, no salías.

    Las Catacumbas de Taitō eran un viejo edificio de almacenes abandonado, el lugar tenía años de haber quedado en desuso por estar en uno de los puntos más problemáticos del barrio. No mucho después de la inclusión de Hikari a la pandilla el hijo de puta se las había arreglado para disputárselo con un grupillo de críos que no debían superar los dieciocho, pero se negaban a salir desde hacía un año y pico. Un par, los aparentes cabecillas, fueron a parar a urgencias y junto con unas cuantas amenazas directo de Yako, respaldado por el resto, había zanjado el asunto con lo que quedó del grupo, haciendo que dejaran los almacenes por fin.

    En las Catacumbas sucedía de todo, desde negociaciones e intercambios hasta palizas que, en buena teoría, deberían haber ocurrido en Chiyoda. Habían sido uno de esos sitios en donde metíamos la mierda que no queríamos en el barrio central, ni más ni menos. Con la muerte de Yako, el exilio voluntario de Hikkun y la desintegración de lo poco que quedaba de los chacales, el control de las Catacumbas y el de Taitō pasaron prácticamente por línea sanguínea a Hikari, porque ya nadie en el barrio se metía con él.

    Así era como las ruinas de un imperio habían quedado en uno de los segundos al mando, se lo había ganado. La sangre de Hikari pertenecía a Taitō y como tal Taitō le pertenecía a él, a pesar de que Yako lo hubiese arrastrado y pretendido usar como puente con Bunkyō. Era un juego de estrategia, pero también de lealtades, y ahora Hikari estaba corrompiendo eso en nuestras narices, el detalle era que no lo sabíamos.

    —Dicen algunos pajaritos —retomé al ver que él no tenía más que añadir—, que han comenzado a llamarte Gaki en Taitō, tus… sirvientes.

    —Sirvientes es una palabra extraña, Yuzu —atajó.

    —Así como Gaki es un apodo extraño. Cielo, son espíritus que no encuentran descanso nunca, viven por siempre en una tierra inhóspita, seca y nada les sustenta —expliqué luego de un suspiro.

    —Esperé por años que me dieran un nombre —murmuró estirando la mano para alcanzar la tetera y rellenarme la taza de nuevo, pero no hizo lo mismo con la suya—. Yako no lo hizo y tú tampoco. Los cabrones bajo mi mando debieron pensar en Gaki por Chiyoda.

    Ladeé la cabeza al escucharlo, el cabello siguió el movimiento y parpadeé varias veces. Tenía razón, lo sabía, él era uno de los que se nos habían quedado sin un apodo, un bautizo si se quiere. Fuese por parte mía o de Kaoru lo cierto era que Hikari no había recibido eso en ningún momento, quizás por el hecho de que con algunos había sido más difícil pensar en algo por la naturaleza de sus personalidades. Sin embargo, hasta ahora que lo decía se me había ocurrido lo que podía implicar, el hecho que no le habíamos dado otro nombre con el que reemplazar el de su madre fallecida, el que su hermana parecía detestar que se le hubiese otorgado.

    Seguí sus movimientos, lo dejé estar en ese tiempo, esperando por si tenía algo que añadir, pero no fue el caso y se quedó mirándome, leyéndome o quién sabe qué. No parecía resentido, pero con él nunca se tenía certeza hasta que estallaba o lo que fuese.

    —Es tu Gakidō.

    —Algo así deberán pensar ellos, a mí me da igual. Lo que sea que hubo en Chiyoda, lo que tuvimos, ya no existe. —Apoyó los brazos en la mesa, detrás de su taza—. Tiene sentido si lo piensas, lo que alguna vez fue tierra fértil, ahora es un desierto. De nuestro imperio no quedó más que un montón de polvo.

    Su comentario me sacó una sonrisa resignada, apagada, y me encogí de hombros suavemente, como si nada. Puede que con esa sentencia de Hikkun entendiera por qué el hecho de que Sonnen se hubiese retirado de la partida era una cagada mucho más grande de lo que parecía, significaba que Chiyoda permanecería como tierra muerta, que no volveríamos a unir los barrios, que el trabajo que yo había hecho en Minato no significaría mucho más. Era humo al viento.

    Hikari se levantó despacio, enderezó la espalda y me miró desde arriba con cierta pereza en las facciones. Lo observé, tomé aire, lo solté y yo lo seguí con bastante retraso, así me hubiese servido más té. Sabía que se estaba levantando para irse, así que tampoco lo pensé demasiado y lo acompañé hasta la puerta del apartamento.

    Al llegar lo miré varios segundos en lo que revisaba sus bolsillos para asegurarse de que no dejaba nada tirado. Cuando lo confirmó giró el cuerpo en mi dirección, me sonrió con la calidez que solía hacerlo siempre que se despedía y hundió la mano izquierda en el bolsillo. Suspiré, le regresé el gesto y maté la distancia para alcanzar su mejilla, atraerlo hacia mí y dejarle un beso.

    —Kemuri —susurré sin despegarme por completo de su rostro—. Es uno de los kanjis en Enenra. Solo los puros de corazón pueden ver los rostros que se dibujan en el humo, cariño.

    Cuando le regresé su espacio lo escuché reír por lo bajo, negó suavemente con la cabeza mientras volvía a ponerse los zapatos y al abrirle la puerta creí que se iría sin más, de hecho dio un par de pasos hacia el pasillo, pero retrocedió hasta volver frente a mí. Me miró un momento antes de estirar la mano derecha que se había dejado libre y pescarme por el mentón. Fue increíblemente cuidadoso en comparación al resto de sus movimientos en líneas generales y se inclinó para alcanzar mis labios.

    Como el maldito Judas.
    Que había entregado a su maestro con un beso.

    La movida no cargó especial maña, profundizó el beso a medias y yo cedí como una estúpida, tampoco entendí por qué. Lo recibí, alcancé su camiseta para empuñarla entre mis dedos y lo atraje hacia mí, suficiente para alargar el numerito unos cuantos segundos. Su mano se había afianzado justo debajo de mi mandíbula, su lengua tentó apenas lo necesario para que lo empujara hacia el costado haciendo que su espalda encontrara la pared y que mi torso chocara con el suyo.

    Al idiota se le escapó una risa que fue a morir en mi boca, pero dio el espectáculo por terminado y su agarre se aflojó cuando cortó el contacto. Me apartó un par de cabellos del rostro, se quedó prendado a mis ojos como un hijo de puta y su pulgar se deslizó por mis labios antes de que me apartara, despegando la espalda de la pared. Me hizo a un lado con cuidado y retomó sus intenciones de retirarse.

    No le había tocado un puto pelo en su vida.

    Había sido su decisión, no la mía.

    —Hasta luego —murmuró en lo que desaparecía por el pasillo—, madre de los perros salvajes.

    —Ve con cuidado —dije en un tono parecido, cruzando los brazos sobre el pecho—, Gaki.

    Me dejó fuera de base, para qué decir lo contrario, y cerré la puerta a cámara lenta cuando medio reconecté neuronas para volver al salón donde estaba la mesa mientras me pasaba el dorso de la mano por los labios. No fue un gesto de asco, más bien fue de incredulidad porque lo que acababa de hacer este idiota parecía no tener ni pies ni cabeza.

    No tardé en acomodarme en el cojín, tomé la taza que él me había rellenado y le di un trago largo al té. Cuando ese aroma me llegó a la nariz me di cuenta del gusto a tabaco que me había quedado en la boca o al menos la sensación, que seguro venía del olor de Hikari.

    No supe cuánto tiempo me tiré allí, sabía que debía irme a dormir pero el sueño se me había espantado y el té se me acabó. Me había quedado mirando moscas, consumiendo aire o lo que fuese, y solo me volvió a anclar al mundo el timbre del móvil. Di un respingo, parpadeé varias veces y me levanté para buscar el aparato que tenía en mi habitación. Al abrir el micrófono, alguien habló de inmediato.

    —Masaru. —Reconocí la voz al otro lado del teléfono, pertenecía a uno de mis licaones—. Ginshō pescó al de la deuda cerca del límite con Chūo.

    Ni siquiera tuve que pedirle explicaciones, luego de la llamada de Arata hace ya casi un mes habíamos pasado más tiempo del que me hubiese gustado admitir buscando a Shimizu Ryouta. El desgraciado debía haber alcanzando a llamar con las últimas fuerzas que le quedaban y alguien, quien fuese, tuvo que sacarlo de Shinjuku por alguno de los límites de los barrios especiales de las afueras. Se habría podido ir limpio si no se le hubiese ocurrido regresar al corazón de Tokyo.

    A nosotros nos venía bien semejante descuido, eso sin duda.

    —Que lo lleve al Yomi —atajé casi sobre sus palabras, cuando logré encontrar mi propia voz—. Quiero a uno de ustedes apostado por cada callejuela cercana, dos en la entrada y cuatro que acompañen a Ginshō abajo. Si se pone altanero ya saben qué hacer, que tenga bien entendido cuál es su lugar en Minato para cuando yo llegue. Cuidado, la sangre Shimizu es bastante… indómita.

    El Yomi, así como las Catacumbas de Taitō, era una zona de Roppongi, un estacionamiento con sótano que había quedado olvidado por unos líos de dinero y no sé qué mierdas, cuando hubo un lío con los negocios nigerianos allá por 2009. El lugar había sido tomado por mis perros desde que me hice con el control del barrio y allí abajo se rompían tantas leyes como en las Catacumbas. Era donde solucionábamos las cosas que el mundo no solucionaría jamás por nosotros.

    Deudas, cuentas, ofensas. Todo se cobraba allí.

    Luego sacábamos la basura discretamente a otro de los barrios.

    Escuché ruido, imaginé que el teléfono pasó de una mano a otra sin permiso del primero que había llamado. Escuché una maldición, una respuesta bastante sumisa y por fin alguien se puso de nuevo en la línea. La voz del famoso Ginshō me alcanzó desde el otro lado y el tatuaje del general de plata del shōgi me hizo cosquillas en el costado derecho del cuello.

    Prácticamente habíamos crecido juntos, lo adoraba. En medio de mi mudanza a Minato, el desastre de los chacales, la muerte de Kaoru y los intentos por reorganizar la pandilla le había perdido rastro. No sabía siquiera a quién le servía, si es que respondía a uno de los demonios de Tokyo o no, pero había vuelto a finales del año pasado y en Minato había pasado las pruebas de rigor. No era igual de paciente que yo, eso mis perros lo tenían claro, pero sabían que era de confianza y que era hábil.

    Confiaban en él.

    Era nuestro estratega después de todo.

    —Ya está. Lleva diez minutos en el Yomi y está encantado con su servicio de cinco estrellas —dijo y fue lo más parecido a una broma que pudo soltar, aunque su tono no decía que fuese una—. ¿Cuánto le debe a los negocios de Roppongi?

    La pregunta me arrancó una risa que estuvo a nada de convertirse en una carcajada y sostuve el teléfono entre mi oreja y el hombro para comenzar a cambiarme, pues tenía la ropa de ir por casa. Me ajusté unos leggings negros, las primeras botas que encontré y me senté al borde de la cama, tomando de nuevo el móvil con la mano para poner el altavoz y poder cambiarme la camiseta. Lo que debía reconocer era que al menos esa llamada había servido para sacarme la otra estupidez de la cabeza.

    —Escúchame, lo que le deba a Roppongi ya no importa, lo cubriré de mi bolsillo si hace falta. Pretendió sacarle la pasta de esa deuda a uno de mis antiguos chacales y tú mejor que nadie sabes lo que eso significa —solté como si nada mientras me colocaba una camiseta limpia, me quedaba bastante floja. El resto lo dije casi en murmuro, estuvo a nada de ser un gruñido bajo—. Pretendió tocar a mi cachorro y su familia. Llego en diez minutos.

    —¿Quién te va a traer?

    —Nadie. Hikari me regresó la moto hace un rato.

    —¿El mocoso de Taitō? —buscó confirmar y algo se me anudó en el pecho—. Pues ya era hora.

    Mira que andarle dando cuerda a un crío de veinte teniendo al de veintisiete en las narices.

    Pero la calle me había hecho oportunista, sobre todo ante la incertidumbre.

    —Ya llego. Lo dejo en tus manos.

    Escuché un sonido afirmativo de su parte, así que colgué el teléfono y me lo ajusté en la cintura de los leggins antes de dejar la habitación. En el camino pillé las llaves de la moto que Hikkun había dejado en la mesa del pasillo, una chaqueta que había junto a la puerta y salí de casa cerrando de un portazo. Mañana me estaría cagando de sueño, pero habían cosas que no podía ni haría esperar, tan sencillo como eso.

    Pronto estuve en medio de los autos que seguían circulando a esas horas, ya pasada la medianoche. Bajo la luz de los postes de alumbrado público y las luces de neón la motocicleta blanca parecía iluminada por luz negra, lo mismo ocurría con mi mechón albino, ese que había heredado de mi padre. Los destellos se teñían de amarillo, de azul claro, de magenta y verde. Detrás de mí, a la velocidad de la moto, ondeaba mi cabello negro.

    Como había dicho estuve allí en cosa de diez minutos, aparqué la moto en un estacionamiento cercano y caminé hasta el Yomi. Tenía las callejuelas memorizadas, las caras también, y reconocí a uno de mis nigerianos apostado en el camino por el que me colé. Lo saludé a la pasada, le di un golpe flojo en el brazo al pasar y lo vi dedicarme la sombra de una sonrisa; en medio de su piel oscura era difícil verlo más allá de los destellos más claros de tinta, pero tenía un perro salvaje, un licaón, tatuado en el dorso del antebrazo. Lo mismo con los dos que estaban apostados en la entrada.

    Conforme me acerqué al Yomi escuché el ruido, llegaba distorsionado e incomprensible por el bullicio de las discotecas y los clubes, pero llegaba. Cuando entré parte de los sonidos exteriores se cancelaron y mientras tomaba las escalerillas para bajar al sótano del estacionamiento reconocí un montón de maldiciones, el ruido de golpes también, y voces revueltas. Suspiré, entré al espacio y caminé hasta las siluetas apiñadas sobre un cuerpo, aunque me quedé a varios metros de distancia aprovechando que no se habían ni enterado de que había llegado.

    —¡Son unos hijos de puta, eso es lo que son! —Su voz se oía amortiguada, extraña, pero algo en el timbre me recordó muchísimo a la voz de su hijo—. ¡Jodidos imbéciles, metieron a este montón de negros al Triángulo del Dragón y cobran por respirar!

    Uno de mis perros salvajes reaccionó al comentario, obviamente, le dejó ir una patada en la boca del estómago y noté la silueta de Ginshō después, lo tomó por la camiseta, suficiente para separarlo ligeramente del suelo. Reconocí en su rostro la cicatriz que le cruzaba las facciones, una que se había llevado poco tiempo después de haber aparecido en Minato y que casi podría haber sido un descuido mío. En cualquier caso, me di cuenta hasta ese momento que al pobre desgraciado lo tenían atado de manos, lo habían inmovilizado con una cuerda y de milagro no le habían anudado los pies también.

    —Suéltalo, Ginshō —ordené, alzando la voz para anunciar mi presencia por fin.

    En consecuencia todos se apartaron, lo hicieron casi en sincronía y solo el aludido mantuvo su posición unos segundos, para finalmente dejar al hombre ir. Le habían reventado la nariz, así que sangraba de forma profusa, pero bajo la poca iluminación del espacio vi sus ojos, uno oscuro y el otro blanco por completo, delatando que era ciego.

    —¿Y esto qué es? —preguntó de mala gana cuando consiguió enfocarme, respirando como un animal golpeado—. Vaya puta mierda. Devuelvan a la princesa a su casa o al jardín de niños, ¡no tengo tiempo para estas mierdas! ¡Si van a cobrar, háganlo!

    —Cuidado con cómo le hablas —advirtió uno de los licaones.

    —Shimizu Ryouta, ¿no? —pregunté ignorando todo lo que había dicho.

    Juré que el imbécil dejó de respirar varios segundos, como si recién ahora se hubiese dado cuenta de lo jodido que estaba en realidad y notarlo logró que me permitiera una sonrisa. Fue sedosa, de genuina suficiencia y se me escapó una risa por la nariz que pareció cabrearlo. Comprimió los gestos, su ojo oscuro chispeó de furia contenida, pero pronto sustituyó todo por una sonrisa idéntica a las de su hijo, burlona hasta el punto del hartazgo. Le descubrió los dientes manchados de sangre, lo vi pasar saliva y escupió en mi dirección.

    La plasta de sangre fue a dar cerca de mis pies, ante lo que suspiré como si me hubiese llevado el peor de los fiascos y terminé de cortar la distancia que me separaba de él, sentí los ojos de Ginshō y el resto de mis licaones pegados en espalda. El siguiente movimiento fue fluido, rápido, le dejé ir una patada con una precisión que dio gusto y lo hizo doblarse sobre sí mismo, boqueando por aire. En ese momento noté uno de sus tatuajes, en su brazo izquierdo perdido entre otro montón de tinta, era un chacal.

    Todos sabíamos lo que la tinta significaba.

    —Ryou-san, el plexo solar es muy delicado —dije mientras me acuclillaba junto a él, me tragué una risa y estiré la mano para hacerlo levantar el mentón hacia mí. El ojo sano repasó mis facciones, no reaccionó mucho más porque seguía recuperando el aire, pero algo había bailado en sus gestos—. ¿Creíste que ibas a librarte de Minato solo porque entraste por Chūo?

    Le ajusté los dedos a cada lado de la mandíbula, lo hice con la fuerza suficiente para enterrarle las uñas en la piel y esta vez la sonrisa sí me descubrió los dientes. Sentí los colmillos en el borde de los labios y vi una sola hebra de cabello albino suelta deslizarse por el aire, hasta caer junto al hombre. Lo siguiente lo dije en un murmullo, pero el tinte de amenaza no se perdió ni un instante.

    —Mis perros salvajes respaldan a tu hijo y su familia.
     
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    Zireael

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    Come on and collect us from the night [Multirol]
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    Me ando muriendo de ansiedad porque la uni y yo, yo y la uni. En fin, que esto lo tenía listo desde hace días pero nunca me sentaba a corregirlo, hasta que hoy decidí hacerlo para dejar de postergarlo y porque define cosas kinda importantes de mis tramas actuales (???)

    Es canon para la tarde del día 36, en resumidas cuentas. También ocurre luego de los eventos relacionados a Yuzu en el fic anterior, que están inconclusos porque me falta la segunda parte pero soy un desastre.

    Nada que ver aquí, pero hacer muchísimo tiempo quería usar esta canción para uno de los fics de Arata Y POR FIN PUDE. Also la letra pegada no corresponde a la letra del vídeo, pues porque en YouTube había que poner la letra más family friendly (?) igual esta canción tiene un huevo de lyrics diferentes, así que ya no sé ni cuál es cuál.




    [​IMG]

    I'm so sick of me, being sick of you
    and the way you look, all the things you do
    you drive me crazy
    sick of being broke, can't pay for shit
    I'm about to snap, I can't handle it

    .
    If you're sick like me
    there's no stopping now
    gotta break it up
    and just let it out
    if I was sick like you
    I would feed the fire
    I would light it up
    and watch it all come down

    .
    I'm so sick of my life
    it's the same old shit
    try to make it bend
    but it never gives
    look what you made me

    VII
    [​IMG]
    The Fire Ant
    | Predator |

    OUT OF BALANCE
    . Aggression . Burst . Aggravate .


    | Arata Shimizu |
    | Yuzuki Minami |








    Después de la mañana de mierda y receso al que me había sometido a pura voluntad, lo cierto era que su puta madre iba a volver a clases. Por mucho que me hubiese montado el teatro en la azotea, que me hubiese puesto mil correas y lo que fuese, seguía deseando cargármelo todo, quería reducir el jodido mundo a escombros sin importar quiénes cayeran conmigo, reventar la tierra a punta de relámpagos, cagarme a palos con el primer imbécil que se me cruzara, lo que fuese. Estaba hasta los huevos de esto, de la explosión que un error tan estúpido había adelantado y de la vida que nos había tocado a todos.

    A Cayden lo habían dejado sin un puto billete encima y sin mis cuchillos.

    Mi hermano estaba solo en casa, pegado con una fiebre o quién sabe qué mierdas.

    Sasha estaba arrancándose de la vida de los otros como si fuese un tumor.


    Salí de la clase de Pierce como una jodida tromba, me llevé a varias personas que estaban en el pasillo y seguí avanzando, entré a mi salón para recoger mis cosas y seguí hasta los casilleros, donde zambullí todo. Me quité la camisa del uniforme este de niños pijos para quedarme solo con la camiseta sin mangas de abajo, básicamente la hice una bola y la arrojé encima de lo demás antes de cerrar de un portazo.

    Podría haberme detenido allí, pero seguí hacia cualquier lugar donde me sacaran esta puta ira de encima, porque llevaba comiéndome vivo desde que era un crío y se había chupado los últimos fragmentos de mi infancia, toda mi adolescencia y seguiría hasta absorber mi adultez. Seguiría hasta que pasaran dos cosas, que me convirtiera en el peor de los hijos de puta, emulando a mi padre, o que acabara conmigo mismo hasta hacerme terminar medio muerto en un callejón, entre barrotes o estampado en la calle como Yako.

    A la larga la respuesta sería la misma.

    No quedaría de mí más que una plasta de carne irreconocible.

    No tenía un destino claro si debía ser honesto, no tenía ni la mínima idea de en qué hueco del Infierno que era esta academia de niños pijos podía ir a meterme, quizás por eso seguí recorriendo el espacio sin detenerme hasta salir al patio frontal y allí supe que no pretendía volver por hoy. Un paso, otro y otro, y así como Sonnen parecía tragarse la luz de cualquier sitio donde pusiera un pie sentí que yo estaba bañando de rojo el suelo por el que avanzaba. Que tenía algo pegado a la espalda, una bestia que me había encajado las zarpas a cada costado del cuerpo y la sangre fluía como un jodido río. Parecía mía, pero no sabía si lo era realmente, si era la sangre de los que me había llevado en banda sin quererlo desde que tenía uso de razón.

    Esta era la vida que había construido.

