Toroide triangular

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Jovur, 3 Agosto 2016.

  1.  
    Jovur

    Jovur Tiburón herido

    Acuario
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    24 Junio 2016
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    Toroide triangular
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Ciencia Ficción
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    2194
    Se recomienda encarecidamente escuchar la siguiente canción cuando se vea este símbolo: "**"
    "Amazed - Lonestar"



    PRÓLOGO

    Un Ford policial americano cruzaba la ruta 66 hacia Kingman en una noche despejada. La monótona carretera hacía al conductor cabecear usualmente y su compañero tenía que tener un ojo abierto y controlarle. Habían tenido que salir de Los Ángeles hacia el desierto de Utah donde se estaban dando extraños asesinatos y desapariciones, junto con testimonios que aseguraban haber visto extraños seres salir y entrar de los ranchos aledaños a la carretera.

    Eran Bruce y Kant. Bruce conducía con un semblante aburrido y taciturno, hacía aproximadamente treinta horas que no pegaba ojo. Era un señor corpulento, su barriga casi rozaba el volante. En su cabeza solo yacía el vestigio de lo que había sido una poblada cabellera y su presbicia le había obligado a llevar unas lentes progresivas grandes y cuadradas. Por el contrario su colega de profesión Kant era bastante más joven y atlético, aunque aún estaba bajo la atenta mirada del oficial de policía, parecía tener muchas buenas aptitudes. Alto, moreno y perfumado todo el tiempo, por como se comportaba parecía que le importaba más su aspecto físico que el propio caso. Bruce volvió a cabecear.


    - Bruce... -dijo Kant con una voz cansina, después de darle dos palmadas en el hombro-. Solo quedan cinco kilómetros para la siguiente estación de servicio. Pararemos a tomar un café y tú podrás descansar un rato.

    - No, amigo. Lo que deberíamos hacer es cambiar los puestos. Tú deberías estar conduciendo.

    - Sabes lo que sucedió la última vez que me puse a conducir.

    - Sí... es verdad. -se dirigió hacia la radio y subió el volumen-.


    La radio del carro policial solo ofrecía estática. Kant se ofreció a cambiar la frecuencia, pero simplemente se escuchaba ese molesto ruido incomprensible.


    - Cómo no... estática. -Bruce soltó un bufido.

    - Mira, estamos a doscientos kilómetros de Utah y a cien de Los Ángeles... ¿por qué no nos saltamos un poco las reglas por una vez?

    - ¿Por una vez? -soltó de nuevo un bufido irónico-. Por el amor de dios, siempre hacemos lo mismo. Que si disparar el arma, que si utilizar influencias para irnos sin pagar...

    - No es lo mismo, Bruce. -sus ojos miraban hacia la carretera, contrariado-. Es poner un poco de música.


    Bruce paseó su mano izquierda por su calva mientras suspiraba. Otro bufido. Dejó caer pesadamente la mano sobre el volante y asintió con la cabeza.


    -Pero hazlo rápido, que no cambie de opinión.

    -¡Genial! -El joven se apresuró y desconectó la radio policial.

    -Eh, pero no desconectes la radio, ¿y si nos contactan?

    -Bruce... son las cuatro de la madrugada, ¿quién va a contactarnos? Además, esto solo tiene una toma de radio, o escuchamos estática o música. Tú decides.

    -Está bien.


    Kant comenzó a trastear con una vieja radio que llevaban en la guantera del coche. Al parecer el chico la había traído confiando en sus dotes de persuasión. Una vez fuera la radio policial dejó colgando el terminal de la radio nueva y empezó a trastear las frecuencias. La estática no paraba de oscilar, más agudo, más grave, más tenue... una voz lejana... pero nada. Finalmente encontró lo que parecía una emisora de casos paranormales que dejó unos segundos por curiosidad.


    -”Entonces, Mary, cuéntenos lo que vio cuando salía de su casa”

    -”Yo, bueno... shhhhhhhhh la casa de enf.... shhhhhhh ...lgo salió de allí y parecía tener algún obje... shhhh”


    - Cambia, Karl. Busca música, es lo que acordamos.

    - Que sí... -suspiró-.


    Kant siguió jugando con la rueda, hasta que llegó a una emisora Country. Acababa de finalizar una canción y empezar una balada.

    **
    -¡Oh! ¡Está sonando Amazed!

    - Oh por dios Karl...


    Sonaba una canción del famoso grupo "Lonestar". Kant subió el volumen y agarró su "walkie-talkie" a modo de micrófono. Las notas en piano eran seguidas por los brazos del chico, de un lado al otro a ritmo de lento valse.


    “Every time our eyes meet, this feeling inside me, is almost more than I can take...”


    - ¡Wooo! Temazo Bruce, ¿te la sabes? -rió-. ¡Canta conmigo!

    - Oh... venga, Kant corta el rollo, ¿quieres? -miró al chico con mucha pesadumbre-. Deja de hacer el gilipollas.

