Game of Thrones Tyrion en el lecho

Aclaraciones: Escrito hecho para la actividad: Frasemanía.
No sabía qué genero colocarle xD así que le puse comedia, pero no contiene mucho.
Advertencias: Contenido que puede llegar a ser ofensivo para algunas personas (lenguaje vulgar y referencias sexuales).

Tyrion en el Lecho​

Lo echaron del prostíbulo por ya estar borracho, al punto de perder la conciencia. Se había sobrepasado con algunas cortesanas y las pobrecitas se habían "ofendido". El enano refunfuñó enojado, amenazó de muerte a varios nobles que se encontraban allí y hasta invocó el nombre de su padre para que le temiesen en aquel lugar infestado de ratas perfumadas. Pero no, no hubo caso, lo terminaron corriendo mientras le proferían insultos y demás idioteces.


Tal vez si hubiese estado sobrio podría haberles contestado con inteligencia y astucia (o tal vez sarcasmo), pero su estado era tan deplorable que su mente ya no procesaba ni una sola palabra. Veía todo borroso y la cabeza le daba vueltas y vueltas. Podía ver nítidamente el rostro de su padre mirándolo con reprobación, con asco. Rio como loco y canturreó una vieja canción que ya nadie recordaba... ¡Que Tywin Lannister se pudriera, por la gloria de los Siete! Ya no le importaba que su padre lo viera como un monstruo, ya no importaba nada.


Y así, balanceándose sobre aquellos viejos adoquines, la noche estrellada envolvió a Tyrion, invitándolo a seguir pecando ante los ojos de los dioses, tentándolo como nunca antes lo había hecho.


Las calles de Desembarco del Rey estaban sucias y mugrientas, los mendigos se sentaban a dormitar en las esquinas, y los ladronzuelos aprovechaban para colarse en las casas y hacer de las suyas. Entonces... ¿qué podía hacer un Lannister borracho con una bolsa llena de dinero en la ciudad más putrefacta de Poniente?


No, putas caras otra vez no.


Pero putas baratas sí.


Era increíble lo que podía hacer una mujer por unos centavos, y más si servían para alimentar a su pobre y hambrienta familia. Tyrion caminó como pudo, tratando de mover esas pequeñas e inútiles piernas que tenía con más rapidez, exigiéndoles más de lo que podían; y decidió tomar rumbo al Lecho de Pulgas.


Oh, el Lecho. Dulce y asqueroso Lecho, infestado de pobres y bandidos, de carniceros malandrines y la comida más asquerosa que alguien pudiese probar. Pero era el hogar de las mujeres más fáciles, de eso no cabía duda. Eran todas feas, llenas de verrugas y con un olor a gato muerto tremendo, pero sabían complacer por unas cuantas migajas. De vez en cuando uno podía encontrarse con una "joyita" escondida bajo harapos y mugres, pero eso sólo ocurría una vez en la vida. Las jóvenes hermosas del Lecho de Pulgas eran automáticamente llevadas a trabajar en los burdeles más caros de Desembarco del Rey, en donde las limpiaban, maquillaban y vestían, dejándolas aún más bellas que algunas nobles damas de la corte.


Pero eran caras.


Entonces, llegó prácticamente arrastrándose a un conjunto de destartaladas casitas y allí se derrumbó. Las cucarachas se subían a sus piernas y se le metían en los bolsillos y en los pliegues de la ropa; le llegó el fétido olor a carne en descomposición, el cual le dio arcadas, así que se inclinó y vomitó. Alcohol, alcohol y alcohol; los restos de una noche alocada quedaron esparcidos en el suelo, como la prueba del pecado cometido.


Ni siquiera se movió luego de vomitar. Quedó allí tendido, muerto de cansancio y con un dolor de cabeza tremendo. Miró a su alrededor, y sólo vio cosas borrosas, excepto una pequeña figura sobre él. Una rata blanca, de ojos rojos y bigotes largos. Asqueado, cerró los ojos.


—Vete, plaga, que este enano borracho no tiene nada para ti—le dijo en un susurro mientras trataba inútilmente de apartarla con una mano temblorosa. Pero aun así, la rata se quedó allí, mirándolo extrañada. Por arte de magia, y cuando estaba por derribar a la blanca de un manotazo, apareció otro roedor, esta vez gris, y atrás, uno más, pero negro. Parecían igual de interesados en Tyrion como su hermanita albina.


Volvió a reír. Las cosas alocadas que pasaban por su mente le impedían pensar con claridad, pero antes de caer inconsciente, miró a la rata blanca, la primera en llegar y le dijo:


—Ya sabes lo que dicen: dos son compañía; tres es una fiesta.


Y cerró los ojos, sumiéndose en un sueño profundo como el Aguasnegras.