Viaje reiterado Treinta minutos, una o dos horas. Ida, pero sobre todo de vuelta. Aquella ruta se volvió cotidiana, ese copia y pega de los cerros, esos paisajes comunes, ¿Cómo podrían distinguirse las llanuras, todas verdes, todas coronadas con los montículos de tierra, algunas tapadas con cortinas de frondosos árboles al borde de la carretera? Dos horas, a veces una. Mínimo treinta minutos. Alzo la mirada. Solo es un cerro como cualquier otro... Pero mi corazón distinguen con mis ojos esa diferencia que mi cerebro, sin siquiera distinguirlo, almacenó. La corazonada. Google Maps, pasé aquel punto especial. Llamo a papá, me irá a recoger a ese cruce de carreteras, a ese peaje, aquel lugar de llegada, mediado entre mi casa y la gran ciudad. Acerté con solo verlo por una fracción de segundo. Lo mundano se vuelve cotidiano y nuestra cotidianidad es única. Casi mágico, cuánto menos increíble.