Suspenso Solo el tiempo lo dirá

Tema en 'Relatos' iniciado por Descard, 11 Enero 2023.

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    Escritor
    Título:
    Solo el tiempo lo dirá
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3679
    Solo el tiempo lo dirá

    Una (maligna) historia entre la ficción y lo real, by Javi Delodes.

    Personajes: AaLeeLee, Shiraze y @Ésta.
    Escrito en algún momento entre el 2012 y el 2018.

    Ni luces, cafés, ni jazz, Guybrushtown parece un pésimo lugar para vivir y lo es. Aquel pueblucho de vida provincial, alejado cientos de kilómetros de cualquier adolescente adicta a las compras, guarda un particular encanto. Se dice que está ubicado al borde de un bosque extraordinariamente fértil, razón por la que está tan repleto de animales que siempre parece ser el partido final entre los castores y las serpientes. El secreto de esta sobrepoblada espesura puede parecer una locura a cualquier científico aunque esté loco, y es que, se dice, ningún animal vivo en el escabroso lugar había visto alguna vez la presencia destructiva del más temido depredador: el hombre.

    La ciencia y Guybrushtown hacía demasiado tiempo que no se llevaban bien. La superstición se había apoderado de los pueblerinos y, aunque adoraban fielmente a un Dios, era más el temor a los demonios que el amor al tal Yahveh lo que les identificaba. Todo lo que fuera antinatural tenía que ser malo y, como suele pasar en la historia, muchas cosas lo eran y debían ser castigadas. Todo sucedía en el bosque, aquel lugar sin duda tenía su encanto pero no lograba encantar a nadie que caminara sobre dos patas, por el contrario, los habitantes del pueblo sentían por el bosque una indescriptible aversión que no lograron superar por años.

    Pero todo tiene su fin, ¿no? Los norteamericanos lograron la independencia, el imponente Muro de Berlín cayó como un castillo de naipes, es como si todo yugo estuviese destinado a desaparecer y Guybrushtown no iba a ser la excepción. Tan solo hacía falta un héroe.

    Su nombre era Daniel, un treintañero poco simpático, escéptico, que caminaba con un bastón a pesar de su relativa corta edad y que comía lo que cazaba, que no era mucho, pues su talento como cazador era comparable con el don de seductor de Sammy. Fue en una noche de whiskeys patrocinada por la herencia dejada el día anterior por el único familiar que le estimaba cuando encontró la solución a su ayuno. Por fin la fortuna parecía sonreírle y él sonreía aún más mientras oía la historia que a la postre cambiaría todo. Se trataba de una arboleda donde los animales andaban a sus anchas porque nadie se atrevía a entrar allí, el populacho decía que el lugar estaba maldito. Daniel nunca fue a misa y la única vez que entró en una iglesia lo atraparon robándose la sangre de Cristo. No había manera en que creyera que pudiera existir algo más que árboles y muchas proteínas en exclusiva para él. Oportunidades como esas ocurren una vez, pensó.

    No tenía nada que perder, no tenía amigos, ya no tenía familiares y, como tampoco solía tener comida y sí mucha hambre, sin pensarlo decidió usar el resto del dinero recibido para mudarse a aquel pueblo infernal.

    Al llegar, naturalmente buscó donde hospedarse mientras se establecía, encontró un sitio mejor de lo que esperaba pues este tenía bar, era una pensión muy al estilo salvaje oeste, pero qué diablos, tenía bar, todo lugar es un mejor lugar si hay alcohol.

    Decidió tomarse un trago esperando que su elegante gabardina robada y su facha citadina no sirvieran como una luz atrae mosca, comparación que para un vulgo así no sería tan descabellada. Para su mala suerte se le acercó un anciano mesero que le advirtió sobre los sucesos sobrenaturales que allí acontecían. Daniel se esperaba tal cosa, pero no pudo eludir una acalorada discusión verbal.

