de Inuyasha - Suenen el clarín

Tema en 'Inuyasha, Ranma y Rinne' iniciado por windmiko, 13 Noviembre 2010.

  1.  
    windmiko

    windmiko This is war

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    Título:
    Suenen el clarín
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    1
     
    Palabras:
    4516
    Titulo: Suenen el clarín.
    Palabras: 3´417.
    Summary: lágrimas engañosas que ansiaban salir de una vez por todas; pero eran acciones y pensamientos prohibidos de un hombre orgulloso.
    Advertencias: posibles faltas ortográficas y confusión en los tiempos.
    Clasificación: K.


    .Suenen el clarín.


    Suenen el clarín, sólo para mí.

    “Yo quise protegerla, para siempre”.

    Posiblemente, Kiko no había alcanzado a escuchar aquellas palabras, y era una lástima. InuYasha lo había expresado sin pensar en su carácter orgulloso. Desde que ella se había desvanecido en sus brazos, era imposible volver a ser el mismo, ahora estaba condenado a vivir con aquel último recuerdo de ella; ¿por qué?, porque él mismo se había obligado a culparse de su muerte, a pesar de que Naraku le había arrebatado otra vez la vida…

    El trinar de dos pájaros volando lo obligaron a reaccionar ante la realidad. Ahora, ya era muy fácil distraerse. Tenía sus brazos cruzados y su vista dorada puesta en el cielo, no sabía qué estaba buscando con precisión; pero sus fieles compañeros de viaje, que estaban comiendo bajo la sombra de un árbol, lo miraban compasivamente.

    ―Disculpe excelencia ―llamó Sango en voz baja, mientras se acercaba un poco más al monje de ojos azules―. ¿Cree que InuYasha vaya a buscar a Kagome?

    ―Claro que sí Sango, no es la primera vez que la señorita Kagome se molesta con él ―respondió Miroku, llevándose un bocado de comida a su boca.

    El rostro de InuYasha no se retorció para nada cuando escuchó la pequeña conversación. Él ya sabía que faltaba una persona para continuar su viaje, sin Kagome, era imposible seguir. De nuevo él tenía que buscarla.
    Lo que maldecía, era que sus amigos almorzaban cerca del lugar donde Kikyo había fallecido, y todo por culpa de Shippo, quien se había cansado a la mitad del viaje. Recuerdos y más recuerdos lo atormentaban, era inadmisible alejarse de ellos y sus compañeros lo sabían perfectamente, sobre todo Kagome. Un apacible viento danzó junto con su cabellera color de luna.

    ―¡Oye InuYasha! ―él volteó sin el más mínimo interés de escuchar a Shippo. Sango y Miroku pararon de comer de repente, pero aún tenían los utensilios en sus manos ―. ¿No piensas ir a buscar a Kagome?, ¿no crees que algo le haya pasado?

    ―Ella sabe cuidarse.

    ―¡No es cierto!

    El tiempo pasa, recuerden cómo era yo.

    ―¡¿Qué te pasa InuYasha?! ―exclamó con voz ahogada―, ¡actúas como si ella ya no te importara, ¿qué pasa contigo?!

    Nadie dudaba la madurez de Shippo ante las situaciones que él pasaba; sin embargo, InuYasha todavía debía aprender un poco más. A veces el hombre mitad bestia, llegaba a pensar que todos sus movimientos eran vigilados, no sólo porque los planes de Naraku llegaban a su objetivo, también sus compañeros lo tenían vigilado. “Lastima”, era la única respuesta que encontraba. Algo detestable.
    El pasto rozó levemente sus pies descalzos, aún mostraba su rostro lleno de resentimiento; pero antes de que algo más sucediera, Miroku se levantó como un sabio: lucía sereno y con una interminable paciencia en su rostro.

    ―InuYasha…

    ―No digas nada Miroku ―interrumpió con voz cansada, dejando al monje con la palabra en la boca.

    Dio media vuelta sin hacer ruido y después se adentró en la inseguridad del bosque; se maldijo de nuevo por no devolver el “insulto” a Shippo. Pero el niño tenía razón, había descuidado muchas cosas que él había considerado importante; pero la pérdida que hace poco sufrió aún lo perseguía.

