Tres Libras (Fantasía| Ciencia Ficción)

La calma llama a los cautos a poner los puños en alto, llama a todos aquellos que en algún momento perdieron lo que les vendían como tranquilidad y lo sustituyeron por la alegría de sobrevivir el día a día como la naturaleza les dictaba.

Una hoguera encendida, un fuego que atraía a las polillas embobadas con el resplandor del calor abrazador en las noches del invierno más crudo que llegaba.

Así es la ciudad de las Tres Libras. Hogar de los más ricos, de los privilegiados, de todas aquellas personas que nacerán y morirán sin saber lo que es la desesperanza de la hambruna, pero a su vez la cueva de vagabundos y pequeñas prostitutas adictas a la noche y al pútrido dinero.

Desde hace años que Tres Libras se movía con los engranajes de la empresa “Corpos”, una compañía dueña de más de la mitad de la tecnología existente en el planeta, dueña de las grandes máquinas que opacaban al sol y relucían brillantes y vaporosas bajo el velo del humo que abrigaba el cielo. Eran los amos de los soldados del ejército y la entidad sin rostro que significaba para muchos una nueva deidad construida de metal y de puertas de vidrio.



En Tres Libras era fácil encontrar pandillas desde que el reactor del sector Norte voló por los aires, dejando cientos de niños sin padre, demoliendo hogares y dejando a la gente a oscuras en su propia ciudad, llevando lo mejor de la ciudad y cubriendo cada pequeño sector del cielo con una nube de un morado grisáceo que jamás desaparecería.

Sin posibilidades de surgir, y sin respuesta ni el interés de Corpos por mantener escuelas abiertas en el sector, todo ha quedado ocupado por armas en manos de los mismos niños que les prometieron un futuro de juguetes y educación, de aquellos niños que vieron como sus hogares desaparecían tras vigas de metal torcido. Esos niños que ahora pelean entre ellos por comida, por reputación, por sexo, y muchos por el simple hecho de sobrevivir. Algunas pandillas se conformaban por grupos de chicos que vendían droga en las calles y asesinaban en las casas a familias que dormían. Otras simplemente trabajaban con mujeres, incluso sus propias madres, prostituyéndolas en los sectores más adinerados.

Era una utopía de proporciones Marxistas en las veredas sin luz del Sector Norte, o como muchos lo llamaban: El Nido de las Brujas.

Nuestra historia empieza allí, en ese Nido, con un joven corriendo con el corazón saltando en su lugar, agitado y con un brazo colgando a un costado que terminaba en una mano destrozada y sangrante. Unos ojos saltones que llenaban lo que miraba de una sombra de angustia, su respiración se cortaba y se agitaba escapando de su cuerpo tembloroso sin deseos de volverse a mirar sobre su hombro. Detrás de él se escuchaba un trotar de algún animal, ciertamente el joven escapaba de aquel animal, que por su correr no estaba lejos de él. Pronto una pared fue la que determinó el destino de aquel muchacho de rubia cabellera. Trató de esconderse entre la basura, rezando para que la bestia no lo encontrase, pero su respiración no era sigilosa y su olor, para un animal, era fácil de detectar.

Se escuchaba, en la entrada del callejón, un exhalar violento y unas patas que hacían crujir cada periódico y cada lata que pisaran. Por un momento, los pasos se detuvieron y la bestia, de pelaje rojizo y su enorme cabeza, olía el aire sonriente. Dio un paso en dirección al joven que se tapaba los ojos con la mano que aún podía mover y sin esperarlo, sin verlo siquiera, escuchó un chillido ahogado y un golpe le llegó en la cara. Cayó de costado y rápidamente se volteó, frente a él, colgado de una viga de madera que colgaba del edificio del costado, se encontraba una criatura de rostro humano y pelaje rojizo parecido al de un perro enorme, patas tan grandes como manos y una cola corta. La bestia se retorcía con un cable delgado de metal amarrado al cuello, peleaba para zafarse y con sus patas traseras trataba de aferrarse a la pared. Al final los ojos del extraño animal, inyectados en sangre, detuvieron de buscar desesperadamente una forma de bajar y se quedaron quietos, fijos en la pared del frente. Sus patas se detuvieron y pusieron rígidas y su pecho ya no pulsaba aquella respiración tan desesperada que mostraba hace un segundo.

El joven se puso de pie con dificultad, tenía la tez blanca y mugrienta y su mano maltrecha colgaba a un costado de su cuerpo. Vio a la criatura y lentamente se fueron tranquilizando. Miro al cielo, viendo la viga en la que colgaba el animal y una sombra que se encontraba en la cornisa mirándolo, o al menos eso sentía ya que nada más que un cuerpo borroso podía distinguir. En poco tiempo aquel misterioso espectro se movió de su lugar, provocando un enorme pavor al muchacho por lo que salió corriendo nuevamente mientras se sujetaba la mano. En dos segundos en el callejón solamente quedó aquella bestia que ahora era subida por el cuello hasta el techo del edificio. Allí el espectro se quitó lo que parecía ser un pasamontañas que le cubría toda la cabeza y desenredó el cable del cuello de la bestia. En la pierna de la bestia había un número: “304”.