Baño de chicos

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 23 Noviembre 2020.

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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    El baño de chicos del Sakura Gakkuen. Con cubículos cerrados y lavabos con espejo.

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    Gigi Blanche

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    No me pareció relevante indagar cómo Cay conocía a Anna, si al fin y al cabo éramos un montón de imbéciles revolviéndonos entre callejones de sombras y tendido eléctrico. Fuera en Shinjuku o en Chiyoda, fuera por Altan, Arata, Rei, quien sea. Estábamos todos atorados en la misma telaraña y muchas veces no nos quedaba de otra más que toparnos entre nosotros, para lo que saliera. Conectar, colisionar, rasgar, quemar.

    Y quizá fuéramos unos auténticos estúpidos, alejándonos del mundo y con ello, de las personas dispuestas a arrancarse un brazo por nosotros. Quizá nos quejáramos de llenos y nos diéramos el lujo de pasar de esos enormes privilegios, pero al final del día no sabía qué otra cosa hacer. No sabía seguir otra guía de instrucciones, no veía por dónde dormir plácidamente en otro lugar que no fuera la soledad de mi propia cama y sin importar el cariño, sin importar lo que había encontrado en Cay y los demás chacales, siempre acababa huyendo. Los hilos de la telaraña se ampliaban, se expandían y me arrancaban de las personas que se habían colado dentro.

    Me impedían conectar.

    Su sonrisa cansada me arrojó una sensación amarga al fondo del estómago, fue molesta e incluso me revolvió las tripas con la intensidad que me había hecho darle una patada a la puerta del cubículo, ayer durante el receso. Era una frustración densa, insistente, que pinchaba y picaba hasta mutar en algo muy parecido a la ira. No que fuera a externalizarlo, claro, pero estaba ahí y repercutió en algunos cables.

    Hasta el fin del mundo si hace falta, Ko-chan.

    ¿Y no era un imbécil caprichoso, acaso, dándome el lujo de revolverme en mi miseria cuando había idiotas capaces de decir cosas así? Cuando estaba Morgan, y Anna, y Rei, cuando estaba incluso Arata, a pesar de su eterna estupidez. Cuando había estado Chiasa y ahí estaba Cay. Podía armar una auténtica lista de las personas dispuestas a arrancarse un brazo por mí y aún así, mierda, aún así... no.

    No podía.

    ¿Y de quién era la puta culpa, sino mía?

    Me echó un brazo encima de los hombros, aún así me quedé quieto un par de segundos y uní mi frente con la suya al girar el rostro. Cerré los ojos, respirando a consciencia, y un par de segundos después me separé para sonreírle y empezar a caminar, rodeando su espalda con un brazo. ¿A quién mierda iba a engañar?

    Quería conectar.

    Lo quería casi con desesperación.


    Me colé dentro de los baños, aprovechando que no había nadie, cerré la puerta y avancé hasta empujar la puerta del último cubículo y zambullirme dentro. Subí un zapato a la tapa del retrete, esculqué en mis bolsillos y giré la ruedita del encendedor. El humo me llenó los pulmones. Lo retuve unos cuantos segundos, colgando el brazo sobre mi rodilla, y dejé caer la cabeza hacia un costado porque sí. El cabello acompañó el movimiento y exhalé, mirando a Cayden entre la nube blanquecina.

    Lo solté sin más, porque no sabía ni tenía idea cómo suavizarlo.

    —Hay un lobo suelto.

    Otra calada, entrecerré los ojos y comprimí el gesto, soltando el humo. La sensación amarga, la ira silenciosa, seguía revolviéndose en mi estómago y chasqueé la lengua, moviendo la pierna en un golpeteo nervioso que de casualidad advertí. Estaba la voz suave del cabrón, las sirenas de la ambulancia y las jodidas esquirlas rasgándome la piel.

    —Uno de los gordos, no sé yo si alfa o qué mierda, pero es gordo. Y es peligroso, peligroso de verdad. —Lo miré directamente a los ojos, con una seriedad que probablemente nunca antes me había cargado—. Mejor que lo sepas antes de que pase algo, no lo toques ni con un puto palo. No sé si va a la 3-1 o a la 3-2, es un castaño con pintas de príncipe francés y se llama Shinomiya, Shinomiya Kou. ¿Lo ubicas?

    *sips tecito*

    mY MOUTH IS FULL OF REGRET
     
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    No podía quejarme tampoco del montón de líos en los que estaba metido de repente, era hasta hipócrita, yo era el jodido estúpido que a pesar de no tener las sombras del todo fusionadas al corazón había terminado buscándolas y fundiéndome con ellas a la fuerza. Yo había cavado mi propia tumba, porque tuve la opción de solo fingir no ver la oscuridad que alimentaba los caprichos que el fantasma de mi padre acababa por darme, pero había picado y picado hasta que los chacales dieron conmigo.

    No tenía derecho a quejarme por nada si las decisiones las había tomado yo, en aquella búsqueda enfermiza de admiración y aprobación de alguien, quien fuese y a cualquier costo. Había llevado mi espectáculo a las consecuencias últimas, no me quedaba más que seguir el baile y moverme, porque si me quedaba quieto un solo segundo las paredes iban a desmoronarse a mi alrededor.

    Cuando le eché el brazo encima de los hombros se quedó quieto y cuando quise darme cuenta había girado el rostro, uniendo su frente a la mía, lo vi cerrar los ojos e hice lo mismo por inercia. Tomé aire, lo liberé y apreté un poquito su cuerpo hacia mí por reflejo realmente, aflojando el agarre a conciencia cuando se separó para sonreírme. Me dejé arrastrar por él entonces, ni siquiera reparé en que Kurosawa había aparecido en el pasillo luego de días de no asomar la cara en la academia.

    En ese momento la prioridad era Ko, la verdad fuese dicha. Al resto lo podían mandar a la mierda.

    Me separé de él cuando nos zambullió a los baños cerrando la puerta detrás de nosotros, apoyé el cuerpo la esquina de los lavamanos cerca del último cubículo y lo observé con la misma intensidad de antes, porque no sabía qué hacer o más bien cómo dejar de hacerlo. Me miró entre el humo, aquella cortina blanquecina que conocíamos bien, y sus ojos se diluyeron un instante hasta parecer un rayo de sol derretido en un día de invierno.

    Y lo escupió.

    Hay un lobo suelto.
    Así como ayer con Emily en el patio presioné la lata entre mis manos, esta vez fue mucho más notorio porque el aluminio hizo un ruido seco al arrugarse entre mis dedos y sentí una ola ya no supe si de miedo o de ira caerme encima del cuerpo. Porque Tomoya se había colado a joder a Kurosawa, porque había estado por convocar una puta fuerza armada y luego cuando el perro-lobo se esfumó bajamos la guardia.

    Cuando pegó otra calada casi sentí que la había dado yo, porque sabía que el cuento no se acababa allí, lo supe al ver el movimiento de su pierna y el resto, la puta corazonada de mierda que sentí entonces. Recordé la vibración que me rebotó en el cuerpo ayer, el sonido del hilo negro al chirriar por la velocidad y el hecho de que sentí que si metía la mano iba a abrirme la piel hasta casi alcanzarme el hueso.

    Lo seguí escuchando y con cada palabra los hilos oscuros parecieron proyectarse, se expandieron, crearon una red capaz de cubrir la luz del sol. No estaban atados a ninguna parte, pero estaban allí, moviéndose como algo vivo, rechinando como hilachas metálicas y haciendo que una sensación asquerosa me alcanzara la boca del estómago, provocándome náuseas.

    Es un castaño con pintas de príncipe francés.
    El jodido niño pijo de la fiesta y de ayer.

    Shinomiya Kou.

    Pero para ser un lobo de los gordos tenía nombre de puto empollón, lo siento.

    Estiré la mano para dejar la lata arrugada todavía con algo de café sobre el lavamanos, me pasé la lengua por los dientes porque de repente sentí la boca jodidamente seca y por el aturdimiento que tenía asumí que debía haberme puesto pálido como un puto muerto. Dejé la mochila caer al suelo antes de hundir la mano en el bolsillo interno de la sukajan con algo de fuerza añadida, escarbar por un mechero y un porro a medio consumir.

    —Me cago en la puta madre que lo parió —mascullé luego de haber pegado una calada que debió hasta joderme más de una red de neuronas, liberé el humo con algo de prisa y solté una risa ronca que rebotó en el vacío del baño—. What were the fucking odds?

    Despegué el cuerpo del lavamanos, caminé por el espacio entre estos y los cubículos como un maldito animal encerrado mientras le daba otra calada al porro, eran las ocho de la mañana pero ya no podía importarme menos. Con la mano libre me aflojé todavía más la corbata, porque de repente sentí que me iba a ahogar allí.

    Bajo la telaraña.

    —Lamento informar que ya lo toqué —dije en un susurro algo tosco—. La mascarada, en el salón antes de que me encontraras al borde del colapso, por puto orgulloso de mierda como siempre, le di un beso en la muñeca y como tenía cara de que seguro me escupía encima si podía le dije que podía lavarse en la cocina, que seguro había jabón.

    Tuve que forzarme a no reírme otra vez porque contarlo así era para mearse incluso en ese contexto, tuve que forzarme porque lo sentí escalar. La descarga eléctrica, la inquietud y los putos nervios, pero tenía que centrar la cabeza porque había venido por Ko, no para hacerme pedazos yo. Inhalé y exhalé un par de veces, pero no me quedó más que soltarlo.

    —Estoy fichado —solté sin ninguna clase de anestesia—. Me pasó justo al frente ayer en el patio, la mirada que me echó encima fue discreta pero con solo sentirla la puta peste a azufre casi me ahoga. Tiene que haberme fichado al menos para no olvidarse de mi cara.

    La tercera calada.

    El problema aquí era que los hilos seguía chirriando, pero también interceptaban a Ko porque si tenía esa información era por algo y eso no me lo podía negar con semejante descaro. Mi procesión se detuvo de nuevo frente al cubículo, di unos pasos y casi estuve por zambullirme allí con él también, pero por alguna razón me quedé fuera todavía. Busqué sus ojos y aunque era inconsciente de ello era posible que por la resina me hubiese pasado una chispa de amenaza que no iba dirigida a Kohaku ni en joda.

    —Te lo voy a preguntar una vez, Ko, una sola porque eres mi amigo y te quiero. Pero sobre todo porque eres mi maldito espejo y lo sabes muy bien. —Rodé el porro entre los dedos con evidente ansiedad—. ¿El maldito príncipe francés te ha hecho algo? ¿El hijo de puta ha hecho algo que yo deba saber?


    ohboy cay STOP RIGHT THERE BRO *lo avienta por la ventana*

    wHEN WILL I STOP SEING RED?
     
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    Gigi Blanche

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    No estaba totalmente seguro de lo que estaba haciendo, la verdad sea dicha. Me movía, si se quiere, la mierda más parecida que tuviera a la moral. Cuestionable, considerando que le mentía a toda mi familia y usaba el jodido patio trasero del santuario para plantar la hierba que vendía. Cuestionable, ya que estábamos, con la cantidad estúpida de personas con las que me había liado para luego dejarlas tiradas. Lo cierto era que no tenía una reputísima idea sobre ser bueno o malo, quizás en algún punto del viaje me había tragado el cuento de mi cara de ángel y eso, ese puto chiste, de vez en cuando pesaba más de la cuenta.

    Qué iba a saber yo sobre moral.

    Y dudé un huevo apenas noté la tensión que le cayó encima a Cay. Se me imprimió en el cuerpo, me oprimió el pecho y por un instante genuinamente me odié. Odié provocarle eso, echarle esa mierda y ansiedad por la cara, así tuviera una razón de ser y objetivamente fuera necesario. A la mierda la moral, fue insoportable y me dolió como la puta madre. Sabía lo que le estaba arruinando los nervios, lo sabía porque era mi jodido espejo y yo también lo llevaba adentro.