    Su respiración era agitada, corría sin poder abrir sus ojos y los brazos los tenía extendidos para tener más velocidad. El naranja del cielo se escondía entre los árboles, incluso los pájaros posados en las ramas revolotearon cuando el pasó rápidamente. La vida lo había golpeado varias veces y de las peores formas; pero a la misma vez lo había consolado.

    ―No pudiste salvar a Kikyo. Y todo por tus debilidades ―inmortalizó sus propias palabras de la noche anterior. Sólo percibía la sinfonía del viento mudo ―. ¿Cómo puedes soportar tanta carga si sólo eres un miserable?, otro ser que nació para hacer sufrir.

    No puedo seguir, fuerza ya no hay.

    Por sus distracciones tan continuas, una roca entorpeció su paso, dejándolo caer con impulso; sin embargo, su corazón latía con ímpetu como si nunca lo había experimentado.

    ―Eres inútil, ni siquiera sabes huir ―se insultó―; pero tienes personas que te cuidan, que suerte tienes maldito hanyou.

    Aún conservaba su cara pegada a la tierra rocosa, y sus ojos dorados permanecían ocultos en el suelo, aunque no deseaba levantarse, tenía que hacerlo. Colocó sus manos en la tierra y estiró sus brazos, dándole la oportunidad de abrir sus ojos rencorosos, pero cuando lo hizo, lo primero que su vista percibió fueron sus manos y sus garras afiladas. Un detalle más delataba que InuYasha era un hibrido, otro individuo que no era un bestia, ni tampoco un hombre.

    ―Disculpe ―cada nervio de él se alteró. De un movimiento rápido, logró sentarse, dejando a la vista sus orejas tan peculiares. La niña escondida entre los arbustos tenía pavor―. ¿Se encuentra bien?

    Él levantó su mano a la altura de su pecho mostrando sus garras, y sus colmillos resaltaban en sus labios. La niña tenía su mirada desorbitada, las piernas le temblaban. De pronto, InuYasha comenzó a gruñir como una infalible bestia; pero la niña valientemente se quedaba quieta.

    Con esa actitud, le recordó por instantes a Kagome: la chica que lo había acompañado durante mucho tiempo. Ella había sido capaz de ver solamente el corazón de las personas, no importaba de dónde provenían o qué habían hecho con anterioridad. Kagome Higurashi sabía perdonar y purificar el corazón de cualquiera.

    Cuando él apenas había reaccionado, la niña ya había huido. No tuvo el placer de conocer a otra Kagome. Aún su corazón latía desembocado, y simplemente por los errores que había cometido en un solo día…

    Sólo tengo ya vacio el corazón.

    Un claro de luna baña a la tierra, pero aunque la oscuridad se debilita por lo rayos de la luna, las sombras siguen ahí, ocultando una maldad que acechaba más allá de nuestra comprensión. Así era Naraku, vigilando a cualquiera que cayera en sus engaños.

    ―¡Naraku, Naraku! ―repetía una y otra vez, el odio que sentía por él era inmenso. Corría de nuevo en el canto de la noche, las estrellas lo vigilaban con cautela y los arboles sólo mostraban sus siluetas ―. ¡NARAKU!

    Alistó su puño con rapidez, su vista abrillantada lucía claramente furiosa. Después, su puño golpeó fuertemente la corteza de un árbol deteniendo también la velocidad de su paso. No le importó el dolor que el impactó le provocó, ni siquiera miró de nuevo su puño ensangrentado y con unas cuantas astillas clavadas. Sus labios gruesos y con un par de colmillos asomándose, temblaban a la misma lentitud que sus hombros.

    Un imposible silencio enmudecía su vida. Naraku era un maestro en escabullirse, para engañar a cualquiera, y para matar a quien quisiera…
    Levantó su vista. Tal y como él había esperado: el cielo aún parecía llorar; antes bien, una punzada en el corazón lo hirió por dentro, era débil, pero dolía. Quitó con suavidad el puño de la corteza, no se molestó en comparar sus heridas por dentro y por fuera, era prácticamente innecesario.

    ―No volveré con ellos ―se prometió. Aunque sabía que aquellas palabras carecían de la verdad, quizá era buena idea mentirse un rato.

    Esta vez, se retiró de aquel árbol herido para seguir su camino. Mientras caminaba, pudo notar que los arboles disminuían de numero, como si alguien los hubiera cortado, pero no se miraba alguna señal que un youkai estaba cerca. Era una lástima, esa noche no descargaría su ira con nadie.

