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  • Mkt
    Soplaba el viento, silbando entre los arbustos que se contoneaban mientras andaba por aquellas calles intentando volver a mi hogar. En cualquier momento me iba a reventar la cabeza, me dolía de manera descomunal.
    No había ninguna luz, ni ninguna casa para preguntar dónde estaba.
    Anduve por la orilla de la carretera mientras de vez en cuando pasaba algún coche que me iluminaba el camino. Rebusqué en los bolsillos de mi chaqueta buscando mi móvil pero lo único que encontré fue mi cartera. Pasó otro coche y conseguí ver qué había dentro.
    Nada. Estaba pelado.
    Este coche era particularmente lento, cuando de repente se paró y el conductor me llamó.
    Me acerqué a la ventanilla y vi a una rubia, que estaba muy buena.
    -Hola, chato-dijo guiñándome un ojo-¿te llevo a algún sitio?
    Tiritaba por el frío.

    -Sí, por favor.
    Y me metí en el coche.
    La conductora metió la marcha y aceleró tan rápido como un piloto de carreras.
    Me preguntó dónde vivía y le di las indicaciones necesarias para llegar. Finalmente, conseguimos llegar al frente de la casa de mis padres. Me bajé y le di las gracias por traerme.

    -De nada, cariño-me dijo con la vista en la carretera.
    Me giré dispuesto a entrar y meterme en mi camita.
    -Pero, antes debes hacerme un favor-soltó sin más.
    Sonreí. Me imaginaba lo que sería.
    Me di la vuelta, me miró y, mientras se lamía sensualmente los labios pintados de rojo, dijo:
    -Te conozco. Te llamas Rubén.
    Intrigado me incliné quedando mi cara a centímetros de la suya. Me agarró de la chaqueta y me atrajo más hacia sí.
    -Quiero follarte aquí, y ahora-susurró para después besarme.
    Me aparté para dejarla salir del coche; pero, de repente, no veía nada. Todo estaba oscuro.
    -¿Hola?-pregunté, moviendo mis brazos inútilmente en el aire.
    -Felices sueños-contestó alguien. Luego sentí un tremendo golpe.
    Abrí los ojos y parpadeé varias veces intentando ver algo, pero nada. Seguía viendo todo negro.
    Me retumbaba la cabeza y sentía un dolor agudo en la parte de atrás.
    Estaba sentado en una silla, con las manos amarradas en el respaldo.
    Me quitaron la funda negra de la cabeza y vi ante mí a dos chicas.
    La rubia de antes y, a su lado, otra morena. La rubia de preciosos ojos azules tenía un vestido rojo corto, muy corto. Tanto que, si me agachara, creo que le vería todo.
    La morena llevaba una falda negra de tubo, que le hacía unas piernas de infarto, y una blusa blanca con los primeros botones desabrochados, dejando ver un poco el escote.
    A ambos lados había dos tíos que, por su forma de vestir, parecían ser sus guardaespaldas.
    -Esto qué es, ¿una peli porno?-dije.
    -Ya quisieras tú-respondió reacia la rubia.
    -Venga, ya. Vete que te están esperando.
    Le dijo la morena a la rubia. La otra se fue sin rechistar. Luego, ordenó lo mismo a los guardias.
    -Lo siento-dijo-a veces puede ser un poco irritante.
    -¡Te he oído!-gritó la otra desde fuera.
    Sonrió.
    Vino hacia mí.
    -Una peli porno, ¿eh?
    Se agachó y empezó a desatarme. La chica olía muy bien.
    -Eh...-dudé-¿sí?
    -Ven, sígueme-dijo después de liberarme.
    Me froté las muñecas para luego seguirla.
    Salimos de aquella pequeña habitación vacía, excepto por la silla donde estuve, hacia un pasillo enorme. Era incapaz de saber dónde empezaba y dónde acababa dicho lugar.
    Seguí a la señorita enseña-tetas. Reconozco que durante el camino, de vez en cuando y sin poder evitarlo, le echaba alguna que otra mirada a su culito respingón.
    Sin apenas darme cuenta, llegamos a una sala de juntas.
    -Entra ahí, en un momento vendrán a buscarte.
    -¿Vendrán? ¿Quiénes?-la chica sonrió y se fue dejándome solo en aquella sala. Por el cristal vi cómo se marchó, otra vez, por aquel pasillo.
    Di varias vueltas intentando averiguar dónde estaba y quién era esa gente, pero no encontré ninguna pista relevante.
    Me senté en una silla a esperar a que viniera alguien.
    -¿Rubiuh?-escuché a mis espaldas.
    Me levanté sin poder creérmelo y dirigí mi mirada hacia la puerta.
    -¡Mangel! -fui hacia él y lo abracé con todas mis fuerzas.
    Nos separamos y nos sentamos.
    -¿Quién es esta gente?-pregunté.
    Mangel dio a los hombros.
    -No tengo ni idea, pero me han tratado bien. Y mira qué oficinas más chulas.
    -¿Oficinas?
    -Sí, ¿no las has visto?- negué con la cabeza- Pues molan.
    -No entiendo nada-froté mi frente, como si eso pudiera aclararme algo.
    -Señores-dijo alguien-vengan conmigo.
    Me giré y vi a otro hombre trajeado.
    Fuimos los dos detrás de él por el pasillo, hasta llegar frente a un ascensor. Entramos e introdujo una llave en una de las ranuras. Minutos más tarde nos bajamos en un piso. Toda la planta estaba llena de escritorios con papeleo y gente yendo de un lado a otro. Los teléfonos sonaban y la gente no paraba de hablar.
    Seguimos al tío del traje, subimos unas escaleras y entramos en un despacho. Nos dejó allí y él se fue. Sin pensarlo, nos sentamos en las sillas que estaban delante del escritorio.
    Otro hombre abrió la puerta.
    -Recuerda, esta noche-dijo a alguien que estaba fuera para luego entrar.
    -Hola, chicos-se desabrochó el único botón que tenía abrochado de la americana y se sentó-Siento mucho haberos hecho esperar, sobre todo a ti, Miguel.
    Lo señaló con la mano sin levantar la vista de la pantalla del ordenador.
    Miré a mi compañero preguntándome mentalmente desde cuando estará aquí.
    -Sigamos-dijo el hombre-me llamo Patrick, y soy vuestro jefe.
    -¿Nuestro jefe?-pregunté muy confundido.
    -Ajá-contestó, mirando a ambos. Luego añadió-Supongo que ya os informó Peter ¿no?
    Mangel y yo nos miramos. Mi amigo puso ambas manos en la mesa y dijo:
    -Dijo que nos daba 48 horas.
    -No, en realidad son 24, o menos-contestó Patrick.
    De repente, otro hombre irrumpió en la sala para llevarse a Mangel consigo.
    Patrick giró la pantalla y en ella veía la entrada de la casa de mis padres.
    -¿Qué es esto?-dije apuntando a la pantalla.
    Mi madre vino a la entrada y abrió la puerta. Alguien, que no se veía debido al ángulo de la cámara, le dio un sobre y ella comenzó a llorar. El padrino fue corriendo junto a ella, habló con la persona del recado y abrazó a mi madre.
    -Le hemos dicho a tu madre que habías muerto-dijo totalmente sereno. En ese instante sentí como si un bicho enorme y feo hubiese engullido mi corazón y lo hubiese vomitado tan arrugado como una uva pasa.
    -No, no. No podéis hacer esto-dije sorprendido. Mi familia no se merece esto, ya casi me pierden una vez y hacerles esto no mejoraría las cosas.

    -Es por el bien de todos-y puso una mano en mi hombro intentando consolarme.

    -No puedo hacerles esto-clavé la vista en el suelo.
    Me sentía mal, verdaderamente mal. Esto es demasiado para ellos, para mi hermana. Incluso para mí.

