Toyama Tateyama

Tema en 'Prefecturas' iniciado por Amelie, 4 Septiembre 2022.

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    Amelie

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    Inuzuka se acercó a Kohaku y lo miró algo apenada —Mi señor... yo no sabía que usted era el bendecido por Ebisu hasta este preciso momento; mucho menos entiendo quién pueda ser su enemigo— tomó aire y suspiró con fuerza —Los Dioses nunca son precisos, son ambiguos y molestos con sus encomiendas...

    Inue comenzó a reírse —Los Dioses tienen el poder de muchas cosas —sonrió —Pero son los seres humanos, su creación; la única cosa que no pueden doblar a su deseo. En cambio, pueden hacerlo con todo lo que les rodea, obligándolos a moverse, pero aunque se muevan, nunca se puede predecir el camino que tomarán.

    —¿Por qué no pueden darnos un camino a seguir? — preguntó Hashimoto — Seríamos más eficientes, no perderíamos el tiempo intentando entender nuestro propio destino.

    —La naturaleza de servir es muy humana; así como lo es el tiempo; mientras aquí se crea que el tiempo es vital para cumplir con su misión; para ellos, los Dioses, el tiempo es eterno. Pueden esperar toda la eternidad a que alguien cumpla. Y tal vez, ese sea el único camino; el que uno mismo va construyendo con el tiempo que le es otorgado con los medios que ha obtenido, esperando que aquello sea suficiente —Inue miró a los presentes, todos estaban con más preguntas que respuestas. Y ella sabía que no podía dárselas.

     
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    Gigi Blanche

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    Que Inuzuka se refiriera a mí como "Señor" me pilló completamente desprevenido, lanzándome nervios encima y algo de color a las mejillas. En absoluto había querido mortificarla, pensé que se trataría de una pregunta sencilla. Tal parecía ser que los Dioses, en efecto, siempre eran crípticos y ambiguos en sus pretensiones. Le sonreí, meneando lentamente la cabeza.

    —No pasa nada. Tal parece ser que... todos guardamos dudas con respecto a nuestras misiones —reflexioné en voz baja, recorriendo al grupo con la mirada—. Quizá las respuestas sean más sencillas de lo que pensamos, o quizá no debamos resolverlas solos.

    Lo pensé unos segundos.

    —Un enemigo... Si apuntamos a lo evidente, enemigo sería todo aquel que vaya en contra de la misión de Ebisu. —La imagen de mi padre apareció en mi mente, volteé a ver a Hotaru y regresé a Inuzuka—. Se supone que proteja y garantice la seguridad de los shijin, y hay personas, miembros del clan Taira, que los están amenazando. Ese es un enemigo claro.

    Mientras, Hashimoto había empezado a quejarse e Inue le respondió. Llevaba razón, los Ancianos habían hablado mucho al respecto. Las misiones de los Dioses a veces no parecían tener sentido, al menos no desde nuestra perspectiva. Ebisu había descartado a Rengo sin más, ¿qué diferencia podían significarle a él quince o treinta años? Si Rengo no servía daba igual, aguardaría y pasaría al próximo sucesor. Por eso nos asemejábamos a peones colocados en un enorme tablero.

    Porque lo éramos.

    —No hay respuestas —murmuré, y pillé algo de valor para hablarle al resto; le di unos golpecitos suaves a la máscara que llevaba a un costado de la cabeza—. Según las leyendas, hace cientos de años los shichifukujin descendieron del cielo en su Takarabune para repartir las bendiciones del año nuevo. Llegaron a las costas de mi villa y trajeron consigo esta máscara. Ebisu en persona bajó del barco, puso sus pies sobre la tierra infértil, y el césped brotó de inmediato; a partir de entonces, en tanto hubiera un primogénito portando esta máscara, las cosechas serían abundantes y las tempestades, clementes. Era su única condición para bendecir la villa. A raíz de eso, de esa historia contada cada año nuevo, me obligaron a usar esta máscara cada minuto del día durante quince años.

    Sonreí con cierta tristeza, incredulidad y también añoranza, mientras los recuerdos espiralaban a mi alrededor. Se lo había dicho a Chiasa, bajo el cielo blanquecino del invierno.

    Puede que no comprendas mis razones, pero quiero creer.

    —Nunca lo entendí, y a día de hoy sigo sin hacerlo. Si portar la máscara se suponía que nos garantizaba la bendición de los Dioses, ¿por qué... pasó lo que pasó? No tiene sentido. —Tomé aire y lo solté en un suspiro—. Supongo que las misiones son eso. Quizá no debamos entenderlas nunca, en tanto las usemos de guía y nos ayuden a construir nuestros caminos.

    Quiero creer en esas historias.
     
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    Tamura suspiró —Y yo pensando que la tenía difícil con el peso que dejó mi padre en el apellido Honda... —reflexionó ante lo que Inue, Kohaku y el resto iban revelando.

    —¿Honda? —preguntó Hashimoto.

    Tamura hizo una mueca de dolor; dándose cuenta que no siempre se tenía que hablar tan abiertamente de las cosas; miró a Hashimoto, quién había mencionado que fue miembro del clan Taira bajo las órdenes de Sakurai.

    —Lo siento, si. Es mi padre. Pero créame cuando le digo que yo no sigo sus pasos —miró a Kohaku —¿No íbamos a subir esa montaña? Yo estoy listo —dijo para cambiar el tema de conversación lo más rápido posible. Hashimoto se notaba sorprendido; pero no presionó a Tamura.

