Shimizu parecía estar bastante absorto en el movimiento del agua hasta que se dignó a reparar en mí, intuía, incluso después de notar mi presencia. Las piezas de información sueltas me daban la sensación de que no le apetecería entablar conversación con nadie, que probablemente estuviera de mal humor o vete a saber qué. Su respuesta, de hecho, dio un rodeo inmenso. Vaya, ¿acaso me conocía? Qué honor. —Todo bien, exceptuando que son las ocho de la mañana de un lunes —respondí, aún en un tono de voz bastante ambiguo, y giré brevemente el cuerpo para echar un vistazo a la entrada de la piscina—. Estaba fumando un poco allí y me pareció ver algo. Suspendí un breve silencio antes de regresar a sus ojos. —Así que te preguntaré de nuevo: ¿todo bien, Shimizu?
No había que sacarse un título para adivinar cuándo tenía o no ganas de lidiar con las personas, ahora no se me apetecía, pero tampoco iría a montarme una escena tan de gratis. A fin de cuentas ubicaba a Fujiwara más por lore de calle que cualquier otra cosa y, si debíamos ser honestos, no me había hecho un mal en el mundo del que yo tuviese conocimiento. Incluso si me rascaba los huevos, no tenía información con la que pateárselos de regreso ni un motivo para hacerlo. Di el rodeo, me quedé esperando por si eso lo hacía desistir y no fue el caso. Fue relativamente directo después, lo que me hizo sostener la sonrisa del principio y recibí su mirada de nuevo. Me encogí de hombros antes de devolver la mirada a los reflejos de la piscina y pensé que igual Hikari le habría hecho un favor al mundo si me hubiese dejado ahogarme en treinta centímetros de agua, pero ya era tarde para eso. —Lo viste entonces —dije porque tampoco tenía caso dar tantas vueltas si partíamos de allí—. Todo bien. Fue una simple... charla matutina, quería saber un par de cosas. Tal vez la asusté con estas pintas, pero ni modo, se le pasará. Giré el rostro nuevamente en su dirección, parpadeé lento y guardé silencio. ¿Buscaba molestarlo? No realmente. —¿Amiga tuya o lo que te fumabas era un cigarro de altruismo?
Me alegró que al menos no pretendiera fingir un cien por ciento de demencia, aunque su respuesta siguió siendo tan ambigua como me temía. Que quería saber un par de cosas, decía. Francamente no era mi problema ni mi responsabilidad lo que sea que ocurriera entre ellos, ni de lo que hablaran, ni los intereses que los reunieran. No había metido el hocico por eso. —Ya veo —murmuré, y arrugué apenas el ceño—. Y para esta... charla matutina tuya, ¿hacía falta arrastrarla aquí como una red de pesca? Recién después volvió a mirarme y su apunte me arrancó la primera sonrisa. Fue relativamente amplia, conservó la calma y reflejó una pizca de resignación. —Más bien la segunda. Siempre tuve algo de complejo de héroe —admití, encogiéndome de hombros como si no tuviera importancia, y aprovechando su pequeña ventana de atención agregué—: Sí la conozco un poco, igual, y me sigo preguntando qué podrías querer tú de ella. Dudaba que dijera algo, pero tampoco perdía nada estirando la lengua, ¿verdad?
No era que tuviese de dónde hacer suposiciones, pero me sorprendía que este muchacho fuese tan insistente con el asunto, aunque también era cierto que yo no lo estaba evadiendo en todas las de la ley. ¿Qué lo movía? ¿El complejo de héroe que estaba apunto de declarar? Podíamos fingir que era más rollo Batman que Superman, si quería, pero ya. ¿Había hecho falta arrastrar a Rockefeller? Probablemente no, quizás habría podido agarrarla en el viaje de "¿Tienes tiempo para hablar algunas cosas?" y llevarla de manera más amable, tenía cara de ser la clase de idiota que cedía por esas aproximaciones, lo que la habría hecho ir por su propio pie y postergado su miedo en el tiempo unos gloriosos dos minutos, porque apenas dijera el nombre de su viejo se iba a cagar encima. Por otro lado, nunca me había caracterizado por ser especialmente delicado, justo por eso que Kaoru me consiguiera dos caras de bebé me había servido, ¿o no? Le gente no confiaba en mí. No era que tuviesen que hacerlo de por sí. La amabilidad a mí se me había perdido hace mucho tiempo, ¿pero eso justificaba la liberación que sentía ahora mismo? No lo creía, así como tampoco creía que Fujiwara le alegrara particularmente que le contestara la verdad, aunque de por sí no iría a hacerlo. Imagina explicar todo desde el principio hasta terminar en la hija del policía, un incordio absoluto. —Tal vez no, pero habría terminado igual tarde o temprano —contesté sin darle importancia—. Nada más la agarré para traerla. De hecho esperaría que la rubita y yo no tengamos que volver a coincidir en estas circunstancias. Y dudaba que lo hiciéramos. A él mi pregunta le sacó la primera sonrisa, calmada y con un dejo de resignación, pero sonrisa a fin de cuentas y cuando me respondió entendí por qué, pues lo que dijo se solapó con la estupidez del cigarro de altruismo. Admitió conocerla lo que no era anormal viendo que iban a la misma clase, la que de hecho parecía ser la clase de los apestados si me lo preguntaban, pero supuse que al menos habrían intercambiado algunas palabras. —Bien por ti, campeón —solté medio porque sí—. Bueno algo de razón llevas en eso de qué podría querer yo de ella, en verdad no debería haber nada, pero la vida es un poco extraña, ¿no te parece? Creí que podría responderme, pero no fue el caso y así se acabó el asunto. Con una mocosa asustada y policía oliéndome el trasero, pero en fin. —Puedes preguntarle, si quieres. Queda en ella la versión que quiera contar en comparación a lo que tú viste.