    -Enhorabuena, Rubén-alcé la cabeza-oficialmente perteneces ya a la Sede Internacional de Agentes Secretos.
    -¿Qué? ¿La SIAS? Imposible, eso está...
    De repente, las persianas se levantan y a lo lejos se puede identificar la estatua de la libertad.
    -No, no-empezaba a tener pánico.
    -Oh, si-se cachondeó el tío.
    La furia empezó a apoderarse de mí.
    Lleno de rabia, tiré todos los papeles de su mesa al suelo. Luego, cogí la pantalla y la estampé repetidas veces en el suelo, viendo como se hacía añicos.
    Sin embargo, sólo veía imágenes que se proyectaban en mi mente en primera persona.
    Me acercaba a Mangel, que se encontraba sentado en un muro de piedra en el que delante se veía el mar.
    Me acerqué y me senté junto a él. Hablaba pero no oía nada, y no parecía importarme. Era como si estuviera dentro de una película muda. Poco después, se rió y yo con él.
    Cuando paramos de reír, miramos fijamente el mar viendo las olas y alguna persona atrevida que surfeaba o simplemente nadaba a sus anchas.
    Volví en mí, y me encaré contra la mesa. La cogí y la levanté de un sopetón dejándola patas arriba. Me dirigí hacia uno de los cuadros de la pared y lo destrocé, como hice anteriormente con la pantalla.
    Otra visión apareció evadiéndome de lo que ocurría.
    Entraba yo, feliz, a la casa de mis padres. Al lado de la puerta, dejaba una bolsa de deporte cargada y en ese momento venía mi hermana a recibirme. La cogí y la levanté, haciéndole reír. Luego, venían mis padres y nos abrazamos todos juntos como una piña.
    Volví a la realidad.
    En el sitio de Patrick, me encontré con Michael. Ese hijo de puta que tanto daño me hizo debía pagar por todo.
    Me abalancé sobre él y caímos los dos al suelo.
    Rodamos varias veces mientras intentábamos pegarnos el uno al otro, hasta conseguir estar yo encima y darle varios puñetazos, mientras él sólo podía cubrirse.
    Le asesté varios puñetazos, uno tras otro, otro tras uno.
    Me evadí por completo.
    Y ahí estaba ella. Enfrente de mí, con una sonrisa resplandeciente que la hacía hermosísima, sus cabellos rubios llevados por el viento, su tierna mirada, sus mejillas sonrojadas y su pequeña nariz.
    -Rubén-decía mientras me acariciaba una mejilla con suavidad-te echo de menos.
    Cerré los ojos y me dejé llevar por su caricia. Puse mi mano encima de la suya.
    -Cariño, yo también te echo de menos.
    -¿Por qué tuve que morir?-preguntó con una paz muy impropia de la pregunta-Yo no tenía la culpa. No merecía morir. Era joven y guapa, podría encontrar a alguien mejor.
    Una lágrima resbaló por mi mejilla.
    -Lo sé.
    -Me merecía a alguien que me hiciera caso. Alguien que me escuchara, que estuviera en casa y que me cuidara. No merecía morir.
    -Lo sé cariño, lo siento. Por favor, perdóname.
    Intenté acercarme a ella pero no era capaz de moverme
    -¿Mía? No puedo moverme-me puse nervioso-¡Mía!-grité.
    -No me merecías. Me merecía a alguien mejor, no a ti.
    Y me empujó con una fuerza increíble, que me hizo recobrar el sentido.
    Dos hombretones me agarraban delante de un hombre tendido en el suelo y lleno de sangre. Tenía la respiración muy agitada y sentía que no podía más.
    La morena de antes vino corriendo y desde la puerta vio todo el estropicio que había causado. Cuando vio al hombre tendido en el suelo se sorprendió y tornó muy pálida. Se acercó a él y comprobó que estuviera vivo.
    Se levantó y vi que no era Michael, sino Patrick.
    Me quedé de piedra.
    Había golpeado a Patrick hasta dejarlo medio muerto.
    Ella se me acercó y dijo pinchándome repetidas veces con el índice en el pecho:
    -Él no es el culpable de tus problemas. Sólo es un mero informador. Lleváoslo-dijo a los dos gorilas que me agarraban.
    Estos me llevaron por el medio de todos los escritorios, ahora vacíos, hacia el ascensor.
    En ningún momento opuse resistencia.
    Introdujeron otra llave y fuimos hacia el piso más bajo que había.
    Agarrándome por debajo de los brazos, me arrastraron por otros pasillos, estos más anchos, en los que había montones de puertas de metal.
    Llegamos a una que tenía el número 202. Abrieron la puerta y me empujaron al interior. Después, cerraron la puerta y se fueron.
    Aquel lugar carecía de luz exterior, ya que no había ninguna ventana, y sólo había un retrete de acero medio oxidado y mugriento.
    A decir verdad, estar así no me sorprende. No es la primera vez que lo estoy, y supongo que tampoco será la última.
    Estuve allí, calculando mentalmente, unas 12 horas. Siempre pensando en mi familia, pero sobre todo en Mía.
    Hacía tiempo que había muerto, pero aún no lo había superado. Era el amor de mi vida. Estaba planteándome pedirle matrimonio, pero todo se fue al garete. Todo por culpa de un psicópata.
    Abrieron la puerta de metal y una mujer se acercó al umbral.
    -Vamos-dijo en un tono autoritario. Detrás de ella, echado a un lado, pude ver a otro guardaespaldas. Miraba a la nada, mientras se mantenía firme en su sitio.
    Me levanté, y la chica se fue con el hombre tras de sí.
    Fui detrás de ellos, intentando memorizar aquel sitio. Anduvimos varios minutos por corredores grises, totalmente grises, y simples. Después de dar varias vueltas, llegamos junto a una puerta. Ella la abrió, me invitó a pasar e hizo lo mismo.
    En aquella pequeña habitación sólo había una mesa de metal y una silla. Me senté en ella.
    El grandullón le entregó una carpeta con montones de papeles a la chica. Después, ésta, cerró la puerta y miró unas cuantas cosas en dichos papeles. Cuando acabó, me miró y los lanzó a la mesa. Se dio la vuelta y se quedó fija mirando al gran cristal tintado de negro que había en la pared.
    Abrí la carpeta y lo primero que vi fue una foto mía que iba pegada a una especie de currículo. En esa foto tenía una sonrisa enorme y resplandeciente. Hacía sonreír a cualquiera que la viese. Las siguientes páginas eran sobre expedientes académicos de cuando estudiaba en España y en Noruega. Un par de folios eran sobre antiguos trabajos, y una gran pila de cuando estuve en la agencia. Cerca del final, había una foto en página entera de mi familia y otra de Mangel. Me quedé unos segundos viéndolas y estaba a punto de cerrar la carpeta, cuando me doy cuenta de que me quedan folios por ver. Paso las fotos y veo una de Mía, también con su peculiar sonrisa, pegada a un currículo.
    Me la leí entera. Y en observaciones vi que ponía que le encantaban los gatos, y más si estaban gordos. En ese momento, reí.
    -Me parece muy bonito que rescate recuerdos señor Doblas, pero no estamos aquí para eso-interrumpió mi lectura aun mirando el cristal con los brazos cruzados por debajo del pecho. Se le notaba el enfado.
    -¿Ah no? ¿Y para qué estamos? Si se puede saber-me hice el duro, ya estaba hasta los huevos de tanta tontería.
    Se dio la vuelta y vino hacia mí, golpeó con ambas manos fuertemente en la mesa y dijo, bastante alto:
    -¡No estoy para sus jueguecitos! ¡Necesitamos que colabore, pero no pienso dejar que mate a otro hombre por sus paranoias!
    Tragué saliva con dificultad, ¿lo había matado? Soy un jodido asesino.​
  • Mkt
    La tarde ha caído ya sobre nosotros, son exactamente las cuatro, y ya hemos comido. Ahora mismo mi hermana y yo estamos en el jardín trasero, en bañador, mojándonos con la manguera. Hace calor, ya que estamos a mediados de verano, y esto resulta muy refrescante, a la par que divertido.
    Al principio me hago con el poder de la manguera, y la mojo. Ella intenta resistir, pero el agua la alcanza de todas formas. Luego, corre hacia mí, me hace cosquillas y consigue quitármela. Y me moja. Consigo levantarme del suelo e intento hacerle también cosquillas para que se rinda.
    Después de una pelea, acabamos los dos tumbados en la hierba, mirando las nubes, mientras el agua sigue corriendo.
    Me sentía bien, jodidamente bien.
    -¿Podrás llamarme?-preguntó mirando hacia arriba.
    -No lo sé-contesté haciendo lo mismo que ella.
    -¿Vendrás a verme?
    -No lo sé.
    Se levantó, y se fue para el interior de la casa. Me tocó recoger la manguera. Una vez hecho eso, entro.
    Voy al baño, cojo una toalla y me dirijo a mi habitación para cambiarme.
    De repente, mi teléfono suena.
    -¿Sí?-digo, después de deslizar el dedo por la pantalla.
    -¡Ey, tío! Tengo entendido de que estás en el barrio, pásate por aquí, ¿quieres?
    -Claro- contesto. Y cuelga.
    Era Dani, un viejo amigo. Supongo que estará toda la pandilla donde solíamos quedar siempre.
    Acabo de vestirme, cojo mi móvil, mi cartera, y me voy. Sin embargo, antes de abrir la puerta, mi madre me pilla por sorpresa:
    -No te olvides de lo que le prometiste a tu hermana, ¿vale?
    Asentí.
    Tenía ante mí un bar con un cartel que decía: ‘’Pedro’’. Entré en el establecimiento y me acerqué a la barra.
    -Hola, Pedro-saludé al camarero.
    -¡Hombre, Rubén!- dijo mientras se acercaba. Luego, nos estrechamos las manos -Cuánto tiempo... ¿cinco años?
    -Como mínimo- dije ladeando la cabeza.
    -¿Buscas a los chicos?-preguntó, y yo asentí. -Están por aquí-dijo guiándome con la mano.
    Me llevó hasta un pasillo con varias puertas. Llegamos a la del final, una puerta doble. Pedro la abrió y yo me adentré en la habitación. Él cerró la puerta justo después de entrar yo.
    La habitación estaba llena de humo. Y había una mesa redonda de madera, alrededor de la cual estaban todos sentados. En el medio de la mesa había un tapete verde y encima de este unas pocas cartas, el resto estaban en las manos de mis amigos.
    Todos me miraron raro, excepto uno.
    -¡Rubén!-dijo Dani mientras se acercaba a mí con los brazos abiertos. Cuando llegó junto a mí me abrazó. Me sorprendí, ya que antes nunca solíamos abrazarnos. Somos machos alfa, no podemos hacer eso.
    El resto de amigos, dejaron de tener cara de pez cuando oyeron mi nombre y sonrieron ante mi aparición.
    -¡Dani, maricón!- dije mientras le respondía al abrazo.
    Los otros se rieron y vinieron hacia mí para saludarme.
    “¡Ey tío!” o “¿Qué pasa?” decíamos mientras nos estrechábamos las manos y abrazábamos.
    Después de saludarme, todos volvieron a sus sitios.
    También todos tenían un puro en la boca. Motivo por el que toda la habitación estaba llena de humo.
