Microrrelato Una simple muñeca más.

Miraba desde su ventana la lluvia caer. Era tan mágico, tan maravilloso.

—¿Qué haces Marie? —irrumpió en su cuarto una mujer, de tez blanca, ojos grises y cabellos rojos —. Deja de perder el tiempo. Tu padre está muriendo en un hospital y tu solo quieres ver la lluvia y jugar con esa estúpida muñeca, ¡que idiotez niña! —gritó la mujer enfadada mientras la sujetaba con fuerza del pequeño brazo, la arrastró fuera de la habitación y la sentó en una banquita para que orara junto a ella, por la vida de su padre.

Ella no dijo nada, sujetó con más fuerza su muñeca de trapo, a la cual nunca soltaría, jamás.
Miró el suelo, ¿era verdad?, ¿tenía que preocuparse por su padre?, ¿Orar por él? Aquel hombre que nunca la amó, que siempre le pegaba y que en sus ocho años de vida no hacía nada más que tocarla y decirle lo poco que significaba para él.

—Eres una basura, no sirves para nada.

Volvió a escuchar dentro de si esa voz, tan fuerte, tan imponente que siempre la hacía temblar. Apretó con más fuerza su muñeca, era su única amiga, la única que le hacía sentir felicidad; bueno, su muñeca y la lluvia, porque siempre que veía una gota caer sentía un estasis, una paz, una armonía; pero ninguna persona la entendía. Estaba cansada, atrapada, viviría allí para siempre; con su madre y su padre, ambos haciéndola infeliz. Ella para ellos, era solo una simple muñeca más.