Entré en el restaurante retocando la corbata de mi traje, observando mi cabello por cada espejo por el que pasaba para poder colocarlo, alisando con la mano cada arruga inexistente que mis ojos imaginaban a cada segundo. El ramo de flores en mi mano temblaba ligeramente, pero el agarre no perdía fuerza. Estaba tenso, no dejaba de mirar cada minuto el reloj de pulsera que portaba en mi muñeca, para luego volver a revisar cada mesa a mi alrededor para intentar encontrarme con ella. Dejé escapar un profundo suspiro cuando el camarero me condujo hacia la mesa que había reservado, viendo que ella no había llegado aún, y por lo tanto, yo no había llegado tarde esta vez. No hubiese sido adecuado hacerla enfadar antes de la velada, los ánimos ya estaban caldeados de por sí, y con esta cena buscaba destensar el ambiente. Mi mirada curiosa comenzó a recorrer cada rincón de aquel lugar, posando discretamente mi atención en la multitud de parejas que aquella tarde disfrutaban de una bonita velada. No podía desanimarme: las parejas siempre pasaban por baches. "Me dice que soy yo que ya no soy lo suficiente. Me dice que estoy loco ante los ojos de la gente". Mi cabeza no dejaba de reproducir las severas palabras que me dirigió el último día que nos vimos. Apoyado en el respaldo de mi asiento, viendo como los comensales iban y venían, y los camareros se detenían multitud de veces para preguntar por mi pedido, la tarde empezaba a pasar frente a mis ojos. Pero yo no me percataba de ello. No podía dejar de ver su rostro cada vez que cerraba los ojos, cómo se volvía y me daba la espalda con hastío. Mi corazón volvía a sentir el despecho y la desazón que cada palabra que salía de sus labios me provocaba. ¿Por qué? ¿Qué había hecho mal? Le había tratado lo mejor que podía, siempre estuve dispuesto a escucharla, a ayudar a que se desahogase. Siempre estuve a su lado, nunca la dejé sola. ¿Por qué ahora... nada de lo que hacía parecía ser suficiente? "Porque te quiero a morir si no estoy contigo. No puedo respirar, me duele no estar vivo". No me di cuenta de cuándo la claridad del exterior desapareció para dar paso a la noche. Con la mejilla apoyada en la palma de mi mano, y la mirada perdida en algún punto de la mesa, esperé. Probablemente hubiesen pasado horas, podía sentir la mirada de los camareros clavada en mí, viéndome con una mezcla de cansancio y pena. Como quien veía a alguien al que le habían rechazado. Pero yo... Yo no podía replantearme siquiera esa opción. Julia no apareció esa noche. Pero mi corazón sabía que acabaría haciéndolo. No lo hizo al día siguiente, ni la semana siguiente, ni al mes siguiente. Julia no volvió a aparecer más. Solo pude arrastrarme, triste y adolorido, en busca de un rinconcito en el olvido.