    Hubo el momento que no hubo arboles, si no una pequeña elevadora de la tierra, una que le permitía ver un pequeño paraíso: pastizal verde y húmedo, como si la lluvia lo regara todos los días, no había flores, era lo más extraño de todo; pero aunque tuviera ese detalle, InuYasha detestaría por completo aquel lugar…

    ―Si éste lugar es… ―caminó dos pasos más, y su vista discrepante llegó a obtener un brillo en particular.

    Sus labios se movieron, pero InuYasha se había quedado mudo. No quería escucharse, no deseaba pronunciar: “el lugar donde falleció Kikyo”.

    Me han herido, tanto que ya no puedo luchar.

    Con sus manos empuñadas, decidió avanzar. Se le vinieron imágenes tan familiares a su mente perturbada: los fragmentos de la perla, Kikyo desmayada en el suelo, su rostro empapado de lágrimas, ella sonriendo y sobre todo, la que más se repitió fue cuando miró su cuerpo fragmentado; pero el alma de ella era indestructible y pura, algo que Naraku detestaba de la sacerdotisa, y también amaba gracias a Onigumo.
    Una maldita coincidencia.

    ―Naraku…

    Detuvo su paso cuando se percató que el viento bailaba con fiereza, como si quisiera comunicarle un peligro que estaba por aproximarse; sin embargo, la tristeza aún se mecía en su mirada, y empuñó de nuevo sus manos con fuerza. Se sorprendió de no sentir aquel líquido carmesí que anunciaba una herida. Agudizó más su oído, deseaba saber qué era lo que pasaba más adentro el bosque, donde la oscuridad aún reinaba:

    ―¿Qué le sucederá al señor InuYasha? ―preguntó Rin, inmediatamente Jaken se molestó por la pregunta, y debía reaccionar así para demostrarle a su amo que también él odiaba a InuYasha.

    ―Pero qué tonterías dices niña. No deberías tenerle lastima a un hanyou como él ―se sentó a un lado de Rin dejando su báculo en el pastizal ―. Él es el medio hermano del señor Sesshomaru: le arrebato su brazo y la espada Tessaiga, tiene muchos motivos para odiarlo.

    ―Pero…

    Rin, aún sentada en las raíces del árbol, dirigió su mirada color de noche hasta donde estaba Sesshomaru: lucía tranquilo como siempre, mostrando una tranquilidad eterna y seguramente, su mirada flameante, estaba enfocada en su hermano. Lo suponía aunque lo miraba de espaldas.

    ―Pero… ¿qué? ―Jaken exigió una respuesta.

    ―El señor InuYasha ha pasado por muchas dificultades, y creo que el señor Sesshomaru lo entiende. Recuerde que su hermano perdió hace poco una persona importante para él: la señorita Kikyo ― encogió sus hombros. Las últimas palabras apenas se escucharon.

    No hay nada que desear, déjenme ya.
    Mejor morir aquí.

    InuYasha resopló junto con una sonrisa pequeña. Escuchó cada palabra de Rin a pesar de que estaban a cierta distancia, no se había dado cuenta que hasta una niña inocente podía percibir la tristeza que él emanaba. Un viento apacible acarició su cabellera; pero lo que más le molestaba era que Sesshomaru observaba cada movimiento, también podría decirse que su hermano se percataba de sus sentimientos y pensamientos.
    Prefería mejor una patada en el estomago.

    ―Qué lástima das InuYasha, lo único que sabes hacer es reprimirte y huir de las situaciones ―pensó Sesshomaru, se mantenía tranquilo y aún observándolo. La luna se reflejaba en sus ojos dorados, una combinación perfecta ―. Siempre actuando como un hanyou, nunca fuiste digno de la herencia de mi padre; Naraku siempre supo cómo matarte por dentro.

    Rin se levantó de su lugar y se dirigió hasta donde estaba Sesshomaru. Jaló un poco su ropaje para llamar la atención de él, pero el joven de cabellera plateada no le dirigió la mirada.

    ―Señor Sesshomaru…

    ―Rin.

    ―¿Sí? ―esta vez, la mirada del joven estaba clavada en ella, y admiró de nuevo la inocencia infinita que ella transmitía.

    ―Vámonos.