    Una donde ni siquiera el diablo se molestaría en creerme una mierda, donde los cachorros que había criado para serme leales optaban por arrancarse de mí para dejar de hacer el trabajo sucio y era más fácil cuando solo me apartaba del camino, a pesar de lo que provocara. Había abusado de mis confianzas, elegido la vía fácil y había salido como el culo a pesar de todo, porque en este maldito pedazo de tierra perdido en las afueras de Tokyo no había dónde esconderse y lo supe desde el inicio.

    ¿Por qué Satanás me había arrastrado aquí después de todo?

    Recorrí el patio frontal como si fuese mi jodida casa, escarbé en los bolsillos hasta dar con la llave de la moto y apenas ubicarla subí. Encendí el motor no mucho después, rugió en respuesta y metí el gas a fondo, suficiente para forzar un giro en seco antes de desaparecer de allí sin darle explicaciones a nadie. La velocidad del viento que me encontró el rostro me enfrió parte de las ideas, sentí el cuerpo nivelarse y se me aflojó algo de la tensión que tenía pegada en cada músculo, aunque no me abandonó en su totalidad.

    No sabía a ciencia cierta qué me perseguía, había dejado de tenerlo claro desde el momento en que vi la maldita foto en la mañana y solo pude reafirmar que era un hipócrita como todos los demás. Que la línea que me separaba del imbécil que Altan había reventado en Taitō era estúpidamente fina, inexistente quizás, y si no me habían dejado en el mismo estado no era algo de mis méritos propios, sino de pura suerte en el mejor de los casos.

    ¿Pagaba la deuda de Sasha por qué?

    No buscaba el perdón de nadie.

    Pero nunca me molestaba mucho en los por qué.


    Conduje hasta Shinjuku, la única parada que me permití fue en una farmacia donde dejé los últimos billetes de la semana o casi todos por lo menos, antes de volver a la carretera para acelerar como si me estuviese persiguiendo el mismísimo diablo. Me colé entre los autos, avancé arrastrando conmigo aquel tinte rojo y por un segundo pensé que no debería aparecerme en casa en ese estado, que si Izumi me hubiese necesitado habría llamado como el otro día, pero tampoco tenía dónde ir.

    Hace años no tenía dónde ir.

    Nunca lo tuve, quizás.

    Al llegar a casa aparqué en la cochera, bajé y me quedé en ese espacio lo que me pareció una eternidad con la bolsa de la farmacia colgando del brazo izquierdo. En la mano me había dejado la llave de la moto que se balanceaba como un péndulo, marcando un ritmo o una cuenta regresiva, no estaba muy seguro. El tintineo se perdió con los sonidos de fondo, el rugido del tren y los motores de los autos, pero de alguna forma me hizo bajar uno a uno los interruptores suficientes para poder cerrar el garaje y entrar a casa.

    Adentro lo único que rompía el silencio era el sonido de la televisión en el cuarto de mis hermanos, llegaba amortiguado, distante, pero estaba allí. Lo seguí oyendo mientras me quitaba los zapatos y subía las escaleras hacia las habitaciones. No puse especial atención a lo que debía estar mirando, era solo ruido de fondo para mí y me siguió mientras dejaba las llaves de la moto y de la casa en el primer mueble que se me cruzó en el camino.

    Al llegar al pasillo de arriba deslicé la puerta, dentro lo que me recibió fue la silueta de Izumi hecho un ovillo en el futón. Estaba cubierto hasta la nariz a pesar del calor que hacía, pero tenía el cabello castaño pegoteado a la frente por el sudor y aunque parecía estar dormido, no tenía pinta de estar especialmente cómodo.

    Me acerqué para sentarme a su lado, escarbé en la bolsa que traía y saqué el nuevo cóctel de medicamentos que había traído. El ruido lo alertó, o eso supuse, porque se revolvió bajo las mantas para encogerse más sobre sí mismo, aunque me pareció notar que entreabría los ojos a pesar de no estarlo mirando directamente.

    —No tenías que volver de la escuela —murmuró, carraspeando la garganta—, Arashi.

    Escucharlo llamarme de esa forma me sacó una risa floja, solía hacerlo cuando era más pequeño y estaba aprendiendo a escribir. Arashi correspondía al kanji de tormenta y al crío por alguna razón se le había quedado pegado primero que nada más. Luego la tontería se le quedó, porque como casi con nueve años todavía pegaba un salto cuando había tormenta eléctrica o llovía demasiado, me miraba y con una sonrisa gigante decía Arashi, como si hubiese descubierto una mina de oro.

    —¿No? A mí me parece que ya estás delirando y todo, Izu —respondí en voz baja, medio en broma medio en serio.

    Saqué un par de pastillas de su empaque, escaneé el espacio con la vista y estiré el brazo para tomar la botella de agua medio llena que tenía cerca de la almohada. La destapé, me dejé las pastillas entre los dedos y con la mano libre me las arreglé para hacerle soporte al mocoso, suficiente para que separara un poco la cabeza de la almohada y no se fuese a atragantar de un poco de agua. Él tomó la botella, también las pastillas y se las bajó de un trago inmenso sin siquiera preguntar qué le estaba dando.

    —Te sentirás mejor en un rato, campeón. Ya verás.

    Me regresó la botella de un movimiento bastante lento, se enjuagó los ojos con el dorso de la mano y yo retiré la mía de detrás de su cabeza para dejarlo acostarse de nuevo. Lo vi escarbar entre las mantas hasta dar con el control remoto para apagar la tele y volver a dejarlo en alguna parte del agujero negro que era ese futón.

    Se acomodó de costado de nuevo, lo hizo en mi dirección y cuando tuve intenciones de levantarme para por lo menos cambiarme el pantalón del uniforme su mano se empuñó alrededor del borde de mi camiseta, deteniendo el movimiento en seco. Suspiré con cierta pesadez, pero regresé a mi posición junto al futón y le retiré el cabello pegoteado de la frente, lo que solo hizo que sus ojos se clavaran en los míos, idénticos en color, pero significativamente más amables.

    Se parecían terriblemente a Ryouta, con ese cabello castaño y los ojos oscuros, pero su personalidad era la de nuestra madre. Eran recelosos, casi cobardes si estiraba mucho la cuerda, pero mucho más amorosos de lo que podía serlo yo.

    —Gracias —susurró, parpadeando despacio.

    —No tienes que agradecerme nada.

    Negó suavemente con la cabeza, adormilado y cansado como estaba, se veía que le pesaba el cuerpo entero. Aún así, no separó la vista de mí y yo suavicé los gestos.

    —Estás enojado —resolvió y sentí que se me congeló la sangre en las venas, fue como si algo se hubiese detenido de golpe, esperando—, pero estás aquí conmigo. Nos has cuidado a los tres aunque estés enojado siempre, es eso lo que te agradezco, Arashi.

    —No estoy-

    —Lo estás —siguió, de verdad parecía que se le había volado la pinza—. Nunca sonríes bien, ¿lo sabes? Siempre… parece que te burlas y cuando no, tienes el ceño fruncido. Duermes apretando los dientes, me acuerdo de cuando dormías con nosotros todavía. Estás enojado.

    —Izu. —Lo llamé como si no hubiese oído nada, pero me di cuenta que su mano seguía sujetando mi ropa, como si temiera que me fuese sin más—. ¿Me tienen miedo? Ustedes y mamá.

    No respondió, guardó silencio y no supe cómo entenderlo hasta que sentí la tensión en la tela de la camiseta ceder. Cuando quise darme cuenta tenía parte del peso del cuerpo de mi hermano en el regazo, había recostado la cabeza en mi muslo, echando un brazo por encima. Cuando estaba pequeño y se enfermaba solo así conseguía dormirse, se pegaba como lapa a mí o a Sei y caía redondo.

    Dudé, pero hundí la mano en su cabello y comencé a acariciarlo despacio, lo que hizo que aflojara el cuerpo inconscientemente. Sentí su peso en mi regazo con algo más de insistencia, pero nada más. Sabía que debía sentirse realmente mal para haber hecho todo el numerito.

    —Una vez en la escuela llovió muchísimo, tormenta eléctrica y todo el cuento. Una niña de mi clase se puso a llorar —dijo de la nada, se encogió sobre sí mismo de nuevas cuentas y alcancé las mantas con la mano libre para cubrirlo casi hasta la cabeza—. Yo estaba calmado, me gustan las tormentas porque me acuerdo de ti, de tu nombre. Me acuerdo de cómo nos cuidas a los tres y me siento tranquilo, porque sé que si algo me pasa vendrás a salvarme. A tu manera, pero lo harás.

    De alguna forma fue como si hubiese retrocedido en el tiempo, sentí que el idiota tenía seis años pero yo seguía siendo este imbécil de diecinueve con cara de mala hostia, pero él no era más que un niño que se sentía mal. Era jodido, pero apenas volvían a casa mis hermanos solo me tenían a mí prácticamente todo el tiempo, porque mamá pasaba agotada y cuando estaba en casa se echaba a dormir, así que estábamos acostumbrados a cuidarnos entre nosotros.

    Mamá nos amaba, lo sabía.

    Pero no quedaban fuerzas en ella para demostrarlo.

    La persona que era no se aproximaba ni por error a alguien de quien mis hermanos pudieran estar orgullosos, no era ese hermano mayor del que podían presumir y es que sabían o intuían todo lo que había tenido que hacer para mantener esta casa a flote, para aliviar siquiera un fragmento del peso que recaía sobre mamá. No era ningún santo, reconocía que no valía para nada bueno.

    Que lo salvaría a mi manera decía.

    Cuando había condenado a tantos otros, a quienes no podían defenderse.

    No respondí nada, seguí acariciando su cabeza y en algún punto su respiración cambió, delatando que se había quedado dormido por fin. La temperatura de su cuerpo seguía terriblemente alta, pero no parecía que fuese a empeorar por ahora y con eso suponía que me quedaba tranquilo.

    De la manera que fuese, no me había dejado demasiado espacio para levantarme e irme, así que sabía que tendría que quedarme allí un buen rato. Lo habría hecho igualmente, justo como me había quedado junto a Sonnen toda la jodida noche cuando Hikari lo apaleó, pero ver a Izumi a estas edades así me hizo preguntarme si su único miedo real era que algún día solo desapareciera de casa y los dejara solos. Que por eso nos tenía que tener sujetos, a Sei y a mí.

    No podía culparlo.

    Ya alguien que debía cuidarlo lo había abandonado una vez.

    No supe cuánto tiempo pasó, pero en algún punto me saqué el móvil del bolsillo para desbloquearlo y ponerme a revisar los contactos hasta dar con el de Yuzu. Lo pensé una jodida eternidad, al menos se sintió así, pero con la mercancía perdida por el asalto a Cayden y la mierda de la deuda con el par de estúpidos, las opciones se habían agotado. Podía seguir vendiendo información, pero sabía que no era suficiente, no en el tiempo que correspondía para que no retomaran el teatro.

    La foto que había cargado en el bolsillo todo el puto día se salió, cayó junto a mí en el suelo y despegué la mano del cabello de Izumi para levantarla, arrugándola de nuevas cuentas entre los dedos. De alguna forma fue el empujón que me faltaba, así que le di a la tecla de llamar y me llevé el teléfono al oído que timbró un par de veces antes de que Yuzu atendiera.

    —Espera, dame un momento por favor —dijo, pero se notó que era a quién fuese que estuviese con ella y luego volcó su atención en el teléfono—. Dime, cariño.

    —¿Estás muy ocupada? —solté de una vez, ni siquiera le pregunté cómo estaba.

    —No, Mishi. ¿Qué pasa?

    Puede que quisiera evitarlo, pero un dejo de preocupación se le coló en la voz y a mí algo se me revolvió en el centro del pecho. No supe si fue la ira reiniciándose, pura frustración o resignación a secas, en cualquier caso no supe darle forma y se quedó allí hecho un nudo. Tragué grueso, tomé aire y me restregué los ojos con fuerza.

    —Necesito pasta —respondí en un susurro, ella guardó silencio—. No tengo recursos para conseguirla por ahora.

    —¿No? ¿Y los cuchillos?

    Comprimí los gestos porque había dado directo en el centro de la diana, como era usual en ella. La verdad fue que me cagué hasta las patas porque como le había dicho a Cayden, si Yuzu se enteraba de que lo habían cagado a palos por andar vendiendo mis mierdas iba a cortarme los huevos, la conocía.

    Pero no vi salida.

    El camino en el que estaba metido era terriblemente negro.

    —El lunes le quitaron a la mariposita todo lo que cargaba, mis cuchillos de la semana incluidos —confesé con el cuerpo tenso, incluso si ella estaba al otro lado del teléfono—. Lo siento, big sis.

    El silencio que me alcanzó desde el otro lado del teléfono fue de muerte, creí que ni siquiera estaba respirando hasta que la escuché soltar el aire despacio. No dijo nada de todas formas, imaginé que estaba encontrando las fuerzas para no perder la compostura en donde sea que estuviese, pero cuando habló la voz le había bajado de tono y a mí me cayó una cubeta de agua fría en la espalda.

    —¿Le hicieron algo? —preguntó.

    —Le soltaron una hostia en la cara, debió resistirse, ya lo-

    —¿Estás en casa ya? ¿No deberías estar en la escuela, Arata?

    —Debería —afirmé luego de tragar grueso—. Estoy con Izumi, lleva desde ayer con fiebre.

    —Estaré allí en una hora, más o menos.

    Ni siquiera me dejó responder, cortó de golpe y yo me quedé con el móvil pegado a la oreja como si se me hubiese olvidado respirar. Parpadeé varias veces, bajé el brazo y miré la pantalla del móvil antes de cerrar la llamada también, bien consciente de lo que me esperaba cuando Yuzu llegara a Shinjuku.

    A pesar de eso no me moví de donde estaba hasta cosa de cuarenta minutos después, cuando me las arreglé para mover a Izumi de regreso al futón. Las medicinas comenzaban a hacer afecto, así que había conciliado el sueño de forma algo más profunda y supe que no lo despertaría al hacerlo. Me costó lo suyo de todas formas, con quince años ya se había puesto larguirucho el jodido.

    Logré levantarme por fin, tenía la espalda tensa por la posición, pero nada que fuese un gran drama. Le dejé a mi hermano las pastillas y la botella de agua al lado, por si se despertaba sintiéndose demasiado mal, y dejé la habitación cerrando la puerta tras de mí para bajar al primer piso. Cada paso que di en la escaleras hizo eco en las paredes hasta revolverse con los ruidos del exterior, uno tras otro.

    Caminé hasta la cocina y estaba por sentarme cuando el timbre sonó, anunciando que Yuzu había llegado. Suspiré con cierto hastío, pero me puse en marcha a la puerta y abrí sin demasiada prisa, aún así apenas un segundo después de que la puerta quedara completamente abierta el cuerpo de la chica me cayó encima.

    El movimiento fue rápido a cagar, le otorgó la fuerza física que le faltaba por su tamaño y consiguió empujarme contra la pared contigua, haciendo que el corazón me vibrara contra las costillas por la sorpresa. Cuando encontré sus ojos noté que sus facciones, en general bastante amables, se habían tensado hasta decir basta; esos segundos fueron suficientes para que su mano me pescara justo debajo de la mandíbula y me encajara las uñas en la piel.

    —Te dije muchas veces que dejaras de usar a Cayden como salvoconducto en tus jodidos negocios, Arata —siseó, supe que estaba hablando bajo porque le dije que mi hermano estaba enfermo, pero eso no redujo ni un pelo la violencia de sus gestos—. Te enviamos a buscarlo hace años, sabes que si algo le pasa la putísima irish mob nos va a perseguir a todos. El poder de Cayden era precisamente salir ileso y ahora, gracias a ti, le dejaron ir el primer golpe. Debiste llevártelo tú.

    Debí llevármelo yo.

    La hostia de la mariposita.

    Y la persecución de Sasha.


    —Además te confié su vida durante años, sabías que si algo le pasaba toda la sangre que él derramara te la iba a sacar yo del cuerpo. —Me quedé estático, sus uñas se clavaron con más cizaña en mi piel pero no moví un músculo—. Estás bajo mi protección, pero eso no significa que vayas a salir limpio por estas mierdas.

    Me dejó ir de repente, regresándome todo el espacio que me había arrebatado y desapareciendo el filo de sus uñas de mi cuello. A pesar de ello me quedé con la espalda pegada a la pared e inhalé varias veces, procesando todo lo que me había soltado antes de siquiera saludar o quitarse los zapatos para entrar en la casa.

    —Ya lo sé —dije cuando conseguí formular palabras—. Sé que no saldré limpio por lo de Cay y por eso lo que te estoy pidiendo no es poca cosa.

    En lo que yo hablaba tomó una pausa de su frenesí para deshacer los nudos de las botas, dejarlas junto a la puerta y entrar en la casa formalmente como si no hubiese estado a nada de tragarme de un bocado hace veinte segundos. Entró en silencio, pero se le notaba la misma tensión en los músculos que yo había sentido en la azotea con Wickham, esa que delataba que estaba conteniéndose para evitar encajarme los dientes en el cuello y esparcir mi sangre en el suelo. En el cuerpo de Yuzu corrían dos fuerzas contradictorias, lo habían hecho toda su maldita vida y parecía debatirse eternamente por cuál seguir sin tener que renunciar a la otra.

    El amor inmenso que solo las madres profesaban.

    Junto al deseo casi incontenible de reducir el mundo a cenizas.

    —¿En qué te metiste ahora? —Continuaba hablando en un murmuro y genuinamente se lo agradecía.

    Seguimos caminando hasta llegar a la sala donde todo lo que había era un juego de sillones que debía ser de los abuelos, porque desde que tenía uso de razón parecían viejísimos, y una mesilla de café que parecía igual de prehistórica. Yuzu caminó hasta uno de los sillones individuales y se dejó caer en él con pesadez, yo hice lo mismo en el que estaba justo en frente y clavé la mirada en la mesa.

    Dudé, pero volví a sacar la foto que había regresado al bolsillo luego de llamarla y la arrojé, arrugada como estaba, sobre la mesa. Ella arqueó una ceja claramente confundida, pero estiró el cuerpo para poder alcanzarla y cuando la desarrugó, luego de leer lo que ponía por detrás, sus gestos se tensaron por algo que ya no tenía que ver con su fastidio conmigo. La escuché bufar como un toro cabreado y acto seguido lanzó el papel de regreso a la mesa.

    —Me parece a mí que es una chica muy bonita, demasiado como para estar marcada como si fuese una vaca —dijo de mala gana y una risa extraña, casi gutural, surgió de ella—. ¿Desde cuándo te metes en peleas de gatas, Arata? La letra de atrás es de una chica y para esto me parece que debe estar hasta los ovarios de tu puta existencia.

    —Desde que las gatitas tienen cómplices como yo —respondí prácticamente encima de sus palabras—. Y las meten a un cuartucho de mierda por haber encontrado una pasta que no era de ellos. Vendí unos teléfonos que me dio, bueno, los vendió Cayden, pero es lo mismo.

    —Hombre, ¿una chica de estas de colegio pijo? Estás de coña. —Me sonrió con una sorna que le había visto pocas veces antes de seguir hablando—. ¿Te la follaste?

    —¿A cuál de las dos? —pregunté, podría haber sonado a mis bromas de siempre, pero lo dije serio como perro en bote.

    —Qué sé yo, sorpréndeme.

    —A la de la foto si acaso la besé, joder.

    —Jodido es lo que estás, ¿por qué te mandan sus fotos entonces? Eres tú, que yo sepa no te interesas ni por la gente con la que sí follas. —Era una verdad prácticamente irrefutable, no iba a negarlo—. ¿Acaso encontraste un espejo por fin, cariño?

    —No hay ni una sola similitud entre esta chica y yo, te lo aseguro —atajé en seco, aunque no sabía que no tardaría ni un día en enterarme que Sasha podía reflejar más de lo esperado—. El número en su clavícula. Es la pasta que necesito en quince días, catorce en realidad.

    Yuzuki no habló, pero se le soltó una carcajada que tuvo que frenar para no hacer demasiado alboroto y se llevó las manos al rostro, quitándose el flequillo albino de la frente. La muy cabrona estaba aguántandose las ganas de descojonarse y a mí la ira, ya bastante silenciosa, me seguía caminando bajo la piel como un montón de hormigas rojas.

    —¿Qué coño dices? ¿Y este complejo de héroe? Te hizo daño pasar tanto tiempo con Sonnen, se ve. ¿Qué buscas, Arata, su perdón?

    Me desinflé los pulmones con hartazgo porque esa era la misma conversación que había surgido en medio del desastre de la azotea. Estaba cansado de esa mierda, del revoltijo de incredulidad, sorpresa, resignación y no sé qué más que significaba. No pretendía dármelas de Batman ni nada, ese era el trabajo de gente como Sonnen, Cayden y ella misma.

    —Que ejerza su derecho de escupirme encima, como mucho. El perdón me importa tres mierdas, Yuzu —solté de mala gana—. Este lado del charco y las deudas con el diablo no le corresponden. Le hicieron creer que la vendí.

    Eso último pareció iluminarla de repente, todos sus gestos perdieron tensión y me miró como si acabara de descubrir un secreto de Estado. Inhaló, exhaló y echó la espalda en el respaldo del sillón, aunque el movimiento en sí fue bastante lento.

    Me miró desde allí, lo hizo como si estuviese esperando a descubrir algo más al leerme y no supe si lo logró. Todo lo que hice fue permanecer quieto como una jodida estatua, dándole tiempo de que comentara su gran descubrimiento o lo que fuese.

    —Quieres dejar claro que no eres un traidor —murmuró, sonó a pensamiento en voz alta.

    —Bingo.

    Cruzó las piernas, ancló el codo en el reposabrazos del sillón y apoyó la mejilla en sus nudillos. Seguía jodidamente cabreada conmigo, todo su cuerpo lo decía, pero allí entraban en juego sus fuerzas contradictorias y a la larga Yuzu siempre había sido antes una hermana mayor, una madre y muchas otras figuras femeninas destinadas a la protección que ninguna otra cosa.

