Y de pronto el pasado deja de ser sólo el ayer. Comienzas a serlo tú. Una parte de ti se queda con aquellos momentos, una parte de ti los guarda en un baúl para no abrirlos jamás. Sin poder tocarlos, sentirlos... sin poder uno embriagarse en la felicidad necia de saber que, ese momento preciso, es espectacular. Que tú yo del pasado quien lo vivió, no tiene la menor idea de lo que significa, pero el tú de ahora, con las manos atadas y un paño en la boca imposibilitando el habla, no puedes hacer ni decirle nada. No puedes gritarle, susurrarle, felicitarle o regañarle. Como te gustaría. Y de pronto entiendes las palabras de los viejos; esas que parecían sumergidas en vino tinto y, que eran, por lo demás, demasiado nostálgicas para ti. Y de pronto, creces. Tus pensamientos se amargan, se tiñen de un gris que jamás existió antes en tu paleta de colores. Ahí entiendes que la vida era eso que disfrutabas, pero que ya no puedes volver a palpar. De pronto... te hallas queriendo volver, como por arte de magia, queriendo despertar, vistiendo las mismas ropas que hoy son demasiado pequeñas para ti. [ Ahí, luego, entiendes que la vida es eso que se te está yendo por vivir en el letargo de un recuerdo.