     
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    Gigi Blanche

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    Mi relato no indujo mayor reacción en nadie, y en cierto modo lo agradecí. Tamura había abierto la boca, quizá soltando más información de la cuenta, y pareció lamentarlo al instante. Normal, la verdad. Quiso cambiar de tema, no se le ocurrió peor delirio que el de subir la montaña de noche y en nuestro estado, así que decidí darle una mano. Me incorporé con cierta dificultad, los huesos se me resintieron y fui donde él. Me detuve detrás suyo, enganché las manos bajo sus axilas para levantarlo y le empecé a dar palmaditas suaves en la espalda para que avanzara.

    —Sí, sí lo estás. Ahora vamos a dormir, que es tarde y necesitamos descansar.

    No estaba muy seguro cómo íbamos a apiñatarnos en aquella cabaña tan modesta, pero con el cansancio que me cargaba probablemente me desmayara incluso de pie. Guié a Tamura hasta un rincón y le eché encima mi piel de lobo, sonriéndole. Recordé a Mao, a Rengo también, mientras afianzaba la prenda sobre sus hombros, y mi sonrisa se permeó de cierta nostalgia. Chiasa, sabiéndose expuesta, se removió cerca de mi cuello y olisqueó el aire.

    —Me la devuelves mañana, si quieres, pero ahora duerme calentito. —Miré a la ardilla de reojo—. ¿Quieres ir con él?

    La pequeña lo dudó un poco, observó a Tamura y básicamente esperó que él tomara la decisión. Entre tanto, seguía sintiendo un dejo de responsabilidad por toda aquella situación, incluso si era un niño rodeado de adultos que sabían lo que hacían. Por ello, antes de recostarme cerca de Tamura busqué a Inue. Incliné la cabeza brevemente.

    —Disculpe las molestias, señora, y muchas gracias por permitirnos descansar aquí.

    Había algo de tumulto, recordé a Hotaru y pensé que llevaba un buen rato callado, cosa poco usual en él. Fui de regreso donde Tamura y busqué al muchacho con la mirada para indicarle que se acercara, sentándome.

    —¿Estás bien? —indagué por si acaso, y mi sonrisa se ensanchó con algo de diversión; el cansancio, sin embargo, comenzaba a pesarme en el cuerpo—. Supongo que no tendrás mucho para hacer aquí de noche, a diferencia de Shimotsuke. ¿Quieres que me quede un rato contigo?


    momento de calidad con THE BOIZ

    iba a mandarlo a dormir ya, pero ko dijo que no (?
     
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    Tamura miró hacia Hashimoto mientras Kohaku lo tranquilizaba; aceptó la piel de lobo y se acurrucó al notar que Hashimoto afirmaba tranquilo, no hablaría más si él no estaba listo.

    Soreku hizo lo mismo que Kohaku, contaba con gran cantidad de pieles encima, las cuales repartió a aquellos que no estaban propiamente cubiertos; Inukawa e Inuzuka conocían las inclemencias del invierno; por ello cedieron las atenciones al pequeño niño; Reijiro; Ukita y Hashimoto.

    Inue le sonrió a Kohaku —Sería cruel dejarlos a la intemperie —dijo avivando las llamas del pequeño fogón central, el cual era insuficiente. Pero talvez, el calor del gran grupo en aquel pequeño espacio, pudiera levantar la temperatura.



    Hotaru esperaba en silencio cuando Kohaku se acercó a él con la pregunta — Pensaba en la soledad de los yurei dijo con una ligera sonrisa. Kohaku había cedido su piel de lobo a Tamura, quién por el cansancio comenzaba a quedarse dormido — El sonido del silencio es abrumador; me había resignado a él. Había pensado que jamás volvería a hablar con nadie, que me limitaría a escuchar las conversaciones de los demás... a ver cómo el tiempo pasaba y yo me quedaba igual. Pero la resignación no es lo mismo a una completa aceptación. Duele... por siempre —se detuvo unos momentos; mientras Kohaku comenzaba a sentir el frío sin la piel de lobo.

    —Y eso me hizo pensar en todos los espíritus que están condenados a existir así; la tristeza me embargó —miró a Kohaku —Tal vez...este don de ver espíritus fue otorgado por alguien que vio la tristeza en ellos—Hotaru le sonrió a Kohaku —Tal vez, para personas cómo tú o Yoshio no sea una bendición; pero creo que... la bendición era para las almas solitarias, las cuales jamás creyeron que volverían a sonreír.

    Hotaru extendió su mano hacia Kohaku, no podía tocarlo; pero Kohaku sintió un calor, uno al que ya podía comenzar a acostumbrarse.

    —Yo jamás dejaré que pases frío

     
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    Tamura no puso pegas a mis intenciones de prestarle mi piel de lobo, cosa que agradecí y me permitió dejar el asunto estar. Vi que Soreku hacía lo mismo, lentamente todos nos preparábamos para pasar la noche. Sonreí con calma ante la respuesta de Inue y asentí, concluyendo el breve intercambio. Para cuando me senté y Hotaru vino junto a mí, el movimiento de la cabaña fue amainando suavemente; con ello, una cortina de silencio se coló por las hendijas. La voz del muchacho sonó clara a mi alrededor, como si pudiera envolverme.

