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  • Lucius Belmonte
    El personaje al que les voy a presentar en breve es todo un malabarista con su vida, pues ha tenido que compaginar varias funciones y puede decir con orgullo que no ha fallado en ninguna, al menos hasta ahora: ¡Con ustedes, desde la Inglaterra de la Europa Mitica del juego de rol Ars Mágica, el mago Rowan!
    Entra en escena un hombre joven. Lo primero que destaca de él es lo… ¿Brillante de su ropa? No le extrañaría a nadie que si de repente todo se quedase a oscuras su ropa empezase a emitir luz propia. Es una extraña combinación de camisa amarilla y pantalón azul que obviamente lleva porque le gustan y no le importan las opiniones ajenas sobre indumentaria. Para rematar el conjunto, lleva una capa con capucha que remueve de su cabeza antes de sentarse, dejando ver sus cabellos rojos, sus pecas y sus orejas puntiagudas.
    —Hola, Rowan. Bienvenido. Me alegra que hayas encontrado tiempo para venir. Sé que tienes muchas cosas entre manos. —Lucius se levanta y le ofrece una mano a su huésped, que es estrechada con cordialidad.
    —Y que lo digas. —El mago se sienta en el sillón cercano al de Lucius.
    —Mago de una Alianza de la Orden de Hermes en Inglaterra, padre de una dríade y marido, o más bien casi marido; de la princesa de una corte feérica. —Lucius hace un gesto de “vaya” con una mano—. ¿Cómo le hace uno para acabar así?
    —Bueno, supongo que solo me podría pasar a mí.
    —Empieza por el principio, por favor. Una historia con ese inicio promete.
    Tanto el mago como el narrador se ponen cómodos.
    —Bueno lo que pasa es que yo soy mago de nacimiento, como todos en mi mundo. Lo descubrí a los diez años, en un accidente un tanto embarazoso que incluye, pero no se limita a, unos dulces que echaron a volar. El problema es que yo soy hijo de un caballero hada y una mujer humana y la magia de las hadas es, en principio y filosóficamente hablando, lo opuesto a la magia de los magos. Como tenía que aprender a controlar mis poderes recién descubiertos, tuvieron que buscarme un maestro y lo encontraron en la alianza vecina, donde un mago llamado Gael accedió a convertirse en mi parens, en mi maestro.
    —¿Eso fue latín, no?
    —Sí, es que los magos hablan en latín. El aprendiz llama parens al maestro y este llama filius, o sea hijo, al aprendiz. Pero solo después de que el aprendizaje termina.
    —Gracias por el dato, amigo. Continua, por favor.
    —Vale.
    “Mi periodo de aprendizaje duro 15 años. Tuve que aprender a hablar y escribir en latín, y debo decir que aún me cuesta hablarlo sin acento. También tuve que aprender el oficio de escriba, la historia de la Orden de Hermes y, bueno, magia. Eso fue lo más complicado porque, como dije antes, los principios filosóficos de la magia hermética son lo opuesto a la magia feérica. La suerte que tuve es que Gael es miembro de la Casa Merinita, la única de las doce Casas de la Orden que trabaja con magia feérica aparte de la suya propia. Como eso es un conocimiento que mantienen guardado bajo llave, hasta ahora solo he podido aprender lo mínimo al respecto de la combinación entre las dos”.
    —¿Cómo qué? —pregunta Lucius, visiblemente interesado.
    —Ejem. ¿Bajo llave? —repite Rowan, con los hombros ligeramente levantados.
    —Perdón, perdón. Bueno, sigamos. Esa es la parte del mago, pero, ¿Qué hay del padre y el casi marido? ¿Encontraste tiempo para el amor en medio de tu aprendizaje?
    Rowan se sonroja un poco.
    —Pues veras… El amor siempre estuvo ahí. Mi Gwendolyn, ella… Nos conocemos desde pequeños. Ella es la princesa de la corte feérica donde sirve mi padre y nos criamos juntos hasta mis 10 años, cuando tuve que irme. Jugábamos juntos, hacíamos travesuras; ella fue quien intentó enseñarme a hacer una corona de flores, cosa que nunca aprendí a hacer y creo, ahora que lo pienso, que ese es el motivo por el que una de las especializaciones mágicas que elegí fue la de las plantas, y por qué uno de los primeros hechizos que invente fue el de la “Corona de la Princesa de las Flores”
    —¿Oh? ¿Una corona de flores? Eres toda un alma romántica.
