Yo soy una fan

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por BlueMoon, 28 Junio 2012.

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    BlueMoon

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    Escritora
    Título:
    Yo soy una fan
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    554
    Resumen: Celeste parece tenerlo todo en la vida: un buen departamento, un prometedor trabajo y un novio que la adora, Ricardo. Sin embargo, cuando conoce a Sebastián Sanz, un exitoso y famoso futbolista, entre los dos surgirá una gran conexión. Ella se preguntará si lo que siente por Sebastián es un fanatismo o algo más que eso. Y de ser así, las consecuencias de esta atracción cambiarán para siempre su vida y de quienes la rodean.

    Clasificación: M
    Género: Drama/Romance
    Tipo: POV
    Página en Facebook: http://www.facebook.com/pages/Yo-soy-una-fan/462212357140061

    Novela publicada en Wattpad con el nombre de Nozomi7

    PRÓLOGO
    Se han preguntado ¿hasta dónde puede llegar el fanatismo de una persona? ¿Hasta dónde puede llegar la devoción por alguien a quien se admira o se sigue incondicionalmente? Y si es así, ¿serías capaz de dejar toda tu vida en pos de seguir a alguien a quien crees conocer, pero que en realidad no es así?

    Esta es la historia de una chica cualquiera, quien, como cualquier otra, es fanática de alguien famoso.

    Celeste, desde que era adolescente, ha sido una gran fan de Sebastián Sanz, futbolista famoso y exitoso. Ella sabe cómo ha sido su carrera futbolística, sus tropiezos y ascensos, los clubes de fútbol donde ha jugado, los campeonatos que ha ganado, los detalles de su vida personal, etc. En fin, ella lo sabe todo de él…. O así lo creía.

    La muchacha tiene una vida común y corriente. Estudia periodismo en la universidad más prestigiosa del país. Tiene un departamento de soltera gracias a que sus padres la ayudan económicamente. Y, sino faltaba más, tiene a Lucky, un hermoso perro poodle que la engríe siempre que llega a casa. Asimismo, trabaja a medio tiempo en uno de los periódicos con más tirada a nivel nacional. Y, si todo le va bien, cuando termine sus estudios universitarios podrá acceder a un trabajo a tiempo completo y con un buen sueldo. Una vida cualquiera, que va encaminada como ella tenía planificada antes de salir de su pueblo para ir a estudiar a la gran ciudad. Nada mejor para Celeste ¿no lo creen?

    Sin embargo, cuando por cuestiones de trabajo, llegue el momento tan inesperado, pero soñado por ella, de entrevistar a Sebastián, todo va a cambiar en su vida. La conexión que surgirá entre los dos, aunado al gran fanatismo que siente por él, la envolverá en un torbellino imposible de salir. Él entrará en su vida con consecuencias inesperadas y quizás, muy nefastas para ambos.
    El problema será que Celeste tiene una pareja estable. Ella tiene un novio que la adora, Ricardo, quien ha dejado muchas cosas para conquistarla y, finalmente, estar con ella.

    De este modo, de surgir algo entre Celeste y Sebastián, esto estará prohibido para ambos. Y si deciden juntarse, más de un inocente, incluida ella misma, podrían salir dañados.

    ¿Podrá Celeste distinguir entre el fanatismo y amor que siente por Sebastián? ¿O lo que surgirá entre los dos será algo más fuerte que la relación entre alguien famoso y un fiel seguidor? De ser así, ¿en dónde quedará su relación con Ricardo, su incondicional novio? ¿Podrá ella lidiar con su sentimiento de culpabilidad o se dejará atrapar por la atracción que ha sentido por Sebastián durante años?
     
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    Yo soy una fan
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
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    1601
    CAPÍTULO 1


    CELESTE

    Julio de 1999


    Era pleno verano donde yo vivía. Había terminado la primaria y el curso siguiente comenzaba la secundaria. Ese año había empezado a sentirme atraída por los muchachos. Un compañero de mi escuela, Renato, me había embelesado desde el primer día que lo vi. Sin embargo, él no había demostrado mayor interés en mí. Y es que, a diferencia de mis compañeras, yo aún no me desarrollaba físicamente. Maldecía mi mala suerte.

