One-shot White lighters [Gakkou Roleplay | Anna & Altan]

N/A: ayer mientras le comentaba unos fics a Pau se me ocurrió algo así, y estuve dándole vueltas hasta que dije fuck it. Es probable que haya hecho ooc en Altan, dunno, el pendejo aún es un misterio para mí (? Hitori te etiqueto porque soy esa attention seeker bitch, aunque probablemente fueras a verlo en algún momento anyway.
La softie Annita me encanta pero, if u ask me, soy super weak por esta pendeja mecha corta.

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White lighters
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Las voces bajas de los muchachos se aglomeraban sin problema alguno sobre el silencio. Eran ellos, las cigarras del parque, y quizás algún coche cruzando la avenida a demasiada velocidad. El humo se elevó al cielo y eché un vistazo alrededor, a la nube vaporosa que parecía rodearnos. Mucha hierba entre los dedos, muchas mechas de incendio entre los labios. Bueno, no iba a quejarme. A comparación de los idiotas con los que frecuentaba antes, los amigos de Kohaku eran mucho más tranquilos. Hacían lo suyo, bebían un poco, fumaban algo más, conversaban hasta la madrugada y luego cada quien marchaba a su casa. A veces rapeaban. Rei solía acompañarnos, ahora que la pandilla se había disuelto, y Subaru también.

Incluso Kakeru había aparecido un par de veces. Me traía sin cuidado. Se los veía bien a todos, y eso era lo que importaba. Me alegraba que hubieran sido capaces de sobrevivir a la hecatombe, puede que hasta mejor que yo. No lo sé, no tenía forma de confirmarlo y tampoco me apetecía preguntar exhaustivamente hasta aclararlo. Ya había decidido que me valdría de lo que había, confiaría en lo que me permitían ver a través de sus máscaras, y lo que veía estaba bien. Fin de la historia.

Esa noche, sin embargo, ninguno de ellos estaba ahí; sólo Kohaku. Me había echado en un banco del parque a mis anchas, con los pies sobre el regazo de uno de ellos, y los demás desparramados por ahí como les apetecía. Era un grupo algo variopinto, puede que a la luz del día dieran algo de miedo, puede que tuvieran algún que otro delito en sus historiales. Kohaku vendía hierba, después de todo. Me daba igual. Cuando todo se había ido a la mierda pensé que me desharía por completo de ese mundo de noche, de las nubes de humo, las conversaciones solitarias y las ruedas de las patinetas chocando contra el pavimento. Pero era parte de mí, ¿verdad? Cuando quise acordar ya estaba frecuentando a Kohaku en la tienda y, sin saber muy bien cómo, acabé acompañándolos en sus quedadas. Lo hice y lo hice, hasta que no me quedó alternativa más que aceptarlo: toda esa mierda también era parte de mí.

Una vez lo asumí, estuvo bien.

Ese parque era un punto más o menos habitual para pandillas, supongo. Casi nunca estábamos solos. Muchas veces, de hecho, teníamos asientos en primera fila para espectáculos de lo más variopintos. Los tipos solían volverse locos cuando ciertas mujeres aparecían y, mierda, se daban de lo lindo. La mejor parte era apostar por cuál de los dos quedaría en pie, o si se meterían más idiotas, o si alguno acabaría noqueado. Kohaku casi siempre acertaba y entonces tenía que comprarle la bebida que él quisiera de la máquina expendedora dispuesta en la entrada norte del parque, junto a los pubs de mala muerte y las luces intermitentes de la acera. No sé por qué seguía apostando con él si siempre perdía, supongo que nunca dejé de ser una cabeza dura e Ishikawa no contaba con la modestia suficiente para evitarme vaciar los bolsillos. Su filosofía era bastante clara: si sabías en lo que te estabas metiendo, ¿por qué involucrarse? Tenía ciertos límites, pero en general era bastante cabrón.

En fin, yo le había apostado al grandote de los tatuajes y chasqueé la lengua cuando el jodido imbécil cayó redondo en el césped, incapaz de mover un músculo a voluntad. Vi la sonrisa triunfante de Kohaku apenas por el rabillo y bufé.

—¿Lo de siempre? —inquirí, incorporándome del banco y colocándome los cascos. No era un recorrido tan largo, pero igual me gustaba ir escuchando música.

O quizá fuera más apropiado decir que no soportaba el silencio.

—Sip. Gracias, An-chan~

No respondí, sólo me fui con las manos en los bolsillos de la chaqueta. Era una buena noche de verano, pero la brisa molestaba un poco y no tenía ganas de cagarme de frío.