    Me acerqué a la mesa, me situé exactamente detrás de Dani. A su derecha estaba John y en esa misma dirección alrededor de la mesa estaban: Joseph, Martín, Jota Jota, Fede, el Polaco y Alex.
    -¿Apuestas más?-le decía el Polaco a Dani. Dani suele picarse muy fácilmente así que apostó.
    Finalmente, ganó el Polaco. Dani gruñía por lo bajo mientras chupaba el puro.
    Yo observaba como jugaban tranquilamente.
    -¿Quieres uno?-dijo Alex apartando la vista de la mesa y enseñándome su puro. Asentí.
    Se levantó y se fue hacia una mesa que estaba pegada a la pared. Abrió una cajita y de ella extrajo el cigarro y me lo dio. Con él, un mechero.
    Lanzó las cosas por el aire y las pillé a la primera, luego le devolví su encendedor.
    -¿Y qué tal?-preguntó Jota Jota sin quitar la mirada de la jugada- Hace mucho que no asomas esa cabecita loca por aquí.
    Se trata de un chico moreno, de ojos marrones y de mi estatura. Tiene puesta una camiseta de tiras azul con dibujos que no reconozco. Antes solía llevarse muchas tías a casa, pero tengo entendido que ahora ha sentado la cabeza.
    -Bien, supongo- digo esto último más bajo de lo normal mientras doy unas caladas al puro.
    -¿Supones?-dijo Dani mirando penetrantemente a sus adversarios. Un chico también moreno, ojos marrones y unos centímetros más bajo que yo.
    -¿Algo va mal, chaval?-preguntó Joseph con el cigarro en la boca. Joseph es un tío cinco años mayor que yo, y que la mayoría de la pandilla, pero no se nota. Parece de nuestra misma edad, sólo que es el más robusto de todos.
    -¿Alguna chica te está agobiando?-sigue preguntando Fede después de echar el humo del puro por la nariz mientras tira una carta a la mesa.
    -¿Queréis dejaros de parloteo y jugar de una vez?-reprocha el Polaco dejando una de sus cartas en la mesa. Jodido Polaco, él y sus apuestas…
    -Tranqui, Polaco, sin prisas- dice Martín totalmente tranquilo; normal, él va ganando.
    Él muy hijo de puta siempre ganaba, hasta que un día el padrino me enseñó a jugar a escondidas de mi madre y luego empecé a ganarle yo. Así conseguí yo comprarle buenos regalos a mi hermana.
    Alex está muy pensativo. No sabe que carta echar y no quiere que nadie se lleve su pasta.
    Finalmente se decide por jugar una. Ahora es el turno de Joseph.Se encuentra muy tranquilo y serio, recostado hacia atrás en su silla, mientras, fuma.
    Primero mira sus cartas, luego a la mesa y por último le echa un vistazo desafiante a Martín.
    Piensa su jugada unos minutos.
    Todo el mundo le mira atentamente, incluido yo.
    Saca el puro de su boca, echa el humo contenido en sus pulmones y esboza una amplia sonrisa.
    Esta victoria será para él, fijo.
    Martín está demasiado serio, incluso se le ve un poco angustiado.
    Entonces, pone su carta encima de las otras.
    Martín se incorpora en la silla acercándose un poco más a la mesa.
    De repente, Martín sonríe triunfante y enseña todas sus cartas.
    En ese instante, todo el mundo se queda con la boca abierta.
    La jugada es para él. Ha ganado.
    Sus rivales tiran las cartas en la mesa, rindiéndose.
    -Venid con papi-dice Martín mientras recoge todo el dinero de la apuesta.
    -¿Es una chica, no?-dice Fede.
    Ya ni me acordaba de la conversación anterior.
    -Claro que lo es, ¿no le ves la cara?-dice Alex.
    -Siéntate, anda- me invita Martín mientras señala una silla vacía que está a su lado.
    Mi puro está a punto de consumirse.
    Esta vez, Alex se levanta, recoge las cartas y el tapete verde. Las lleva a unas mesas de atrás, y trae la caja de puros.
    Me siento. Todo vuelve a ser como en los viejos tiempos.
    De repente, Pedro aparece con bebidas y nos las ofrece.
    Bebemos y bebemos durante varias horas, mientras hablamos de tonterías y nos reímos… Así, por lo menos, hasta las ocho de la tarde.
    Estábamos muy borrachos.
    -¡Vayámonos de putas!-sugirió el Polaco.
    Todos aceptamos y nos marchamos del bar. Fuimos en un bus hasta el puticlub más cercano.
    El trayecto en autobús, fue un puto calvario.
    Todos, menos Dani y yo, estaban de pie meneándose de un lado hacia otro con sus brazos apoyados en los hombros del siguiente. Dani habla mientras ellos cantan una canción antigua, típica de cuando mis padres iban de guateque.
    -Las cosas han cambiado, ¿sabes?-dice-Todos han sentado la cabeza. Han conseguido trabajos, algunos novia, otros se van a la universidad…
    Abro los ojos como platos.
    -¿A la universidad?-consigo articular. Él asiente y se señala a sí mismo con el pulgar.
    Una sonrisa se me dibuja en la cara y lo estrecho en mis brazos.
    -Dios. Dani, no sabes cómo me alegro por ti- le digo al oído. Luego se separa de mí.
    -Cuando lo supo mi madre, lloró de la emoción.
    Me lo imagino. Nadie pensaría que cualquiera de nosotros llegaríamos vivos a los veinte. Nos metíamos en demasiadas peleas y en demasiadas mierdas como para salir de allí.
    -Me alegro de que todo vaya bien-digo mirando hacia los ‘’mariachis’’.
    -¿Y tú que tal?-sigue mientras me pasa un brazo por los hombros. Le miro, con la mirada más sincera que puedo. Una que refleja todos mis sentimientos: dolor, confusión e ira, mucha ira. Y también en lo más profundo de mí: nostalgia.
    -No lo has superado aún, ¿verdad?
    Niego con la cabeza.
    -Ahora realmente veo lo mucho que la querías, pero eso es el pasado. No puedes estancarte en él, sigue adelante. Conoce gente, busca un trabajo, no sé- da a los hombros - ¡Emborráchate!-sonríe.
    Desvío mi mirada de nuevo hacia el frente.
    -Aquello es el pasado, Rubén, ya no tienes que volver a él. Céntrate en el presente y en el futuro-bajo mi cabeza hasta el medio de mis piernas.
    -No puedo, Dani-levanto mi cabeza, junto mis manos, las froto y soplo a través de ellas como si tuviera frío-Mi pasado me persigue, y seguirá siendo así siempre. Hasta que me muera.
    -¿Qué quieres decir?-pregunta inclinándose hacia delante.
    -Vuelvo a la agencia-digo frío, sin compasión.
    -¿Qué?-grita. Lo hace tan fuerte que los otros siete paran de cantar para atendernos a nosotros. Nos miran confundidos.
    -Lo que has oído- contesto- Y por favor, prefiero olvidarme del tema
    Los borrachos vuelven a su hobby.
    -¿Por eso has accedido a venir?-me dice al oído-¿Para despedirte de nosotros?
    Hace una pausa, esperando a que conteste pero como ve que no lo hago sigue hablando:
    -Te recuerdo que te he llamado otras muchas veces pero nunca has venido.
    -Lo sé., Dani, pero simplemente no me apetecía salir
    -¿Durante cinco años? ¿Qué has hecho durante todo este tiempo?
    -Trabajar.
    -¿Sólo trabajar?
    -También he viajado. Intentaba reconstruir mi vida, Dani. Estaba ahorrando para comprarme una casa, pero…
    -Lo siento, Rubius-dice en bajito-Vamos a disfrutar de esta noche, ¿sí?-asiento.
    De repente, se escucha por la megafonía que llegamos a nuestro destino. Nos bajamos todos del autobús y una vez todos fuera, este cierra las puertas y sigue su ruta.
    Caminamos por aquellas calles, que John conocía como la palma de su mano, hasta llegar a nuestro destino.
    A mis pies se encontraba una casa grande con luces de neón rosa encima de la puerta que ponía ‘’Club Nancy’s’’. Cuando John dijo que conocía este local, sabía que sería una birria. Pero ahora que veo el nombre, todos los prejuicios que tenía, se confirman. Este antro tiene pinta de ser una mierda.
    John nos invita a entrar como si se tratara de la casa de su tía.
    El local estaba iluminado con una luz tenue rosa mezclado con un poco de humo. Cuanto más entrábamos en el gran salón, más se dispersaba el humo y más claridad había.
    A mi izquierda había una barra con varios taburetes delante y a mi derecha había un gran escenario que venía hacia nosotros con una pasarela, al final de la cual había una barra de acero que estaba sujeta desde el suelo hasta el techo.
    No había ninguna chica por allí, solo estaba el camarero, detrás de la barra.
    En masa, nos acercamos a él y pedimos unas copas.
    -Un cuatro rosas por favor-pedí yo.
    -Señor... Ese licor es muy caro y…
    -¿Te pedí el precio?-interrumpí. Él negó con la cabeza-Pues pónmelo, necesito algo fuerte.
    -¡Caramba! Hoy te dio fuerte, eh… -dijo Jota Jota mientras me daba golpes en la espalda.
    Le eché la sonrisa más falsa que pude, y él me dejó en paz.
    -Tenga señor-dijo el camarero mientras me servía mi licor.
    -Deje la botella, si hace el favor.
    Hace lo que le digo y me la pone al lado del vaso. Luego, se marcha a la otra punta de la barra.
    Cojo el vaso en mi mano derecha, lo muevo lentamente y los tres hielos de adentro y el líquido se mueven como si fuese una especie de tornado diminuto.
    ¿Cuánto hace que no bebo uno de estos? Demasiado tiempo.
    Sin pensarlo dos veces, pego el vaso a mis labios e introduzco el Bourbon en mi boca. Baja por mi garganta, quemándome como si se tratase de fuego, y ese leve dolor se agudiza a medida que llega a mi estómago y finalmente desaparece. Mi lengua aún conserva el toque dulce y amargo del sabor del Cuatro Rosas. Lo saboreo y me dan ganas de volver a llenarme el vaso y beber otro trago. Mejor, desde la botella mismo.
    Una luz cegadora me da en toda la cara. Parpadeo varias veces antes de abrir por completo los ojos. La luz viene de la ventana, supongo que de la luz pública. Parece que aún es de noche.
    Miro a mi alrededor y veo muebles sumergidos en la oscuridad de la habitación.
    Giro la cabeza y dirijo la mirada hacia la persona que está a mi lado.
    Una chica duerme profundamente boca abajo con una sonrisa enterrada en la almohada. También ronca un poco, pero de cuerpo está bastante buena. Miro hacia mi izquierda, y en la mesita de noche un reloj digital marca las cuatro de la mañana. Mierda, mierda, más mierda. Rápidamente, pero intentando no despertarla, salgo de la cama y me visto. Cuando acabo, cojo todas mis cosas y salgo de allí pitando.
    Corregido por: @JudithGlezB
  • Mkt
    Después de aquella charla, un coche nos trajo, a mi y a Mangel, a nuestros pisos. Fuimos en un Mercedes Clase S del 2013 negro.
    Primero, lo dejó a él y luego se dirigió a mi casa. Durante la trayectoria hasta mi piso, miraba por la ventanilla al exterior, viendo como poco a poco se hacía de noche.
    En mi mente, planeaba como hacer todo en tan poco tiempo. De vez en cuando también me venía algún que otro recuerdo de viejos tiempos, en los que era feliz.

