The Dead World

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por isMisterL, 23 Octubre 2012.

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    isMisterL

    isMisterL Guest

    Título:
    The Dead World
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Comedia Romántica
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2940
    Bueno, antes que nada me encantaría agradecer a todos aquellos que se interesaron en esta lectura, y les pido que no sean tan estrictos en la continuidad, no soy un escritor por profesión y hago ésto únicamente por diversión. Bueno, sí tienen algo que corregir o acotar pueden hacerlo, sin embargo, se comenzará a notar un poco después (2 o 3 capítulos más allá), eso se debe a que ya tengo listos unos cuantos capítulos y comenzaré a tomar en cuenta las sugerencias luego de éstos. Bueno, para comunicar algún comentario o sugerencia por las redes sociales, pueden utilizar en Twitter el hashtag ''#TheDeadWorld'' o mencionarme personalmente a mi cuenta ''@isMrL''. Dejando todo esto a un lado, les quiero desear que su lectura sea la mejor. Gracias por su atención.​
    ________________________________________​
    Preludio al Fin
    Un día nublado, el respiro del sol apenas se sentía caer sobre los hombros de aquellos que reposaban bajo sus vagos restos, la nubosidad había superado lo impensable, no se veía siquiera la posición de la mayor estrella en el cielo, era increíble, hasta la tenue luz daba un aura deprimente a cada rincón de esa ciudad, las calles hasta se notaban vacías, algo poco común de la Toscana, allá en las tierras de Italia, sin embargo, había un lugar que mantenía más actividad que el resto de la ciudad a aquellas horas de la mañana, era el aeropuerto que seguía dejando entrar visitantes y despidiéndose de éstos continuamente. En esa horrible mañana podíamos encontrar todo tipo de personas, unas preocupadas, otras estresadas por el papeleo de inmigración, otras enloquecidas por no poder llegar a tiempo a su destino, sin embargo, había uno que estaba bastante tranquilo, no es que fuera muy equilibrado, era que había viajado tanto que ya se le hacía costumbre rellenar todos esos papeles, Leonard LeBlanc, un joven de origen italiano que había vuelto a sus raíces tan sólo por cuestiones de estudios, toda su familia ya no habitaba allí, pues se habían mudado a Venezuela escapando de la crisis económica que cada vez los consumía más. El joven, de teste cálida y fresca, mentón ligeramente pronunciado y pómulos poco definidos, con unos ojos poco comunes de color verde y una cabellera marrón, podría decirse que era un buen partido, con un cuerpo un poco definido por su poco constantes visitas al gimnasio, un carisma bastante notable por la manera con la que socializaba con la mujer que recibía el ticket pues ésta reía una y otra vez con él, estos años en el exterior no le habían venido mal, era mucho más extrovertido y desenvuelto con la sociedad.

    —Muchas gracias —Mostrando su dentadura, tomó el pasaporte que le ofrecían y lo guardó en uno de sus bolsillos—. Pase un bonito día.

    Y compartiendo una última sonrisa con la mujer, se retiró. El muchacho llevaba una bermuda de color beige opaco y una camiseta negra con un adornado en el pecho, algo demasiado fresco para el clima que hacía en esos momentos, y las sandalias que llevaba daba a parecer que iría a la playa o a algo parecido, quizás Aruba. Oh, claro que lo estaba pasando bien, no se imaginaba lo que le esperaba allá en Venezuela. Sin embargo, sus razones eran más que suficientes para volver a aquel lugar, extrañaba las calurosas tardes allá en su ciudad del oeste, añoraba volver a vivir aquellos fugaces escapes de fines de semana con sus amigos más cercanos, salir de fiestas nocturnas con su primo y con su grupo de amigos, quizás volver oliendo a alcohol barato a su casa, eran cosas que extrañaba, ya hacía más de un año que no veía la cara de su madre, al menos, no realmente, ver a alguien en persona nunca será igual que comunicarse con alguien a través de una pantalla con desconexiones constantes y molestias como la diferencia de horario y las clases que podía tener. Además, ¿Por qué no aprovechar estas vacaciones de invierno para volver? Sí Leonard pasaba las navidades sin su familia podía sufrir más de lo que lo hacía ahora.

