Prólogo El ruidoso motor de la camioneta hizo que despertara de mi sueño para volver a la realidad. El sol calentaba de una manera a la que yo no estaba acostumbrado. El olor y sudor de los demás acompañantes hacen que me gire hacia el lado de la ventana esperando que alguna brisa de aire despejase mi nariz de aquel mal olor. Miraba el paisaje con poco interés, poca vegetación, animales peligrosos como leones y leopardos, no mucho de mi agrado por lo que suelo bostezar bastante de aburrimiento. —Vamos Carlos, arriba ese animo, es una ocasión única— dice una voz detrás mía. —Si, una ocasión para morir de aburrimiento, ¡qué tostón! —exclama mi compañero. —Profesora, esta excursión a este lugar alejado de la civilización no me gusta—se queja el chico que se sentaba al lado del conductor. —David y compañía dejad ya de quejaros—ordena en un tono autoritario la profesora. Estamos de excursión de final de curso y habíamos decidido marchar a uno de esos lugares donde la pobreza es muy grande y la civilización no existe prácticamente. Iba con David, un chico un poco loco pero muy divertido y sociable, luego estaba mi compañero Alex el cual te podía partir de risas con algunas frases, la profesora un tanto mayor de nombre Elena y finalmente otro compañero de nombre Ramón. El conductor nos avisa de que pronto llegaremos, y si, fue a los diez minutos del aviso. Bajamos despacio, tenia las piernas dormidas y trataba de despejarme. Miraba a mi alrededor mientras esperaba a los demás, realmente el panorama era triste, nunca había estado en un lugar tan empobrecido, las niñas iban descalzas y los ancianos parecían tener incluso muchos más años de los que deben tener. Siento un toquecito en mi hombro, me giro y veo que David me pasa mi mochila, la cojo y la cargo en mi espalda. Nos instalamos en una casa de dos plantas, digo casa porque no era hotel, por lo menos la habitación era fresca debido a la sombra del lugar. —Buf!, por fin sombra—dice Alex tumbándose en la cama a descansar. —Este lugar es horrible, ni tele, ni videojuegos ni chicas—dice un David muy desanimado. —Podrías parar de quejarte, llevas todo el camino así—comenta Ramón sentándose en la cama. Mientras yo me relajaba y me unía a ellos, podía oír el griterío proveniente de la calle. Lo que sucede a continuación lo recuerdo de manera borrosa, un sonido que provenía del aire hizo que nos levantáramos a media noche asustados y nerviosos. Unas explosiones que venían de fuera hicieron que mirásemos por la ventana, el pueblo estaba en llamas, y fue cuando vimos el avión pasar por encima de nosotros y sentir que todo se venia abajo, en poco tiempo estaba bajo una manta de escombros y polvo. Continuara…
