The Crown

Hermosa [Niklaus&Juhno]​

Pm: Felino.

Personajes: Juhno & Niklaus.




—¿Nik?

Parpadeó volviendo en sí ante la voz chillona de la chica. Él frunció el ceño, con seriedad. Estaba simplemente hermosa. Con ese vestido elegante que la hacía ver mayor, con tacones, maquillaje y el cabello recogido y ese perfume suave que estaba le estaba volviendo loco. Era la primera vez que la veía de esa forma y aunque sabía que no era por él ni para él, simplemente estaba preciosa. Juhno iba a cenar con las demás concursantes y la habían vestido y preparado para la ocasión, tenía un aspecto un poco más mayor, mucho más mujer. Imposible concatenar a ésta preciosa chica frente a él, con la pequeña felina que siempre era.

—Vas a llegar tarde. —Se aclaró la garganta, haciéndose a un lado para permitirle la salida. No podía quedarse como idiota viéndola toda la noche. Sí, estaba diferente, pero no siempre diferente era malo. Ella asintió y se apresuró a salir de la habitación por completo, tambaleándose a causa de los tacones de aguja. Niklaus la sostuvo antes de que cayera y no pudo evitar reírse. Podría estar viendo a la mujer más hermosa del mundo ahorita, pero Juhno era Juhno. Y no dejaría de serlo sólo por una ropa bonita.

Ella se sonrojó, virando la cara orgullosa mientras caminaba torpemente por el pasillo. Él la alcanzó y le extendió el brazo. No quería que el pequeño gato se partiera una pierna, no al menos bajo su cuidado. Ella suspiró, tomando el brazo que le ofrecían. Era una ayuda que no podía rechazar si es que quería llegar a tiempo. Sintió la incomodidad de la chica y sus nervios a flor de piel. Abrió la puerta del comedor para ella, sosteniéndola de la cintura para que tuviese el equilibrio para avanzar por sí sola.

—Estás hermosa. —Comentó con voz desinteresada mientras cerraba la puerta frente él sin darle oportunidad a ella ni de decir un débil gracias.

 

The Crown.

Capítulo 1: The Guard


Welcome to Illéa.

“Bienvenidos a Illéa, un reino próspero, organizado y completamente feliz. ¿Quién lo dice? Yo, un afortunado habitante de ésta tierra. Illéa es, lo que antes se consideraba los Estados Unidos de América, que fue completamente destruido tras una enorme guerra nuclear. Los pocos sobrevivientes, rechazaron la anarquía y las guerras y uniéndose bajo un mismo propósito, nació Illéa. Es un país organizado bajo un sistema de castas, donde cada número conoce su lugar, sus deberes y sus derechos en nuestra sociedad. Y todos vivíamos felices como perdices hasta que apareció la resistencia, ¿quiénes son? No tengo idea, pero si lo sabes… deberías ir corriendo a decírselo al rey. Ellos quieren acabar con la paz de nuestro pueblo.”
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¿Cuánto vale una corona si un cuervo puede cenar carne de rey?

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—¡Nik! ¡A que no me alcanzas! ¡Llegaré antes que tú hermano! —Le sacó la lengua en un gesto infantil propio de su edad, sus ojos verdes brillaban con diversión sosteniendo una cesta en su pecho, detrás de ella, caminaba calmadamente un desgarbado adolescente de cabello oscuro y con orbes exactamente iguales. Él puso los ojos en blanco y sus labios se alzaron en una sonrisa.

—Obviamente puedo ganarte, Nikka —resopló. La niña le sacó la lengua nuevamente.

—¿Crees que porque eres más grande eres más rápido? —La niña puso los ojos en blanco, colocando ambas manos apoyadas en su cadera, señalándolo con determinación—. Te ganaré, hermano.

—Hagamos algo, te daré ventaja. Contaré hasta cinco y aún así, llegaré antes que tú. Uno…, dos…

La niña sonrió echándose a correr sin pensarlo.

—Tres…, cuatro…

El pelo castaño se movía sobre sus hombros a causa del viento rozándola, se volteó hacia él, corriendo de espaldas con una sonrisa pintada en el rostro.

—Atrápame si puedes, Nik…

—…Cinco.

No escuchó su última palabra, acallada por el ruido de la explosión. Sus ojos se abrieron y cerraron por la presión del aire en su cara, el suelo se movió haciéndolo caer. Un débil pitido como el de una línea al ser desconectada hacía eco en su cabeza. Parpadeó, llevándose la mano al líquido que le había salpicado la cara. Levantó la mano observando las manchas rojas en sus dedos, sus extremidades comenzaron a temblar descontroladamente.