    —Je je, gracias. —Rowan carraspea—. En fin, Gwendolyn y yo no perdimos el contacto cuando empecé mi aprendizaje, tenía la posibilidad de verla cada cierto tiempo, porque la alianza cumple la función de terreno neutral entre la corte y el resto de los magos, además de que los humanos en la alianza son súbditos de la reina, la madre de Gwendolyn. Y bueno, tengo que mencionar mi casa, porque fue mi evaluación final.
    —¿Tenías que construir una casa? —pregunta Lucius alzando una ceja.
    —No, tuve que cuidar del brote de un árbol mágico. Lo hice parte de mi jardín personal y lo cuidé hasta que creció. Lo que pasa con él es que cuando lo hizo, tomó una forma que no esperaba: Se convirtió en una casa con forma de árbol.
    —¿Eh?
    —Sí, las habitaciones están puestas unas sobre otras, con mi laboratorio en la más alta. Debajo está mi habitación, debajo la cocina y así hasta el recibidor. Hay ventanas, una puerta; es una casa árbol. Y no venía solo con los enseres de una casa, sino también con una niña.
    —Tu hija.
    —Así es: Demetria, mi niña. Se trata de una dríade, una ninfa arbórea. Y ni bien apareció me llamó papá. Eso provocó cierta, digamos, situación.
    —¿Problemas?
    —Nada que no pueda manejar. Más bien, de repente, podía oír bromitas relativas a mi nueva condición de padre. Y bueno, Demetria resultó ser tan complicada de criar como un niño común y corriente, con el añadido de que podía controlar la casa árbol y eso complicaba las cosas cuando tenía rabietas. Al final, armado con más paciencia que un santo, logre criarla bien y formar una familia feliz con Gwen. O algo así, porque no estamos casados aun y ella tiene su propio lugar para dormir.
    —¿Qué dijo la princesa Gwendolyn cuando te vio con Demetria por primera vez?
    —Uff, pensó que era mi hija biológica. Fue un malentendido bastante feo, pero lo resolví rápido y me salvé del peligro. Además, Demetria la llamó “mamá” de inmediato y a ella le encantó. En sus propias palabras, ambas se adoptaron la una a la otra. Ahora somos una bonita familia adoptada.
    —¿Y qué opina su majestad la reina madre de que ahora es abuela?
    —Pues, cuando fuimos a verla, hubo otro enredo más. —Rowan ríe al recordar—.Primero pensó que nos habíamos casado sin invitarla a la boda, y luego, cuando le aclaré que lo nuestro aun no era un matrimonio, pensó que yo la había embarazado sin casarme. Tuvimos que aclararle que no hice nada para que yo no quedase como un sinvergüenza. Y luego tuve que explicarle a Demetria lo que era un sinvergüenza, lo cual llevó a que ella me defendiese delante de la reina como solo una niña indignada puede defender el honor de su papá. Y todo porque nada más llegar a la sala del trono mi niña la llamó “abuela”.
    Lucius ríe a carcajadas mientras que el mago voltea la cabeza hacia un lado, perdido en sus pensamientos durante unos segundos.
    —Y bueno, supongo que en la alianza hay problemas.
    —Los hay, sí.
    —Ya sabía yo: Cuando las cosas van bien no son divertidas de contar.
    Rowan mira extrañado a Lucius.
    —Eso sonó como una frase de un filósofo, pero no me parece que pueda decir de quien es.
    —Creo que la frase es de un hombre apellidado Tolkien. Es un escritor muy famoso en el mundo en el que vivo.
    —Pues bueno, supongo que le sería divertido contar el secuestro de un rey hada, porque eso fue lo que pasó: El padre de Gwendolyn lleva un buen tiempo desaparecido y lo estamos buscando.
    —Oh.
    —Y también está el hecho de que la alianza es como un faro para toda la gente que en mi reino se podría considerar extraña. Nobles renegados y desheredados, un caballero tartamudo, fieles de otros dioses, mujeres sáficas y hombres que aman a otros hombres; tu nombra algo raro y te aseguro que entre buena parte de las alianzas de la Orden será bien recibido, pero solo ahí, claro está. Si la Iglesia se pone especialmente recalcitrante, podemos tener problemas serios cuando nos acusen y encuentren culpables de herejía, blasfemia y todo lo que se les ocurra.
