Toyama Tateyama

Tema en 'Prefecturas' iniciado por Amelie, 4 Septiembre 2022.

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    Gigi Blanche

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    Hotaru se acercó a ver el dibujo, de modo que lo incliné en su dirección para facilitarle el acceso. Detallé su expresión un instante, excederme habría sido irrespetuoso, y regresé la atención al papel. Debía ser muy frustrante para él.

    La aclaración de Tamura me hizo alzar las cejas y desviar la mirada, sintiendo un ligero calor en las mejillas. Dioses, qué vergüenza, ¿cómo no lo había pensado? Me había quedado tan enfrascado en la conversación con Mitsuyo que no até cabos de lo evidente, que Yoshio también era un yamabushi. ¿Por qué, entonces, la señora del clan Utsunomiya había mencionado que no logró convertirse en yamabushi debido a su falta de talento en combate? Había asumido que ostentar el cargo significaba ser ambas cosas.

    De la forma que fuera, todos los líos mentales se fueron río abajo cuando Tamura siguió hablando. Volví a verlo, claramente sorprendido. ¿Era... el hijo de Honda? Cielos. Fui consciente de mi expresión y busqué moderarla, para que el muchacho no fuera a sentirse juzgado ni agobiado. En todo caso, su tono conservó la naturalidad y me pregunté si así se sentía o también estaba esforzándose por moderar sus formas.

    Era el hijo del traidor de la montaña.

    —¿Hachi? —Decidí indagar sobre el nombre que no había escuchado nunca, en vez de darle importancia inmediata a, bueno, lo otro—. ¿Es un Tachibana también?

    Había permanecido de cuclillas y comenzaba a entumecerme, así que me erguí. Observé el dibujo un poco más, con los recuerdos de Hotaru aún revolviéndose en mi cuerpo, y alcé la mirada a Tamura. Le sonreí, extendiéndole el papel.

    —Esto debería ser tuyo, entonces —murmuré, en tono suave.

    No sabía cómo se sentía en torno a su padre, pero la tristeza que había manchado su sonrisa me dio la sensación de que, más allá del resentimiento, las dudas o la ira, su corazón aún albergaba un recuerdo preciado del hombre. Jamás juzgaría a alguien por las acciones de su padre.

    ¿Dónde me dejaría eso a mí si lo hiciera?
     
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    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru]

    Tamura afirmó ante la pregunta —Hachi; Yoshio no lo nombró, no lo ha nombrado desde entonces. Hachi era el hijo de Seiji —dijo sin detener sus palabras —Así que eso lo convertiría en un Tachibana.

    Kohaku le extendió el dibujo; Hotaru observó a Tamura con detenimiento. Tamura tomó el dibujo y lo observó y sonrió — Debería cortarse el cabello ¿No crees? — dejó caer el dibujo — Pues bien, creo que eso será lo único que encontremos por acá. La cocina no tiene nada y los patios traseros son sólo eso, no hay más que vegetación y viejos postes de entrenamiento. La capilla sigue en mejor estado, ya la vieron al subir —Tamura demostraba que conocía aquel sitio con detenimiento.

     
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    El corazón se me comprimió ligeramente al saber quién era Hachi. El pequeño Hachi. Exhalé a consciencia y volví a preguntarme cómo debía sentirse Tamura sobre todo esto; cuando le entregué el dibujo, también noté que Hotaru lo observaba fijamente. Era... bueno, era complicado. Dudaba que Hotaru de repente lo resintiera, pero seguía siendo el hijo de quien comandó el ejército imperial. Quien los asedió. Y aunque Kyogi lo hubiera matado, él estaba a su lado. ¿Cómo había pasado de ser un yamabushi en Tateyama a comandante de las filas Taira?

    ¿Qué había ocurrido en medio?

    El comentario de Tamura cayó en oídos sordos; podía comprenderlo y entregarle el dibujo, pero eso no significaba que sintiera alguna clase de simpatía hacia aquel hombre. Observé el dojo en lo que seguía hablando. Si ya no había nada allí, suponía que tocaba seguir con nuestra misión.

    —Entonces ahora toca la montaña, ¿cierto? —Reijiro se había mantenido alerta, sin dejar de vigilar el perímetro, así que alcé la voz hacia él junto a una sonrisa—. Reijiro-san, ya vamos a irnos.

    No me sentía tan tranquilo ni animado como demostraba, pero tampoco quería hundirme en ningún pozo de recuerdos. Deseé ser capaz de, al menos, darle un apretón amistoso a Hotaru en el hombro, pero las circunstancias me limitaron a pasar lentamente junto a él y sonreírle.

    —Por cierto —solté al aire, en el camino descendente por las escaleras; me dirigía a Tamura—. ¿Tú tampoco conoces la relación entre los yamabushi y el shugendo? Porque yo creía que estaban íntimamente conectados.

    >> 1) Entrada al Monte Tateyama.
     
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    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru]

    Tamura negó —Tal vez sea algo moderno; o de otros clanes de yamabushis; no creo que Tateyama sea el único sitio con guerreros de las montañas, así como tampoco... —dijo con una sonrisa mientras seguía a Kohaku por las escaleras. Iba a conlcuír su oración pero se detuvo por lo que veía frente a él.

    Reijiro también había avanzado siguiéndolos, su rostro de confusión se había eliminado, su concentración ante la misión era absoluta. Y fue por eso que brincó frente a Kohaku cuando observó como tres personas se adelantaban seguidas de un lobo.

    Era Ukita, quien detuvo al lobo acariciando su lomo para después levantar su mano en saludo hacia Kohaku. Venía acompañado de Hashimoto, al hombre con el que Kohaku había conversado en Iwakura acerca del río mientras Takano le robaba sus cosas. También los seguía Inukawa uno de los emishis que ayudaron en Shimotsuke.

    —Es como decir que todos los emishi provienen de Aomori — terminó su oración Tamura mirando a los presentes especialmente a Hashimoto; sacudió su rostro al notar que este le regresaba la mirada al sentirse observado —¿Cómo perdió su ojo?

    Hashimoto reaccionó levantando la vista hacia Tamura — ¿Quién eres tú?

    —Un aliado —sonrió Tamura —Nos dirigimos a la montaña, ¿Nos acompañarán? Se ve que se conocen.

    Ukita miró hacia Kohaku —Esta es la respuesta a tu mensaje escrito —dijo refiriéndose a la misiva que Kohaku había enviado a Takeda — "Mi atención es contigo y tú misión. Te ayudaré en todo lo que esté a mi alcance" —Ukita mencionó citando a Takeda y avanzó hacia Kohaku y le entregó un saco lleno de monedas — "Tu confianza depositada en mi, vale más que el peso de este saco. No están solos, permítanme ayudarles" —refiriéndose a él como a Rengo.