Donde segundos antes estaba la niña riendo… ya no había nada.


Abrió los ojos sobresaltado, el sudor corría por su frente y todo su cuerpo haciendo que las sábanas se pegaran a su piel dorada. Su pecho subía y bajaba desenfrenadamente, tomó una bocanada de aire buscando calmar su respiración frenética. Se pasó la mano por el cabello dejándose caer nuevamente en la cama con la mirada fija en el techo. Odiaba las malditas pesadillas. ¿Cuándo iban a desaparecer de una vez por todas? Se tapó el rostro con la almohada gritando en ella con frustración. Habían pasado años, no debería ser más que un mal recuerdo ya sepultado para él y su familia. Pero no lograba dejarlo atrás, veía en cada persona que cuidaba la sonrisa que ella tenía, segura, dispuesta a jugar y esperando por él.

Se puso de pie de un salto, agarrando la toalla limpia de la cómoda en donde las doblaba. Hace ya cuatro años que vivía en el castillo en un ala dedicada para los empleados de confianza y altos cargos como él. Corrió las cortinas dejando entrar la tenue luz del día, aún era muy temprano para que hiciera sol como tal, pero jamás había podido dormir hasta tarde y no comenzaría a hacerlo hoy. Su habitación era bastante espaciosa, de un impoluto blanco que reflejaba en él cada rayo de luz. Lo único colorido allí eran las cortinas doradas y las lámparas del mismo color. Y le encantaba así. Él mismo había pedido esa decoración junto con la cafetera que descansaba en una pequeña mesa en la esquina más alejada. Vertió un poco de agua y la encendió mientras entraba en el baño, se duchaba y se cepillaba los dientes. Buscó en el armario entre los juegos de uniformes pulcramente planchados unos pantalones de ejercicio cómodos y una franela. Le gustaban las cosas blancas, era la forma más fácil de mantener todo limpio y ordenado, en las cosas bellas se hace más obvia la suciedad y la imperfección.

Se sirvió una taza de café, abrió la amplia ventana dejando su cuerpo descansar en ella y sus pulmones llenarse de aire fresco. Observó el reloj de la pared mientras se llevaba la taza a los labios, estaba más que bien de tiempo, podía correr al menos dos kilómetros, tomar una ducha y estar a tiempo en la puerta del dormitorio del príncipe para el desayuno. No había nada que detestara más que llegar tarde, bueno sí lo había, detestaba aún más fallar.

Aproximadamente una hora y media después, con el cuerpo relajado por el ejercicio, Niklaus se ponía de pie frente a la puerta del príncipe, se llevó las manos a los bolsillos, recostándose de la pared después de observar su reloj, el príncipe Gareth debería estar por salir. Aunque era el encargado de la seguridad del castillo, su objetivo principal era la seguridad del príncipe, por eso lo escoltaba a todos lados, incluso al comedor. Él había replicado y peleado contra eso, pero nunca se sabía cuando podía ocurrir un ataque y desconocían los planes de los rebeldes, por lo que nunca se era demasiado precavido.

Su atención volvió a la puerta que se abría mientras su espalda se erguía.

—Buenos días, alteza. —Hizo una leve inclinación hacia el chico de cabello claro. El joven asintió hacia él, murmurando un buenos días de vuelta. Caminaron a través de los pasillos en silencio hasta alcanzar su destino. Se quedó de pie en la puerta del comedor mientras Gareth entraba, era un momento de “familia” y usualmente desayunaban solos a menos que tuviesen algún invitado especial. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un soldado que se paró firme frente a él informándole que tenía una reunión urgente.

Suspiró, viendo su reloj. Si se daba prisa, estaría allí antes de que el príncipe terminara su desayuno. Siguió al chico hasta la sala principal de seguridad del castillo, allí estaba sentado el rey. Niklaus se sorprendió de verlo allí al tiempo que hacía una educada reverencia. No comentó nada, pero se suponía que debía estar desayunando con la reina y el príncipe.

—Su alteza.

—Niklaus, sé que has hecho un excelente trabajo con mi hijo. Pero, se acerca un gran evento y tu responsabilidad cambiará, tu prioridad será la seguridad de las jóvenes que tendremos alojadas aquí en el castillo por los próximos meses, y aunque Gareth tendrá otro guardia personal igual debes darle una que otra ojeada.

—¿Qué jóvenes, señor? —cuestionó Nicols confundido.

El rey le entregó una carpeta llena de documentos que de inmediato comenzó a ojear por encima.

