Tragedia Notas de Navidad

Tema en 'Relatos' iniciado por Paulijem, 20 Diciembre 2018.

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    Paulijem

    Paulijem Hija de Aslan, Larcha y Tributo del andén 9 y 3/4

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    Escritora
    Título:
    Notas de Navidad
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1427
    Este relato participa en la actividad Diciembre te desafía. Tengo que admitir que lo corregí, lo borré y lo volví a escribir como mil veces y aún me siento insatisfecha xd, así que en verdad fue un desafío xDDD. Espero que les guste y son bienvenidas las críticas constructivas, porque sé que las necesito. ¡Saludos!

    Aclaraciones: en el relato hablo sobre Santa Cruz (una provincia que está al sur de la Argentina) como lugar espacial en general, pero el colegio (ficticio, claramente) está sobre o cerca de la Cordillera de los Andes, por lo que es común (bueno, al menos cuando yo fui hace muchos años) que haya nieve en Navidad (cuando en todo el país es verano). Sólo una vez me tocó ver tal maravilla y espero verla de nuevo en Bariloche (que está más al norte, específicamente en la provincia de Río Negro) (:bil:). Eso sería todo :quis:.



    Jamás había tenido una Navidad tan silenciosa como aquella. Jamás había sentido tanta culpa como en ese momento; recordó todas esas sonrisas, ese ánimo y esa alegría. Esas expresiones que había creído infinitamente verdaderas pero que, al fin y al cabo, no habían sido más que un engaño. No había encontrado dolor, no había encontrado desesperación y mucho menos aquella desdicha. Pero siempre habían estado ahí, en aquellas acciones, en sus bromas y en sus buenas calificaciones.

    Tomás no había vuelto a ser el mismo desde aquella Navidad...

    La última clase del internado de San Agustín estaba estipulada que terminase el veinticuatro de diciembre como una vieja tradición lo dictaba. Tomás Dawson, un inexperto profesor de Historia de las afueras de Santa Cruz, tenía preparada unas divertidas actividades para los muchachos de cuarto grado. Se había esmerado realmente para acabar su primer año con éxito en aquel prestigioso colegio engullido por los frondosos y antiguos árboles del bosque. Pero las cosas, mientras los días se acercaban al glorioso cierre de clases, no estaban yendo bien en lo absoluto. Y todo comenzó, sin que nadie lo hubiera podido evitar, con un par de notas extrañas en su escritorio en el aula 21B y una lamentable muerte de un niño en vísperas de la Noche Buena.

    La neblina espesa de ese diecinueve de diciembre había sido su primer aviso de que el día no comenzaría precisamente bien. El segundo aviso fue derramar su café sobre su camisa favorita. Y el tercer y último aviso, fue aquel cuervo negro parado e inmóvil sobre la entrada del colegio en un lugar y en una época en el que ni siquiera debía existir; parecía fundirse con la piedra grisácea que le daba forma a los ya desgastados ángeles tallados. Pero lo que lo hacía aún más extraño, pudo notar, era que sus ojos estuvieran fijos en él.

    No era alguien que se considerara supersticioso, aunque siempre le había temido a las aves, en especial a los cuervos. Suponía que de niño había sufrido algunos traumas con ellos, pero eran traumas que no podía recordar en esos momentos. Lo único que supo que quería hacer al verlo, era dejar de hacerlo; para variar, la mañana había sido un tremendo caos y cuando pensó que en el descanso las cosas se calmarían, se encontró con una de las primeras notas sobresaliendo de uno de sus libros. Un papel común, no más grande que la palma de su mano en el que tenía escrito, con tinta negra, aquellas tres palabras.

    "Ellos me torturan..."

    Las letras, manuscritas y de trazos elegantes, no parecían haber sido escritas por un niño. Pero, ¿quién más podría haberlo hecho? Ese día mil cosas pasaron por su cabeza. Incertidumbre, en un inicio y miedo, al finalizar el día. Se planteó decírselo a uno de sus colegas, un profesor de matemáticas al que le tenía más confianza de todos los que estaban allí, e incluso a la Madre Superiora, la cual parecía ser una mujer comprensible. Sin embargo, cuando estuvo a punto de mencionarles aquel suceso, no fue capaz de abrir la boca. No supo cómo ni volvió a intentarlo, después de que un absurdo pensamiento se ocupara de opacar aquella necesidad. ¿Y si comenzaba a ser visto como un idiota paranoico cuando todo, en verdad, estaba yendo de maravilla? Lo último que necesitaba era dar una mala impresión a esas alturas y dejar en evidencia de que no era precisamente un hombre valiente.

    Los siguientes días no fueron diferentes, lamentablemente. El cuervo seguía allí cada mañana, cada tarde y cada maldita noche. Las notas siguieron apareciendo y los temores con ellas. Y el cansancio comenzaba a ser mella en su rostro y en cada una de sus acciones.

