Té y un par de recuerdos

Bueno, esta historia esta echa para la actividad "¡Desrive tu estado!" ojala les guste y me dejen sus comentarios.

​

Té y un par de recuerdos​

Me miras fijo, al igual que yo a ti. Sonríes y dejas más marcadas las arrugas que formaron los años en tu angelical y tierno rostro. Correspondo sin pensarlo.

Llevas aquel posillo viejo a tu boca. ¿Puedes recordarlo? El día en que te lo regalé cuando lo hice en la clase de arte.
“¡Ay de aquellos tiempos!” dices de vez en cuando con pesar y cansancio, a veces hablamos de cosas sin coherencia y me siento bien haciéndolo; no me molesta ni me aburre, por el contrario, me entretiene.

La manera en que dejas ver los años pasando sobre ti me causa tristeza, no lo haces apropósito, pero cuando te quejas por algún dolor temo poder romperte, como si fueras un jarrón de esos valiosos que nadie toca. Y es que es verdad, tanto cariño me has dado en la vida, que quisiera no perderte, no verte en aquel lecho de muerte en donde todos terminamos.

Pero ¿para qué pensar en eso? Ahora tomamos té sentadas en la sala viendo las noticias, bueno tú, no yo; a mí me aburren, por lo que de vez en vez le echo una ojeadita al balcón abierto y veo a mis primos jugar, como se divierten los ignorantes.

—Terrible eso ¿no? —Asiento sonriente aunque no tengo ni la más mínima idea de que pasó que te parezca terrible.

Me acomodo un poco con pesadez, tus muebles son tan cómodos que fácilmente podría caer dormida; pero tan viejos y rechinantes que no encajan con tu nuevo apartamento.

Echo un suspiro y finalmente consigo esa comodidad perfecta. Te quedas inquieta viendo el último minuto, pero para mí no es más que otra primicia posiblemente falsa.

Los niños entran y… ¡ay querida comodidad!, será otro día.

— ¡Yita!, ¿nos compras un helado? —Dicen al tiempo, aún puedo recordar que la pequeña Alejandra fue quien te puso ese apodo al no poder decir “abuelita”.

—Y… ¿cuánto cuestan? —Rebuscas con desespero no queriendo defraudar a tus pequeñines inmaduros, pero la triste realidad es que no tienes nada.

—Tranquila, yo los pago —Me levanto ¿Qué no sería más fácil que el vendedor entrara para no tener que salir?

Salgo con los tres niños, dos de ellos mis primos, y una mi hermana. Al estar fuera me lamento pues veo que son helados caros pero ¿qué se le hace?, los niños son tan inocentes que no hay razón para decirles que no esta vez.

Echo un pequeño vistazo a la calle, alejada de una posible realidad linda, pensando en todo lo que puede pasar en menos de un segundo. Un segundo sin aire… un segundo de soledad… un segundo de nada…

— ¿Señorita? —Veo al heladero con su carrito de ruedas chirriantes eh irritantes campanitas. Antes me emocionaba al escucharlas, amo el helado, pero ahora me fastidia pues siempre arruina un lindo momento llenando de emoción a los niños.
—Disculpe. —Odio cuando hay que decirles que no y ellos se entristecen o se llenan de rabia.

Finalmente se va, me giro y vuelvo a la casa con paso flojo y agotado, tal vez soy demasiado sedentaria, pero es que amo estar quieta, tranquila y relajada; aunque es algo que no es bueno para un joven, por lo que intento acostumbrarme a caminar más o salir a trotar o lo que sea.

Te veo con el seño enojado, que terca, querías sacar de lo poco que tenías para comprarles un helado, y finalmente salí “vencedora”, aunque contigo es difícil.

— ¿Qué ha pasado en las noticias? —Bueno, con los años descubrí que no s puede discutir contigo, así que mejor desviar el tema ¿no?

—Mmm… nada interesante.