Vaya, era casi preocupante la liviandad con la que esta criatura minimizaba sus acciones. Si acababa jalando de prejuicios y conceptos heredados, honestamente no debería haber esperado nada de él en un primer lugar; tenía pinta de perro viejo y amargado, como esos tíos en la calle que a sus veintitantos ya tenían cara de haber padecido las inclemencias de diez vidas. Su presencia aquí era, de por sí, un elemento disonante. Aún así, nunca me habían fascinado los prejuicios. Eran las semillas que germinaban en muertes anunciadas, las casillas que elevaban sus paredes y nos encerraban dentro. Si nos descuidábamos, nos convertíamos en lo que decían de nosotros. Y tenía experiencia con eso. —¿Justificas tu falta de decencia con escenarios hipotéticos? —repliqué, sin alterarme ni sonar burlón. Era consciente de que le estaba dejando al alcance de la mano las herramientas para reírse en mi cara. ¿Complejo de héroe? Tenía que ser la estupidez más lame del mundo... y era cierta, qué le iba a hacer. Su respuesta cargó una nota de burla, no me afectó y aguardé, tranquilo, que respondiera el resto de la cuestión. La información fue ambigua y sonó desarticulada; no esperaba mucho más. Lo miré, lo miré y lo seguí mirando, y en algo que se sintió como un delirio de fiebre o la lucidez de un loco me pregunté hasta dónde se extendían los hilos. Hasta dónde llegaba la peste. ¿Seguiría topando con ella aún sin pretenderlo? ¿Como una maldición, o un designio divino? O como un estigma. Daba igual. Ahora mismo me daba igual. Al enviarme a consultarlo con ella pude verlo literalmente arrojando la papa caliente lejos de sus manos y mi sonrisa se moduló en una risa floja. Retrocedí un paso, bajando la vista un instante, y mecí la cabeza en un gesto negativo. ¿Por qué había venido hasta aquí, para empezar? Quizá no tuviera demasiado sentido. Quizá sólo pretendiera hacerle saber de mi existencia y ya. A una pequeña parte de mí le hervía la sangre ante ciertos escenarios y me había echado demasiado tiempo siendo un cobarde de mierda, uno al que nada le salió bien. —Veré qué hago, gracias por el consejo —respondí, busqué sus ojos y, mientras repasaba levemente mis labios, mi sonrisa volvió a estirarse un mísero instante—. Ojalá así sea. Que no deban volver a coincidir, digo. Si no el resto, que al menos ella se ahorre el disgusto de ser tratada... así. Nos vemos, Shimizu. Dejé la idea suspendida en el aire y me di la vuelta, abandonando la piscina a paso tranquilo. A ver, no lo había pretendido, pero quizá debiera hacer un ligero cambio de planes. Frank me había hablado al respecto, su voz aún rebotaba. Como un delirio de fiebre. O la lucidez de un loco. Contenido oculto cortito pero poderoso we
—Puedes ponerlo así —atajé a lo de mi justificación—. Aunque hay pocas cosas hipotéticas últimamente. No me importaba ni un poco ser la cara más dura del barrio ahora ni nunca, había sido así por mucho tiempo y algunas semanas de ser relativamente decente no cambiaban los defectos de diecinueve años de existencia. Decir que me sentía orgulloso de lo que hacía era exagerado, tampoco estaba tan loco, sólo no me quitaba el sueño y me ayudaba a filtrar energía. Pasaba que me desquitaba con cualquiera que me pusieras por delante, amigo o no. Fujiwara me miró y me miró, como había hecho yo con Rockefeller y no me moví o reaccioné a ello. Permanecí en el espacio que había ocupado hasta ahora, esperé a que encontrara algo que decirme si se le antojaba o lo que fuese que tuviera que pasar, estaba tan cansado de todo que me era indiferente. Si acaso llegué a preguntarme dónde estaban los del complejo de héroe cuando algo le pasaba a Sasha o dónde diablos estaba yo cuando ocurría, también. Era una historia sin fin. De todas formas, le arrojé el problema directamente a la mocosa y él se rio, el resto de sus gestos me hizo pensar que se podría estar preguntando, al menos, cuál habría sido el punto de todo esto. Que lo hubiera visto me daba igual en realidad, mi pecado había sido arrastrar a la chiquilla y punto, peores cosas se habían visto en estas malditas paredes, pero eso tampoco tenía que ver con Fujiwara. Al final lo que Rockefeller quisiera contar, si lo hacía, dependía de ella y daba lo mismo porque lo que arriesgaba era el trabajo de su viejo por repartir chismes. Mi única orden fue directa, específica, de ahí en fuera daba un poco lo mismo y escapaba a mi control. Aunque también tenía que admitir que no me había esperado tener público, pero así eran las cosas. —Que los Dioses te oigan, Fujiwara —dije con una sorna que no estaba dirigida a él como tal y me reí aunque ya se estaba largando—. Nos vemos, héroe. Me quedé en la piscina un rato más sólo consumiendo aire, al cabo de un rato dejé la zona atrás y busqué el refugio cerca del gimnasio para fumarme parte del puro que le había quitado a Cayden de encima el viernes. Había perdido toda capacidad de asombro si debía ser sincero y si así iba a empezar la semana era mejor que fuese buscando maneras de sobrevivirla. Contenido oculto definición de chikito pero picoso omg
Contenido oculto Continuación de Pasillo (planta baja) Hubo silencio la mayor parte del trayecto, al menos de mi parte. Seguía tomada de la mano de Jez, con quien busqué intercambiar alguna que otra mirada, para hacerle saber que a su lado estaba bien. La presencia de Ilana me suponía un desafío extra para el presente receso, ¡p-pero en nada desmerecía la amabilidad que me concedió como primera impresión! Quizá conocerla en un almuerzo grupal sería más sencillo que una conversación cara a cara, ¿tal vez? Q-quería creer que sí, y estaba dispuesta a seguir esforzándome. Pero… quién hubiera pensado… que nos encontraríamos con alguien más... Una vez que estuvimos cerca de la puerta que daba a la zona de la piscina, el canto de un pequeño pájaro se hizo escuchar sobre el sonido constante del filtro de agua. E-esto no resultaría especialmente llamativo, salvo que… me pareció que estaba muy cerca, ¿tal vez? Alcé la vista, movida por algo de curiosidad, para tratar de dar con el origen de aquel melodioso canto. Vi entonces a la chica, de pie en una de las orillas. Desde aquí sólo podíamos denotar su perfil. Su cabello era de un rubio distinto al de Ilana, quizá más apagado; no lograba adivinar con exactitud cuán largo era debido a que lo llevaba recogido, dejando al descubierto su cuello delgado. Desde la distancia me pareció descubrir que su iris era de un tono bastante similar al de los ojos de Jez y Cayden. Y su expresión… era impasible, al punto que a mí me resultó entre inquietante e imponente. Pero lo que llamó con una fuerza más profunda mi atención... sin dudas fue el pajarito blanco que se hallaba en la palma de su mano, la cual alzaba a la altura de su rostro. Abrí mucho los ojos ante semejante cuadro. Chica y ave... sólo se miraban, fijamente. Apenas el pecho del animalito se movía al ritmo de los cantos, los cuales que dejaba ir ante el silencio imperturbable de la chica. Ella sólo parpadeaba a veces, con aire