    La soledad de los yurei, decía. Era algo que había pensado tras conocerlo, si Satsuki, mamá y mis hermanos pequeños se encontrarían vagando por la villa en eterno silencio. Fuera bajo el sol del verano, entre los campos de girasoles, o sobre el manto blanquecino del invierno, frente al océano. Las estaciones correrían y correrían y ellos seguirían allí, congelados en el tiempo. Inmovilizados.

    Condenados.

    La imagen, o quizás el clima de afuera, me lanzó un escalofrío por la espalda; puede que ambos. Junté un poco los brazos y piernas por mero instinto, sin dejar de concederle toda mi atención a Hotaru, mientras seguía hablando. Dijo que la bendición era para los muertos, no los vivos, la fogata chispeó en el ámbar de sus ojos y estiró el brazo hasta encontrar mi cuerpo. No fui capaz de sentirlo, por supuesto, pero una sensación cálida floreció en mi pecho como las camelias invernales. Ya me era familiar, parecía albergarse allí desde que lo había conocido en el campo de luciérnagas; como tal, ya no la cuestionaba.

    La soledad de los yurei debía ser horrible, pero creía poder verme reflejado en ella al menos vagamente, como un espejo de agua inquieto. La máscara me había arrancado a pulso de quienes me rodeaban, y cuando no hubo nadie capaz de imponérmelo, la restricción brotó de mí mismo. Incluso habiendo conocido a Takeda y a los demás aún había algo, una muralla de hielo, que me separaba de todos. Sonreí suavemente, gracias a Hotaru pude volver a relajar el cuerpo y cerré los ojos un instante. Tomé aire.

    Su pequeña llamarada estaba derritiendo el hielo lentamente.

    Y empecé a cantar. En voz muy baja, junto al chasquido de la fogata. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo, pero sabiéndome solo siempre lo había disfrutado. Era una canción muy popular en mi villa, una que le cantaban a los niños para dormir. Hablaba de un halcón y su soledad, de su vuelo taciturno hacia el ocaso. "Escucho su llanto solitario", decía, "cuán triste debe sentirse".

    Navegando el viento silencioso, un halcón vuela solo.

    Estira sus alas y acaricia el cielo vacío.

    Nunca puede descansar.

    Pronuncié simplemente las dos primeras estrofas, suspendí un breve silencio entre nosotros y volví a mirarlo, con una sonrisa sosegada en el rostro.

    —Toda la vida me educaron para servir, fuera al Imperio, a mi padre, a los Ancianos o de cara al futuro, a las personas que vivían en la villa. Toda la vida me dijeron que mi único futuro posible era servir... y no pude hacerlo. No pude proteger a nadie. —Mi gesto se empañó con algo de tristeza, y pese a eso se ensanchó—. Perdí, perdí muchas cosas y gané esta bendición, gané... una nueva oportunidad. Siempre sentí que no tenía lo necesario para ser lo que querían que fuera, ¿sabes? Pero ahora... quiero hacerlo. Quiero servir, a ti y a los demás Shijin. Quiero servirle a Takeda. Por eso no reniego de esta habilidad, no lo hice jamás.

    Estiré la mano y la apoyé sobre el tatami, entre ambos. Busqué sus ojos. Era Hotaru, el ave fénix del renacimiento, y también llevaba el nombre de las luciérnagas. Chiasa me había hablado de ellas hace muchos años, una vez que la primavera le daba paso al verano y estaban surgiendo de los humedales.

    ¿Sabes, Ko? Muchas personas tienden a confundir las luciérnagas con hitodamas.

    ¿No sería bonito?

    Que las luciérnagas sean almas ansiando despedirse.

    —Si puedo apalear tu soledad al menos un poco, si logro darle consuelo a las almas errantes que no encontraron descanso... entonces todo cobra sentido.


    ah, estos niños *ugly crying*

    la canción que canta Ko es la de arriba del todo ofc y esta es la letra just in case, me limité a las dos primeras estrofas porque son las que están a capella y *chef kiss* His voice is so soothing i might cry
     
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    Amelie

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    [Kohaku; Hotaru; Tamura; Ukita; Hashimoto; Reijiro; Inukawa; Soreku; Inuzuka; Inue]
    El lugar era muy pequeño, su canto se podía escuchar; pero nadie interrumpió, cerraron sus ojos y se arrullaron con el ligero sonido, como el viento rozando el rostro.

    La tristeza de aquel que siempre está solo
    —Ko — Hotaru tenía la ventaja de que no tenía que modular su voz, nadie más que Kohaku podía escucharlo —Acuérdate de los girasoles... —aquella frase parecía estar destinada para él, transportándolo a un viejo recuerdo —Se inclinan ante el sol; pero si están demasiado inclinados significa que han muerto.
    Tú sirves; pero no eres un sirviente. Servir es el arte supremo que pocos entienden. La naturaleza es la primera servidora; la naturaleza sirve al hombre; pero no es sirviente de hombres —Miró al fuego pequeño pero cálido.

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    —Aun no lo entiendes ¿cierto? —
    Hotaru habló sin mirar a Kohaku, mirando el baile de las llamas —No tienes que servirme. Podría no renacer y estar bien con ello; porque estás conmigo, y eso me es suficiente.

    Hotaru separó la vista del fuego y miró a Kohaku; sus ojos parecían haber imitado el movimiento del fuego; o sólo era el fuego reflejándose en ellos por un momento. Sonrió — Debes dormir; no te preocupes por mi; ya no estoy solo.