—Ahí está toda la información. Debemos cuidarlas de los rebeldes, tenemos información de que planean sabotear el evento, es tu responsabilidad que no les pase nada a ninguna. Pero eso no supondrá un problema mayor para ti, tus antecedentes hablan por sí solos. Y con respecto a Gareth… se pondrá un poco difícil con la noticia, procura no perderlo de vista y que bajo ninguna circunstancia abandone el palacio, ¿entendido?

—Sí, su alteza —asintió sin dudarlo. Él no era quien para cuestionar sus órdenes, él sólo se limitaba a obedecer, aunque dudaba que el príncipe tuviese algún inconveniente con el hecho de que lo retiraran de su guardia. Por el contrario, estaría feliz.

Se volteó para salir de allí, pero antes de poder girar la manilla la puerta golpeó contra él, puso la mano por reflejo y sus brazos eran más fuertes que la persona al otro lado que empujó contra él. Detuvo la puerta a escasos centímetros de su rostro, abrió la puerta dándole paso a un alebrestado príncipe. Sus mejillas estaban un poco sonrojadas por la emoción y sostuvo con dureza la mirada de su padre.

—Lo siento, Niklaus —Se disculpó rápidamente hacia él, al notar como su mano se mantenía firme en la puerta.

—No se preocupe, alteza. —Le restó importancia, más centrado en su actual aspecto emocional.

Gareth asintió hacia él, centrando rápidamente toda su atención en su padre.

—¿Creías que porque fuese mi madre quien me lo dijera iba a cambiar de opinión? —Inquirió con molestia—. No lo haré. —La determinación brillaba en sus ojos claros, el príncipe era alguien completamente encantador con un genio del demonio y a éstas alturas de su vida, todo el mundo lo sabía. Al menos Niklaus y su padre ya conocían esa faceta suya de sobra.

—Es tu responsabilidad —repuso su padre sin prestarle mucha atención, revisando los papeles que tenía en la mano.

—Y esa una costumbre arcaica. No lo haré —repitió. Su papá dejó escapar el aire de golpe, centrando su mirada en él, frunciendo el ceño.

—Es tu deber para tu pueblo. Necesitamos una distracción, la gente está nerviosa, necesitamos que se concentren en algo para que su atención no esté en los rebeldes. Tu pueblo merece paz, Gareth. Y no podemos dárselas si no encontramos la raíz de esto.

—¿Y ponerme a mí como un bufón ayudará a eso? —elevó una ceja irónico.

—No. Pero ganarás tiempo valioso para nosotros. Mientras que todos tienen la mirada en ti, nosotros estaremos cazando rebeldes.

—No soy un conejillo de indias, papá.

—Un rey siempre se sacrifica por su pueblo —respondió con calma contenida.

—No te veo a ti sacrificándote —replicó con ardiente sarcasmo.

—Te lo estoy ordenando como Rey, Gareth.

—Y yo te lo repito, n-o l-o h-a-r-é.

—Ya todo está hecho. Deben estar en la sala de grabación listos para anunciarlo. No es algo que te estoy consultando, es algo que ya está hecho.


*---*----*

Los murmullos no dejaban de llegar uno tras otro, no se entendía nada sobre la habladuría de las personas, la gente apilada en las plazas como si estuviesen en un corral mantenían la vista fija en las amplias pantallas puestas estratégicamente en los lugares altos de las plazas principales para que estuviesen al alcance de todos los ojos. Faltaban escasos minutos para que las pantallas se encendieran según la última orden del rey, “todo aquel habitante de Illéa debe estar en la plaza principal más cercana a su localidad a las ocho de la mañana, sin falta.” Cada persona del país había acudido al llamado de su rey y los que no, fueron sacados de igual forma por los soldados de sus casa y arrastrados junto a sus familias a alguno de los puntos de reunión estipulados.

Si pudieran verse a ellos mismos desde el cielo verían pequeños círculos de colores, lo cual delataba el número de casta a la que pertenecían. Gris o negro para los siete y los seis, un color adecuado para su trabajo, para que las manchas de su servidumbre no se reflejen en sus ropas. Verde, marrón y azul para los cincos y los cuatros. Colores vivos para llamar la atención del público y un color neutro para trabajar bajo el sol sin descanso. Y colores pasteles para los treses. Estoicamente parados, con tranquilidad, con diplomacia. El blanco de los doses no se veía por ninguna parte, seguro esperaban el anuncio desde la comodidad de sus lujosas casas en las que sí podían permitirse televisores de último modelo, sin tener que sufrir como los demás, ser como ovejas en un corral siendo llamados por su pastor.