meditativo. Intercambié una mirada con el grupo... fascinada, confundida y llena de dudas. De repente sentí que estábamos interrumpiendo un momento de paz, por muy extraño que sonase esto, ¿tal vez? Y de pronto... los pequeños cantos cesaron. El ave blanca pareció reparar en nosotros, noté que giraba la cabeza para mirarnos con unos intensos ojos rojos. No me esperé para nada que alzara vuelo directo a donde nos encontrábamos. Del puro susto terminé soltando la mano de Jez a… a… al n-no-notar que venía hacia ¡¿nosotras?! Di un paso atrás, preparada para protegerme... De una arremetida que jamás llegó. Abrí lentamente los ojos pasado el susto inicial. Y no pude menos que seguir sumiéndome en el desconcierto al ver que… el ave blanca se había detenido en el hombro de Jez, con las alas estiradas y que… ¿parecía reconocerla? Me quedé mirándola, algo embobada al ser consciente de que el pájaro era un gorrión… albino. Como la chica. —Volvemos a vernos. La voz me tomó tan desprevenida como todo lo demás. Sonó suave, pero nada más. Cuando alcé la vista, casi di un respingo al darme cuenta que la chica se nos había acercado sin hacer el más mínimo ruido. A-ahora que le veía de frente… llegué a pensar, con cierto atrevimiento, que tenía una apariencia que recordaba las muñecas de porcelana, ¿tal vez? Q-quizá por la expresión tan seria que poseía. P-pero sus ojos no estaban puestos en nosotras, sino que observaban a… ¿a Cayden? A-aún así, los ojos de esta persona de aire misterioso pasearon sobre Jez, Ilana y yo. Su expresión no decía nada, y aún así me sentí atravesada por su mirada. ¿Q-quién era? ¿Otra amiga de Cay, tal vez? Contenido oculto Zireael Ahora sí podemos seguir con el circo tranquilos
A ver, mi plan habría sido darle las gracias a Beatriz e irme por donde había venido porque no estaba muy seguro de querer interrumpir un almuerzo ajeno o siquiera de querer estar con alguien, otra vez. El espectáculo con Alisha me seguía fastidiando, me picaba el cuerpo como llevaba picándome hace semanas, y eso le sumábamos la sentencia de Altan junto a la de Katrina. Sí, tenía que hablar con las personas, ¿pero qué cambiaría eso? ¿Siquiera valía la pena? ¿Cuáles eran las distancias que forzaría entre los otros y yo? Sin embargo, las palabras de Bea se colaron y me sacudieron algo de la estupidez de encima, me di cuenta de que seguía viéndome a mí mismo como una molestia en la vida de las personas y que de alguna forma eso tampoco era justo para nadie. Con eso y la conciencia de sus nervios pude reajustar mis sistemas, le di vuelta a todas las piezas y me adapté a las chicas, a la calma y madurez de Jezebel que sin dudas Bea necesitaba. La otra sorpresa vino después cuando nos encontramos a Ilana en el pasillo, un poco me dio la sensación de que parecía desconectada y tuve presente lo de Shimizu, que de por sí era algo que quería abordar tarde o temprano. Mientras compraba las bebidas me pensé invitarla y así lo hice antes de acercarme a Beatriz, a quien Jezebel ya le había tomado la mano en un intento por ayudarla a sentirse tranquila. Ambos estábamos a su lado, sosteniéndola, y sabía que Ilana se acoplaría a sus emociones. Era el peligro que le había mencionado a Katrina. —Keep it up then, Moony —apañé luego de haberle apoyado la botella en el rostro, su respingo fue bastante adorable y verla sonreír me hizo pensar en cómo Hubert se había reído conmigo. Era pequeño visto desde fuera, pero para mí y para ellos ciertos gestos eran inmensos—. Ve con Jez. La aludida sonrió y echó a andar sin soltar la mano de la menor, momento que yo aproveché para quedarme con Ilana algunos pasos por detrás. Supuse que pescó en el aire varias de mis intenciones, aunque quizás no la nuclear de todas ellas. En cierto punto del trayecto me acomodé la botella de agua bajo el brazo contrario y busqué el brazo de la rubia, la insté a sujetarse del mío y así lo hizo, maravillosamente dócil. Eso también era un peligro para ella y para mí. La cercanía la aproveché para decirle en voz baja que lamentaba mucho la manera en que mi amigo se había acercado a ella, que ya sabía lo que había pasado y seguramente era culpa mía, pues al asustarme lo había llamado a él y demás. Omití algunas cosas, obvio, pero compilé lo importante en la disculpa e Ilana guardó silencio hasta que la oí suspirar y me agradeció, porque temía contarme lo que había pasado. Me dijo, además, que había hablado del asunto con alguien y que se sentía tranquila, que antes Shimizu pasó y puso distancia dejando claro que no pretendía volver a acercársele. Fui asintiendo y lo último que le dije fue que si necesitaba hablar con alguien de lo que fuese, podía hablarme a mí. Me agradeció y el resto del trayecto no hablamos más, ella se soltó de mi brazo y fue tarareando muy muy bajo una canción que no creí reconocer, pero el tono suave de su voz me hizo sentir tranquilo. Llegando a la piscina, eso sí, me di cuenta que la albina y yo reaccionábamos al canto del ave que se escuchaba por encima del ruido del filtro de agua. Quería decir, nuestra reacción fue un poco diferente de la de Ilana y Beatriz que no fue que permanecieran ajenas. Jez iba adelante y creí oírla reírse, pero el motivo me quedó claro cuando me acoplé a su ritmo para quedar a un lado de Bea y fue cuando noté a Melinda con Copito. Ilana se asomó por encima de la menor, creí oírla reír también y lo demás sucedió con naturalidad. El gorrión reconoció a Jezebel, voló a su hombro y la pobre Bea creyó que sería tacleada por un ave. —Es inofensivo —le dije en voz baja—. ¿Conoces a Verónica, la amiga de Jez? Es suyo. La albina volvió a reír y alzó la mano para acariciar a Copito con mimo, hablándole con suavidad. De hecho estiró el índice para que él se posara allí y lo elevó a la altura de su rostro para lanzarle un besito. Estuve por colarme para tener mi correspondiente saludo, pero Melinda reparó en mí y a pesar de su inexpresividad le dediqué una sonrisa genuina. —Volvemos a vernos —repetí, ligeramente divertido—. Ha pasado un tiempo, ¿cierto, Meli? Sentí los ojos de Ilana encima y me quiso hacer reír haber acabado en este grupo muchachas sin pretenderlo. Como fuese, de nuevo me correspondían las presentaciones, ¿o no? —Beatriz, Ilana y Jezebel —empecé señalando a cada una, suspendiendo la mano sobre sus cabezas—. Lana y Jez son amigas de mi clase, Bea amiga de primero. Jez seguía hecha un amor con Copito, pero sonrió e hizo una reverencia, Ilana la imitó por supuesto y yo moví el brazo hacia Melinda. Melinda con su eterna cara de póker, que hablaba de los fénec y sobre cartas. —Melinda es de segundo, ella, Copito y yo pasamos un receso juntos. También hablamos un día por la mañana —expliqué con calma. Jezebel atajó mi intención y con cuidado de no asustar a Bea o algo así, movió el brazo para alcanzarme a Copito. Lo acaricié con cariño, allí en su mano, y le dije en voz baja que me alegraba oírlo cantar. —Es un placer conocerte, Melinda —escuché que decía Ilana—. ¿El gorrión sólo se te acercó? Era un hábito que tenía de hecho.