    Llevando dos maletas, una con ruedas y otra encima de ésta que llevaba sus cosas más primordiales, caminó en el gran pasillo luego de verificarse para ver a través de un gran vidrio cómo los aviones partían y llegaban con un vaivén interminable como una canción de verano que nunca parece acabar. Así fue avanzando hasta alcanzar un asiento metálico en el lugar en el que le tocaba esperar el llamado, quedó un rato teniendo sus maletas a sus manos mientras revisaba en el poco tiempo que podía su teléfono móvil, no veía nada nuevo, incluso el Twitter era lo mismo de siempre, noticias descabelladas, fotos de famosos mostrando algo o pasando penas en algún sitio, era tan aburrido últimamente navegar por las redes. Aunque todo parecía igual, hubo cierta noticia que le llamó bastante la atención a Leonard, después de haberse mantenido aproximadamente diez minutos bajando el panel táctil para encontrar algo interesante, cierto artículo le llamó la atención.

    —Misteriosas fiebres luego de una mordedura —Incluso en su serio y grueso tono de voz, aquella noticia parecía descabellada.

    Quedó un rato pensando sí abrirlo o no, ¿valía la pena leer algo así? Aquella noticia ni siquiera llamaba su atención del todo pero en un momento como ese, era lo único que podía hacer para despistarse un poco del inminente aburrimiento que tarde o temprano lo consumiría. Luego de un suspiro, presionó el panel. Sin embargo, algo lo distrajo, una dulce voz que parecía una melodía sonó en su oído, a su lado, en esa misma banca metálica una chica de cabellos rubios bastante oscuros, casi parecidos a unos castaños, con sus ojos almendra apuntaba a Leonard y dirigía sus palabras con cierto tono cómico. Vistiendo unos vaqueros azules y una camiseta amarilla con tonos veraniegos con unas zapatillas de este mismo color.

    —¿También hablas español? —Suspiró con alivio—. Pensé que iba sola.

    Y luego de una fugaz risa que compartieron, Leonard le extendió la mano con suma delicadeza y posándola en el aire, se presentó, todo sin quitar esa congelada sonrisa que tenía. Estaba nervioso, hacía bastante que no trataba con una chica tan bonita como ella, su dulce rostro parecía ser moldeado con los mejores materiales del cielo, esa misma sonrisa que compartía la hacía toda una obra que admirar, incluso, esas finas arrugas a los lados de sus ojos le parecían bonitos al joven Venezolano.

    —Leonard LeBlanc —dijo con rapidez, nervioso—. Es un gusto conocerte —Su mano temblequeaba un poco, y su mente estaba tan inestable que hasta su sonrisa ahora era una tontería, cosa rara, siempre se notaba tan confiado.

    —Elizabeth Romano —Ella no tardó mucho en presentarse, aunque le pareció precipitado, decidió dejar aquello a un lado para mostrar más amabilidad—. ¿Eres italiano?

    —Tengo raíces, si —Contradijo lo que su apellido podía dar a conocer—. Pero provengo de Venezuela, nací y me crié por allá —Y con más soltura, volvió a mostrar una sonrisa.

    La muchacha que respondía al nombre de Elizabeth puso un gesto de asombro y éste se convirtió en una sonrisa que quedó pegada en su cara por unos segundos, parecía emocionada, y sin embargo se contenía.

    —¿Entonces vas a Venezuela? —Y con el asentimiento de Leonard, pareció estallar—. ¡Oh! Excelente, mejor aún.

    Y así se fue extendiendo la conversación, pasaron aproximadamente una hora y media conversando de cada cosa miscelánea que les pasaba por su cabeza, y aquello no fue todo, al ir al mismo destino, también pudieron pasarlo juntos todo el trayecto hasta entrar en el avión. Aquella conversación se avivaba con cada palabra que la muchacha soltaba, y Leonard, ¡Él estaba encantado! Hablaba con alguien tan bien parecida y agradable, no podía quejarse la verdad.