    -¡I can hear your thoughts... I can see your dreams! -cantaba Karl, desafinando desastrosamente.


    Bruce comenzó a sonreír levemente. Su comisura cedía. Era un espectáculo lamentable ver a Kant darlo todo de esa manera, pero también era muy gracioso.


    -¡El coro el coro! Venga...


    Bruce rió y ambos dos entraron gritando el coro:



    “I DON'T KNOW HOW YOU DO WHAT YOU DOOO, IM SO IN LOVE WITH YOOU... IT JUST KEEPS GETTIN' BETTER!”




    Kant hacía como si tocase el xilófono. Y seguían cantando. Bruce movía su seboso cuerpo de un lado al otro.


    -¡Wooooooo! -gritó Bruce haciendo una suerte de coros.



    De pronto, todo sucedió a cámara rápida. Ambos vieron una especie de flash que inundó el interior del coche. Bruce, que no había dejado de mirar hacia la carretera, se encontró de pronto con una silueta baja y chata. Parecía una niña, pero sus ojos pudieron identificar una especie de ser pequeño con cara de cerdo y bata blanca. La visión no duró más de medio segundo, lo suficiente para que Bruce desviara bruscamente la trayectoria del Ford. El repentino viraje hizo que Kant se golpease con la ventanilla y quedase aturido. Ambos salieron de la calzada chocando contra numerosos arbustos y setos bajos. El coche rugía y el ruido de ramas sobre y bajo el coche era ensordecedor. Bruce pudo oír que Kant gritaba algo, pero para cuando pudo reparar en eso, todo se volvió negro y silencioso.

    Habían chocado contra una de las grandes piedras del paisaje árido. El capó del coche estaba deformado y emitía una gruesa columna de humo negro. Kant pudo apartar el rudimentario airbag. Le pitaba un oído y le dolía todo el cuerpo, pero podía moverse. Tenía un ojo empapado en sangre, se frotó pero no hizo más que empeorarlo. Miró a duras penas hacia su compañero. Bruce no estaba. En su lugar quedaba un gran agujero en el parabrisas por donde su compañero había salido disparado. Kant se preguntó cómo era posible que alguien tan grande cupiese por ese espacio. Se desabrochó el cinturón. Asombrosamente la canción country todavía seguía sonando, el segundo estribillo ya. “No puedo morir con una balada de fondo”. Intentó abrir la puerta, pero estaba tan deformada que era imposible.


    Un olor muy desagradable invadió sus fosas nasales. Era como si muchos cadáveres hubiesen estado confinados en un lugar muy pequeño durante meses. Sintió arcadas incontrolables y tuvo que vomitar en el salpicadero. Ahora su corazón comenzó a palpitar con fuerza desatada, escuchaba pasos por la parte trasera del coche, se acercaba. ¿Sería Bruce? Imposible. Bruce debía estar ya criando malvas. ¿Alguien había visto el accidente y iría a ayudar?


    Entonces, lo vio. Por la ventanilla vio un extraño ser, pequeño y chato. Llevaba por faz una cabeza de cerdo y sostenía un largo palo. Iba vestido con una larga sábana sucia, apenas se podía decir que había sido blanca algún día. Kant miró al cerdo, la piel era gris y estaba en descomposición. Quiso gritar, pero de sus pulmones no salía aire ya. En su lugar, profirió un débil gemido. El ser pudo entrar por la ventanilla trasera, lentamente, como una serpiente. El putrefacto aliento de aquella cosa no le dejaba respirar.


    La radio seguía emitiendo: “The smell of your skin... the taste of your kiss, the way you whisper in the dark...”




    *-*




    El sol bañaba el desierto de Arizona, el calor infernal estaba acompañado por el sonido largo y repetitivo de las cigarras. Dos carros policiales y un perímetro flanqueaban el lugar del accidente. La estación de servicio estaba a escasos tres kilómetros y el bartender que había salido al pueblo de al lado había visto las marcas en el asfalto. Había llamado a la policía aterrorizado, hablando de un accidente de coche y dos policías muertos en “extrañas circunstancias”. El inspector Charles, dos parejas policiales y una pareja de forenses habían acordonado la zona.

    Charles miró el cuerpo de Kant a través de la ventanilla rota. Tenía que agacharse un poco y meter media cabeza dentro. El olor putrefacto le hizo reprimir una arcada y arrugar el ceño. Una fuerza le hizo remover el estómago, como cuando despega un avión o caes de lo más alto de una montaña rusa. El cuerpo del joven policía estaba destrozado. Alguien había comido de su rostro, ambos pómulos y labios ya no estaban. De su cara lo que más intacto estaba eran sus ojos. Sus tripas estaban repartidas por la cabina y habían restos de vómito. Se limitó a hacer fotos y a colocar conos en lugares estratégicos, donde él pensaba que podían haber pistas.


