Su otro lado

Tema en 'Relatos' iniciado por Circe, 28 Abril 2012.

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    Circe

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    Leo
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    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Su otro lado
    Clasificación:
    Para niños. 9 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1285
    Este es el otro fic que escribí para la actividad "Malvado pero sensible", sé que quedó medio raro pero bueno, espero que les guste :3

    Él era un asesino pero en el fondo, muy en el fondo, era bueno. No era su culpa, lo habían hecho así; desde chico lo maltrataron: siempre fue el débil y el pequeño, ese al que todos le pegaban y molestaban. Entonces, de grande, quiso ser el que el fuerte. Primero fueron torturas a animales en su infancia, después con niños y mujeres a los que mataba por los golpes, sin intención, en su adolescencia. Luego, finalmente le llegó la hora a los matones de su niñez a los que sometió brutalmente y a los que asesinó cuando logró ser el dominante, el más fuerte, atractivo y carismático.

    Nunca recibió cariño o amor, ni de sus amigos o familiares por lo que nadie le enseñó que estaba mal y que estaba bien; siempre fue marginado y excluido por todos y así fue él con el resto del mundo, la parte que no tenía la culpa. Solo con una persona se podría decir que fue alguna vez bueno, adorable y tierno: con su hija Hanna producto del descuido de una prostituta que le regaló lo único bueno en la vida de este despiadado asesino, Fred.

    Tuvo que hacerse cargo de la niña, otra no le quedaba ya que su madre había muerto y no había nadie más que pudiese velar por ella, salvo él. Al principio Fred no quería a la niña y no le prestaba atención pero al menos contrató a una niñera a tiempo completo para que lo hiciese por él. Fred siguió con su rutina: trabajaba de día como abogado prestigioso pero, a veces, de noche, su lado salvaje y sanguinario despertaba y lo “obligaba” a cometer crimines.

    Luego de un tiempo la niñera renunció, asustada por el errático comportamiento de su jefe y tal vez un poco aterrada por la niña, la cual era “especial”. La niña de solo cuatro años era demasiado inteligente y dulce para su edad, lo que perturbó a la niñera y la hizo escapar. Hanna hablaba muy bien para ser tan joven, sabía leer y escribir mejor que otros niños y tenía bien en claro lo que quería para su futuro: ser una abogada respetada igual que su padre.

    Al no conseguir otra niñera, Fred se hizo cargo de su pequeña y adorable hija. Ella lo admiraba y estaba fascinada con él, le hablaba todo el tiempo, lo abrazaba y lo besaba. A Fred no le gustaban esas muestras de afecto pero, en el fondo, le gustaba charlar con ella ya que Hanna era muy inteligente y reflexiva. Y la quería.

    Con el paso de los años, Fred empezó a ser más cariñoso con ella: le regalaba cosas, se preocupaba por ella y, a veces, la abrazaba y besaba. Fue la única persona a la que realmente amó, por la que se preocupó desde que se enteró de su existencia y con la única persona que era realmente feliz.

    Fred ni siquiera era feliz cuando asesinaba. Lo disfrutaba, si, pero no era verdadera felicidad sino un tipo de éxtasis frenético y salvaje que lo dominaba como si fuese un animal. No podía vivir sin matar, era adicto al poder que le otorgaba someter a una victima pero moriría si algo le hubiera pasado a su hija.

    Para Hanna el tiempo con su padre fue el mejor de su vida. Con él aprendió un montón de cosas, se reía de todo, visitaron un montón de lugares y disfrutaba cada segundo. Y para Fred fue igual, solo su hija realmente le brindó amor y cariño incondicional y desinteresado: fue a la única que realmente amó.

    Pero todo tiene que terminar; y para Hanna también pasó. Todo fue demasiado rápido; fue poco el tiempo que pasó con su padre pero siempre lo recordó, a pesar de que siempre intentó olvidar el brusco y horrendo final. No pudo, sin embargo, borrarlo de su memoria, si lo hacía también perdería a su padre y eso no podía soportarlo, no otra vez. Por eso, eligió vivir con ambos recuerdos: los buenos y alegres siempre arruinados por ese final.

    Unas semanas después de que Hanna cumpliese siete años, la policía encarceló a su padre. Desde hace tiempo que lo venían siguiendo pero no tenían pruebas para enjuiciarlo, era un criminal bastante listo. Pero todos tienen descuidos y Fred también los tuvo, en parte distraído por su hija ya que debía ocuparse de ella. El día de cumpleaños de Hanna Fred asesinó a un anterior jefe que lo había “maltratado”, limpió toda la escena pero olvidó un pequeño e insignificante detalle: su tarjeta personal manchada de sangre a pocos pasos de la escena. La policía hizo los exámenes y estudios correspondientes, intentando que ese ADN coincidiese con el de otros homicidios. Y cuando lo hizo tuvieron motivos para meterlo preso y luego llevarlo a la corte.

    Hanna sufrió mucho cuando alejaron a su padre de ella. Era demasiado joven, no comprendía que Fred debía pagar por el daño que había hecho. Ni siquiera entendía que su padre, ese hombre tan bueno, inteligente y atento podría haber lastimado a alguien de alguna manera. Fred era perfecto para ella, un superhéroe que la había salvado de la soledad y la horrible vida que había tenido antes. Su padre no podría haber hecho algo así, no él que conocía.

    Fred no tenía remordimientos por haber matado a tana gente pero si lo sentía por su hija, sabía que por su estilo de vida le hacía mucho daño. No tenía salida, había demasiadas pruebas que lo señalaban como el culpable pero no quería dejar a su hija, ella lo necesitaba.

    Hanna no lo podía creer: le estaban sacando lo único bueno en su vida. Lloró, pataleó y se quejó pero de nada sirvió, la suerte ya estaba echada y su destino marcado. Enjuiciaron a su padre y no lo encontraron inocente. Hanna, quien estaba presente en la corte, testificó a favor de él pero no funcionó a pesar de que conmovió a todos: ella contó acerca de cómo Fred la había rescatado y cuidado desde el principio, de todo lo que le enseñó y mostró, de todo lo que visitaron y conocieron y de lo mucho de se querían mutuamente.

    Los jueces no comprendían como un hombre tan frío, calculador, cruel y sanguinario podía ser tan buen padre. Sin embargo, no tenían otra opción, Fred debía ser castigado por sus homicidios y así tranquilizar a las familias de los damnificados.

    Fred fue ejecutado en la silla eléctrica hace más de veinte años. Hanna sabe todos los detalles de la vida de su padre y de sus crímenes pero aún lo ama. Está casada, tiene dos hijos y estudia criminología, en un intento de comprenderlo a Fred de una vez por todas. Aún hoy le atormenta pensar que existe gente de esa calaña, gente con más de una personalidad y terriblemente perturbada. Intenta con todas sus fuerzas seguir adelante pero le cuesta, extraña a el lado tierno y bueno de su padre.

    Fin
     
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