    Terminando el curso, mis padres decidieron que nos vayamos de vacaciones a las playas de San Lorenzo, a tres horas en avión de mi pueblo. Yo no quería irme. Esperaba que, con el término de mis clases y el tiempo disponible, encontrar cualquier excusa para matar el rato con mis amigos del colegio. Y, quizás, tener alguna oportunidad para pasar más tiempo con Renato.

    Sin embargo, a pesar de que les supliqué y casi lloré para convencer a mis padres para quedarnos, no me hicieron mayor caso. Con una autoridad paterna a la que no podía aún negarme, me informaron que debía alistar mis cosas en la maleta de viajes. Me negué rotundamente. Incluso, amenacé con irme de casa si no accedían a mis peticiones.

    Llorando amargamente esa noche, mi mamá me hizo saber que, si quería, podía quedarme sola en casa. Pero, ya vería yo cómo apañármelas para sobrevivir sin ellos. Era hija única y no tenía familiares en este pueblo. Los parientes más cercanos vivían a dos horas de mi hogar.

    Grité y maldecí, pero todo fue inútil. Mamá decía que todo era producto de un berrinche, muy común a los que siempre yo hacía. Llena de rabia le dije que no era así. Que quería quedarme en casa para disfrutar de mis vacaciones con mis amigos.

    Mamá señaló que podía ver a mis amigos en el próximo curso. Pero que, la oportunidad de pasar vacaciones en San Lorenzo, un balneario turístico muy solicitado, no podía presentarse dos veces. La empresa de mi padre le había reservado allá un trabajo por el mes de Agosto. Así que, aprovechando la coyuntura, mis papás habían decidido reservar una casa para todo el mes de Julio.

    Yo aún me negaba a ceder. Sin embargo, no había marcha atrás. El adelanto por el alquiler de la casa en San Lorenzo ya estaba hecho. La reserva de los pasajes, también. Así que, si mis papás se quedaban en mi pueblo por mi culpa, perderían el dinero invertido en el viaje. Finalmente, comprendí que mi capricho resultaría en un perjuicio económico hacia ellos. Así que, decidí empacar maletas e irme de viaje.

    Los primeros días en San Lorenzo los pasé aburrida. No conocía a nadie y los compañeros de trabajo que habían ido con mi papá, o tenían hijos muy pequeños o eran muy mayores que yo.

    Mi progenitor me hacía acompañarlo varias veces a los partidos de fútbol de playa que tenía con sus compañeros de trabajo. Yo estaba hastiada. No encontraba la respuesta a por qué a los hombres les apasionaba correr tras de una pelota. Tuve que tragarme tardes enteras y ver cómo mi madre lo ovacionaba cuando atajaba algún gol al equipo rival.

    Asimismo, al ver que no tenía con quién andar, mi madre no tuvo mejor idea que la acompañara a sus tertulias con las esposas de los compañeros de trabajo de mi padre. Otro motivo de aburrimiento más. Las mujeres conversaban sobre temas de economía familiar, moda para señoras, novelas (las cuales odiaba más que a nada porque mi madre me hacía verlas con ella), etc. En fin, temas propios de señoras de más de treinta y cinco años para adelante, pero no para una muchachita como yo.

    Decidida a que mi estancia en este balneario cambiaría, tomé una resolución. Un día en que mi madre me pidió que la acompañara con otras señoras a la peluquería, le dije que no. Había pensado en pasear por mí misma en las playas de San Lorenzo. Mi madre se mostró dubitativa. Y es que, por ser hija única, siempre me había sobreprotegido.

    Argumentando con ella, le hice saber que ya no era una niña. Tenía doce años y estaba próxima a cumplir los trece. De este modo, ya podía cuidarme sola. Eso sí, le hice saber que caminaría por lugares conocidos, en un horario adecuado y no hablaría con extraños.

    Finalmente, mi madre accedió. Se emocionó hasta las lágrimas de que su “niñita” ya tomara decisiones como adulta y hubiera madurado. ¿Madurado? Sólo quería mantenerme lejos de las conversaciones de las señoras y mejorar en algo mis vacaciones de verano.

    Emocionada por mi reciente libertad, decidí planear mi itinerario. Había escuchado que en la playa de Torreón se vivía un buen ambiente. Muchos chicos y chicas jóvenes solían juntarse y armar pequeñas reuniones y fiestas. Y, aunque yo no conocía a nadie, podía arreglármelas para hacer nuevas amistades. De este modo, ya no me sentiría tan sola en mis vacaciones de verano.