    - Entonces, señor Inspector. -dijo la forense. Una mujer joven, de aspecto rudo y ojos penetrantes-. ¿qué opina?

    - Qué voy a opinar, agente Sánchez... -dijo, llevandose una mano al bolsillo y dirigiéndose hacia ella-. Lo mismo que usted. Un accidente provocado. Exceso de velocidad, alguien los desvió de su trayectoria. A juzgar por el estado de los neumáticos, no diría que fue un fallo mecánico. Aunque hay que estudiar mejor el coche. -tomó una pausa-. El conductor no llevaba cinturón, está a quince metros del lugar del impacto y semi devorado por algo, igual que el copiloto que seguramente no le dio tiempo a salir. ¿Cree que ha sido obra de algún animal?

    - Para nada. Ningún roedor o puma de desierto opera así con sus presas. -miró a su alrededor, inspiró hondo y exhaló el aire rápidamente-. Está claro que se trata de alguien. Alguien les hizo eso.



    El Inspector parecía haber asentido. Se rascó la sien y examinó los alrededores.



    -Hay huellas. Son zapatos de ballet. Una talla muy pequeña, casi se podría decir de niño pequeño.

    -Sí, eso es muy raro, Inspector. -dijo con un asentimiento la forense-. Además tanto el coche como la víctima están impregnados de barro y suciedad con un olor muy peculiar ¿no lo ha notado?

    -¿No es el cuerpo el que huele así? -dijo el Inspector, contrariado. Eso le había cogido por sospresa-.

    - No. Esto ha sucedido hace como mucho cinco horas. Ni siquiera ha empezado el proceso de putrefacción. -le señaló el maletero de uno de los coches-. Mi ayudante ya está clasificando las muestras que hemos recogido. Si hay material biológico o no, sabremos qué es lo que da ese aroma a la escena del crimen y también si se trata de una tercera persona.

    Charles asintió, complacido. Pero aún cabizbajo y pensativo. Paseó hasta el cuerpo de Bruce. Se hallaba a horcajadas en el suelo agrietado y seco. La sangre yacía seca. Algo había devorado su espalda dejando al descubierto su columna vertebral. Además, parecía ser la postura original del accidente. Aquello que había atacado parecía no haberse molestado en mover o desplazar el cuerpo.

    Se arrodilló y examinó el cadáver más de cerca. Se aseguró de examinar hasta el más mínimo detalle hasta que se detuvo en un punto concreto del cuello rechoncho del policía.



    -¡Agente Sánchez! -gritó-.


    Pasados escasos treinta segundos la joven forense apareció corriendo.


    -Tienes que ver esto.


    En su cuello había un orificio de entrada, pero no un orificio de entrada cualquiera.


    -Parece una especie de orificio de naturaleza quirúrgica. Qué extraño.

    -Esto nos complica las cosas. Llama al centro policial de Utah y diles que voy para allá.

    -Pero Inspector, usted debía acompañarnos hasta...

    -¡No hay tiempo! -se apresuró a interrumpir Charles. Se Había encaminado hasta uno de los coches de policía-. Tú me vas a acompañar. El resto llamarán a la ambulancia y se llevarán los cuerpos para la autopsia.



    Sánchez no tuvo más remedio que acatar las órdenes. Ordenó al resto de agentes controlar la situación y recoger todo una vez hayan llegado los sanitarios. Se subió al coche. Charles ya estaba dentro escribiendo anotaciones en una pequeña agenda vieja. Arrancó el coche, pero no se movió.


    -¿Qué le ronda la cabeza, Inspector?


    - Creo que este caso está estrechamente emparentado con los dos casos que iban a investigar estos dos policias. -dijo, sin apartar la mirada de la agenda-. Ahora, conduce por favor. Tenemos que llegar lo más rápido posible.



    *-*


     
    Última edición: 3 Agosto 2016
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    Jovur

    Jovur Tiburón herido

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    CAPÍTULO I
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    Controla los alimentos
    y controlarás a la gente;
    controla el petróleo
    y controlarás las naciones;
    controla el dinero
    y controlarás el mundo.”


    Henry Kissinger – 1973



    El mar estaba calmado, calmado para tratarse del Océano Pacífico. El mayor océano del mundo se extendía bajo aquél ahora insignificante helicóptero militar que surcaba ruidosamente las corrientes aéreas. Se hallaban dirección a uno de los atolones existentes cerca de la isla de Hawaii. El comandante les había ordenado a las periodistas a mantenerse callados en todo momento y a no hacer movimientos bruscos ni desabrocharse las medidas de protección. A bordo se encontraban las periodistas Margarita Rodríguez y Helen Boyd junto con el físico teórico Edward Mason. El resto de tripulantes eran dos soldados de la USAF y el comandante Jason junto a su copiloto.