    Gigi Blanche en el siguiente post nos movemos a la montaña
    +1,000 monedas, regalito de Takeda. Ficha actualizada
     
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    Asentí antes las palabras de Tamura, prefiriendo callarme la información que Mitsuyo me había concedido sobre las demás montañas y clanes en existencia. Ni siquiera se trataba de haber descubierto que el muchacho era hijo de Honda, de por sí no tenía motivos para confiar especialmente en él.

    El viento susurró un instante antes, en cierta forma advirtiéndome, pero de todos modos Reijiro fue más rápido. Había llevado la mano a la empuñadura de la espada y relajé el cuerpo de inmediato al ver a Ukita. Alzó su mano para saludarme, yo le sonreí y deslicé la mirada a Reijiro. Puede que en ese momento recién hubiera sido plenamente consciente de lo que significaba la misión que Hideyoshi le había encomendado, y el corazón se me comprimió en el pecho.

    —Gracias, Reijiro-san. No se preocupe, son aliados.

    Era la presión de tener gente dispuesta a morir por ti.

    Luego noté que junto a Ukita venía Hashimoto, el hombre que había pretendido distraer en Iwakura. Él había mencionado las aguas profundas, y fue inevitable pensar en ellas al darme cuenta de todo lo que había ocurrido desde aquel breve encuentro junto al río. Ahora la máscara descansaba a un costado de mi cabeza, no sobre mi rostro.

    Tamura ya había demostrado ser algo... descortés, y la pregunta que le lanzó a Hashimoto nada más conocerlo entró en el paquete. Me quedé quieto, algo nervioso, como si de alguna forma sintiera que debía responder por todo el grupo, hasta que pude avanzar e intervenir brevemente.

    —Señor Hashimoto, cuánto tiempo —lo saludé, junto a una sonrisa suave, y sentí en el pecho un chispazo de alegría genuino—. ¿Cómo ha estado? ¿Ha mantenido sus tableros de shogi a buen recaudo?

    La broma técnicamente había sido innecesaria, pero confiaba en que ayudara a relajar el ambiente. Además, las cosas habían acabado bien luego de la... maniobra de Takano. Asentí hacia Tamura cuando dedujo que nos conocíamos, y entonces Ukita se acercó a mí. Me dio algo de vergüenza saber que todas estas personas se habían movilizado hasta aquí debido a mi carta, era consciente de que había comenzado a tomar decisiones que no sólo me concernían a mí; pero también sabía que debía habituarme. Seguiría siendo así si pretendía ayudar al clan.

    Acepté la bolsa de monedas, en ese preciso instante Chiasa apareció de abajo de la capa de lobo y chilló, emocionada. Sí que le gustaba el dinero, ¿eh? La tontería me arrancó una sonrisa y eso logró tranquilizarme un poco.

    —Muchas gracias. —Incliné la cabeza ante Ukita y volví a erguirme; al detallar mejor su semblante, arrugué el ceño. ¿Habrían tenido un viaje difícil?—. ¿Te encuentras bien, sin embargo? ¿No prefieren descansar en el shukusha?
     
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    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru; Ukita; Hashimoto; Inukawa]

    Reijiro se relajó ante las palabras de Kohaku; ya había entendido que eran aliados; pero escucharlo del joven lo hizo sentirse más seguro. Ukita también reconocía a Reijiro, pues era uno de los hombres de Hideyoshi, tenía que hablar con él, tal vez sabría las razones de su señor para dirigirse a una misión en soledad.

    Hashimoto sonrió ante Kohaku, reconociendo la máscara a un lado; se acercó a él e hizo una leve reverencia, simple formalidad. También observó a Chiasa, feliz con el saco de monedas —No compraré nuevos hasta que ciertos jóvenes mantengan sus manos bajo control. Y usted, joven Kohaku; ¿Ha mejorado en su léxico para poder distraer a sus objetivos? — comenzó a reír, no esperaba respuesta alguna, simplemente disfrutó de la broma entre ambos.

    —El viaje... bueno...— dijo Ukita hacia Kohaku —verás que nos hemos resfriado un poco.

    —Lo cual es una vergüenza para hombres del Norte —mencionó Inukawa

    —Descansar sería lo más prudente— mencionó Tamura, después se giró hacia Kohaku avergonzado; no quería tomar decisiones en lo que fuera su misión — Yoshio y yo podemos cuidarlos. La tormenta de nieve no desaparecerá; llevamos así ya varios soles, aun así, tal vez esperar a al siguiente sea lo mejor; subir a la montaña acompañado siempre es mejor.

    —No buscamos retrasar la misión del joven Kohaku —intervino Hashimoto; Ukita e Inukawa afirmaron con fuerza.

    Tamura los miró e hizo una mueca de desaprobación —Entonces no me queda otra opción...— comenzó a buscar entre sus cosas. Por un momento los presentes se alertaron al ver que estaba armado; pero sus manos no buscaron el mango de su arma, fue más bien un pequeño saco que colgaba junto a su katana; lo tomó y desamarró el nudo de tela mostrando unos frascos.

    —Los guardo siempre para el invierno; Tateyama es un sitio dónde pasan pocos comerciantes; así que a veces me escapo a la capital a comprar remedios para los pocos que vivimos por acá —le entregó un remedio a cada uno de los enfermos —Estos medicamentos son mejores de los usuales; son directamente de Toyama.

    —Por lo tanto te han costado bastante —
    mencionó Hashimoto mirando el frasco — Se especializan en distintos tipos de remedios; no superan los precios del herborista viajero; pero si superan su efectividad —destapó el frasco y lo olió; miró a Ukita e Inukawa — Son seguros.

    Tamura se cruzó de brazos —No les daría medicamento expirado — comentó ofendido.

    Hashimoto sonrió; él pensaba en que estuvieran envenenados, no expirados —Agradezco lo que has hecho; déjame pagarte —Hashimoto comenzó a buscar entre su ropa pero Tamura negó con la cabeza.

    —No es necesario

    —Yo también insisto —
    mencionó Ukita buscando su dinero.

    —No deben preocuparse —sonrió Tamura mirando al suelo —Así tengo otra excusa para volver a viajar a Toyama.

    Hotaru avanzó hacia Tamura, se hincó y miró hacia arriba para ver el rostro de Tamura. Hotaru sonrió y vio a Kohaku —Está muy rojo, seguramente tiene a alguien que le gusta en esa ciudad.

    Ukita, Hashimoto e Inukawa bebieron los remedios.

    —Vengan, los guiaré a la montaña...