    —¿Y por problemas entiendes…?
    —Una cruzada. —responde el mago con sequedad. Lucius abre la boca del asombro.
    —¿Serán capaces?
    —Ya lo hicieron con los musulmanes. Y con los cátaros también, los masacraron a todos en el nombre de Dios. —Rowan se encoge de hombros—. De momento no nos harán nada, porque temen que los convirtamos a todos en sapos o algo peor. Y se puede, no creas que no, pero en el momento en el que su antipatía por los magos sea mayor que el miedo que nos tienen, pues entonces…
    —Entonces es cuando la sangre va a llegar al rio.
    —Si con eso quieres decir que se va a desatar un conflicto entonces sí. Es por eso que la política de la Orden de Hermes es no meterse nunca en política.
    —Pero eso es más difícil decirlo que hacerlo, supongo.
    —Así es, por desgracia.—Rowan suspira.
    —Bueno, yo espero sinceramente que tengas suerte; que todo salga bien y que tú, Demetria y Gwendolyn puedan ser una bonita familia hasta que ambos peinen canas, que sé que será en mucho tiempo. —Lucius se pone de pie y ofrece su mano a Rowan a modo de despedida, que es estrechada cordialmente una vez más.
    —Gracias, muchas gracias. Adiós, y espero que todos nos podamos volver a ver.
    Y con esas últimas palabras, el mago emprende su camino hacia su hogar.
  • Lucius Belmonte
    Lucius se levanta de la silla donde está sentado y se pierde de la vista, adentrándose en lo profundo de la biblioteca. Al regresar trae consigo a un hombre joven a inicios de la veintena. Va vestido con ropa que recuerda al Japón de la era Sengoku, el periodo de apogeo de la casta samurái. El joven parece un ronin, un samurái errante, a juzgar por el poco, si no es que nulo, lustre que tiene su ropa. Hay roturas cosidas hábilmente en las mangas del kimono y en los anchos pantalones llamados hakama; sin embargo va limpio y sin manchas. Su pelo negro le llega hasta la mandíbula, tapando sus orejas. Lleva una wakizashi, la famosa espada corta samurái, en el lado izquierdo del cinturón del kimono, mientras que a la espalda tiene un arco y una aljaba con flechas. Hace una reverencia en cuanto está cerca y se sienta al lado de Lucius.
    —Este joven es una de mis creaciones, un personaje de rol creado por mí para interpretarlo. Su nombre es Takeda. Es oriundo de Rokugan, también llamado Imperio Esmeralda, un imperio medieval fantástico basado en el Japón feudal; aunque tiene elementos de origen chino como el go o con estética mongol, que inspiraron a uno de los clanes más importantes del imperio. Takeda nació en otro de los siete grandes clanes de Rokugan: El Clan del León, un clan conocido por su énfasis en la guerra; son los más peleones de un imperio que vive conflictos todos los años, así que imagínense. ¿No es así?
    Por toda respuesta, Takeda suspira.
    —¿Demasiado duro para ti, amigo? —pregunta Lucius.
    —No, es solo que los recuerdos… En fin. Mi aprendizaje no fue agradable.
    Lucius se acomoda en su silla.
    —Me imagino. Perteneciste a la familia Matsu, si no mal recuerdo.
    —Si… —dice Takeda mientras asiente—. Pero ya no más.
    —Bueno, cuéntanos tu historia. ¿Cómo es que un miembro de una familia tan importante en un clan tan importante terminó por ser un “Sin clan”?
    El samurái se acomodó en la silla y apartó la mirada durante unos segundos para después suspirar otra vez. Su vista se va a una ventana de la que proviene una suave luz. Luego parece reunir determinación y empieza a hablar.