    Me quedé viendo la lata arrugada cuando él la dejó en el lavamanos y luego clavé la mirada en el piso, percibiendo sus movimientos de reojo. Parecía un jodido animal enjaulado y el agobio, la culpa y el malestar no hicieron más que reptar y seguir reptando. Me llevé el porro a los labios y por un segundo pensé que el estómago se me iba a doblar en dos. Sus insultos seguían rebotando en mis oídos, sabía que no iban dirigidos a mí pero no conseguía quitarme la sensación de encima.

    De que esa mierda era mi culpa.

    Alcé la mirada para seguir su figura inquieta apenas dijo que ya lo había tocado. Fue una mierda, fue una expectativa horrible que sólo se disolvió a medias cuando explicó el resto de la situación. No había manera, no cuando Shinomiya se había convertido en mi demonio personal y de un momento al otro imaginé a Cay debajo de sus jodidas alas oscuras.

    Le había besado la muñeca.

    Qué puto asco.

    Me daba igual lo hilarante del relato, en ese momento la cabeza no me daba para otra cosa. ¿Podría haberlo evitado si hubiera abierto la boca? Eso y quién sabe qué otras mierdas. ¿Debería haberlo hecho? ¿No era más que un puto cobarde, escondiéndome tras una amenaza que nunca escaló a mayores? La ansiedad de Cay me estaba arruinando la poca templanza que me quedaba pero ni de coña iba a culparlo, cuando de a ratos sólo quería borrarle la memoria y fingir que nada de esto había pasado.

    Quería huir.

    Y me cayó encima como un auténtico rayo.


    Estoy fichado.

    El corazón se me atoró en la garganta, le clavé la mirada y siquiera me importó lo jodidamente asustado y vulnerable que tenía que verme. No me había esperado toda esa mierda, no había esperado que Cay lo conociera, que le hubiera besado la muñeca, que el demonio lo hubiera fichado. Había logrado convencerme hasta el momento que ese problema sólo era mío, que nada iba a cambiar si abría la boca, pero ¿qué carajo?

    Si ya le había besado la puta muñeca.

    Si ya lo había puto fichado.

    Y todo porque no abrí la boca.


    Quería desintegrarme en el aire, que la tierra me tragara o desaparecer dentro de un incendio, ya no sabía yo. El cuerpo me seguía pidiendo a gritos que huyera de ahí y, joder, cómo me odiaba por eso. Apenas Cayden se detuvo frente a mí busqué sus ojos a tientas, pensé que hasta el momento había sido incapaz de decir una palabra, de mover un músculo. Hasta el porro se me había apagado.

    Me di cuenta que no estaba listo para nada de esto.

    Pestañeé, obligándome a reconectar algunos cables, y la intensidad de Cayden en ese momento se me asemejó a la de Anna en el taxi, o afuera de la enfermería, cuando lo de Natsu. Era una ira crepitante, era fuego, podía quemarme y eso me aterraba.

    ¿El maldito príncipe francés te ha hecho algo?

    Otro rayo.

    ¿El hijo de puta ha hecho algo que yo deba saber?

    El repiqueteo de mi pierna se reinició, moví el porro entre mis dedos y vete a saber con qué entereza fui capaz de sostenerle la mirada, así estuviera a media chispa de ahogarme. Mi voz sonó plana, contenida a consciencia.

    —¿Qué no hizo? —Esbocé una ligera sonrisa irónica que desapareció de inmediato—. El cabrón era de los Boomslang, la banda de Shinjuku que desapareció el año pasado. Estaba ahí con Anna, mi primo y un par más. Fue su puta culpa. Los traicionó, los vendió al mejor postor y los dejó como carne de cañón mientras el hijo de puta se metía en la madriguera de los lobos, recibiendo flores. Causó un desastre que no te imaginas, casi murió alguien, agarró a Anna, la usó de mensaje y le pegó el puto susto de su vida.

    Fue inevitable, el rencor que se me coló en la voz al decir aquello último. Era incapaz de olvidar el genuino caos que había sido esa época, ya no sólo por Anna, también por Rei y toda la mierda de Kakeru. Y, qué sé yo, mientras hablaba me di cuenta que yo también estaba furioso y que la patada al cubículo de ayer no había sido un delirio de fiebre. Que una parte de mí odiaba a ese hijo de puta y fácilmente podría no mover un dedo si lo molían a palos frente a mis narices.

    Tendría que felicitarlo.

    Mira nomás en lo que me había convertido.

    Sorbí la nariz y me tomé un momento para volver a encender el porro, darle una calada y suspirar. Me sentía incapaz de incorporarme, como si me hubieran rellenado el cuerpo con cemento y lentamente se estuviera secando.

    —Una noche la drogó también, no es que sepa que la orden bajó de él pero parecía estar encargándose de todo, como si fuera el puto alfa o algo. —¿Era prudente soltarle mierda sobre esa noche? Qué sabía yo—. Para sacarla de juego, creo, pero la dejó inútil como una muñeca de trapo. Muy poca gente sabe al respecto de esto, así que no digas nada, por favor.

    Busqué sus ojos entre el humo y le imprimí toda la convicción de la que fui capaz.

    —Es peligroso, Cay. Es un jodido violento que no conoce límites, no conoce de lealtades, y es capaz de cualquier cosa con tal de conseguir lo que se le antoja.

    ¿El maldito príncipe francés te ha hecho algo?

    La rigidez de su pregunta me seguía golpeando en los oídos con una insistencia absurda, pero ya le había soltado semejante historial que mira, ¿qué puta diferencia haría lo mío? Aunque acabara de pensar que me cargaba las culpas por no haber abierto la boca, aunque fuera de cobarde, estaba allí y las manos me seguían temblando ante el simple recuerdo.

    Por eso no podía.

    No podía.

    Me iba a quebrar si lo hacía.

    Y era genuinamente aterrador.
     
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    Zireael

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    Maybe no one really knows the way
    No one really knows, no one really knows the way
    .
    No one really offers help anyway
    No one's there to save you from these place
    .
    Nirvana, or Shangri-La, or Valhalla
    Move 'cause if you stay in limbo you'll decay
    Cayden1.png
    Hablaba y hablaba de no tener las sombras de nacimiento, me había tragado el cuento de Yako y me lo había grabado con hierro caliente en el centro del pecho, pero bastaba la sola insinuación, la idea de que tocaran a mi manada para que todo lo que podía llamarse moralmente correcto acabara por desvanecerse. Había terminado como camello y casi traficante de armas por un sueño de mierda, infantil y hasta estúpido, no quería imaginar hasta dónde sería capaz de llegar por las cosas serias. Autodestruirme como una puta bomba, arrastrar a los demonios conmigo y encerrarlos en el fin del mundo, así me condenara por el resto de mis días.

    Era un puto palo de dientes, pero podía acomodar las piezas necesarias para desatar el Ragnarök y si no me cargaba a nadie, bueno, el esfuerzo se había hecho y no me habría quedado sin hacer nada. Orgullo, el más absoluto de los pánicos que acababa por mutar en agresión, no necesitaba la ira porque mi eterno miedo era mi combustible y había volcado todo el galón sobre una vela.

    Miedo a que el cerdo hubiese tocado a Kohaku, culpa porque lo dejamos solo, ya no sabía qué maldita emoción sentir realmente y eso que ni siquiera había abierto la boca para decirme nada. Tampoco pude retenerlas, las paredes de tierra no reaccionaron y en su lugar la llama media muerta se esparció sobre la gasolina derramada, palpitando sobre la tierra como un corazón. Era errática, no servía para nada más que para quemarlo todo como un incendio.

    Y me desconocí como me había desconocido en mitad del pollo con Welsh.

    Porque le estaba exigiendo a Kohaku, a su aire, que se dejara consumir por una llama que no alcanzaba ni a fogata pero podía quemarlo también. Se lo estaba exigiendo porque no podía vivir con la idea de que lo habíamos dejado a su suerte, que lo habíamos dejado huir y en nuestra ausencia el lobo lo había cazado, porque si a mí ya me estaba llevando el puto demonio, Arata no sería responsable de sus acciones y los perros salvajes de Yuzu no tendrían piedad alguna, así acabaran bajo tierra con ella. No lo sabía, pero la lealtad que Sonnen le profesaba a Ishikawa también sería capaz de ponerlo en movimiento así como se había puesto en marcha hasta dar con la información de la hiena.

    Kohaku podía estar poniendo en duda su propia moral en este preciso momento, pero para nosotros representaba lo único que estaba bien en el desgraciado mundo de sombras y tocarlo era pecado aquí, en Occidente y en los polos. Nadie se metía con nuestro niño de las nubes así.

    Precisamente porque era nuestro.

    Era egoísta lo que estaba haciendo, pero este chico era parte de mi familia y si me desentendía no iba a poder perdonármelo en la puta vida. Por eso mi aislamiento voluntario pareció desaparecer, con él las murallas y la distancia, porque eso había abierto la boca para preguntar como pocas veces en la vida. Pregunté incluso si sabía que era él, que era yo, y que éramos unos malditos desgraciados que no decíamos un carajo nunca.

    ¿Qué no hizo?

    Tomé aire hasta sentir que los pulmones iba a estallarme, volví a pasarme la lengua por los dientes y esperé, la expectativa aunque corta pareció masticarme las extremidades como las fauces de una bestia a la que no pude asignarle un rostro. Las cosas que comenzó a decir solo complejizaron los hilos, aumentaron la densidad de la red y comenzaron a unir los puntos.

    Hiradaira.

    Otro hilo encontró su conexión en alguna parte.

    El rencor que detecté en la voz de Kohaku al menos me sirvió de algo, estaba externalizando que odiaba al malnacido de Shinomiya. Incluso si no me respondía la pregunta directa estaba admitiendo que estaba furioso, mi intervención había sacado eso y que lo reconociera era bueno. Porque uno tenía derecho a odiar con todas sus fuerzas a las personas como Shinomiya que se cargaban a todos a su paso, que casi mataban personas, que usaban a chicas para dar mensajes y luego seguían tan panchos en su puto imperio.

    Venga, ódialo.

    Ódialo.

    La gente como este infeliz merece ser odiada, mancillada, aplastada por las fuerzas que creyeron dominar y convertirse en carne molida, son los que merecen ser recogidos del suelo con espátula y entregados en una bolsa de basura negra, que nadie los reconozca o los recuerde, que los gusanos los devoren en el basurero. Lo merecen porque han causado infinito dolor, miedo y traumas.

    Muy poca gente sabe al respecto de esto, así que no digas nada, por favor.

    —Soy una tumba —repliqué con tono seco—. Puedes decirme que mataste a alguien y me lo llevaré conmigo a la cripta.

    Porque nunca abría la puta boca.

    Repitió que era peligroso y en eso quedó, mi pregunta, la insistencia que había impregnado en ella no encontró respuesta.

    No fue eso lo que pregunté, Ko.

    No fue eso lo que pregunté.

    No fue lo que pregunté.

    Pregunté si te había tocado a ti.

    No me di cuenta cuándo se me había apagado el porro, pero solo lo regresé al bolsillo junto al mechero. Terminé por meterme al cubículo para estirar la mano y quitarle el suyo, a la vez que me forcé de forma consciente a desaparecer la intensidad y la exigencia de mi mirada. Si ya no había respondido no iba a lograr nada si seguía pidiéndole que se lanzara al fuego como un suicida, así que no me quedó más que dejar que las llamas perdieran intensidad sobre el combustible derramado.

    —Ya deja de fumar como un loco, por favor. —Fue casi una súplica, no sé por qué me salió así. Me quedé allí, prendado a su resina fría como un imbécil y tratar de reflejar en mi mirada aunque fuese una fracción del cariño que le tenía, también de que no lo haría escupir nada que no quisiera decir, traté de decirle solo con la vista que no quería alterarlo más—. Te prometo que no haré ninguna estupidez, ¿de acuerdo? Quiero decir, más de las que hice sin saber, y hablaré con Arata para que también sepa dónde no meter las narices.

