El ratoncillo azul de Navidad

El ratoncillo azul de navidad​

—¡Pero miren qué hermosa niña!—dijo mi tía mientras me apretaba contra su robusto cuerpo, haciéndome quedar sin aire—. Ya eres toda una damita, ¡cómo pasa el tiempo!

Me soltó y caminó hacia la sala de estar a saludar a mis padres. Mientras se alejaba miré sus pies: ¿cómo era posible que una mujer tan gorda pudiera caminar con semejantes tacones? Definitivamente mi tía desafiaba las leyes de la gravedad. Sacudí la cabeza y regresé a mi cuarto. Subí las escaleras con pesadez, mientras miraba la colección de fotos familiares navideñas. Las odiaba. Me obligaban a vestirme como un duende de navidad, al igual que a mis hermanos. Mi madre era la señora Claus y mi padre Santa Claus. ¿De verdad había que hacer tanto lío y gasto en vestuario por solo una foto? Navidad con mi familia era agobiante.

Escuché la puerta delantera abrirse y entró mi tío con una bolsa de regalos. Seguro eran para mis hermanos, ellos ya tenían claro que yo odiaba navidad y no quería ninguna clase de presente. Casualmente, él era obeso como su esposa. Intenté no imaginármelo en tacones y vestido de duende, demasiado asqueroso para mi pobre mente.

—Hola, Peque—me saludó con una sonrisa. Oh, dios, cómo odiaba que me llamaran así—. ¿Cómo has estado?, ¿tu tía dónde se encuentra?

—No me llames Peque. Ella está en la sala de estar junto con mis padres. Un placer verte, adiós, suerte— dije de un tirón y me apresuré saltando escalones de dos en dos. Era urgente escapar a mi habitación para evitar el reencuentro navideño que se estaba por producir en mi casa.

No piensen que odio a mi familia, simplemente algunas actitudes de su parten me producen… irritación. Apenas abrí la puerta de mi habitación escuché a mi mamá gritar para que bajara. Joder, ¿enserio? Estaba a un paso de entrar a mi santuario de la paz, ¿no podía esperar por lo menos media hora?

No tenía remedio, así que traté de sonar lo más tranquila posible y le contesté a viva voz: —¡Ya voy, ya voy!

Bajé las escaleras como si tuviera todo el tiempo del mundo y luego me dirigí a la sala. Allí mis padres habían armado un gran árbol de navidad, con luces multicolores, lazos rojos y verdes y todas esas tonterías cursis navideñas. Y entonces, lo vi.

Abajo del árbol, entre la multitud de regalos para mis hermanos, había una pequeña caja, forrada de azul brillante. Y decía en grandes letras: Para Peque, con amor, mamá y papá.

Oh, por el amor de Buda, ¿me habían comprado un obsequio?

—¡Mamá, papá! ¿Me compraron un regalo?, ¿es enserio? —dije mirándolos con furia y confusión.

—Oh, sí. Bueno, creímos que por lo menos algo deberías tener esta navidad. Sabemos que no te agrada la idea de los presentes, pero entiéndenos, hija. Queríamos darte algo… especial—. Mamá me miró suplicando que no me enfadara ni comenzara a insultar. <<Está bien, no me enfadaré… por lo menos esta vez>> pensé.

—Hum, está bien. ¿Puedo abrirlo ahora? —pregunté. Sin duda, me daba un poco de curiosidad saber qué me habían comprado mis padres. ¿Era un CD?, ¿un nuevo mando de PlayStation?

—Pero los regalos se abren mañana, lo sabes bien—comentó mi madre acariciando mi cabello.

—Quiero abrirlo ahora.

—Oh, de acuerdo. Pero que tus hermanos no te vean, ¿ok?

—Bien—. Tomé el regalo y salí corriendo como alma que lleva el diablo a mi cuarto. Entré, cerré la puerta y me senté en la cama, envolviendo el regalo entre mis manos. Noté que la caja y el papel tenían pequeños agujeros, y supuse que lo que había allí adentro respiraba.

Con ansiedad, rasgué el papel y abrí la tapa de la caja. Adentro, encontré un pequeño ratoncito. Era rechoncho, como una masa; también era esponjoso, pues tenía un suave pelaje… ¡color azul! Dios santo, ¿en dónde habían conseguido mis padres un ratón azul? Quizás lo tiñeron, pensé, pero, si así hubiera sido, en su pelaje quedarían rastros de su color anterior. De todas formas, se veía genial.