La tensión era palpable. El pueblo estaba nervioso. El último llamado había sido para estipular el toque de queda que los regía actualmente, gracias a los constantes ataques rebeldes –completamente impredecibles-, la corona había tomado la decisión de establecer un toque de queda razonable, para evitar que personas estuviesen fuera de casa y de esa forma posibles muertes ciudadanas. ¿Qué anunciarían ahora? ¿Un aumento de impuestos? ¡Ya eran lo suficientemente altos! ¿Una nueva medida de seguridad? ¡Casi no podían respirar sin que un guardia capturara su aliento! De verdad que se estaba volviendo cada día más asfixiante e imposible de vivir bajo aquellas condiciones. Pero desde hace años que ya no esperaban un anuncio próspero para ellos, todo anuncio implicaba una subyugación más. Hace mucho que habían perdido la esperanza y que no conocían la prosperidad personal, sólo la prosperidad en conjunto de su reino.

Las pantallas se iluminaron, atrayendo la atención de todos sobre ellas, manteniéndose en silencio por unos tortuosos minutos antes de que el audio se hiciese presente.

—¡Buenas días mis queridos habitantes de Illéa! ¿No es una mañana hermosa hoy? ¿Cómo están? Yo soy Aaron Jones, para los que no me conocen. Y seré su presentador principal durante todas estas próximas semanas. —La voz jovial y divertida retumbó por todo el país sorprendiéndolos a todos. Esperaban ver la cara del rey, pero en su lugar un chico sonreía a través de la pantalla, con ojos grisáceos y dientes perfectos, el cabello oscuro perfectamente peinado hacia atrás y su esbelto cuerpo cubierto en un traje de etiqueta. El tipo de hombre al que podrías ver por horas sin cansarte y aún así seguir suspirando—. Bienvenidos a la primera edición de “La Selección” después de cincuenta años. Sí, señores. Los que sepan leer entre líneas o tengas suficientes canas en la cabeza sabrán a lo que me refiero. ¿Están cómodos? Si no lo están, háganlo. Y sosténganse para la noticia que estoy a punto de dar.


Una nueva explosión de murmullos se esparció, y como si pudiese verlos por una cámara oculta el chico se mantuvo en silencio y con una amplia sonrisa en su rostro atractivo, como dando tiempo de procesar la bomba que acaba de soltar. Se aclaró la voz frente al micrófono, recuperando la atención de todos hacia los artefactos tecnológicos. Realmente parecía estar disfrutando el momento y alargar el misterio un poco más sólo para tentar a los televidentes.


—La Selección, para los que no lo sepan o ya casi no recuerden, era un evento que desde hace dos generaciones no se celebraba, dejó de hacerse cuando uno de nuestros reyes abolió la tradición. Se le llama Selección al proceso en el cual nuestro futuro rey elige una reina entre la plebe, para mantener un sano equilibro entre el pueblo y su monarca. Sí señoritas, cualquiera de ustedes puede ser la Cenicienta de nuestro encantador príncipe Gareth. ¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes? Son respuestas que no tengo, discúlpenme mis queridos televidentes. Pero, puedo decirles, que toda aquella chica mayor de 16 años y menor a 25 años puede optar por colocar su nombre en el gigante bol del cual se sacará el papelito que dirá quiénes serán las afortunadas concursantes, las que tendrán la oportunidad de obtener el corazón de nuestro queridísimo príncipe. Y con certeza prometerles, que alguna de ustedes que me está viendo en éste momento, al final de tres meses estará de éste lado como la futura reina. Deseara yo estar en su lugar, tener a diez jovencitas a mi disposición para elegir, ¿el sueño de todo hombre, no?

Todo el mundo contuvo la respiración antes de enloquecer en el sentido más amplio de la palabra. Todos aquellos agachados o sentados se pusieron de golpe de pie, ya aquello no eran murmullos, eran gritos. Cada persona tenía algo que decir o comentar. Los jóvenes habían escuchado rumores de que eso había sucedido hace años y los más viejos aún recordaban. Hace ya cinco décadas que La selección había dejado de celebrarse, cuando la monarquía se convirtió en dictadura y ya no quisieron respetar la tradición del sano equilibrio entre el pueblo y la corona; abolieron la norma para que de esa forma la corona siempre quedara en la misma familia.