    Arata, Sonnen y Kurosawa en realidad. No creía que al príncipe francés le interesara el show que se había montado Tomoya, pero tampoco quería que la otra estúpida se lo terminara chocando sin saber lo que era realmente: un maldito demonio.

    Al final siempre terminaba de mensajero, ¿no? Ni modo.

    Estiré la mano libre para alcanzar a acariciarle la espalda con un mimo estúpido, no tenía idea de cómo había logrado encerrar la mala hostia y el terror que todo el asunto me había metido tan rápido, pero ya lo había pensado al hablar con Eunbi. Si había alguien que parecía tan o más angustiado que yo redireccionaba todo con tal de jugar a ser un pilar, incluso si era no era mi función real.

    —Ko. —Lo llamé en un murmuro—. Un abrazo, ¿me dejas darte eso al menos?
     
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    Cayden podía fungir de espejo, asimilarse a muchas de mis manías, de mis miedos y tendencias estúpidas, pero contaba con un fuego propio que jamás reconocería en mi interior. Era incapaz de actuar sobre el conflicto, la templanza no me daba para zambullirme en el desastre de nadie y pretender rescatarlo. No tomaba bandos, no me arriesgaba, no luchaba por quienes quería.

    Era un tibio de mierda.

    Pero Cay poseía fuego propio.

    Y lo estaba usando.

    Era la primera vez, ¿verdad? Que se manifestaba frente a mí. Me lo había olido, puede que de conocerlo como lo conocía, pero era la primera vez que sus llamas genuinamente amenazaban con quemarme y me di cuenta que podía fungir de espejo, que podíamos albergar los mismos miedos, pero él poseía una fortaleza de la cual yo carecía. Una tendencia a la acción, un vehículo hasta el culo de gasolina. Podía desatar la tormenta que deseara si presionaba los botones adecuados.

    No como yo.

    Era frustrante y aún así lo pensé.

    Que lo estaba usando.

    Podía usarlo.

    Lo encontré en sus ojos, el chasquido de la madera repiqueteó en mis oídos y sentí que un mero descuido, un pequeño paso en falso, podría lanzarme directo al núcleo de su incendio. Sentí que podría alimentar mi propia ira contenida, el rencor que se había podrido en mi estómago, y transformarme en un elemento que desconocía. Sentí que me estaba arrastrando dentro.

    Y una parte de mí deseó que insistiera un poco más.

    Pero cedió, porque era mi espejo y yo habría hecho exactamente lo mismo. El incendio amainó, el calor mermó y sentí un frío inexplicable colándose por la tela del uniforme. No reaccioné cuando me quitó el cigarro, no habría reaccionado aunque me abofeteara, probablemente, ahora que el cemento se había solidificado y no tenía idea cómo mierda moverme. Permanecí en sus ojos, en el ámbar apaciguado, y de un momento al otro recordé el color que había encontrado bajo la luz de afuera, en la puta habitación de huéspedes. Había pensado que su resina era mucho más cálida que la mía y ahí radicaba la entera diferencia.

    Era el fuego.

    Ese que yo no poseía.

    Y era estúpidamente cálido.

    Asentí y asentí como un puto niño traumado, lo único que hice fue asentir hasta que me pidió el abrazo. Repasé sus facciones, tomé aire por la nariz y vete a saber con qué fuerza me incorporé. Lo hice sólo para esconderme entre sus alas, colé los brazos dentro de su blazer porque me dio la puta gana y lo presioné con fuerza, hundiendo el rostro en su cuello. Solté un suspiro lento y pausado, me impregné de su aroma o lo que sea que Cay fuera, y mi cabello debió hacerle algo de cosquillas al acomodarme mejor. Siempre lo hacía, ¿verdad? Esconderme en el confort físico cuando así se me antojaba, aunque en líneas generales fuera receloso de mi espacio. Tensar, tontear y arrebatar.

    Contradictorio que te cagas.

    Pero qué sé yo, me quería fusionar con él o algo.

    —Perdóname.

    ¿Perdón por qué, Kohaku?

    —No puedo.

    ¿Qué no puedes?

    —Pero gracias.


    el develop extraño que ha tenido esta criatura desde ayer me tiene tripping, ahora sólo quiero que se le vaya la olla y es culpa de unlike pluto (??

    and forgive me father for i have sinned pero los flashbacks a la comidota *chef kiss*

    mOOOVE CUZ IF U STAY IN LIMBO YOU'LL DECAY
     
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    No sabía si esa sed ya no de violencia, porque no era violento como tal, sino de venganza venía de mi incapacidad de parar quieto un puto segundo. La cabeza me funcionaba por objetivos marcados, por una lista de cosas por hacer, era rígida que te cagas pero así entendía el mundo y era la única forma en que podía moverme por el ruido ambiental que una mayoría del tiempo era ensordecedor. Esa insistencia en permanecer en movimiento la tenía escrita en el alma, no tenía que establecer relaciones profundas con casi nada y tampoco dejar de ser un introvertido de mierda, pero a mi manera nunca paraba quieto. Me enfermaba estar estático.

    Era como un generador y a veces le metía toda la potencia, al punto de acabar conmigo mismo.

    Y aún así, aún así retrocedí en parte porque me cagué hasta las patas, el miedo era mi única arma, la usaba para defenderme y defender a los otros pero también era la que me daba el tiro en la cabeza cada maldita vez. En ese instante tuve miedo de que al insistir acabara por apartar a Kohaku de mí de forma definitiva y esa sola idea tuvo una fuerza capaz de destruirlo todo, era aterradora para qué mentirnos. Éramos espejos pero las imágenes reflejadas eran siempre imperfectas, habían diferencias por las irregularidades de la superficie, la suciedad del vidrio o la iluminación que chocaba contra el espejo.

    Me dio miedo consumir todo su oxígeno o quebrarlo.

    A mi niño de las nubes.

    Una parte de mí lo sabía, lo olía por la movida del sábado, que mi fuego podía absorberlo o que su aire podía producir tormentas eléctricas. Yo, el inútil social, podía alimentar su ira, darle dirección a sus corrientes y usarlas para potenciar mi propia llama, crear un movimiento entre elementos tan potente que podía pecar de peligroso. Lo supe porque cuando escuché el rencor en su voz no me quedaron dudas.

    Podía destrozar lo que hiciera falta con su tormenta, cobrar el dolor de sus amigos, cobrar el propio. Tenía la fuerza, solo no sabía cómo usarla porque era posible que lo abrumase como lo abrumaba todo lo demás y la mía era todavía demasiado volátil para pretender demostrarle cómo funcionaba.

    No reaccionó cuando le quité el cigarro y lo guardé en el bolsillo junto al mío, quizás no hubiera reaccionado hiciera lo que hiciera y verlo solo asentir ante mis palabras como un crío me estaba doliendo horrores, dolía como la mierda. Quería salir de ese baño, despedazar la puerta y buscar al maldito demonio de Shinomiya para como mínimo lanzarlo al suelo y aplastarle la lata de café contra la cara. De no ser porque Sonnen estaba en la más absoluta de las mierdas lo habría picado solo para que lo moliera a palos, así de intenso era el cabreo que me manejaba con el jodido príncipe francés, pero no tenía nada.

    No tenía nada y no pensaba a dejar a Ko solo aquí, en ese cubículo que apestaba a hierba y miedo.

    Aún así pareció que lo del abrazo hizo de cable a tierra, me repasó los gestos, inhaló y de repente lo tuve encima, coló las manos, me presionó con fuerza y hundió el rostro en mi cuello. Esa sola acción me hizo consciente de que quizás había querido hacerlo antes, esconderse en mí, y sentí que me iba a hacer trizas al darme cuenta tan tarde de ello. Reaccioné entonces, lo rodeé con los brazos aferrándome a él con la misma fuerza y cuando se acomodó sentí su cabello hacerme cosquillas.

    Aflojé el agarre de una mano con tal de acariciarle el cabello suavemente, casi como si pretendiera arrullarlo y sus palabras me cayeron encima con la fuerza de un huracán, pero me obligué a tragarme el nudo que sentí en la garganta de repente.

    —A mí no tienes que pedirme perdón por nada —murmuré todavía acariciándole el cabello—. Perdóname tú a mí por dejarte solo tanto tiempo, lo lamento de verdad.

    ¿Qué no puedes, Ko?
    Porque me apuesto la vida que solo no sabes hasta dónde puedes llegar si presionar los botones correctos.

    Giré el rostro para poder dejarle un beso en la cabeza y me las arreglé para separarme un poco de él, lo suficiente para tomarle el rostro entre las manos, hacerlo bajar la cabeza y dejarle un beso en la frente. Le acaricié las mejillas como si fuese un crío, me quedé allí unos segundos antes de bajar la cabeza también para pegar la frente a la suya y cerrar los ojos como había hecho él antes de meternos al baño. El celeste se revolvió con el rojo y abrí los ojos para repasar su rostro.

    Rojo.

    Es el color de la buena fortuna.

    Siempre Yako con su mierda apareciéndose en la cabeza de uno cuando no hacía falta.

    —No tienes que darme explicaciones de nada, pero por lo que más quieras, búscame. Búscame cuando sea que sientas que todo te cayó encima y así tenga que atravesar todo Japón llegaré. —Era un jodido loco, soltando esas cosas así cuando en general me tocabas un pelo y saltaba hasta el techo—. Apareceré para esconderte del mundo dos segundos, diez minutos o todo el año.

    Toma el fuego, idiota.

    Acéptalo y ya luego vemos qué puedes hacer con él.

    —Si no te mueves la cueva fría acabará por absorberte. —Volví a envolverlo entre mis brazos, dejándole espacio por si quería volver a esconder la cabeza en mi cuello—. Terminarás fundido con las piedras.


    yo estoy pinches chillando aquí porque sos nO SÉ QUÉ ESTÁ PASANDO CON ESTE DEVELOP Y POR QUÉ LO VIBEO TAN DURO pero unlike pluto fomenta el desmadre de una manera que no es de dios (??

    birgen zantisima es que la tensión hermana LA TENSIÓN me tira a la comidota también help me father

    mAYBE NO ONE REALLY KNOWS THE WAY :vibing:
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    In a maze of my expectation I just feel so far away
    Holding on to these empty spaces as I try to find my way

    'Cause I'm somewhere else surrounded by the city shelf
    Trying to appease all my desires

    'Cause I'm somewhere else
    Believe me, I'm beside myself

    I've been trying to change
    Kohaku 3.png

    Deshonestidad. No veía otra forma de justificar muchas de las cosas que acababan ocurriendo, que me caían encima y me empapaban el cuerpo. Quizá fuera cuestión de dejar de pensar las cosas, de buscar utilidad y necesidad dentro de lo más cotidiano. Me resultaba inevitable ver a personas como Anna y preguntarme si acaso no estaban destinadas a ser más felices que los imbéciles como yo. Con su explosión de emociones, su energía irrefrenable y su constante intercambio con el mundo. ¿Acaso el agua no se pudría cuando permanecía estática?

    No tenía una fortaleza más que la resiliencia. Lo había pensado siempre pero tomó forma luego de la muerte de Chiasa. Encontré genuino alivio en mi capacidad de no derrumbarme, en mi voluntad para seguir levantándome todos los días y llevarle el desayuno a la cama a mis padres, mañana tras mañana, hasta que fueron capaces de volver a ponerse en pie. Era la voluntad que me mantenía en movimiento. A mi manera, claro, pero me alcanzaba para no echarme a perder.

    ¿Cuándo me había detenido?

    ¿Era todo culpa de Shinomiya?