Eran intrigantes los giros que a veces torcían el aparente equilibrio de lo cotidiano. Mi decisión para este receso no corrió por este cauce, sin embargo. No fue distintivo el movimiento que había elegido al son de la campana: solía oscilar entre la biblioteca y el exterior, con esporádicas estancias bajo las vaporosas luces que apartaban débilmente las sombras del observatorio. Hoy quise ir a la piscina por ningún motivo en específico, y cuando noté que era la única persona dirigiéndose al lugar di por hecho que este día transcurriría como tantos otros: envuelta en soledad, con un libro abierto sobre mi regazo acompañado de un almuerzo liviano. A eso me dispuse una vez llegué aquí, hasta que la pequeña sombra de Copito desgarró el suelo y las aguas con la rapidez de una estocada, delatando así su presencia y haciendo que dejara desenvolver mi bento. Cuando alcé la cabeza, no fue difícil encontrar el brillante punto blanco en el lugar. El gorrión me observaba desde un sitio medianamente elevado de la orilla contraria de la piscina, y ante eso no pude quedarme por completo indiferente. Había dejado atrás mi almuerzo y el libro en el sitio que había elegido para sentarme, el cual contaba con una sombra en su justa medida, y me puse de piel cerca del agua. También mirándolo. En cierto momento, al cabo de muchos o pocos minutos, se me ocurrió ofrecerle mi mano extendida. ¿Por qué lo hice?, me preguntaría más adelante. ¿Fue por nimia curiosidad? ¿O estaba tratando de entender el alcance de su confianza? No estaba claro, toda la respuesta que obtuve fueron las alas de Copito cortando el aire, hasta que finalmente se posó en mi mano. No mostró conmigo el carácter que dejó ver con Cayden o Kakeru. El gorrión me miraba con fijeza, con clara curiosidad y, sólo quizá, una intriga parecida a la que esta criatura me despertaba. Su confianza era tan pura que me resultaba incomprensible, al punto de que me pregunté cómo sería la persona que la había educado. Aquella que lo dejaba volar libremente en una ciudad tan vasta, en el cielo monumental, sin miedo a perderla. —Si el amor es tu puente hacia los demás, no sé qué haces aquí conmigo —dije al aire— ¿Qué es lo que ves en mí, que en mis venas corre la sangre cruel e implacable de los Frenerich? Cayden me había dicho, en su momento, que mi acto de velar por Schnee nacía de la compasión, pero no estaba segura de que eso pudiese traducirse como amor. Era una lucha, nada más, como la que cada miembro de mi familia libraba por su cuenta. Me pregunté, otra vez, si ella regresaría si un día elegía abrir las ventanas. Imaginé su silueta perdiéndose para siempre en el cielo… Y Copito se puso a cantar. Lo alcé hasta dejarlo a la par de mi rostro, escuchándolo. Así estuvimos un buen rato hasta que volvió a abrir las alas para dirigirse a unas personas que estaban llegando a la piscina. De entre ellas sólo reconocí a Cayden, que por estatura destacaba entre el resto de las muchachas que lo acompañaban, cada cual muy fácilmente distinguible por sus rasgos. Una tenía un cabello tan blanco como el de Kashya, más largo en comparación; la otra era rubia y alta; mientras que la tercera se distinguía por el color dispar de sus ojos, o quizá eran sus nervios lo que la hacía destacar. Copito se posó en el hombro de la chica albina, no fue directo a los cabellos de Dunn como había pensado que haría. En el proceso había asustado a su acompañante que le soltó la mano, quien luego asintió rápidamente ante algo que le dijo Cayden, apenas llegué a escuchar el nombre de “Verónica”. Me tomé algunos segundos para apreciar la escena, pues tenía algo de fascinante y estrafalario. Hasta que opté por acercarme a hablarle y observar mejor a las demás, sin intención alguno de ser la primera en presentarme. Cayden se ocupó de la cuestión, revelándome los nombres de Jézebel, Ilana y Beatriz. Las dos primeras me dedicaron una reverencia, la cual imitó la niña de primera con cierto retraso que le hizo sonrojarse. Las observé sin cambiar la expresión, centrándome más que nada en la interacción entre Jezebel y Copito, tan cargada de ese cariño en el que había pensado. Sólo dejé de hacerlo cuando me tocó ser presentada ante las demás, ante lo cual también concedí una cortés reverencia, sin emitir palabra. Mientras Jezebel y Cayden seguían disfrutando sus puentes con Copito, giré el rostro al recibir las palabras de Ilana, seguidas de su pregunta sobre el gorrión. —El placer es mío —le dije, en el tono neutro de siempre. Antes de responderle, me permití otro fugaz instante para mirar al grupo congregado alrededor del ave. Jez y Cayden se hallaban encantados, sus facciones sumamente suavizadas por la nívea presencia. Beatriz intercambiaba una mirada entre los tres, visiblemente confundida pero, también, llena de curiosidad; la escuché preguntar si a la tal Verónica le molestaría si acariciaba a Copito, fue una suerte de pedido de permiso. Asentí levemente. —No es la primera vez, y me preguntaba el por qué —respondí, regresando a Ilana para mirarla a los ojos—. Lo digo porque no tengo relación alguna con la persona a la que pertenece, ni siquiera la conozco. Quizá me relaciona con Cayden sin más, por el mencionado receso donde nos conocimos, aunque no esperé que me tomara confianza tan rápido —hice una pausa, observándola— ¿A tí también se te acerca?