    —¿Por dónde empezar? Si, nací en el clan del León. Para mi mala fortuna, mi familia fue la Matsu, los guerreros más feroces del clan, famosos por su ímpetu y su furia en el combate. Mi preparación para continuar con su legado inició muy temprano en mi vida, a los 6 años. Mi padre era un guerrero muy importante dentro del clan y siempre me exhortaba a dar lo mejor de mí. Cuando llegué a los 12 años, entre en el dojo de guerreros de mi familia y empezó mi ordalia. El entrenamiento era el más duro e inmisericorde: Golpes de espadas de madera por la espalda, carreras que duraban kilómetros, pruebas de esgrima que requerían unos reflejos casi perfectos.; todo con tal de obtener los guerreros más letales. Yo lograba pasar todas las pruebas, pero nunca conseguí contentar a mi padre. El siempre parecía decepcionado con mi desempeño, como si hubiese pasado… ¿Cómo se dice?
    —¿Por los pelos? —sugiere Lucius.
    —¡Eso! Nada le parecía suficiente y a mí me lo empezó a parecer también. Lo único que…—Por un momento Takeda sonríe—. Lo único en lo que parecía que yo destacaba era en el shogi; de entre mis compañeros en el dojo, yo me mantuve siempre invicto en ese juego. Ahora que lo pienso, si me hubiesen cambiado de escuela, a los Sanadores Kitsu o a los Comandantes Akodo, quizás habría encontrado mi lugar. El caso es que empecé a detestar a mi familia, a sus tradiciones, a mi dojo, todo. Me esforzaba para superarme y todo me parecía poco. Hasta mi genpuku, mi ceremonia de mayoría de edad y prueba final…
    —He oído que esa prueba final, en el caso de los Matsu, es famosa por ser especialmente dura.
    —Lo fue —confirma Takeda—. Y cuando la pase, creo que algo dentro de mí se rompió. Lo único que quería era irme de ahí. Por suerte, tenía una alternativa, no tenía que escapar: Podía optar por el peregrinaje del guerrero, el musha shugyo.
    —¿Eso es?
    —Una especie de rito personal opcional de un samurái al pasar su genpuku. Durante un año renuncia al nombre de su familia para viajar por Rokugan, valiéndose únicamente de sus medios para subsistir. Una vez pasado el año, regresa a su familia.
    Lucius sonríe como un pícaro.
    —Pero tú no planeabas regresar; ¿verdad? Tú te quedaste vagando por ahí. — Takeda asiente—. Tipo listo. Hiciste mutis por el foro sin que nadie se diera cuenta.
    —¿Eh? ¿Mutis por el que?
    —Perdón, quise decir que te desapareciste.
    —Sí. Desaparecí en dirección suroeste, hacia las Montañas del Espinazo del Mundo. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa: Ser guardia de mercaderes, protector de un paso, hasta llegue a considerar unirme a un monasterio; todo con tal de no volver. Por fortuna, terminé llegando a un nuevo hogar.
    “Unos tres meses después de “el inicio de mi peregrinaje” termine cruzándome con cuatro bandidos que habían rodeado a dos hombres. Ninguno me había visto, pues iba ocultándome entre la maleza después de volver de cazar un par de conejos. Lo que más me llamó la atención fueron las ropas de los arrinconados, su estilo era algo que no había visto nunca en un rokuganés. Después de dejar en un rincón de mi mente el pensamiento de que quizás fuesen de algún lugar lejano del imperio al norte o al sur, me dispuse a rescatarlos. Coloque una flecha en mi arco, apunté al que tenía más cerca y disparé. El bandido cayó a tierra con un golpe seco y los demás se dieron la vuelta para encararme. Pude dejar herido a otro en un hombro antes de cargar contra ellos con mi espada. Las victimas atacaron por su lado, pues la pelea ahora estaba igualada. El bandido herido murió y el resto huyó; ninguno de nosotros quiso perseguirles. Los hombres empezaron a darme las gracias, y fue entonces cuando tuve la certeza de que no eran de Rokugan. Su acento era demasiado extraño, sus ropas, miradas con más atención, eran un poco gruesas; como una imitación bien hecha pero con diferencias notables para el observador atento de los kimonos de los campesinos. Cuando se pusieron suspicaces por ver mi expresión me apresuré a decirles que no tenía nada contra ellos, que era un viajero y que, si no tenían inconveniente, me gustaría tener su compañía por un tiempo, pues había pasado mucho sin interactuar con nadie. Ellos accedieron y aquella noche estuve acompañado en mi refugio”.
