Microrrelato Sorpresa, sorpresa

Sorpresa, sorpresa​

El juicio arrancaba su cuarta semana de trayecto.

Un joven multimillonario nuevamente se ve acosado por los flashes de las cámaras y las preguntas insidiosas de los reporteros al bajar de su limosina. Los abucheos y reclamos de las manifestantes feministas no se hacen esperar mientras ingresa al juzgado.

Todo aquel alboroto ocasionado por el video en el que le levanta la falda a su secretaria.

Él no era un hombre que menospreciara a las mujeres, las trataba por igual y en innumerables ocasiones apoyo las causas feministas para darles una igualdad laboral. Pero toda su ayuda y esfuerzos no importaban en este momento.

El espectáculo que armaron sus enemigos en recursos humanos, para obligarlo a renunciar como directivo de la compañía de su familia, estaban dando frutos. Y eso se debía a la intromisión de su familia, una manera de extorsionarlo para que dejara de lado el absurdo noviazgo que mantenía con una simple empleada: su secretaria. Quien casualmente era la demandante en su contra.

Pero todo era parte de su plan, una fachada para mantener la atención de todo aquel alboroto sobre si mismo, y así dejar tranquila a su amada. Sin embargo, no estaba resultando nada bien, cada vez la notaba más pálida, con los nervios alterados, y pidiendo recesos para dirigirse al baño a vomitar. Aquel joven multimillonario estaba enamorado y con gusto renunciaría a su fortuna si con ello alejara todo ese estrés de su amada, pero de hacerlo, la compañía caería nuevamente en una dictadura medieval antifeminista.

El acusado solo pudo apretar los puños con frustración cuando su amor secreto pidió un nuevo receso para dirigirse al baño. Algo le sucedía, estaba seguro, pero en todo este tiempo no pudo hablar con ella y los medios buscaban una excusa para aplastarlos; así que lo único que podía hacer era tener paciencia, pronto obtendría las pruebas para desvelar todo aquel espectáculo y llevar la atención a los verdaderos responsables.

Los minutos pasaron y un repentino mensaje en su celular le llamo la atención, se trataba de la abogada de su novia, una amiga común que los ayudaba en secreto. Se trataba de una simple imagen de un termómetro rosado que mostraba un signo positivo en su extremo. O al menos eso fue lo que imagino que era hasta que leyó el mensaje adjunto y, tras un segundo de quedarse petrificado por la sorpresa, no pudo evitar dar un grito enloquecido de emoción y felicidad desmesurada.

Las miradas confundidas e intrigadas de todo el mundo no lo dejaban en paz mientras trataba de tranquilizarse. Ya tendría tiempo de abrazar a su amada y agradecerle aquella dichosa sorpresa, pero ahora debía continuar fingiendo por el bien de todos.