Llegué sin problemas a la máquina, metí las monedas y saqué las dos latas. Té verde y Coca Cola. Iba volviendo por el camino de grava, tamborileando los dedos al compás de la canción, cuando se me dio por alzar la vista hacia la derecha y vi su espalda. Era una estúpida y no necesité más que eso para saber que se trataba de él. Estaba sentado sobre una parecilla, rodeado de unos cuantos idiotas con pintas dudosas; no es que fuera quien para juzgar, pero se veían peor que los amigos de Kohaku, cuanto menos. Suspiré, suspiré con fuerza porque no dejaba de ser una estúpida y antes de poder debatirlo conmigo misma, mis pasos ya habían virado. No me quité los cascos.

i could use some magick
c’mon crowley, let me in​

Sólo aparecí frente a él, como hacía todo en la vida. Era una jodida impulsiva y esa noche, verlo allí me tocó un poco los cojones. Se suponía que la Anna de la escuela lidiara con toda esta mierda, ¿qué hacía el cabrón en mis espacios seguros?

Se lo notaba confundido y no podía culparlo, supongo, si en la escuela era una bola de energía positiva y cariño. Una especie de niña sobrecargada, una princesa de chicle, habían dicho en la cafetería aquella vez. ¿Y qué iba a hacer una princesa allí, de noche, con ropa negra, el cabello suelto y un porro a medio acabar en el bolsillo?

Esa era la cuestión.

No era ninguna puta princesa.

—Hey, handsome.

La canción había quedado en loop y seguía oyéndose por los cascos que dejé caer sobre mis hombros. Los idiotas con los que estaba guardaron silencio un momento al verme, apenas antes de empezar a hacer comentarios prefabricados. Eran tan jodidamente predecibles.

—¿Tu hermana menor, Sonnen? —soltó uno, con sorna.

Giré medio cuerpo hacia él, sin despegar los pies del suelo, y le sonreí con los labios apretados.

—Ya quisieras que fuera tu hermana menor. Seguro te la tiras y todo.

Los demás enardecieron la respuesta y se colaron algunas risas por ahí, mientras le sostenía la mirada a aquel cabrón. No dijo más nada, realmente, sólo me fulminó y se empinó la botella de… lo que sea que estuvieran tomando. Era una marca demasiado cara de vodka para ser, de hecho, eso.

—¿Qué haces aquí, Anna?

Me volví hacia él, casi en cámara lenta. Era una buena pregunta, ¿no?

—Te vi y pasaba a saludar~ ¿Todo bien?

Apenas asintió.

—¿Andas con Ishikawa?

Alcé los brazos hasta el cielo, una lata en cada mano, y me incliné ligeramente hacia el costado al estirar todo el cuerpo.

—Sip, estamos por allá haciendo apuestas.

Repasé sus movimientos mientras él le daba una calada al cigarro que llevaba encima y mis ojos viajaron por su silueta en general antes de que volviera a mirarme. Era un hipócrita, ¿no?

Y yo una puta niña malcriada.

—¿Apuestas de?

—¿Ves a los idiotas de allá? Fijo noche por medio se van a las manos. Decimos cuál de todos cae antes.

—¿Y asumo que perdiste?

Le echó un vistazo a las latas que llevaba entre manos, mientras liberaba el humo lentamente. Yo me sonreí, divertida, y me encogí de hombros. Puto genio.

—¿Qué puedo decir? Kohaku tiene un sexto sentido o algo así. “Las vibras”, les dice él.

Se permitió una risa breve, baja, que vibró en su pecho y me lanzó un chispazo al centro del cerebro. Me tocaba los cojones.

—¿Y tú? —agregué, acercándome un poco más a él—. ¿Qué haces~?

Detalló mis movimientos de reojo y podría jurar que se tensó un instante, pero no estaba segura. Nunca podía adivinar lo que el cabrón estaba pensando.

—Nada —soltó, encogiéndose un poco de hombros—, matando el tiempo.

La música seguía sonando por mis cascos y apoyé las latas en la parecilla junto a él, para extender mi mano a la espera. Él enarcó una ceja.

—Pásamelo —pedí con voz suave, aunque cierta firmeza se coló por detrás.

¿Podría notarlo? Mi escasa a nula paciencia.

La chispa capaz de iniciar un incendio.

No le dio mucha relevancia, sin embargo, sólo le dio otra calada y me lo alcanzó mientras soltaba el humo. Por un momento creí que iba a negármelo, pero no tenía por qué, ¿verdad? No era una de sus princesas, al fin y al cabo.