    Su poder, que podía ser terriblemente destructivo, estaba conectado sin escalas a la cantidad de amor que era capaz de profesar. Por eso entendía a Cay, porque incluso si la intensidad de sus personalidades no se parecía, tenían el mismo fuego en el centro del pecho. Eran rebeldes, pero también protectores y mártires.

    Tomaban causas y morían por ellas.

    Elegían bandos aunque les chuparan el alma del cuerpo.

    —Te daré una forma de conseguir dinero inmediato, relativamente limpio, pero tendrás que servirle a Minato mucho más que los quince días que necesitas para la deuda de la chica —comenzó a explicar con calma, balanceó suavemente la pierna y soltó el aire por la nariz. El flequillo albino se le había desparramado sobre el rostro, pero hasta ahora lo noté, cuando su propia respiración lo agitó—, por la sangre de Cay y porque cazamos a tu padre. Me lo debes.

    —¿Qué hiciste qué? —pregunté sin procesar todo lo demás.

    —Llevamos a Shimizu Ryouta al Yomi la madrugada del lunes. Su deuda con Minato y las amenazas a tu familia ya se cobraron, por eso no puedo hacerte el favor gratis.

    Algo, lo que fuese, se me agitó en el cuerpo y no supe si fue alivio o miedo. Si Yuzu lo había sacado del tablero significaba que no debía preocuparme porque volviera a aparecer en casa, tampoco por acabar sacándolo del camino yo mismo, pero también era cierto que saberlo me hacía saber que no podía ponerme a tocarle los huevos a esta chica.

    Lo había sabido siempre.

    Sin embargo, haber perdido a Yako la había vuelto inclemente.

    Pasé saliva, sentía la boca seca, y me llevé las manos al rostro. Asentí despacio, fue mi manera de decirle que iba a hacer lo que fuese que me mandara porque se lo debía, le debía la seguridad de mi madre y mis hermanos, así como la violencia que habían dirigido al cachorro. No podía llevarle la contraria.

    —Akasaka —murmuró.

    —Joder, el barrio de pijos de Minato tenía que ser —atajé en voz baja mientras separaba las manos del rostro.

    —El dot&blue, es el único sitio medio limpio donde van a recibirte. La administración era cercana a mi padre, se volvieron cercanos a mí cuando tomé el barrio y su flujo de clientes se mantiene estable por ese cobijo. —Despegó el rostro de su mano, desenredó sus piernas y lanzó el cuerpo hacia adelante para apoyar los antebrazos en los muslos. Me miró con una seriedad digna de un parlamentario—. Te aseguro la paga semanal estos quince días, luego el salario al mes y te necesito allí tres meses, mínimo, para cubrir el error y el favor.

    Tres meses sirviéndole a la madre de los perros salvajes.

    El dot&blue nos servía de base, lo usábamos con frecuencia o al menos lo hacían los demás de forma más constante que yo por obvias razones. Sabía que el bar había estado enrollado con el fallecido padre de Yuzu, no sabía en qué condiciones, y ahora ella admitía que los tenía en el bolsillo también.

    Si algo era cierto en esa afirmación, era que el dinero sería el más limpio que podría conseguir fuera del Triángulo. No había embrollos de apuestas, tráfico, nada que yo supiera más que algunas copas a menores dependiendo de con quiénes llegaran o quién los apadrinara y si acaso las cuotas que usarlo de cueva podían conseguirles, nada muy loco. El favor que el padre de Minami les hubiese hecho, suficiente para que todavía fueran cercanos a su hija, debía ser inmenso.

    —Está bien —cedí incapaz de hacer otra cosa—. Tres meses.

    —Llamaré hoy mismo para que te reciba el gerente. Es posible que te dejen trabajando de inmediato a cargo de alguien para que te adaptes al ritmo —dijo levantándose del mueble por fin—. Te escribo apenas tenga noticias, ten lista la moto para salir pitando.

    En sí no me dejó responder nada, hizo una reverencia a modo de despedida y se retiró del salón, dejándome allí sentado. Por los pasillos vacíos me llegó el eco de sus movimientos, de sus botas al encontrar el suelo y la puerta principal al cerrarse. No mucho más tarde el rugido de su propia motocicleta se alejó hasta perderse en el revoltijo de sonidos del corazón de Tokyo.

    Aunque a mí sus colmillos seguían pinchándome la yugular.
     
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    Zireael

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    Come on and collect us from the night [Multirol]
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    Ay diosito, bueno salen las notitas pero de una te etiqueto Amelie ¿Te acuerdas que te pregunté si me podía arrastrar a Takano al caos moderno con la yakuza y eso? Pues aquí está AJAJAJA

    En algún momento te etiqueté en la otra colección, la del tarot, así que te aviso desde ya que esta usa una estructura similar porque su base es también un mazo de cartas. En este caso es de animales espirituales, así que es un poquitín más sencilla sobre todo porque ando usando las cartas solas, no combinadas. Igual con este fic en específico quise buscar una carta para Takano, pero me costó un poco todavía y al final elegí una que servía más para la relación de ambos.

    La explicación express del mazo está en el primer post de la colección, just in case.

    De paso te aviso que esto es continuación de este primer fic, que es parte de la colección igual. No te etiqueté en ese porque todavía no había metido a Takano como tal y de hecho no mencioné su nombre como tal hasta esta segunda parte, que lo usa Yuzu y nadie más de hecho (?) Hay muchas cosas revueltas de la suerte de lore que ya está establecido, pero no hace falta que las entiendas a fondo creo, las que sí, te las dejo en spoiler.

    • Estamos ubicados temporalmente en 2020, sin pandemia, obvio (?)
    • Aquí tienen un año más que en SS, pero mantuve la diferencia de edad porque es parte del encanto de esto y nadie me lo va a negar (???). Lo que quiere decir que Yuzu tiene 21 y Takano 27.
    • Los Minami (y otros apellidos importantes de esa línea provenientes de SS) son descendientes directos de los clanes de SS, de los antiguos samurai de Japón.
    • Yuzuki es la líder autoproclamada de Minato en este universo, esto más o menos desde mediados de 2019. Lidera una pandilla conformada en parte por japoneses nativos, pero también por nigerianos que estuvieron presentes en ese barrio especial durante algunos años, cobrando por el ingreso a los bares y demás. Ella los llama sus perros salvajes y estos la apodaron Licaón, nombre del perro salvaje africano. Aún así, no está apadrinada como tal por ningún grande la yakuza, como sí ocurre con sus equivalentes masculinos en otros barrios.
    • El padre de Yuzu, Shiro, era parte de la estructura de la yakuza pero fue asesinado en las afueras de Shinjuku cuando Yuzu era más joven (ahorita se me escapa el dato que yo misma establecí). Los grandes le impidieron a Akari tomar el lugar de Shiro y Yuzu, resentida como ha sido siempre, se encargó de dejar en claro que lo tomaría ella entonces o al menos algo muy cercano.
    • De 2013 a 2018 Yuzu estuvo con otra pandilla asentada en Chiyoda con varios de los personajes que se mencionan en este fic y el anterior (Hikari Sugino, Arata Shimizu, Cayden Dunn y Kaoru Kurosawa, en su mayoría), conocida como Honō no Jakkaru (Flame Jackals, conocidos a secas como chacales), su líder Kaoru aka Yako, falleció en 2016 y resultó en la desarticulación de la pandilla a pesar de que los miembros restantes intentaron tomar su lugar. Durante este período le pierde el rastro a Takano hasta finales de 2019.
    • El lío del primer fic con Ryouta Shimizu, padre de Arata, se desprende de otro fic. Este hombre le debe dinero a Minato como se dice aquí, pero pretende exigírselo a su familia y Arata, luego de apuñalarlo, llama a Yuzu para decirle que Ryouta está en Shinjuku para que se encarguen de él. Esta lo busca durante un mes hasta dar con él, con tal de dejarle claro que no debe meterse ni con su barrio ni con los suyos fuera del barrio.
    Hay otras notas, pero esas siento que me joderían un poco la lectura así que las dejaré al final. Me quedó larguísimo esto xd ya sabes que siempre tiendo a escribir mucho, así que perdona. Ahí lo puedes checar cuando tengas tiempo.

    Para finalizar las notas de autor, dejaré esto y sabrás a lo que me refiero:

    [​IMG]
    [​IMG]



    [​IMG]

    don't fuck with the throne, that shit'll leave you gone
    you so unoriginal, you are just a clone
    bitch stay in your lane, don't say my name
    I'll set you to flames, no we are not the same
    set fire to rain, this the house of pain

    .
    rude boy, I know you afraid of the dark
    kidnap your soul and control your heart
    body disappeared, you outlined in chalk
    you been talkin’ reckless, watch the gun spark

    .
    you been talkin' reckless, you don't want a problem

    VIII
    [​IMG]
    The Golden Egg
    | From the Ether |

    FOURTH CHAKRA
    . Intimacy . Anahata . Unstruck .


    | Yuzuki Minami |
    | Takano Turusuke |








    Una seguidilla de emociones le pasó por la cara, de sorpresa a miedo, de miedo a ira, de ira a burla. Fue un cóctel maravilloso, para qué decir lo otro, y como buen Shimizu su furia se revolvió con sus eternas ganas de ser el bufón de todas las fiestas. Parecía que tenían una competencia sin fin con ellos mismos, buscaban superarse cada día en las estupideces que decían.

    Era probable que Arata prefiriera arrancarse la piel a jirones que saber que lo estaba comparando con este hijo de puta, el mismo que muy seguramente había tratado a su madre como saco de boxeo y el que se había ido para no hacerse responsable de los hijos que había concebido. Sin embargo, yo mejor que nadie sabía que teníamos cosas impresas en lugares que no podíamos ver.

    Había admirado a mamá por muchos años.

    Solo para darme cuenta más tarde que era la viva imagen de mi padre, de Shiro.

    Física y psicológicamente.


    —¿Del puto cabrón que me apuñaló hace un mes, dices? ¿Qué pasa? ¿Eres su zorra acaso? —soltó, ácido.

    Rodé los ojos con hartazgo, lo dejé ir de un movimiento brusco y me alejé un par de pasos, poniendo apenas algo de distancia. Vi en todos los que me rodeaban una tensión inmensa, un deseo contenido por reventarle la cara por haberme llamado la zorra de alguien y agradecí la intención mentalmente. Se contuvieron porque así como yo sabían que no era el momento de desatar el infierno ni por asomo, no todavía.

    —Tu deuda con Minato supera los cuatrocientos mil yenes —dije unos segundos después mientras comenzaba a rodearlo, mis pasos eran lentos—. Todos repartidos en diferentes bares y casinos del barrio. Si esa es tu deuda con nosotros, ¿cuál es la que tienes con el resto del Triángulo?

    —A las niñas no deberían importarles esas mierdas —respondió con la risa colándose en sus palabras e hizo un esfuerzo tremendo para conseguir incorporarse, al menos lo suficiente para ponerse de rodillas.

    —¿Le debes a Shinjuku, quizás? —pregunté todavía caminando a su alrededor—. ¿Shibuya? ¿Te gustan los pubs irlandeses acaso, Ryou-san?

    No respondió, cerró la boca como si tuviese un candado de combinación y me permití una risa baja. Dejé de caminar por fin, deteniéndome a sus espaldas, y suspiré con algo parecido al hastío.

    —¿Recuerdas el nombre que todos los nigerianos dijeron cuando te buscaron para cobrarte, Shimizu? —preguntó entonces Ginshō, tenía los brazos cruzados al frente y se había mantenido al costado derecho del espectáculo.

    —Masaru —soltó Ryouta de mala gana—. Se dice que es un hijo ilegítimo de un viejo ya fallecido de la yakuza, cercano a los grandes de Chiyoda antes de que cayeran los últimos chacales. Se hizo con buena parte del control de Minato hace unos dos años. Nadie le ha visto la puta cara al cabrón.

    —Escribir, Shimizu, ¿sabes hacerlo? —atajé con la burla bien impresa en la voz, el otro asintió con la cabeza y yo estiré la pierna para trazar líneas invisibles con la punta de la bota, aunque no me estuviese viendo—. El kanji de excelencia. Todo este rato has estado hablando con Masaru, te guste o no. Se ve que me aburrí del jardín de niños y esas cosas, me gustan más las partidas de shōgi de los viejos oyabun y los demonios que trajeron al mundo. No te equivoques tampoco, no soy la hija ilegítima de nadie, llevo la sangre de Minami Shiro.

    Guardó silencio y se quedó quieto como una estatua, me pregunté genuinamente si estaba respirando porque no daba la sensación. En algún punto tomó muchísimo aire por la boca dado que debía tener la nariz taponada de sangre todavía y lanzó la mirada al suelo, aunque una risa grave le hizo vibrar el pecho.

    Al estudiar su silueta me di cuenta que los hermanos de Arata habían sacado el cabello castaño de este tipo, de hecho se le parecían bastante físicamente, pero en todo lo demás no tenían ni una sola similitud. Los chicos eran tranquilos y amables. Era como si todo hubiese pasado directo a Arata sin escalas.

    —¿Por cuánto me vendió? El hijo de puta de Arata.

    Me reí, una genuina carcajada rebotó en las paredes del estacionamiento y lo rodeé para poder mirarlo de nuevo. Mi cabello siguió el movimiento, se balanceó golpeando suavemente mi espalda y el flequillo albino me hizo cosquillas en el rostro en el momento en que me incliné ligeramente para dedicarle una sonrisa de pura condescendencia.

    —Ni un solo yen —resolví suavizando el tono a conciencia—. Por el puro placer de verte reventado en alguna parte del corazón de Tokyo. Puede que incluso hiciera una deuda él mismo por este favor, ya que nos aseguraremos de que entiendas el mensaje.

    —¿Y qué, niña, vas a sacar un bate con clavos o qué cojones? —preguntó, hastiado de mi juego.

    Enderecé la espalda de nuevas cuentas, solté la risa de nuevo y caminé hasta posicionarme junto a Ginshō, cruzando las manos sobre el pecho. Miré a Shimizu, luego a mis muchachos y finalmente volví a mirar a mi general con el rabillo del ojo.

    Dos nigerianos alrededor, otros dos dando vueltas por el estacionamiento. No importaba por dónde se viera, Shimizu estaba jodido y lo sabía, por eso parecía haber dejado de luchar, lo que me hizo darme por satisfecha.

    Giré sobre mis talones, desenredé los brazos que tenía cruzados sobre el pecho y le di un toque en la cintura a Ginshō indicándole que me siguiera antes de comenzar a caminar en dirección a la salida del estacionamiento. Apenas unos pasos más allá alcé la voz y di la orden.

    —Que escupa a quiénes más les debe dinero fuera de Minato, podemos llegar a acuerdos con quienes correspondan. Si no dice nada… Bueno —comenté sin dejar de caminar y solté una risa nasal—, que el mensaje quede claro y déjenlo en el puente de Nakano. Si soporta la golpiza, entonces recuérdenle que no le ha visto la cara a Masaru en su vida.

    —¡¿El puente?! —gritó Shimizu por fin con una mezcla de ira y miedo visceral—. ¡En el jodido puente dejan solo sacos de carne, mocosa de mierda! ¡Hace casi dos meses dejaron a un puto crío allí, medio muerto!

    —¡Silencio! —espeté, mi voz hizo eco en el estacionamiento y aunque no me giré para mirarlo, supe que él y todos los demás habían dejado de respirar por varios segundos. El joven mi lado no era la excepción—. El imbécil de hace mes y medio fue obra de Taitō, se entregó él mismo a su superior y este hizo lo que correspondía. Tienes un jodido chacal tatuado, deberías tener bien claro cómo funciona el jingi.

    —Una mierda —masculló—. Los chacales de hace veinticinco años se pasaban el jingi por el culo. Lo mismo los de hace diez, solo cambió cuando metieron al bisnieto del viejo.

    Todo el cuerpo se me fue a neutro, fue como si me desactivaran uno a uno los engranajes y un frío terrible, de muerte, me corrió por el cuerpo. Ginshō se había quedado a mi lado y se dio cuenta, pero no estiró la mano ni siquiera para darme un toque que me trajera de regreso al mundo.

    Le di vueltas a un montón de cosas en un instante, saqué cuentas y retrocedí hasta los inicios de nuestros chacales, los Honō no Jakkaru de nuestro Kaoru. En ese proceso muchas piezas encajaron de golpe y tuve que pasar saliva.

    —¿El viejo? —preguntó Ginshō por mí, volteando el cuerpo a medias para mirar la silueta de Shimizu con el rabillo del ojo.

    La respuesta de Ryouta fue un siseo digno de una serpiente, se arrastró por el aire y me detuvo el corazón en el pecho, como si me hubiese encajado un arpón. No moví un solo músculo, pero entendí que a la larga todos éramos la misma clase de infelices. Tomábamos una piedra, la arrojábamos en el centro del agua y nos quedábamos mirando dónde salpicaba.

    —El Dragón de Chūo. Kurosawa Ryuu.

    Bisnieto del viejo.

    ¿Kaoru había nacido de la costilla de la yakuza?

    Los Kurosawa habían tenido la propiedad de Chiyoda desde antes de que nosotros naciéramos. Había pasado de mano en mano hasta que llegó al padre de Kaoru, ¿pero a quién le pertenecía realmente?

    Me obligué a aflojar el cuerpo, estiré la mano para darle una señal a mis muchachos y retomé la marcha para dejar el estacionamiento, seguida por Ginshō. Detrás de nosotros, cuando tomamos las escaleras para salir, se escuchó el ruido de la paliza, las maldiciones y demás. No tensé ni un músculo al oírlo, estaba terriblemente acostumbrada al sonido de la carne mancillada, llevaba oyéndolo desde que tenía menos de dieciséis años y cuando sabía que alguien merecía esa golpiza no se me erizaba ni un pelo.

    Estaba curada de espanto.

    Ginshō me dejó subir las escaleras primero, escuché sus pasos detrás de mí revueltos con el ruido que comenzó a perderse en las paredes de concreto hasta desaparecer y dejarnos solo con el sonido de nuestras pisadas, los autos afuera y la música amortiguada que salía de las discotecas de Roppongi. En determinado momento sentí un tirón suave en la camiseta, cuando solo nos faltaban un par de escalones para alcanzar la planta baja donde estaba la salida, y me detuve unos segundos.

    No era usual que él optara por tocarme ni nada parecido, había sido siempre arisco, pero últimamente se permitía esas cosas. De repente me ajustaba la ropa fuera de lugar o me quitaba el cabello de la cara o lo que fuese. Sentí que la tela caía en otra posición, así que asumí que ahora el primer caso, que se me había quedado enredada en sí misma o lo que fuese.

    —Yuzu. —Me llamó cuando retomé la marcha—. ¿Qué piensas?

    —Que el antiguo rey de Chiyoda se llevó un secreto a la tumba —admití sin demasiada dificultad—. No sabía que, bueno…

    —¿No entró por sangre? —preguntó ya caminando a mi lado.

    —No que nosotros supiéramos. Su padre es dueño de un minisuper en Chiyoda, la madre trabaja con él y su hermana menor recibió una beca en la Academia Sakura, en las afueras de Tokyo, donde estudiaba él antes de morir —solté sin más, caminamos hasta la salida y allí les indiqué a los tipos apostados en cada lado que no se movieran hasta que los que estaban adentro salieran y enderecé los pasos hacia el estacionamiento funcional donde había dejado la moto—. No sé qué hacía su abuelo, mucho menos iba a saber nada de su bisabuelo.

    —Lo llamó Dragón —añadió unos segundos después—. Alguien debe saber algo, si escarbamos lo suficiente acabaremos encontrando todo.

    —¿Qué más da, Takano? —atajé un poco de mala gana—. Yako lleva cuatro años muerto, el sucesor de Chiyoda nos rechazó y su hermana debería poder hacer vida normal ahora. No quiero restaurar un imperio a no ser que tenga posibilidades reales de prosperar, prefiero quedarme aquí en Minato con mis perros salvajes. Es más fácil y también duele menos.

    No respondió, siguió caminando a mi ritmo mientras avanzábamos y si no me metí a uno de los bares del barrio fue porque sabía que ese no era su ambiente. No me gustaba forzarlo a nada, incluso si sabía que era capaz de ceder si se trataba de mí.

    Unos minutos más tarde llegamos al estacionamiento y en lo que alcanzábamos el lugar donde estaba aparcada la moto saqué las llaves, que las había guardado en un pequeño bolsillo de los leggings. Ni siquiera pregunté, solo se las arrojé y volteé el cuerpo en su dirección para dedicarle una sonrisa que no dejaba espacio a negativas.

    —¿Me llevarías a casa? Estoy cansada.

    Bufó como un perro viejo, pero caminó hacia la motocicleta blanca apenas la ubicó y arrancó el motor en cosa de dos segundos. Lo vi comprimir los gestos, bueno, más porque ya venía con el ceño fruncido y después me miró.

    —¿Sin casco, Yuzu, de verdad? —dijo inmediato, regañándome—. Te vas a partir la cabeza un día de estos.

    Agité la mano para restarle importancia al asunto y subí a la moto detrás de él, acomodándome. No era la primera vez que le pedía que condujera, así que todo ocurrió con naturalidad y me sujeté a su cintura apenas estuve lista, presionándolo suavemente para indicarle que podía ponerse en marcha de una vez.

    Esa sola señal lo hizo meterle al gas, dejó el estacionamiento atrás en cosa de un parpadeo y se coló en el tráfico de Roppongi con la misma rapidez. Darle las llaves me permitió el pequeño privilegio de apoyar la cabeza en su espalda, cerrar los ojos y dejar que el viento me sacudiera de encima todas las desgracias que habían pasado en una sola noche. Desde la estupidez de Hikari hasta la revelación del padre de Arata sobre la familia de Yako; todo era un desastre y tenía la cabeza atiborrada de pensamientos ya. Lo menos que merecía eran diez minutos de descanso.

    El camino fue rápido, ni modo, y pronto estuvimos en Asakasa de nuevo donde estaba el apartamento que compartía con mis hermanas y del que había salido pitando al recibir la llamada. Takano aparcó la moto en el estacionamiento de los apartamentos luego de que el guardia de seguridad nos dejara entrar, así que bajamos y caminamos hacia el edificio en cuestión sin demasiada prisa. Total el fragmento oscuro del mundo lo habíamos dejado atrás, en Roppongi.