    -Hemos llegado señor Doblas-dijo el conductor. Podría acostumbrarme a esto de tener un chófer, pero en estas condiciones prefería que no.

    -Gracias-digo mientras abro la puerta y salgo del vehículo. Cierro la puerta y me dirijo hacia el edificio.
    Subo las escaleras y entro en mi piso. Hachi viene a la puerta a recibirme. Sigo andando hacia el comedor e identifico a Raspby en el sofá. Voy hacia allí y me siento a su lado, Hachi me sigue y también se sienta a mi otro lado. Acaricio a mis dos gatas a la vez. Estoy cansado, tanto físicamente como psicológicamente. Me duele la cabeza y estoy harto de todo. Me levanto, enciendo la tele y vuelvo a sentarme.
    Las gatas se marchan a sabe dios donde. Me pongo cómodo en el sofá y miro la tele. No hay nada interesante, pero me vale. Siento como mis párpados me pesan. Cada vez más. Hasta el punto de quedarme dormido.
    De repente, una luz me molesta. Abro los ojos y un rayo de luz entra por la ventana dándome en toda la cara. Hachi viene y se tumba en mi regazo. Miro el reloj que hay en mi muñeca izquierda. Son las siete de la mañana. Voy a la cocina y bebo un vaso de leche. Voy a mi habitación y empiezo a hacer mi maleta. Cogo ropa y algunos objetos de valor, al menos para mí. Dejo la maleta medio hecha y decido ir a casa de mis padres para explicarles el caso. Me he entretenido tanto, viendo viejas fotos y recordando momentos, que ya son las nueve de la mañana.
    Salgo de mi piso y voy a la parada del bus que hay más cerca. Allí, cogo el autobús que lleva a otra parada y una vez allí, cogo otro bus que me lleva directamente a donde viven mis padres.