    Saliendo de mi cabaña de playa, decidí caminar. El ambiente que se veía alrededor era de lo más agradable. No sabía por qué, pero hasta ese instante, los días en San Lorenzo me habían parecido grises, a pesar de que nos encontrábamos en pleno mes de Julio. Debería de ser porque tenía otra visión de la vida.

    Andando por una pequeña vía al costado de las playas, el escenario era espectacular. Personas tomando baños de sol, otros caminando, niños jugando en la playa. Me contagié rápidamente de la energía veraniega que irradiaban. ¡Cuánto necesitaba estar lejos de mis padres y de su sobreprotección!

    En ese instante, vi a un niño comiendo un helado de vainilla con chocochips. Se me antojó. Ese tipo de helados era de mis favoritos.

    Rápidamente, busqué algún puesto de helados. Metros más allá, divisé a una pequeña tienda amarilla que tenía un emblema de una conocida marca de helados local. Sin dudarlo, me encaminé hacia ese lugar para saciar mi reciente antojo.

    El helado no era muy caro. Y, como buena golosa que era, le pedí al vendedor que me colocara tres bolas grandes en el cono de galleta.

    Me sentí feliz por tener a mi adorado helado en las manos. Sin demorarme mucho, le pagué al vendedor el coste de aquél. Después de ello, decidí continuar con mi exploración en las playas. Sin embargo, el destino me tenía deparado otro plan.

    Sin tiempo de darme cuenta, una pelota de fútbol rebotó en mi helado, haciendo que éste explotara en miles de restos, ensuciando mis lentes de sol, mi rostro y mi vestido veraniego. Pero ¡qué demonios!...

    —¿Estás bien? —escuché decir a un chico, mientras trataba de limpiarme la cara de restos de vainilla y de chocolate.

    —No, no estoy bien. ¿Acaso no te has dado cuenta cómo estoy? —respondí amargamente, mientras me sacaba los restos de helado de mis gafas de sol.

    —Perdóname, no fue mi intención. Déjame ayudarte.

    —Eres un idiota. Mira cómo me mas dejado. Tú y todos los que corren detrás de una pelota como neandertales —dije enfurecida.— Podrías haberme hecho daño si me cae el balón en la cara.

    —Lo siento. En serio. Le di mal a la pelota al momento de despejar. No quise hacerte daño. Por favor, déjame ayudarte a limpiarte —insistió el joven.— Toma, aquí te presto esto para que te limpies —dijo, mientras me ofrecía un pequeño pañuelo de color blanco.

    —Gracias —agregué enojada.

    Poco a poco, me limpié mi cara, mis lentes y lo que pude de mi vestido. Pasado un instante, cuando se me fue el enojo inicial de ver a mi pobre helado derretido por todos lados, me percaté bien de su presencia.

    El joven que me había auxiliado era más alto que yo. Tendría catorce o quince años aproximadamente. De pelo castaño corto y unos hermosos ojos marrones, su sonrisa era cálida y muy amable.

    —¿Estás mejor? —me preguntó.

    —Sí.

    —Me alegro —señaló, sonriéndome y mirándome amablemente.

    —¡Hey, Sebastián! ¡Apura con el balón! —un joven de su edad gritaba a lo lejos.

    —¡Ya voy! —respondió el chico, para luego ir tras la pelota de fútbol a unos pasos de mí.

    —¿Y ahora qué voy a hacer? —me lamenté. No quedaba nada de mi helado y aún tenía antojo de comer uno.

    —¡Toma! —me dijo el chico, cuando regresaba con el balón en su mano derecha y con un billete en su mano izquierda.— Para que te compres otro.

    —¿Cómo? —dije sorprendida.

    —Es mi culpa que te hayas quedado sin helado ¿No es así?

    —Sí, pero…

    —Es lo mínimo que puedo hacer por ti. Recíbelo por favor —insistió el muchacho.

    —No sé…

    —Vamos, no seas orgullosa —dijo él, para luego doblar el billete y colocarlo en mi mano izquierda. El contacto con ella me pareció muy cálido.— Para que te compres otro helado de vainilla y chocochips. A mí también me gustan de ese sabor.

    —Sí, son muy ricos —agregué.— Pero…

    —Insisto, por favor.