    —¿Quieres té, Takano? —pregunté mientras introducía la clave de la cerradura digital, era el cumpleaños de mi padre—. Tengo algo de sake que me envió mamá hace unos días también.

    Pensé que me diría que prefería el té, sabía que no era muy dado a eso de beber en general, pero guardó silencio en lo que entrábamos a la casa y yo volvía a cerrar la puerta. Fue hasta que nos quitamos los zapatos para cruzar el pasillo que habló, sonó bastante tranquilo.

    —Lo que te sea más fácil está bien.

    —¿Estás seguro? —insistí y él hizo un sonido afirmativo—. Bueno. Puedes sentarte en el sillón del salón, ya casi voy.

    Luego de decirle eso fui hasta la cocina, tomé la botella de sake de donde la tenía guardada y busqué un par de vasos de cerámica con calma. Me costó lo suyo encontrarlos, la verdad, estaba acostumbrada a beber fuera de casa, así que no era algo que usara con frecuencia. Incluso los enjuagué un poco pues tenían una fina capa de polvo encima.

    Cuando estaba caminando hacia el salón me acordé que en la mesa del cuarto contiguo, del comedor, habían quedado las tazas y la tetera en la que había preparado el té para Hikari. No me interesó recogerlas en ese momento, así que lo dejé estar y cuando llegué al salón me senté junto a Takano.

    Le pedí que me sostuviese los vasos para poder servir el sake, así que lo hice y pude dejar la botella en la mesilla de té del frente. Recosté la espalda, suspiré y me bajé el trago sin demasiados miramientos, él pretendió hacer lo mismo pero comprimió los gestos y me hizo soltar una risa.

    —Te ofrecí té —dije bastante entretenida con la situación.

    —Ya, pero tú querías beber algo, ¿no? —respondió luego de paladear un poco—. No era un gran drama tomar un trago para acompañarte.

    Lo había pensado aunque no se lo hubiese dicho directamente más allá de ofrecerle el sake, lo de que se me apetecía beber algo, y darme cuenta de que a pesar de su cara de perro viejo y todo estaba pendiente de mí me hizo sonreír. Cuando era pequeño no parecía interesado en siquiera mirarme, era un poquito frustrante, pero el paso del tiempo había fortalecido su carácter. Era brusco, sí, pero también era protector y lo sabía, lo tenía impreso en el cuerpo de la misma manera que yo.

    Además, puede que algunas cosas solo estuviesen destinadas a ocurrir.

    Lo pensé unos segundos, pero me estiré para dejar el vaso junto a la botella y cuando regresé la espalda al sillón aproveché para dejar ir algo de peso en su dirección. Se quedó quieto un instante antes de aflojar el cuerpo a conciencia y finalmente apoyé la cabeza en su hombro, de forma que mi cabello se medio desparramó sobre él.

    —Gracias por acompañarme a casa —murmuré—. Me aburro mucho cuando mis hermanas no están.

    —¿Se fueron con tu madre unos días? —preguntó, sentí su respiración rebotar en mi cabeza y parpadeé con pesadez.

    —Se quedaron en casa de una amiga suya, en Chiyoda. —Estiré la mano para alcanzar su antebrazo y me distraje trazando su nombre—. Oye.

    —¿Qué pasa?

    Me enderecé de repente, dejé de trazar en su brazo y lo miré con más intensidad de la que planeaba, porque vi que cierta confusión le pasó por las facciones. La tontería me hizo algo de gracia, pero todo lo que hice fue dedicarle una sonrisa cálida, de las de toda la vida, y eso le relajó un poco las facciones.

    —Nada, que me alegra que estés conmigo otra vez. Al menos ahora alzas a verme, no como cuando éramos niños. —Lo molesté, pues porque no podía parar quieta un segundo, y él desvió la mirada a algún punto frente a nosotros—. ¿Qué pasa, te molestaba la Yuzu pequeña? Aunque tiene sentido, eras un mocoso con alma de cuarentón y me sacabas seis años.

    —No entendía muy bien por qué hacías lo que hacías —confesó de repente mientras dejaba el vaso en la mesa también y yo me quedé estática—. Revolverte con personas que parecen no aceptarte del todo en tu espacio. Te sentabas a comer conmigo y me hablabas siempre que tus padres venían a casa, luego Shiro murió y te metiste de lleno en una pandilla sin preguntarle a nadie. En realidad, son pocas las veces que preguntas antes de hacer algo.

    Regresó la mirada a mí, se permitió una sonrisa floja y suspiró. El gesto le quitó algo de ese aire de fastidio que tenía siempre.

    —Te mueves de forma errática, haces todo por lo que sientes, por lo que te parece correcto sin responder a un superior y exiges lo que crees merecer. De repente nada más revientas un montón de granadas a tu alrededor, vuelta una furia, hasta que compruebas que las personas que amas están seguras. Entonces, como si nada hubiese pasado, tomas a los tuyos de la mano y los llevas a casa, les curas las heridas y los arropas. Si hace falta les cantas una canción de cuna y todo el asunto. Es como si quisieras reducir el mundo a cenizas, pero también cuidar de todos.

    Sonreí con suavidad, relajé la postura arqueando un poco la espalda y apoyé las manos en el borde del sillón a cada lado de mis piernas, pero no dejé de mirarlo. Observé su rostro, lo hice a conciencia, reparé en sus ojos cansados, sus facciones siempre tensas y la cicatriz como si no lo tuviese grabado a fuego en la memoria.

    Unos segundos después despegué una mano del sillón, la estiré en su dirección y deslicé el dedo índice con cuidado sobre su cicatriz. En su momento lo había avergonzado, pero con el tiempo había aprendido a ver esa marca como la señal de que, por fortuna, seguía con vida. Había sido un trabajo difícil que llegara a esa conclusión, pero lo hizo, y allí estaba ahora. Era el Takano que me aceptaba en su espacio, que admitía no entender mi forma de actuar y se bebía un trago conmigo solo para acompañarme.

    Lo había querido toda su vida, desde que lo tenía presente en la memoria, pero ahora ese cariño infantil había mutado. No podía decir que hasta ahora lo amara, simplemente dicho amor respondía a otras cosas, era de naturaleza distinta.

    —¿Y ahora me entiendes, cariño? —pregunté con calma, regresando la mano a mi espacio, y me di cuenta que algo de color le alcanzó las mejillas al escuchar el apelativo.

    Le hablaba así a mis chacales, a Takano no porque temía espantarlo, pero en ese momento no me importó. No lo hice con ninguna intención, fue solo porque quise y me pareció normal. Noté que le dio vueltas a mi pregunta, tomó aire y cuando exhaló asintió con la cabeza.

    —Puede parecer poco práctico, pero eso te da la fuerza que necesitas, ¿no? —reflexionó—. Como un generador o un auto con el tanque lleno, es el combustible. Eres capaz de guiar personas basándote en emoción pura porque no concibes el mundo de otra manera. Pretendiste tomar el puesto de Shiro dentro de la jerarquía de esa manera. A mi padre nunca le hizo mucha gracia.

    —¿A Kato? Dudo haberle hecho gracia en general en algún momento —comenté con algo de diversión colándose en mi voz—. Sabe que soy un torbellino de fuego y como tal controlarme es difícil.

    Me daba a mí que el cabrón intuía cómo acabarían las cosas desde hace mucho.

    —Cree que lo que las personas sienten resultará en errores fatales en momentos clave, o lo que los otros sentimos por los demás en específico.

    —Ambas formas de actuar tienen ventajas y desventajas, son estrategias y ya. Formas de lidiar con la vida. Yo no concuerdo con la manera de hacer las cosas de tu padre y él no concuerda conmigo. —Le dediqué otra sonrisa—. Pero sé que a veces necesito a personas como Kato, que funcionan basadas en lo que es útil y lo que no, porque si están bien posicionadas son las mismas que pueden salvarme el cuello del filo de la guillotina.

    —Tomas posturas neutrales en tanto las piezas se muevan de forma beneficiosa para ti —sopesó casi en un murmuro—. Sabes jugar mejor que antes, cuando apenas estabas entendiendo el tablero.

    —Es correcto —respondí mientras me estiraba para recoger la botella y los vasos de la mesilla, hecho eso me levanté del sillón—. Con el paso de los años le tomé gusto a jugar mis propias partidas de shōgi y a ver las de los demás. Aunque obviamente me siento más segura con mi general de plata en el tablero, porque juego una partida sin rey. Pasa que eso nadie tiene que saberlo, ¿cierto?

    Muévete como si tuvieras todas las piezas.

    Tu enemigo no sabe cuáles has perdido.

    Para cuando lo averigüe será demasiado tarde.


    No lo dejé responder, me retiré para dejar los vasos en el fregadero y la botella en la alacena, aunque ya en la cocina me bebí un segundo trago de tirón. Cuando dejé todo donde correspondía fue que regresé sobre mis pasos y noté a Takano caminando hacia la puerta principal, así que lo alcancé.

    —¿Ya te vas? —pregunté, el tono me salió más suave de lo que pretendía.

    —Tienes que descansar, mañana tienes que madrugar, ¿o no? Y ya pasa de la una —contestó sin dejar de avanzar y yo, que seguía a su espalda, hice un mohín—. Podemos comer juntos en la noche si quieres, en algún restaurante del barrio o lo que prefieras.

    Se colocó los zapatos sin prisa y estiró el brazo para abrir la puerta, pero yo colé parte del cuerpo para alcanzar a cerrarla de un movimiento bastante firme. De paso me sirvió para deslizarme entre él y la salida para mirarlo directamente, aunque lo que me recibió fueron sus ojos confundidos.

    Eché la espalda contra la puerta, crucé los brazos bajo el pecho y suspiré con cierta pesadez. Alcé el mentón, orgullosa, y me valí del ligero calor que los tragos de sake me estaban provocando para soltar la estupidez de turno, la que tenía atorada hace meses. En ese momento no supe si lo dije porque quería borrarme el beso de Hikari de la mente, porque sabía que no significaba nada, pero Takano llevaba mucho tiempo haciéndose el tonto o lo que fuese.

    —Quédate conmigo. —La cosa estuvo a nada de ser una orden—. ¿A ti qué te tiene que estar importando si debo madrugar o no? Dios, Takano, aprende a leer el ambient-

    La frase se quedó a medio camino, la contundencia de lo que le dije bastó para ponerlo en movimiento por fin, la confusión se desvaneció de sus facciones y cuando quise darme cuenta prácticamente me cayó encima. Su cuerpo encontró el mío, me presionó contra la superficie a mi espalda y me besó, fue cuidadoso al principio, como si no tuviese ni puta idea de lo que hacía, pero de repente profundizó el contacto sin aviso.

    El imbécil me había pillado en frío.

    El cuerpo me pasó de cero a cien en cosa de un instante, una ola de calor me bañó incluso antes de reaccionar como tal y lo que se me escapó fue un suspiro que fue a morir contra su boca. La estupidez fue digna de una mocosa de quince años, inexperta, pero no pude contenerla y solo después logré conectar los cables suficientes para corresponder el beso. Me empujé en su dirección, lo besé sin disimular que llevaba deseándolo muchísimo tiempo y mis manos encontraron su pecho, se deslizaron a sus hombros y terminaron por entrelazarse detrás de su cuello, atrayéndolo hacia mí.

    Se despegó de mi boca apenas lo suficiente para deslizar los labios a mi mentón, luego a la línea de mi mandíbula y finalmente alcanzó mi cuello. Me dejó un solo beso superficial allí, pero bastó para continuar alterándome la respiración y solté un suspiro al aire. Su brazo encontró mi cintura, se enredó a ella con firmeza despegando mi espalda de la puerta y me levantó del suelo sin demasiado problema; las piernas me reaccionaron de inmediato rodeándolo y apoyé el peso de mi torso en sus hombros al afianzar mis brazos ahí, mientras que mi rostro quedó medio hundido cerca de su cuello.

    Sentí el cabello desparramarse en mi espalda, también en mi rostro y aunque ya no me estaba mirando me permití una sonrisa de dientes descubiertos. Fue oscura que dio gusto, supe que me acentuó las facciones asilvestradas, y se me escapó una risa ronca que vibró contra su cuerpo.

    Fue la risa de quien logró su único cometido.

    —Mierda, Yuzu, ¿no puedes estarte tranquila dos segundos y dejar de cambiar los planes a todas horas? —reclamó, pero me di cuenta que el tono de su voz había bajado un par de octavas lo que lo delataba tanto como su reacción a la provocación inicial.

    Sus dedos se presionaron con algo de fuerza añadida en mi cintura, sentí la presión cerca de las costillas e imaginé que fue para evitar que me resbalara de su agarre o algo, pero la cosa me lanzó un chispazo por la columna. Parpadeé con pesadez, solté el aire de la misma forma y tuve que contener las reacciones de mi propio cuerpo.

    —Dicen las malas lenguas que siempre consigo lo que quiero —murmuré ya que no hacía falta alzar la voz por la cercanía—. Llévame a la habitación de una vez. ¿O te piensas que puedes besarme así e irte por dónde viniste?

    Al final quizás no fuese nada más que una niña de papá que había llevado todo demasiado lejos.

    Reajusté la posición con tal de buscar sus labios de nuevo, lo hice sin ninguna clase de pudor y cosa de un par de segundos después de haberlo besado lo insté a separar los labios para profundizar el beso. Al colarme en su boca el cuerpo entero volvió a hacerme combustión, me pegué más a él y suspiré sin detenerme. Sentí sus dedos volver a presionar mi cintura y su mano libre se deslizó por mi espalda baja, se movió bajo mi camiseta y me rozó la piel directamente, lanzándome un escalofrío por el cuerpo.

    Estuve por detenerme solo para reclamarle que siguiera allí en medio del pasillo, pero volvió a reaccionar y entonces dirigió los pasos a mi habitación por fin, la que había dejado con la puerta abierta por la carrera de antes. No rompí el contacto al darme cuenta, me empujé en su boca con algo más de insistencia y deslicé mis manos por sus hombros, solo por el placer de tocarlo, luego delineé su cuello y dejé las manos allí, en la curvatura entre una cosa y la otra. Su piel estaba caliente, notarlo me arrancó una risa que murió contra sus labios.

    La habitación estaba casi por completo a oscuras, la única luz que había quedado encendida era una lámpara en el escritorio. A Takano le correspondió el trabajo de ubicarse espacialmente, cómo lo hizo me dio igual, pero su agarre alrededor de mi cuerpo se aflojó medio de repente y pronto mi espalda encontró el colchón de la cama, aunque mi vi forzada a detener el beso por eso mismo.

    Abrí los ojos despacio, algo aturdida, y vi su silueta sobre mí; escuché también el sonido de sus zapatos al caer al suelo y le sonreí con ganas. Fue la misma sonrisa de antes, solo que esta vez sí me vio y algo en su rostro cambió, un chispazo de diversión le cruzó por la mirada, se revolvió con alguna otra emoción que no acabé de identificar y la sonrisa se me estiró más en respuesta, él reflejó apenas una fracción del gesto.

    —No me mires como si acabaras de descubrir que te gustan las locas o algo así —murmuré, dejé caer los brazos a los costados de mi cabeza y jugueteé con mi propio cabello ahora desparramado sobre la cama—. ¿No fuiste tú el que dijo hace unos minutos que actuaba basándome en emoción pura y no sé qué?

    —Tampoco es que piense tanto en lo que digo cuando se trata de ti —respondió y se inclinó más hacia mí, lo hizo para dejarme un beso en la comisura de los labios—. No das tiempo a casi nada.

    —Si me siento a esperar algo me aburro —atajé con un tono que lo hizo sonar a berrinche—. Prefiero buscarlo de inmediato y tú te haces mucho del rogar.

    Estiré las manos hacia él, encontré su camiseta y colé las yemas de los dedos primero, justo al borde de sus pantalones, y lo sentí respirar con pesadez. Continué con el numerito, deslicé las manos por completo bajo la tela y comencé a subirla, rozando su piel de vez en cuando.

    Mientras hacía eso fui consciente de que Takano se había mantenido a mi lado durante varios meses ya y aunque fuese mayor, más centrado y bastante más inteligente, me trataba como una igual desde hace tiempo. Habían decisiones que me dejaba a mí, incluso si le correspondían, contrario a lo que habían hecho los grandes de la yakuza al dejar a mi madre fuera cuando mataron a mi padre. Puede que le hubiese tomado años, pero ahora Takano me reconocía porque era yo, no porque fuese una Minami ni porque me hubiese colocado un nombre masculino para hacerme respetar en un mundo donde prácticamente todas las mujeres terminaban aplastadas.

    Sin embargo, ahora tenía su cuerpo sobre mí y fui consciente como pocas veces de esas diferencias. No sabía si yo corría para alcanzarlo o él relentizaba el paso para no dejarme atrás, pero ahora mismo se había quedado en los escalones de arriba, donde parecía estar siempre, y me miraba desde allí. No me preocupó, solo me hizo sentir genuinamente pequeña luego de años de jugar como si fuese la maldita reina de tablero cuando no era más que el caballo.

    Detallé su silueta con la vista, sus facciones, la cicatriz del rostro, la tensión en sus músculos y el peso de sus brazos al sostener su cuerpo encima de mí, cuidando no aplastarme. Me di cuenta allí, luego de mucho tiempo, de que quizás fuese débil a esto justamente, a la existencia de una persona fue tuviese la fuerza, el cerebro y la intención de protegerme cuando era yo la que pasaba protegiéndolos a todos.

    Por eso caía a los pies de reyes y generales como una estúpida.

    Pero no hacía más que jugar con peones como Hikari.

    Lo guié para que se quitara la camiseta, el imbécil siguió haciéndome caso y la prenda fue a dar al suelo. Volvió a inclinarse, me besó la mejilla, bajó al mentón y giré el rostro cuando pretendió regresar a mi cuello, donde sentí su respiración primero y sus labios después. Me di cuenta que dudó varios segundos, pero pronto presionó la lengua contra mi piel y se me arqueó la espalda en respuesta.

    —Ya te vale de ser tan mojigato, ¿no? –Me quejé en voz baja.

    —Y a ti ya te vale de reclamar por todo, ¿no? —replicó y su respiración volvió a chocar en mi cuello.

    Solté el aire por la nariz en algo bastante parecido a un bufido, en cosa de un par de segundos subí las piernas para ajustarlas en su cadera y empujé hacia la izquierda, usando la fuerza del lado derecho del para desbalancearlo. Apenas logré hacerlo caer en la cama encajé una rodilla a cada lado de su cuerpo, ajusté mi posición y me acomodé justo sobre su entrepierna con toda la maldita intención del mundo. Me moví despacio, molestándolo, y lo miré desde arriba aguantándome la risa. Lo vi respirar lentamente, tragó grueso y puede que buscara contenerse a sí mismo, pero sus caderas empujaron hacia arriba en mi dirección, acentuando el contacto, y al mismo tiempo dejó las manos en mis muslos.

    Me permití una risa baja, fue más parecida a un ronroneo que otra cosa y mientras usaba una mano para retirarme el cabello del rostro comencé a marcar un ritmo lento pero constante. De vez en cuando me presionaba contra su entrepierna con más ahínco, suficiente para que se me escapara un suspiro que no estaba demasiado lejos de transformarse en un gemido y de hecho cuando dejé salir el segundo de esos busqué su mirada, tenía los ojos clavados en mi torso y me tragué la gracia.

    Me miró un segundo a los ojos, supuso que le reclamaría por algo y antes de dejarme abrir la boca sus manos encontraron mi cintura, sus dedos volvieron a sujetarme con fuerza añadida y me empujó hacia abajo, hacia él, aumentando la presión del contacto. Sus manos se colaron bajo mi camiseta después de eso, rozó la piel de mi cintura, de la espalda e incluso del vientre y se me aflojaron las piernas en respuesta.

    No dije nada, pero me harté de esperar así que me quité la camiseta yo misma para lanzarla por ahí y busqué sus manos para guiarlas de donde se habían quedado hasta mis pechos, así fuese sobre el sujetador. Lo hice presionar, me permití un suspiro más pesado y seguí perdiendo la paciencia, porque busqué el broche de la prenda, lo solté y la lancé al suelo con evidente prisa, solo para que sus manos encontraran mi piel descubierta.

    Vete a saber, pero eso pareció reventarle las inhibiciones a él también porque apenas unos segundos después me sujetó por la cintura, invirtió las posiciones otra vez y buscó deshacerse de toda la ropa que quedaba en medio. Estuve por detenerlo para preguntarle si estaba seguro, pero no quedó más que la intención porque me besó de nuevas cuentas y aunque me faltó poco para corresponderle con la misma ansiedad de antes, noté que su intención fue completamente distinta.

    Si bien el beso fue profundo no cargó nada de la desesperación inicial del pasillo, la que había iniciado el desastre, y seguía confirmando lo que acababa de pensar. Que podía darle el control de todo a este idiota brusco, que cuidaría de mí como no cuidaba de nadie más y que me amaría con la misma fuerza con la que era capaz de protegerme.

    Me había tomado demasiado tiempo darme cuenta, ¿verdad?

    Que ya me amaba a su manera.

    La habitación, todos los desastres que nos rodeaban y el mundo entero se redujeron a nada con ese contacto, en el momento en que se fundió conmigo finalmente. Cada movimiento de su cuerpo en compás con el mío continuaron empujándome a hacer ignición, a quemarme viva como tanto parecía disfrutar de por sí incluso en otros contextos y me entregué al frenesí al que lo había arrastrado, aburrida de esperarlo. Después de todo era solo una fracción de lo que llevaba deseando por meses.

    La tranquilidad que encontré después, cuando supe que se quedaría en mi cama el resto de la noche y que despertaría junto a mí sería otro de los fragmentos que anhelaba. Me di cuenta algunos minutos después, envuelta entre sus brazos, me había acurrucado de cara a su pecho y cuando reconocí lo calmada que me sentía me revolví apenas lo suficiente para alcanzar su rostro con las manos.

    Estaba medio dormido ya, pero reaccionó a mi tacto e inhaló profundamente, sin abrir los ojos. Su mano navegó mi cintura suavemente en una caricia ligera que me transmitió parte de su somnolencia.