    Después de hacer todo el trayecto, llego a la que era mi antigua casa.
    La casa de mis padres es de dos plantas, con un pequeño jardín en frente y otro un poco más grande detrás de la casa. Es de un color amarillo muy suave, y todas las ventanas son marrones. La casa está rodeada por una verja.
    De pequeño, soñaba con que viviría aquí siempre. Me casaría y mi mujer y yo viviríamos aquí. Incluso llegué a soñar que nuestro hijos crecerían en esta casa.

    Entro por el caminito que hay en el jardín. Miro a los lados mientras me dirijo a la puerta. Todo sigue como la última vez que vine aquí. La hierba sigue perfectamente cortada, los enanos de cerámica siguen estando a ambos lados de la puerta. El rosal sigue floreciendo donde siempre, las flores recién plantadas de mi madre florecen como nunca… Nada ha cambiado.

    Toco al timbre.
    Oigo un poco de ruido y abren la puerta. Es el padrino.

    -¡Hombre Rubén!-dice mientras me abraza-Hace mucho que no vienes por aquí- me suelta.

    -¡Hijo!-oigo a mi madre por detrás. Luego, viene y me abraza dándome un achuchón como cuando era niño.

    -Bueno...si…-digo rascándome la nuca-Es que estuve bastante liado-contesto sonríendo para que no se preocupen.

    -¿No tendrás una novieta?-dice el padrino en voz baja mientras me dá un codazo. Luego, se echa a reír, y con él mi madre.
    Ojalá, pienso.
    De repente, escucho como una voz de niña.

    -¿Rubén?-pregunta mientras se acerca a la puerta. La identifico. Es mi hermanita.

    -Soy yo pequeña-digo mientras la cogo en brazos y le doy un beso en la mejilla. Ella me estruja entre sus brazos con todas sus fuerzas. La echaba mucho de menos.

    -Pero pasa hombre-dice el padrino mientras me invita a entrar con la mano. Dejo a mi hermana en el suelo y entro a la casa. Voy a la cocina y me siento en una de las sillas. Mis padres se sientan enfrente mía y la pequeñaja esta de pie junto a nosotros esperando a que digamos algo.

    -Que maleducada soy, ¿quieres beber algo cariño?-dice mi madre mientras se levanta de la silla.

    -No mamá, gracias-digo-Siéntate, por favor-ella lo hace- Tengo que contaros algo muy serio-y dirijo una mirada al padrino que lo dice todo.

    -Cariño, ¿puedes ir a tu cuarto a jugar un rato con tus muñecas?-le dice a mi hermana. Ella asiente y se va.

    -¿Qué pasa?-dice mi madre seria y con los ojos como platos.

    -Resulta que…-digo-resulta que vuelvo...a…

    -¿¡A DÓNDE VUELVES RUBÉN?!-dice mi madre histérica mientras se levanta de la silla.
    El padrino le pone una mano en el brazo para que se calme. Ella se vuelve a sentar.

    -Vuelvo a la agencia-digo cabizbajo con la mirada en la mesa, por lo que no puedo ver sus reacciones, pero las intuyo.

    -No puede ser-dice el padrino-Pero si ya estabas fuera, para siempre-puntualiza.
    Mi madre me mira, tiene los ojos llorosos. Sin embargo, no llora, pero ganas no le faltan.

    -Ya lo sé

    -¿No irás verdad?-dice él-La última vez que fuiste casi te perdemos, no podemos arriesgarnos una segunda vez

    -Tengo que ir. La cosa está muy mal, y están escasos de personal

    -Que lo haga otro-dice mi madre

    -Los únicos que podemos arreglarlo somos Mangel y yo, lo siento-digo firme, aunque por
    dentro me esté derrumbando. Esto es más difícil para mí, que para ellos.
    Mi madre se echa a llorar.

    -No sé lo que tenemos que hacer-sigo-Solo sé que tenemos 48 horas para despedirnos de nuestros familiares y de preparar nuestras cosas. También sé que se trata de algo muy gordo.
    Mi madre sigue llorando, y el padrino intenta consolarla como puede. Yo me levanto de la silla y me dirigo hacia la habitación de mi hermana.
    Voy silenciosamente hasta llegar al umbral de la puerta, ahí me paro y observo lo que hace. Está jugando con una muñeca en el suelo. La mueve de un lado hacia otro, simulando que está andando. Me acerco a su cama y me siento.

    -Hola enana-digo observando como juega.

    -Oh dios mío el vestido rosa-dice haciendo caso omiso de mis palabras. Lo busca por el suelo de la habitación y cuando lo encuentra lo coge y vuelve a su sitio inicial. Le pone el vestido, y luego deja la muñeca en el suelo. Viene junto a mí y se sienta a mi lado. Sus piernas cuelgan y juega balanceando sus pies de delante hacia atrás.

    -¿Por qué llora mamá?-pregunta mirándome a los ojos. En ese momento, se me parte el alma. Tener que decirle adiós a mi hermana es la cosa más difícil que he tenido que hacer en toda mi vida.

    -Enana…-digo mientras la cogo y la siento en mis rodillas-Tengo que irme

    -¿A dónde?-pregunta.

    -¿Te acuerdas de aquella peli de superhéroes que vimos en la que buscaban a la gente mala que querían apoderarse del planeta?-ella asiente-Pues yo soy como un superhéroe, pero sin poderes.
    -Pues que rollo-dice-molaría más si tuvieras poderes
    Sonrío
    -¿Cuándo te vas?-pregunta.

    -Mañana por la noche

    -¿Durante mucho tiempo?

    -No lo sé-se pone seria y yo también. Tengo ganas de llorar y de abrazarla y no soltarla nunca, pero tengo, más bien, debo aguantar-Pero esta noche me quedo, y vemos una peli ¿si?
    Ella sonríe y asiente. Luego, se va al comedor a ver la tele.
    Me levanto despacio, pensando en cómo haré para despedirme de mi hermana. Después, me dirijo al pasillo. Avanzo, hasta una puerta de madera de abedul. Abro la puerta y me adentro en la que era mi habitación. Todo sigue tal cual lo dejé. Mi estantería llena de figuritas, consolas, videojuegos, gorras, la máscara de V de Vendetta, mi pipa de agua, las paredes aún con mis posters...

    Echaba tanto de menos todo esto…
    Me siento en mi cama y observo mi habitación. Desearía poder quedarme aquí para siempre, pero no puedo. Voy a mi armario y rebusco. Encuentro ropa que hace siglos que no me pongo. Muchas de ellas me recuerdan a momentos de mi vida en los que era más que feliz. Mi sudadera verde, la que llevaba puesta el primer día que la conocí. Mi chaqueta de cuadros de varios colores, en nuestra primera cita. La camisa azul, en nuestro primer aniversario.
    Mis ojos se volvieron llorosos. Una lágrima cae por mi mejilla. Me la quito con la manga de la chaqueta mientras respiro fuerte por la nariz tirando por los mocos. Vuelvo a poner la ropa en su sitio y voy a cerrar la puerta de mi habitación. Luego, vuelvo a sentarme en el borde de mi cama. Apoyo los codos en mis rodillas y hundo mi cara en mis manos. Rompo a llorar.
    Venir aquí se me hace muy duro, después de todo. Y aún más si tengo que despedirme de mi familia.
  • Mkt
    Reflexioné un rato y todo me pareció extraño.
    -Un momento-dije-¿Como es que esto soldados no han muerto por la explosión?¿Y por qué no hay cadáveres?-Estaba muy confundido, todo esto empezaba a parecerme muy raro.

    -Tranquilo Rubiuh-dijo Mangel apoyando sus manos en mis hombros. Poco a poco, sus manos me apretaban más las clavículas, tenía la sensación de que me iba a romper los huesos.

    -¡Déjame!-grité.