    —Está bien, acepto tu dinero —señalé mientras guardaba el billete que había colocado en mi mano en mi pequeño bolso negro.— Es cierto que me quedé con ganas de comer mi helado y por tu culpa se me derramó.

    —Jajaja, lo siento. Bueno, nos vemos.

    —Hasta pronto —le dije.

    Después de esto, lo vi alejarse y unirse a una pandilla de chicos que estaban metros más allá. Un rato después, ellos reanudaron su partido de fútbol, mientras yo degustaba nuevamente mi helado de vainilla con chocochips. Me les quedé observando cómo jugaban. Y, por una buena razón, el fútbol empezó a interesarme desde ese momento.
     
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    Total de capítulos:
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    2023
    CAPÍTULO 2
    SEBASTIÁN


    Octubre de 1995


    Desde que tengo uso de razón, siempre me ha gustado jugar fútbol. Aún recuerdo con nostalgia la navidad de hace seis años. Ese día, con mucha ilusión, abrí mi regalo junto al árbol. Mis padres me habían obsequiado una pelota infantil de color azul, con un dibujo de Mickey Mouse. Y, sin perder el tiempo, estuve todo el día jugando con mis primos a darle a la pelota, a pesar de que me sacaban varias cabezas de estatura.

    Desde entonces, siento una gran alegría cuando juego al fútbol. El hecho de jugar con mis compañeros en pos de ganar el partido, hace que dé lo mejor de mí. Pero, la mayor felicidad que experimento, es cuando logro anotar un gol. La adrenalina y satisfacción que me embargan es incomparable. Y ver a la afición vitorear mi nombre, no tiene precio.

    Sin embargo, no todo es color de rosa. También he perdido partidos. Y, cuando ha pasado eso, he sentido una gran frustración en mí.

    Los que me conocen dicen que soy un mal perdedor. No sé si estarán en lo cierto. Más de una vez, he repasado por video los partidos que he perdido para ver en qué he fallado. Y, cuando me he dado cuenta que ha sido por errores tontos, he tenido mucha rabia conmigo mismo.

    Quizás soy muy expresivo en mis sentimientos. Quizás soy poco tolerante con mis errores. El hecho es que NO me gusta perder. Pienso que, puedo dar aún más de mí y que pude haber hecho mejor las cosas en los juego que perdí.

    Soy un perfeccionista insoportable y cuando, después de un partido de fútbol, hay alguna jugada en la que me he equivocado, suelo quedarme después de los entrenamientos para practicar y perfeccionar mi juego. Esto me ha traído más de una llamada de atención por parte de mi madre, quien ha estado muy preocupada porque no llegué a casa temprano y ha ido a buscarme al campo de fútbol de mi colegio o de mi club.

    Este sentimiento de superación no sólo me acompaña en los partidos de fútbol. Académicamente, también soy un aplicado estudiante. Sin embargo, todos mis esfuerzos actuales están en convertirme en un jugador profesional de aquél deporte.

    Desde hace varios años juego con mis compañeros en el club de mi barrio, El Polígono. Soy el capitán de mi equipo y me destaco por ser el mejor delantero centro de los clubes de los barrios de la zona.

    Mi entrenador dice que tengo muchas cualidades para el fútbol. Asimismo, él les ha aconsejado a mis padres que prueben con llevarme a un club profesional de la ciudad. Dice que puedo aspirar a ser un futbolista profesional si logran interesarse los evaluadores de los clubes en mí. Me siento muy emocionado por ello.

    Mi abuelo paterno, Juan, quiere que me pruebe en el Deportivo La Unión, uno de los clubes más importantes del país. Al contrario de él, mi abuelo materno, Daniel, quiere que lo haga en el Atlético Santa Fe, el club rival del Deportivo. Yo no quiero probarme en ninguno de los dos.

    Desde muy pequeño he sido hincha del San Lorenzo F.C. Este club quizás no tiene tanta historia ni palmareses como lo tienen el Deportivo o el Atlético, los clubes más importantes de mi país. Pero a mí eso no me importa.

    ¿Y por qué soy tan fanático del San Lorenzo F.C.? Pues a continuación les explicaré.

    La familia de mi madre es de la ciudad de San Lorenzo, un hermoso balneario de playas a una hora en avión de donde yo vivo. Es así que, cada verano, vamos con mi familia a pasar las vacaciones allá. Y, en ese bello lugar, he tenido oportunidad de ver jugar en su propio estadio al club de fútbol de la ciudad.