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    Monte Tateyama
    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru; Ukita; Hashimoto; Inukawa]

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    Tamura los guio al inicio de la ruta hacia la cima; pero la visión no era lo que esperaban. No era un camino asentado, era un camino difícil de transitar, era salvaje, con nieve profunda que haría un avance lento y forzado. Era Inukawa quien se movía con facilidad, acostumbrado a las montañas nevadas.

    —Si seguimos derecho; los monos de la montaña nos atacarán; hay una cueva de este lado —dijo avanzando hacia la derecha —Es un buen refugio de la tormenta; pero no ayuda demasiado para ocultarse del frío, es una cueva alta y profunda, las corrientes de aire a veces te obligan a querer salir corriendo de allí, es helado — se detuvo — Pero si quieren ir a ver a los monos lo entenderé; viven en el sitio más envidiable, en las aguas termales.

     
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    Monte Tateyama (Entrada
    -> Cueva del defensor)

    Confirmar que Hashimoto se había tomado mi broma con liviandad terminó de relajarme, a lo que pude también soltar una risa suave que se aparejó con la suya. No hubo más que agregar, de modo que pasamos a hablar sobre su estado de salud. Claramente el viaje los había afectado, y dudaba que internarse en una montaña helada les hiciera algún bien, pero también comprendí que realmente no tenía mucha opinión en el asunto. El camino que había compartido con los emishi me había ayudado a entender un poco sus modos y costumbres, y el comentario de Inukawa lo confirmó; si ya sentían vergüenza por haberse enfermado, jamás aceptarían quedarse en el shukusha a descansar.

    Le sonreí a Tamura en un gesto tranquilizador cuando volteó a verme. Mira nada más, el muchacho que tan fresco ventilaba las intenciones de Reijiro y ahora se cohibía. Luego buscó algo entre sus cosas, que resultó ser medicina. Permanecí en silencio y seguí con cierta curiosidad disimulada los movimientos de Hotaru. La información que me confió estiró una sonrisa en mis labios.

    —Gracias, Tamura, veremos de pagarte esos medicamentos luego —le agradecí, y al pasar junto a él agregué en voz más baja—: Con el dinero podrás ir a Toyama de todas formas, ¿no?

    Me había echado encima la sonrisa inocente que usaba para molestar a las personas, y luego de eso, finalmente nos dirigimos a la montaña. No sabía si era idea mía o el frío realmente había empezado a recrudecer conforme subíamos. Lucía inhóspito, blanco y silencioso. Su manto helado calmaba y a la vez agitaba mi corazón; era difícil escindir las emociones. Chiasa había regresado al abrigo de la capa y Tamura nos dio las indicaciones pertinentes. Aún me preocupaba el estado de Ukita y los demás.

    —¿Sienten alguna mejoría? —le pregunté al susodicho, acercándome a él, y luego volteé hacia el resto—. Lo de los monos no suena a un gran plan, ¿verdad? Además, si este mapa está en lo correcto, también hay aguas termales hacia el Norte. Creo que sería mejor avanzar por la cueva.

    >> (3) Cueva del defensor
     
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    Ukita sonrió a Kohaku —De hecho, me siento mejor que nunca —se inclinó ante el joven y susurró —Creo que más que medicamentos, esto eran drogas. Me siento como si estuviera nuevamente en mis veinte primaveras—después señaló a Hashimoto quien parecía estar molestando a Reijiro porque caminaba muy lento —Él probablemente cree que ha dejado de ser un anciano.

    Avanzaron hacia la cueva siguiendo a Tamura, no porque lo necesitaran realmente, Kohaku tenía el mapa; pero era bueno que les fuera diciendo dónde era seguro pisar.

    Cueva del defensor
    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru; Ukita; Hashimoto; Inukawa]

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    Ingresaron a la cueva con cuidado, allí Tamura les indicó que sacudieran sus pies y limpiaran la nieve; pues estarían ahora pisando piedra congelada, y al tener nieve en los zapatos, podría provocar que resbalaran.

    Lentamente fueron avanzando entre las estalagmitas creadas por las rocas y el hielo. El sietio era más frío de lo que Tamura pudo haber descrito.

    —¿Por que se llamará la cueva del guardián? —preguntó Hotaru a Kohaku

    —Este sitio es enorme —comenzó a decir Tamura —Pero no es un gran desafío, es sólo avanzar, no tiene caminos enredados, precipicios sin fondo ni nada de eso que podrían temer en cuevas heladas de montaña.

    Ukita mostró su alivio al saber aquello; pues conocía lo peligrosas que podrían llegar a ser ese tipo de cavernas.

    —Bueno... eso es nuevo. Incluso para mi —señaló Tamura a un hombre que esperaba sentado en una de las rocas.

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    Los miró con despreció.

    Por unos momentos, Ukita confundió su indumentaria con la de su padre; quién se suponía estaría con Kohaku, dio un paso adelante asumiendo que se trataba de él hasta que pudo distinguir sus facciones. Eran parecidas; pero no iguales.

    —¿Eres también un emishi? —preguntó Inukawa.

    Aquel hombre se levantó —Soy el guardián de esta cueva. ¿Quién de ustedes está portando a Kusanagi?

     
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    La suerte de confesión de Ukita me hizo alzar las cejas, entre curioso y divertido, y contuve el impulso de voltear hacia Tamura. Dioses, qué muchacho más extraño. Primero su falta de decoro y ahora ¿les había dado drogas? ¿En serio? Bueno, tampoco quedaban muchas posibilidades de buen comportamiento si había crecido junto al señor Yoshio.

    —Curioso —susurré, aún algo sorprendido, pero recuperé un poco de seriedad luego—. No es el mejor lugar para probar sustancias nuevas, sin embargo. Si notas cualquier síntoma extraño, por ligero que sea, por favor dímelo.

    La cueva era amplia y, Dioses, se sentía increíblemente helada. Seguí las indicaciones de Tamura y me incliné para quitarme la nieve de los zapatos. Mientras estaba en eso, Hotaru se me acercó y lo oí.

    —No tengo idea, la verdad —murmuré, reiniciando la caminata—. Pero puedo preguntarle a-

    Me interrumpí al notar en la lejanía una silueta a la espera, casi como un eterno guardián de aquella cueva helada, y la pregunta de Hotaru reincidió. En verdad advertí su presencia antes de lo que debía, casi como si algo en mi interior me lo hubiera susurrado, pero no fui consciente de ello. Lo reconocí tras acercarnos: era Shiryu, el hombre que había conocido en la tienda de armamento en Tsu. El abuelo de Kibo, el niño que se había asustado de mi máscara y le había ofrecido a Chiasa para tranquilizarlo. Lo recordaba claramente, pero hasta ahora noté que su aspecto se asemejaba mucho al de los emishi.

    El desprecio en su mirada, sin embargo, me agarrotó los músculos.

