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  • Sketchibukku
    Se levantó de mala gana antes de que sus ojos se cerraran cinco horas mas, ciertamente sentía que estaba haciendo un esfuerzo sobrenatural, pero tenía que vestirse e ir a clases.

    Aquella institución separaba a los chicos de las chicas al cumplir los seis años, todos ahí eran huérfanos y hacia poco que las habían convocado para decirles tan solo que el siguiente año podrían ver a aquellos humanos tan distintos a ellas en cuanto a casi todo, de los que para la gran mayoría no quedaban mas que recuerdos sumamente difuminados.

    Aina por su parte no recordaba siquiera desde cuando había llegado ahí, ni el rostro de algún niño o alguien mas que hubiese conocido en su infancia.

    Pasaba todas las clases haciendo dibujitos ininteligibles en la hoja final de su cuaderno cuando no tenía ganas de hacer absolutamente nada, pero esta vez se había concentrado en devolverle un poco de forma al rostro de... -¿Un chico?- se detuvo un momento para pensar en lo que había visto, aquella noche se había hecho presente aquel peculiar sueño que aunque interesante ya se había vuelto una masa borrosa que seguramente jamás volvería a su color original.

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    (con tan pocos detalles solo logró hacer un muñequito raro apenas reconocible en una hoja llena de garabatos)

    Cuando por fin llegó la hora de descanso todos se dirigieron al comedor, un salón bastante amplio lleno de mesas de metal para dos personas.

    Kokoro, su mejor amiga, se sentó a su lado y la saludó, Aina solo miraba su plato con cierta melancolía, todos los días les servían una ración de ensalada, un plato de sopa y un vaso con jugo de naranja o limón, todo en aquella bandeja le comenzaba a parecer monótono, a excepción de la pequeña porción de puré de papa que para su desgracia solo servían los viernes.

    Conversaron un poco antes de consumir aquellos alimentos de los que se dudaba su procedencia, Aina estaba tan abstraída comiendo el puré de papa que tanto le fascinaba, que no cayó en cuenta de que todo el mundo había parado de comer, todos miraban con suma curiosidad a la extraña persona que había entrado al amplio salón y de la que únicamente se podían ver sus zapatos, cuando se dio cuenta el chico estaba pasando de largo frente a su mesa, sin embargo cuando se alejó todas las chica (como cuando un profesor al que todos detestan porque no los deja hacer siquiera un pequeño ruido, sale del salón y todos están ansiosos por compartir sus pensamientos con el compañero de la butaca de a lado) comenzaron a compartir sus suposiciones, por mas equivocas o imprudentes que pareciesen.

    Aunque Aina no puso mucha atención al suceso, Kokoro permanecía inquieta y de vez en cuando parecía que quería compartir urgentemente una idea pero después se arrepentía y en seguida continuó comiendo, al terminar las dos chicas se dirigieron a su habitación, eran compañeras de habitación desde que recordaban, lo cual las había vuelto muy unidas. Sin embargo ese día Kokoro tenía clases de saxofón urgentes, la semana anterior había enfermado y necesitaba ponerse al corriente, se separaron en el camino, Aina por su parte en cuanto llegó a la habitación se desplomó sobre la cama...

    -Aina por favor despierta- Kokoro la agitaba de un lado a otro

    -La profesora quiere verte-

    -¿Eh?- respondió confundida y aun somnolienta

    Al llegar al salón se asomó por la ventanilla de la puerta, la profesora hablaba con alguien en quien no se fijo demasiado así que esperó sentada en el banquito a un lado de la puerta, cierta inquietud la inundaba, pero se mantuvo cabizbaja e intentó calmarse. Miraba sus zapatos negros con un moño al lado, no había caído en cuenta de que justo frente a ella había pasado alguien a quien solo pudo mirar mientras se cerraba el ascensor, pero después de pensarlo un momento, se dio cuenta de que había visto tenis, pero no comunes, no por ahí, pues eran tenis de chico.
  • Sketchibukku
    Despertó en una cama su sumamente cómoda, era de noche sin duda, desde la buhardilla encima de la cama, se podían ver las estrellas, sin embargo la luz de estas era sumamente tenue, como si su muerte se aproximara.

    Alguien comenzó a tocar las teclas de un piano, y al momento distinguió una melodía, extrañamente melancólica y a la vez alegre. También se podían escuchar ciertas teclas equivocas, como alguien que estaba en proceso de aprender una melodía nueva, sin embargo el no se detenía para corregir aquellas faltas que incluso se volvían cada vez más constantes. Después de unos minutos se levantó de la cama para poder saber de donde provenía el sonido, todo para ella era desconocido, bajó por las escaleras cuidadosamente, y dejó que sus oídos le guiaran.

    Al final se encontró en lo que parecía ser una biblioteca, había bastantes libros pero estaban tan empolvados que no se podía distinguir su color, en las esquinas había telarañas y aquel aroma tan singular a antiguo predominaba en el aire, el sonido estaba cerca.

    Algunos segundos después la melodía comenzó a remarcar desesperación, pudo ver a un chico tocando el piano, pero entre la melodía se podían oír sollozos, no se atrevió a acercarse siquiera un poco a pesar de que algo dentro de sí e insistía en que tenia que ayudar.

    -¿hola?- su voz interrumpió aquella música, él la miró de reojo por algunos segundos, después se levantó y salió corriendo, ella por su parte corrió a buscarlo pero era rápido y perdió su rastro. Algunos minutos después encontró las marcas de los zapatos de alguien remarcadas en el polvo, él estaba sentado en la barandilla del mirador del piso más alto, de cuclillas, pero en cuanto la vio presionó sus rodillas contra su pecho silenciando sus sollozos. Se acercó, no se movía, ella solo le preguntó quien era, él levantó su rostro por un momento y la miro de pies a cabeza, pero unos segundos después otra vez las lágrimas se asomaron, no pudo evitar comenzar a llorar de nuevo, pero esta vez con tanta fuerza que no podía silenciar el sonido.

    -¿Estas bien?- preguntó Aina, dudosa de acercarse, pero tan pronto como avanzó un paso, el chico se levantó y en algunos segundos la subió al barandal frente a él, nunca la soltó, pero aún así estaba muy asustada, la altura era enorme y el viento rozaba contra su rostro con fuerza. Él notó su desconcierto y le dijo -¿Lo vez? si...- dudó un momento en lo que iba decir, y después dijo -No deberías estar asustada mi pequeña- sin hacerle mucho caso, ella se bajó y lo miró desde abajo, no parecía ni un poco afectado por su acción y la miró sin ninguna expresión en su rostro, pero después hizo uno de sus pies hacia atrás, eso por alguna razón hizo que Aina sintiera desesperación, así que se asó a su brazo.

    -¿Te quedarás a mi lado? ¿Me lo prometes?-

    Susurró de manera que parecía que ocultaba un nudo en su garganta. En ese momento no sabía como sentirse, estaba confundida. Era tan realista y tan melancólico a la vez. Una ambivalencia inundaba su cabeza, quedarse en aquella ilusión o no. Cierta amargura la inundó, así que al final asintió, aquel chico excéntrico le dedicó una dichosa sonrisa y bajó del barandal.

    Despertó, el agudo sonido de la alarma le era insoportable, trató de encontrar aquel botoncito que la desactivaba, pero los ojos se le cerraban por la luz de la pantalla, por fin lo logro, recargó su cabeza contra la pared y cerro los ojos por un momento, el cansancio había inundado su cuerpo por un momento.

    –Solo un sueño- se dijo a si misma –Solo eso .
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