Sonreí con cierta suficiencia antes de llevarlo a mis labios e inhalar. Era un cigarro liado a mano, sólo filtro, papel y tabaco, así que me venía bien. No soportaba los industriales, sería capaz de agarrar el atado de cualquiera y pisotearlo hasta destruírlo. Joder, eran puro cáncer.

Le eché un vistazo al parque mientras soltaba el humo y Altan no me lo pidió de regreso. Sólo se quedó ahí, en silencio. Desde mi posición podía ver a mi grupo de amigos y la cabeza cian de Kohaku brillando bajo las luces del parque con cierta fosforescencia. Me volví hacia Sonnen, algo rezagada, y chasqueé suavemente la lengua. Se había apagado.

—Ah, ¿me pasas? —pedí, ladeando la cabeza—. Tu encendedor.

Estiré la mano mientras él rebuscaba en los bolsillos de su chaqueta, y cuando me lo alcanzó lo así de la muñeca para bajarlo de la parecilla. Fue un simple movimiento, rápido y conciso, que tensó su cuerpo y le hizo fruncir el ceño. Le robé el encendedor por entre los dedos y quitó el brazo casi por reflejo, pero ya me había acercado lo suficiente a él. Al menos, los borcegos que llevaba me permitían estar unos cuantos centímetros por encima de lo usual.

Iba a quejarse, estuvo a punto de hacerlo, pero se tragó las palabras cuando deposité entre sus labios su cigarro. Hice lo mismo con el mío, y me acerqué lo suficiente para encender ambos con el mismo pequeño incendio.

Chispazo.

Fumó con movimientos mecánicos, su atención estaba puesta sobre lo que yo tenía en la boca. Lo había notado, ¿eh? Que no era tabaco.

Lo dije muchas veces, ¿verdad? Que no soy una puta princesa.

Pero ninguno de ustedes parece hacerme caso.

Me sonreí, conteniendo el humo en mi boca, y alcancé su mejilla con la punta de los dedos. Los mechones rebeldes de ciénaga me hicieron cosquillas. Él ya había bajado su cigarro y usé el pulgar para entreabrir suavemente sus labios, liberando justo allí el humo denso, blanquecino, de la hierba. Creí que iba a apartarme de un manotazo, la verdad, pero quizá estaba comportándome tan diferente a lo usual que seguía intentando procesar la información en ese cerebrito suyo de niño genio.

Me alejé casi de un salto, como si me quemara, y le lancé el encendedor de regreso. Lo atajó sin problemas. Se lo veía molesto, o confundido, o incómodo; quizá todas. Quién sabe.

—Pésima elección, Sonnen. Da mala suerte, ¿sabías? —Le di otra calada al porro y sonreí—. El mito del encendedor blanco, todos los idiotas que murieron en el 27 Club con uno de esos en el bolsillo. Te lo dije el primer día, ¿verdad?

Rebusqué en mi bolsillo y saqué mi propio encendedor, era igual al suyo. Una risa suave vibró en mi garganta.

—Estamos meados por la misma manada de elefantes.

En la puta vida ese imbécil iba a mirarme. Le iban las princesas, después de todo. Por eso estaba enamorado de Jez.

Y se había liado con Kurosawa.

Y se estaba comiendo a Konoe.

Hacía y deshacía, me movía por impulsos y apenas dejaba tiempo para reaccionar. Así era yo, así había sido siempre, en especial cuando tenía miedo; y ahí, frente al idiota de Altan, estaba cagada hasta las patas. Joder, podría haberlo besado, ¿no? Estuve a un puto centímetro de su boca.

Pero estaba aterrada.

¿Y si me rechazaba? Iba a rechazarme, estaba segura y no iba a poder soportarlo.

—Nos vemos por ahí —le dije, recogiendo las dos latas, y ejecuté una reverencia bastante decente—. Diviértete con tus muñecas, senpai~

Era una imbécil resentida y estaba hasta los cojones, y a pesar de todo le lancé la lata de té verde antes de marcharme. No esperé nada a cambio.

Porque era esa idiota.

Cuando regresé junto a los chicos, me desplomé sobre el banco y apoyé la cabeza sobre el regazo de Kohaku. La cascada negra y rosada se desparramó por doquier y él la acarició casi por reflejo.

—¿Hmm? —murmuró, confundido, al observar la lata de Coca que le había extendido.

Alcé la mirada al cielo y solté un bufido, desinflándome el pecho de golpe. Mierda, el corazón me iba a mil por hora.

—No había té —mentí.