    —¿Necesitas algo? —preguntó en voz baja—. Creí que te habías dormido ya.

    Le acaricié las mejillas con un mimo ridículo, subí por sus pómulos y terminé peinando sus cejas suavemente con las yemas de los pulgares durante unos segundos. Acaricié su cabello también antes de estirarme y darle un beso en la punta de la nariz, el gesto lo hizo sonreír apenas, pero no me pasó inadvertido.

    —Me gusta cuando sonríes por mí —murmuré y lo que solté después le lanzó algo de color al rostro—. Te ves guapo. Aunque cuando te avergüenzas te ves lindo.

    —Ya duérmete, Yuzu. —Supuse que pretendía ser un regaño, pero el tono no era el de uno—. Te iré a dejar a tus clases para que duermas un poco más, pero ya quédate quieta, ¿quieres?

    —Sí, General —bromeé antes de volver a acurrucarme en sus brazos.

    Era una estupidez, pero por mucho que hubiésemos tomado responsabilidades que quizás no le correspondían a unos veinteañeros o incluso antes, responsabilidades que no les correspondían a unos adolescentes, en esos pequeños espacios donde no estábamos a los ojos del mundo parecía que nos tomábamos todo como un juego. Era siempre un tira y afloja, pero al final él dejaba de planificar todo y yo renunciaba a mi necesidad de cuidar de todo el mundo.

    Incluso si parecíamos un par de niños buscando que el otro cediera, el caso era que juntos podíamos descansar un tiempo. Éramos capaces de dejar esas funciones para las que habíamos nacido, las que definían nuestras vidas.

    Podíamos solo elegirnos mutuamente como compañeros a pesar de los pronósticos. En un mundo donde habíamos sido criados para proteger a los reyes, para servirles, al menos por un tiempo podíamos fingir que al único rey y a la única reina que debíamos proteger éramos nosotros mismos.

    Porque puede que al final del día fuésemos la misma pieza en el tablero de shōgi, incluso si no lo sabíamos o si yo fingía ser de otra clase. Quizás a la larga solo pretendiéramos proteger a otro para poder seguir huyendo de nosotros mismos, de lo que sea que se gestaba dentro de nuestro pecho como un torbellino.

    Algún día acabaría por estallar y arrasaría todo a su paso. Sería nuestra condena, ¿cierto?



    • Le di algo de vueltas, pero al final apodé a Takano Ginshō, literalmente como el General de Plata del shōgi. Lo saqué directamente de SS y de un fic tuyo de hace tiempo, que de hecho lo hiciste por una canción que te asigné yo en una actividad. Lo releí antes de postear y saqué algunas cositas de ahí también, porque me sigue pareciendo interesante poder leer a Takano desde allí.
    • Soy pendeja y corté bastante de la segunda parte del fic, en sí porque me da vergüenza dejarme ir con todo (???) incluso si tengo mucha cosa publicada en ese rollo xDD Así que si de repente se siente algún corte abrupto fue por eso. Me falta confianza, qué te digo :astronauta: A pesar de todo, mucho de esa parte lo saqué de la borrachera en Nagano y tal, como podrás imaginar.
    • Masaru es el nombre masculino que usa Yuzu en casi todo sitio donde no se presente físicamente, pues sabe que las mujeres son aplastadas en la estructura de la yakuza o relegadas al fondo. Corresponde al primer kanji de su nombre, eliminando el de luna.
    • La relación de los hijos de Kato con Yuzu en este universo la tengo super en el aire, es importante porque ya sabes que mucho de su personaje se revuelve alrededor de ellos, pero pues nada. Tampoco me quiero venir tan encima, así que de momento lo más establecido es lo de Takano en este fic.
    • Esta carta del Huevo Dorado está asociada al cuarto chakra, el que está en el pecho. Se asocia al aire, al sistema respiratorio como tal, y al corazón, con ello también está relacionado a nuestra capacidad de amar o de ser compasivos, además de que tiene bastante que ver con el autoconocimiento (quiénes somos, cómo queremos relacionarnos con lo que nos rodea, etc) Este chakra puede ser entendido como un sonido que solo somos capaces de oír al pausar nuestro ritmo de vida.
    • Notita final de agradecimiento por dejarme arrastrarlo aquí, aunque ya había hecho una mención muy ambigua a él en un fic viejo preferí pedirte permiso antes de traerlo de forma definitiva. Es super equis, pero incluso cuando no era más que un cascarrabias ya me gustaba su personaje, así que le guardo mucho cariño que luego fue creciendo por su relación con Yuzu. Eso <3 vengo con super atraso, pero incluso puedes pensar que es un regalito por tu cumple.
     
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  9. Threadmarks: IX. The Cheetah [Pokémon II]
     
    Zireael

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    Come on and collect us from the night [Multirol]
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    Drama
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    11
     
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    4000
    No se crean, no ando escribiendo en modo diablo (?) Estoy sacando fics que dejé atorados por meses y meses para ir limpiando mi doc de inconclusos en drive de una vez por todas, en lugar de borrarlos como hice más de una vez. En fin, este fic es canon para el background de Cay en Pokémon y sucede como a los 17 años del niño, antes de que consiga un patrocinador para el torneo. Corresponde a una serie de fics que tenía planeados con Cay, el primero que está ubicado en el presente del rol es este: The Elk.

    Cuando me senté a releer esto no recordé cuál canción usé para escribirlo, así que me puse a buscar otra y al final terminé en las nuevas rolitas de NBT, god bless them. Me puse emocional con el cierre, eso sí lo añadí hoy y culpo de ello a la canción (???)

    Siempre que me siento con el Cay de Pokémon me entra tremendo bajón por tantos motivos que me da pereza enlistarlos. Quisiera pensar que el niño tiene el potencial de alcanzar a ser como el Cay de Gakkou, que puede sentir ese amor y esa alegría, pero en este punto no sé qué va a ser de él. No sé en qué va a evolucionar y es que al ver hacia su pasado siento que era incluso más cercano a su personalidad de Gakkou previo entrar al torneo de lo que lo es ahora y pues es bien triste. Ahora está amargado y solo, como lo pensé al hacer su ficha. Man that really did not age well.

    Como sea, creo que no tengo más que añadir así que dejo el ficazo.




    [​IMG]

    I've been thinkin', babe, maybe you're right
    when you said the pain weathers in time
    we're just waitin' for a change to follow

    .
    took in the lonеly view
    got unattached
    gringer of the calm
    your arms wrapped around when the fever took
    thought I was gone for good
    you brought me back

    .
    we don't always get all that we want
    redefine the pain to something more
    and we shall overcome as we've done before


    IX
    [​IMG]
    The Cheetah
    | Apex Predator |

    BALANCED
    . Success . Momentum . Attraction .


    | Cayden Dunn |







    Supongo que a nadie le sorprendía en sí mismo el hecho de que hubiese decidido participar en el torneo, no en casa quería decir, donde se conocían mis dicotomías al derecho y al revés. Era introvertido al punto de lo incomprensible, adoraba mi tiempo en soledad, el silencio, y me lo pasaba bomba si me dejaban, no sé, encerrarme en mi habitación a jugar videojuegos cinco horas de corrido o leer un libro cualquiera. Aún así estaba escrito en mis movimientos, en mi manera de enfocarme como un jodido loco en ciertas cosas, lo mucho que quería que alguien me notara.

    Me admirara.

    Me reconociera y me asignara un rostro.

    Recordaba haber sentido esa necesidad estúpida desde muy pequeño, ese deseo por atención de personas que no fuesen mi familia directa, es decir, mi madre y ambos tíos. No sabría decir si nacía de la envidia pura o no, pero si de algo estaba seguro era de que estaba cansado de ver siempre al mismo molde de persona conseguir la atención, el reconocimiento. ¿Qué era lo que me tocaba los huevos? Que eran siempre los que estaban en el espectro opuesto.

    Gente que no era una bola de introversión, que hablaba un montón, que se veía activa de forma directa. Pensaba que había personas como yo, o solo que estaba yo allí, mirando, pero podía conseguir un atisbo de ese reconocimiento sin dejar de ser quien era, sin tener que colocarme una máscara. Era una idea infantil, un sueño de humo, lo sabía, pero no podía sacármelo de la cabeza.

    No era una cuestión de poder, no quería colocarme por encima de nadie o mandar a un grupo de idiotas, todo lo que necesitaba eran las miradas y ya. Quería demostrar que no hacía falta que me cambiara a mí mismo, al menos mi núcleo, para alcanzar ese tipo de cosas. El reto me lo había puesto yo solo al ser relegado al fondo, como un extra en mi propia vida, un personaje de relleno.

    Qué poco sabía. No era más que un ingenuo.

    Había tenido mi período de adolescente insoportable algo tardío si debíamos ser honestos, fueron dos o tres años a partir de los catorce que le di dolores de cabeza a mamá y a mis tíos bastante de gratis. Supongo que la crisis de identidad se tomó su tiempo para aparecer, aunque se viniera gestando desde que era un crío.

    A ver, no significaba que fuese un criminal juvenil, al menos no en todas las de la ley o eso pensaba yo, pero sí me la pasaba fuera de casa y tenía juntas un poco cuestionables en sí mismas. Gente que se había salido de la escuela, que se dedicaba a puras mierdas, y allí estaba yo con mi cara de no poder pisar un Wurmple sin echar a llorar. Algunos los había conocido de niño antes de que se fueran al traste, a otros no y eran gente de Rococó o de Villa Cruce directamente, conocidos de los demás.

    El caso era que solo había acentuado lo de siempre, porque hacía y deshacía sin involucrarme, como si quemara todas las posibles conexiones con las personas y a veces esas personas eran mi propia familia, no iba a negarlo. Hablaba poco, daba respuestas de cajón y vivía con eso sin más, no me hacía falta profundizar demasiado. La cosa había escalado en cierto período de tiempo, debía insistir, a secas en algunas ocasiones pasaba la noche en la casa de alguno de los chicos con los que me juntaba y cumplía con las responsabilidades mínimas de puro milagro, apenas para no quedarme relegado y ya.

    Igual nunca fui ningún genio, estaba dentro de mi comportamiento esperado.

    Mamá me llamaba o lo hacía tío Finnian para preguntarme si llegaría a casa y una mayoría de las ocasiones la respuesta era negativa. Les decía que me quedaría en la casa de un amigo, fin de la historia, no había mucho más. Incluso si no sabía si llamar amigos al cien por ciento a estas personas, siendo que no eran demasiado diferentes a fantasmas que a pesar de todo confiaban en mí.

    No era ningún santo, pero tampoco era, no sé, un enviado del Mundo Distorsión ni una mierda así. Si al final cedí a mis juntas era porque era solo un mocoso y allí me sentí parte de algo, fue de esa forma que acabé haciendo alguna que otra cosa de dudosa moral.

    Tuve manos livianas toda la jodida vida, esta gente no tardó en darse cuenta, y un par de veces me levanté cosas que las personas dejaban a plena vista sobre todo en Villa Cruce por el ajetreo general de la ciudad. Nunca me las quedé, ellos las vendían ni idea de a quién, y yo solo veía algo del dinero. No era demasiado, no me iba a forrar, y tampoco lo necesitaba porque mi padre fantasma me mantenía con más lujos de los que uno esperaría, pero siempre había sido caprichoso o codicioso a secas, así que lo tomaba.

    Lo otro fue que me encargué de la distribución de… algunas cuestiones. Cerca de los dieciséis estos jodidos decidieron que mi cara serviría de algo, así que me enviaron en más de una oportunidad a hacer intercambios de dinero y prácticamente lo que necesitaran en el momento en resumidas cuentas. En grandes rasgos era porque tenía cara de crío, juraba por Arceus que un Yamper debía dar más miedo que yo, y no levantaba sospechas sin importar lo que hiciera.

    Acepté todas las veces, ni modo. Significaba algo de dinero para mí eso ya estaba dicho, pero también era una meta y se sabía que funcionaba en el mundo en base a una checklist. Ni idea si era para mantener la mente ocupada o qué, no me lo planteaba demasiado si debía ser honesto y lo dejaba correr con una facilidad estúpida.

    Sin embargo, fueron estos mismos salidos los que me lanzaron en la cara otra opción, porque no iba a mentir diciendo que el torneo me había caído del cielo ni nada parecido, es decir, me lo había planteado pero no tomé una decisión como era usual. Fue una noche, ya bastante tarde, hace relativamente poco tiempo que estábamos cuatro o cinco reunidos en el puente de Cruce. Ya para ese momento era parte del paisaje, formaba parte de los mayores digamos, y cuando empezaron a pasar una botella la recibí con la naturalidad de quien lleva allí media vida o algo.

    —Ya oyeron lo de la liga de gimnasios, ¿no? Lo del torneo —preguntó la única representante femenina del grupo de la desgracia—. La primera de Gérie y no sé qué.

    Varios asentimos con la cabeza prácticamente como reflejo, junto a la botella había comenzado a rodar cigarro liado por uno de los chicos y cuando llegó a mí, acompañado del mechero, lo volví a encender porque se había apagado. Le di una calada profunda antes de extenderlo hacia el siguiente y liberé el humo mientras apoyaba los brazos en la baranda del puente.

    Nyx se había liberado de su esfera sin permiso de nadie, era todavía una pequeña Nickit, pero llevaba un par de años acompañándome. Se sentó en la baranda con la cola hacia el lado de la calle y no miró a nadie en realidad, mantuvo los ojillos pegados al paisaje.

    —Gloria, fama, no sé qué cojones más —atajó otro casi en voz baja—. Dicen que conseguir un patrocinador cuesta un huevo y medio.

    —Ninguno de nosotros es bueno combatiendo de todas formas —respondió la chica de vuelta, la botella acababa de alcanzarla así que le pegó un trago antes de seguir hablando—. Si acaso Cayden se salva y quizás sea solo porque al resto se nos da como el culo, además, ¿nos has visto las caras? No servimos para la tele.

    El silencio se instauró, aflojé algo más de mi peso en la baranda y solté el aire despacio al sentir que Nyx se subía a mis hombros, rodeándome el cuello con su cola como era costumbre ya. Cerré los ojos un instante, la botella siguió girando, el porro igual y como yo estaba en otras esa ronda me saltaron.

    A veces pasaba un coche, algunas personas, algún pokémon nocturno o la fuerza de la corriente del canal aumentaba. La verdad era que Cruce tenía movimiento a todas horas, pero aún así en ese momento estaba ya bastante reducido. La mayoría de sonidos provenían de nuestro grupo que estaba allí consumiendo aire y poco más.

    —No perdería nada intentando —murmuró el mayor de todos, el que fungía de líder quisiera o no, y se había quedado callado hasta entonces—. Cayden, quiero decir. Es el único que tiene cara para ello, ya saben… Mareep degollado. Qué sé yo, entrenando un equipo decente quizás logre algo, tan siquiera representar a Gérie en su propio torneo.

    Cierta tensión me cayó encima porque sentí los ojos de todos sobre mí, aún así no me moví de mi posición y si acaso intercambié el peso de un pie al otro, todavía apoyado en la baranda. El pelaje de la cola de Nyx me hizo cosquillas al ser agitado por el viento, ella se acomodó sobre mis hombros con mayor ahínco y di por sentado que se quedaría dormida allí, porque así era.

    —Ya lo dijeron, conseguir un patrocinador cuesta un huevo —respondí pasado un rato sin alzar demasiado la voz.

    —Que sea complicado no significa que sea imposible —atajó casi encima de mis palabras el mismo de antes—. Insisto, con tu cara debería colar. Además de un poquito de insistencia.

    Me llené los pulmones de aire con cierta fuerza, en realidad no sabía qué era lo que me incomodaba en sí mismo, el hecho de que estuviera insistiendo o que hubieran dado, sin querer, con esa necesidad de ser el foco de atención. A lo mejor era un poco de ambas, ni idea.

    De la manera que fuese, despegué el cuerpo de la baranda, giré el rostro en su dirección y mis ojos encontraron los suyos. Eran de un tono poco común, para qué mentirnos, el naranja refulgía con una intensidad estúpida, digna de un tipo fuego, y a pesar de que su cabello era terriblemente negro solo esa chispa cálida en sus ojos parecía rivalizar con mi propio rojo y ámbar.

    El imbécil debía haberse tragado el sol en la otra vida o algo.

    Me sostuvo la mirada sin problemas, la calma que había en sus gestos era exagerada y era uno de los pocos allí que no tenía pintas de criminal, la verdad. Me podía jugar las manos a que incluso venía de una buena familia, así realmente nunca hubiese hablado de eso, pero algo en el brillo de sus ojos lo decía; en la chispa que a otros les faltaba.

    —En tu casa te apoyarían —añadió, su voz fue casi un murmuro y por alguna razón me sonó incluso más cercana que antes. Fue como si una correntada de aire se hubiese metido por las rendijas de una puerta que ni yo sabía que estaba cerrada. Cuando estaba por decir algo me dejó las palabras en la boca—. Siempre te llaman cuando es tarde, ¿no es así? Y pocas veces es para llamarte la atención, lo hacen con genuina preocupación. Si les dices del torneo no van a ponerte pegas.

    El cabrón había metido la mano al estante, sacado un libro que había resultado ser yo y lo leyó a sus anchas. Ni siquiera me había interesado nunca en hablarles de eso a ninguno, tampoco di por sentado que se hubiesen interesado en husmear cuando recibía las llamadas ni nada del estilo, pero había resultado ser el caso.

    Lo había dicho con la tranquilidad de quien sabe que lleva razón, el que no debe discutir su argumento. Con algo tan sencillo había demostrado por qué los demás simplemente lo habían reconocido como la cabeza del grupo y era que se alzaba por encima de las cosas, se adelantaba y pocas veces dejaba huecos por los que escapar o discutir.

    —¿Y el patrocinador? —atajé, fui algo brusco sin querer y él se tragó una risa, me di cuenta.

    —Eres obstinado. Lo llevas escrito en todo el cuerpo, incluso si cediste a nosotros —respondió como si no fuese nada del otro mundo—. Si de verdad te interesa vas a hacer lo que tengas que hacer para conseguirlo, así que no pasa nada. Si es lo que quieres para cuando te des cuenta tendrás a tu glorioso patrocinador y nos dejarás para irte a recorrer toda Gérie.

    Suspiré con cierta pesadez, eché el peso del costado del cuerpo contra la baranda y Nyx se revolvió en su lugar sobre mis hombros, acomodándose. La brisa nocturna arrastró el aroma del agua que corría bajo el canal, fue fresco, y pensé en el Lago de la Calma por alguna razón, como si el aire hubiese levantado algo que me recordó mi hogar, con el frío y la nieve.

    Parecía que me había escupido un Arcanine, pero mi verdadero hogar era allá, en aquel pueblito de retirados donde todo era blanco y celeste. Allí había crecido, era donde me sentía cómodo y a donde volvería cada vez que me sintiera perdido, o al menos a donde Nyx me arrastraría.

    —Cay. —Me llamó, trayéndome de regreso a la tierra—. Ve a casa hoy.

    —¿Ah?

    Me di cuenta tarde de que los otros habían permanecido callados, pasaban la botella y el porro sin intervenir. Nadie se los había tenido que decir, se dieron por entendidos apenas él tomó la palabra y lo dejaron hacer su cosa, como si fuese el maestro de ceremonias o el líder de una secta. Este idiota estaba subido en un trono de aire, nosotros se lo habíamos cedido.

    —Que vayas a casa —repitió con algo más de firmeza en el tono—. Te llevo.

    No dejó espacio a negativas realmente, de la única esfera que cargaba en el cinto se liberó un Corviknight que permaneció a su lado, suponía que el pokémon era de su familia. El rozar de sus plumas fue un revoltijo entre el tintineo de una campana y el ruido de una cuchilla al afilarse, miró al chico y luego a mí en un silencio sepulcral, esperando órdenes.

    Acepté sin más, sabía que no había por dónde rechazar esa oferta, así que regresé a Nyx a su pokéball y más temprano que tarde me dejaron en Sereno. El frío se ponía algo pesado en la noche, sobre todo por la nieve, así que bajé del tipo volador apenas aterrizó y le dediqué una caricia en el pico antes de hacer un gesto con la mano con la intención de que alzara vuelo.

    El muchacho lo detuvo, volvió a encontrar mis ojos con los suyos y en la penumbra el naranja brilló como luz de neón. Me dedicó una sonrisa, fue calmada hasta decir basta y algo se me revolvió en el pecho, fue remotamente parecido a la ansiedad, y me di cuenta que había repasado sus facciones con cierta insistencia. Solo entonces recordé que este idiota me sacaba tres años completos.

    Y quizás siempre me había atraído un poco.

    Solté el aire por la nariz un poco de golpe, la brisa arrastró el vapor de mi aliento y me quedé esperando por lo que sea que había hecho que su pokémon se detuviera. No contaba con que tuviese ganas de grabarme a fuego algo en la cabeza, claro.

    —El rojo es el color de la buena fortuna, también el del destino. Es lo que papá suele decir —soltó por fin, su voz fue un susurro y su aliento se lo llevó el viento también, pero la sentencia me erizó la piel con más ahínco que el mismo frío—. Busca tu destino, Cay.

    Parpadeé un par de veces, pude jurar que las lágrimas me ardieron detrás de los ojos e hice un intento por espantarlas antes de que me traicionaran. No iba a ser yo el que llorara por una cosa de esas, ni siquiera me parecía que estuviese justificado y tuve que quedarme callado para no atragantarme con semejante nudo que se me hizo en la garganta.

    —En la región en la que nací creen que todos estamos unidos a otra persona por un hilo rojo que no puede romperse o cortarse. Le llaman el hilo del destino, yo pienso que aplica para personas y objetivos... Eso que te pertenece, que debe encontrarte, llegará a ti sin importar las circunstancias —continuó con el mismo tono de voz y acarició al Corviknight—. Vamos, Kishi, a casa. Te estaremos apoyando, Cayden, decidas lo que decidas.

    De nuevo no me dejó responder en realidad, esta vez las alas del pokémon sí se pusieron en funcionamiento y el rozar de sus plumas se perdió en la oscuridad de la noche hasta desaparecer, fundiendo sus figuras con la negrura del cielo. Esa fue una de las últimas veces que lo vi a él y al grupo antes de comenzar a viajar por la región, ni siquiera recuerdo si me despedí antes de reunirme con los otros dos patrocinados en Aldea Risco.