Beatriz imitó la reverencia de las mayores con algo de retraso, me di cuenta, de la misma forma en que la atención de Melinda se detuvo en Jez y Copito. Recordé nuestra conversación y a Schnee, su búho y también su comentario sobre cómo Vero dejaba a Copito en la inmensidad del cielo y el ave elegía volver. Su comentario suelto, casi inocente, me seguía punzando el pecho y así como los celos del domingo, quise convencerme de que era un despropósito darle vueltas a algo como eso. No tenía caso desgastarme más. En todo caso, habiendo presentado a las muchachas me volqué en Copito y algunos segundos más tarde Jezebel preguntó si quería sostenerlo, ante lo que dije que sí y le ofrecí mi mano. Nos pasamos al gorrión con una naturalidad ciertamente anormal y ante la pregunta de Bea negué suavemente con la cabeza, como si el ave fuese mía. —Vero es muy amable y suele presentar a Copito con gusto —expliqué, dejando la mano a una altura más coherente para ella—. Y a él le gustan las caricias, además de que como vienes conmigo seguro asume que eres de confianza, como el día que estuve con Meli. Es muy inteligente. Entre tanto Ilana nos había rodeado para asomar el rostro un momento, sonrió al ver a Copito y regresó la atención a Melinda. La pregunta de la muchacha la hizo reír y negó, aunque pronto sentí que posó la mano entre mi cabello. —A mí no, pero supongo que tiene la costumbre de acercarse a este personaje —acotó con una pizca de diversión en la voz y lo de "personaje" fue gracioso por sí mismo—. También hace unos días lo vimos acercarse a Sóloviov, ¿lo ubicas? Rubio, bien parecido, bastante serio. Es de nuestro grado. La descripción que dio del muchacho me quiso hacer gracia, pero me tragué la risa y la dejé estar. En su camino de retroceso, al devolver la mano a su espacio, me dedicó una caricia bastante sutil aunque yo la sentí con claridad. Los siguientes ojos que noté encima fueron de la albina, pero ella guardó silencio y se mantuvo pendiente de Beatriz. —Le gusta la música, asumo. Me conoció cantando y el día contigo también llegó al oírme, luego con Sóloviov llegó al oírlo tocar y al parece no era la primera vez. —Flauta traversa —añadió Ilana, sus ojos suspendidos en Melinda a pesar de su estoicismo—. Fue una imagen muy curiosa. —Creo que Copito entiende cuando las personas son cercanas a Vero y por rebote quiénes son de confianza para esas personas. Puede que sí te asocie a mí, pero también puede que a secas le parezcas confiable por ti misma. Pasa con los gatos, cuando no le caes bien a un gato... eso habla de ti como persona —sumé unos segundos más tarde, bajando la vista al gorrión—. Como sea. A veces es agradable, ¿no? Ser mirado por los ojitos de un animal que sólo eligió confiar en ti. Al que no le importaba de dónde viniera tu sangre o lo que hicieras una vez caía la noche.
Mientras los miraba, continué siendo testigo de esa potente confianza. La vi en la naturalidad con la que Jezebel y Cayden aproximaron sus manos para pasarse a Copito, así como en el entusiasmo con el que el gorrión acudió al nido que el chico le ofrecía entre sus dedos. Desde allí lo miró, con sus pequeños ojos brillando al sol con destellos rojizos, y sacudió las alas frente al semblante desconcertado y deslumbrado de Beatriz. La menor del grupo parecía haber olvidado momentáneamente sus nervios, lo que no impidió que atajara su tentación de acariciarlo detrás de una pregunta que no hizo más que delatar su exceso de prudencia e inseguridad. La respuesta que Cayden le dio para tranquilizar fue liviana, demostraba cuánto parecía conocer bien a Verónica y a su acompañante de blancas alas, de los que destacó amabilidad e inteligencia respectivamente. —Es ciertamente fascinante —secundé a sus palabras, sin molestarme en especificar a quién me refería. Beatriz volvió a tener un último instante de duda, sin desprender sus ojos peculiares del gorrión que, por instinto o inteligencia, le regresó la mirada. Volví a pensar en los curiosos giros de la casualidad, al ser consciente de que los iris de Luna eran parecidos al cielo: un manto celeste acompañado de una nube gris. El hogar para el vuelo de cualquier ave libre. Finalmente, la chica estiró tímidamente su mano. Las primeras caricias fueron apenas roces, hasta que el carácter dócil de Copito hizo que se animara a recorrerlo con una mayor extensión de su mano, que se veía pequeña junto a la de Cayden… La tensión que llevaba en su semblante se esfumó, lentamente. —Es tan suave… —llegó a musitar, la voz ligeramente temblorosa. Mientras tanto, Ilana y yo proseguimos con nuestro correspondiente intercambio. A diferencia mía, no le di tanta relevancia al modo en terminó apoyando su mano entre los cabellos del chico, algo que en cambio sí captó la atención tanto de Beatriz como de Jezebel. En lo que a mí se refiere, escuché a Ilana con mi porte de siempre, creyendo que tenía sentido su suposición de que Copito acostumbraba a seguir más a Dunn. Como siempre, no hubo una reacción destacable de mi parte… Salvo cuando mencionó a Sóloviov. Ladeé la cabeza unos pocos milímetros. —Lo conozco —dije—, pero no sabía que también viene a esta academia. El hijo de Slavik Sóloviov, el reciente socio del grupo empresarial del que también eran parte los Frenerich. Sólo habíamos hablado en las fiestas de fin de año de la Black Stone Society, e incluso mantuvimos un desinteresado duelo de cartas. No podía decir mucho más de él, más allá de su pasión por la música y sus constantes planteos existencialistas. Era un chico extravagante y atormentado por la melancolía, según pude sacar entre líneas de nuestras escasas conversaciones. Aunque tenía sentido que Copito se le acercase por haber desarrollado cierto gusto por la música, no quitaba que la imagen fuese curiosa justo como decía Ilana. El tema, no obstante, quedó en este punto debido a que Cayden continuó divagando sobre su comportamiento. Su sugerencia de que tal vez yo era confiable por mí misma me hizo mirarlo por unos largos segundos, meditativa. Siempre había pensado que eso no me definía; ya sea por origen, por distancia emocional, por mis ocasionales alejamientos de la moralidad. Pero quizá él tuviera razón al decir que era grato ser observado por un animal, al que nada de esto lo alcanzaba, ni afectaba, ni importaba. —Quizá concuerdo contigo —convine, sin apartarme de sus ojos—. Me pasa el volcarme en la lectura, por ejemplo. Se siente distinto cuando lo hago ante la mirada de Schnee. —¿Schnee…? Me giré hacia Beatriz, quien había hablado. La chica la punta de los dedos a los labios, acto seguido un rubor le cubrió las mejillas. Me fueron indistintas sus reacciones, y conseguí responderle antes de que se deshiciera en una torpe disculpa. —Es mi búho —aclaré, para luego observar a Copito que seguía en la mano de Dunn—. Su nombre se traduce, justamente, como "Nieve"; proviene del alemán.