    ¿Había sido resiliencia lo que me alejó de los chacales? ¿Fue lo que necesité para permitirme sanar, para albergar el recuerdo de Yako sin hundirme en un pozo oscuro? Creía que sí, de verdad. No me arrepentía del pasado así como no les guardaba rencores por no haberme buscado, las cosas salían como salían y eso lo entendía. Tan sólo me habría gustado encontrar las herramientas precisas para quitarle ese peso de los hombros, ya no sólo a Cay, también a Arata y los demás.

    Porque les pesaba, ¿verdad?

    Las caricias en mi cabello me resultaron extremadamente suaves, y allí sobre mis párpados cerrados juré percibir la bruma distante de las luces violetas que solía distinguir en el horizonte. Los entreabrí, entonces, y por alguna razón eso volvió el calor del cuerpo de Cay más palpable. Me estaba abrazando con una firmeza ridícula, una que jamás se asociaría a un saco de huesos, pero ya lo había pensado en varias ocasiones. El chico tenía ese poder inmenso.

    Podía ser un refugio.

    Tenía la fuerza, tenía el calor.

    El amor también.

    A mí no tienes que pedirme perdón por nada.

    Te dije que confiaba en ti, y aún así no abrí la boca.

    Deshonestidad.

    Perdóname tú a mí por dejarte solo tanto tiempo, lo lamento de verdad.

    ¿Ves? Te pesa.

    Sentí sus labios en mi cabello, el resto de la movida se la dejé hacer con una docilidad absoluta. Si le pintaba disfrazarme de payaso, probablemente no abriría la boca ni movería un dedo. Luego el beso fue en mi frente, cerré los ojos por inercia y tomé mucho aire por la nariz. Me estaba tratando con un cuidado ridículo, con un cariño inmenso, y yo sólo quería que viera el poder que cargaba consigo. Quería que lo encontrara reflejado en mi espejo, pero no sabía cómo.

    Sólo me quedaba intentarlo.

    No abrí los ojos en ningún momento, como si pretendiera grabarme las sensaciones a fuego. Sus manos en mis mejillas, su frente contra la mía, las cosquillas ligeras de su flequillo. El sonido de su respiración, su cercanía y todo lo demás. Las luces violetas seguían disolviéndose aquí y allá pero ya no tenía frío.

    Búscame cuando sea que sientas que todo te cayó encima y así tenga que atravesar todo Japón llegaré.

    Se me escapó una sonrisa floja.

    Apareceré para esconderte del mundo dos segundos, diez minutos o todo el año.

    ¿Qué es esto? Se suponía que yo cuidaba de ti, tonto.

    Lo dejé volver a abrazarme, me rodeó la espalda y dejé libres los brazos para envolverlos en torno a su cuello. Una mano navegó hasta su cabello, se coló entre las hebras de fuego y se hundió hasta prácticamente desaparecer. Era suavecito. Pegué la mejilla al costado de su pelo, inhalé despacio y entreabrí los ojos por fin, enfocando cualquier punto muerto del baño.

    —Tú me dejaste entrar a tu cueva, ¿verdad? —arriesgué en un susurro, era como si la oscuridad fácilmente pudiera volver a rodearnos y colarse entre las hendijas—. Me dejaste entrar, aunque sea estúpidamente aterrador. Me dejaste alcanzarte.

    Y no tienes idea lo mucho que admiro eso.

    Deslicé los dedos hasta su nuca, afiancé allí la mano y me puse a juguetear entre las puntas de fuego, con cierto aire distraído. Me apreté un poquito más contra su cuerpo, fue pasajero y lo hice porque me dio la gana. Seguí hablando cerca de su oído.

    —No me fundiré con las piedras, quédate tranquilo. Si algo tiene de bueno el aire, es su capacidad para permanecer en movimiento. Quizá no lo parezca, quizá pase inadvertido, pero créeme: no voy a echarme a perder. Siempre encuentro la manera.

    Confío en eso.

    Alejé el rostro un par de centímetros, busqué sus ojos y repasé sus facciones sin una pizca de vergüenza. Si no me conocería su carita de memoria ya, y aún así no me cansaba. Le dediqué una sonrisa suave, aún lucía cansada pero los ojos se me rasgaron, y es que no quedaba de otra. No cuando me había arrebatado todo el frío del cuerpo.

    Úsame de espejo, Cay.

    Encuentra aquí todo el poder que tienes.

    —También puedes buscarme, lo sabes, ¿verdad? —La mano que había permanecido en su nuca se deslizó hasta ahuecarse en su mejilla, le sostuve el rostro y le concedí un par de caricias breves con el pulgar—. Espero encontrarte siempre que lo necesites, es parte de mi sexto sentido, pero si fallo y no lo logro a tiempo... Búscame. Búscame y te daré todo lo que haya a mi alcance, todo lo que pueda reflejarte.

    Como ahora.

    Por favor, dime que puedes verlo.

    No lo pensé una mierda, simplemente me incliné y presioné mis labios sobre los suyos un par de segundos. El mundo se fue a negro y los resplandores violetas danzaron como luminiscencia, pequeñas luciérnagas o la vida transcurriendo en segundo plano.

    —¿Sí?


    huh no pude controlar esta gAYNESS and now im so absolutely fuckin DEAD

    *sigue chillando cien años*
     
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    Zireael

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    Tal vez una parte de mí no sería capaz de perdonarse nunca por haber dejado a Kohaku solo, haberlo dejado irse y seguir fluyendo sin más. En el fondo lo supe siempre, lo mucho que me dolía solo haberlo dejado desaparecer, haberme quedado estático como un estúpido en vez de haber corrido hasta escupir los pulmones y aferrarme a él con uñas y dientes. Mi forma de ser, mi distancia del mundo, me hacían cargar muchas culpas encima.

    Como no haber podido decirle nada a Yuzu cuando perdimos a Yako, no preguntar cuando veía a alguien y notaba que faltaba una pieza, solo ver y ver pero no accionar. Mi movimiento era constante pero increíblemente egoísta, porque también tenía miedo del ruido ajeno, las emociones de otros y el dolor externo. Porque me preocupaba por las personas a pesar de mi distancia y temía que de acortarla sintiera en mi piel las emociones de otros, al punto de hacerme colapsar sobre mí mismo, pero allí con Ko estuve dispuesto a recibir todo.

    Vivía lleno de culpas por ser quien era.

    Este monstruo, este fantasma sin presencia que no merecía la admiración de nadie.


    Pero el error que habíamos cometido al no ir tras él era algo que aunque nunca dijimos, sabía que todos cargaríamos el resto de la vida. Pasaba que para mí era mucho más palpable ahora que me había soltado lo del lobo, que no me había dicho si le había hecho algo y solo tenía un montón de hilachas sueltas que no sabía dónde conectar. Picaban como lana sintética, pinchaban y molestaban, quería sacármelas de encima, la culpa y la duda, pero no había insistido y había perdido el momentum.

    No tenía rostro y yo mismo me había amordazado para no hablar al punto que el silencio me parecía natural.

    Se dejó hacer con docilidad, no esperaba nada más realmente, lo vi cerrar los ojos cuando le besé la frente y tomar aire. No tenía qué idea de qué le estaba pasando por la mente, pero yo estaba actuando por puros instintos como pocas veces en la vida y ni siquiera era del todo consciente del cuidado que había en mis movimientos, la calidez que estaba imprimiendo en cada gesto y cada toque con tal de transmitírsela.

    Cuando sentí que envolvió mi cuello con los brazos lo presioné con algo más de fuerza y solté el aire despacio al sentir su mano hundirse entre mi cabello, cerrando los ojos unos segundos. Entre el olor a hierba que se negaba a desaparecer fui capaz de sentir un poco de su aroma o me lo soñé pero no me interesó, era un poquito de él y me tranquilizó parte de la culpa que me pesaba en el pecho.

    Mencionó lo de la cueva, el delirio de fiebre aquel que tenía afianzado en la mente, y era cierto lo había dejado entrar, le di la bienvenida a mi refugio oscuro. La cueva era mi hogar, era donde encontraba tranquilidad y a la vez era donde había aprendido que la distancia, el aislamiento voluntario, podía doler de tanto en tanto.

    Las caricias en la nuca casi me hicieron cosquillas, pero la verdad su tacto era cálido, me recordaba mucho a la brisa en la playa y tenía la capacidad de adormecerme en cosa de segundos combinado con el hecho de que me seguía hablando tan cerca del oído. Asentí apenas cuando lo escuché decir que no se fundiría con las piedras, porque confiaba en eso de verdad.

    Encontró mis ojos al separarse un poco, lo vi repasarme las facciones como si nada y cuando sonrió con todo y cansancio siguió alivianándome, quitándome de encima las piedras que cargaba poco a poco.

    También puedes buscarme, lo sabes, ¿verdad?

    Ahora fui yo el que asintió con la cabeza como un mocoso y relajé el rostro contra su mano, casi usándola de soporte.

    Búscame.

    Búscame y te daré todo lo que haya a mi alcance, todo lo que pueda reflejarte.

    Me di cuenta tarde porque tenía los sentidos un poco embotados todavía, pero la calidez de la brisa era porque estaba arrastrando el calor del fuego que acaba de prestarle. El idiota me lo estaba regresando con una facilidad estúpida, así sin venir a cuento, y por un momento sentí tal felicidad que casi rayó la euforia. Las telarañas negras se consumieron entre el fuego, desaparecieron y dejaron que el sol se colara de nuevo en el mundo.

    Aplacó la intensidad de ese chispazo de alegría y energía con un solo movimiento al inclinarse para besarme, fue una cosa de segundos, pero me subió algo de color al rostro. El ruido del mundo se silenció, pasó a segundo plano y se perdió entre una tranquilidad que no sabía ni cómo poner en palabras. Le dediqué una sonrisa amplia y genuina.

    Aquí está, el sector bueno de la cueva.

    —Sí —afirmé entonces y volví a llevar las manos a sus mejillas antes de estamparle otro beso sin pensarlo un maldito segundo—. Claro que sí, ni que fuese idiota para decirte que no.

    Y volví a besarlo porque no podía parar el carro, era como si el idiota me hubiese dado un regalo de cumpleaños atrasado, incluso le dejé ir las mejillas para repartirle besos por el resto de la cara como si fuese un chiquillo. Solo me detuve para estrujarlo entre mis brazos una vez más, hundiendo el rostro en su cuello un momento.

    —Puedes venir a casa cuando quieras, quedarte a cenar, a dormir, a lo que sea. Prometo no comerme tus papitas. —Se me aflojó una risa tonta—. Me voy a comportar.


    estoy lloranding wHY THIS CHILD IS SO GAY FFS, Ko-chan perdona se le escapó un poquito de scattered seven uvu

    este live de Violet City me mete un moodazo que wow i love
     
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    Gigi Blanche

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    Había una brisa arremolinándose contra mis oídos. No era broma, lo había advertido en contraposición a la quietud inicial, esa que nos había envuelto desde el momento que el calor helado de Shinomiya me alcanzó. Era como haber caído al fondo de un volcán muerto, era una cueva húmeda y silenciosa donde el vacío rebotaba entre las paredes y te comprimía el cuerpo. Pero las corrientes tibias se habían colado, vete a saber por qué hendija, se abrieron paso y alimentaron consigo el fuego de la fogata. La oscuridad adquirió un punto de dirección, recuperó su estrella polar, y ahora sólo quedaba seguirla.

    No tenía idea lo que era la búsqueda de admiración constante, el agujero que ese vacío virtual implicaba, ni siquiera me había dado la neurona nunca para identificarlo en los vicios y contradicciones de Cay. Me resultaba ajeno que te cagas, siendo que siempre había vivido a mi propio ritmo, encerrado en mi propia burbuja de tranquilidad. No buscaba admiración de nadie, jamás lo había hecho, pero mierda. Debía ser agotador, ¿verdad? ¿Y tenía sentido, de cualquier forma?

    ¿Se quedaría satisfecho una vez consiguiera la maldita admiración?

    Lo dudaba.