    El sonido del rotor era tan ensordecedor que los tripulantes solo podían contemplar maravillados el sol reflejarse en el precioso colorido del agua. No había apenas viento y las condiciones climatológicas eran perfectas. Habían zarpado en un portaaviones militar desde la costa de Hawaii hacia el sur oeste de la isla y navegaron un día entero. Entonces, llegados a un punto el comandante Jason les invitó a seguir la visita guiada esta vez por el aire. No pasaron más de veinte minutos cuando vislumbraron en el horizonte un pequeño atolón de aguas cristalinas y turquesas. Cuanto más se acercaban al atolón más caian en la cuenta que no era nada parecido a lo que habían visto sus ojos con anterioridad.

    Era un atolón totalmente poblado. En su totalidad era una gran pista de aterrizaje, con enormes naves, torres de vigilancia y un par de puertos en cada extremo. El copiloto comenzó a comunicarse con la torre de control y el helicóptero inició la aproximación. Aterrizaron suavemente delante de el Hangar nro.002, digamos que en la parte oriental del pequeño atolón. Lentamente el motor del vehículo comenzó a detenerse y las hélices iban perdiendo velocidad. Rodriguez sintió como, a pesar de ir ya lentas, las hélices producían un violento “zum” al pasar por encima de sus cabezas. Ya estaban en la pista, escoltados por los soldados.

    Un gran Ford Lincoln blanco y elegante estaba flanqueado a su vez por dos Jeeps militares. El conductor bajó de la limusina y abrió una de las puertas traseras. Emergió George Johnston. Un hombre alto y envejecido de puro lujo. Llevaba un traje blanco y un bastón de mármol. Caminó hacia sus invitados y los saludó cordialmente.



    -¡Bienvenidos al Atolón Johnston! -dijo abriendo los brazos en señal de aprecio-. Usted debe ser el señor Mason, ¿no es así?

    -Así es señor Johnston. -dijo el joven físico con una inclinación cordial de cabeza-. Y estas son la señorita Rodríguez y Boyd, periodistas y parte de la investigación.



    Ambas saludaron con un ademán de cabeza a Johnston. Pero éste parecía obviarlas en todo momento y decidió seguir dirigiéndose a su principal invitado. El comandante y sus soldados fueron ordenados a volver al portaaviones.



    -Antes que ese trasto empiece a hacer ruido, ¿por qué no comenzamos la visita al complejo? -dijo Johnston con un deje de ansiedad. Dicho esto se apresuraron a entrar a la limusina.




    Una vez el conductor había entrado en la cabina, dio la orden de mover el convoy y la limusina emprendió su viaje. Dentro había muchísimo espacio. Los invitados se sentaron en un lateral del vehículo y el señor Johnston en el opuesto. Había todo tipo de comodidades, los asientos eran suaves y de color rojo vino, el suelo era una larga alfombra aterciopelada de color verde muy oscuro y las paredes eran totalmente negras junto con cristales tintados (y probablemente blindados). El señor Johnston comenzó a trastear en el minibar.



    -¿Se le ofrece algo, señor Mason? -el chico respondió con una negativa-. ¿Señoritas? -imitaron a Mason rápidamente. El anciano de penetrante mirada azul encogió los hombros y se sirvió un vaso de whiskey.


    -Señor Johnston. -dijo Rodríguez rompiendo el silencio-. ¿Es este el complejo militar del que sale la tecnología de la que investigamos?



    El anciano no respondió.



    Mason y Boyd se miraron, nerviosos. Era una visita muy delicada. Mason había estado investigando aplicaciones a la energía libre desde su graduación. Desde que pudo fabricar su primer circuito empezó a leer sobre Nikola Tesla, Heinrich Lenz y Musschenbroek entre otros. Aquello despertó en el una gran curiosidad y emprendió una investigación en solitario en busca de lo que muchos llamaban en su época “energía radiante” o comúnmente conocida como “energía libre”. Por supuesto, al igual que sus mentores, Mason comenzó a tener problemas y trabas del ejército estadounidense y de muchas instituciones. Lo que al principio comenzó como un juego de científicos, acabó siendo un problema mayor. Tras ignorar varias cartas amenazantes fue detenido un 16 de Junio de 1968. Pasado el año de prisión, el caso de Mason se archivaría como Top Secret si colaboraba: un representante de George Johnston llamó a las puertas de la prisión para ofrecerle el trato; o accedía a colaborar en la investigación del señor Johnston o pasaría el resto de su vida en un calabozo (su familia sufriría peores consecuencias incluso). Movido principalmente por el miedo, Mason cedió y fue enviado a Los Ángeles donde cogió un avión hasta una base militar de localización desconocida por él, en Hawaii. Cabe decir que durante todo este tiempo, Mason había levantado mucho revuelo tanto en la comunidad científica como periodística y fueron entonces la señorita Rodríguez y Boyd las que de alguna manera continuaron la investigación de Mason. En su camino desmantelaron corporaciones y publicaron datos financieros horrendos y peligrosos para las multinacionales. Embriagadas por el fenómeno Mason y su eslogan “Rompiendo moldes” también ignoraron peticiones del gobierno y del ejército por escrito para que publicasen una rectificación en los periódicos. Fueron detenidas y enviadas a la base militar donde se encontraba Mason. Así, los tres focos principales de una tecnología prohibida fueron silenciados. En los medios se dijo que habían cometido crímenes contra los términos de privacidad del gobierno y que cumplirían cadena perpetua. Nunca más se escribió ni se mencionó nada parecido un un periódico público. Así pues los tres se conocieron en extrañas condiciones y poco después fueron enviados hacia el Atolón Johnston.