    Los copos de nieve me alcanzaron la piel y parpadeé un par de veces con la vista puesta en el cielo, la oscuridad y la manera en que esta se había tragado las siluetas. Como si el imbécil no tuviera fuego en los ojos ni acabara de estar hablándome de lo que significaba el color rojo o diciéndome que me apoyarían por mucho que no fuese tan cercano a los demás o incluso a él como parecían creer.

    Me quedé tanto rato prendado a la penumbra que el frío al que estaba acostumbrado se me coló en los huesos y cuando me di cuenta Nyx se había liberado de su esfera para tironearme del ruedo del pantalón. El movimiento me trajo de regreso, sacudí la cabeza y alcé a la pequeña Nickit del suelo para instarla a acomodarse sobre mis hombros, iniciando así el camino a casa.

    Los postes de alumbrado bañaban las calles de una luz blancuzca, fría, que se reflejaba en la nieve que estaba siempre sobre el suelo del pueblo. El único ruido que me acompañaba era el de la respiración de Nyx y el de mis pisadas. Hice todo el trayecto así, a gusto con esa ausencia de sonidos.

    Para cuando llegué a la entrada de casa pasaba de la medianoche, todas las luces estaban apagadas y observé la puerta largo y tendido. Mi madre estaba durmiendo sola allí, mis tíos debían estar en la propia durmiendo también y yo, ¿yo qué estaba haciendo? Huía de algo, eso estaba claro, pero no entendía de qué y mucho menos cuál era la vela en el entierro que tenía mi familia y el hogar en el que siempre me habían amado. No podía entender por qué me empeñaba en buscar algo más si tenía esta casa, estos recuerdos y estas personas.

    Si tenía todo lo importante.

    El amor incondicional de alguien.

    Nyx se espabiló, estiró el cuerpo y saltó de mis hombros a la baranda del porche. No me miró, en su lugar su cuerpo reflejó mi posición, dándole la espalda a la acera para mirar la puerta de casa. Yo seguía sin reaccionar a pesar del frío que sentía lamerme las extremidades a través de la ropa y antes de que me diese cuenta tuve que parpadear con tal de disipar el cristal que se me había formado en los ojos.

    Lo que estuviera haciendo no era justo, eso fue todo lo que me quedó claro.

    Tomé un montón de aire, escarbé en el bolsillo del pantalón hasta que encontré las llaves y luego de un debate mental entré a casa en silencio, con la pequeña Nickit siguiendo mis pasos luego de haber bajado de la barandilla. Ella se quedó en el salón para acurrucarse en el sofá y yo seguí mi camino, subí por las escaleras, recorrí el pasillo de arriba y entré a mi habitación. Ni siquiera me puse otra ropa, solo me quité los zapatos y me metí a la cama, abrumado de repente.

    Si estaba pensando en justicia, en hacer lo correcto, lo decente o lo que era mejor para mí, esta vez de verdad, era el momento de parar el circo que había dirigido por años. Si conseguía que alguien me patrocinara saldría de estas paredes, del domo que había levantado a mi alrededor, y allí en el mundo debería enfrentarme a uno de mis deseos más profundos, pero también al monstruo que había evitado por tanto tiempo.

    Podría conseguir mi adorada admiración, ¿pero a qué costo? ¿Era capaz de entregar el alma para obtenerla?
     
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    Zireael

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    Escritora
    Título:
    Come on and collect us from the night [Multirol]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    11
     
    Palabras:
    6405
    Edit: Es considerado canon.

    Well here I am (?) Kaoru es otro que me destroza la vida, porque sé que estoy narrando desde alguien que en el canon ya no está, le estoy dando voz a un muerto y al hacerlo le doy poder a los ecos de él que viven en quienes lo conocieron. Shit hits close to home.

    Lamento cada día en que maté a este hombre porque lo amo profundamente, pero agradezco ese momento en que me iluminó la musa del drama y establecí que era líder de la pandilla extinta de Chiyoda solo porque no quería pensar más nombres (?) Bless my jackals, love them *están curseadísimos por la narrativa*

    Anyways, cada vez que me siento con Kaoru aprendo de compasión, de amor e inteligencia, incluso si su figura es tremendamente ambigua a nivel moral. Hay algo en Kaoru que me resulta refrescante y sanador en comparación al resto de mis personajes, así que le guardo mucho afecto a su figura. Also por si no estaba claro, narra Kao ups

    En fin, disfruté mucho escribir esto porque de alguna manera sé que ahora tengo más claras varias cosas, incluidos los niños, a todos los conozco mejor y no sé. No sé cómo explicar la nostalgia que sentí aquí, todo lo que sé es que sabe a casa. Llevo muchos días escribiendo pura edgy y depressing shit como si no fuese mi especialidad JAJAJ así que esto me hizo bien al alma.


    Gigi Blanche le di forma ya con más nitidez a algunas cosas, so there’s that. En su defecto, es canon en tanto a ti te lo parezca, si no queda como what if sin ningún problema, como siempre, sha sabes. De acuerdo a la temporalidad del fic que habías escrito tú de Ko y Cay chikitos y lo que yo escribí en The Strength, esto calculo que pasó en abril-mayo de 2015, so Cay tenía 13 y a Ko le quedaban unos meses para cumplirlos en mi canon mental le hice fiesta, nadie me bajará de este bote
    Igual pego el cuadro de la wea:

    [​IMG]
    Refresher de cuando hablo de Ratel me refiero a Shigeru Takizawa, era el más viejo de la planilla principal, para 2015 tenía 18.
    Los Ootori son de la edad de Arata, que para 2015 tenía 14, no sé qué hice la imagen editada porque soy tremendo clown (?) anyhow, Masaki tiene ojos verdes, Tomoki marrones. Igual creo que tenía estas cosas en el doc viejo viejo del colectivo, pero pues mi drive es un mess y más fácil dejarlo acá.
    Goro Fujioka también es de los más viejos, 17 para 2015, pero no lo metí al fic más que mencionado.
    No lo tengo escrito en ningún lado dentro del foro, creo, pero Yako murió el 30 de agosto del 2016.
    Entra Cay en abril, a la semana traen a Ko, días después a los Ootori y Yako les da unas semanillas de ajuste, así que para mayo se estaría formando la división.
    Edit: el calendario no estaba calendaring (?) creo que lo edité antes de que lo checaras así que aquí no pasó nada-

    Bruh me cayó la rolita que elegí en Insta y luego mientras escribía YouTube me tiró en toda la cara guantanamera, así que me van a disculpar por el spanglish y todo lo que siento en mi corazoncito ahora mismo (?) obviamente la letra mezclada es de guantanamera porque soy una shipper sin remedio y escucho este tema y lloro en mis niños bebitos, they so tiny, so oblivious, so pure. Son hermosos wtf y la canción es preciosa dios mío *ugly cries* También me sanó mucho el alma narrar a este Arata chikito con los otros dos pelotudos, woah los amo a todos

    Ah, hay una cosa que arrastré de un fic anterior. Está prácticamente al final, pero viene de cuando Arata se llevó a Shiori y le hablaron de los chacales and stuff, Yuzuki le dio una foto de los muchachines. Copypasteo ese cacho just bc es viejo ya eso:
    Yuzu se sacó una billetera pequeña, de un tono apagado de amarillo, del bolsillo trasero del jeans y la abrió para extenderla frente a Sonnen mostrándole una foto, luego hizo lo mismo con Kurosawa solo que a ella se acercó de nuevo. Ya a su lado se puso a señalar uno a uno a los que estábamos en la imagen, una vieja fotografía que había hecho ella con un cámara analógica y que había revelado después.

    —¿Ves a este con la cara de que se comió tres limones? Ese es Hikari más jovencito, usaba el cabello largo, aquí está Arata cuando no tenía tantos tatuajes. Ah, al cabeza de fósforo ya lo conoces… Aquí, el castaño con carita de bebé que tiene a Cay casi encima, es Ko-chan. Va a tu escuela también. —Se le notaba una nostalgia tan grande que de repente se me hizo un nudo en la garganta, porque habíamos tenido el mundo y ahora solo nos quedaban escombros. Creo que a la misma Kurosawa se le atoró algo en la garganta al ver a su hermano en la foto, sonriendo como un crío, y al corderito con una cara que no era de amargura—. Aquí, tras ellos, está tu hermano… Luego los Ootori, el de ojitos dispares es Fujioka y este albino con cara de perro es Takizawa, los dos que nos faltan aquí ahora además de Ko y Cay.
    Para ir cerrando, las cartas estas que tienen la distinción del éter me gustan mucho. Así que porque puedo y quiero:
    The Dragon: está asociada a la versión más auténtica de nosotros mismos, se trata de un balance del ego. El dragón lo veo todo, la esencia que poseemos desde nuestro primer respiro hasta el último; el despertar del dragón nos vuelve valientes y visionarios, también nos vuelve más conscientes. Al mirarnos en el espejo y distinguir al dragón estamos viendo al "self" dentro del "self", esa parte de nosotros que nos observa.
    Está asociado al fuego de la transformación y tiene la capacidad de guiarnos por los terrenos más complicados, pues el mundo que ven los ojos del dragón es bello se mire por donde se mire. Incluso la sola mención de esta figura se espera que revuelva las brasas de nuestro despertar.
    El tercer chakra, Manipura: El chakra del plexo solar, se traduce como "ciudad de las gemas perdidas", en él arde el fuego de nuestra transformación y nos permite observar con claridad las dimensiones externas e internas de la vida. El balance de este chakra se asocia al autoestima, la identidad y el juicio. Este chakra está representado por una flor naranja de diez pétalos, un triángulo rojo que refiere al principio del fuego y en el centro la palabra en sánscrito ram que significa luz.

    Bah es hermoso (?) con eso dicho, adentro fic. Tremenda intro infinita, perdón JAJAJ




    [​IMG]

    I’ve known you like since we were kids
    high school friends and stupid trends
    you know
    I miss all the things that we did

    .
    la sangre se me altera y
    quiero resucitar
    pa' sobrevivir, me adentré en el humo

    .
    you’ve kept the pictures of us
    from the first to the last

    .
    y has quemado la ciudad
    mamacita, dame alas
    que me quiero ir a volar

    .
    but with you and me we’re still shoulder
    y la vida es tan bonita que parece de verdad


    X
    [​IMG]
    The Dragon
    | From the Ether |

    THIRD CHAKRA
    . Inner Fire . Manipura . Guidance .


    | The Flame Jackals |
    | Kaoru Yako Kurosawa |








    El chico apareció algunos minutos antes de lo que habíamos acordado, en apariencia su profesor de las últimas horas tuvo una emergencia y lo mandaron a casa antes, algo así. En cualquier caso, vació los bolsillos sobre el césped en uno de los lugares más ocultos del Hibiya y todos los que estábamos presentes miramos el botín. Yuzu sonrió para sí, entre divertida e incrédula, Hikari silbó como para reconocer que no era un mal trabajo y Ratel se fue encima de las cosas para escarbarlas, como si hubieran reventado una piñata. Separó dinero, objetos que iban desde joyería hasta un móvil, aunque viejo, y algunas cosas un poco más erráticas. Suponía que los chicles se los había quedado por deporte, ya que estaba masticando uno de hecho.

    Un poco cleptómano sí que era.

    Los ojillos dorados del niño nos estudiaron, aunque se saltaron a Minami y acabaron posados en mí, esperando. Le dediqué una sonrisa tranquila de las de siempre y le pedí a Ratel que me alcanzara el móvil, el albino me lo colocó en la mano sin más. Fue una suerte que no tuviera contraseña, así que lo desbloqueé, revisé algunas cosas y finalmente le saqué el chip. Cayden no había dejado de mirarme, esperaba algo pero se negaba a pedirlo.

    —Buen trabajo, Cay.

    No reaccionó a pesar de darse por satisfecho, tenía tremenda cara de culo para tener apenas trece añicos, solo caminó hasta el árbol más cercano y se sentó bajo su sombra a arrancar briznas de césped. Hikari se acercó a él, husmeó sobre su hombro y le extendió el paquete de chicles que estaba en el botín. Por alguna razón Cayden lo miró como si fuese radioactivo y Sugino, con su propia cara de moco, insistió en que se los quedara.

    Al otro debió darle miedo que si seguía rechazándolo le acomodara una hostia, que con ese pelo medio largo, la mala leche y lo poco que hablaba daba bastante corte, así que los aceptó murmurando un “Está bien” de lo más quedo. Yo suspiré, me acuclillé junto a Shigeru para dividir el dinero, no era tanto para hacer una repartija entre todo Dios, así que un porcentaje iba a nuestra suerte de fondo común y el resto era de Dunn, lo mismo pasaría cuando vendiéramos las cosas que valieran algo.

    Me guardé la pasta del fondo en el bolsillo, le di a Cayden la suya antes de volver sobre mis pasos revisando la hora en el móvil y chasqueé la lengua. A Arata se le estaba haciendo tarde ya, ¿no? Quizás por las condiciones que le puse, porque a este no se lo podía traer bajo amenaza, pero tampoco teníamos todo el día. Tenía que llegar en media hora como mucho, que todavía existían los toques de queda y la decencia mínima. El sol estaba cayendo, tiñendo el cielo de rojo, dorado y un tono distante de azul que se convertía en violeta.

    Llevaba semanas observando el panorama desde antes de arrastrar a Cayden, haciendo asociaciones, hilando posibilidades y pensando en cómo, de la manera más discreta posible, crear una pequeña red de informantes. La gente debajo del mando de Hikari y Ratel, los que había heredado del anterior comandante y habían sobrevivido la reestructuración, eran para otras cosas, eran otro tipo de personas. Yo necesitaba oídos afuera, discretos, imperceptibles, así que debía ajustarlos, forjarlos y convertirlos en algo mucho mejor que simples sabuesos para el futuro.

    Un futuro que no alcanzaría a ver.

    Tenía a varios en la mira, iban desde la edad de Cayden a la de Ratel, pero ahora a una semana de haber robado al cachorro del cubil, al ver su recelo y aislamiento había reducido las opciones. Necesitaba al menos tres cabezas que me dieran la oportunidad de hacerlo pertenecer a este espacio, que no fuese solo un lugar en el que se quedaba por coacción, sino que aprendiera a habitarlo. Si la intuición no me fallaba, el chico no pertenecía a ningún lado, no tenía amigos como tal, solo se juntaba con los idiotas de su escuela, los que lo habían retado a robar mierdas y listo. Eso por sí solo redujo mis opciones.

    Ootori Masaki y Tomoki.

    Ishikawa Kohaku.

    Los mellizos eran de la edad de Shimizu, pero eran tranquilos en cierta medida, no tenían pinta de nada en realidad, aunque se los veía en los parques con grupos de chicos y parecían poder hablar con todos o, al menos, formar parte de los círculos. Eso los volvía herramientas excelentes que formar como invasores de nidos, como pensaba que se formara Arata. La elección de Ishikawa parecía mucho más azarosa en comparación, aunque si mis paseos intermitentes por Chiyoda no habían fallado, el niño pertenecía a la familia que poseía el Yasukuni, pero más que eso, iba a la misma escuela que Cayden y tenía la misma cara de bebé. Una futura arma mucho más poderosa de lo que cualquiera podría esperar.

    Más oídos inofensivos y ojos que no levantarían alertas.

    Los tres habían sido elegidos por su aspecto, más cercano al de Dunn que el que tenían los demás, excluyéndonos a Yuzu y a mí que aunque teníamos el mismo aspecto inofensivo, era obvio que estábamos arriba, en una posición de poder que le impedía sentirse conectado con nosotros todavía. Por eso necesitábamos encontrarle pares, bastaría con uno, pero yo necesitaba al menos tres tiros en el barril por si uno llegara a fallar con tal de no arriesgarme a que el mocoso saliera pitando, amenazando con delatarnos por ahí.

    Qué tan bien saldría mi plan dependería exclusivamente de los involucrados, la camada podía ser fuerte, lo sabía, pero dependía de que se aceptaran entre sí. La disposición de las piezas podía ser magistral, pero si no se reconocían entre ellos simplemente no tendría caso. Ninguna fuerza podía funcionar en soledad y la legión de desapegados que se me había ocurrido juntar para la nueva división pronto aprenderían esa lección.

    La misión de Arata, de cualquier forma, seguro lo tenía cagándose hasta en sus muertos. Shimizu seguía sin estar seguro de esta cosa, la idea de formalizar un grupo a su cuidado, pero estaba en deuda conmigo y no podía ponerme pegas así que para traerse al chico tendría que ponerse creativo, aunque no dudaba de su capacidad de convencimiento o de ser lo bastante irritable. La cara no le ayudaba, pero no estaba manchado de tinta todavía, podía valer si le hablaba un rato fingiendo seguir el mismo camino y luego le colaba un “Iba a quedar con unos amigos, ¿te apuntas? Vamos a comprar porquerías y a comer en el parque, nos volvemos todos temprano a casa igual”. Lo normal, todo muy inocente.

    El tiempo había seguido corriendo, sin más, en algún punto Yuzuki se fue para volver con algunos paquetes de frituras y una bolsa llena de sodas. Las repartió con calma, que una para Hikkun, que otra para Ratel, que una para Arata y el recién (secuestrado) convocado. Al acercarse a Cayden se acuclilló, pues el mocoso seguía pegado en su lugar, y le extendió una lata de soda de uva dedicándole una sonrisa.

    —Tómala, Cay. No te haré daño nunca más, ya lo sabes —dijo con una paciencia infinita, aunque el otro la estuviera mirando como si fuese un alien—. He visto que siempre compras de esta.

    —¿Por qué trajiste dos latas más? —preguntó aunque ella me las había dejado a mí.

    Nos había estado observando todo el rato.

    —¿No te lo dije? Lo siento, creí que sí. —Fue una mentira grande como una casa, pero abrí mi soda y sonreí al detectar la silueta de Arata por uno de mis laterales, a varios metros. Lo seguía el niño castaño, flaco como un palo, no era demasiado diferente de Dunn en ese sentido en realidad—. Invité a otro amigo hoy.

    —Ya. Ojalá no lo hayas invitado igual que a mí —ladró con una mala hostia que fue de película, refiriéndose al incidente en que casi hacemos que se meara encima, pero aceptó la soda de uva de forma que Yuzu volvió con Hikari y Shigeru.

    —Creí que habías nacido en Japón. Me hablas bastante feo para ser tan pequeño —apunté en algo que pretendió ser una reprimenda aunque no tuvo el tono de una—. Además, ¿no te parece que soy bastante amable ahora que me ves de cerca?

    —Lo siento, senpai.

    Se corrigió, pero su tono cargó algo de acidez consigo de todas formas y yo suspiré, limitándome a esperar la llegada de Arata con el otro muchacho. Cuando estuvieron más cerca alcé la mano con todo y lata, saludándolos, Shimizu correspondió el saludo, señaló al más pequeño que venía bebiéndose una cajita de jugo sin saber en dónde se estaba metiendo y yo me tragué la risa.

    Para cuando llegaron ya no había rastro del botín sospechoso, Hikari y Ratel parloteaban entre sí sobre una canción que les había enseñado Goro la tarde anterior comiendo papitas como si se les fuese a acabar el mundo y nos veíamos todos bastante normales, más o menos. Goro estaba claramente ausente, que por una clase particular de batería o yo qué coño sabía. Yuzu acabó hablándoles de una canción tradicional y se aburrieron, así que ella se adaptó al tema al final. Cayden, bueno, seguía arrancando briznas de césped y bebiéndose la soda luego de haberse deshecho del chicle que masticaba en un papel.

    —Me traje un gatito perdido, espero que no les importe —anunció Shimizu fingiendo demencia absoluta, como si no estuviera todo planeado.

    Negué con la cabeza, la mata de cabello negro se meció con el movimiento, y reparé en el chico. Hasta ahora lo podía ver de cerca, el ámbar de sus ojos era más frío, pero brillaba de una forma parecida al de Dunn y noté que el naranja de mis propios ojos rebotó, como si chocara con un par de espejos pequeños. Le dediqué una sonrisa de las que usaba para todo, suave y amigable, y le pasé una lata de soda a Arata. El niño reflejó la sonrisa con una facilidad absurda y algo del gesto me pareció dulce, supuse que porque tenía carita de bebé.

    —Ya decía que habías tardado mucho, pero no pasa nada. Kurosawa Kaoru. —Me presenté antes de encargarme de los demás—. Aunque los chicos me llaman Yako. El del pelo negro medio largo de allá es Sugino, el albino es Takizawa y la muchacha es Minami.

    Los tres siguieron parloteando que dio gusto, a punto de matarse para decidir si la canción de Goro había sido buena o era una porquería, solo Yuzu alzó la cabeza de inmediato y saludó al castañito con un movimiento de mano de lo más enérgico. El revuelo repentino hizo que Cayden se despegara del tronco del árbol para asomar la cara y ver qué estaba pasando, supuse que cansado del ruido o algo.

    Yo seguía mirando a Ishikawa, así que me comí el cambio sutil en sus expresiones. Hubo algo de sorpresa, aunque no sorpresa en el mal sentido, cuando reparó en la mata de cabello ensangrentado. Se separó la pajilla de la caja de jugo de la boca, alzó apenas la mano y saludó en dirección a Cayden. Medio giré el cuerpo para poder verlo a él también, solo para darme cuenta que se había quedado pegado allí como un cachorro confundido o una máquina descompuesta, medio escondido por el árbol.

    No parecía muy convencido con el gatito que le habíamos traído, pero no me lo tomaría personal.

    La calma de Ishikawa seguía intacta, si acaso se le había colado algo de alegría infantil al reconocer a alguien de su escuela, pero Cayden estaba probando ser un saco de nervios con patas, se veía que su cautela no se limitaba a nosotros. Sabía que era una cosa de ciertos niños, nada más, aunque igual contuve una risa. Ahora yo fui el que se hizo el loco y hablé como si no me enterara de una mierda.

    Como si no fuese yo la araña tejiendo la tela.

    —¿Tú eres? —pregunté hacia el castañito, aunque ambos tonos de ámbar seguían suspendidos el uno en el otro.