—Los puntos de concentración están dispuestos en los…


No tuvieron tiempo para reaccionar, incluso para procesar lo que sus ojos torpemente captaban. Todas las pantallas desde el centro se resquebrajaron disparándose en todas direcciones. La explosión estremeció la tierra, todos se lanzaron al suelo cubriéndose con los brazos por reflejo de la lluvia de pequeños cristales en los que se habían vuelto cada pantalla. La voz había cesado al instante y el humo hacía toser a muchos que corrían despavoridos tratando de alejarse lo más posible de aquellos lugares. Nadie entendía que había ocurrido, ¿otro atentado? Quizás. Sólo buscaban salir de allí aún sobre la marea de guardias que trataban de mantenerlos a raya. El llanto entremezclado con el humo y los gritos pronto se hicieron sobre los guardias, dejando completamente desoladas las plazas. Todos corrían a sus casas y cerraban las puertas tras ellos y sus familiares. Algunos con algunos cortes, otros con golpes de los mismos vecinos en su apresurado intento de huir.

Una voz que parecía surgir de la tierra retumbó a través de las paredes, haciendo que a muchos se les erizaran los vellos de la nuca y los brazos. Profunda y claramente alterada, la voz habló:

“No queremos una nueva reina. Ni un nuevo rey. No queremos reyes que nos opriman. Queremos la libertad de nuestro pueblo.”
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Se hizo un silencio sepulcral sólo roto por el graznar de las aves asustadas que volaban elevándose en el cielo claro y ahumado. La noticia había sido interrumpida. Y el mensaje era claro. La resistencia había hablado.

El grito de una señora alertó los guardias que se apresuraron a correr hacia el origen, con las armas en alto listos para disparar.

—¡M-Me han robado todo! —Lloriqueó la mujer abriendo los estantes completamente vacíos. Nada. Completamente limpios.

—¿Sólo se llevaron la comida? —inquirió el soldado—. ¿O falta algo más?

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Abrió la puerta, seguido del alto guardia pisándole los talones y caminó apresuradamente al centro de la habitación, dónde una amplia mesa se elevaba y estaba rodeada de personas que parecían ladrar órdenes de aquí para allá. Gareth buscó a su padre con la mirada, encontrándolo rápidamente a la cabeza de la mesa, dando unos fuertes golpes en la madera oscura descargando su frustración contra el informante frente a él.

—¿Es verdad? —interrumpió sin siquiera pensarlo—. ¿Que estallaron todas las pantallas en el atentado?

La mirada severa de su padre se fijó en él, haciendo una mueca de descontento y cansancio al tiempo que se dejaba caer en la silla a la cabeza de la mesa. La silla que le gustaba y la que le correspondía por derecho como rey. No renunciaría a ella tan fácilmente.

—No sólo estallaron las pantallas y dieron un mensaje el cual aún no averiguamos dónde se originó. Sino que también, los Sin número, aprovecharon la ocasión del anuncio para robar la comida de muchas casas y establecimientos. Alguien tuvo que informarles y no entiendo cómo demonios ocurrió eso, siendo confidencial. —Puso a su hijo al tanto de la situación, después de todo, él sería el próximo a sentarse en esa silla y debía evaluar su carácter.

—¿Hay muertos? —preguntó de forma profesional.

—No. Hasta el momento, sólo heridos. Hay que cazar a esos malditos como ratas y matarlos uno a uno… —despotricó el rey, apretando el puño. Gareth suspiró.

—¿Por qué? No han matado a nadie, quizás si intentamos hablar con ellos…

—Su objetivo no son ellos. Somos nosotros Gareth. —Lo cortó—. No pierdas el norte. Hay que exterminarlos. Siéntate con Aiken para que te ponga al día de la situación y te muestre los informes de los últimos atentados. Quiero una propuesta que me satisfaga para mañana.

—Te dije que “La Selección” no era la solución. A los rebeldes les importa poco si me caso o no, sigues siendo el rey, te siguen odiando. Siguen odiando el concepto de la monarquía, el problema no está en la distracción, papá…

—Y tú sigues sin hacer nada. Ponte en lo que te dije —repuso al tiempo que se levantaba y salía de la habitación.

Gareth suspiró, tomando el lugar de su padre al éste levantarse y salir de la habitación. Trató de no inmutarse ante la mirada fría del consejero principal de su padre, enarcando una ceja hacia él.

—Podemos empezar cuando estés listo.

Buscar una solución o al menos intentarlo iba más allá de una orden de su padre, era su deber para con su pueblo como su futuro rey. Sólo esperaba que la solución adecuada no fuera tener su propio harem de chicas.

Contenido oculto: N/A

N/A: Bueno chicas, éste es el inicio. Disculpen la demora, fue un asco tantos personajes jajaja, por eso vamos a ir poco a poco. Pero ya todos irán apareciendo eventualmente. LAS AMO <3

Cantidad de palabras: 3393.