    De momento, podía profesarle lo más parecido a la admiración donde encontraba yo sentido real. Podía prestarle mis ojos para verse, podía soplar y soplar todo lo que necesitara. Ser el guardián de su fuego, el instigador, incluso, pero no en el mal sentido. Uno no le escapaba a su naturaleza y siempre estaría limitado por las paredes de mi burbuja.

    Siempre ansiaría la tranquilidad.

    Y era el mejor regalo que tenía para él.

    Quería darle tranquilidad y eso creí encontrar cuando advertí cómo relajaba el cuerpo, cómo inhalaba despacio y apoyaba el rostro en mi mano. Luego de besarlo las mejillas se le colorearon y no me molesté en contener la risa suave que brotó de mi pecho. No cargaba nada más que ternura y quise revolverle todo el cabello como a un crío, pero entonces me sonrió y la luz del fuego fue tan brillante que rayó lo doloroso.

    Bueno, quizá fue un poquito mucho viento.

    No estaba muy seguro qué había sabido obsequiarle, pero de un momento al otro pensé que había conseguido reflejarlo y, aunque más sosegada, me inundó también de una alegría inmensa. Aceptó, me besó y me volvió a besar, con una energía repentina que me dejó fuera de base un par de segundos. Cerré los ojos con fuerza de puro reflejo, recibiendo sus besos por toda la cara, y solté el aire por la nariz en una risa floja. Lo recibí entre mis brazos entonces, escondió el rostro en mi cuello y volví a hundir los dedos en su cabello, confiriéndole amplias caricias a lo largo de la espalda. Otra risa, casi a la par de la suya, y algo extraño me vibró en el pecho. Fue una chispa luminosa, más luminosa que todo lo demás. Parpadeó, se irradió y alcanzó hasta el último rincón de mi cuerpo.

    ¿Sería capaz de dormir en casa de Cay?

    Lo había soltado sin más, era evidente, pero al mismo tiempo se solapaba irremediablemente con la mierda que cargaba encima de la espalda y le pude dar nombre a la chispa. Era jodida ilusión. Estaba ilusionado como un chiquillo.

    Murmuré un sonido afirmativo y lo apretujé con fuerza, aferrándome a su cuerpo para zamarrearlo de acá para allá. Los espacios eran bastante reducidos y acabé echando la espalda contra una pared del cubículo, sin soltarlo ni en chiste.

    —Más te vale. —Se me colaron un par de risas breves—. Mira que me enfado de verdad si me tocan las papitas, ¡y no quieres verme enfadado!

    Como si yo pudiera ser amenazante de alguna manera, pero bueno. De estupideces se forjaba el hombre.

    Total que tampoco me daba ya la puta gana de usar el cerebro o parar el carro, de modo que me removí un poco para instarlo a mirarme y volví a acunar su rostro con una mano, encontrando sus labios. Permanecí allí un par de segundos, liberé el aire por la nariz y ladeé ligeramente la cabeza, buscando sus labios con un poquito más de insistencia. La brisa seguía arremolinándose, allí dentro de la cueva, y me di cuenta que también podía ser buena.

    Que quizás un poco de fuego no iría a matarme.

    es increíble la cantidad de veces que me interrumpieron mientras escribía este post, que casi me frustré un chingo y ni sé si quedó worth, pero lo importante es que la gayness is real y yo sigo rodando
     
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    Zireael

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    I'm a misplaced memory
    tryna find my way out.
    An old school renegade
    lost in the crowd.
    .
    One step from disaster
    and I hate the morning after.
    I'll just take this to my grave.
    .
    No one can save me.
    All alone and I'm fading.
    .
    And my rage is contagious.
    Cayden1.png
    Aunque fuese un reflejo, incluso si acababa de pensar que las imágenes reflejadas eran siempre imperfectas, el calor que me estaba regresando Ko al cuerpo era tan real como la llama a media vida y el resto me daba igual ya. El fuego controlado era el que nos ayudaba a sobrevivir, si uno colocaba una flama en el lugar correcto para que la brisa no la tirara pero siguiera haciendo fluir el oxígeno todo se mantenía tranquilo, no había peligros de incendios ni de nada raro.

    Vivía tenso, mi sueño estúpido me impedía relajarme un segundo, pero el aumento que ese estrés había sufrido ayer con lo que me había contado Arata y la tarea que me había relegado desapareció junto a la imagen de Shinomiya al menos por unos instantes cuando este idiota consiguió darle dirección a sus corrientes. Cuando su brisa arrastró el calor para regresármelo al cuerpo porque había estado a punto de dárselo a todo a él.

    En las cuatro paredes de ese cubículo o en las de la habitación de huéspedes o en el culo del mundo, Kohaku había conseguido calmarme una y otra vez sin fallas, pero ahora lo había hecho de forma magistral. Ya no era solo su calma, era que había hecho algo mucho más grande, un esfuerzo distinto y me alegraba de una manera que no sabía ni describir porque era eso a lo que me refería al decirle que se moviera.

    Encontré en su aire la misma confianza estúpida que había encontrado en las palabras de Yako cuando había reconocido habilidad alguna en mi persona más allá de las manos livianas, el cuerpo de fantasma y el apellido sucio. Alivió el agotamiento que mi búsqueda enfermiza me provocaba cada día desde que era un crío.

    Casi abrí la boca para reclamarle por reírse, asumiendo de una que lo había hecho por la sangre que me había subido al rostro, pero me callé porque en sí solo me interesaba que se riera. Dios, solo quería proteger la sonrisa de este jodido tonto hasta el fin de los días, eso era todo, porque se merecía tranquilidad de verdad y siquiera un atisbo de alegría. Se merecía todo lo bueno del mundo y me podía dar de palos con quién se atreviera a decirme lo contrario, aún sabiendo que daba más miedo una ardilla que yo.

    El cuerpo se me siguió aflojando cuando me recibió en sus brazos, hundió la mano de nuevo en mi cabello y me acarició la espalda. Ahora mismo si alguien me preguntaba, podía quedarme dormido allí de pie solo con esas caricias, me transmitían tal calma que era como si me hubiese metido un somnífero. La sensación solo se me quitó un poco cuando me zarandeó, arrancándome un par de risas en el proceso e incluso cuando lo sentí echar la espalda contra la pared no lo solté tampoco.

    —¿Ahora te preocupan más las papitas que venir a visitarme? Me siento profundamente ofendido, que lo sepas —añadí tragándome la gracia todo lo que fue posible—. Pero bien, todo sea por Ko-chan.

    Me despegué de él lo suficiente para encontrar su mirada cuando me instó a hacerlo y alcancé a volver a sonreírle antes de que encontrara mis labios. A ver, tampoco estaba en mis planes que toda la cuestión desembocara en semejante cosa, pero no iba a ser yo el que se quejara. No cuando su cuerpo se me antojaba tan cálido y la brisa seguía colándose por los respiraderos de la cueva, trayendo consigo un tinte púrpura muy distinto al que había visto diluirse en el cielo ayer.

    Si le dabas un golpe a la pata coja de mi mesa no se podía esperar demasiado, eso había que decirlo, así que cuando lo sentí ladear la cabeza y buscar más mis labios tardé un total de cero segundos en reflejar la movida. Busqué colarme en su boca pero en sí no por maña ni nada, no buscaba nada más que profundizar el contacto casi como si tuviese intenciones de fundirme con él. El resto del cuerpo me respondió en automático y ni siquiera me di cuenta de que me pegué más, presionando apenas su cuerpo contra la pared del cubículo.


    quedó tan worth que me quería echar una siesta porque estoy tired af pero vine a contestar cuz im biased
     
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    Fue increíble lo inmensamente agotado que me sentí de repente, como si una lluvia densa me hubiera bañado el cuerpo sin previo aviso y me hubiera recordado que llevaba un par de noches durmiendo para el culo, caminando en círculos y fumando como imbécil. Tenía que ser la tranquilidad que acababa de recuperar, esa capaz de arrollarme los huesos y mandarme noqueado sin escalas. Me había pasado otras veces con mis hermanos, claro, mamá también, y la comparación me obligó a ver algo.

    Cayden era casi familia para mí.

    Su risa me disolvía la tensión de encima, no era broma. Lo apreté con un poquito más de fuerza al molestarme y me encogí de hombros como pude.

    —No, no, es que soy un aprovechado, quiero las papitas y también visitarte.

    Supongo que debería agradecerle a algún dios por el milagro de que nadie se hubiera colado en los baños durante nuestro pequeño espectáculo, raro era pero tampoco me lo cuestionaría. Mejor aceptar lo que la vida ofrecía y ya.

    Una duda muy similar a la que se me había atravesado en el cuarto de huéspedes me rayó el cerebro, aún cuando Cayden no había demostrado el menor indicio de incomodidad. Era estúpido, o quizá mi deseo ridículo por protegerlo de cualquier mierda, yo incluido. Me conocía a la perfección, mis vicios y contradicciones, podía leerme sobre una hoja en blanco y había una parte de mí que no quería arrastrarlo conmigo a lo que sea que me convertía cuando el sol caía, o cuando los cuerpos se fundían y buscaba calor donde sea, así fueran cascarones vacíos.

    Sin embargo ahí estaba, besándolo.

    La última sonrisa que me había dedicado seguía palpitando contra mis ojos cerrados. Mi mano se deslizó por su cabello hasta afianzarse en su nuca, no lo empujé ni nada pero sí mantuve el contacto. ¿Me estaba sobrepasando? ¿Aprovechando, incluso? ¿Siquiera podía considerarse que estaba bien? Igual era un hipócrita de mierda, que sólo necesitó presionar para colarse en mi boca y le arranqué el cable de cuajo a las voces. Hundí las yemas de los dedos entre su pelo con un poquito más de ganas, mi mano libre se coló dentro del blazer y alcanzó el valle de su cintura. Le dejé moverse como quisiera y fui jodidamente consciente de su cuerpo arrimándome cerca de la pared. Las voces me chillaron contra los oídos de vuelta.

    Mierda.

    Dejé ir sus labios apenas unos centímetros, esbocé una sonrisa avergonzada y meneé la cabeza, sin arriesgarme del todo a buscar sus ojos. Mis dedos se deslizaron hasta la curvatura de su cuello.

    —Perdona, no... —susurré, con la voz pesada, y arrugué la tela de su camisa allí, en su espalda. Ni siquiera tenía mucha idea qué decir—. No quiero... forzarte ni nada, yo... no quiero que pienses...

    Ah, genial.

    Tenía el cerebro totalmente estúpido.


    hoy escuché esa rolita a la tarde JAJAJA vi que había una nueva de Adam y me lancé de cabeza

    en otro orden de noticias, Ko-kun dont die bro get ur shit together
     
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    Zireael

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    La tontería de que quería las papitas y visitarme me hubiese arrancado la misma sonrisa amplia de antes de no ser por todo el resto del rollo. Ya lo había pensado el día que me lo encontré en este jodido instituto de niños pijos de por sí, que lo extrañaba un montón, y ahora que veía la oportunidad de recuperar aunque fuese un fragmento de lo que habíamos perdido no me ponía a corretear por ahí como un loco ilusionado solo porque estaba cansadísimo. Que Ko volviera a casa no regresaría el tiempo atrás, pero sí que me haría apreciar más el que pasara ahora con él como no había sabido hacer con el anterior, cuando las cosas eran relativamente sencillas.

    Que volviera a casa.

    Porque ya no iba a dejarlo irse nunca más, si quería intentarlo iba a tener que quemarse entre el fuego pero bien.

    Cada movimiento que hizo a partir del momento en que me colé en su boca se sintió como si una chispa me cayera sobre la piel, no fue particularmente intenso ni nada. No era que se me fuese a ir la puta cabeza allí en un cubículo, no era eso, solo me hacían extremadamente consciente de su cuerpo pegado al mío, de sus caricias y la calidez de sus manos. Por un instante me maldije a mí mismo, porque seguro llevaba comiendo ansias de forma inconsciente por quién sabe cuánto y por eso habíamos llegado a esto y al espectáculo del otro día.