    “Durante la cena, esos dos hombres empezaron a preguntarme acerca de los últimos acontecimientos que habían ocurrido en la región. Decían no conocerlos por venir del otro lado de las montañas, pero yo intuía que había algo más. Cuando comunique mis sospechas se pusieron un poco hostiles, pero yo los tranquilice diciéndoles que no tenía nada contra ellos. Les conté mi historia cuando me preguntaron sobre mí, evidentemente para ver si era parte de algún grupo que ellos considerasen enemigo. Se tranquilizaron al saber que estaba solo y que nadie lamentaría mi muerte. Para devolver la confianza, me dijeron que su trabajo era averiguar cosas para las personas de su hogar, pues vivían algo aislados y no tenían mucho contacto con el resto del mundo. Yo me ofrecí a acompañarles en su viaje y ayudarles. Al principio se negaron, pero después de que insistiese se fueron aparte, hablaron entre ellos entre susurros y acordaron que podía acompañarles”.
    “Pase los siguientes tres meses recorriendo las tierras del clan del León, el norte de las tierras de la Grulla y las tierras del clan del Unicornio al norte de las Montañas del Espinazo del Mundo. Logramos disimular nuestra condición de forasteros, pues la mayoría de los samuráis no suelen prestarle mucha atención a aquellos por debajo de ellos en el Orden Celestial, y un ronin esta apenas un par de escalones por encima de los campesinos; que tres anduviesen los caminos de los distintos clanes sin causar problemas no era un asunto digno de su atención. Cuando ya estábamos a mitad del otoño, en las tierras de la familia Ide del clan del Unicornio, me comunicaron que su viaje había llegado a su fin y que volvían a con su gente. Llegados a ese punto yo les había tomado cariño y pedí que me dejasen ir con ellos. Uno de los forasteros, llamado Gobi, dijo que no tenía inconveniente alguno, pero que esa decisión no le correspondía a él, si lo que quería realmente era quedarme a vivir con ellos. Como había resultado ser de confianza y habíamos compartido alegrías y penurias, me darían la oportunidad de llevarme con quien podría tomar esa decisión”.
    “Me llevaron hasta las faldas de la montaña, hacia la casa de un hombre al que se refirieron como “El Anciano Cuervo”. Dicho hombre resultó ser un tanto extraño, pues no paro de mirarme directo a los ojos y de analizarme como si fuese un animal pequeño que acababa de levantar del suelo mientras me hacía preguntas; en franca violación de la etiqueta rokuganesa. Como estaba en los límites de las tierras del Unicornio no le di importancia, pues ellos tienen unas costumbres algo distintas al resto de Rokugan. Terminó por dar su aprobación y entonces emprendimos el camino hacia las montañas y se abrió para mí un mundo nuevo: Gobi y su compañero pertenecían a unas gentes que se hacía llamar “La Tribu de la Montaña Sonriente”. Vivian en un conjunto de aldeas y pueblos en valles entre las montañas. La sensación de calidez que percibí al verlos fue…”
    El ronin se queda mirándose las manos y sonriendo feliz, sumido en sus recuerdos.
    —¿Cómo si hubieses llegado a casa? —pregunta Lucius.
    —Sí.
    —Conozco esa sensación, amigo mío. Es hermosa. ¿A que si?
    —Sí. El lugar era precioso y la gente…—Takeda hace silencio unos instantes—. ¿Puedes creer que me dieron golosinas en cuanto llegué?
    —¿En serio? —Lucius levanta una ceja mientras sonríe.
    —Sí. Quien me la dio fue una niña, por proteger a su hermano, que resultó ser Gobi. Y bueno, me acogieron con ellos y me volví uno más del pueblo.
    “Pase con ellos el mejor invierno de mi vida. A esa altura el frio parece abrazarte y congelarte los huesos, pero gracias al carbón que extraen de la montaña todos se mantenían calientes en sus casas. Y las risas; esa gente parecía siempre estar feliz. ¿Sabías que, según cuentan, su fundación como pueblo empezó con una multitud riendo a carcajadas?”
    —Por como lo cuentas, deben de ser gente acostumbrada a verle el lado bueno a la vida.
    —Sí, así es. ¡Ah, y el Anciano Cuervo resultó ser un tengu!
    —Oh, un yokai. ¿Hay muchos yokais viviendo entre esas personas?