    El señor Johnston tenía un semblante tosco. Era grande y rechoncho, su triple papada apenas le permitía doblar el cuello y sus facciones de cerdo le confería una expresión casi siempre seria e implacable. Cuando sonreía cientos de pliegues y arrugas se contraían al mismo tiempo dando un espectáculo bochornoso. Tenía cubiertos todos los dedos de grandes anillos y llevaba su ropa pulcra y arreglada al detalle. Saboreó lentamente el Whisky y miró a sus invitados.



    -Señorita Rodríguez. -tosió-. Creo que no ha entendido bien por qué os he traído aquí.

    Rodríguez abrió la boca para hablar, pero Boyd se precipitó a colocar una mano en su regazo y ésta, sorprendida, se calló.



    -Buena chica. La señorita Boyd parece haberlo entendido. -se rio de su propio chiste-. Aquí las preguntas las hago yo. Os he sacado de una mugrienta prisión y me debéis el favor. No solo eso, soy quien os ha limpiado el expediente y os ha cubierto el culo de esos militares animales. Así que, señoritas... señor... vamos a llevarnos bien, sobretodo teniendo en cuenta ¡QUE OS HE SALVADO EL CULO!



    El grito sonó como un grave ladrido de Bulldog. Mason y Boyd se sobresaltaron, pero el semblante de Rodríguez parecía inamovible y repleto de ira contenida. La limusina no se detuvo.



    -Y bien. Señor Mason, usted es el individuo por el que más interés tengo. -sacó de uno de los cajones de una pequeña mesita tres carpetas y abrió una de ellas-. Sin duda, su expediente es admirable. Doce matriculas de honor en la universidad, varios trabajos interesantes para la universidad de Massachusetts y Stanford... y lo que nos junta a los tres hoy aquí: “Proyecto Toroidal”.



    Hubo un silencio, Mason sintió la necesidad de decir algo, pero era incapaz de pronunciar palabra alguna. El anciano continuó.



    -Quizá al ser un cerebrito de ciencias sepa muy bien de todo tipo de energías y esas mierdas. -escupió en el vaso vacío de Whiskey-. Pero es obvio que no tiene ni idea de lo que implica meter las narices donde no debe.



    Rodríguez golpeó con una mano la superficie de la mesa central donde se encontraban los archivos del expediente Mason. Boyd y Mason se apresuraron en calmarla. El señor Johnston no se sobresaltó, como si esperase esa respuesta. Era probable que la esperase de Mason, le estaba tentando a hacer algo.



    -Mire... mi investigación es simplemente por el bien de la ciencia y del progreso. De eso se trat...



    Johnston interrumpió con una profunda y alta carcajada que resonó en las cuatro paredes del vehículo como un reactor nuclear.



    -Progreso... -soltó una nueva carcajada-. El progreso es un lastre para el poder. Y gente como tú y como estas dos... -se detuvo-. Señoritas... periodistas... hacéis que el mundo sea más complicado.

    -Si para algo estamos aquí... -dijo Boyd quebrando su silencio-. ...es para aclarar las cosas. No para discutir el futuro del mundo.

    -Y es ahí donde se equivoca, como siempre, señorita.



    La limusina se detuvo.



    -Perfecto, hemos llegado. -el conductor abrió la puerta contigua al señor Johnston y salió primero. Los invitados le siguieron.



    Delante de ellos se encontraba una gran nave industrial. Contigua a esta habían cientos más. Lo que no era asfalto era arena y gran vegetación tropical. Cientos de operarios y soldados se movían de un lado a otro. Boyd, Rodríguez y Mason siguieron a Johnston hacia la nave y las instalaciones. Iban a marcha moderada así que a Mason le dio mucho tiempo a contemplar lo que hacían los operarios. Trabajaban en grandes turbinas, dinamos y piezas de un fuselaje extraño. Le llamó especial atención una especie de fuselaje que de color plata que se había ensamblado sin necesidad de ningún tipo de remache o soldadura. Parecía como si hubiesen creado la estructura de un huevo con varias piezas pegandolas con algun tipo de material extraño. Los Ingenieros tomaban notas y paseaban alrededor de las naves. Mason infirió que eran algo así como vehículos de aplicación militar, pero vehículos nunca antes vistos. Vehículos con forma alargada y una cúpula para el piloto, vehículos del tamaño de una persona con forma ovoide e incluso algo parecido a platillos volantes, como los de las películas de ciencia ficción. Esto último le dejó perplejo.