    En dichos partidos me he contagiado con la algarabía y unión de su fanaticada. Puedo decir que los hinchas de este club son los más fieles de todos los clubes de fútbol que he conocido, a pesar de los tropiezos y derrotas de la institución.

    El club San Lorenzo F.C. tiene más de cincuenta años de existencia en la liga profesional del fútbol. Tres campeonatos locales y uno a nivel continental son los palmareses que ha logrado. Y, si hay algo que lo caracteriza, es el buen toque a la pelota que demuestra en su juego. Algo con el que yo me siento totalmente identificado.

    Asimismo, en más de una ocasión, yo he tenido la dicha de conversar con varios de sus jugadores. Ellos han sido muy sencillos y amigables con sus seguidores. No han dudado en compartir un momento de su tiempo con los fanáticos del San Lorenzo F.C.

    Orgullosamente, tengo varias camisetas de los mejores jugadores del club firmadas por su puño y letra. Y, si eso no es poco, cuando he conversado con ellos y les he contado que me apasiona jugar al fútbol, no han dudado en darme consejos para mejorar mi juego. Perfecto ¿no creen?

    De este modo, no quiero hacer caso ni a mi abuelo paterno ni a mi abuelo materno. No me probaré ni para las divisiones infantiles del Deportivo La Unión ni del Atlético Santa Fe. Lo haré en el San Lorenzo F.C. Y, si Dios quiere, en un futuro llegaré a ser tan buen jugador como Mikel Barrenechea, el delantero centro del club, la estrella del equipo. Un modelo a emular para mí.

    Las pruebas para las divisiones infantiles del San Lorenzo F.C. están programadas para el lunes 30 de Octubre próximo. En dos días debo estar llegando a esa ciudad. Tengo planificado alojarme en la casa de mi abuelo materno, quien, a su vez, por la última conversación que tuve con él por teléfono, pude deducir que no pierde las esperanzas de que me enliste en las filas del Atlético. Sentiré mucho decepcionarlo, pero yo creo estar bastante grandecito como para tomar mis propias decisiones, sin dejarme influenciar por él.

    Y, aunque no participaré de las celebraciones de Halloween con mis amigos para el 31 de Octubre, la cual disfruto mucho, no me importa si en esta ocasión me la pierdo. Mi objetivo es convertirme, en un futuro, en un jugador profesional de fútbol. Y, si quiero lograrlo, debo hacer varios sacrificios, entre ellos, perderme de departir con mis amigos alguna celebración.





    Hoy es sábado 28 de Octubre. Es de noche. Me encuentro en mi habitación arreglando todo lo necesario para mi viaje a San Lorenzo para mañana.

    Una camiseta blanca con una línea azul, con el escudo del San Lorenzo F.C., con el dorsal nueve, está sobre mi cama. Es la camiseta de Mikel Barrenechea, la cual lleva su firma sobre ella. Pienso llevarla a mi viaje. Quizás sea mi cábala de la suerte.

    Asimismo, un balón de fútbol blanco, con las firmas de todos los jugadores actuales del San Lorenzo FC, está cuidadosamente guardada dentro de una caja, en una esquina de mi cama. Para mí es una reliquia. Nunca la utilizo para jugar ni mucho menos cuando entreno solo al fútbol. Para estos menesteres uso otra pelota.

    Como estoy tan ansioso, busco algo en qué entretenerme. Ni jugar al Street Fighter en el Nintendo, ni ver por la televisión a El Príncipe de Bel-Air ni al Fantasma Escritor, logran calmarme. Estoy MUY nervioso e impaciente por mi viaje.

    Más tarde televisarán el clásico deportivo de mi país. Jugarán el Deportivo La Unión y el Atlético Santa Fe, en el estadio del primero, por la décima jornada de la liga de la primera división de fútbol.

    Me da igual quién se alce con la victoria. Eso sí, luego del resultado del partido, llamaré a alguno de mis abuelos, cuyo equipo haya sido derrotado por el equipo del otro, para picarlo. Ambos se burlan de mí porque mi equipo marcha sexto en la liga local. Así que, aprovecharé la ocasión que me da la jornada futbolística, para tener un pequeño momento de gloria y cobrarme la revancha con alguno de ellos.