    ¿Quién de ustedes está portando a Kusanagi?

    Y la sensación empeoró. Respiré, el corazón me golpeó las costillas y tuve que ordenar a mis piernas que avanzaran. Nadie podía interceder por mí, debía hacerme cargo del asunto. Lo sabía, y aún así me aterraba, pero lo haría de todos modos.

    Tenía que.

    —Sí que es largo el camino desde Tsu hasta aquí, ¿verdad? —murmuré, rebasando al grupo entero para detenerme frente a Shiryu, y le sonreí. Chiasa se asomó sobre mi hombro y chilló suavemente, al parecer habiendo reconocido el olor del hombre—. Cuánto tiempo. ¿Cómo se encuentra el pequeño Kibo?

    El corazón me seguía latiendo con fuerza. ¿Por qué había preguntado directamente por Kusanagi? ¿Qué sabía al respecto y por qué el interés? ¿Acaso... sería un enemigo? Pensé en responder a su pregunta, pero preferí comprobar si se acordaba de mí primero.
     
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    Aquel hombre notó cómo Kohaku se dirigía a él; miró la máscara a un costado y recordó; pero su semblante no cambió.

    —Tal vez... deberíamos retroceder —mencionó Tamura con aprensión

    —Kibo...— respondió aquel hombre, ausente.

    Hotaru lo miraba atento, su conexión con Kohaku lo llevaba a saber que aquella presencia no era normal, Kohaku lo entendía; pero para Hotaru era un nuevo sentimiento.

    —Debo cuidarlo; no puedo perderlo; no como lo hice con... —el hombre bajó la mirada y desenvainó dos katanas; ambas con características únicas, especiales. Así como la katana color jade tenía en su cintura. La katana a su mano derecha se veía destruida, cómo si esa arma no tuviera filo alguno, no tenía brillo alguno; y tenía detalles de fénix en ella; la de su mano izquierda era color negro, con detalles de un tigre en ella.
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    Reijiro e Inukawa reaccionaron de la misma manera, desenvainando sus armas; pero Hashimoto y Ukita avanzaron para calmarlos.

    —Kuroki mencionó que vendrías...—dijo el hombre mirando a Kohaku — Kohaku Ishikawa — Avanzó ligeramente hacia el grupo, el cual comenzó a tensarse, incluso Hashimoto y Ukita comenzaron de prepararse para un ataque —Dame esa espada, sé que la cargas contigo.

     
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    Había algo en este hombre que lucía profundamente distinto a quien había conocido en Tsu. El nombre del pequeño Kibo pareció arrastrarlo en una dirección impropia, sentí que algo iba mal y tragué saliva. Tamura tenía razón, había... algo le ocurría a Shiryu. ¿Y dónde estaba Kibo? ¿Qué hacía aquí? Mi cuerpo se tensó al ver cómo desenvainaba dos de sus katanas, pero detallarlas fue lo que realmente me dejó inmóvil. Un fénix, un tigre, y el color verde del dragón. ¿Acaso...?

    En Tsu me habían sido otorgadas las escamas que me permitieron conectar con Ebisu.

    El filo de las espadas deslizándose fuera de sus sayas era un sonido que jamás iba a agradarme. Alcé las manos por instinto, como si pretendiera pedirle que se calmara. Shiryu mencionó a Kuroki, lo cual me pilló totalmente desprevenido, y que pronunciara mi nombre volvió a helarme la sangre. Era evidente lo que pretendía, pero no comprendía el motivo.

    Quise voltear hacia Hotaru, pero no me atreví a desviar la mirada de Shiryu. Pensé a toda velocidad hasta dar con algo decente.

    —Estoy aquí con una misión —arriesgué, no logré disimular del todo el miedo en mi voz—. Esas espadas... son por los shijin, ¿cierto? Sé que están en peligro, por ello estoy intentando ayudarlos.

    Rebusqué en mi ropa hasta dar con la única escama que me quedaba encima, y se la mostré.

    —Esto. Lo recibí en Tsu de un Shijin oculto en las cavernas. —Bajé el brazo, intentando mantenerme firme—. Dime, ¿para qué quieres tú la espada? ¿Cuál es tu objetivo con ella?
     
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    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru; Ukita; Hashimoto; Inukawa]

    Los presentes permanecían atentos a las palabras de Kohaku, sabían que debían escucharlo. Inukawa se mantenía a las órdenes de Ukita quién evitaba que atacara sin su consentimiento. Incluso Tamura miraba a Kohaku, esperando que sus palabras arreglaran aquel asunto incómodo.

    El hombre con dos katanas miró a Kohaku cuando mostró la escama. Al instante clavó la katana del tigre en la caverna, cómo si la fuerte y fría roca fuera simple arena. La espada se mantuvo de pie y el suelo tembló ligeramente, alertando a Ukita a mirar al techo esperando que las estalactitas no cayeran sobre ellos. No fue así. La espada que era negra se volvió blanca, sin brillo.

    El hombre miró a Kohaku —Cada katana representa a un shijin, estás en lo cierto. Y si el arma no está con su legítimo dueño —señaló la katana en el suelo — pierde su brillo — levantó la otra katana en su mano —Pero es diferente a esta, que no sólo carece de brillo, sino también de filo. Es un arma muerta —dijo envainándola nuevamente; pero esta vez desenvainó la katana color jade y con ella se acercó a Kohaku; todos se interpusieron frente a Kohaku; pero inmediatamente fueron lanzados por una ráfaga de viento, una que no afectó a Kohaku.

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    El hombre se acercó y con la katana de jade tocó la escama en manos de Kohaku, y al instante el brillo regresó al filo. Volvió a separar el arma y nuevamente perdió filo. Con esto último envainó la katana.

    —Mi verdadero nombre es Byakko; soy el shijin del viento y el metal, soy el protector de todos los shijin. Y mi misión es que ninguna de las antiguas reliquias sean reunidas. Y tú posees la que es obtenida asesinando a Suzaku, el shijin del fuego. A quién no fui capaz de proteger — Byakko era un hombre alto; de rasgos fuertes y algunos tatuajes en su cuerpo; era corpulento y bastante intimidante a simple vista; pero ninguna de sus palabras o acciones parecían amenazantes como lo hicieron hace algunos instantes —Perdona que lanzara a tus amigos; pero quería ver cómo se movía aquel que portaba a Kusanagi —Le sonrió —No creí que pasaras mi prueba; pensé que atacarías con los demás, veo que no quieres usar la fuerza de Kusanagi a tu beneficio —colocó su enorme mano en el hombro de Kohaku — Tienes mi confianza, Kohaku. Pero no sé cuál pueda ser tu misión en esta montaña sagrada.