    -Señor... -dijo Boyd-. ¿Qué es este lugar?



    -Todo a su debido tiempo, señorita Boyd. -parecía estar disfrutando con el misterio-.



    Rodríguez aminoró la marcha hasta colocarse al lado de Mason y se acercó a él.



    -Ed, esto me parece muy extraño. Esto es una base militar secreta, ¿es necesario...?

    -Estoy tan confundido como tú, M. -Mason y Boyd solían llamar cariñosamente “eme” a Margarita-. Pero no nos queda alternativa, ya hablamos de esto mil veces antes.

    -Supongo que tienes razón...

    -Y por favor, contrólate, ¿quieres? No estamos en una posición favorable como para que saques tu fiereza interna.



    M asintió y siguió caminando. Llegaron al extremo de la nave, donde Johnston abrió una gran puerta con la ayuda de un código. La puerta respondió con un leve “click” y el anciano invitó amablemente a cruzarla.

    Entraron en un pasillo parecido a pasillo de hospital, casi olía parecido. Caminaron por infinidad de pasillos, accesos y puertas. Boyd pudo leer muchos carteles “Administración”, “Ala norte”, “Proyectos D”... todo le pareció inverosímil y extraño. Finalmente llegaron a una puerta que lucía un cartel en la parte superior “Laboratorio 212”. Entraron en una pequeña sala cubierta con un plástico verde. Habían grifos y surtidores por todos lados.



    -Bien. -dijo por fin Johnston-. Poneos los trajes esos que veis ahí.



    Señaló unos trajes parecidos a los trajes de Apicultura. Eran de una pieza, totalmente estancos y tenían una visera tintada que apenas dejaba verte el rostro. Los tres se enfundaron con dificultad el traje. El anciano fue asistido por una tercera persona que tras toscos intentos por ayudarle a ponerse el traje sin hacerle daño ni arrugarle el traje fue despedido a gritos de la sala. Una vez todos listos, apretó un botón y un gas incoloro salió disparado a presión por todos los surtidores. Estuvieron allí unos cinco minutos hasta que un monitor se activó y el anciano pudo introducir de nuevo un código que les permitió entrar a otra sala.

    Era una sala pequeña también y cuadrada, con varias puertas a varias secciones del gran laboratorio. Unas tenían carteles que decían “sala de pruebas”, “depósito de muestras”... y otras puertas no tenían ningún cartel, sino números pintados en ellas.



    -Ahora. Os he traído aquí para que podáis vislumbrar el culmen de mi creación. Todo el trabajo de décadas, no solo mío sino de muchos antes que yo. -se detuvo. El traje lo hacía más corpulento si cabe que antes-. Y es el trabajo que habéis puesto en peligro con vuestros jueguecitos de investigación absurdos.



    -¿De qué se trata, señor Johnston?



    -Aún estáis a tiempo. -dijo sin reparar en la pregunta-. Si alguien quiere negarse a colaborar con lo que va a ver aquí a continuación, será devuelto inmediatamente a prisión (con las consecuencias que eso conlleva). Y os recuerdo que una vez hayáis visto esto, no hay marcha atrás. ¿Entendido?


    Los tres asintieron.



    *-*​





    Estación Policial de Payson – Utah (EEUU)
    17:32 PM




    La estación policial de la ciudad de Payson estaba abarrotada. El parking estaba repleto de coches policiales (algo extraño en la zona). Sánchez y el Inspector Charles ya habían llegado y alborotado al oficial. Charles entró en uno de los despachos junto con Sánchez y el agente jefe de policía Richard. Richard era un hombre veterano en el cuerpo, su tez oscura hacía contraste con su frondosa cana barba que no paraba de acariciar.


    -Entonces, Inspector Charles... explíqueme qué cojones está pasando. -parecía estar bastante alterado. Y no era para menos, en menos de 72 horas se habían dado cinco asesinatos parecidos y había perdido a dos agentes de la misma manera.

    -Agente Richard, imagino que ya estará al tanto de los asesinatos y accidentes ocurridos en estos días. -su voz era fuerte y decidida-. El último ha sido contra el mismísimo cuerpo de policía. Los agentes Bruce Smith y Kant Mason.

    -Sí, sí... eso ya lo sé. -dijo impaciente-.

    -Y los días anteriores la familia Dillion, Gordon y Henry también. Sin contar el resto de casos parecidos de la semana pasada.

    -En circunstancias parecidas, el mismo ADN, la misma violencia a la hora de destripar los cuerpos... y... -Sánchez se detuvo y miró a Charles. Éste respondió con un asentimiento de cabeza.

    -Y qué. -Richard comenzó a encender un puro-.



