En un susurro me despertó pero nadie había hablado, todo resultó un engaño. Mi mente con desgana recreó su propio cuento y sucumbió ante el descubrimiento de la innegable verdad. Puedo llegar a pensar que mis recuerdos realmente no lo son; no son más que mentiras fantasiosas, dulces pero a la vez devastadoras para el corazón. Ante el frío golpe de la lluvia nocturna sobre mi cuerpo empecé a tiritar y mi estado mental ya afectado empeoró considerablemente, llevándome al borde del abismo, un abismo que yo ya conocía muy bien, mi borderline. Entonces miré la negra superficie y el asfalto por momentos parecía un espejo de agua, permitiéndome ver mi reflejo en él. Vi una mujer demacrada, con los ojos exaltados como si quisieran salirse de las cuencas, enrojecidos por el esfuerzo de retener el lagrimeo, vestida con ropa mugrosa, llena de charco de pies a cabeza, le faltaban los zapatos y caminaba lento como si el tiempo pasara inverosímil por su vida, como si no hubieran preocupaciones, aunque realmente pudiera tener muchas. Al parecer nada le importaba, ni siquiera el frío o la lluvia. Traté ahora de evitarla, de no mirarla... no me gustaba verla así, no me gustaba verme así. De verdad ¿esa mujer era yo?. Sentí tanta pena, tanto dolor, tanta lástima, y por mí. Mis manos se enrollaron en mis hombros como queriendo abrazarme, como si así pudiera mitigar el frío, pero sólo era un intento vano. Empecé a sentir en ese preciso y hasta conmovedor momento, preocupación. Comencé a experimentar los efectos del frío, de la lluvia, de la congestión mental, de tantas cosas... porque todo en ese momento me afectaba. Sólo esperaba que algo o alguien pasará y acabará de una vez por todas con mi sufrimiento. No me importa la manera, merezco algo peor de lo que cualquier mente humana pueda concebir, yo lo sé, lo siento así. Pero nada pasó... nunca nada se dignó en pasar. Llegué a mi casa y me derrumbé en el suelo como un torbellino aplacado apenas la puerta se cerró a mi espalda; allí no había nadie pues todos me habían abandonado. Mi marido se fue con otra mujer y se llevó a Daniel, mi pequeño hijo. Según recuerdo, sus palabras me condenaron como algo más que una amenaza. Soy peligrosa. Por más que lo intente no puedo dejar mi pasado atrás, yo maté a esa gente y ya no hay cárcel para mí más que este lugar, así es como lo debo pagar... sola, perdida y desesperanzada, en la agónica espera de la grácil e implacable muerte.