     
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    Hotaru mencionó los girasoles y varios recuerdos acudieron a mi mente. El campo de girasoles junto a la villa, el que había cuidado el señor Tomoka por tanto tiempo en Shizuoka, junto al oyaji. Se alzaban de cara al sol, había dicho, y por ello los plantó así: para que dieran al balcón de su esposa. A Hotaru, también, le había hablado al respecto en Shimotsuke.

    Uno encuentra cierta clase de consuelo en las flores, ¿cierto?

    Seguiremos siendo parte del mundo que habitamos. Eternamente.
    Cuando Hotaru decía ese tipo de cosas me recordaba a Takeda, me recordaba que no era un muchacho ordinario. Desvió su mirada al fuego, repasé su perfil brevemente y luego lo imité, en silencio. Comprendía la enseñanza que intentaba transmitirme y no negaría que era necesaria, que aún había mucho que debía entender del mundo; aún así pensé que me estaba subestimando un poco. Incluso hablando de servidumbre y complacencia ya no era el Kohaku que había sido. Podía servir, podía inclinarme y no quebrarme nunca ya que, quizá por primera vez en mi vida, era una decisión propia.

    —No tengo que servirte —repetí sus palabras en un murmullo, sonriendo suavemente—, quiero hacerlo. El mundo se rige por equilibrios, al menos en su estado óptimo. El equilibrio de las pasiones y el espíritu, entre el día y la noche, el bien y el mal. El mundo que hoy habitamos... no está equilibrado. Hay guerras, hay mucho dolor y es injusto.

    Entre las gotas de silencio se podía escuchar el viento soplando afuera, helado, como un aullido solitario. Parpadeé, apartando la fina cortina de lágrimas, y proseguí.

    —La guerra se llevó a mi familia, se llevó a Chiasa. Si tuviera ante mí la posibilidad de traerla de vuelta, o al menos la más ligera esperanza, la seguiría sin dudarlo. Pero esa esperanza no existe. —Busqué sus ojos—. La guerra también arrebató tu vida, también es injusto. Y si no puedo conseguir una segunda oportunidad para mi hermana, al menos quiero esforzarme por ti. Quiero hacerlo, sea un deseo del espíritu, de las pasiones, o de ambos.

    Ese es mi equilibrio.

    Asentí ligeramente cuando me mandó a dormir, detallando el mecer del fuego. Estaba cansado y me dolía el cuerpo, también... me dolía un poco el corazón, si debía ser honesto. Volví a asentir, le concedí una sonrisa y me acomodé lo mejor que pude. No tenía la piel de lobo pero Hotaru me había prestado su calidez; no sentí frío.

    —Buenas noches, Hotaru —murmuré, la sonrisa me cerró los ojos.

    Y el mundo, poco después, se desvaneció en un instante.
     
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    Amelie

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    [Kohaku; Hotaru; Tamura; Ukita; Hashimoto; Reijiro; Inukawa; Soreku; Inuzuka; Inue]
    Hotaru escuchó a Kohaku sin interrumpirlo; su determinación era muy grande, no había duda ni miedo en ese momento. Suzaku sonrió —Buenas noches; Kohaku — mencionó en voz baja, arrulladora.

    Lentamente, todos se fueron quedando dormidos; Inue seguía despierta, avivando las llamas del fogón de vez en vez. También el pequeño niño se despertaba; Inue tomaba su temperatura con el dorso de su mano y le volvía a indicar que durmiera.

    —Equilibrio... —pronunció Hotaru mirando a las llamas.

    Inue seguía acomodando la madera para que esta no se consumiera tan rápido; pero el pequeño niño miraba fijamente a Hotaru.
    —Ha sido una tormenta muy cruel—mencionó Inue limpiando el rostro del niño.



    El niño la miró sin emoción; se levantó quitándose las pieles de lobo, las dobló perfectamente dejándoles a un lado de Soreku y se dirigió a la puerta.

    —Te han intentado ayudar desde que llegaron—La voz de Inue seguía siendo muy baja, casi un susurro —Deberías compensarles sus molestias, no ha sido su culpa que enfermaras.

    El niño sonrió.

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    Abrió la puerta saliendo rápidamente para que el frío no se colara en el interior. Hotaru al ver esto se alarmó y siguió al niño al ver que Inue no hacía nada por detenerlo.

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    Y así; Hotaru vio como un dragón blanco recorría toda la montaña, llevándose la ventisca a su paso. Kuraokami estaba agradecido.




    Capítulo II

    朱色の鳥
    Shuiro no tori - Ave bermellón

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    [Kohaku; Tamura; Ukita; Hashimoto; Reijiro; Inukawa; Soreku; Inuzuka]
    Era un nuevo día; la ventisca había terminado. Sólo quedaba la nieve y un aire fresco; amable.

    Todos seguían dormidos; pero en la cabaña no estaban Inue, ni el pequeño niño, y a sorpresa de Kohaku, tampoco estaba Hotaru.

     
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    Gigi Blanche

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    Por suerte pude dormir bien, aunque conforme despertaba advertí un frío que me hizo abrir los ojos algo de golpe. Erguí el torso, repasé la casa con la vista y comprendí la sensación: Hotaru no se encontraba allí. ¿Habría salido a recorrer la montaña? Tendría sentido, sonaba bastante aburrido quedarse aquí sentado la noche entera. No me alarmé demasiado, pues, giré el rostro y sonreí al ver a Tamura enredado en la piel de lobo. Chiasa, al final, se había dormido con él.