    Sánchez sacó un maletín y de él una carpeta con fotos. El título de la carpeta rezaba “Caso Vertedero” en honor al famoso olor que impregnaba la escena del crimen. Durante el viaje hacia Utah, Charles ordenó a Sánchez que enviasen por fax las fotos de todos los crímenes parecidos de los últimos días. Sánchez comenzó a elegir unas y a descartar otras, todas mostraban a diferentes personas mutiladas y gravemente heridas. Finalmente guardó las descartadas y le tendió al agente Richard las seleccionadas.

    Se hizo el silencio mientras Richard inspeccionaba detenidamente todas y cada una de las fotografías.



    -¿Qué me queréis decir con esto? -dijo al fin.

    -¿No lo ve? -respondió el Inspector-. Todas las víctimas tienen algo en común que hemos pasado por alto.

    -¿El qué?

    -Mire la fotografía número... -se asomó por el escritorio para ver todas las fotografías, eran como treinta-. Dónde está... ¡ahí! La número veintiocho. La del agente Bruce Smith. En el cuello, una herida de apenas dos milímetros. Vista más de cerca, ¿qué le sugiere?.

    -Agente Richard, fíjese en el resto de fotografías. El cuello de todos parece tener la misma herida, aunque no en todas. -continuó explicando Sánchez.

    -Hemos llamado al colegio forense para que fotografíen el resto de cuellos de las víctimas para asegurarnos que existen las mismas incisiones. -Charles carraspeó. Esperaba una respuesta de Richard. Pero a la vez sentía la necesidad de seguir explicando su teoría.



    Richard se levantó de su acomodada butaca y se quedó con las fotos de Bruce y alguna otra más. Las miró detenidamente bajo la luz de la ventana. Sus ojos bailaban entre todas ellas, buscando algún tipo de pista o conclusión. Finalmente acabó por tirarlas en el escritorio y tomar una profunda calada de su puro.



    -Inspector, tenemos una via de investigación abierta hace un mes. No veo qué relación puede tener una herida quirúrgica con el asesino. Los chicos se habrían dado cuenta.

    -Es una herida muy pequeña. -dijo Sánchez-. Sea quien sea que la haya hecho necesita una gran precisión... no es algo que se pueda pasar por alto.

    -Sí, pero tiene toda la pinta de ser una de las marcas distintivas que deja el asesino. Y eso no nos da ninguna pista.



    Sánchez se propuso a hablar, pero Charles se adelantó.



    -Bien, Agente. Es todo lo que tenemos hasta ahora. -se levantó y obligó a Sánchez a imitarle-.

    -Pero... -la joven parecía confundida.

    -Ya hemos venido a hacer lo que teníamos que hacer, dar nuestro punto de vista sobre la investigación y aportar una pista más. -sentenció Charles.

    -Exacto. Seguiremos con la investigación. -el agente abrió la puerta del despacho y se despidió amablemente con un par de inclinaciones de cabeza.



    Sánchez siguió a Charles hasta fuera y se detuvieron en su coche policial.



    -No le entiendo, Inspector. ¿Por qué no le ha contado el resto de su teoría?

    -Porque no es verosímil. No tenemos pruebas concluyentes de nada, son solo conclusiones extrapoladas. -miró a los lados, nervioso-. Si se lo contásemos solo lograríamos que nos expulsasen del caso o que nos desacreditasen en futuras investigaciones del caso. Tenemos que abrir una via alternativa.



    Sánchez pareció escandalizada por sus palabras. Abrir una via de investigación sin consentimiento de sus superiores estaba penado como mínimo con la expulsión inmediata del cuerpo. Muchas veces, incluso se habían dado casos de condenas a prisión. La chica se llevó una mano al ceño y se enjuagó los ojos, pensativa.


    -Inspector... ¿hasta qué punto estamos metidos en esto? No tenemos por qué arriesgar tanto nuestro trabajo, no nos pagan para esto.

    -No se trata de lo que nos paguen. Se trata de que no es normal lo que está pasando. ¿Cuándo has visto un asesino en serie que deje cuatro huellas en lugares distanciados de la escena del crimen y nada más? Es como si se teletransportase. Además el ADN...

    -Es lo que más me preocupa. Esas pruebas biológicas están esparcidas por toda la escena del crimen como si se hiciese a sabiendas. -Sánchez miró hacia la carretera y tomó una profunda respiración.


    ** (Song to sing when I'm lonely - John Frusciante)


    Dos horas después ambos se encontraban en una larga carretera. El sol comenzaba a descender, ya estaba a medio camino de desaparecer y el cielo estaba empapado de un color rojizo espectacular. En el interior del coche sonaba canción folk tras otra. Sánchez había insistido a Charles una y otra vez para colocar una radio alternativa y escuchar algo de buena música. Charles acabó por ceder y ahora ambos se encontraban cantando alegremente dentro del coche.


    -”No one's afraid to be called by another name, no one dares to be put down where they don't belooong” -cantaba afinando perfectamente la voz de Sánchez. Charles ya se había callado y había puesto especial atención a la perfecta interpretación de su compañera.