    -¡Tranquilo Rubiuh!-dijo alzando la voz cada vez más-¡ESTÁH MUY ALTERADO!- volvió a gritar con todas sus fuerzas, presionando más y más con sus dedos en mi piel.
    Los soldados que estaban al lado, se acercaron y me agarraron. Intenté forcejear, pero no sirvió de nada, eran más y más fuertes que yo.
    Gritaba todo lo que podía, suplicando salir de allí.
    De repente, me despierto.
    Me toco la frente, estoy sudando. Putas pesadillas.
    Levanto un poco la cabeza y miro a los lados. Estoy en una habitación negra, totalmente negra. No hay nada, solo la cama, las sábanas y yo. Estoy en calzoncillos, ¿y mi ropa?
    Me pongo histérico.
    Miro a las paredes, y veo como si todas se juntasen hacia mí, haciendo que la habitación se hiciese cada vez más pequeña. Me iban a aplastar como una hormiga.
    Empecé a golpear en las paredes, pidiendo socorro, pero nada. Nadie venía en mi ayuda. Empecé a golpear cada vez más fuerte en una de las paredes negras acolchadas . De repente, me veo incapaz de respirar. Siento como que no hay oxígeno suficiente en la habitación para mí, siento como que mis pulmones rechazan el poco aire que podía darles, me asfixiaba.
    Me costaba respirar con normalidad. Me senté en el suelo, con la espalda apoyada en la pared y con una de mis manos en mi pecho. Intentaba recuperar la respiración, y tranquilizarme, pero no lo conseguía.
    No sé ni cómo, de repente, Mangel aparece delante mía.

    -Tranquilo…-dice con voz suave y apoyando una mano en mi hombro-Respira y expira-dice mientras lo hace repetidas veces. Yo le imito, y por fin consigo respirar con normalidad.

    -¿Ves?-dice poco después-No era tan difícil
    Asiento, rápidamente, como un completo gilipollas.
    Me tiende su mano y yo le doy la mía. Me ayuda a levantarme.

    -¿De dónde saliste?-dije ya mejor.

    -De allí-señaló a una puerta abierta de la habitación. Resultó que la puerta estaba camuflada con las paredes, por eso no la ví.
    Salí de aquel cuarto, y Mangel detrás mía.
    Entré en una especie de laboratorio. Había una mesa de metal, con ropa mía encima. Miré hacia Mangel y echó una mirada hacia la mesa indicándome que me pusiera la ropa. Me giré y la puse.
    De la nada, sale Mike.
    Estaba perplejo, ¿en serio estábamos aquí?, ¿en este puto sitio?, ¿en
    este infierno?

    -No, no, no, no-dije repetidas veces mientras me daba la vuelta y me dirigía hacia la habitación-Esto es otra puta pesadilla-dejé a Mangel atrás.
    Me agarró de un hombro haciéndome parar.
    -No, no es una pesadilla-dijo él

    -Si que lo es-dije soltandome. Me dí la vuelta-Volveré a la cama-señalé con el pulgar hacia atrás por encima de mi hombro- y volveré a dormir, y cuando me despierte todo será como siempre.

    -No Rubiuh-dijo negando con la cabeza.

    -Si-dije totalmente convencido.
    Me giré y me dirigí a la cama.

    -Ojalá todo se arreglase así señor Doblas-pude escuchar a Mike lejano.
    Entré a la habitación, di un portazo detrás mía y me metí en el medio de las sábanas esperando a que esto todo fuera una simple pesadilla, y que me despertaría en mi cama, en mi piso.
    Cerré los ojos con suavidad, esperé unos minutos y volví a abrirlos. Levanté la cabeza y miré a los lados, seguía en aquella maldita habitación.
    Furioso, me dirigí a la puerta y la abrí bruscamente. Mangel estaba apoyado en la pared a mi derecha, bebiéndose un café en una taza con un dibujo ridículo, y con sus gafas mientras miraba el periódico.

    -¿Qué pasa?¿Por qué no me despierto?-me dirigí a Mangel con las manos en el umbral de la puerta.

    -No eh una pesadilla, Rubiuh-dijo después de dar un sorbo a su café-Eh la realidad

    -No puede ser verdad-dije poniendo una mano en la cabeza y sentandome en el suelo-No puede ser-me repetí a mi mismo susurrando muy bajito. Tenía mi mirada fija en el suelo.

    -Sí lo es-dijo apoyando una mano en mi hombro. Ya no sostenía la taza de café ni el periódico. Levanté la mirada hacia Mangel, tenía una sonrisa resplandeciente. Dejaba a la vista sus perfectos y blancos dientes.
    Me levanté.

    -¡MIIIIIIIIIKEEEE!-grité.
    Se trata de un hombre de edad bastante avanzada con un abundoso pelo de color blanco, con unos pantalones de color crema y una camisa de cuadros azul y por encima de todo una bata blanca

    -¿Qué pasa?-pregunta acercándose a nosotros.

    -¿Que hacemos aquí?-dije acercándome a la mesa de metal, cogiendo una silla de por allí y me acomodé en ella. Estaba convencido de que esto era una broma, esperaba a que me dijera “Inocente”, pero no era 28 de diciembre, así que no creo que fuera coña.
    El viejo se acercó a mí y se puso de cuclillas. Apoyó una mano en mi rodilla.

    -¿A que te parece que has venido?
    La furia y el dolor empieza a correr por mis venas, pero tan pronto me viene el impulso de romper con todo y de cagarme en todos sus muertos, me calmo.

    -No me lo puedo creer-digo echándome una mano a la frente y agitando la cabeza en señal de decepción.

    -Pues sí amiguito-dice dándome una palmada en la rodilla. Luego se levanta y se va hacia Mangel.

    -Venid junto a Peter en cuanto podais-oigo decirle.

    -Vale-contesta él.
    Mangel viene hacia mi y pone una de sus manos en uno de mis hombros.

    -Tenemos que irnos-dice.

    -¿Que hacemos aquí?-pregunto lo mismo por segunda vez mirándole directamente a los ojos. ¿No se dan cuenta de que no quiero estar aquí?¿No se dan cuenta de que por mucho que insistan me quiero ir y olvidarme de todo?

    -No lo sé, supongo que nos lo dirá Peter-vuelvo mi vista al suelo. Suspiro profundamente y me levanto de la silla.
    Mangel me pone una mano en la espalda, me dejo llevar por él.
    Después de subir por un ascensor y de pasar por un pasillo largo con muchos despachos, llegamos junto a Peter.
    Mangel abre la puerta del despacho. Entro yo primero, luego él y cierra la puerta detrás suya. Me siento en uno de los cómodos sillones de delante del escritorio y Mangel me imita. Peter se encuentra junto a la amplia galería, dándonos la espalda, viendo el paisaje de fuera.

    -Bienvenidos chicos-Bienvenidos mis cojones, pienso- Hace mucho que no nos vemos- Peter se tambalea en los talones de delante hacia atrás.
    Peter se trata de un hombre de cuarenta y pico de años, castaño, con varias canas, y que viste siempre de traje con sofisticados zapatos en los que te ves reflejado de lo brillantes que están.

    -¿Sabeis por qué estáis aquí?-pregunta.

    -No-contesta rápidamente Mangel.
    Peter se dio la vuelta y se dirigió a su silla. Todo su despacho era sofisticado y caro, excesivamente caro.
    Recuerdo el primer día que vinimos aquí. A Mangel le temblaban las piernas y las manos y parecía que en cualquier momento se mearía o se cagaria encima. Yo también estaba nervioso, pero supe disimularlo mejor que él. También recuerdo que él patinaba al hablar, mientras yo respondía a todas las preguntas que nos hicieron sin pensarlo dos veces. Era un recuerdo bonito, pero doloroso a la vez. Venir aquí ese día, trajo consecuencias posteriores que no quiero contar ahora mismo.
    Peter se sentó, apoyó sus codos en la mesa, entrelazo sus dedos y encima de sus manos apoyó su barbilla.
    -Pues bien-hizo una pequeña pausa-os lo contaré
    Se levantó y se dirigió a la mesilla de los licores. Se sirvió lo que supongo que será un licor inglés muy caro.

    -¿Quereis?- nos ofreció. Negamos con la cabeza. Después de servirse, volvió a sentarse en su silla.

    -Desembucha Anderson, no tenemos todo el día-reprochó Mangel mientras él daba un trago a su bebida.

    -Tengo una mala noticia chicos-siguió Peter. Dejó su vaso de whisky en la mesa-Tenéis que reincorporaros.
    Me dejé caer en la silla. Mangel, abrió exageradamente la boca.

    -Lo sabía-dije en bajo a mí mismo-¡LO SABÍA!-repetí gritando hacia Peter mientras me ponía de pie.