    Jodido cabrón, ¿cuánto tiempo había querido comerme a uno de mis mejores amigos? Había que verme nada más, de verdad. Para leer el mundo de forma tan cuadrada no sabía poner límites nada bien.

    Aún así no me pesaba en la conciencia con la fuerza suficiente para rumiarlo, no me quitaba el sueño y era de las pocas cosas a las que no le iba a buscar explicación, sentía que no valía demasiado la pena. Tenía mierdas que me jodían más en la moral que eso, claramente.

    Lo sentí separarse, así que me despegué un poco de él al caer en cuenta que lo había pegado más a la pared y repasé sus facciones de pura manía, como si no tuviera su rostro memorizado. Su sonrisa arrastró vergüenza consigo, que terminó de acentuarse con la negación y el que no se atreviese del todo a buscar mi mirada. El tacto en la curvatura del cuello y la camisa arrugada me distrajeron un poco, porque venga, le había pegado tres jalones a un porro y le había comido la boca de gratis, no tenía los sentidos muy afilados que digamos.

    Aflojé el agarre en su cuerpo, alcancé su mejilla para dedicarle una caricia suave y una sonrisa tranquila se me formó en el rostro, paciente. Ni siquiera me iba atrever a reprocharle el cacao mental que parecía tener, seguro lo habría tenido también en la habitación de huéspedes, pero yo solo seguí aflojando cables como un imbécil.

    —Si hubiese habido un solo instante en que me sintiese incómodo o no estuviese seguro de lo que estoy haciendo te habría apartado para irme a esconder bajo una roca el resto de mi vida. —Alcancé a dejarle un beso en la frente antes de seguir hablando—. Eso lo sabes porque me conoces.

    Me separé de él con cuidado, despacio, como si no quisiera hacer ningún movimiento brusco que fuese a darle alguna idea que alimentara el lío que tenía en la cabeza. Me senté sobre la tapa del váter un poco a mis anchas, todavía mirándolo con la sonrisa conciliadora en el rostro y unos segundos después estiré la mano para alcanzarle el antebrazo. Lo jalé hacia mí suavemente antes de hacer un movimiento algo más rápido, rodearle la cintura con los brazos y al terminar de matar la distancia apoyar la cabeza en su abdomen. Con todo el asunto nuestras piernas quedaron entrelazadas o algo así.

    Lo apreté contra mí con algo de fuerza, con la cabeza hundida en su cuerpo y giré el rostro para aplastar la mejilla contra él. Cerré los ojos, inhalé y exhalé sin prisa mientras mis dedos dibujaban contornos en su espalda baja. No había ninguna segunda intención en toda la movida, ni una gota de alguna idea de mierda, solo era el abrazo más vulnerable que le hubiese dado a nadie en mi vida. Si quería darme un golpe en toda la nuca y dejarme tirado en el suelo del baño habría podido hacerlo.

    Suaimhneas —murmuré sin separarme. Era una de las pocas palabras del gaélico que conocía, me la había enseñado mi madre cuando era mocoso y nunca me la pude sacar de la cabeza, lo que era gracioso porque ahora me venía bien—. Significa calma, la tranquilidad que se encuentra en el silencio o una cosa así. Como una satisfacción sosegada, no me voy a poner a dar explicaciones sabes por qué te lo estoy diciendo.

    Seguí acariciándole la espalda baja con movimientos pausados, casi adormilados. Mi respiración no andaba muy lejos del ritmo de esas caricias, si cualquier me viese quizás hasta pensaría que no estaba respirando a secas.

    —A ver, Ko, intenta otra vez. Estoy aquí y escucho, escucharé lo que sea. —Bajé un poco más la voz—. ¿Qué es lo que no quieres que piense?


    ALL ALONE AND I'M FADING

    This kid is just talking to me in such a way, mah lord *shora*
     
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    Gigi Blanche

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    The dust and dirt blind us slowly
    But give a hint of a view to make it feel alright
    And though it hurts we keep on climbing
    'Cause our addictions take us from inside
    .

    We search alone for golden crowns
    'Cause if we find it we'll have it all to ourselves
    So one by one we lay our bricks down
    To pave a road on the shoulders of somebody else
    .

    A sturdy back, but brittle bones
    Too weak to show
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    A medida que el tiempo pasaba y pasaba, por más congelado que allí afuera pareciera, una idea vaga que se había colado por los costados de mi mente cobró semejante consistencia que ya habría sido sumamente necio apartarla. No tenía idea qué hacer con ella, me asustaba y reconfortaba a partes iguales, y así como con la fogata dentro de la cueva supuse que no había muchas opciones. Que era aceptarla y ya.

    La última persona capaz de brindarme semejante tranquilidad había sido Chiasa.

    Y ahora, Cay.


    A él no le significaba ni una décima parte del conflicto moral que a mí, y tenía sentido. Tenía todo el maldito sentido del mundo porque yo era el cabrón que usaba su cuerpo como moneda de cambio, como excusa y salvoconducto. Si hilaba fino, podría concluir que no me guardaba el más mínimo respeto.

    Y no quería imprimir esa mierda en él.

    ¿Qué estupidez me iba a justificar el impulso? ¿Bajo qué eufemismo iba a disimular las putas ganas que, al parecer, había tenido de comerle la boca? No era nada que hubiera reprimido a consciencia, no me movía de esa manera nunca. Siquiera recordaba la última vez que me había esforzado por conseguir a alguien, sólo tomaba al vuelo las oportunidades que se me presentaban y ya. Porque nunca significaba nada una mierda, porque no había forma de penetrar en mis corrientes y redireccionarlas. Entonces, ¿qué mierda estaba haciendo, mezclando dos mundos que jamás se habían tocado?

    No tenía idea.

    Cay seguía tratándome con la misma suavidad de siempre y sólo reforzó la primera idea, la que fundía su calidez con todo aquello donde alguna vez había encontrado calma. No creía merecerlo demasiado, pero tampoco me esforcé por apartarlo ni rehuir de su tacto. No cuando era tan reconfortante y yo, ¿yo qué?

    Débil.

    Lo escuché aún sin mirarlo y asentí, una parte de mí sabía que diría algo del estilo pero no alcanzó para removerme la vergüenza de encima. Sabía que era difícil forzarse sobre Cay, que su capacidad de huida le salvaba el culo de muchas cosas, y que probablemente no se habría marcado ninguna de todas esas movidas a menos que estuviera bien al respecto. Lo sabía y aún así, aún así el cerebro me seguía gritando.

    Una muy ligera chispa de ansiedad se propagó por mi cuerpo al sentirlo separándose. Lo seguí con la vista un poco a tientas, noté que tomaba asiento y no mucho después me jaló hacia él. Me dejé hacer con la docilidad estúpida de siempre y el aire se me atoró en el pecho apenas recostó la cabeza en mi abdomen. No estaba muy seguro cómo reaccionar, mantuve las manos suspendidas en un espacio inerte hasta que las reposé en su cabello. Sus caricias eran tiernas y se esparcieron en todas direcciones, intentando mitigar el chispazo de ansiedad. Lo consiguieron a medias.

    Estaba siendo un tozudo de mierda.

    Y es que no creía que entendiera.

    Suaimhneas.

    No entiendes, Cay.

    Tomé aire despacio y alcé la vista al techo, repasando los relieves tenues en la escayola. ¿Qué era lo que no quería que piense?

    —Nunca quise mezclarlos —murmuré apenas con un hilo de voz, tragando saliva; por la inclinación de mi cuello la sentí con ganas, fue casi dolorosa—. Vete a saber si tiene sentido, vete a saber si significa algo, pero nunca quise que se mezclaran. Es hipócrita que te cagas, pero aún así.

    Porque ya los había mezclado, ¿no? ¿O Arata no era mi amigo, acaso? No estaba seguro dónde trazaba la línea, qué pretendía diseccionar y mantener aislado. Sólo sabía que el agobio no me lo quitaba ni Dios.

    —No quiero meterte en esa bolsa ni quiero que pienses que lo hice —proseguí, forzándome a bajar la vista. Le concedí algunas caricias vagas en el cabello—. Porque ahí está todo vacío, ahí nada tiene sentido y es... frío.

    Y si ese era el caso, ¿por qué lo hacía?

    Esbocé una sonrisa amarga, meneando la cabeza, y un chispazo de frustración me activó el cuerpo. Busqué sus hombros, lo aparté suavemente y me incliné hacia él, hacia sus ojos.

    —Es lo que hago, Cay, y no me enorgullece. Pero es lo que hago. —Mi mano derecha se deslizó volátil, trazó el contorno de su cuello y luego la mandíbula. Mis ojos siguieron el movimiento—. Y tú eres... Tú no eres así. Tú no perteneces a ese charco de lodo. Es egoísta e impulsivo, es imprudente.

    Había bajado la voz a un susurro pausado, grave, incluso. Seguí inclinándome, la mano sobre su hombro lo instó a echar la espalda contra la pared y luego escaló para utilizar la superficie de soporte. Dejé ir su barbilla con la suavidad de una pluma, repasé sus facciones y solté el aire por la nariz.

    —Y siento... no sé, ¿siento que te estoy corrompiendo? O alguna mierda así. —Volví a esbozar una sonrisa amarga y me fijé en sus ojos con algo muy parecido a pura y llana tristeza—. Y no quiero hacerle nada a mi niño, nada que no sea protegerlo de todo el puto mundo.
     
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    Zireael

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    Para entender el lío mental que tenía Ko encima tenía que hilar finísimo, al punto de ser capaz de partir en dos algo tan delgado como un cabello, una hebra de seda o la mismísima telaraña que se había enrejado sobre nosotros hace un rato. Más que entenderlo en sí lo que tenía que hacer era empatizar con él, con eso no tenía dificultad, pero si me ayudaba un poquito abriéndose se lo iba a agradecer profundamente porque mis ojos biónicos tampoco eran adivinos.

    Solo leía reacciones, un libro abierto de cambios constantes. Era como ver un árbol, solo entendía a medias lo que podía vislumbrar en el tronco, las ramas y sus hojas, pero las raíces no las alcanzaba. Para hacerlo tenía que abrir la tierra, cavar hasta encontrarlas, sacarlas a la luz y abrirlas para ver qué corría desde el fondo del suelo hasta las hojas.

    Qué era lo que mantenía el árbol vivo o lo que lo estaba pudriendo.

    Sabía que las palabras casi nunca aliviaban la vergüenza, la culpa o el miedo, pero aún así le dije lo que tenía que decir porque me seguía pareciendo necesario. Quizás no le serviría ahora, quizás ya sabía que le iba a contestar algo del rollo o lo que fuese, pero en algún otro momento tal vez pudiese volver a esa afirmación verbal directa para espantar un poco la mierda. Uno volvía sobre las palabras de las personas en los momentos menos esperados, cuando necesitaba un ancla, y yo podía repartir las que hicieran falta.

    Una parte de mí tampoco le daba cabeza al revoltijo que estábamos haciendo al comernos la boca y seguir por la vida sin más, concentrado como estaba con el resto de desastres. Aún así no era por eso que no le daba cabeza, tampoco porque fuese Ko, y es que llanamente no le habría dado cabeza en casi ninguna circunstancia en tanto estuviese a haciendo el imbécil con una persona que me diese el mínimo de confianza y seguridad para ello, porque no buscaba nada.

    Había reaccionado a Shimizu solo por tirárseme encima a ojos de todo Dios, no porque me hubiese fastidiado la estupidez en sí misma.

    Me movía por lealtades, sentido de familia, habían cosas que me tomaba muy en serio y con las que me comprometía profundamente, pero del resto era capaz de desligarme. No buscaba nada particular de esta cuestión, era lo que era y ya estaba, podía pecar de superficial como la mierda y quizás hasta de egoísta si lo pensaba muy a fondo. Me le había ido encima porque me dio la gana, porque estaba en mi cueva y en ella desconectaba.