    En el instante en el que Byakko tocó a Kohaku, hubo una conexión.

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    —Lo recuerdo —dijo la voz trémula de Hotaru —Byakko... amigo mío.... No fue culpa tuya; fue culpa mía, perdí mi energía y con ella mis recuerdos —bajó la mirada. Byakko parecía estar escuchando, la espada envainada recobró su brillo mientras Hotaru seguía hablando— Confié en la persona equivocada —levantó la vista y sonrió hacia Kohaku — Esta vez no tengo duda, confío en la persona indicada. Kohaku... tengo... tengo que contarte parte de mi historia...

    Byakko soltó a Kohaku; aquella historia le pertenecía sólo a Kohaku. El brillo del arma se perdió nuevamente.

    —Conozco a tu familia ya hace muchos eclipses... —sonrió —ahora entiendo por qué nuestros caminos estaban destinados a encontrarse. El primer Ishikawa que conocí... fue uno borrado de los documentos en tu propia aldea. Su nombre era Kaji Ishikawa, y él fue el creador del Onmyodo...— Hotaru te mostró un recuerdo, uno dónde podías ver a Kaji.

    [​IMG]

    Ese... ese rostro. Era el rostro de Itami. ¿Acaso este era el rostro que Hana había utilizado en su shikigami?

    —Este fue el hombre quién me enseñó a vivir entre los seres humanos, y fue en el en quién confié hasta el día de su muerte; su linaje siempre fue amable con los shijin y fue él quien junto a los Ohara, cuidaron de mí. En el último Ishikawa en quién confié fue en Taiki Ishikawa; el hombre que asesinó a Shimotsuke Ohara, sus actos me llevaron a mi muerte —observó a Kohaku — Kusanagi es lo que quedó de mí —levantó la vista a la cima de la montaña — Debemos llevarla a la cima del monte Tateyama... dejando las cenizas de lo que queda de mí, podré volver a renacer.

     
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    Gigi Blanche

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    El silencio era inmenso, y dentro de aquella cueva hasta el más insignificante sonido rebotaba y regresaba a nosotros. Nuestros pies sobre el hielo, las respiraciones pesadas y el ligero, ligerísimo rozar del acero dentro de sus sayas. Era el silencio de la eterna espera, de la incertidumbre y el abanico de posibles futuros. Un silencio que llegaba a enloquecer a muchos, pero aquí no había espacio para eso. Aquí, la única alternativa era resistir. No podía sucumbir al miedo ni desenfundar mi espada, no frente a este hombre.

    La misión de Suzaku era primordial.

    Debía cuidarla.

    Shiryu observó la escama y enterró una de sus espadas en el hielo, alterando a la cueva. Los hombros se me tensaron y alcé la vista a las estalactitas; nada ocurrió. El silencio siguió palpitando, la katana en el suelo palideció y lo comprendí, quizá, un segundo antes de que Shiryu lo dijera. El corazón se me detuvo en el pecho y juraría que por un instante no fui capaz de pensar en nada. Eso significaba... Sí. Dioses, sí.

    Shiryu era un Shijin.

    La voz de Mitsuyo reverberó sobre el silencio, entre las paredes congeladas, dentro de mi mente. Había sido prácticamente arrancado de aquel lugar, me tomó un tiempo comprender lo que ocurría cuando Shiryu desenvainó la tercera espada y los demás intentaron protegerme. Quise decirles que no hacía falta, que no había peligro, pero mi voz no salió a tiempo y Shiryu los alejó de un golpe de viento. La ráfaga me sacudió hasta el último de los huesos, despejándome la mente, y alcé a verlo a los ojos. No lo entendía, pero ciertamente estaba allí. La voz de Mitsuyo se solapó con la de Shiryu y... estaba allí.

    Byakko, el tigre blanco de la justicia.
    Era Byakko.

    Protector de todos los Shijin.
    Lo había sido siempre.

    ¿Eso significaba que Kibo...?

    La espada de jade recuperó su fuerza en contacto con la escama. Shiryu siguió hablando, alcé a verlo y no fue hasta que mencionó a Kusanagi que fruncí ligeramente el ceño; no fue molestia, sino convicción, pues ciertamente no deseaba utilizar el poder de esa espada por inmenso que fuera.

    —Ostentar a Kusanagi no me corresponde en absoluto —respondí, y la sonrisa de aquel hombre sosegó mi espíritu intranquilo de formas que no podría explicar—. Por eso estoy aquí: para perderla. Para ofrecerla, así Suzaku renace.

    Su mano encontró mi hombro, era enorme y sentí... algo extraño en el pecho. Volteé hacia Hotaru de puro instinto, el muchacho lucía consternado y entonces habló. Abrí bien grandes los ojos al escucharlo, pues lo recordaba. Había recordado a Byakko. Regresé al hombre y bajé la mirada a la espada del fénix, que palpitó en su cintura. Hotaru me nombró, entonces, Shiryu se apartó de mí y giré el cuerpo en dirección al muchacho. Hacerlo también me enfrentó a los demás, y por un instante me sentí terriblemente avergonzado. Tomé aire, lo solté y alcé una mano brevemente hacia Hotaru, indicándole que aguardara un momento.

    —Lo siento —le dije a los demás, mirándolos uno a uno. Reijiro, Tamura, Ukita, Hashimoto e Inukawa—. Deben estar terriblemente confundidos. Yo... Les explicaré todo, lo prometo. Sólo denme un momento, se los ruego.

    Con eso hecho, pude sentirme más tranquilo. Bajé mi mano, regresé a Hotaru y asentí suavemente, indicándole que me hablara. Me acerqué un poco más a él, mis pasos hicieron eco y le sonreí cuando él me sonrió; quizá no supiera hacer otra cosa. El recuerdo que me mostró, sin embargo, la información que me confió, volvió a dejarme helado en mi lugar.

    Kaji Ishikawa.
    ¿El creador del Onmyodo?

    Era... idéntico a Itami, el shikigami de Hana, el maestro de Rengo.

    Quien había maltratado a Rengo.

    Poseía el cabello celeste, como el mío, y llevaba el maquillaje carmesí alrededor de los ojos. Pero... el Onmyodo era una práctica antigua. ¿Cómo Hana había conocido a este hombre? Había una conexión ancestral entre mi familia, los Ohara y los Shijin, hasta que...

    Taiki Ishikawa.

    Otra vez.

    Sentí una opresión desagradable en el pecho y pasé saliva. Ningún hijo debía cargar con los pecados de su padre, era lo que le había dicho a Tamura, pero aún así... Dioses, ¿estaba diciéndome que mi padre había asesinado al suyo? Los nombres, los rostros se arremolinaron en mi mente. Kyogi, atravesando el pecho de Hotaru. Saizo Honda, el dibujo suyo que había encontrado en el dojo y su recuerdo junto a la mujer. Los yamabushi.