    —Solo he visto tengus. Eso sí, los he visto por decenas. Uno de sus ancestros hizo el pacto que sello la creación del pueblo y la protección de los tengus sobre cada uno de ellos. A cambio, los humanos les dejan ofrendas, que son siempre dulces, sobre todo hechos con arroz.
    —¿Sabes? Presiento que estamos a punto de llegar a un conflicto nuevo. Digo, por cómo se nota que estás haciendo tiempo para disfrutar de lo bueno.
    Takeda aparta la mirada unos segundos. Su expresión se vuelve totalmente seria.
    —Tienes toda la razón, tuvimos que luchar. Dos años después de mí llegada a La Montaña Sonriente, varios grupos de bandidos empezaron a asentarse cerca de las faldas de la cordillera, en los territorios de la familia Ide del Clan del Unicornio y de la familia Soshi, de los Escorpiones. Para evitar que los guerreros de los clanes les capturasen, decidieron adentrarse aún más en las montañas, hacia nuestras tierras. Entonces decidimos que no íbamos a tolerarlo y que les expulsaríamos por la fuerza. Yo formé parte de los que planearon la estrategia y dirigí a mi propia partida de hombres contra nuestros invasores gracias a todos los conocimientos que había adquirido en el dojo; al final tanto esfuerzo había valido la pena. Aprovechando nuestros conocimientos del terreno y que defendíamos lugares altos, enfrentamos a los bandidos y fuimos ganando cada vez más terreno hacia la base de la cordillera. Al final los expulsamos, pero durante los combates finales fuimos avistados por exploradores del clan del Unicornio. Eso es un problema, pues no somos súbditos del emperador a pesar de vivir en su territorio. La Tribu de la Montaña Sonriente desciende de habitantes de Rokugan que, cuando los kamis bajaron de los cielos hace más de 1000 años, decidieron no acatar su mandato y vivir según sus normas y costumbres. Para poder hacerlo huyeron a las montañas después de que los seguidores del dios Akodo, fundador del Clan del León, les atacasen y se mantuvieron escondidos para que nadie supiese de ellos. Ahora habían develado su existencia y no tardaría de ser de dominio público entre toda la nobleza.
    El silencio vuelve a apoderarse de la estancia, esta vez parece tender un manto oscuro sobre todos.
    —¿Y ahora que harás?
    —Tengo un plan, pero es la mayor locura que se me ha ocurrido: Unirnos al clan del Unicornio. Ese clan tiene costumbres de distintos pueblos de fuera de las fronteras del imperio, así que muy probablemente respetaran las costumbres de la Montaña Sonriente. Estamos armando una delegación para dirigirla hacia la familia Ide, los cortesanos de los Unicornio, para proponerles el trato: A cambio de nuestros territorios y de los recursos que hay en ellos, nos uniremos al clan como una familia más, con todos sus privilegios. No tenemos alternativa, necesitamos la protección de un clan para evitar que nos ataquen con cualquier excusa. Calculo que tendremos que sortear a los cortesanos de la ciudad de la Rana Rica, que está relativamente cerca de nuestro hogar y está gobernada por la familia imperial Miya; al fin y al cabo toda la tierra de Rokugan pertenece al emperador y él es quien tiene la última palabra sobre quien la administra en su nombre. Y…”
    —Y quien sabe cómo acabara eso, ¿no? —Takeda asiente—. Bueno, eso lo veremos cuando tu historia eche a andar.
    —¿Crees que saldrá todo bien, creador? —pregunta el samurái. Se nota la duda en su voz.
    —¿Sabes? Haré mi mejor esfuerzo para que así sea. Te lo mereces.
    —Gracias creador.
    Lucius extiende la mano izquierda con el puño cerrado.
    —De nada.
    —¿Qué es eso que estás haciendo?
    —Es una suerte de gesto cordial entre amigos. Anda, extiende el puño.
    El samurái extiende su mano cerrada sin mucho convencimiento y la choca con el puño de su creador.
    —Te deseo la mejor de las suertes, Takeda.
    —Muchas gracias. ¿Necesita algo más de mí?
    —No, puedes retirarte.
    Takeda se pone de pie y, con una última reverencia, emprende solo el camino hacia el interior de la biblioteca.
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