—Hola, cosita. Vamos, despierta—. Lo tomé con delicadeza, tratando de no lastimarlo. Era una tierna bolita de pelo. Despacio, abrió sus ojos; eran celestes y enormes, cargados de inocencia. Era precioso.

Al verme, el ratoncito chilló suavemente. Wow, ¿tanto miedo le daba mi rostro? Se retorció entre mis manos, mordiéndome con unos dientecitos afilados y pequeños.

—Tranquilo, muchacho… Porque eres un muchacho, ¿cierto? —. El ratoncito me miró. Su mirada era dulce, dulce, más dulce que la miel. Daban ganas de comerlo—. Si fueras pollo asado, te estaría comiendo en estos momentos.

Entonces, el ratoncito cerró sus ojos y comenzó a temblar. Sus orejas se movían hacia atrás y hacia delante. Por un momento creí que le estaba dando un ataque y entonces lo sentí. Era olor a… a… quemado. El animal comenzó a hervir. Sí, hervía, estaba totalmente caliente. Me quemaba las manos, así que lo solté, tirándolo al suelo.

Allí, en el piso, el ratoncillo se hizo un borrón. Eran como ondas que se movían alrededor de su cuerpo, ¿o tal vez su cuerpo era esas ondas? Y entonces, puf. Ya no había más ratón azul, solo un pollo asado en lugar del animal.

Mi cara en esos momentos fue de sorpresa total. No sabía cómo reaccionar o qué hacer. Estaba en estado de shock. ¿Cómo un ratón se convirtió en un pollo asado? Cerré los ojos y conté hasta diez, esperando que todo fuera una alucinación. Al parecer, no lo era. Me pellizqué, choqué mi cabeza contra el armario, pero no, el pollo seguía ahí. Al final, debí admitir que lo que estaba viviendo no era una alucinación, sino la realidad.

—Ratoncito, pequeñín… ¿estás ahí? —dije, acercándome al pollo. Estaba completamente aterrada. Apenas dije “pollo asado” el ratón se convirtió automáticamente en la comida. ¿A qué clase de persona común y corriente le ocurre eso?

El pollo tembló. Las ondas volvieron a aparecer y el ave asada se convirtió en el ratón otra vez. El pequeño me miraba como si fuera a hacerle daño. ¿¡Cómo lastimar a un animal que se podía convertir en comida!?

Sin pensarlo, exclamé: —¡Pizza!

Las extrañas ondas aparecieron de nuevo y mi habitación se llenó del aroma inconfundible del queso derretido. En el piso de mi habitación había una pizza.

Mi mente daba vueltas y vueltas. Era increíble. ¡Tenía un ratón capaz que convertirse en comida!

—¡Helado!

Y otra vez, repitiendo el mismo proceso, el ratón se convirtió en helado. Así probé una y otra vez con distintas comidas. Él obedecía y se convertía en cualquier tipo de comida.

Ya en su forma normal, tomé al ratón con mis manos y salí de mi habitación a toda prisa. Bajé las escaleras a saltos y troté a la sala de estar. Allí no había nadie, así que volví a probar distintas comidas con el ratoncito. Sin duda, era maravilloso.

—¡Hija, ven, por favor! —gritó mi madre desde la cocina. Miré lo que había sobre la mesa pequeña: un pedazo de tarta. Nadie se daría cuenta de que era el ratón, así que fui hasta donde se encontraba mi madre.

Ella estaba en la cocina y me pidió que la ayudara con los platos. Me encontraba tranquila hasta que escuché a alguien hablando.

—¡Oh, Sandra hizo una tarta! Se ve tan deliciosa, probaré un bocado—. Era la voz de mi tía en la sala.

Ella se iba a comer al ratoncito, ¡se lo iba a comer! Tiré los platos y corrí a la sala. Efectivamente, mi tía estaba con la porción de tarta en sus manos, a punto de darle un mordisco.

—¡No! —grité mientras me arrojaba sobre mi tía, haciendo que la tarta volara por los aires.

—¡Niña!, ¿acaso estás demente? —dijo mi tía llevándose una mano al pecho. Me miraba extrañada y entonces me di cuenta.

Mi padre le había llevado un plato con tartas y la porción que yo evitaba que se comiera, estaba en la otra esquina.

FIN​