    Y ese maldito nombre otra vez.

    La consternación debió llegar a mi rostro, fue inevitable. Incluso si pretendía mantener la compostura, era demasiado. Me alejé un poco, esforzándome por mantener los hilos atados, y me llevé una mano a la cabeza.

    —Lo siento —susurré, el corazón me dolía y la nieve sobre las tumbas de mi familia se replicó en el suelo helado. Las tumbas que yo mismo, con quince años, había cavado. Bajé la mano a mi pecho, la muerte del muchacho volvió a sacudirse dentro de mi cuerpo y arrugué mi ropa—. Dioses, lo siento tanto, Hotaru. Shiryu, a ti... a ti también, lo siento. Lo siento mucho.

    No era mi responsabilidad, lo sabía, pero también era inevitable.

    Y maldición, cómo dolía.

    —¿Cómo fue? —inquirí en voz baja, reuniendo coraje para mirar a Hotaru—. ¿Qué le ocurrió a tu padre?

    aquí, en un nuevo capítulo de La neurona de Kohaku going overdrive-

    llevo meses chillándote por wha Fer pero dios, pedazo de arco 1000/10 *c para y aplaude veinte años*
     
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    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru; Ukita; Hashimoto; Inukawa]

    Inukawa miró a Ukita quien le sonrió e indicó que esperara; confiaba en las palabras de Kohaku. Reijiro estaba más alerta que el resto, no quería fallar a las órdenes de su señor; pero tampoco intercedió. Tamura miraba con curiosidad pero fue quién tomó la actitud más calma, sentándose en una roca mientras esperaba. Hashimoto se mantenía alerta, muy parecido a Reijiro, no quería que el muchacho se enfrentara al peligro solo.

    Shiryu miró al grupo en confusión y se acercó —Lamento haberlos lanzado; no soy paciente. Me pueden llamar Shiryu, son un ávido coleccionista de espadas... —decía entablando conversación con el grupo para que la tensión desapareciera por completo. Pero la disculpa de Kohaku lo desencajó, no les gustaba ver a niños con tantos conflictos.

    —Entiendo, pude ver en ti lo que son las emociones — respondió Shiryu.

    —Cuando el agua profunda comienza a volverse azulina— mencionó Hashimoto — El no esconder lo que hay dentro te has hecho más fuerte; has crecido en muy poco tiempo.

    Hotaru le sonrió a Kohaku —Necesitas saberlo; no para que se vuelva un nuevo peso en tu espalda, esto no te corresponde; pero entiendo que pueda afectarte, así como a mi — llevó una de sus manos a su cabeza, también era mucha información para él, una que ya le pertenecía pero no recordaba —Seguí a mi padre; lo seguí porque quería ser como él. Fue la razón que abandoné Shimotsuke, quería ver lo que él podía. Y cuando pude ver lo que él, entendí el por qué me protegía de ello —cerró los ojos —Matar siempre es un acto difícil para un alma atormentada, aquellos que no quieren hacerlo y están obligados a ello son dañados por sus propias armas; no es un corte superficial, es uno interno, uno que no cierra. Mi padre era así; por eso dudó cuando se le encomendó matar a tu padre, al Onmyoji del Emperador; conoció a aquel hombre y creyó en él, consideró que era un buen hombre, que buscaba el bien; pero lo único que buscaba era eliminar todo lo que consideraba como dañino, la energía oscura, los practicantes del shugendo... así como la señorita Mitsuyo; su señora. Y él, un poseedor de energía oscura, un receptor que desconocía que poseía dicha habilidad—Hotaru pausó, aquellos recuerdos eran difíciles para él; pero debía decirlo — Mi padre ayudó a la señora Utsunomiya a escapar; pero él no pudo hacerlo. Taiki maldijo a mi padre, y lo tachó como un ayudante del mal, algo hizo... pero mi padre murió al instante. El no representaba ningún mal. Creer en algo que es diferente no te convierte en un ser peligroso y vil; la vida no debe medirse con sólo un par de ojos.

     
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    Gigi Blanche

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    Ya lo sabía. Puede que lo hubiera sabido siempre, desde que salí de mi escondite y pisé la nieve en la villa. Me había dicho a mí mismo que debía haber una explicación, que su ausencia no auguraba nada terrible. "Lo tomaron de rehén", me dije. "Lo forzaron a regresar con ellos". Quizás así fue. Quizá mi padre seguía siendo al menos un reflejo del hombre que yo había conocido. Quizá todo tenía una explicación. Pero luego estaban las doctrinas de los Ancianos, los libros prohibidos y la máscara. Luego estaban los sirvientes sosteniendo a mi hermana para que uno de ellos pudiera esconder su cabello blanco. El hermetismo. El recelo. Los discursos de odio.

    ¿Quiénes me habían criado?

    ¿En qué clase de persona me habrían convertido?

    Shiryu se había alejado para hablar con los demás, pero fui incapaz de procesar sus palabras. Aguardé, con el corazón latiendo contra mis oídos, aguardé hasta únicamente reconocer la voz de Hotaru. Su relato me hundió cada vez más profundo y no supe en qué momento acabé sentado en una piedra.

    El Onmyoji del Emperador.

    Creyó en él.
    Buscaba eliminarlos.

    Consideró que era un buen hombre.

    Maldijo a mi padre.

    Matar siempre es un acto difícil para un alma atormentada.
    Lo tachó como un ayudante del mal.

    No es un corte superficial, es uno interno.

    Mi padre murió al instante.

    Uno que no cierra.

    Me llevé una mano al rostro, incapaz de asimilar nada, presioné y el cuerpo entero me tembló. Fue sutil, sentí un frío horrible y no pude contenerlo. Tuve que llorar. Por los recuerdos de Hotaru, por su sonrisa y deseo de ver el mundo, por su muerte atado a un árbol y porque decidió no regresar junto a su madre; por las flores que sembró en honor a su padre, el hombre que lo protegió, y por la tristeza y el amor que encontré en los ojos de su viuda; por mi padre, porque era mi padre y no tenía idea de quién se trataba. Porque jamás lo había creído capaz de matar.

    Lloré.

    Me atravesó el pecho, y lloré.

    Acabé clavando los codos en mis rodillas para esconder también mi rostro, lloré en silencio aunque todo el cuerpo me temblara. Reverberaba, palpitaba y quemaba. Estaba furioso, triste, confundido y sentía una frustración inmensa. Incalculable. ¿Por qué? ¿Era culpa de los Ancianos? ¿Eran sus propias creencias? ¿Tan ciego estaba?

    ¿Había sido su culpa?