    "Van a matarme", "Quieren mi sangre", "Nadie me escucha". Cada vez que leía las notas en la soledad de su habitación parecía escuchar la voz de aquel niño; buscó los trabajos corregidos que tenía de sus alumnos e intentó comparar sus letras con las de aquellos mensajes anónimos, pero ninguno escribía en manuscrita y recordó muy tarde, que él les había pedido que escribieran en imprenta. ¿Por qué lo había hecho? Se sintió estúpido y, conforme los días pasaban, completamente frustrado.

    Además, descartó la idea de hacerles escribir con aquella letra. Sería sospechoso, muy sospechoso. Mas, la inquietud no había desaparecido de su interior en ningún momento y todavía no tenía el valor de decírselo a nadie. ¿Y si se trataba de una broma? De los niños de esa época no podía esperarse menos. Aunque temía volverse loco si continuaba de esa manera; sus ojos siempre buscaban algo: una señal, una expresión, un brillo en los rostros de sus alumnos, lo que fuese. Pero nadie, ninguno, tenía alguna expresión de desdicha o de malicia. Todos lo saludaban como siempre: con el ánimo de cualquier niño de nueve años. Pero allí seguía instalada esa sensación y lo persiguió todo ese veinticuatro de diciembre en medio de las guirnaldas de colores, los villancicos y los dulces navideños. Lo persiguió hasta el aula 21B, hasta su última clase, hasta el escritorio que usaría por última vez ese año y a la vez, hasta la nota que le quitaría parte de su espíritu para siempre...

    "Hasta pronto"

    Los gritos de horror llegaron hasta él, lo suficientemente terribles para provocarle un temblor en sus manos, en su ser, en su alma. Su primera intención fue salir de ahí, pero sus pies lo dirigieron a la ventana. Pudo ver los copos de nieve que caían con intensidad, era la peor tormenta en años en la cordillera, pero que no eran lo suficientemente fuerte para ocultar el pequeño cuerpo colgando desde la entrada del colegio.

    La nota, escrita con tinta roja, cayó de sus manos. Las mismas manos que estaban sobre el vidrio intentando abrirla. No estaba seguro si lo que estaba viendo era cierto o se trataba de una cruel ilusión. Pero fue en ese segundo, en que su mirada pareció achicarse, cuando notó al cuervo negro todavía en su posición inmóvil sentado sobre la piedra. ¿Cómo era posible? Soltó un grito rabioso mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.

    Salió del 21B con prisa, se hizo lugar entre la multitud hasta llegar a ese arco de piedra en el que colgaba el pequeño. Los conserjes ya estaban sobre sus escaleras de madera mientras que, con desesperación, intentaban quitarlo de ahí. Pero Tomás no veía ni era consciente de ello, quería matar a ese maldito cuervo, quería asfixiarlo con sus propias manos porque estaba seguro, esa cosa era la culpable de aquellos males; era un pensamiento, un deseo indebido e irracional para todo lo que estaba aconteciendo. Sin embargo, al llegar allí, dicho cuervo había desaparecido junto al último aliento del niño.

    Cayó de rodillas sobre la espesa capa de nieve que cubría el patio, sin fuerzas, horrorizado y completamente culpable.

    Tomás dejó el internado al otro día, después de que la policía los interrogara uno por uno hasta el amanecer. Pero tanto él, como a muchos otros habían sido engañados por su encantadora personalidad. Sin embargo, él era el único que había recibido aquellas notas, un detalle que tampoco se atrevió a mencionar.

    Y la última de ellas, la que viajaba ahora en el bolsillo de su grueso tapado, tan sólo tenía una sincera despedida para un cobarde como él que no había sido capaz de ayudarlo.

    "Buen viaje, profesor.
    Feliz Navidad.
    Denis..."

     
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    Borealis Spiral

    Borealis Spiral Fanático Comentarista destacado

    Libra
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    Pluma de
    Escritora
    A eso se le llama negligencia, diablos ;_; Ya ni me quedaron ganas de hablar de la hermosura de la nieve :c

    ¡Qué relato tan bueno, Paulijem! Ya había leído varios tuyos, pero en su mayoría micro relatos sin mucha sustancia, así que saber que puedes crear algo como esto me ha maravillado.
    La verdad es que me enganchaste desde el principio y conforme fui leyendo más deseaba terminar y al mismo tiempo no, porque el ambiente que describías que se presentaba en el colegio, pese a que debía ser alegre y feliz dadas las fechas, a mí me ponía más en suspenso y hasta me enchinaba la piel. Preparaste muy bien el camino al final con esas señales que Tomás notyaba, pero cuando el profesor leyó la primera nota, allí me di una idea de cómo podría terminar las cosas y ¡diablos!, tuve razón T_T

    Tomás va a cargar con esa culpa el resto de su vida porque sí, debió haber dicho algo, pudo hacer un poco más por este chico, mas no lo hizo por temor a quedar como un tonto o a hacerse una mala imagen. Lo peor es que la última nota le dijo bien quién era el niño que sufría y que la lleve en su abrigo todo el tiempo me parece no sólo un recordatorio de su error, sino que hasta su castigo.
    En serio, gran relato, me ha gustado un montón. Y nada, que me pasaré por aquí algo más seguido, así que espero volver a leerte :3 Te cuidas mucho.

    Hasta otra.
     
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