One-shot Un héroe | Samurai Sensö

Eran cuatro los niños que corrían por el río que atravesaba su pueblo. Habían jugado toda la mañana escapando a los deberes matutinos y ahora, acostados en el césped, admiraban las nubes y les colocaban formas. Una estrella. Un águila. Un samurai.

—¿Podremos ser samuráis? —preguntó el de la derecha, viendo cómo la nube con forma de guerrero se disipaba poco a poco.

—¡Claro! Pero tenemos que ser más fuertes. —contestó el de la izquierda.

—¿Y cómo escribir en chino nos va a hacer más fuertes? —preguntó entonces Kenzaburô con la inocencia de la edad mientras masticaba un palillo.

—¡Los samuráis son inteligentes! —bravó el cuarto, levantándose un poco. —¡Por eso son tan fuertes!

—No. Son fuertes por que manejan una espada. —dijo Kenzaburô.

—Se dice katana. —intervino el de la derecha. —Son distintas.

—¿Y que hay de distinto entre una espada y una katana? —inquirió Kenzo.

—¡Las espadas son para los que no son samuráis! —gritó sin estar muy convencido el de la izquierda. —Y las katanas son para los samuráis.

Todos se mostraron de acuerdo y se quedaron en silencio mirando las nubes. Con los sueños y planes de la edad, queriendo ser adultos cuando ignoraban que a sus ocho años era la cúspide de la inocencia, donde los anhelos eran fuertes, los enamoramientos hasta el infinito y no había más preocupación de pensar con qué jugar.

—Yo seré samurai. —dijo Kenzo, moviendo el palillo de un extremo del labio al otro. —Y seré fuerte e inteligente.

—¡Pero tú ortografía china es muy mala! —se burló el cuarto.

—No importa. Japón es muy grande y no necesito ir a China.

Todos se mostraron de acuerdo nuevamente. El de la izquierda se levantó un poco y le preguntó a su amigo.

—¿Y qué harás cuando seas samurai?

—Protegeré el pueblo. Y todos me van a saludar e incluso no será necesario seguir robando pastelitos a la señora Li. Ella me los va a regalar por ser samurai.

—¿Y si hay malos en el pueblo? —preguntó el de la derecha.

—Los echaré con mi katana; ¡así! —y se levantó de golpe y movió una katana invisible que admiró a sus amigos. Uno de ellos se levantó y juntos hicieron un duelo que Kenzaburô resultó victorioso. El pequeño atravesó con su katana invisible a su amigo en una pierna y éste cayó teatralmente al suelo mientras el resto aplaudía.

—¡Tienes que matarme! ¡Soy el malo! —dijo la víctima desde el suelo, exagerando gritos de dolor.

—No, porque los samurai son buenos y siempre dan segundas oportunidades. Por eso siempre tienen amigos y son invencibles. —le dió la mano y éste, dejando atrás el escenario de muerte, se puso en pie. —¿Ven? Ahora somos dos samuráis.

—¿Y si hay más malos? ¿Mas que tú y tu nuevo amigo? ¿Que harás?

Kenzaburô se quedó en silencio, sintiendo la mirada de sus tres amigos. Movió su katana invisible mientras hablaba:

—Entonces moriré luchando hasta la última gota de sangre, como mueren los héroes.