    InuYasha resopló, aquella tensión que venía de su hermano era muy fuerte; pero hubiera preferido gastar las energías que le quedaban en una pelea, tal vez así, su mente merodearía en otra cosa que no fuera pensar en el lugar donde estaba parado.
    El corazón le dio un salto, sin darse cuenta su hermano y los demás ya se habían ido. Ahora sí estaba completamente solo, y posiblemente era lo mejor. No supo cómo, ni tampoco el por qué; pero de pronto sus ojos comenzaron a cristalizarse…

    Suenen el clarín, nada importa ya.
    No hay camino que seguir para poder huir.

    Observó detenidamente debajo de sus pies descalzos. Fue exactamente donde Kikyo había fallecido en sus brazos, donde ella había derramado sus últimas lágrimas. Frunció el ceño con fuerza. Francamente, en ese pequeño espacio, el pasto estaba inclinado y el color verde lucía apagado.
    ¿Coincidencia o realidad?, la muerte de ella ya llevaba más de cinco días.

    ―Kikyo…

    Desde su partida actuaba de esa manera, de aquella hipócrita y egoísta manera. Incluso sus amigos se lo reprochaban claramente; pero InuYasha era my terco hasta con sus propios sentimientos, y la persona que más le reclamaba era Kagome, la reencarnación de la sacerdotisa Kikyo. A veces llegaba a pensar que ella le haría olvidarse de Kikyo con el tiempo, pero ni siquiera lo había logrado y no la culpaba. Kagome era el reflejo mismo de ella.
    Sin embargo, no eran la misma persona.

    ―Naraku… ―las demás palabras se le atoraron en la garganta.

    La esencia de él aún la olfateaba o ¿acaso era sólo su imaginación?, de cualquier manera, cada nervio de InuYasha se encendía cada vez que recordaba el nombre de ese bastardo; pero por más quería huir de sus pensamientos siempre regresaban. No deseaba eso, estaba consciente que se estaba volviendo loco; pero era mejor eso antes que nada.
    A continuación, alzó su mirada al cielo mostrando sus ojos cristalinos: lágrimas acumuladas por el vacio en su pecho, lágrimas engañosas que ansiaban salir de una vez por todas; pero eran acciones y pensamientos prohibidos de un hombre orgulloso. Eso para InuYasha no valía nada. De todas maneras estaba completamente solo.

    Durante varias noches miraba a Kikyo en el cielo, por lo menos una pequeña mentira no le vendría nada mal para calmarse. La luz de las estrellas, por más raro que sonara, estaban apagadas como si no tuvieran ninguna intención de animarlo. Se estaban escondiendo.
    Por supuesto, ya estaba por amanecer. Tal vez, aquella noche era imposible verla de nuevo, confundiéndola con las estrellas. Era una acción que no hacía todas las noches, pero debes en cuando era agradable.
    La luz de las estrellas era inalcanzable.

    Sin una luz sé… ¡Sé que voy a caer en la oscuridad!
    Decidido ya está quedarme aquí.

    Tal vez ya era tiempo de irse, sus compañeros y amigos lo estaban esperando en el mismo lugar. Ellos jamás lo abandonaban, eso era bastante seguro; pero aquella noche, sólo fue un momento de debilidad, como suelen tener los héroes después de una gran pérdida. Una enorme pérdida, pero sus amigos siempre estaban ahí para protegerlo, para pronunciar su nombre en cada batalla que participaban.

    Descendió su vista para esbozar una última sonrisa leve al cielo, no podía asegurar nada, todo lo que le esperaba en ese viaje era inseguro, incierto y peligroso. Por sus descuidos había provocado granes errores.
    Al igual que sus amigos:

    ―Miroku… Sango.

    Un monje y una exterminadora de monstruos, vaya pareja. Sabía que ambos tenían problemas ocasionados por Naraku, por esa misma razón hacían el viaje juntos. Nada los detendría para recuperar a Kohaku, y harían todo lo posible para desaparecer el agujero negro de Miroku.

    ―Shippo… Kagome ―musitó casi inaudible.

    Ése zorro mágico tan llorón… Y pensar que había aparecido sólo para robarle los fragmentos de Shikon. Había lidiado a su lado, resguardándolo de los demonios que le querían hacer daño; pero hubo ocasiones que el pequeño Shippo lo auxiliaba y Kagome… ¿qué hubiera pasado si ella no hubiera entrado a su vida?
    Simple: aún estuviera dormido en aquel sueño eterno.

    ―¿InuYasha?

    Pero allá, lejos en la distancia,
    oigo una voz que dice: “¡no pierdas tu valor!”