Visto desde fuera era notorio que Jezebel y yo nos desenvolvíamos alrededor de Copito con una soltura que provenía de la confianza tanto al animal como a su compañera; el gorrión, para terminar de hacerla, se acomodó en el nidito que le hice con la mano y me saludó aleteando, como era usual, así que le dediqué algunas caricias. Bea seguía extremadamente desconcertada, pero yo estaba tan encantado como siempre y Jez también, quien a pesar de no estarlo sujetando, lucía de lo más contenta. De paso la noté estirar la mano para quitarme la botella de debajo del brazo, dándome así algo más de libertad de movimiento y le agradecí en voz baja. El siguiente comentario de Melinda hizo asentir a Ilana y Jezebel, a pesar de que no fue específico, y entonces Bea se animó a acariciar al ave. Las primeras fueron roces, pero luego el gesto fue más extenso y pensé en lo pequeño que era Copito y lo pequeñas que eran las manos de Beatriz. En verdad todas estas chicas eran pequeñas, incluso Ilana que era más alta era bastante delgada, pero la imagen se solapó con la de mi madre entre mis brazos y me hizo muy consciente de mi lugar en este grupo, de lo mucho que resaltaba entre ellas. —I know, right? —apañé al comentario de la menor—. Es super suavecito. Escuché a la albina reírse quizás por el comentario de los dos, pero no dijo nada y se mantuvo observando el cuadro. Ilana, por su parte, seguía enfocada en Melinda quien afirmó conocer a Sóloviov. —Es parte del club de música —acoté incluso si no parecía ser parte de la conversación. La charla siguió hasta que el búho de Melinda surgió, yo no había mencionado a Schnee porque no sabía si me correspondían siquiera, pero en cuando Meli lo hizo mi sonrisa se estiró sobre todo por su afirmación a de que leer se sentía diferente cuando Schnee la miraba. La muchacha era seria como perro en bote, pero le gustaban los animales y eso me agradaba de ella. En todo caso, atendí a la reacción de Ilana que se llevó la mano libre al pecho, sorprendida y encantada a partes iguales; a mí me hacía gracia que todo el mundo que tenía animales blancos les pusiera nombres asociados a la nieve. Igual no podía hablar mucho, le había puesto Nyx, noche, a una gata negra y Cinis, ceniza, a un gato gris. No era muy creativo de mi parte. —¿Tienes un búho? ¡Es la primera vez que conozco de alguien que tenga un búho! —soltó la rubia incapaz de contener su emoción—. Dices que Schnee significa nieve, ¿es un búho nival? ¿Lo tienes hace mucho? ¿Cómo lo cuidas en la ciudad? Con la distracción de Ilana, que era bastante con ese bombardeo de preguntas, busqué a Beatriz con la vista que de por sí le había dado vergüenza su propia reacción al revelar la existencia del ave. Esperé a que me notara, suavicé las facciones y supuse que servía para sacarla de allí o al menos cambiar el sentimiento de foco, porque seguro igual se moría de vergüenza. —Bea, gracias por los Pocky —empecé en voz baja, tranquilo—, también por tu dibujo, me gustó mucho. Lo pegué en la pared de mi habitación, estuve cambiando cosas de lugar y pegué algunas fotos nuevas frente al escritorio, también una nota que me puso Hubert en un almuerzo que me preparó hace poco. Quizás mencionarle al chico no fue lo más inteligente, pero no me puse el filtro a tiempo. —Yo también quería darte las gracias, cielo —añadió Jezebel con suavidad—. Fue muy bonito recibir ese regalo.
Incluso en este punto, continuaba sin asimilar todo lo que sucedía ante mis ojos. Mi desconcierto no había encontrado ninguna pausa desde que vimos a la misteriosa chica sosteniendo al gorrión en su mano, y tan sólo se profundizaba a cada segundo. Además del comportamiento tan atípico del pequeño animalito, me vi enormemente sorprendida por la Jez una familiaridad con la que lo recibieron. Hubo tanta dulzuras en sus sonrisas, en las caricias que depositaron en las blancas plumas del gorrión, que ni siquiera me dieron tiempo de avergonzarme por el susto que me había llevado por verlo volar tan presto hacia nosotros. Percibí la alegría en el aire, palpable, y me vi incapaz de dejar de mirarlos. Nunca había visto un ave tan de cerca… Tan al alcance de mi mano. No es que pensara tanto en ellas: alguien como yo, que se pasaba la mayor parte del tiempo con la mirada puesta en dirección al suelo, rara vez se permitía el lujo de mirarlas. De todas maneras, nada de eso importó al momento de detenerme a admirar a Copito. Sólo pude pensar en lo lindo e impresionante que era, al tiempo que una emoción algo infantil retumbaba entre mis costillas. No tardé mucho en ceder a la tentación de pedir permiso para acariciarlo. Bajo mis dedos, Copito entrecerró los ojos. Dudé en los primeros toques, porque seguía muy nerviosa por todo. Pero… cuando el gorrión se hizo una bolita de pluma ante mis caricias, terminé conteniendo el aliento, deslumbrada, conmovida y emocionada. Tantas frases cruzaron mi mente... y sólo pude apuntar cuán suave era, opinión con la que Cay me acompañó. No aparté la atención de Copito por un largo instante, tampoco cedieron mis caricias. Estaba maravillada, ¿tal vez? D-de todos modos, estuve atenta a la conversación que se produjo entre los demás, con esta chica que ahora sabía que se llamaba Melinda. Desvié la mirada hacia ellos cuando reconocí el apellido Sóloviov. ¿El chico de la guitarra eléctrica en la sala de arte? P-por si acaso, volví a centrarme en Copito y no dije nada. Al final alcé la vista para preguntar por Schnee, quizá porque la composición y sonoridad de aquel nombre había llamado mi atención, más que el hecho de quién podría tratarse. Me avergoncé por mi intervención tan desconsiderada y a la vez me vi intimidada por la mirada que Melinda me dirigió. Confundí la eterna seriedad de su semblante con una probable molestia y abrí la boca para empezar a disculparme, intención que quedó a medio camino cuando me dijo que Schnee era el nombre de… de… ¡¿Su búho?! Ilana fue quien más pareció emocionarse por la revelación, no tardando en lanzar unas cuántas preguntas a Melinda. Bien podría haberme quedado mirándolas, igualmente interesada por saber más sobre el búho llamado Schnee, pero… fue entonces que noté los ojos de Cayden que me buscaban. El chico suavizó la expresión cuando lo recibí con mi propia mirada, y de mi parte hubo un ligero suspiro, porque hasta entonces fui consciente de conjunto de tensiones y sentimientos que llevaba encima. Sentí