    Procuré no despertar a nadie, o al menos hacer el menor barullo posible, y me incorporé en busca de agua. La vertí dentro de la tetera de acero, la colgué sobre el fuego y acomodé la leña, tomando asiento. Afuera... el viento que soplaba se oía tranquilo, y ya la luz del sol se colaba suavemente en el interior de la casa. Cuando todos despertaran podría recibirlos con una taza de té; mientras, aguardábamos al regreso de Hotaru. La señora Inue, sin embargo, tampoco estaba. Ni el niño.

    Eso... sí era extraño, ¿cierto?


    te imaginás que Ko vaya a arrancar a alguien de su dulce sueño? imposible, se queda esperando dos horas primero
     
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    [Kohaku; Tamura; Ukita; Hashimoto; Reijiro; Inukawa; Soreku; Inuzuka]
    Hashimoto fue el primero en despertar; levantó la vista hacia Kohaku quién comenzaba a preparar té. No dijo nada; también esperó en silencio avivando las llamas de vez en cuando. Los siguientes en despertar fueron Reijiro y Ukita; quienes se integraron a la dinámica; en aquel sitio había sólo dos tazas. Pero Ukita comenzó a tallar pedazos de madera los cuales usarían como tazas por unos momentos, la viruta la iba tirando al fuego. Hashimoto y Reijiro le ayudaron; todo esto en completo silencio, se sentía una armonía única; bastante especial.

    —¡Buenos días! —Gritó Tamura mientras se estiraba por completo. Despertando alarmados a los que aun descansaban.

    —El silencio es un privilegio —se lamentó Hashimoto.

    Todos tomaron un poco de té; y hablaron de la ausencia de Inue y el niño. Inuzuka mencionó que Inue seguramente lo ayudó a bajar la montaña; pero se preguntaron el por qué lo haría de noche y ante tal ventisca.

    Fue entonces que Hotaru regresó; miró a Kohaku y le saludó levantando su mano. Después escuchó las teorías sobre Inue y el niño y sonrió.

    —La ventisca se ha marchado — dijo ante Kohaku — No deben preocuparse por ellos, están bien.

     
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    Monte Tateyama (Casa -> Aguas termales)

    Lentamente, todos fueron despertándose. El primero fue Hashimoto, le concedí una sonrisa silenciosa y se reunió junto a mí, frente al fuego. Luego, Reijiro y Ukita. Nadie perturbó el sueño de quienes aún dormían, los únicos sonidos dentro de la cabaña eran el chasquido del fuego y las cuchillas, que se deslizaban suavemente sobre los cuencos de madera. En cierto punto, me incorporé y busqué las hierbas disecadas para empezar a molerlas sin prisa alguna. Había una paz muy agradable danzando en el ambiente.

    Hasta que se despertó Tamura.

    Su exclamación provino desde mi espalda, me hizo dar un respingo y casi se me cayó el mortero al piso; fue bastante sutil, pero por debajo de su voz también se escuchó un chillido bajito. Dioses, qué susto. Suspiré, recomponiéndome, Hashimoto se lamentó en voz baja y yo sonreí algo divertido, girando el rostro para dar con el chico; en el proceso, Chiasa se prendió a mi espalda y trepó hasta mi hombro. Pobrecilla, hasta ella se había asustado.

    —Buen día, Tamura, estamos preparando el té —murmuré, rascándole la cabecita a la ardilla, que se frotó contra mi mejilla—. ¿Dormiste bien?

    Un rato después, ya estaban todas las tazas humeantes preparadas. Disfrutamos del té, mientras los adultos, en su mayoría, eran quienes conversaban. Se habló de la ausencia de Inue y el niño, y en algún punto agregué que Hotaru tampoco estaba aquí; el muchacho, sin embargo, apareció casi al instante. Alcé a verlo, nos saludamos y asentí al recibir su información, transmitiéndosela al resto; si él aseguraba que estaban bien, entonces así era. Tenía mis dudas, por supuesto, pero al menos de momento decidí no inmiscuirme.

    —Toca seguir subiendo, entonces —dije una vez todos acabaron su té, incorporándome y estirando un poco los músculos—. Hoy el clima parece más amable, por fortuna.

    >> (7) Aguas termales
     
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    Salieron de la casa; por primera vez, pudieron distinguir perfectamente sus alrededores; fue inteligente esperar a que el clima mejorara, a que el sol iluminara. Con la ventisca de la noche, no hubieran distinguido si subían o bajaban la montaña.

    Hashimoto miró el horizonte con una sonrisa en el rostro; mientras los emishi se volvían a envolver en sus ropajes. Reijiro avanzó junto a Kohaku siguiendo sus pasos.




    Aguas termales; cima de la montaña.
    [Kohaku; Tamura; Ukita; Hashimoto; Reijiro; Inukawa; Soreku; Inuzuka; Hotaru]

    Llegaron a la cima después de una larga caminata; y fue allí que encontraron las gloriosas aguas termales.

    [​IMG]

    —Esto... —comenzó diciendo Reijiro —... esperaba algo más... portentoso. No que me esté quejando de lo que los kamis nos dan pero... —miró el pequeño hoyo de agua caliente — ...vaya.

    —¡Qué dices! —gritó Tamura emocionado —¡No hay monos! Si no hay monos es el paraíso; yo entraré — dijo comenzando a quitarse la ropa, dejándola en la roca más cercana.

