Ouran High School [Two-shot] A la misma hora, en el mismo lugar (Haruhi/Hikaru)

[NOTA: Este fic está basado en una canción de Pimpinela con el mismo título que el del fic]

Primer acto​

Había un gentil joven de 25 años, de cabellos rojos claro y de hermosos ojos dorados. La familia de éste eran sus padres, su hermano gemelo y su esposa. Su esposa era también una encantadora chica de 25 años, de enormes ojos y cabellos castaños cortos. A ella sólo le restaban su esposo y su padre cómo familia; pues cuando era niña su madre falleció. Ellos se conocieron desde los 16 años; y aunque no supieron desde el primer momento lo mucho que significaban el uno para el otro, terminaron uniendo sus vidas en matrimonio a los escasos 22 años.

Pese a llevar tres años de lo que aparentaba ser un feliz matrimonio, el hombre vivía una cruel mentira día a día desde hacía casi dos años. Cada tarde, él salía supuestamente a trabajar. A dónde en verdad iba, su esposa lo desconocía. Por las tardes, siempre a la misma hora, siempre en el mismo sitio, él iba a ver pasar a la que llamaba "el amor de su vida". Si puede existir algo más triste, es que siempre la ve pasar abrazada de otro hombre que no es él. Y después de admirarla, va al mismo bar, se sienta en la misma mesa, y deja a su pobre y desgastado corazón llorando por aquel amor que lo agotaba con el lento paso del tiempo.

Por las noches, volvía a casa; como volviendo de trabajar. Su esposa lo recibía con un beso, una caricia, un abrazo; más no lograba desaparecer esa mirada ausente en su rostro, que siempre tenía al pensar en aquella mujer.

Luego por las noches se recostaba en la cama, miraba al techo y abrazaba su almohada tratando de sacársela de la cabeza.

Su esposa voltea con él para abrazarlo y hacerle la pregunta que de costumbre le hacía.

"¿Qué te pasa?"

Él la aparta gentilmente dando un suspiro y le dice: "Nada, hasta mañana".

Continuará...

 

Segundo acto​

Pasó el tiempo. Aquel hombre seguía la misma rutina todos los días. Siempre en el mismo sitio, siempre en el momento exacto; siempre sufriendo al verla pasar con otro que no era él. Un día como cualquiera, hizo un cambio en aquella rutina: un cambio que parecería muy pequeño, pero que llevaría a un suceso muy grande.​

Fue al bar acostumbrado; tomó el asiento de siempre; pidió la misma bebida. Sacó una pluma y una hoja muy doblada en el bolsillo de su camisa y se dispuso a escribir. Desahogó los pensamientos que se reservaba para sí desde hace casi dos años. Era básicamente una carta de amor; que contenía todo lo que deseaba hacerle saber al amor de su vida.

Por la noche volvió a la casa, y retomó la rutina: un beso, una caricia de su esposa, mientras él sostenía su mirada ausente. Pero esa noche no tuvo su insomnio usual, ni se oyó la acostumbrada pregunta de su esposa. Ella se quedó profundamente dormida. Él tomó una decisión.

Esa noche, se levantó de la cama en silencio: tomó una maleta y guardó sus pertenencias de mayor valor. Después se paró junto a la cama y contempló a su mujer. Le puso la carta que había escrito aquella tarde; la que iba dirigida a el amor de su vida, a ese amor infiel, a la mujer que tanto amaba. Salió de la casa con el máximo sigilo y caminó lentamente lejos de ahí: marchándose en aquella noche de Domingo para no volver jamás.

Y lo que es en verdad acostumbrarse a la rutina: aún tratando de olvidarla, aún tratando de seguir con su vida, cada tanto la veía pasar con aquel hombre... A la misma hora, en el mismo lugar.

FIN​