    ―¡¿Kagome?! ―dio media vuelta exaltado, y con los ojos bien abiertos ahí la miró parada, como si estuviera ahí desde hace mucho tiempo.

    ―…Hola, InuYasha.

    Kagome Higurashi llevaba un ramo de flores en sus manos, y curiosamente, en su antebrazo estaba una vestimenta que solamente utilizaban las sacerdotisas. Ella supo de inmediato dónde se dirigía la mirada ambarina de InuYasha.

    ―Lo siento, no fue la última prenda de ella. Pero encontré una similar ―trató de esbozar su mejor sonrisa; pero ni siquiera eso logró.

    ―Kagome… ¿de dónde sacaste eso? ―preguntó con total seriedad. Señaló el ramo de flores.

    ―¿Te gustan? ―contestó apresurada, ya tenía su respuesta planeada antes que él se lo preguntara ―, seguramente Kikyo adoraba estas flores. Después de todo llevan su nombre.

    A InuYasha no le salían las palabras adecuadas para responder, o tan siquiera darles las gracias, no obstante, Kagome ni siquiera esperaba eso. Ella caminó aproximadamente ocho pasos, quedando parada a un lado de él. El joven hanyou aspiró ese aroma tan peculiar, y a la vez, tan delicioso; aunque se limitaba a hacerlo, no era lo correcto.

    Ella se quedaba quieta, sin hacer el más mínimo ruido o respiración que rompiera aquella tensión que crecía. Deseaba decirle tantas cosas, Kagome no sabía qué había hecho durante su ausencia, pero ya se daba una idea de lo que había pasado. El olor de las flores moradas lo despertaron inmediatamente. De pronto, los pensamientos que tanto lo atormentaban y lo culpaban, desaparecieron cuando el olor de Kagome los disfrazó por completo.

    ―Gracias ―musitó él.

    La chica se agachó y acomodó la prenda en el suave pasto, exactamente donde Kikyo había muerto por última vez. Sonrió cuando depositó las flores encima de la ropa, era una sensación dolorosa, y lo sabía porque InuYasha mantenía sus brazos cruzados y le daba la espalda dejando relucir su cabellera plateada.

    ―Kikyo, que descanses en paz ―su barbilla femenina comenzó a temblar, y sus ojos cerrados se atestaban de lágrimas, anhelantes por salir y morir en sus labios temblorosos.

    Apretó sus puños, sintiendo una rabia infinita; pero eso no era nada a comparación de lo que sentía InuYasha…

    Si te rindes tú, no hay nadie quien se salve,
    Recobra fuerza hoy. Recobra tu valor…

    ―Hoy lloverá ―añadió InuYasha. Kagome abrió los ojos desconcertada y dio un vistazo al cielo: éste estaba despejado.

    ―No es cierto ―se colocó de pie, dando por hecho que su labor ya había terminado.

    ―Lloverá ―insistió.

    Enfurecida y tranquila dio media vuelta para ver por qué tanta insistencia; pero las lágrimas que había guardado se liberaron, el corazón que latía con brutalidad ahora se oprimía en su pecho y sus ojos se abrieron a más no poder.
    Una intrusa lágrima se paralizó en la mejilla de InuYasha, no divisó sus ojos, el fleco los cubría.
    Sus labios y su barbilla temblaban.
    Kagome esbozó una pequeña sonrisa.

    ―Sí… va a llover ―dijo ella con un nudo en su garganta.

    Poca comunicación tenían después de que Kikyo había muerto, ni siquiera InuYasha la miraba a los ojos, porque cada vez que lo hacía la miraba a ella: la mujer que le había robado el corazón por primera vez.

    ―Mejor vámonos, antes que comience a llover ―Kagome tentó su hombro.

    ―Sí… Mejor.

    ―¡InuYasha! ¡Kagome!

    Siempre hay que luchar, entrar en la batalla…

    Apenas Kirara aterrizó en el pasto todos los que estaban encima de ella se bajaron, sus caras lucían algo pálidas y preocupadas: Sango corría hacia ellos con su boomerang bien sujetado, Miroku la acompañaba y Shippo estaba en su hombro masculino.
    Cuando Kagome dio media vuelta para verlos, ellos se dieron cuenta que ella había llorado. Sin duda habían llegado en un mal momento; pero Shippo ni siquiera la volteó a ver.