que Jez, Cay y hasta Copito se enfocaron en mí pero… ante sus ojos, me sentía más tranquila, ¿tal vez? Y los escuché, curiosa y algo expectante. Primero fue su agradecimiento por los Pocky, seguido por la mención del dibujo que le había hecho. Negué ligeramente con la cabeza, como pretendiendo decirle un silencioso “No es nada”, pero no fue hasta que me mencionó que lo había pegado en la pared de su habitación que terminé llevándome una mano al pecho, sorprendida. Obvio que lo seguí escuchando, pero no pude obviar la conmoción y alegría que sentí por el detalle de que decidiera tenerme presente, como yo lo tenía a él con los stickers. Tuve un principio de sonrisa… que se desvaneció con la inesperada mención final de Hubert; en cambio, otro pequeño rubor me cubrió las mejillas sin que pudiese evitarlo. Copito, aún en la mano de Cay, me miró con fijeza. —¿D-de verdad? —dije torpemente, atrapando la tela de mi camisa entre mi índice y pulgar, justo en la zona del corazón; bajé la cabeza ligeramente, tratando inútilmente que mi sonrojo no fuese en exceso evidente— M-m-me alegra mucho… saberlo… Eeeh… La suave voz de Jez intervino a su vez. Su suavidad fue como un caricia que calmaron mis nervios. Alcé la cabeza en su dirección, encontré sus ojos y volví a pensar en cuán dulces eran estas personas. En lo mucho que, día a día, las valoraba como si fueran un dulce tesoro. Mis pequeños soles. Con la frente ahora en alto, intercambié una mirada en el ámbar de sus miradas. Mis labios se estiraron con lentitud y les dediqué una sonrisa cálida, llena de gratitud, que me llegó a entrecerrar levemente los ojos. —Soy yo la que debería sentirse agradecida —les dije—. De hecho… Lo estoy. Cada día que pasa. Me paré a un lado de Jez, de modo que ambas quedamos enfrentadas a Cayden. Busqué la mano de la chica y, esta vez, fui yo la que la tomó, imprimiéndole el calor de mi cariño. Alcé la vista para intercambiar una mirada entre Cayden y Copito, y mi sonrisa se amplió ligeramente. —Gracias. Si descontábamos a Cayden que ya conocía su existencia, la mención de Schnee y su naturaleza provocó, en los presentes, la habitual sorpresa que sobrevenía a lo inesperado, a la ruptura en el equilibrio de lo cotidiano. Poseer un búho escapaba por completo a la normalidad, sobre cuando su hábitat era una urbe de la envergadura de Tokio. Era plenamente consciente de la extrañeza que esto podía traer entre la gente, tal como lo percibí en los ojos de Beatriz y de Ilana. Pero hubo en la segunda un detalle que me hizo detener los ojos en su figura, ya que a su alrededor percibí un aura de encantamiento, similar al efecto de alguien que es hechizado. Hasta entonces, era poco común que alguien se mostrara en esa energía al saber de Schnee, por lo que me centré en ella mientras Cayden, Jezebel, Beatriz continuaba la conversación por su lado, acompañado de Copito. Recibí sus preguntas sin variar el semblante ni mi postura, a lo sumo entrelacé los dedos frente a la altura de mis caderas. No hallaba motivos en impedir satisfacer su emocionada curiosidad, si bien las respuestas que debí ofrecer guardaban muchas implicancias ocultas, complejas. Asentí para confirmar que se trataba de un búho nival. —Es hembra, por lo que sus plumas llevan un patrón oscuro a su vez —maticé, para luego proseguir con lo demás—. Diría que estamos juntas desde hace tres años, no estoy segura; lo cierto es que no me he detenido mucho en la cuestión del tiempo. Sí puedo decirte que construir nuestro vínculo… fue largo y conflictivo —le ofrecí mi mano para que la viera de cerca; en mis dedos había algunas cicatrices que no se notaban a simple vista, producto de los picotazos de Schnee—. Lo mismo se aplica para su cuidado. Es un asunto complejo. Por lo general se halla en mi habitación, donde tiene un sitio donde posar y estar cómoda, con alimento y agua a mano. Se siente tranquila, que es lo importante —afirmé—. El jardín de mi residencia también es amplio, y una zona está especialmente preparada para que pueda ejercitar su vuelo sin correr el riesgo de que se pierda o aleje. Hay una red en lo alto, blanca y firme, que la separa del cielo —hice una pausa para echar una mirada a Copito, en el momento que Beatriz sonreía hacia Cayden y Jez—. Ella merece ser libre, pero esta ciudad no es lugar para un búho nival. Todo lo que queda en mis manos... es darle compañía. Cuidarla, protegerla. Contenido oculto El cierre menos cierre en la historia de los cierres (?) Pero se disfrutó todo <3 a pesar de la pinche vida y del trabajo del orto que no me dejan responder a buen ritmo y a gusto. Hay que repetir pronto con estos niños uvu
Contenido oculto: me hizo pelota esta canción y no era el plan jajas Era un alivio, ¿no? Se lo había dicho a Kohaku, que me sentía cómodo allí donde no era visto como un apestado, allí donde el hedor de la sangre de Liam no era reconocido y por eso, quizás, por la inocencia y desconocimiento en los ojos de Verónica e Ilana era que me negaba a dejarlas en paz incluso si era lo bueno, lo decente y correcto. Me negaba a ser claro y responsable, porque quebraría una suerte de ilusión, y había sido siempre bueno manejándome entre reflejos distorsionados. Los espejos rotos regresaban imágenes alteradas que funcionaban y prefería las piezas inconexas que la imagen completa, cruzada de grietas. El reconocimiento de Kaoru. El amor distorsionado de años. Y la atención indiferenciada. Se me ocurrió aquí, entre este montón de chicas, en los varios pares de ojos donde no encontraba una pizca de recelo o incomodidad. Se me ocurrió mientras notaba la manera en que Beatriz, incluso luego de su colapso por la sorpresa de Schnee, pareció calmarse entre Jez y yo. Era la calma del que se siente sostenido, como la docilidad de Ilana era la de aquel que se doblega por voluntad. Conocía ambas nociones y ahora, muy a mi pesar, reconocía que también podía manipular algo tan aparentemente inofensivo como eso. El quiebre oscuro y extraño de mis pensamientos me agotó de repente incluso si no pude detenerlo. Fue posterior a mi agradecimiento por lo que me distraje acariciando a Copito con el pulgar en una de sus alas, atento a cómo Bea también había seguido haciéndole mimos. Había notado sus reacciones también, el sonrojo, pero elegí fingir demencia y sólo asentí a sus palabras. Fue la voz de la menor la que, una vez más, apañó el descarrilamiento y