    ¿Chiasa estaba muerta por su culpa?

    Esos caminos eran oscuros, lo supe de inmediato y me asustó lo suficiente para regresar en sí. Poco a poco descubrí mi rostro, me sequé las mejillas como pude y parpadeé.

    —Es enorme —farfullé, con la voz aún algo afectada, y me acomodé la garganta. Pensé en Tamura—. Es un peso enorme, pero gracias por decírmelo.

    Una parte de mí no sentía el derecho de hacer nada por Hotaru, pero aún así junté valor y alcé a mirarlo. El cabello castaño, los ojos dorados. Tan joven. La barbilla me tembló apenas pero logré controlarlo.

    —Lo siento mucho —insistí, poniéndome en pie, y me incliné frente a él en profundo respeto—. En nombre de mi linaje, lamento profundamente el daño que causó mi padre, Hotaru.

    Dioses, lo siento tanto.

    Pero tanto, tanto.


    am i crying with him? yes.
     
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    Amelie

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    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru; Ukita; Hashimoto; Inukawa]



    Todos se preocuparon por Kohaku al verlo alejarse y llorar; fue Ukita quién dio el primer paso seguido de Hashimoto; pero Shiryu quien los detuvo —Estará bien; sólo está hablando con alguien en privado; será mejor no molestarlos.

    Reijiro se mantuvo alerta; esperando que nada grave sucediera, Tamura lo observó a distancia, confundido y preocupado; aquellas últimas palabras lo inquietaron, pues entendía lo difícil que era sobrellevar los errores de un apellido.

    —¿Lo sientes? — preguntó Hotaru avanzando hacia él, su voz era seria —Kohaku— Intentó tomarlo de los hombros para obligarlo a erguirse, lo intentó varias veces, frustrado de no poder hacerlo; y por ello dejó escapar un leve grito, desesperación en su estado más puro.

    —Necesito que me mires a los ojos, no puedo hablar si no te veo—mencionó mientras sus ojos se acumulaban las lágrimas que nadie más que él podía ver; nadie las vería caer — Nada de esto ha sido culpa tuya; y no me interesa que tu propia sangre lastimara a la mía. No debes disculparte si lo único que has hecho es buscar lo mejor para mí. ¿No lo ves? Tu me has ayudado más de lo que tu padre pudo lastimarme —volvió a intentar sujetarlo, fallando nuevamente con lágrimas en los ojos —Es frustrante no poder contenerte en estos momentos, ser... estar... —miró sus propias manos —Lo que estás haciendo ahora por mi me es más importante que un pasado. Quiero que lo recuerdes siempre.

     
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    A decir verdad, una vez me incliné, no supe cómo erguirme; más concretamente, no supe cómo volver a mirarlo a los ojos. Llevaba impreso en la piel un sentido del honor y la responsabilidad que muchas veces llegaba a sobrepasarme, y allí se encontraba la familia. Me sentía responsable de las acciones de mi padre así como me sentiría responsable de las acciones de Takeda. Eran figuras de autoridad, personas en las cuales había decidido confiar; creía que allí uno depositaba también parte de su alma.

    Y mi padre acababa de romperla en cientos de pedazos.

    Oí a Hotaru llamarme, pero tenía la vista clavada en el suelo helado y no fue hasta su grito de frustración que reaccioné. El cuerpo se me tensó, fue desagradable y por fin me erguí; una parte deseó no haberlo hecho. Me di cuenta que estaba errado, que no le había dado una porción de mi alma a mi padre, sino que simplemente lo había atado a mi pecho. Las lágrimas de Hotaru ciñeron esa soga con una fuerza estúpida y me costó un mundo no volver a llorar.

    Dolía.

    Me dolía el corazón.

    Esta vez sí noté que pretendía alcanzarme, sus brazos se estiraron en mi dirección y por un breve instante, uno de completa ilusión, mi cuerpo se anticipó a su tacto. Nada ocurrió, por supuesto. Sus palabras aliviaban, no iba a negarlo, pero sabía que realmente dependía de mí. Dependía de mí, y quizá fuera eso lo que más me pesaba, pues a duras penas había logrado dejar la máscara atrás. No tenía la menor idea cómo desentenderme de los pecados de mi padre.

    —Lo sé —murmuré, conteniendo el impulso ridículo de pretender alcanzarlo; casi me ardía en las manos, pero no tenía sentido—. Lo sé, créeme. Sé que no serías capaz de albergarme rencor, Hotaru, y ni siquiera entiendo por qué, de dónde nace la certeza. Pero lo sé, no te preocupes. —Me las arreglé para dedicarle una sonrisa, así fuera pequeña—. Gracias por decírmelo, de todos modos. Intentaré recordarlo siempre.

    Podía parecer un cambio radical en mi actitud, y lo cierto es que lo era. Encontraba espacios para desmoronarme cuando los había, cuando no había nadie más, pero si otra persona demostraba su malestar era como un incendio que se tragaba todo el aire. Me obligaba a retroceder, juntar mis fragmentos y sonreír. En parte entendía por qué.

    —La nieve... me trae malos recuerdos —confesé en voz baja, sólo para que Hotaru me escuchara, y volví a mirarlo tras echar un vistazo afuera—. El daño que mi padre pueda haberte causado me pesa, me pesa muchísimo, pero eso no es todo. Tu historia, en cierta forma, ha vuelto realidad uno de mis más grandes temores. Quizás esté equivocado, ojalá lo esté, pero es imposible engañar al corazón cuando ya ha tomado una decisión.

    Y en mi corazón, mi padre ya era el responsable de lo ocurrido en la villa.

    Tomé bastante aire, me acerqué a Hotaru y, aunque no pudiera tocarlo, sostuve mi mano en el lugar que me permitiría acunar su mejilla. Volví a sonreírle, manteniendo un tono de voz extremadamente suave.

    —Llora si lo necesitas, pero no lo hagas dos veces por el mismo motivo.


    qué gay, ko-chan *me gusta*
     
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    Amelie

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    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru; Ukita; Hashimoto; Inukawa]



    Hotaru le sonrió; veía ante él a alguien muy herido, quien podía sentirse en confianza para darse cuenta de lo difícil que le resultaba lidiar con sus pasados y sus propias emociones. Hotaru le sonreía no para apaciguar sus penas, lo hacía porque lo entendía; no porque él hubiera pasado por lo mismo, simplemente entendía su dolor.

    Hotaru se había disculpado con Kohaku al decir que la nieve era hermosa al llegar a Tateyama; en ese momento Kohaku no parecía darle importancia; pero ahora estaba diciéndole que la nieve le traía malos recuerdos. Sin darse cuenta, los secretos entre ellos comenzaban a disminuir. Sus miedos y anhelos comenzaban a brotar, cómo si aquello fuese natural, fácil de ir develando.