    —Esto no debe ser; tal vez las que buscamos estén cerca —mencionó Ukita mirando a todos lados.

    —No, es esto —dijo Tamura metiéndose al agujero; que si bien no era tan pequeño como para que sólo una persona entrara, si era pequeño a comparación de otras aguas termales en Japón. Tamura sonrió al instante de que el agua tocó su cuerpo —Temperatura perfecta. ¡Vengan!

    Hotaru miró a Kohaku —Las apariencias pueden engañar... quiero creer.
     
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    Gigi Blanche

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    Antes de salir de la cabaña, recogí la piel de lobo que le había prestado a Tamura y volví a envolverme con ella; Chiasa aprovechó y, otra vez, se resguardó allí dentro. Hoy, sin embargo, el clima se presentaba considerablemente más amable, y poco transcurrió de caminata hasta que la ardilla asomó el hocico. Fue un rato muy agradable pese al frío, hasta que por fin alcanzamos lo que parecía ser la cima de la montaña. Me distraje admirando el paisaje, la inmensidad del mundo que se extendía hasta el horizonte, y volví mi atención al grupo cuando Reijiro empezó a hablar. Fue entonces que reparé en las aguas termales.

    Bueno, eran un poco tristes.

    Se me aflojó una sonrisa entre divertida e incrédula, en especial por la emoción que Tamura le estaba poniendo al suceso. El muchacho no tardó nada en desvestirse para lanzarse dentro y solté una risa breve, incapaz de seguir conteniendola. A decir verdad, no me entusiasmaba ni un poco quitarme la ropa en medio de una montaña helada.

    —Si yo fuera mono tampoco me habría preocupado por reclamar estas —bromeé, refiriéndome a las aguas termales, y me encogí ligeramente de hombros—. Perdona, Tamura, pero estoy buscando otra cosa. Seguro alguien más te acompaña.

    Al decir eso, me puse la clásica sonrisa de angelito para recorrer a los adultos del grupo con la vista. Se los estaba pidiendo por favor y gracias, digamos.

    —En teoría debería ser aquí —murmuré luego, repasando los alrededores con la vista, y me detuve en Hotaru—. ¿Ves algo que tenga pinta de... no lo sé, de altar milenario para revivir criaturas mitológicas?
     
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    [Kohaku; Tamura; Ukita; Hashimoto; Reijiro; Inukawa; Soreku; Inuzuka; Hotaru]

    Inuzuka negó —Hay cosas que sólo puedo dejar ver a mi futuro esposo —dijo la mujer alejándose del grupo.

    Reijiró miró a Kohaku y negó —Mi deber es protegerlo; y por supuesto me sacrificaría por usted; pero esto no puedo concebirlo —se inclinó en disculpa.

    Hashimoto y Ukita se acercaron a dónde Tamura para analizar el sitio de aguas termales; Tamura les sonrió y negó — Van a ver cosas que no les van a agradar si siguen mirando de ese modo—se burló.

    Hotaru miró a Kohaku —Yo creo que nos han timado; tal vez erramos de montaña; es un sitio muy frío como para que un fénix renazca ¿No es así?

    Soreku e Inukawa también se quitaban sus ropas —En Aomori también tenemos aguas termales rodeadas de nieve —dijo emocionado —pero son mucho mejores que este pedazo de paraíso que tenemos aquí.

    —Cuando volvamos les diré a los nuestros que nuestras aguas termales son lujosas, tal vez hasta debamos cobrar la entrada —bromeó a Inukawa.

    —Buscabas aguas termales ¿No, Kohaku? —dijo Tamura disfrutando de aquel sitio —Ven y relájate; antes de que los monos vengan a sacarnos a golpes.

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    La situación se había tornado en una entre triste e hilarante. Tanto misticismo y misiones divinas para acabar con un hoyo de agua caliente en el piso, ¿eh? El análisis de Hotaru me arrancó una sonrisa pequeña y sacudí la cabeza, suspirando. No tenía idea, vaya.

    Inuzuka y Reijiro se habían negado, pero algunos emishi accedieron mientras que Ukita y Hashimoto... bueno, digamos que estaban indecisos. Me acerqué sin gran convicción y me acuclillé junto a las aguas termales, para colar la mano dentro. Tamura me habló y solté una risa baja. A decir verdad, me daba bastante vergüenza desvestirme frente a tanta gente.

    Tampoco me moría por hacerlo.

    —¿O sea que pueden aparecer monos agresivos y me dices que los espere desnudo en medio de una montaña helada? —repliqué a modo de broma, con intenciones de desviar el foco de la cuestión—. No suena a un gran plan.

    Y para seguir riendo y no llorar, aún acuclillado, giré el rostro y busqué a Hotaru. La tontería que iba a soltar me agrandó la sonrisa.

    —¿Y si tenemos que meter la espada en el agua? Yo digo que vale la pena el intento.

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    Amelie

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    [Kohaku; Tamura; Ukita; Hashimoto; Reijiro; Inukawa; Soreku; Inuzuka; Hotaru]

    Ukita y Hashimoto seguían debatiéndose en el significado de aquel sitio; mientras Soreku e Inukawa ya se habían sumergido, acompañando a Tamura.

    Hotaru afirmó ante la idea de Kohaku —Vale la pena intentarlo; ya estamos aquí.