    Podía ser que el núcleo de esta cuestión fuese completamente opuesto a la suavidad que había en mi forma de tratarlo.

    De cualquier forma me quedé pegado a él como un imbécil, no detuve las caricias y tampoco perdí ni un poco de la extraña tranquilidad que tenía encima mientras lo escuchaba comenzar a hablar. No sabía si estaba aferrado a Ko en un intento por servirle de soporte o qué, pero no era que interesara el motivo, no cuando hablaba de no mezclar cosas y dejaba clara la separación entre dos secciones del mundo.

    Una pertenecía a las sombras.

    Y en lo que sea que hubiese en la otra estaba metido yo.

    Fue egoísta que te cagas, pero cuando me apartó sentí que el fuego chisporroteó, volátil, fue una respuesta a que rompiese el contacto a pesar de que había sido suave al hacerlo. De cualquier forma me obligué a no manifestar nada que diese una pista de ello, lo encerré en cosa de segundos y redireccioné la línea de pensamiento a lo que importaba en ese momento.

    Si le hubiese hecho caso al chisporroteo le habría soltado en toda la puta cara que el frío me daba igual, que literalmente parecía tener un maldito don para llevar frío como un animal dejado a la intemperie para morir, pero eso no era lo que necesitaba oír.

    Éramos un par de estúpidos que queríamos cuidarnos el uno al otro.

    Fui estúpidamente consciente del movimiento de su mano al delinearme el cuello, la mandíbula después, y por alguna razón la llama de la vela seguía repiqueteando allí, encerrada como estaba. Sentí el impulso terrible de levantarme, salirme del cubículo y romper el espejo de afuera como había hecho Kurosawa hace días, porque lo que sea que estaba sintiendo Ko se estaba proyectando a mí y estaba poniendo en riesgo la calma que había logrado mantener hasta ahora.

    Hablaba de vacío, de frío y de lodo.

    Y luego tenía los santos huevos de decirme que no iba a fundirse con las piedras del fondo de la cueva.

    En su lugar me dejé hacer, que me hiciera pegar la espalda a la pared y me dejara ir el mentón sin parar de prestarle atención, pero estaba haciendo un esfuerzo titánico para que, emocional como era al final del día, no se me fuese la cabeza y perdiera el foco. Aún así la sonrisa que me dedicó estuvo por aflojarme los putos cables en la dirección equivocada, la mesa se tambaleó y la vela casi vuelve caer sobre la gasolina derramada.

    —Pues ya está —dije en voz baja, no sé de dónde saqué la firmeza suficiente para seguir mirándolo a los ojos y sonreírle todavía con suavidad. Quizás podía agradecerle eso al mismo carácter que había demostrado en las callejuelas de Shinjuku hace años, al tratar de zafarme del agarre de Arata como un animal aunque no fuese a servir de nada y hijo de puta habría podido abrirme el cuello de lado a lado—. Si el asunto te está echando semejante sensación encima se detiene y punto. No se supone que uno haga el tonto para que termine así, pierde toda su lógica. Además, no quiero ser yo el... detonante o lo que sea, no cuando literalmente te dije que iba a cuidarte del mundo cuando hiciera falta.

    Repasé sus facciones con la vista y de paso aproveché para intentar hilar las ideas de forma más o menos decente. Habría podido decirle que podía cuidarme solo como un crío enfurruñado, que no me estaba corrompiendo o que tenía que ponerle más empeño para echarme a perder. Habían muchas cosas que uno podía decir en reacción, cada una más egoísta e infantil que la otra.

    De repente quería ser egoísta hasta que alguien me metiera una hostia y me regresara a mi centro, pero por otro lado no quería que Ko me mirara con semejante tristeza en la cara.

    Pasé saliva con cierta dificultad, tomé aire y me picaron las manos por volver a fumar, pero me aguanté la estupidez. Me aguantaba muchas cosas, vivía poniéndome cadenas y empezaba a estar un poco hasta los cojones de ello.

    —Si me dices que pare el carro lo hago, meto el freno de mano sin importar nada. —Joder, sentía que me iba a atragantar con lo seca que sentía la boca sin motivo alguno—. Incluso si no quiero.

    Y al final siempre se había volcado la llama en el reguero de gasolina.

    Era un desgraciado egoísta, con esta puta cara de borrego degollado.
     
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    Gigi Blanche

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    No recordaba cuándo había sido la última vez que me hice semejante lío mental con algo, la verdad, era una puta molestia y no dudaba las razones por las cuales tendía a alejarme de los problemas. El caso era que esta mierda particular me había llovido encima de un momento al otro, había caído sin anuncio y ahora me la tenía que comer hasta encontrarle la salida al laberinto. Ni tanto derecho tenía para quejarme.

    Nadie me había mandado a comerle la puta polla.

    Podía ser frío, vacío y estar lleno de lodo, podía no tener sentido real, pero por algo había caído a ese pozo, ¿verdad? Por algo iba saltando de cama en cama y por algo no paraba los carros cuando muchas veces debía. Por algo pasaba lo que pasaba. Quizá fuera la porción de oscuridad que me permitía fundirme entre las sombras de los callejones y los imbéciles que vivían de noche. Esa chispa de impulso y desenfado, la moneda de cambio para, como mínimo, olfatear la fragancia del azufre.

    Y es que era estúpidamente seductor.

    El viento parecía haberse arremolinado al centro de la cueva, marcando un ritmo constante y necio sobre sí mismo. No contaba con la fuerza para succionar nada, sólo era una danza insistente siguiendo el ritmo de una melodía que alguien habría dejado en bucle. Era inofensivo, pero estaba en movimiento y sabía que el más mínimo impulso, el más pequeño cambio de dirección, podría empujarlo justo encima del fuego de Cay.

    Para ahogarlo.

    O estallarlo.

    No tenía ningún derecho, y aún así la garganta se me dobló en dos.

    Pues ya está.

    Porque al final del día seguía siendo un mocoso.

    Si me dices que pare el carro lo hago.

    Un mocoso egoísta e imprudente.

    Meto el freno de mano sin importar nada.

    La ansiedad me había escalado dentro del cuerpo a un ritmo vertiginoso, agobiante. Me había relamido los labios, inquieto, y me removí un poco en aquella posición que parecía estar a punto de puto echármele encima. En serio, debía ser un show visto desde afuera y como mínimo me merecía una hostia por lo caprichoso que estaba siendo. Era irritante, joder. Estuve a nada de erguirme, de regresarle su espacio e irme por donde había venido, pero al pequeño remolino le dieron un soplido de nada y lo acarició. Acarició el fuego.

    Incluso si no quiero.

    Y quemó.

    Mantuve mis ojos fijos en los suyos, la posición aquella había empezado a resultarme incómoda y en vez de erguirme, en vez de ser un tipo decente para variar, aflojé las piernas, las llevé a ambos costados de su cuerpo y me dejé caer en su regazo. Solté el aire por la nariz, me descomprimí los pulmones y repasé el ribeteado de su blazer con la vista. Hacia abajo, hacia arriba. Regresé a sus ojos, aún en perfecto silencio, y la maldita mano que no podía dejarlo en paz repasó el nudo de su corbata como si nada.

    ¿Sólo había querido eso?

    ¿Un maldito pase libre?

    Era un mocoso egoísta.

    Su resina dorada seguía siendo cálida, siempre lo sería, el caso era que de tanto en tanto la tibieza podía darle paso al verdadero calor de un incendio.

    —¿Y si tampoco quiero?

    Y eso era lo irresistible del infierno.
     
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    Zireael

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    When I'm in the dark
    sometimes I feel like a hostage.
    Keep me in the dark
    I want to feel like a hostage.
    .
    I just want to give myself to it.
    I'll come when you call me a little bitch,
    it gets me when you whisper it.
    I want you to be happy.
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    Quizás al final todos estuviéramos jodidamente vacíos en diferentes sentidos, todos encontráramos en las sombras una tentación que no éramos capaces de resistir y un consuelo. Desde Kohaku hasta Arata sin escalas en ninguna parte, todos las teníamos aferradas al corazón, comprimiéndonos el cuerpo y reduciendo nuestros movimientos. Podíamos haber nacido en la oscuridad o haberla buscado, pero cada uno encontraba un camino diferente para permanecer en ella, porque llegados a este punto sentíamos que si salíamos por completo a la luz íbamos a calcinarnos como vampiros.

    Yo encontraba mi satisfacción en los malditos omegas que habían comenzado a ver en mis manos livianas un motivo de admiración. Cada idiota sin poder en la cadena siquiera para ser un carroñero que resaltaba mi capacidad, era un punto que pretendía llenar el vacío sin lograrlo nunca, porque era un agujero negro que absorbía todo. Lo mío era sentarme en la oscuridad, con la llama titilante a mis pies, y esperar con la saliva escurriendo como un jodido perro de laboratorio por los que eran impresionables, manipulables incluso. Montaba un espectáculo de luces con una vela a media vida y nunca fallaba, siempre alguno aparecía, quizás hasta un pobre diablo buscaba que le enseñara cómo mierda hacía la magia.

    Pero era un fantasma, apenas conseguía lo que buscaba regresaba a la negrura sin decir una palabra.

    Vivía con la boca hecha agua por ser el centro de atención, era repugnante en muchísimos sentidos, pero uno acababa por acostumbrarse. La vela iluminaba poquísima de la oscuridad, así que no me quedaba más que danzar en ella. Girar y girar, recibirla y limitarme a que todo lo que se viese de mí fuese la resina tibia que tenía en los ojos, algunos chispazos del rojo sangre y poco más. El resto estaba fundido en la penumbra.

    Las corrientes dentro de la cueva eran casi erráticas, no sabía decir si buscaba escaparse o qué demonios, pero lo cierto es que su brisa estaba comenzando a parecer un torbellino. Había sido eso lo que me hizo empujar el fuego al suelo, sobre el combustible, y su aire había acabado por rozar las llamas ahora libres de su contención.

    Era un maldito mocoso caprichoso, quizás hasta materialista, temía la vida sin gustos y comodidades, y había bastado una sola insinuación de podía perder un safe space para que tirara todo a la mierda. Eso iba a ser algo que me podría reprochar más tarde, el resto de la semana y de mi vida, había sido una movida rastrera que hice de forma inconsciente. Dejé el refugio de la oscuridad de mi propia cueva y me colé entre las lenguas de fuego para encajarle los dientes en el costado y arrastrarlo de regreso adentro.

    Conmigo.

    Cuando lo vi relamerse los labios y revolverse en su lugar, allí cernido sobre mí, pensé que iba a enderezarse e irse al carajo, me dio miedo que lo hiciera de hecho. En mi egoísmo hubiese sido capaz hasta de cazarle el brazo al vuelo para impedir que saliera pitando, pero al final no hubo necesidad porque estábamos sobre la maldita cuerda floja y el fuego, vicioso, le había lamido el cuerpo.

    Y parecía que para su desgracia estaba comenzando a tomarle gusto.

    Liberé el aire por la nariz cuando lo sentí dejarse caer en mi regazo, no moví ningún otro músculo del cuerpo, los ojos se me habían quedado pegados en su rostro y lo vi repasarme con la vista en silencio. Era un milagro que el pulso no se me hubiese ido a la mierda, mantuve el ritmo de mi respiración y recibí su mirada sin problema, la resina fría.

    ¿Y si tampoco quiero?

    Well, we're fucked then.

    Despegué apenas la espalda de la pared, levanté los brazos para llevar las manos detrás de la nuca y estirarme casi con aire distraído. Al regresar a mi posición aproveché para inclinarme hacia él, le dejé un beso suave en la mejilla, cosa de nada y en gran parte porque me dio la gana siendo que lo tenía encima. Al final me incliné un poco más para poder alcanzar su oído.