    -Tranquilízate Rubén-contestó.

    -¡MIS COJONES!-dije alterado. Estar aquí me ponía enfermo, me venían recuerdos muy dolorosos a la mente-¡SABÍA QUE NUNCA SALDRÍAMOS DE AQUÍ!
    Peter sacudió la cabeza en señal de decepción.

    -Haz el favor de sentarte-suplicó.
    Me senté y le pegué un golpecito en el brazo a Mangel indicándole con la mirada que dijese algo, pero no lo hizo.

    -No pienso hacer nada-contesté furioso.

    -Teneis que hacerlo. Sois nuestra única esperanza.

    -¿Tan mal está la cosa?-consiguió articular Mangel. Yo y Peter le miramos.

    -Pues sí-dijo intercalando la mirada. Primero a Mangel, luego a mí, a Mangel, a mí. Así a la par que hablaba-Las cosas han cambiado desde entonces-hace una pequeña pausa-El mundo está en peligro
    Mangel abre los ojos como platos, tanto, que tengo miedo de que se le salten y reboten contra el cristal de sus gafas volviendo a su sitio. Típica escena de dibujos animados, pero en la vida real sería muy asqueroso presenciar eso.

    -No será para tanto-digo torciendo la cabeza hacia otro lado en señal de indiferencia.

    -Sí que lo es-dice. Se acerca un poco más a nosotros y nos habla susurrando, como si quisiese que nadie de fuera nos escuchara-Os seré sincero. Por ahí fuera hay alguien realmente peligroso, más de lo que os imaginais. Por culpa de ese delincuente estamos escasos de personal

    -Q-q-quieres d-decir, ¿muertos?-tartamudea Mangel hablando en un tono tan bajo, que me cuesta comprender lo que dice.
    Giro mi cabeza instantáneamente hacia Peter. Trago saliva con dificultad.
    Peter asiente disgustado. Nunca, en todo el tiempo que estuve aquí, lo vi así. La cosa debe estar mal de cojones.

    -¿Fueron dos hombres a vuestra casa no?- dijo él. Asentimos los dos a la vez- Pues esos resultan ser cómplices de ese malvado peligroso. Os buscaban. Saben que sois los mejores, y si acaban con vosotros tendrán el poder del mundo. Sois los únicos que pueden derrotarlos y salvarnos.
    En ese momento, tenía la sensación de estar una peli de superhéroes, y yo era el héroe.
    Bueno, con Mangel.

    -Os pusieron un gas que produce alucinaciones constantes. Dependiendo del organismo de cada persona, puede llegar a dar alucinaciones eternamente.

    -¿Cómo?-pregunta mi mejor amigo

    -Es decir, ¿podríamos estar durante el resto de nuestra vida viviendo un sueño?-digo

    -Mejor dicho, una pesadilla-me corrige.
    En ese momento me dí cuenta que lo de mi supuesto secuestro en aquel búnker había sido una alucinación causada por el gas. Entonces, nada de aquello había ocurrido. Menos mal.
    Al principio tenía la sensación de que había pasado de verdad, pero esto me deja más tranquilo.

    Después de esto, el jefe nos dijo que nos daba 48 horas para ir a nuestros respectivos pisos, coger nuestras pertenencias más preciadas, despedirnos de nuestros familiares más cercanos por una temporada (quizás para siempre) y que al pasar dicho plazo tendremos que volver aquí para entrenarnos a fondo.
  • Mkt
    Mangel pasó su mano por mis hombros y me llevó al coche 4x4 militar. Muchos soldados aún quedaban dentro. Mientras íbamos hacia el vehículo, me fijé en que un soldado estaba en el asiento conductor, esperando a que llegásemos todos. Otros dos, nos escoltaban a mi amigo y a mi. Y detrás de este coche, había como dos camiones militares más.
    Mangel estaba detrás mío, a la vez que yo subía a la parte de atrás del coche. Estaba sentado en el asiento y tenía que moverme hacia el otro extremo para que pudiera subir mi compañero. Dispuse a moverme, pero antes le eché un vistazo del lugar de dónde veníamos. Se trataba de un escondite secreto a subsuelo, un bunker subterráneo.
    De repente, un soldado lleno de sangre vino corriendo hacia nostros gritando:
    -¡CORRED!¡VA A EXPLOTAR!
    Bajé del coche, y presos del pánico corrimos todo lo que pudimos para alejarnos de ahí. Estábamos corriendo, cuando miro hacia atrás y justamente explota la bomba. Todo parecía que ocurría a cámara lenta, que cualquier cosa que hiciésemos sería como si lo hiciese un perezoso. Le eché una mirada angustiosa a Mangel y este me respondió con otro de lo mismo.
    En ese instante, podía sentir como una enorme ola de polvo venía hacia nosotros.
    -¡AL SUELO!- pude escuchar como me gritaba mi mejor amigo.
    Tan pronto lo escuché me tumbé al suelo, y Mangel hizo igual que yo. Los otros tres soldados nos imitaron.
    No pude ver nada, pero escuchaba y podía sentir como una vocanada de aire mezclada con polvo se iba por delante de nosotros como consecuencia de la explosión.
    Me levanté del suelo, abrí los ojos y vi como no había absolutamente nada, solo salía humo de la puerta del refugio. Mangel y los soldados se pusieron en pie y miraron hacia el mismo punto que yo.
    Rápidamente, nos dirigimos hacia el interior del bunker.
    Estaba todo destrozado y lleno de humo.
    Las escaleras se conservaban perfectamente, y las puertas principales también.
    Entré tapándome la cara con el brazo para que no me entrara mucho polvo por la boca y la nariz. No conseguí ver nada hasta estar dentro del todo.
    Mangel venía detrás mía.
    -Mira…-dijo tocándome varias heridas de mis brazos. Yo di a los hombros.
    La verdad es que tenía la ropa desgarrada, y también varias heridas por los brazos. Aunque me daba igual, me interesaba más averiguar que había pasado.
    Fui andando poco a poco, esquivando cada obstáculo del suelo como trozos de muebles, cristales, fragmentos de puertas y varias cosas más. También protegía mi cara del polvillo con mi brazo mientras observaba cada cosa que veía a mi paso.
    Mi amigo y yo estuvimos andando un rato hasta que vimos a varios militares, manchados por la explosión, correr hacia la izquierda. Nosotros, como curiosos que somos, corrimos detrás de ellos.
    -¿Que pasa?- pregunté a uno de ellos cuando conseguimos alcanzarlos.
    -Pues que hay alguien encerrado en una habitación
    -Ah… y ¿cual es el problema?-dije mientras Mangel y yo les seguíamos
    -Pues que hay dentro una bomba
    Ostias! Eso me puso el corazón negro. ¿Otra bomba? Me están tocando ya las narices con las bombas de los cojones.
    Mangel me cogió del hombro, haciendo que me parase. Me giré y me quedé enfrente suyo.
    -Vámonoh Rubiuh…no hacemoh náh aquí….
    -Que no Mangel, tenemos que salvar a esa persona
    -Rubiuh, ya lo harán elloh. Tenemoh que irnoh o moriremoh
    -Me da igual, pienso salvar a esa persona. Si quieres irte, hazlo, yo me quedaré
    -No pienso dejarte solo Rubiuh…
    -Bueno, vale. Vamonos.
    Y seguimos a los soldados.
    Cuando llegamos había como unos seis ya allí, tres intentaban tirar la puerta abajo pero no lo conseguían, y otros tres estudiaban una táctica para entrar y desactivar la bomba. Los otros cuatro que llegaron con nosotros preguntaban a sus compañeros que pasaba y luego nos lo dijeron a nosotros.
    Resulta que hay alguien encerrado dentro, pero no saben quién, ni como. De hecho, no habla y no saben porque, hace ruidos pero más nada. La primera conclusión que sacaron es que es mudo, pero otros dicen que esa persona está amarrada y que no puede hacer nada.
    Lo único que buscan estos hombres es una manera de entrar y de desactivar la bomba. Pero… ¿cómo averiguaron que había una bomba?
    -¿Cómo sabéis que hay una bomba?- pregunté a uno de los soldados que estaba en el suelo pensando una estrategia.
    -Nos lo dijo uno de los que estaban aquí. Cuando le capturamos quiso hacerse el machote y fanfarroneó de que ahí dentro había una bomba y que moriríamos todos, incluida la persona que está dentro.
    -Y ese tío…¿no puedo decirnos la forma de entrar o algo?
    -Ese ”tío”, como dijiste, se ha suicidado.
    En ese instante, me quedé en blanco. No hay forma de entrar, ni de desactivar la bomba…¿qué hacemos?
    Me giré hacia Mangel y le pregunté.
    -¿Cuál es el plan?- él me miró con los ojos como platos.
    -¿El plan? El mío eh irnoh de aquí- al escuchar esto me decepcioné, nunca me imaginé a mi amigo tan cobarde..- Pero si te empeñah en salvarlo, pueh…puede que se me ocurra algo.
    En ese instante, miré a mi compañero con entusiasmo. ”Ese es el Mahe que yo conozco”, pensé.
    -Vale, tengo un plan…-dijo después de pensar un rato.
  • Mkt
    -¡Despierta bella durmiente!- escuché antes de conseguir abrir los ojos.
    Una luz cegadora me daba en toda la cara. Estaba amarrado a una silla con cuerdas gruesas y que me hacían mucho daño. Delante, tenía a un hombre gordo y calvo, sentado en una silla.
    -A ver… tú, la muñeca de porcelana. Trabajaste en una agencia de espías, ¿no?
    No respondí, solo volteé la cabeza. El grandullón se levantó y se puso a mi lado.
    -¡Contesta hijoputa!- dijo a la vez que me tiraba por el pelo hacia atrás. Estaba mojado por la sudor y grasiento por la falta de lavar. Me hizo mucho daño, tanto que tenía ganas de gritar con el dolor, pero no lo hice.
    En ese momento, lleno de rabia, le escupí en la cara. El gordo seboso se fue, pero en un acto repentino, se dio la vuelta y me dio una bofetada que resonó de aquí a China. La puta bola de sebo me dejó un enorme corte en la mejilla, ya que me dio con el anillo.
    Después del golpe, se fue. De allí a unos segundos, apagaron la luz. Me sentía muy cansado, así que decidí echarme una pequeña cabezadita. Era bastante incómodo dormir así, pero tenía que aprovechar esa oportunidad para descansar un poco. En cualquier momento ese maldito gilipollas volvería y haría otra vez el puto interrogatorio de mierda.
    Repentinamente, escuché unos ruidos y me desperté con el susto. Oía gente hablando muy alto a la vez, como…como unos soldados. También escuchaba patear en el suelo. Se oían en cada rincón de aquel lugar.
    Cinco minutos más tarde, oigo como a lo lejos se abre una puerta metálica. Consigo distinguir un rayo de luz que entra en el cuarto donde me encuentro y en ese mismo sitio, la silueta de una persona. Miro hacia allí y veo, lo veo. Es mi mejor amigo.
    -¡Mangel!- consigo decir con la voz cortada y los ojos llorosos.
    Por fin, después de mucho tiempo, vuelvo a verle.
    -Te hemoh encontrado amigo mío…- decía mientras desataba las cuerdas. Tan pronto me las quitó, me puse de pie y le abracé. Mis lágrimas corrían por su camiseta.
    -Tenemos que irnos- dijo un soldado asomándose a la puerta.
    Mangel y yo fuimos hacia él y nos marchamos de aquel infierno.
  • Mkt
    -Hola Rubén…
    -¡Vosotros!¡De nuevo!-empecé a ponerme nervioso-¡No!
    -Rubén…tranquilo…-dijo uno de los hombres.
    -¡Ni tranquilo ni hostias!-grité mientras cubría a m i mejor amigo.
    Los dos hombres trajeados de delante mía parecían muy tranquilos y amables a simple vista, pero no son lo que parecen.
    -¿Vais a matarnos?- preguntó Mangel atemorizado como si fuera un niño pequeño.
    -Claro que no- contestó uno de ellos mientras avanzaba lentamente hacia nosotros.
    -¡No se acerque!- dije amenazante a la vez que retrocedía un poco.
    -Tranquilo…- habló el otro a la par que también venía hacia aquí.