    Sánchez bajó levemente la parte final de la canción con una sonrisa y miró a Charles.


    -¿Ves como era buena idea? -rio-.

    -Bueno, supongo que no es un delito divertirse en el trabajo de vez en cuando. Ni que nos fuese a pasar nada malo. -acompañó a Sánchez con una sonrisa-.



    Las sonrisas y risas se apagaron como una llama falta de oxígeno para vivir. Un suave “riff” de guitarra comenzó a sonar. La carretera parecía interminable. Sánchez miraba de vez en cuando a Charles de reojo. No eran compañeros hacía demasiado tiempo, Charles llevaba un poco más que ella en el servicio para la policía y aunque se conocían hace un escaso año habían congeniado muy bien. No obstante, Sánchez sentía que Charles tenía dificultades graves para sonreír o parecer alguien amable y eso de vez en cuando la alteraba. Era cierto que estaban trabajando, pero le hubiese gustado un trato más cordial. Después de ese momento de felicidad y cántico Charles se había quedado callado y concentrado en la carretera.



    -Charles... -dijo suavemente la chica.

    “Hmm...” se limitó a pronunciar el Inspector, ni siquiera mostró interés en mirarla. Sánchez dudó, miró al frente.

    -Puede llamarme Judith. Es mi nombre.



    Charles la miró de reojo y asintió. Agarró el volante con las dos manos e hinchó los pulmones.



    -Bonito nombre. -se limitó a decir-.

    -Es compuesto en realidad. Me llamo Judith Ángela Sánchez.

    -¿Tus padres son hispanos? -respondió Charles fingiendo algo de interés.

    -Mis padres son Mexicanos. Vivíamos en Florida. Pero bueno me destinaron a Arizona y aquí estoy. -hubo un pequeño silencio-. ¿Y su nombre?

    -Me llamo Charles para ti. O Inspector Charles, o Inspector.



    Judith asintió y se recostó en el asiento de cuero. Parecía arrepentirse de haber intentado comenzar la conversación.



    -Mi madre me crio en Utah. Yo y mis hermanos solíamos esquiar en la estación de esquí Alta. -rio levemente-. Recuerdo cuando mi madre me solía regañar siempre que mi hermano se caía o le pasaba algo.



    El rostro de Charles parecía estar viviendo sus momentos pasados y Judith le miraba con creciente interés.



    -¿Dónde están ahora?



    Charles tardó varios segundos más en contestar a eso.



    -Mi madre sigue viviendo en Utah. Mi hermano desapareció cuando yo comencé la secundaria y nunca supe nada más de él. La policía desplegó una gran investigación para encontrarle. No solo a él sino a muchos otros desaparecidos en las mismas circunstancias.

    -Lo... lo siento.

    -No pasa nada. Así es la vida. Supongo que gracias a eso me decidí a convertirme en policía.




    Las horas pasaron y la noche cayó sobre los dos agentes. Desde que Charles no habló más, Judith decidió no volver a dirigirle la palabra. Judith se permitió el placer de dormirse unas pocas horas. Charles había parado en varias ocasiones en algunas estaciones de servicio a tomar un café. En una de ellas, bajó del coche de policía y cerró el mismo. Judith seguía dentro dormida plácidamente.

    Charles apuró su cigarrillo junto al cartel “Restaurant – Hotel – Bar A'le'inn” y se dispuso a entrar. Dentro había una sala en forma de L y un mostrador de la misma naturaleza con una anciana de bartender. La reportera de la BBC News hablaba sin cesar de las noticias de la semana una y otra vez. No había clientes.



    -Un café mocha por favor.



    La dependienta asintió y comenzó con su tarea, mientras Charles prestaba atención a las noticias. La reportera estaba hablando de un nuevo asesinato de “la bestia” según se denominaba en la zona. La misma que había matado a los policías Bruce y Kant.


    “Un nuevo asesinato del asesino en serie “La Bestia” ha sido reportado hoy por las fuerzas policiales de Nevada, en la ciudad de Las Vegas. Al parecer según las últimas declaraciones policiales ocurrió en el Hotel Stratosphere a las cuatro de la madrugada. Hay seis víctimas mortales...”


    Charles recibió el café y dejó cinco dólares en el mostrador.



    -Quédese con el cambio.


    Charles salió de la cantina y caminó hasta el coche policial, Judith parecía haberse despertado. Abrió la puerta.


    -¡De qué vas, gilipollas! -gritó Judith-. ¿Cómo se te ocurre dejarme aquí sola, en medio de la nada? Me has dado un susto de muerte.


    Charles no se inmutó y le tendió el café a Judith.


    -Bébetelo. Estamos cerca.



    Judith cogió el café, quemaba agradablemente. -¿Dónde vamos? Pensé que volvíamos a Los Ángeles.



    -Vamos al Área 51.
     
    Última edición: 5 Agosto 2016
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