    —Ishikawa-kun —soltó Cayden desde su posición, usando el tronco del árbol de escudo, pero sorprendiéndome un poco incluso a mí al hablar a voluntad sin una pizca de acidez y usando honoríficos. Lo otro que dijo rozó la obviedad, en vista de que compartían uniforme—, creo. Va a mi escuela.

    Observé al aludido con el rabillo del ojo, asintió y el cabello rebotó suavemente. Sonreí para mí mismo, de lo más satisfecho con los primeros resultados del entramado de mi red, y solo porque se me antojó ver hasta dónde estaba dispuesto a parlotear Cayden de repente quise pisar su terreno inestable. Tal vez me la estaba jugando mucho, pero quise pensar que Ishikawa era una figura lo bastante neutral para obligarlo a comportarse.

    No podía morder a un inocente, ¿o sí?

    —¿A tu clase? —Negó con la cabeza, así que le hablé un poco al aire y juré que la criatura me quiso matar con la mirada con lo siguiente que dije—. Vaya, entonces sí que estás atento por los pasillos.

    —Ishikawa Kohaku —completó entonces el chico para darnos su nombre también, reverencia incluida y toda la cosa.

    Tuve la sensación de que lo hizo para sacar mi atención del otro, como si pretendiera salvarle el culo o algo parecido. Quizás fue un acto de caridad, pero también habló de su sensibilidad al entorno y lo anoté en la libreta mental. Como mi propio acto de bondad dejé de pretender picar a Cayden y opté por caminar hacia donde estaban Hikari, Yuzu y Shigeru para quitarles una bolsa de frituras cerrada.

    —El cabeza de antorcha es Dunn Cayden —dije mientras me distraía en eso, pero noté que Arata guió al chiquillo por el espacio y Kohaku, luego de una decisión mental, se acercó al escupitajo de dragón con su juguito.

    —Vas al otro salón, ¿cierto? —preguntó con la calma de un santo y el pelirrojo asintió un poco (muy) cohibido.

    Arata los siguió cuando le pasé la bolsa de comida, también se llevó la otra lata de soda y, quisiera o no, Cayden lo tuvo sentado con él e Ishikawa más temprano que tarde. Para lo respondón que había estado hasta ahora se quedó callado, pero calladísimo, hasta que por alguna razón mientras Kohaku contestaba las preguntas de Arata, que estaba ya en modo metralla, soltó el nombre de un videojuego y Dunn casi dio un salto en su lugar.

    Soltó la lengua entonces, empezaron a conversar, aunque Ishikawa hablaba tan bajo que casi costaba oírle y Cayden, medio de la nada, se venía un poco encima de vez en cuando aunque se le seguía notando nervioso. El otro supo aceptar sus repentinos arranques de energía igual de bien que sus silencios. No decía que esperara que el castaño se echara la vida siendo inmune a la intensidad que parecía capaz de manejar el hijo del Shinigami, qué va, pero quizás fuese de los pocos capaces de no colisionar contra la pared de fuego. Se le daba mejor que a Arata, Hikkun y Ratel al menos, que podían ser cavernícolas.

    Me mantuve cerca de los otros tres, pero noté la mirada que me echó Yuzu, también la de Arata unos minutos más tarde y me tragué una risa de pura suficiencia. Ya no necesitaba a los Ootori como mero back-up, aunque los convocaría de todas formas, pero ya había acertado mi tiro incluso teniendo solo la primera bala en la cámara.

    Déjalo entrar.

    Es tu compañero.

    El mundo deja de ser aterrador si lo recorres junto a alguien.

    .
    .
    .
    .
    .

    No solté la bomba sobre la que pretendía ser una división encargada de la información hasta semanas más tarde, cuando la presencia de Kohaku se volvió habitual y llegaba junto a Cayden, trayéndolo en la bicicleta, cuando ya al fósforo se le notaba más tranquilo y los Ootori habían sido sumados con algo más de coacción, en vistas de que uno de ellos tenía la sangre más caliente que el otro. Los dejé solo ser niños un tiempo, porque lo eran, y observé los afectos surgir frente a mis ojos. Los observaba desde mis escalones, desde mi trono.

    Como si yo fuese un ser omnipresente.

    Con el paso de los días noté a Arata reír con más frecuencia, a Hikari volverse cercano a él, a Shigeru parloteando con los Ootori y Goro, noté a Cayden perder el miedo y brillar un montón, vi a Kohaku colarse bajo las defensas de todos esos imbéciles, reír con ellos, molestarlos y dejarse molestar. Me di cuenta de la manera en que Yuzu miraba a los muchachos, como una hermana mayor, y supe que esto, independientemente de su naturaleza, era una familia.

    Que los amaba y si debía morir por ellos lo haría, como moriría por Shiori.

    Era mi destino.

    Todos eran mis niños, hasta los que eran más viejos, y yo los había unido. Quería confiar en que todos podían seguir juntos incluso sin mi presencia, pero la vida iba cuesta arriba. Los demonios pedían resultados y, aunque todavía no se me hubiese ocurrido, yo tenía un contador sobre la cabeza. El tiempo de vida que me quedaba era ínfimo, tan reducido que cualquiera habría pensado que no podría hacer nada, aunque quizás ya había hecho todo.

    No tenía forma de saber que mi muerte reduciría el imperio a cenizas y que ni siquiera las hebras más resistentes, tampoco aquellos cargados de fuego, podrían sostener el peso de las paredes. Jamás se me habría podido ocurrir que todo acabaría como lo haría.

    Tampoco sabía si creer en el destino, en cosas escritas en nuestra vida con la suficiente fuerza para ser inevitables, pero creía en cierta medida en el karma. No era un santo de ninguna clase, me habían puesto como cabecilla de un grupo donde tenía que mangonear a tipos que a veces eran más grandes y fuertes que yo, pero también les daba lugares a los que pertenecer y esa era mi única arma real contra el mundo. Por ello en medio de todas mis malas acciones, al menos algo de lo que hacía parecía menos nefasto y me daba cuenta al mirarlos.

    A la hora de cruzar el Sanzu, confiaba en que esa certeza balanceara el peso de mi ropa cuando Keneō la pesara. Había entregado mi adolescencia porque el poder me había tentado, la entregué cuando vi que podía hacer algo con esa cantidad de liderazgo.

    Había tomado mi alma y la había desbaratado.

    Había valido la pena.

    Esa tarde había reunido a tantos como pude, empecé por los de siempre: Hikari, Ratel, Arata, Goro, Yuzu, Cay, Ko y los Ootori. También reuní a parte de los que estaban bajo el mando de Sugino y Shigeru.

    La jerarquía era marcada, existía porque a una parte de estos chicos todavía tenía que regresarlos enteros a sus familias, sin azufre, y por eso las reuniones siempre eran un poco dificultosas. Los convocaba en el punto muerto de la hora dorada, no abusaba del toque de queda ni tampoco quemaba a los vampiros, aunque siempre aparecían solo algunos y luego la voz se regaba con los que entonces eran dos Capitanes, aunque hoy se convertirían en tres.

    —Hace cosa de un mes comencé a invocarlos —dije sin alzar demasiado la voz, los únicos que estaban cerca de mí eran los de la planilla principal, el resto estaban desperdigados en grupitos como si la cosa no fuese con ellos, disimulados—. A los más pequeños, todos fueron traídos por la misma persona, ¿pueden recordarlo?

    Los aludidos que habían sido coaccionados y el que no reaccionaron; Cayden, Kohaku, los Ootori y otros dos chicos asintieron con la cabeza de forma queda. Su hilo conector, Shimizu, permanecía apoyado contra un árbol como si el asunto tampoco fuese con él aunque me miró un instante. Para ese momento la camada que le pertenecía estaba formada por chicos de entre doce y quince años, incluyéndolo. Eran niños.

    Eran niños y eso los volvía ideales.

    —Akkun, ¿no? ¿Pero y eso de invocarnos? —Escuché que le preguntó Ishikawa a Dunn en un murmullo—. ¿Cómo shikigami?

    La comparación, de hecho, no estaba tan errada. Era un buen niño de santuario después de todo.

    —¿Qué dices de los shikigami? ¿Te creíste lo del gatito perdido? Yako te trajo —apañó el pelirrojo con ganas de descojonarse frente a él y a mí me dio risa que entendiera que a todos los había traído Arata, pero no que eso significaba algo—. No pongas esa cara, ahora sí pareces un gatito. Koneko-chan.

    Tuve que luchar con todas mis fuerzas para no partirme el culo a mitad de mi discurso con el comentario del cabeza de antorcha, porque al mirar a Kohaku el niño estaba tan confundido de repente y tan indignado con la comparación que genuinamente pareció un gato. Fue como si le cambiaran de lugar un objeto que ya tenía conocido de sobra y ahora todo le recordara más a Marte que a la Tierra.

    El par de idiotas se puso a discutir en susurros, Cay le contó las cosas en grandes rasgos luego de preguntarle “¿Te acuerdas de lo que te dije el otro día de que Yako mueve gente?”, aunque él tampoco tenía siquiera la información de la cantidad total de imbéciles, y Ko se desinfló los pulmones, apoyando las manos en el césped. Me pareció que usaba todas sus neuronas en ponerle atención, aunque Cay también se estaba explicando de forma algo penosa. Vete a saber cómo se les daba la escuela, porque no parecían mentes maestras en lo más mínimo.

    Dios los creaba y el diablo, que venía a ser yo, los juntaba.

    Carraspeé para pedirles silencio cuando creí que la mini-cátedra ya había cumplido su función, también para bajarme la risa que tuve que tragarme antes, y miré al castañito pidiéndole disculpas con la mirada. El niño todavía parecía más ofendido por haber sido llamado gatito por el escupitajo de dragón que por mi mentira piadosa, pero igual se merecía una disculpa de alguna clase. A su manera, así como a todos los demás, lo había usado y pretendía seguir haciéndolo.

    Eran las piezas de una partida de shōgi que tenía décadas de existencia.

    —En Chiyoda y el resto de barrios pasan muchas cosas, lo triste es que yo sigo siendo solo una persona. Durante un tiempo estuve buscando gente que no levantara alarmas con su presencia, diferentes de una buena parte de ustedes —comencé de nuevo y di vueltas en mi lugar—. Honeyguide. Conoces bien el Triángulo, te mueves por él con relativa facilidad y en lo que le concierne al mundo no perteneces a ninguna parte.

    El chico despegó la espalda del tronco, avanzó un par de pasos y me di cuenta que los diversos pares de ojos se pegaron a su silueta. Shimizu pretendió no sentirlo, me resultó más viejo de lo que era, pero sabía que tenía sentido. Este muchacho no la había tenido fácil, pero lo mucho que batallaba contra el mundo me hacía confiar en algo que él sería incapaz de ver incluso luego de haber alcanzado la mayoría de edad.

    Arata sería un guardián.

    Confiaba en él, en la violencia de su tormenta.

    —Serás el encargado de la recién fundada división de información —anuncié entonces y no se quejó porque ya había tenido algo de tiempo para hacerse a la idea—. Los seis cachorros convocados están a tu cuidado. No deben hacer más que existir, ¿qué te parece? Solo entrénalos para escuchar, nada más, y que reporten contigo todo lo que suene lo bastante extraño. Nombres, locaciones, conversaciones. Esa información tú podrás venderla o esparcirla, como decidas, y decidirán qué hacerme saber directamente. Crea buenos chismosos.

    >>Cayden.

    —¿Ah? —preguntó el mocoso que le estaba dando un codazo a Kohaku.

    —Seguirás haciendo también lo que hacías hasta ahora.

    —¿Qué hacías? —Buscó saber Ishikawa, su tono varió entre la curiosidad y la acusación, pero Cayden le sacó unos dulces de encima sin que se diera cuenta y el pobre desgraciado se tocó ambos bolsillos apenas presentó uno frente a sus ojos—. No. ¡Es mentira! Seguro compraste unos iguales antes.

    You should see your face! —apañó al enseñarle el segundo dulce, solo allí se le notó el acento real, y Kohaku casi tuvo que sostenerse la quijada al saberse doblemente asaltado.

    Fue la primera vez que habló en inglés y la primera que Ishi alzó algo la voz, entonces entendí que se habían reconocido mutuamente. Kohaku existía frente a sus ojos de una forma distinta a los demás, fue al primero que recibió dentro de sus paredes de roca y fue su puerta de entrada, Cayden era la llamarada que lo había hecho sentirse parte de nosotros, sin más. Mi tejido se volvería incluso más duradero de lo que había estimado.

    Resistiría el maldito fin del mundo.

    Estaba seguro de ello.

    Dunn soltó la carcajada, la seriedad del momento se murió y yo acabé por descojonarme también. Al final todos terminaron cediendo al ataque de risa en mayor o menor medida, y cuando percibí a Yuzu a mi lado le eché el brazo sobre los hombros para atraerla en un abrazo con tal de dejarle un beso en la sien, entre el cabello negro y blanco. La escuché reír también y desde nuestra posición vi a Arata acercarse a Cayden y Kohaku, doblando la espalda para husmear entre ellos.

    —¡No le quites los dulces a Ko-chan! —reprendió a Dunn, pero coló la mano y pescó uno para comérselo con todo el descaro que lo caracterizaba—. O compártelos.

    —Akkun. —Se lamentó el más pequeño y le arrebató a Cayden el otro caramelo esperando no ser atracado tres veces en el espacio de cinco minutos—. Se suponía que me defendieras. ¿No oíste? Que estamos a tu cuidado.

    —Me distrajo tu amigo al sacar los dulces, lo siento —dijo fingiendo demencia y se inclinó un poco más hacia él—. ¿Tienes más o te los sacó todos?

    —Tenía más —anunció el fósforo, colocándole una diana en el centro de la frente.

    —¿Y tú me vendes luego de robarme? —Otra vez sonó de lo más ofendido, aunque no se lo creía ni él.

    —Podría habértelos quitado todos, pero no quería que te enojaras conmigo —soltó el otro tonto con la sinceridad de, bueno, un niño que de verdad no quería que su amigo se enfadara con él. Luego buscó una solución express al problema que él había iniciado—. Le puedo pedir a Arata que escupa el que se acaba de comer.

    —¿Qué se supone que dice Cayden? —interrumpió Ratel desde su posición, escandalizado, aunque parecía no haber estado poniendo atención hasta ahora.

    —Que va a poner a Akkun a escupir de regreso el dulce que me robó —explicó Kohaku, serio como perro en bote, como si de verdad esperara que cumpliera con semejante promesa extraña.

    —¿Quieres que lo escupa de verdad? —dijo Shimizu con la boca llena y pescó la mano de Cayden como si genuinamente fuese a ponerle el dulce todo babeado allí.

    El alboroto resultante fue tal que Dunn casi le cayó encima a Ishikawa pasando de “Puedo hacer que lo regrese si me lo pides” a “Por favor, no dejes que me babee la mano porque puedo morir” en cosa de otros cinco minutos. Cuando quise darme cuenta Ko le estaba dando palmaditas en la cabeza a su ladrón, salvándolo del monstruo conocido ahora como Akkun, y el monstruo en cuestión se estaba riendo tanto que juré que iba a mearse. Hikari, que estaba un par de metros más allá, le arrojó una caja de jugo vacía en la cabeza y el circo continuó.

    Siguieron parloteando en torno a los dulces robados, al cabo de un rato se acercaron los Ootori también y los otros dos cachorros, menos convencidos con la causa, se quedaron en la periferia aunque los observaban. No tenía palabras para describirlo, pero en estos momentos había algo que sabía a casa y que guardaría en la memoria por mucho tiempo; tenía sus siluetas grabadas en la retina, sus risas y sus voces. Los llevaba escritos en el corazón y puede que al final todo lo que anhelara realmente fuese seguir siendo capaz de darles lugares a los que pertenecer.

    Por eso Yuzu cargaría consigo, incluso cuatro años después de mi muerte, una fotografía de nosotros que habíamos tomado poco antes de que el destino me capturara y a la que yo mismo le había escrito por detrás: Inmortales, 2016. Se la entregaría a mi hermana menor, a quien amaba por encima de todo. Sería la última foto que tomamos y la única que imprimimos poco antes de que los números en mi contador se acabaran y mis niños, perdidos, se dispersaran por todo Tokyo. Unos se perderían para siempre, algunos se corromperían y otros dudarían de sí mismos. Todos perderían cosas luego de perderme a mí.

    Sin embargo, el atardecer que había pintado siempre sería violeta.
     
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    Zireael

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    Hace ya un tiempo tuve esta imagen mental, fue un flashazo muy claro y sabía que quería escribirlo. En estos días, con la uni ya haciéndome odiar la vida (?) quise dedicar mis neuronas a escribir por eso retomé en modo diablo el AU, empecé esto y otro par de fics que también tengo casi listos. Pasa que ayer me cayó rolita de Billie y mi cerebro entró en modo fast and furious, fue maravilloso tbh, qué pedazo de canción *llora* En fin, narra la madre de Cayden y es canon para el background del niño en Gakkou

    Anyways, con eso dicho, adentro fic




    [​IMG]

    you were born bluer than a butterfly
    beautiful and so deprived of oxygen
    colder than your father's eyes
    he never learned to sympathize with anyone

    .
    I don't blame you
    but I can't change you
    don't hate you
    but we can't save you

    .
    you were born reachin' for your mother's hands
    victim of your father's plans to rule the world
    too afraid to step outside
    paranoid and petrified of what you've heard

    .
    just a baby born blue now


    XI
    [​IMG]
    The Deer
    | Prey |

    OUT OF BALANCE
    . Concern . Overprotective . Compassion .


    | Neve Keane |







    Tenía diez años, lo recuerdo con una claridad absurda, como si hubiese ocurrido ayer mismo. Era viernes 15 de junio, ese fin de semana sería el tercer domingo del mes y estábamos en pleno verano, afuera hacía calor a cualquier hora y eso le arruinaba los ánimos a bastantes personas. La maestra me había llamado, fue educada, pero me pidió que fuese esa tarde cuando terminaran las clases y así lo hice; Cayden atendió la orden de esperarme en el salón porque si ya se había metido en problemas no tenía otra opción. Fue la primera y única vez que me llamaron de la escuela para darme una queja suya.

    Cuando llegué estaba sentado en la primera fila, tieso como pan viejo, y al escuchar mis pasos medio giró el rostro. Estaba enfurruñado de forma evidente, tenía las facciones comprimidas, los labios apretados en una línea y jugaba de forma ansiosa con sus propias manos. El cabello rojo ensangrentado, los ojos de ámbar y lo severo de sus gestos, a pesar de lo delicado de sus facciones y su contextura, me recordaron a su padre cuando era joven. Se le parecía mucho en sus veinte años e incluso más en las fotos de cuando era pequeño que conservaba en álbumes que me habían heredado los padres de Liam antes de fallecer.

    —Dunn-san —empezó la profesora.

    El error lo cometía todo el mundo a cada rato.

    —Keane —corregí con firmeza y a la pobre mujer, que debía estar en sus veintes tardíos, casi le da un ataque aunque lo disimuló—. ¿Qué pasó, Niibashi-sensei?

    Suspiró de forma audible, arrastró algo sobre su escritorio y me indicó que me acercara, cuando lo hice me encontré con un montón de papel rasgado, rayado y arrugado de formas caóticas. Entre los pedazos distinguí la caligrafía de la mujer, pero también un par de trazos de Cayden que pasaron de chuecos, como escribiría incluso más tarde a sus dieciocho años, a iracundos. Los trazos se convirtieron en rayas que abrieron el papel como el corte de una navaja.

    No entendí nada de primera entrada, no recordé la fecha cercana y tampoco pude leer qué decían los papeles rotos. En esa primera aproximación no fui capaz de comprender por qué unos papeles rasgados hacían que fuese necesario que la maestra me llamara después de clase, cuando mi hijo no había recibido un llamado de atención en su vida desde que estaba en edad escolar o incluso antes, cuando debía dejarlo en una guardería para que sus tíos fueran a estudiar y yo a trabajar.

    —Usamos el tiempo de la clase de arte en preparar tarjetas para el Día del Padre —murmuró ella, esparciendo los papeles rasgados en el escritorio y con eso bastó para que entendiera todo lo que no pude comprender antes, pero la dejé hablar. Quizás, por piedad a Cayden, debí detenerla de inmediato, pero fui demasiado lenta—. Vi que Dunn-kun no parecía encontrar qué escribir y quise ayudarle. Cooperó al principio, pero luego se comportó como nunca antes, rayó el papel, lo arrugó y cuando quise quitárselo empezó a romperlo. Algunos de sus compañeros se rieron de él, tuve que sacarlo para que lo dejaran tranquilo.

    Esa fue la única muestra pública del resentimiento que cargaba hacia Liam y puede que él no la reconociera como tal, que incluso la olvidara, la única en toda su vida. Ni siquiera años más tarde cuando empezó a escaparse de casa, cuando comenzó a aparecer oliendo a tabaco al día siguiente y cuando se encerró en sí mismo mostró en realidad lo que sentía por el abandono de su padre o la desaparición de otras figuras de su vida, pero esa vez con diez años el niño dijo: basta, he tenido suficiente. Fue también una muestra más fuerte de la rebeldía de su carácter, de lo problemático y emocional que podía ser.

    Una pincelada de lo que se avecinaba.

    Un anuncio.

    —Cay, amor —lo llamé mientras me volteaba para mirarlo—. ¿Quieres explicarme qué ocurrió?

    Sus ojos, aunque parecidos a los míos en forma, me observaron con la intensidad que poseía la mirada de su padre, como si pudiera atravesarme con la simple intención de mirarme. Estaban hechos de un fuego similar, distante, pero intenso; sabían quiénes eran, por eso se negaban a dejarse doblegar. Puede que su temor más grande fuese perderse a ellos mismos en los ecos de los demás, como si les aterrara sólo dejarse moldear por manos ajenas y así, al poner todo en la balanza, acababan perdidos en los susurros de sus propias mentes. Liam habría podido transformarse en una fortaleza de haberme dejado entrar, si se hubiera permitido dejarse moldear.

    Sin embargo, su miedo se lo había impedido.

    ¿Se lo impediría también a mi hijo?