    -¡Que no me tranquilizo, COJONES!
    Mangel y yo corrimos hacia la cocina, y los otros dos nos siguieron. Rápidamente, cogí un cuchillo del cajón y Mangel una sartén.

    -¿Qué mierda piensas hacer con una sartén?- pregunté cuando Mangel la cogió.
    -¡Ey! Que este objeto es una arma mortífera en mis manos.
    Yo le dí la razón como a los locos con la cabeza y no dijimos mas nada, teníamos compañía.

    -¿Qué pensáis hacer con esas cosas?- preguntó uno de ellos desde la puerta de la cocina.

    -Una tortilla, ¿no te jode?- bromea mi amigo.

    -Pues mucho mas lejos no-siguió el otro.

    -¿Qué queréis de nosotros?- dije atemorizado. Mi mano y el cuchillo temblaban como si no hubiera un mañana.

    -Nada….solo….-dijo uno, quieto como una estatua en su sitio.
    De repente, sentía como que tenía sueño, que estaba cansado. Miré a mi derecha y vi a Mangel, tumbado en el suelo, roncando como un descosido.

    -No puede ser…-conseguí articular antes de caer absolutamente dormido.
  • Mkt
    Eran las ocho de la mañana, suena mi teléfono. Saco mi mano del medio de las sábanas y apalpo la mesita de noche buscando el móvil. Cuando por fin lo encuentro, descuelgo, levanto un poco la cabeza y me pego el aparato a la oreja.
    -Si…diga…- contesto con los ojos casi cerrados y super dormido- ¿!Cómo!? Vale, vale, tranquilo.Relaja las tetas, nos vemos ahora.
    Cuelgo y vuelvo a incorporarme en la cama. Cierro un poco los ojos y….
    Suena mi teléfono de nuevo. Consigo cogerlo a la primera y contesto.
    -¿Qué pasa?…-abro los ojos como platos- Si, voy ahora mismo- digo totalmente despierto.
    ¡HACE UNA HORA QUE DEBERÍA ESTAR ALLÍ!
    Como una bala, me levanto de la cama, visto lo primero que pillo, cogo mis cosas y me voy del piso. No me dio tiempo ni a desayunar, ni a lavar la cara, los dientes, ni a nada. ¡Puto Mangel!
    Era un domingo por la mañana, hacia un frío que pelaba y estaba más dormido por la juerga de la noche anterior que, yo que sé.
    Fui hacia el piso de Mangel mientras me abrazaba a mi mismo para no tener tanto frío y en mi cabeza lo maldecía una y otra vez. También echaba el típico humo que te sale al respirar cuando hace mucho frío, eso me recuerda al humo de cuando te fumas un piti. Por cierto… me apetece uno.
    Esperé en la parada del bus. Cuando llegó, me monté en él hasta llegar a la calle donde vive Mangel. Busqué su edificio y fui hacia su piso. Una vez allí, llamé al timbre. No sé porque pero el ambiente me parecía muy raro, sentía como una extraña sensación. En fin… Mangel tardó bastante en abrirme, pero lo hizo.
    Le notaba raro, pero normal a la vez, no sé explicarlo muy bien…
    -¡Ey!-dije al entrar- ¿Qué pasa macho?
    Mangel estaba tenso y no me contestó. Dirigió su mirada hacia el comedor, haciéndome señales de algo.
    -¿Qué te pasa tio?-dijo apoyando una mano en sus hombros- Tu retraso cada día me preocupa más eh…
    Entré como si estuviera en mi propia casa hacia el comedor, mientras me quitaba la chaqueta. Mi sorpresa fue cuando llegué a la entrada del comedor y los ví. (de nuevo)
  • Mkt
    Esta es una historia de una vida paralela, en la que nuestros conocidos youtubers Mangel y Rubius, nunca llegaron a serlo. Sin embargo, si que se conocieron, y son muy buenos amigos.
    En esta historia, Mangel y Rubius no son youtubers, ni nada parecido a ello.
    Esta historia hablará sobre como llegaron a meterse en un oficio peculiar y en como lo viven.
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