    Subieron juntos al avión pero para su mala suerte, terminaron sentados en lugares distintos, y aunque no lo pareciera, al contrario de lo que Leonard dejó parecer cuando hizo esa mueca de tristeza en cuanto lo pusieron mucho más atrás que su compañera, él sentía alivio, no podía imaginarse lo tediosa que podría convertirse la conversación en diez horas de vuelo, y mucho menos podía imaginarse lo incómodo que sería el ambiente luego de haber conversado todo lo posible.

    Miró por la ventana todo lo que dejaba aquí en Italia, no era gran cosa, bueno, para entonces no lo era, después rogaría por estar allí, en un lugar seguro, lejos de lo que podría ser su destrucción total. Y así, como su futuro lo hizo, el avión desapareció del aeropuerto de una vez por todas.

    Ahora, no quedaba más que esperar. Pacientemente, esperar a que la muerte terminara sumándose a sus hombros, aquella visita sorpresa no era más que la peor de las elecciones que habría cometido en toda su vida, ir a América, donde la situación no era más que la peor de todos los tiempos; luego de haber recibido malas noticias de Norteamérica, lo que menos quería la gente era ir a allá, tan cerca de esos lares, quizás era esa la razón por la que había tan poca gente en el avión, habían unas quince personas como mucho, sin contar al servicio, y aún así debían seguir el tonto régimen de los puestos fijos.

    Sin importar lo solo que se podría sentir allá atrás, cerca del ala del avión, estaba conforme con su soledad, le gustaba estar solo a veces, le daba tiempo para pensar un poco. Tomó uno de los periódicos que habían allí en el compartimiento de su asiento y mostrando poco interés, comenzó su calmada lectura. El enunciado principal no causaba más que espantos en Leonard, sabía que su país era inseguro, pero, ¡¿Quinientos reportes de desaparecidos en dos días?! ¡Era una exageración! Aún así, nada malo había sucedido con los suyos, la última vez que habló con su madre había sido el día anterior y no se notaba preocupada.

    Continuó su lectura poco a poco, no sólo aquella era la única cosa que le sorprendía, últimamente habían muchos asesinatos violentos, hasta ahora en el conteo de estos dos últimos días se ha llevado más de mil personas a la morgue. Aquello debía ser un hervidero de violencia, vaya que sí. En la página de atrás, donde Leonard no revisaba aún, un enunciado indicaba que no hicieran lo él hacía, en letras mayúsculas decía ‘’Abstenerse a ingresar a Venezuela a toda costa’’. Sin embargo, una distracción le impidió leer de nuevo algo referente al tema de lo que sucedía en la actualidad allá en su pueblo natal, esta vez, la azafata le ofrecía algo de tomar.

    Con amabilidad, el joven se negó y al volver al papel, ya había perdido todo el interés en su lectura, volvió a ingresar el papel en su respectivo compartimiento y se recostó en su asiento a dormir, añorando volver a vivir todo aquello que extrañaba. El aroma a café en la mañana, discutir con su hermano, hacerle niñadas a su padre, ver a sus amigos, salir de viaje con ellos, visitar de nuevo las queridas playas de su hermosa Venezuela, tomar algo con su primo y salir a buscar algo interesante que hacer. Claro que era un iluso, ¿Pensar que podría hacer todo eso? Tonto error.

    Tantos pensamientos regados en su cabeza le impedían conciliar el sueño, era una tarea imposible en una situación como la que él vivía, por muy callado que estuviese todo, se le hacía una tarea muy difícil lograr dormir; habían tantas cosas en su cabeza, tanto que hasta sufría de ansiedad, ya hasta estaba haciendo planes para toda la semana, sabiendo muy bien que su madre no querrá soltarlo en todo ese tiempo. Sin embargo, se hacía ilusión. Aunque su madre no sería el único obstáculo para cumplir todo lo que quería en estas dos semanas que estaría en su país, era otra la razón.

    Las horas fueron pasando, y cuando apenas había logrado pegar un ojo por unas dos horas, luego del almuerzo, el aterrizaje se dio, la costumbre de sentirse en movimiento de su cuerpo se disipó y con lo ligero que era su sueño, no tardó demasiado en despertar por la voz que salía de quiénsabedónde, pero era la voz de la azafata que le hablaba a la escasa cantidad de pasajeros indicándoles que ya habían llegado a su destino y que la hora local era la una de la tarde.

