Vampiros

Sé que esta historia parece un prólogo, pero no lo es. Son tesoros que encuentro escritos a lápiz en mi habitación, tiene tantos años que ni siquiera recuerdo por qué lo escribí, pero lo dejo a vuestra imaginación ^^.



Los árboles luchaban contra su propia pereza a la hora de dejar caer las hojas secas, como si incluso ellos sintieran el sopor de la tarde. Texas podía convertirse en el lugar más caluroso del planeta en pleno mes de junio. No había brisa, el aire permanecía inmóvil sin mostrar una pizca de comprensión por los presentes, sin traer alivio para los más de 40ºC a la sombra. Evan Weasley parecía ajeno a la incomodidad de su hermano. Vestido de luto riguroso, observaba el entierro, con la cantidad apropiada de aflicción en el rostro.

Todos los demás asistentes se revolvían inquietos, incómodos, balanceándose de un lado a otro y abanicándose con lo que tuvieran a mano, en la mayor parte de los casos con la esquela. Un pedazo de papel para recoger los nombres de los familiares, los agradecimientos y una oración, algo un poco tétrico, en opinión de Dean Weasley.

Resultaba gracioso observar a la gente en un funeral. Los más allegados se situaban en primera fila, temblando y sollozando, inundando el ambiente de olor a sal y humedad, mezclado con el sudor de los que, en segunda fila, se empeñaban en sentir una aflicción inexistente. Trataban de consolar a la familia y a los amigos, consiguiendo únicamente que éstos se vieran obligados a fingir que aquello los ayudaba mientras deseaban interiormente encontrarse a solas en casa para llorar a gusto.

Los de las últimas filas ni siquiera se molestaban en mirar disimuladamente el reloj, incluso el sacerdote se ajustaba la sudorosa sotana. Un teatro en vivo, a Dean le gustaba observarlos en la distancia, pero no allí, prácticamente pegado al cadáver, el cual parecía descomponerse a una velocidad descomunal, a juzgar por el olor.

A su alrededor nadie más parecía percibirlo, estúpidos humanos. Evan se volvió hacia su hermano con una mirada furibunda, probablemente debido a la sonrisa que acababa de escapársele. Pero no debía preocuparse, ninguno de aquellos humanos llamaba la atención de Dean, sólo uno de ellos parecía interesante. La había visto seis meses atrás, en el funeral de un hombre al que un vampiro había asesinado (su amigo Charles, cómo no). La misma semana se la había encontrado en la cafetería del centro de Nueva York que solía frecuentar Evan, y desde entonces aparecía en los alrededores cada dos semanas más o menos, sin importar el lugar en el que se encontraran.

Su diminuto cuerpo parecía necesitar unas cuantas comidas jugosas, pero era atractiva para los estándares humanos. El pelo lacio y rubio se encontraba recogido en improvisado moño, aunque Dean sabía que se lo había dejado crecer en los últimos meses. Era tan fino y ligero que a veces formaba ondas. Parecía una muñeca capaz de romperse al mínimo golpe. Lo único destacable en ella eran sus ojos, aquellos enormes y brillantes ojos azules de muñeca.

Ella no lo miraba directamente, pero Dean sabía que había percibido su presencia. Cada paso que lo acercaba más a ella la hacía tomar aliento profundamente, como si luchara consigo misma contra el impulso de salir huyendo. Ella sabía que él era un vampiro, y él se había cansado de observarla. La abordaría al finalizar el entierro, y ella no conseguiría escapar antes.

Un ruido lo distrajo, y también una mano en su hombro. Se encontró cara a cara con la mirada de advertencia de su hermano. A su alrededor la gente había comenzado a incorporarse, de ahí el alboroto de voces y sillas moviéndose. Miró a su alrededor, la chica había desaparecido. Molesto, Dean respiró profundamente para captar su esencia, e inmediatamente después se dirigió al aparcamiento.

Evan no trató de impedírselo, una lucha entre vampiros no parecía lo más apropiado. Miró al cielo rezando sin palabras, aunque sabía que sería absurdo. La chica estaba perdida.