One-shot Tras el color de sus ojos [Emily&Liza | Pokénronpa]

—¿Te he dicho alguna vez que tienes unos ojos muy especiales, Emily?

La joven de lacio cabello negro esbozó una tímida sonrisa, mirándose al espejo. Sus orbes morados refulgieron bajo la luz de la habitación, visiblemente emocionados. Liza le devolvió el gesto con dulzura, sin dejar de cepillarle el cabello frente al espejo, con aquel gesto maternal que la caracterizaba.

—Oh, gracias~ —respondió entonces, procurando no moverse demasiado para que la castaña pudiese acabar de trenzar su cabello—. ¡Pero tus ojos también son muy bonitos, Liza!

La castaña no borró la sonrisa de sus labios, concentrada en su tarea, y Emily se permitió cerrar los ojos por un instante, relajada. A pesar de la situación en la que se encontraban, a pesar de que sus vidas estaban en peligro y que sus compañeros morían frente a sus ojos, había algo en aquella joven que le generaba cierta paz. Quizás era el aura que desprendía, quizás era aquel par de ojos tan azules como el cielo los que hacían que se sintiese segura a su lado.

—Me alegra saber eso —ajustó con una goma las puntas de su cabello, terminando así con el peinado, y Emily se acercó al espejo, emocionada por el acabado. Liza, quien aguardaba sobre la cama, no dejaba de observarla con cierta fijación.

—¡Te ha quedado preciosa! Muchas gracias, de verdad —exclamó con sinceridad, acuclillándose una vez más en el suelo, frente a la cama. La inocencia y amabilidad que aquella imagen desprendió pareció abrumar a la castaña por un instante, quien no tardó en recuperarse.

Emily abrió los ojos, sin embargo, cuando Liza se inclinó hacia ella, colocando su mano con delicadeza sobre su mejilla. Sintió la necesidad de contener el aliento, ligeramente abstraída por el color de sus ojos. Había algo en ellos que se sentía distinto. Algo que la obligaba a observarlos fijamente, olvidándose del resto del mundo por un instante. Como si la tonalidad fuese a cambiar de un momento a otro a un color muy distinto.

—No cambies nunca, ¿me lo prometes, Emily? —murmuró Liza, con un tono mucho más demandante del que acostumbraba. Sus uñas acariciaron la superficie de su rostro, lentas y sinuosas.

—¿E-Eh? —Emily no pudo evitar sorprenderse ante aquella extraña petición, pero fue incapaz de separar su mirada de ella. Gotas rojas parecían teñir la superficie de los orbes de la castaña, dotándola de una mirada completamente distinta. Pero fue incapaz de procesar sus palabras—. Por supuesto, ¿por qué debería hacerlo?

Liza, satisfecha con sus palabras, se separó con suavidad de ella, dando una pequeña palmada animada que pareció sacar del trance a la morocha. Sus orbes habían perdido aquel brillo carmesí, y volvían a refulgir con aquel precioso azul al que estaba acostumbrada.

—¡Así me gusta! —canturreó, feliz, abrazando sus rodillas en el proceso—. ¿Qué te parece si vamos a por algo para picar?

Emily parpadeó varias veces, confusa, y se permitió reír ligeramente. Debía estar agotada, Liza seguía siendo la misma de siempre. Se levantó con sus ánimos de siempre, sin pensárselo dos veces.

—¡Claro, vamos! Seguro que vemos a los chicos por allí.

Y mientras la joven salía de la habitación, y Liza apagaba la luz para cerrar la puerta, su sonrisa se torció en una mueca extraña. Y sus ojos, tan puros e inocentes, brillaron perdidos en la más profunda desesperación, aquella que la enloquecía por completo.

Sus orbes seguían siendo morados. Y debía asegurarse de que siguieran siéndolo, para siempre.