Suspenso Títeres

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Experiencia real; miedo a los títeres, en especial a aquellos de bocas enormes y/o que parecen verte fijamente..

Títeres​

Imagina que eres una niña de no más de tres años. Imagina a mamá protegerte tan bien que no sientes deseos de salir de tu mundo junto a ella. Imagina la puerta que, en tu vieja casa de madera, mantienen abierta; esperando a que ello alimente tu curiosidad infantil por ver lo que hay afuera.

Ahora imagina a tu mamá cocinar en el fogón o, si tuvieron suerte, en la plantilla eléctrica; o tal vez esté lavando trastes en aquella pila de madera o cemento, mientras la luz que entra por la ventana ilumina su rostro cansado por la vida; o tal vez esté barriendo el piso de tierra... quién sabe.

Imagina que miras hacia la puerta, hacia la luz brillante que provee el sol; imagina escuchar que tus hermanitos están afuera. ¿Qué hay afuera?, ¿qué hacen?.. ¿juegan?

Vas caminando lentamente hacia la puerta, siguiendo la claridad del sol; sales y te apoyas con tu mano en el marco de la puerta. Ves a mamá desde afuera: su enagua marrón hasta las rodillas está húmeda y sólo un poco sucia por las labores del hogar, al igual que su blusa de un color más claro.

Dejas de ver a mamá; ves que tus hermanitos juegan un poco más abajo de tu casa, pero no te llaman la atención por alguna razón. Escuchas bulla en el patio al otro lado de tu casa, murmullos; no has estado ahí alguna vez y sientes curiosidad por saber qué es.

Caminas un poco más hasta llegar ahí y los ves... ¡son grandes y gordos; horribles, de muchos colores! Son como peluches; pero su pelaje es algo descuidado, tosco y grueso. Sus caras son horribles, unas más que otras; las bocas de muchos son muy grandes; las cejas de otros son como alambres, muy gruesas y horrendas al igual que sus narices. Uno verde tiene una galleta y uno amarillo se ve hostil.

Ellos están ordenados perfectamente: de los más grandes que alcanzan el techo, pasando por los de tamaño mediano, hasta los más pequeños que son casi el doble de altos que tú; como si estuviesen esperando a que alguien les tome una fotografía. Están delante de pilas muy altas de baldes, muchos de estos con agua; pilas de baldes acomodadas en frente de otras, como simulando un castillo en tu imaginación o como un muro protegiendo el lugar de donde ellos provienen.

Uno de los dos rojos, el que más miedo te produce, te invita a acercarte para jugar; tú huyes despacio de ahí y entras a casa, buscando a mamá. Mamá es grande y te sientes protegida con ella mientras te abrazas de su pierna, aunque probablemente no te crea o no te haga caso si le cuentas lo que viste.

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Otro día, otra ocasión en que te asomas al patio y los ves. Ésta vez son menos; no han salido todos de su castillo y no ves a aquel rojo, al que llamas su jefe y te produce tanto miedo.

No te adentras al patio, sino que buscas a alguien. ¿A quién le dirás lo que viste?

Ves a tu hermanita al frente de la casa, quien ha dejado de jugar por un momento; ella te creerá, así que le dices en un murmullo tímido que hay algo en el patio.

Tu hermanita y tú regresan al patio, tomadas de las manos, pero ahí ya no los ven; señalas hacia las torres de baldes, donde dices que viven. Tú y tu hermana se acercan, aún tomadas de las manos, y lo ves: a aquel rojo, el que crees es el jefe de todos y al que más temes. Ese mismo que te muestra sus dientes disparejos y separados en una enorme sonrisa; ese que te observa desde el fondo del agua contenida en un balde blanco o amarillo, el mismo que parece llamarte e invitarte a sumergirte en su mundo con él y sus amigos.

Le pides a tu hermana entrar a casa, no te gusta estar ahí; ella asiente y te lleva de regreso con mamá, donde te sientes segura y protegida. Tu hermana le cuenta a tu mamá lo que vieron: un bicho feo amarillo por su parte y uno rojo por la tuya; aunque es costumbre de los adultos el no creer a los niños...

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Despiertas, recordando aquello que no fue sólo un mal sueño y con la sensación de ya haberlo vivido; pero ya eres una niña grande y aquello no tendría por qué asustarte en tu nuevo, seguro y protegido hogar.

Luego sonríes y te levantas de la cama, aunque con un poco de fastidio al escuchar que tu mamá regaña a alguien. Te lavas la cara, luego tomas tu desayuno y te sientas frente al televisor; mientras éste transmite un nuevo programa que nunca antes viste y, sin embargo, sus personajes se te hacen conocidos.



Tal vez no los conoces, a lo mejor nunca los has visto; pero ellos a ti sí. Están muy cerca... y saben dónde vives.