    —Pues ya está —repetí en un susurro—. Tú mandas, Ko, si le piso al gas o meto el freno depende de lo que tú me digas. Pero allí radica todo el asunto, tienes que decírmelo.

    Volví a dejar la espalda en la pared, estiré la mano y ahora fui yo el que delineó su cuello, su mandíbula y su mentón con la yema de los dedos; tracé el camino de regreso por su mandíbula, subí a su mejilla para luego alcanzarle las raíces del cabello y hundir apenas los dedos, acariciándolo. Dejé caer la mano libre sobre su pierna, solo por ponerla en alguna parte.

    —Porque eres mi niño y no quiero hagas nada que te provoque una crisis, cloudy baby.
     
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    Gigi Blanche

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    Temerle a los elementos resultaba prácticamente ridículo si me detenía a pensarlo bien. ¿Qué mierda era lo que buscaba al calor de la noche, si no? ¿Qué si no intercambio, choque y fricción? Quizá fuera mi pobre intento por no fundirme en las piedras, como le había prometido. Muchas veces nos aferrábamos a lo que descubríamos tenía un mínimo de eficiencia y ya no lo cuestionábamos, puesto que hacerlo podía implicar no conseguir algo mejor. Nos atábamos a medias tintas y todo nacía del más puro y crudo miedo.

    Al final siempre era miedo.

    Noté que liberó el aire por la nariz al recibirme en su regazo, pero en sí fue su única reacción visible y no iba a mentir, algo de gracia me hizo. ¿Dónde había quedado el manojo de nervios que conocía, asustado hasta del roce de una pluma? Quizá lo había subestimado y todo.

    Seguí sus movimientos con calma, curiosidad incluso, en lo que se estiraba. De un momento al otro recordé que estaba sentado sobre sus piernas y no sé, era todo tan random. El caso era que no lo podía sentir incorrecto a secas y mucho menos desagradable. Había una pizca de naturalidad que siempre permanecería allí en tanto fuera con Cay, y eso fuera probablemente lo que me condenó.

    A recibir el fuego.

    Se inclinó, alcanzó mi mejilla y luego mi oído. Su voz me arrojó un escalofrío tenue a lo largo de la columna.

    A quemarme con gusto.

    Conecté con sus ojos apenas tuve la oportunidad y el camino que trazaron sus dedos sólo acentuó la sensación. Era molesta porque te enchufaba el impulso de moverte, sin reparar en detalles ni posibles consecuencias. Era la clase de molestia que me aflojaba los cables pero que ya no... ya no debía cuestionarme, ¿verdad?

    Porque tenía el pase libre.

    Cloudy baby.

    Sonreí como un imbécil, me salió en un impulso y me cargué los pulmones de aire antes de hacer cualquier cosa. Era estúpidamente consciente de su mano en mi pierna y del fantasma que había permanecido sobre el resto de mi piel, cualquier lugar allí donde sus llamas me hubieran alcanzado. Era una molestia, era un incordio y que me cayera un rayo encima si me negaba a ello.

    Con lo bien que podía sentirse.

    —Mierda, Cay —susurré, inclinándome para afirmar la mano en su nuca; tenía una sonrisa burlona danzándome en los labios—. A veces eres un mojigato de manual.

    Sólo tenías que callarme y punto.

    Me empujé hacia su boca, la movida resultaba predecible que te cagas llegados a este punto pero tampoco me interesaba. Se me enredaron los dedos entre su cabello y lo atraje hacia mí, despegandolo de la pared, para ladear la cabeza y hundirme con más ganas en él. La puta tormenta se descargaba aquí, allá, sin dejar porción de la cueva a salvo. Era ruidoso, quemaba y bañaba todo en colores dispares. Rojo, púrpura, cualquiera donde mutaran y se descompusieran. Era un auténtico desastre ¿y qué iba a hacer, más que abrirle la puerta?

    Bienvenido sea.
     
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  19.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

    Leo
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    Si había que darme crédito por algo era por mi insistencia que quizás era directamente necedad, pero nada que hacerle realmente. El necio perseveraba y el que perseveraba, triunfaba, digamos que por ahí iban los tiros. Que fuese necio con cosas importantes o buenas era otro cuento eso sí. Podíamos pasar por el sueño infantil, luego por el aislamiento y trazar un círculo que llegara hasta los negocios de cada noche y luego de vuelta al principio; quizás la necedad también mutara en fijación, pero no iba a meterme en ese terreno.

    Por otro lado quizás hasta fuese rara la aparente tranquilidad que había mantenido teniendo en cuenta que tenía a este chico, literalmente, encima. Aunque no se podía esperar mayor cosa luego del espectáculo del fin de semana, mucho del pudor desaparecía con una persona si esta te había comido la polla, la verdad fuese dicha.

    El asunto comenzaba a parecer un tira y afloja de lo más raro, había tensado las cuerdas al punto de reventarlas cuando entró casi en mental breakdown para ahora aflojarlas hasta que cualquier rastro de tensión desapareciera de ellas. Lo que me parecía curioso era la facilidad con la que lo había hecho, también cómo había bastado insistir un poco para que su cauce desviado regresar a su sitio.

    Era evidente que con todo y dilemas morales ya nos habíamos ido de cabeza en la estupidez.

    Conectó con mis ojos mientras yo trazaba aquel recorrido y pensé que solo había seguido aflojando cables a conciencia, apretando el agarre de mis dientes en su costado para seguir arrastrándolo de regreso. Estaba al borde de ser yo el que tuviese un lío mental esta vez, pero bastó ver la sonrisa que le arrancó la forma en que lo llamé para que toda duda o reproche desapareciera. La mano que llevó a mi nuca me lanzó un chispazo de electricidad, lo mismo con la burla que me pareció encontrar en su sonrisa.

    Mojigato de manual.
    Esa era nueva, debía admitirlo, nunca en la vida alguien había usado esa palabra para definirme y que lo hiciera precisamente Kohaku casi me arrancó una risa. Al final tenía razón incluso, qué iba a saber yo, en ese momento tampoco me interesaba demasiado. No cuando el idiota se empujó contra mi boca y se hundió con unas jodidas ganas que me debieron quemar una buena cantidad de neuronas.

    Los brazos me reaccionaron sin permiso, se enredaron en su cintura y lo pegué a mí sin pensarlo dos jodidos segundos. Se me fue un poco bastante la pinza, culpa del reguero de gasolina en el suelo, colé las manos bajo el blazer, me las arreglé para colarlas también bajo la camisa y recorrerle parte de la espalda. Su piel se me antojó estúpidamente caliente por alguna razón y la única reacción que el cuerpo me arrojó fue hundirme todavía más en su boca, ahogando un suspiro.

    No mucho después me separé lo suficiente para redireccionar mis movimientos, bajé por el mentón, por la mandíbula y alcancé su cuello donde le dejé un reguero de besos. Ni siquiera fui consciente de la cantidad de veces que le eché el aliento encima de la humedad que iba dejando con la boca y tampoco de que estaba como un imbécil navegando su espalda baja y el borde del pantalón.

    Cuando dejé su cuello en paz terminé apoyando la frente a la altura de su clavícula con la respiración algo alterada, presioné un poco sus costados con las manos y se me escapó una risa baja que me hizo vibrar el pecho.

    —Ups~ —murmuré con evidente diversión en la voz—. Pero llamarme mojigato es un poquito exagerado, ¿no crees? Me voy a resentir si me dices esas cosas, Ko.
     
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  20.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Just like a match, all I need is a little spark to set me off
    I can be louder than you want me to be
    This could be louder, louder than you want it to be
    .

    Most of the time I am the quiet guy
    Calm and reserved, but I stand for what I deserve
    .

    You were the spark that ignited all the flames inside me and set me off
    Kohaku 3.png

    No estaba teniendo la semana más normal del mundo, la verdad sea dicha. Ya se me había ido la pinza en la fiesta, luego ocurrió lo de Kakeru, me agobié hasta el punto de lo insoportable e hice lo de siempre: aislarme. Me fui a la mierda de casa, me escondí en el apartamento de turno y me aproveché de la amabilidad ajena para seguir a mi bola, quemándome los pulmones e ignorando el resto. Suponía que toparme con Shinomiya sólo había detonado la bomba, había reanudado la tormenta y ahora, bueno, ahora esto.

    Que el viernes se cumpliera un jodido año tampoco ayudaba en nada.

    Necesitaba estabilizarme.

    Si Cayden estaba enterrándome los dientes en la carne poco o nada me importaba, en ese sentido nunca ponía pegas. Un par de requerimientos mínimos, una pequeña, pequeñísima cuota de interés y ya estaba, podías moverme de acá para allá a libertad y antojo. Luego también me desaparecía con la misma liviandad, era parte del trato, si se quiere, pero en definitiva cargaba la densidad de una puta pluma. Sólo había que suspirarme encima y ya.

    Y mierda que se estaba echando sus suspiros, el cabrón.

    Me pegó a su cuerpo sin pensárselo demasiado, diría yo, mis piernas se deslizaron encima de las suyas y el corazón me bombeó sangre como el golpe de un disparo al chocar mi pecho contra el suyo. Mantuve el agarre en su cabello, me aferré a él sin jalar demasiado, y permanecí en su boca al sentirlo colándose dentro de mi ropa. El blazer, primero, luego la camisa. Sus manos me resultaron frías al contacto y me removí, arrimándome más a él. Siquiera me molesté en tragarme el suspiro que brotó directo de mi pecho al separarme de sus labios sólo para volver a besarlo.

    Si él no sabía trazar límites, yo menos.

    Bajó a mi cuello, el cabrón, y se me aflojó una risa pesada entre los escalofríos que la humedad de su boca no fallaba en propagar. Como tal no me quedaban muchas opciones, alcé el rostro y le dejé todo el maldito espacio del mundo, acentuando el agarre en su cabello de tanto en tanto. La tormenta se arremolinaba, era ruidosa y con la descarga de cada rayo se me atenazaban las neuronas, empujándolo contra mi cuello. Había cerrado los ojos, el mundo era negro y se sentía jodidamente bien.

    Tragué saliva apenas se detuvo, como un pequeño instante de tregua. Aflojé la firmeza de mis dedos en su pelo, deslicé la mano hasta su nuca y de ahí a la parte superior de su espalda. Jugueteé con el borde del cuello del blazer en lo que lo escuchaba, soltando el aire por la nariz en una risa floja. Quizá pareciera relativamente tranquilo y todo, pero no le perdía detalle ni un maldito segundo al camino sin rumbo que estaba trazando cerca de mi pantalón.

    A ver, cariño, un mínimo de respeto.

    —¿Sí? —repliqué, jocoso, y me separé lo suficiente para encontrar sus ojos. La mano en su espalda se deslizó por el ribeteado del blazer, alcanzó su pecho y se enganchó apenas con un dedo al nudo de la corbata. Lo fui aflojando a medida que me inclinaba hacia él—. Pero si yo no te veo muy resentido, Cay Cay.

    Hundí el rostro en su cuello, aún sin tocarlo, y lo navegué con la respiración un par de segundos antes de presionar la lengua y arrastrarla hacia arriba, mordisqueando apenas su piel justo debajo de su oreja.

    —¿O sí~?

    Terminé de soltarle la corbata y aflojé el primer botón anudado de la camisa, enganchando la tela para liberarme espacio. Repartí cualquier cantidad de besos en descenso, eran húmedos, su piel estaba caliente y estúpidamente suave. Presioné la lengua, lo mordí sin fuerza, le eché el aliento encima y rodeé uno de sus muslos con la mano, presionando con maña.

    Volví a subir, repasé el contorno de su oreja y deslicé los labios por su mejilla hasta hacerme con su boca de nueva cuenta. Me hundí en ella, colé la lengua y busqué la suya con una insistencia estúpida, clavándole los dedos en la pierna.
     
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