me forzó a reacomodar piezas mentales. Pensé en los pequeños soles, en cómo de verdad quería ser una mejor persona por ellos, y la idea de que quizás fuese posible. Que quizás algún día el amor que sentía por las personas dejaría de convertirse en miedo y al mirar a mi espejo dejaría de ver aquello que no me pertenecía, que podría ser sincero de verdad. La niña elevó la mirada, fue capaz de sonreírnos y supe que tanto Jezebel como yo nos sentimos honrados por ello. En la silueta pequeña y cargada de duda de Beatriz me había visto a mí mismo, esa versión de mí que se había largado a llorar como un mocoso en la azotea, y por eso me alegraban estos diminutos avances. La oí hablar sin tartamudear, la vi tomar la mano de la albina y algo se me removió en el pecho. Puede que fuese la certeza de que esta chica podía superar su ansiedad. O el hecho de que su cambio era más estable que el mío. —Estamos para lo que necesites, cariño —le dijo Jez con la inmensa paciencia de siempre y sonrió hacia mí, lo hizo con la confianza ciega con la que mi madre afirmaba que podía ser un buen hombre... como si no llevara años haciéndola parir, como si no apagara las luces de casa, cansada de esperarme. El amor de esta chica carecía de límites como el amor de las madres y como el mío, pero eso nos volvía vulnerables—. Sé que ambos nos hace muy felices que te sientas en confianza con nosotros. No supe bien qué decir de repente, medio escuché el intercambio de Melinda e Ilana, pero las ideas me quedaron espesas. Tardé algunos segundos en preguntarle a Bea si quería sujetar a Copito, ante su respuesta afirmativa Jez aprovechó el agarre de sus manos y ajustó la de Beatriz para que creara un nidito con ella, hecho eso moví la mía. —Copito, esta es Bea —murmuré haciendo que el ave se pasara a su mano. Ella parecía tan nerviosa como emocionada y se me escapó una risa que fue de pura ternura—. Or Moony. Bea es la clase de persona que toma seguridad cuando alguien más la necesita y siente muchas cosas a la vez... creo que ya conoces uno así, ¿no? —Me da a mí que Bea y tú son parientes lejanos, quizás —arriesgó Jez, divertida. —Quiero pensar en ello como una suerte del destino. Así, tal vez, ambos podamos ver las virtudes que hasta entonces nos parecían defectos —susurré pues pretendí que fuese una confidencia entre nosotros tres—. Si alguna vez quieres probar si Copito aparece canta una canción, la que tú quieras. Nunca sabes cuándo bajará para oírte mejor y si tienes suerte como Meli, él también cantará para ti. Si lo hace, Vero se pondrá muy contenta. El tiempo se nos había agotado de nuevo, así que probablemente tuviera que ponerle ojos de cachorro a todas estas chicas para que se quedaran unos minutos y comieran algo de sus almuerzos. ¿Qué clase de caballero iba a dejar a las damas irse así nada más? La tontería me quiso hacer gracia y me limité a guardar silencio, observando la sonrisita de Bea al sostener al gorrión. La revelación de que esta chica tenía un búho me emocionó por encima de todo, mi suposición quizás fue excesivamente moral o ingenua, vete a saber, pero supuse que si estaba a su cuidado era porque sencillamente no habían podido regresar al animal a su hábitat. De todas formas lo que no pasé por alto en sí fue la falta de sorpresa de Cayden, quien supuse que ya sabía de la existencia del animal, y la de Jezebel todavía demasiado enfrascada en mantener a Beatriz tranquila. Hasta ahora todo este intercambio había sido medio un parkour emocional, desde la invitación de Cay, sus disculpas por el comportamiento de su amigo que confirmaba, de hecho, que su figura no era tan inocente como aparentaba, los nervios de Beatriz y la nueva aparición del gorrión de Verónica. Él habló del ave como si fuese suya y su descripción de Verónica, en consecuencia, me resultó casi escueta. Sin embargo, había algo que comenzaba a notar desde hace días. Su carácter impertinente y reservado se doblegaba ante la amabilidad y la paciencia, también mutaba ante la noción distante de salvación o necesidad por parte de otros; me trató con suavidad al hablarme de su amigo, asumiendo que seguiría asustada, y había sido cuidadoso y protector con Beatriz a pesar de que no escuché lo que le dijo. Había buenas cualidades en este muchacho, pero las usaba mal con frecuencia. Ese era el verdadero defecto de su carácter. En cualquier caso, me distraje por completo del asunto por Schnee y a pesar de que Melinda no cambiada de cara, la acribillé a preguntas sin pensarlo un instante. Escuché a la chica, asentí al oír que el ave era una hembra lo que cambiaba el patrón de sus plumas y me sorprendió que llevara ya tres años con ella, lo que debía resultar en un vínculo profundo. A fin de cuentas era un ave rapaz, se diferenciaba de Copito por mil motivos. Definió el vínculo como conflictivo y estiró la mano de forma que pude ver las cicatrices, sin duda de algún picotazo bien dado. Suspiré, comprensiva a pesar de todo, y antes de procesarlo en realidad alcancé su mano con la mía y tracé una de las cicatrices con el pulgar con delicadeza. Si bien era una muestra de la resistencia y límites de Schnee, también hablaba de los intentos de Melinda. —Un búho nival perdido en Japón no se oye bien, eso es cierto —acordé dejando ir su mano, disimulando la vergüenza que me provocó haberla tocado tan de repente como había hecho con Kakeru—. Lo importante es su tranquilidad y que tenga espacio para volar, toda ave lo necesita, pero las rapaces más incluso, pues son depredadores. Merece ser libre, pero soltar a un animal que no pudo aprender del mundo en un ambiente que no es el suyo lo condena a morir. Sonreí y desvié la mirada un momento a los tres más allá, Jezebel, Beatriz y Cayden. Pude detallar el perfil de él, delicado, y pensé en que sonreía de mil maneras distintas que seguramente ni siquiera conocía. No sabía que se echaba la vida aterrado ante la idea de enjaular a otros, ¿pero qué hacíamos los demás con la idea de enjaularlo a él, que también era un animal asilvestrado? Aceptar la idea de matarlo para exhibir sus alas o dejarlo elevarse más allá del cielo. Debíamos verlo convertirse en Ícaro cada día. —El último acto de amor para Schnee es protegerla, pues no tiene las herramientas para sobrevivir más allá de la red. Contenido oculto está más cerrada mi partida de Bloodborne que esta interacción y ya sabes cómo va eso ojalá se repita <3