    En mi casa nadie se encuentra en estos momentos. Mi hermano mayor ha salido con su novia a una fiesta con sus colegas. Mi hermana menor ha acompañado a mi madre a hacer las últimas compras para mi viaje. Y, mi padre, como siempre que toca un clásico de fútbol, ha decidido irse con sus amigos a ver el partido en el bar más cercano.

    Si fuera una jornada futbolística como cualquier otra en la que se juega un clásico, estaría tranquilo y relajado. Pero, la realidad es muy distinta. No veo las horas que el tiempo corra y me encuentre en frente de los evaluadores del San Lorenzo F.C. Mi corazón late de emoción y de nervios de sólo pensar en aquello.

    Quizás, con el comienzo de la transmisión por la televisión del enfrentamiento del Atlético y el Deportivo, las cosas cambien.

    Dispuesto a mejorar mi ánimo, bajo a la cocina a prepararme palomitas de maíz antes de que comience el partido de fútbol. Se dice que con el estómago lleno uno se olvida de las preocupaciones.

    Cuando estoy dispuesto a llenar el cazo con las palomitas para que se calienten en el horno microondas, una llamada telefónica me interrumpe.

    —¿Hola? —pregunto.

    —Buenas noches, ¿la familia Sanz? —contesta una voz femenina al otro lado del auricular.

    —Sí, es la familia Sanz. ¿Quién es usted?

    —¿Podrías pasarme con alguien mayor?

    ¿Alguien mayor? Odiaba que me dijeran eso cada vez que yo contestaba el teléfono. ¿Cuándo comenzaría a tener efectos sobre mí la adolescencia y a tener yo la voz más grave?

    —No hay nadie mayor en estos momentos. Mis padres y mi hermano Felipe han salido. Soy el único que está aquí —señalo malhumorado.

    —¿Cómo te llamas?

    —¿Cómo me llamo? ¿No cree que usted debe ser quien primero se identifique?

    Hubo una leve pausa. ¿Quién diablos era esa señora?

    —Tú debes ser Sebastián —dice la voz femenina en un tono muy serio.

    —Sí, soy yo. ¿Quién es usted?

    —Quizás no te acuerdes de mí. Soy tu tía Adela, hermana de tu abuelo Juan.

    ¿La tía Adela? Ese nombre me era conocido. Recuerdo que, años atrás, una mujer anciana me retaba a cada rato, porque odiaba que yo le rompiera sus macetas, cuando yo jugaba fútbol con mis primos en La Molina, ciudad donde ella y mi abuelo Juan vivían, cuando mi familia y yo íbamos a visitarlos. Más de una llamada de atención recibí por parte de mis padres y todo por culpa de esta señora. Claro que me acordaba de ella y no muy gratamente.

    —Ah, es usted, tía —dije desganado.— ¿Cómo está? —pregunté hipócritamente. Después de todo, era un pariente y debía aparentar que estaba interesado en ella.

    —Bien, niño. Quería hablar con Eduardo, tu papá, pero llamaré más tarde. ¿A qué hora llegará?

    —Mi papá no llegará hasta más tarde. Ha salido con unos colegas al bar a ver un partido de fútbol. Siempre que hay un clásico y es fin de semana, él se reúne con sus amigos para tomar cerveza.

    —¿Y tu madre? ¿Demorará mucho?

    —Ella no creo. Pero ha salido a hacer algunas compras porque mañana me voy de viaje a San Lorenzo.

    —¿Vas a viajar? ¿Por qué? —pregunta muy sorprendida.

    ¿De cuándo acá quería saber por qué viajaba? Esta pariente ni siquiera se había dignado en llamarme para saludarme por mi cumpleaños o en navidad, pero ahora parecía muy interesada en mí.

    —Voy a presentarme para unas pruebas en un club de fútbol —respondí de mala gana.

    No quería ser descortés con ella. Con lo entrometida y quisquillosa que era, ya me la imaginaba llamando después a mis papás para darle quejas de mí si no le respondía bien.

    —Creo que vas a tener a posponer tu viaje —alegó la mujer.

    ¿Posponerlo? ¿Quién diablos se creía esta señora para sugerir que tenía que retrasar mi viaje?

    —¿Y por qué debo postergarlo? —pregunté ya al borde de la paciencia.

    —Tu abuelo Juan ha muerto —contestó ella sollozando.
     
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