    Y de nuevo; aquel calor volvió a envolver a Kohaku.

    — Nunca he tenido miedo de llorar; y me gustaría que tú tampoco le tuvieras miedo. Teme a que las emociones se queden en uno por años; porque cuando buscan salir... —Hotaru sabía que Kohaku sabía perfectamente a lo que se refería; por lo que sonrió dejando escapar unas cuántas lágrimas más; después intentó tomar la mano que Kohaku había extendido a su rostro —Yo siempre estaré contigo para evitar que el frío de la nieve te traiga malos recuerdos.

     
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    Monte Tateyama (Cueva del defensor)

    Hubo algo, no estuve seguro cómo ni cuándo. Fueran mis palabras, las suyas o algo aún más intangible, una sensación cálida, similar a un capullo de fuego, brotó en algún rincón de mi cuerpo. Ya lo había sentido antes, en especial cuando Akumu dejó caer a Kusanagi y la toqué por primera vez. Hotaru me sonrió y reflejé el gesto de forma casi automática, y sus lágrimas le salpicaron las mejillas y pretendió encontrar mi mano. Creí comenzar a comprender.

    No sabía cómo, pero había algo que realmente me conectaba a este chico.

    Asentí en silencio; tenía razón. Había pasado muchísimos años entumecido, atado a una paz ilusoria, sin llorar ni demostrar emociones en general. Había tenido que perder, perder de verdad, para arrancarme de esa cajita de cristal. Hotaru siempre lo había entendido, sin embargo, y recordé que este chico, pese a su apariencia o actitudes, seguía siendo un Shijin. Una criatura mitológica destinada a proteger Japón.

    —¿Siempre, siempre? —repliqué, en tono jocoso, y la risa que solté me aflojó unas pocas lágrimas—. Eso es mucho tiempo.

    Aún necesitaba mucho tiempo para pensar y procesar lo de mi padre, pero de momento podría dejarlo estar. Había cuestiones más apremiantes. Solté el aire lentamente, regresé los brazos a mi espacio y, tras dedicarle una última sonrisa, giré el rostro hacia los demás.

    —Merecen saber a qué se debe todo este embrollo —murmuré, sólo Hotaru podría escucharme. Ni siquiera me detuve a pensar por qué le estaba diciendo aquello, simplemente lo hice—. En especial con el trecho que nos falta.

    Además, tenía una petición que hacer.

    Me separé de Hotaru, caminando de regreso al grupo, y me forcé a dejar de lado la vergüenza que sentía para ir a lo importante. Dioses, había llorado frente a todos como un chiquillo. Si algún día les daba por molestarme al respecto iba a morirme.

    —Le debo una explicación a todos, dadas las circunstancias —alcé la voz, aunque aún sonara suave y bastante calmada—. Lo que hemos venido a hacer aquí no se corresponde precisamente a la causa de los Minamoto, pero lo considero importante para el clan, para el futuro de Japón, y supongo que Takeda opina igual.

    Al decir aquello, mi mirada se depositó en Ukita. Si Takeda no hubiera creído en mis palabras, no lo habría enviado, ¿verdad?

    —La pequeña ciudad de Shimotsuke, en Tochigi, tenía un secreto. Un secreto que, aunque no puedan verlo, está aquí con nosotros. Es el espíritu de un Shijin, una de las cuatro criaturas guardianas del país, que fue asesinado por los Taira durante la guerra de Utsunomiya. —Lo dudé, pero así como Hotaru había sido honesto conmigo, consideré que también era necesario: miré a Tamura—. A manos de Saizo Honda y Kyogi, una mujer perteneciente al shugendo.

    Luego de nombrar al padre de Tamura, a quien miré fue a Shiryu. Si era su deber proteger a los Shijin, me parecía apropiado que tuviera esa información.

    —Lo que conseguí en Shimotsuke, además, es la reliquia que dejó Suzaku en este mundo al morir: una espada. Y según las historias, si subimos a la cima del Monte Tateyama y ofrecemos la espada, Suzaku podrá renacer. Esa es la misión que elegí, la que le informé a Takeda, y por lo que estamos todos aquí. —Volví a mirar a Shiryu; había mencionado a Kuroki, ¿no? Quizás él le había dicho sobre esto—. No sé si viniste a Tateyama con intenciones similares, pero si estás de acuerdo, me gustaría que nos acompañaras y subieras con nosotros. Quizá... no pudiste proteger a Hotaru, pero se nos está ofreciendo una nueva oportunidad.

    Su verdadero nombre reverberó en mi mente y propagó una sensación cálida por mi pecho. Le sonreí.

    —Me gustaría que fueras parte de ello, Byakko.

    Además, aún tenía muchas cosas que quería hablar con él.
     
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    Amelie

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    [Kohaku; Tamura; Reijiro; Hotaru; Ukita; Hashimoto; Inukawa; Shiryu]

    Hotaru afirmó antes de que Kohaku se alejara para explicarle a los demás la situación. Ukita e Inukawa no parecían confundidos; Hashimoto tampoco se sobresaltó por la información; pero su rostro mostraba preocupación, miró hacia Ukita e Inukawa, y ellos afirmaron; parecía que entendían algo.

    Reijiro se llevó la mano a la barbilla y la masajeó con fuerza; parecía incrédulo a todo lo que comenzaba a vivir alrededor de Kohaku; pero negaba con la cabeza, no por querer ignorar lo sucedido, sino por alejar los pensamientos de duda de su mente .

    Tamura bajó la mirada cuando escuchó el nombre de su padre; después barrió un poco de nieve con su pie para después levantar la frente. No dijo nada.

    Shiryu se acercó a Kohaku y afirmó —Vine buscando a mis compañeros; con Suzaku habré encontrado a quién no creía que volvería a encontrar. Cerca de la cima de esta montaña hay una vieja casa dónde vive una mujer; ella defendía también ese secreto de Shimotsuke, la frase que le envié a Kuroki fue la que ayudó "Encontrarás al fénix en el campo de luciérnagas" Esa frase está escrita en un pequeño altar protegido por Inue.

    Ese nombre hizo que Hashimoto; Inukawa y Ukita reaccionaran —La madre de Inuzuka — aclaró Ukita —La mujer que buscábamos en Shomotsuke, la razón por la que coincidimos en aquella ciudad.

    Shiryu afirmó —Y tengo otro mensaje recién recibido de Kuroki. Al parecer... Kyogi no ha muerto. No sólo está viva, sino que ha recuperado a shi. Talvez... No pueda acompañarte joven Kohaku; debo terminar con mi búsqueda de shi; así poder resguardarla.

     
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