    Y justo cuando Kohaku estaba distraído escuchando la respuesta de Hotaru; Tamura lo tomó del brazo empujándolo hacia adentro. Pero fue Reijiro quién reaccionó a tiempo y logró nivelar el equilibrio de Kohaku jalándolo del hombro; así evitando que cayera a aquel agujero.

    —¡El joven Kohaku trae su ropa! Lo estarías condenando a morir de frío al salir, además carga con una ardilla, es una criatura muy chiquita—reclamó Reijiro dándole un golpe en la cabeza a Tamura quién llevó su puño a su frente suavemente, recriminándose el no haber pensado mejor su broma; la ropa se podría arreglar prestándole alguna de las pieles que llevaban de sobra los emishi; pero a Chiasa, pobrecilla.

    —¡Lo siento! —gritó Tamura arrepentido profundamente, saliendo de golpe de las aguas termales, hincándose frente a Kohaku para después inclinarse en disculpa—No pienso bien las cosas.

    —¡No lo haces!— reclamó nuevamente Reijiro, tapándolo con una de las pieles de los emishi —¡Tápate! Te vas a resfriar.

    Y toda el agua tibia que sacó Tamura al precipitarse al exterior, comenzó a derretir la nieve a su alrededor; mostrando el hielo frágil sobre el que estaban parados.

    —¡Kohaku, cuidado! —gritó Hotaru extendiendo sus manos frente a Kohaku, pero sus manos traspasaron su cuerpo justo cuando el hielo cedió a sus pies...




    Kohaku sintió un calor envolvente; era un sentimiento muy ameno. El flujo del agua era constante y burbujeante; y cuando logró abrir los ojos debajo del agua; se encontró con absoluta obscuridad.


    Kohaku sentía como se hundía cada vez más; cómo su un peso en sus pies lo jalara al fondo; pero antes de perder el conocimiento, sintió como algo lo sujetaba y con gran fuerza se movía por el agua.

    Y salió; Kohaku salió del agua.

    Miró alrededor para ver quién lo había sacado de allí; y lo que vio lo sorprendió.

    [​IMG]

    No estaba ninguno de sus amigos; y el paisaje era completamente diferente. Una mujer disfrutaba de las aguas termales junto a varios monos mientras bebía sake. Eran los mismos monos de los que Tamura les había advertido; pero estos no le atacaron; pero si lo miraban fijamente.

    La mujer levantó la vista y observó a Kohaku y al instante frunció el ceño.



    Su cabello le recordó al Hana; pero no era ella. La mujer no dejó de mirarlo; para después mirar a sus alrededores —¿Qué haces aquí?

    Aquella voz, era muy familiar. Era la voz de Inue.

    La mujer sonrió; dejando su sake a un lado —Quiero que entiendas que no deberías estar aquí; yo no te he invitado; pero al parecer a alguien le agradas...—la mujer señaló el agua y al instante los monos salieron de ella. El agua comenzó a burbujear y a un lado de Kohaku se levantó una gran cantidad de agua cálida, la cual ocultaba a un viejo amigo.
    [​IMG]

    La mujer soltó una risa al ver emerger al dragón azulado; irradiaba energía, y sus cabellos reflejaban el ocaso.

    —Ya se conocían— la voz de la mujer llamó a Kohaku —Lo hiciste en unas cavernas, en completa obscuridad.

     
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    Gigi Blanche

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    Había estado a punto de responderle a Hotaru cuando sentí que me jalaban hacia adelante y, prácticamente al instante, también hacia atrás. Reijiro reaccionó antes que yo, regañando a Tamura sin pelos en la lengua, y me permití el momento para suspirar; Dioses, me habían sobresaltado. La mención de Chiasa hizo que la ardilla se irguiera y ladeara la cabeza, atenta al intercambio frente a nosotros. Estuve, otra vez, a punto de responderle a Tamura en cuanto se disculpó, pero entonces salió a la intemperie de repente y, otra vez, Reijiro se me adelantó. Me quedó sonreír con cierta resignación y soltar una muy ligera risa nasal. Era como un niño.

    —Descuida, no pasa nada. Chiasa te perdona, ¿ves? —Le rasqué el pechito y la ardilla chilló, regresando la mirada al muchacho—. Aunque vas a necesitar más abrigo.

    Había estado a punto de quitarme la capa de lobo para prestársela como la noche anterior, pero el hielo bajo nosotros crujió y no tuve tiempo de pensar nada en absoluto. Oí a Hotaru, llegué a verlo abalanzándose hacia mí y, de repente, oscuridad.

    Aguas profundas.

    Opuesto a lo que había esperado, esa inmensa negrura era cálida y agradable; me recordó a la tibieza que sentía gracias a Hotaru. La sensación consiguió tranquilizarme por razones que jamás sería capaz de explicar, simplemente... parecía correcto. Lentamente me fui hundiendo, envuelto en el abrazo de algo que no comprendía, no conocía, y aún así, tampoco me asustaba.

    Como si me perteneciera.

    O hubiera existido siempre dentro de mí.

    Me entregué a ese flujo constante, a la inmensa oscuridad, y en algún punto sentí cómo me jalaban hacia la superficie. Lo que encontré allí fue... bueno, lo primero que recordé fue a Tamura quejándose de los monos y tuve que tragarme la gracia. Mi corazón estaba tranquilo. Observé a la mujer con una pequeña sonrisa en el rostro, su cabello era similar al de Hana. No creía que tuviera sentido la asociación, sólo lo pensé. En cuanto los monos me clavaron la vista encima, bueno, ahí sí esperé que se mantuvieran calmados.