    Pasara lo que pasara, esa fue una de las veces desde que empezó a demostrar sus personalidad en que sentí terror de que fuese a terminar solo, que por ser tan inflexible un día alguien, así como yo había hecho con su padre, le diría que tomara sus cosas y se fuera porque no podría lidiar con la distancia, los arrebatos y la inflexibilidad. Liam me había amado, nunca lo cuestioné, pero era demasiado distante, demasiado indiferente y poco comunicativo. Yo lo había amado, pero él nunca se permitió ser realmente atravesado por el sentimiento, ni siquiera si sentía lo mismo por mí.

    Si Cayden no se dejaba amar por alguien además de nosotros.

    ¿Terminaría en una torre de Shibuya, solo?

    Encontré en la manera en que Cay me miró algo parecido a una réplica o una mordida que quiso hacerle temblar la quijada por la fuerza que llevaba. Era un niño, pero sus ojos soltaron el cuestionamiento de una forma casi violenta, desordenada, como si las preguntas rebotaran dentro de su cabeza en una eterna partida de ping-pong.

    ¿Y tú qué crees?

    ¿Por qué crees?

    No sabía si era bueno que un niño sintiera tantísimo y dijera tan poco, ¿pero qué sabía yo de niños en realidad? Era mi primer y único hijo, había nacido de mi costado. Todo lo que podía pensar era que si seguía así, si seguía caminando por la cuerda del resentimiento y el silencio un día aparecería una cuchilla que la cortaría, lanzándolo al vacío. En el pozo sin fondo aparente esperaba el fantasma de su padre, los genes que eternamente parecían querer reclamarlo de nuestras manos incluso cuando se había empeñado en rechazarlo. La bestia abriría las fauces, él dejaría de luchar y entonces se fusionaría.

    Mi niño, el que nos dedicaba sonrisas brillantes y conseguía acariciar a los gatos callejeros más salvajes, desaparecería tragado por la fuerza de su propio carácter. No podía ser así, no con lo mucho que nos amaba y el cuidado con que trataba a otros que parecían más débiles, confundidos o solos que él. Cayden, así como su padre, tenía el potencial para convertirse en una fogata en vez de un incendio.

    Pero estaba asustado y ya había perdido un amigo de su vista.

    El primero de varios.

    Más tarde, en su adolescencia, la historia se repetiría de una forma diferente, tendría mucho más peso y volveríamos a sentir miedo los dos, Cay podría ocultar la muerte de su amigo, ese del que nunca supe, pero no la tristeza posterior que lo ahogaría y que solo podría asociar a una falta, al borronazo en el costado de su visión, el espacio negativo en casa y el miedo que le impidió reaccionar, afianzar el agarre alrededor de un cuerpo por una vez en su vida. Puede que la verdad fuese que Cayden y yo estuviéramos hechos de un miedo profundo, crudo y visceral, yo temía perderlo bajo el peso de la silueta de Liam, que mi diminuta familia se desintegrara, y él temía perder a todos los demás porque ni siquiera su padre lo había elegido.

    Dios, teníamos muchísimo miedo.

    Sangrábamos a borbotones y seguíamos caminando, ordenando todo a nuestro alrededor para no poder distinguir un solo vacío. Ordenábamos, ordenábamos y ordenábamos para detectar las anomalías, pero reconocer los huecos y llenarlos, pero el sangrado no paraba nunca. Fingíamos no verlo, eso era todo.

    —Siempre tengo que hacer tarjetas que tiro a la basura —respondió sin mirar a su profesora. Cuando habló noté la muela faltante en su boca, la que se le había caído hace un par de días, el pobre niño siempre quedaba blanco como papel cuando se le caía un diente, lo asustaba mucho ver su propia sangre—. Just got tired. They can laugh if they want, not like I care.

    Por eso negaría sus heridas el resto de su vida.

    Hasta que la infección lo derribara.

    Niibashi me miró como pidiendo auxilio, la mujer era la tutora del grupo y maestra de arte, no de inglés, así que suspiré con algo parecido a la molestia. Le pedí a Cayden que me esperara afuera del salón y él recogió la mochila en un envión, la pescó de mala gana al levantarse y salió de la clase pisando con evidente fastidio, me recordó a mí misma. Sus pisadas hicieron eco hasta que escuché que lanzaba la mochila en algún lugar del pasillo, bastante lejos del salón, y entonces se hizo el silencio.

    —No vivimos con su padre desde que él tenía tres años, tampoco lo vemos desde entonces —expliqué hacia la mujer, estirando la mano para tomar uno de los trozos de papel que tenía el corte del lapicero de cuando Cayden perdió la paciencia, y la pobre casi se parte la espalda al hacer una reverencia para disculparse—. Desde que entró a edad escolar nunca me dijo que hacía las tarjetas y las tiraba después, imaginé que no las hacía o que le habría dicho a sus maestros por qué no las hacía. No habla, ¿verdad?

    La mujer se irguió muy despacio, me miró todavía comiendo vergüenza en cucharas soperas, pero me di cuenta de que le confirió pensamiento a mi pregunta. Trató de rastrear el comportamiento del niño en los registros de su memoria hasta que logró unir ideas o patrones.

    —En general es muy tímido, retraído, más que cuando era más pequeño. Este año no creo haberlo visto hablar con sus amigos de cuando entró a la escuela —contestó ya algo más recompuesta y yo me enjuagué los ojos con cierta fuerza. No esperé que continuara—, pero lo he visto ayudar a sus compañeros varias veces, a los que los demás tienden a dejar fuera de los grupos o a tratar diferente. Les explica cosas de ciencias e inglés o solo se queda con ellos, al hacerlo pierde toda la timidez, parece otra persona. No le dura más que las horas de clase por alguna razón.

    —Es complicado, lo fue desde muy pequeño, tiene personalidad fuerte y es introvertido, la combinación no es muy buena aplicada al mundo real —dije en algo que pareció bastante un pensamiento en voz alta. Para sobrevivir Cayden reducía su propio carácter hasta casi desaparecerlo, algo que su padre nunca había hecho—. ¿Le ha dado otros problemas?

    Sabía la respuesta, no me habían llamado ni una sola vez antes. No más allá de las reuniones de padres de cada año. La pregunta fue más bien protocolaria, por si hubiese hecho algo más ese día o cualquier tontería.

    —¿Otros? No. Es el estudiante perfecto, no interrumpe, responde lo que se le pide y entrega sus deberes. Es la primera vez…

    —Que demuestra quién es realmente —completé y me miró como si fuese un alien mientras parafraseaba lo que ella acababa de decir—. Cay es buen hijo. No interrumpe, responde lo que se le pide y ayuda en lo que puede, pero sé que solo es así porque sabe que es más fácil para los demás. A veces se escapan otras pizcas de él, como si tuviera un gotero; refunfuña, se vuelve respondón o exige cosas, lo hace tratando de ser dulce y agradable o volviéndose incontrolable, pero tampoco le dura mucho. Ahora lo cierto es que tiene derecho a sentirse molesto por verse en la obligación de hacer cartas que no tienen un destinatario, pero como hasta entonces no lo dijo tampoco sabe cómo administrar esa emoción. Hablaré con él, ¿puede esperar un momento?

    —Keane-san —me llamó cuando estaba por ir a buscar a mi hijo, lo que dijo me estaqueó en mi lugar unos segundos—. Hace unos días… Escuché hace unos días a un compañero suyo murmurar que debían gustarle los chicos, que por eso es tan delicado de aspecto y que por eso le estaba ayudando a uno de sus compañeros.

    ¿Los niños habían sido siempre tan crueles? ¿Qué demonios le importaba al otro chico lo que el mío prefiriera si apenas tenían diez años?

    —¿Y qué si fuese el caso? —apañé con cierta brusquedad. Volvía a lo mismo, Cayden solo tenía diez años, claro que tenía aspecto de niño pequeño todavía y si ayudaba a alguien era porque así lo quería. Ninguna cosa tenía que ver con la otra—. ¿Tiene usted algún problema, Niibashi-sensei?

    Ella no dijo nada, negó con la cabeza y yo me retiré todavía con el trozo de papel en las manos, lo arrugué en una bolita y pensé que mi hijo no merecía esto. Que mi niño no tenía por qué vivir tirando tarjetas a la basura, escuchando a otros chicos reírse y diciendo que no le importaba; no lo merecía, pero Liam habría hecho que las cosas fueran así incluso si se quedaba en la casa. Nos habría hecho extrañarlo y habría hecho que el niño se sintiera despreciado.

    Las cartas no tendrían dónde depositarse.

    Al salir al pasillo Cay estaba varios metros más allá, sentado en el suelo medio acostado en la mochila y traqueteaba ambas piernas en el suelo. Tenía el ceño fruncido de lo lindo, lo mantuvo así incluso cuando me acerqué para acuclillarme frente a él y estiré la mano con el pedazo de papel en su dirección. Lo miró con indiferencia, luego me observó a mí y esperó a que hablara. No recordaba una sola vez que hubiese discutido conmigo de verdad, se peleaba solo o con Finnian que era el que más lo picaba, pero nunca conmigo.

    ¿No decían los psicólogos que el conflicto era necesario?

    It's okay that you're mad, love —empecé en inglés porque sabía que lo calmaba más, luego reseteé el idioma porque también era con el que había crecido—. Lo que estuvo mal fue que te comportaras así con Niibashi-sensei, ella no tiene la culpa porque no sabía nada. No puedes desahogarte con los demás si no les dices por qué estás molesto para empezar.

    It's because I'm not like the other kids, right? —farfulló aún traqueteando los pies, ansioso o cargado de energía sin dirección, sólo él sabría.

    Like the others?

    No dad —murmuró, hastiado—. No tengo a quién darle las cosas que hacemos cada año. Me cansa tener que fingir que sí, ¿por qué tengo que fingir?

    ¿Fingir? Pensé en el costado amable de su personalidad, el atento y dispuesto a ayudar. Ese que procuraba que nadie se sintiera mal y me pregunté, por alguna razón, cuál versión de sí él entendía como la real. A mí me parecía que era esa, la más delicada y sensible, pero que también por esa sensibilidad sentía muchas otras cosas, las tomaba del ambiente y las absorbía sin saber qué hacer con ellas. Lo volátil que podía ser también era parte de él. Lo único que no le pertenecía, que no debía pertenecerle, era su deseo repentino por aislarse y dejar a los otros fuera del radio de sus emociones.

    La versión de la cueva no era real, pero él se sentía seguro cuando nada podía tocarlo.

    Love —interrumpí para cortar el tren de pensamiento donde parecía atascado—. Think harder, my dear. ¿No tienes dos?

    —¿Dos?

    —Creo que a tío Finn y a tío Dev los harías muy felices llevándoles una tarjeta el Día del Padre. No tienes que usar esa palabra si no quieres, puedes solo escribir en la carta o el regalo un agradecimiento para los dos. Verás qué contentos se ponen —comencé a explicar con tranquilidad, noté que a él se le reactivaron algunos engranajes. Su ceño fruncido acabó por convertirse en un puchero cuando se le llenaron los ojos de lágrimas al ser consciente de que, bueno, había sido injusto—. Want to apologise, honey?

    Asintió con la cabeza, porque también eso era parte de él. Si discutía, si acababa portándose mal con alguien sin pretenderlo, siempre se disculpaba. Cayden no soportaba la idea de tratar mal a alguien, no si ese alguien era bueno con él o lo era con las personas que él apreciaba. Sabía que la maestra no era ninguna bruja.

    Volvimos con Niibashi unos minutos después, Cayden entró con la mochila medio floja en un hombro y se quiso partir la columna con la reverencia de disculpas, la mata de cabello rojo rebotó en direcciones anárquicas con el movimiento. Al enderezar la espalda el llanto le ganó la pulseada, se echó a llorar pidiéndole perdón a su maestra y a la mujer otra vez casi le da un ataque. Pareció tener un debate mental, pero se agachó un poco y lo abrazó con mimo.

    —¿Puede ayudarme a hacer otra? —preguntó él en medio de las lágrimas.

    —Si a tu madre no le importa quedarse un rato más, claro que no.

    La profesora me miró, yo negué con la cabeza para decirle que no me importaba y alcé la mano estirando dos dedos, mientras gesticulaba con los labios “Que sean dos”. Ella asintió, se separó de Cayden y esperó a que se sentara en su espacio, así que la maestra buscó los papeles de colores, la goma, las tijeras y todo lo demás antes de ir a sentarse a su lado.

    —¿A quién se las quieres llevar, Dunn-kun? —La escuché preguntar.

    —Tío Finn y tío Dev —respondió Cay muy bajito, luego de sorber por la nariz y bajarse quién sabe cuántos mocos—. Sensei, ¿sabe dibujar gatos?

    —¿Gatos?

    —Me quedan chuecos, parecen perros. —Rebuscó en su mochila, sacó un cuaderno y le mostró la hoja de atrás. Era cierto que no era muy diestro con el dibujo, pero le gustaban mucho los animales, siempre le habían gustado y eso hablaba de su sensibilidad, pues los animales requerían de cuidado y atención—. ¿Ve? Un perro.

    Los dejé tranquilos al ver que las aguas ya estaban calmas, pero arrastré una silla al escritorio de la maestra y me puse a estirar los pedazos de papel arrugado uno a uno, incluido el que me había dejado en la mano, hasta que los pude comenzar a ordenar. Terminé con un rompecabezas que uní lentamente, en el papel de un tono claro de morado pude leer por fin la caligrafía de ambos, de la maestra y de mi hijo antes de que lanzara el rayón que parecía el corte de un cuchillo.

    Felicidades en este día, rezaba el fragmento de Niibashi.

    Gracias por todo. Te qu-

    La frase que muy seguramente le había sugerido ella se cortó allí, los caracteres no siguieron y uno de los trazos acabó convertido en una línea de corte, violenta, cargada de enojo. Fue allí donde Cayden trazó el primer límite consciente con la figura de Liam: ni siquiera escribiría que lo quería. Porque claro, ¿cómo podía uno querer a alguien que no conocía? En su cumpleaños diez, el de este enero, le había enviado una consola con varios juegos y Cay casi se había desmayado de la emoción, pero eso no era amor.

    Era un capricho.

    Era un capricho y pensé que Liam siempre había sido así en su distancia, era el caprichoso, pero también el consentidor. Eso se había traducido a la relación de sostén económico que mantenía con nosotros, accedía a los caprichos del niño cuando yo le comentaba que le emocionaba alguna cosa o le gustaban ciertas comidas, como si eso fuese a reparar el daño, yo lo dejaba suceder porque era lo único que teníamos. Nos había dejado el apartamento de Shibuya, dentro de un par de años nos daría la casa de Shinjuku y seguiría enviando regalos. Nos dejaría usar los chóferes privados, luego accedería a pagar la nueva academia y todo se limitaría a eso, al dinero, ¿pero qué llenaba el vacío?

    Recogí del escritorio los trozos de papel, los guardé en el puño y caminé hasta el tacho de la basura, allí los tiré. Cayeron desde la altura de mi mano como una nieve de colores, pero bajo la luz del atardecer la poca tinta en ellos me pareció roja, del mismo rojo que el cabello de mi niño y el del compañero que no había podido mantener a nuestro lado. La nieve estaba manchada de sangre y cayó en el basurero, en el mismo lugar en el que Cayden habría tirado toda carta o regalo del Día del Padre que lo pusieron a hacer desde que estaba en edad escolar, pues no tenía un destinatario. Mi niño año tras año había fingido preparar algo que luego tiraría.

    ¿Por qué era tan dócil a veces?

    ¿Por qué se lo guardaba todo hasta reventar?

    ¿Por qué se parecía tanto al padre que ni siquiera podía recordar?

    Liam había elegido no ser parte física o emocional de la vida de Cayden, en consecuencia nosotros no le enviábamos nada en esta fecha porque no era un padre, era un mero proveedor y un fantasma. Al observar los trozos de papel, las palabras sin terminar y la línea que se había convertido en un tajo dado con una cuchilla de precisión, lo que sentí se le pareció bastante a la ira que había sentido hace siete años, cuando le di el ultimátum a su padre, porque no merecíamos esto. Porque cuando soñé con una familia no era esto lo que deseaba, no quería que mi pequeño se sintiera despreciado por el hombre que lo había engendrado, pero así eran las cosas. Liam no quería hijos, nos habían fallado los métodos anticonceptivos y aunque era un riesgo estadístico lo demás era culpa mía.

    Había concebido un hijo sin poder asegurarle el amor de su padre y puede que nunca me perdonara por ello, quería decir, a mí misma. Cayden no me resentía o me culpaba, no lo dudaba, me sentía amada y reconocida por mi niño; en sus ojos, sus palabras y su afecto entendía que era una buena madre para él, tan buena como podía, pero yo me consideraba responsable de estos resultados. Era mío el niño que reía, nos decía que nos quería y cantaba nuestras canciones cuando buscaba calmarse a sí mismo o calmarnos a nosotros, pero también era mío el niño que se encerraba en sí mismo, que se distanciaba, guardaba silencio y luego se rebelaba.

    ¿Debí insistirle a Liam?

    ¿Pedirle que se quedara y darle tiempo a que el niño lo cambiara?

    Era inútil y cruel pensar en ese escenario cuando tuvo tres años para procesarlo, cuando mostró no poder abandonar su miedo y romper el ciclo que lo había formado a él mismo. Cuando recordaba a los padres de Liam podía ver los ojos dorados de su madre, el cabello rojizo de ambos que luego se tornó canoso, pero también la distancia de su padre. No hablaban casi nada, se llamaban una vez al mes y luego era como si no existieran para el otro. Su madre, perdida en esos dos muros impenetrables, lo llamaba todas las semanas, pero las conversaciones no duraban más de diez minutos.

    Percibía en mi suegra la culpa de no haber podido moldear a su esposo o a su hijo, una que se parecía demasiado a la que yo sentía ahora. Era una mujer delgada, de personalidad emocional y frágil, no tenía la fuerza mental para enfrentarse a ninguno de ellos, quizás porque con el paso del tiempo ambos acabaron absorbiéndola. Cuando el padre de Liam falleció, alrededor de dos años antes del nacimiento de Cay, su madre murió casi seis meses después. Había sido hijo único, con pocos primos y casi ningún contacto con ellos, así que todo lo que quedaba de los Dunn era suyo, ¿pero importaba?

    No había derramado una lágrima en ninguno de los dos funerales, había recibido pésame tras pésame sin inmutarse. Tal vez a partir de ese momento sus escamas se volvieron todavía más duras, más resistentes e intocables. Cada vez que lo pensaba me preguntaba por qué me había quedado con él, por qué nos habíamos casado y por qué había cedido a mí si sabía que jamás cambiaría.

    ¿Por qué?

    Me había quedado allí estaqueada a un lado del tacho de basura, solo pensando, y me alcanzaron retazos de la conversación de Cayden con su maestra. Lo oí pedirle perdón varias veces más, explicándole que no había querido desquitarse con ella, que ella siempre había sido buena con él y le gustaban mucho sus clases aunque todo lo de la clase de arte le quedaba muy feo. Ella le dijo que no tenía que disculparse más, que entendía y algo sobre dar las gracias en vez de pedir perdón; también le recordó que cuando le pedía esculturas de papel maché o collage le quedaban muy bien.

    Perdí el hilo de la charla un momento hasta que de repente me pareció oír que Cay, prácticamente en un susurro, le decía a Niibashi que no quería meter en problemas a los que se habían reído de él ni a los que susurraban cosas. Suspiré al escucharlo, porque a pesar de todo entendía que prefería evitar el conflicto, pero a veces era inevitable. A veces era necesario levantarse, dar una manotazo en la mesa y exigir que las cosas cambiaran o todo permanecería sin cambios hasta el fin de los tiempos.

    Cayden sólo se daría cuenta de ello cuando debiera defender a quienes amaba, pues era mi hijo. Había cosas que nosotros solos podíamos soportar, pero en el instante que los nuestros eran amenazados por ese monstruo entrábamos en frenesí. Uno podía soportar la injusticia dirigida a uno mismo, pero no dirigida a los que apreciábamos.

    La culpa, después de todo, nacía de las injusticias que dejábamos suceder.

    Al final saqué del bolso un libro que había comprado hace unas semanas, me puse a leer mientras ellos terminaban las tarjetas y en la vuelta a casa no tocamos más el tema. Pasé a comprar algo para la cena, mientras pagaba la cuenta mi hijo salió corriendo con la mochila rebotándole en la espalda y se puso a acariciar el gato de una muchacha que lo estaba paseando con correa, como si fuera un perrito. La chica no debía tener más de diecinueve años, pero hasta le dijo que podía cargarlo si quería y Cay levantó el animal con cuidado para abrazarlo. Cuando salí me lo mostró de lo más contento, era un gato amarillo de pelo largo y bastante mimoso. Le dediqué una caricia al animal, le dije a Cayden que lo bajara porque debíamos ir a casa y así lo hizo, dándole las gracias a la chica por dejar que lo acariciara y lo cargara.

    Ese domingo el niño le entregó a sus tíos las tarjetas y Finnian casi se mea encima de la emoción, Devan lo disimuló un poco mejor, pero por la sonrisa en su rostro fue más que evidente lo mucho que le alegró el regalo. La sorpresa más grande, sin embargo, me la llevé yo cuando Cay apareció con una tercera tarjeta rosada con un gato y un montón de corazones dibujados al frente y me la extendió. Al abrirla reconocí su caligrafía en inglés, chueca y sincera.

    To the best mom out there!
    I’ll love you forever


    Fue un recordatorio, esta vez del amor inmenso que sentía hacia nosotros y que significaba la diferencia esencial en esta historia. Incluso si caminaba por la cuerda floja, si caía al vacío y creía haberlo perdido, el fuego en el centro de su pecho brillaba de una forma distinta a la de su padre, era completamente diferente en su núcleo. Aún así, todo lo que esperaba era que no rechazara el amor de los demás una vez creciera, que dejara que ese sentimiento lo moldeara y así, en medio del desastre que le significaba sentir con tanta intensidad, pudiera recordar que era capaz de amar de formas que otros jamás podrían siquiera soñar.

    Pues era nuestro niño, no el de Liam.
     
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