    ―¡InuYasha!

    Saltó del hombro de Miroku y se dirigió a él ignorando el rostro de la chica.

    ―¡¿Dónde estabas inútil?! ―más que un regaño, era un lloriqueo. Le dio un golpe en la cabeza, casi se lo dio en el cuello y el niño comenzó a reclamar entre sollozos ―: ¡Por tu culpa tuve que proteger a todos mientras tú no estabas!

    Todos estaban quietos para ver cuál era la reacción de InuYasha, pero fuera cual fuera, Kagome lo detendría; Miroku y Sango divisaron cerca de los pies de Kagome unas flores moradas y una vestimenta de sacerdotisa… Se dieron una idea de lo que había sucedido.

    ―Enano… ―gruñó.

    Dio media vuelta, se agachó y comenzó a coscorronearlo… como las veces anteriores, Shippo comenzó a quejarse.

    ―¡Ay! ―InuYasha se detuvo y se sentó a un lado de él. Ya no tenía la lágrima que estaba en su mejilla ―, ¡¿por qué lo hiciste InuYasha?!

    ―Tú empezaste.

    Todos los demás espectadores suspiraron aliviados, ése era InuYasha: un joven violento y orgulloso, un hanyou que no le interesaba lo que opinaban los demás, no le importaba nada más que destruir a Naraku y sus aliados.
    Sus amigos esbozaron una sonrisa. Era un gran alivio que él había regresado. Después de tanto discutir con Shippo, se levantó junto con él y lo colocó en su hombro. El niño aún estaba con sus pucheros.

    ―Oigan, no tenemos tiempo para descansar. Ya tenemos que irnos.

    ―Pero… ¿a dónde? ―se atrevió a preguntar Kagome. Él esbozó una sonrisa, quiso imitar la sonrisa de la chica; pero era algo imposible. Su sonrisa era irrepetible.

    ―¿Pues a dónde creen? ―volteó a ver a cada uno de sus amigos: valientes y capaces de soportar aquel viaje tan pesado ―. Iremos a derrotar a Naraku.

    …Y ser libre al fin. ¡Más vale luchar!
     
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  2.  
    Sumi Chan

    Sumi Chan Usuario común

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    Aplausos y mil aplausos.

    Creo que este es el de mejor one-shot que eh leído...lleva tanto.... tanto que hasta casi se me salen lagrimitas, que bonito me encanto. Es hermoso que hayas transmitido aquellos sentimientos de Inuyasha en esa forma, eso fue lo mas sorprendente y me entusiasmo la manera en que lo hiciste, nunca dejaste el OoC mil aplausos y te felicitaciones hasta ahora veo el gran talento que tienes, me encantó, espero que sigas así amiga, ya sabes con quien contar xD
     
  3.  
    InunoTaisho

    InunoTaisho Orientador del Mes Orientador

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    Sempai, mis respetos, retrataste tan fielmente lo que sentía inuyasha al haber perdido nuevamente a Kikyo, perdidas sus esperanzas, los duros pensamientos de Sesshomaru por la actitud derrotista del Hanyo... las palabras de Shippou y las tristes miradas de sus amigos... a veces la verda duele pero hay que admitirla y enfrentar lo que sigue. Kikyo no murio por su culpa... murio porque ya habia cumplido con su deber y era cuestion de que Kagome terminara con todo el mal que Naraku habia causado... Se podrian decir tantas cosas... Sayonara
     
  4.  
    windmiko

    windmiko This is war

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    Kicsu: Me gustó mucho tu comentario querida SuMi, aunque no es el mejor amiga, creo que hay muchos que superan éste. Es la primera vez que escribo tanto en un solo capitulo. Me inspiré demasiado, supongo.

    InunoTaisho: ése era mi propósito, siempre me imaginaba de pequeña cómo él se sentía ante su perdida, claro, sin pasarme de su carácter; que eso es lo que más me ha gustado. Es verdad, Kikyo no murió por su culpa, pero InuYasha siempre se culpaba de lo que a ella le pasaba. Un hombre orgulloso muy lindo.
     
  5.  
    Niphredil

    Niphredil Entusiasta

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    Muy hermoso mí querida sempai, demostraste muy bien los sentimientos de Inuyasha despues de la muerte de Kikyou, te vi unos errores de dedo al principio, pero nada grave seguire leyendo tus one-shorts.

    Sayonara
     

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