    Era todo culpa de Tamura y su verborragia, por supuesto.

    La mujer arrugó el ceño al verme, parecía sorprendida e incluso confundida; honestamente yo tampoco lo entendía. Sin embargo, aún más grande fue mi desconcierto al oír su voz. ¿Inue? ¿Por qué lucía así?

    Estuve a punto de decir que yo tampoco comprendía mi presencia allí cuando los monos salieron del agua y ésta empezó a burbujear. Una densa nube de vapor desdibujó la gran silueta que poco a poco se fue irguiendo, y no fue hasta verlo con claridad que una gran sonrisa me descubrió la dentadura.

    —Seiryu —murmuré, anonadado y maravillado.

    Era la primera vez que podía observarlo realmente, en las cavernas apenas había sentido su aliento y las escamas que cayeron de su cuerpo; pero habían sido esas escamas las que me permitieron conectar con Ebisu, comunicarme con él y embarcarme en esta... Dioses, ni siquiera sabía cómo llamarlo. ¿Misión? ¿Aventura? Cualquier palabra palidecía. El dragón ante mí era majestuoso y me acerqué a él, alzando la mano lentamente para apoyarla en el puente de su hocico. Lo seguí observando, cada detalle, y los ojos, por razones que me sobrepasaban, se me cristalizaron. Lo acaricié suavemente y acerqué mi frente.

    Algo en mi corazón se estremeció.

    —Estás bien —susurré, aliviado, y cerré los ojos—. Gracias a los Dioses, estás bien.

    Había temido por él desde que había topado con Shiryu en la caverna, y ni siquiera había imaginado encontrármelo aquí, así. Era un sentimiento... incapaz de explicar.

    Seiryu, el shijin del mar y la madera.

    De la benevolencia y la creatividad.

    El símbolo del Emperador.

    —Gracias por quitarme del agua —agregué un par de segundos después, alejándome un poco para encontrar sus ojos—. Y gracias por obsequiarme parte de tu poder, incluso en tiempos como estos. Fuiste el inicio de todo lo que ha ocurrido y te estoy inmensamente agradecido.

    Separé la mano de su hocico lentamente y, de la misma forma, giré el torso hacia quien parecía ser Inue.

    —Sé que no debería estar aquí, pero ¿puedo preguntar qué está ocurriendo? ¿Es usted realmente Inue?
     
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    [Kohaku]

    Seiryu aceptó el contacto con Kohaku y antes de que lo soltara; sintintió nuevamente esa ola de aire caliente que provenía de sus fosas nasales; era lo único que podía sentir. No sentía el frío del aire, ni la pesadez del agua; sólo calor.

    Seiryu también lo observó; el gran dragón azul afirmó. Era azul intenso, y sus escamas brillan mucho más de lo que Kohaku podía recordar de las que le fueron obsequiadas; parecía irradiar energía.

    —En piso humano soy Inue —dijo mirándolo directamente a sus ojos; algo en esa acción se sintió mal, intrusivo — Seiryu te trajo a mi hogar, seguramente te quería saludar —miró a Seiryu y negó. Luego volvió a mirarte, nuevamente a incomodarte— Porque tu no has entrado voluntariamente como lo ha hecho tu amigo —se mofó, luego en su mano se formó un tanto —Pero estás aquí —le extendió el arma — ¿Quieres darme tu ojo? A cambio yo puedo saciar tu venganza.

     
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    Que Seiryu no rechazara mi acercamiento me sosegó el corazón, tranquilizándome. Volví a sentir su aliento, justo como en la caverna, sólo que aquí podía contemplarlo plenamente y brillaba; brillaba de una forma magnífica. La tranquilidad, sin embargo, comenzó a abandonarme en cuanto Inue depositó su atención en mí. No comprendía de dónde surgía aquella sensación tan extraña y acuciante, pero iba creciendo y, al ver el tanto que se materializó en su mano, cómo lo extendió en mi dirección, comprendí. Volví a sus ojos, atónito.

    Amanozako.

    La opositora de los Cielos.

    Un ojo a cambio de una venganza.

    El corazón me retumbó en el pecho, inquieto. Miré a la diosa, los monos que la rodeaban y, por último, a Seiryu. Las escamas brillantes, los ojos de un ámbar tibio y entrañable. Shiryu lo había dicho, estar aquí le hacía bien. ¿Tenía sentido que sintiera tanto miedo en un lugar así, incluso tratándose de Amanozako? ¿Mi vida corría algún riesgo en este momento? El señor Yoshio, los tres grandes yamabushis, incluso Hashimoto...

    —Venganza... es una palabra oscura y codiciosa —murmuré, descendiendo la vista al agua vaporosa—. Demanda mucho y otorga poco. La venganza obedece a pasiones ponzoñosas y caminos enceguecidos, ¿no lo cree? —Alcé la mirada hacia Amanozako—. ¿De qué piensa que sirven las venganzas? ¿Por qué las otorga?

    ¿Le divierten, acaso?

    Comprimí los puños, esforzándome por aplacar el nerviosismo que amenazaba con afectar mi voz. No era una cuestión de inmediatez, mis principios jamás habían estado en duda: no ansiaba ningún tipo de venganza, sólo quería... entender.
     
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