    —¿Feliz? —Una mano en su hombro le sorprendió cuando iba a bajar el equipaje de la parte superior, Elizabeth, la joven que había conocido antes le había sorprendido con una sonrisa de oreja a oreja.

    —Claro —Respondió con sencillez Leonard mientras tomaba su equipaje y el de la chica por simple cortesía.

    Salieron del avión y pasaron por el largo pasillo que los separaba del aeropuerto, ahí se compartieron unas bromas y distintos comentarios, por lo que decía, la chica no había podido pegar un solo ojo en todo el trayecto pues no estaba acostumbrada a dormir en movimiento, era igual que Leonard, sin embargo, a éste el sueño le había ganado, la ansiedad el día anterior no le había permitido dormir nada en la noche, no se privaría del sueño por más tiempo.

    —Por cierto —Leonard escabulló su mano en su bolsillo y sacó su teléfono móvil—. Anota tu número, quisiera seguir en contacto —Indicó mientras ponía su móvil en las manos de su acompañante.

    Ésta tecleó unas cuantas veces y se lo devolvió, el joven agradeció con un sonrisa y una mirada fija. Luego de esto, continuaron con los típicos registros del aeropuerto hasta que por fin lograron salir de aquel lugar en el que habían pasado tanto tiempo ya. Leonard no tardó mucho en dar un respiro en la parte exterior, respirando finalmente el aire de su hermoso país, además, ya se sentía ahogado, en el aeropuerto había más gente de la normal y muchos agentes del gobierno por lo que se podía ver en la gran cantidad de uniformados que habían, guardaespaldas y guardias, de seguro habría un congreso en algún país del exterior.

    —Leonard —Nuevamente, una mano le sorprendió en el hombro—. ¿Tienes transporte?

    Era Elizabeth de nuevo, con una nueva interrogante a la que Leonard tenía una respuesta en negativa, negó con la cabeza, la verdad era que había hecho tantos planes que no había ni recordado cómo se trasladaría del aeropuerto a su casa. Era una hora de viaje aproximadamente y no cualquiera se la calaría. Su plan de sorprender a sus padres con una visita repentina de la que ellos no tenían ni idea, pero eso lo llevaba a cometer estupideces, tan sólo tenía unos cuantos euros en su bolsillo y hasta la visita a la Casa de Cambio en Italia se le había olvidado, ¡Vaya que era un torpe!

    —Puedo llevarte —Resonando unas llaves en su dedo, Elizabeth ofreció—. Es un simple gesto amistoso, vamos.

    Sin rechistar y la verdad era que no se quejaba pues la suerte le había sonreído, Leonard agradeció con velocidad y siguió a aquella que sería la mujer a la que le debería un gran favor. Tardaron aproximadamente unos quince minutos, tiempo que aprovechó para sacar información de Elizabeth, la muchacha había estado en Italia pasando unas vacaciones de una semana, vivía en un pequeño departamento no muy lejano de la casa de sus padres, aquello era información valiosa sin duda. Cuando llegaron al automóvil, aquel Ford Fiesta 2013 de color azul oscuro, se pudo comprobar las sospechas del muchacho, ella era una chica adinerada, de la alta sociedad, muy contrario a Leonard que tuvo que esperar bastante tiempo y ahorros para ganarse los estudios en el exterior.

    Los dos subieron al auto y sin decir una palabra, la chica lo encendió y partieron finalmente en el largo camino a casa. Todo estaba tan tranquilo, tan calmado, era la calma antes de la tormenta sin duda alguna, era un preludio, una introducción, era el silencioso trayecto del gatillo en presión para dejar salir un contundente disparo. Los dos jóvenes, sin saber lo que les esperaba, sin tener ni la más mínima duda de la situación en Venezuela, se encaminaron en ese oscuro camino a su propia destrucción, ¿Valientes? Más bien crédulos, con tantas pistas que les habían dejado para darse cuenta de que algo malo pasaba y aún así no las tomaron. Muchos eran los sueños y las añoranzas que tenían las personas en ese día, que tan sólo parecía un día normal, y sin embargo, nadie se imaginaba que sería el comienzo del fin.
     
  2.  
    Tarsis

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