El ambiente se tornó tenso, no sabíamos cómo continuar sin lastimarnos más. Era un sentimiento inefable, si hacía unos minutos nos encontrábamos dispuestos a preparar una fiesta sorpresa para tu hermana menor, ¿por qué nos exaltamos y arrojamos todo por la borda?, ¿por qué nos comportábamos tan estúpidamente? Presioné mis manos, hundiendo mis uñas en las palmas. No podía permanecer en esa sala. Tus padres en cualquier momento podrían regresar de su cita, y no sería lo correcto que me encontraran ahí con mi expresión inescrutable. Giré, y tomé mi abrigo intentando no pensar en las palabras que nos lanzamos como hechizos asesinos. Al acercarme a la puerta, vacilé una fracción de segundo. Creí ingenuamente que volverías hacia mí y recogerías los pedazos de mi corazón, y solucionaríamos los altercados de esa noche, pero erré con mi ilusión. Permaneciste atrás, en el mismo lugar, sin impedir mi huida; porque eso hacía, huía de mis temores, huía de nuestro silencio, huía del enfrentamiento verbal que nos cegó hasta dejarnos devastados, huía y me maldecía por dentro, me maldecía por no ser lo suficientemente bizarra para disculparme. Ahora estoy en el interior de un taxi, con la barbilla en alto y conteniendo las lágrimas porque sé que ya es demasiado tarde. Hemos perdido nuestra relación, y no hay nada más que decir que un desdichado adiós.