    —Joven —le dijo el anciano—, usted no es de por aquí, ¿verdad?
    —No, ya sabes, la tierra natal siempre se ve mejor desde lejos.
    —Es noche de luna llena, los monstruos rondan, no sé cómo será en el lugar del cual provienes, pero aquí le damos trabajo a nuestro Señor y debemos agradecérselo —dicho esto le señaló la figura de Jesucristo bajo la cual había una alcancía.
    —Lo siento, olvidé traer una virgen para el sacrificio a los dioses.
    —No seas insolente y hereje. Hay un único dios que es Yahveh y hay que respetarlo.
    —Ja, los dioses son como los argumentos, cada quién cree tener el verdadero.
    —Bah, ¿qué no sabes lo que dicen? De que vuelan, vuelan.
    —No, no vuelan, nunca han volado y nunca volarán. Los aviones vuelan, pero no es magia, es ciencia.
    —Ustedes los citadinos saben que la ciencia no tiene la explicación a todo y aun así improvisan responder a todo con ella.
    —Es cierto, la ciencia no lo explica todo, pero cuando eso pasa lo aconsejable es usar más ciencia, para que algún día tengamos la respuesta sin responsabilizar a cualquier ser mágico.
    —Te crees un experto en seres mágicos, ¿eh? Pues ve al bosque una noche como esta y obtendrás tu doctorado, ja.

    De pronto los borrachos de todas las mesas rieron triunfantes ante un Daniel que los miraba como a niños imbéciles contándose sus patéticos chistes de pedos.

    —Me voy a dormir. Sigan admirando a su cadáver favorito —sentenció Daniel señalando la figura de Jesucristo.
    —Oye, viejo, Cristo murió por nosotros.
    —Goku murió más veces por nosotros.
    —Pero Goku nunca existió.
    —Jesucristo tampoco. Buenas noches.

    Aún no había salido el sol cuando el intrépido cazador despertó con más desgana de lo normal y reafirmó su convicción de que, aunque se trate del mayor orgullo de Beethoven, apenas uses esa música como despertador, la detestarás a muerte. Tenía mucho que hacer y hacía frío, el mejor remedio contra el insomnio. Haciendo un esfuerzo tomó su gabardina, su sombrero, su rifle, el infaltable bastón y, como era de esperarse, ignoró la cruz que dizque protegía la habitación. Llegó allí por algo, sabía, era hora de comprobar que fue una buena idea hacer el viaje.

    Y la realidad resultó ser mejor que los mitos, era una maravilla de bosque. Casi se podía cazar un ciervo disparando hacia el aire. Era la gran manzana de la naturaleza, no tenía neón pero daba la impresión de que al amanecer las flores brillarían con igual intensidad. Fácilmente Daniel confundió su infierno con el paraíso.

    Andando entre pasto y animales que hasta se le acercaban quizá para saludarlo, Daniel vio el venado más descuidado que haya visto en su vida, no había manera de no atinarle: estaba dormido a la intemperie. Se le acercó poco a poco, sin que su presa alzara la cabeza y cuando al fin lo tuvo a tiro y comenzaba a ceder el gatillo, el grito de una adolescente hizo que el animal huyera.

    Qué escena tan angustiante, un horripilante lobo la perseguía corriendo hacia donde se hallaba él postrado, rifle en mano. Aquella bestia de tamaño antinatural asesinaría a la chica si no hacía algo ya. Con adrenalina suficiente para llenar un mar seco, apuntó lo mejor que pudo y le disparó dos veces, acertándole a la segunda como nunca lo había hecho tan bien a una presa. El lobo cayó muerto.

    Naturalmente, no se iba a comer al lobo, pero al menos la chica estaba a salvo. Era rubia, parecía tener unos 13 años y desprendía un dulce y particular aroma que enamoraría a cualquiera.

    —Héroe mío —le aduló la joven—, para siempre te estaré agradecida. Nunca había visto a un ser carnívoro en el bosque, ¡y este era tan enorme, qué miedo! Pero has estado allí en el momento justo, ¿me acompañarías a mi cabaña, por favor? No me siento muy segura. Por cierto, me llamo Deyra, ¿y tú?
    —Mi nombre es Daniel.

    Sabía que donde hay una cabaña hay comida y pensó que quizá los padres de ella le estarían muy agradecidos.

    —Y dime, ¿tus padres están allí ahora?
    —Oh, ahora mismo está mi hermana esperándome, pero mi madre llegará en cualquier momento.
    Daniel se abstuvo de preguntar por el padre.
    —Uf, qué mareo tengo —dijo Deyra—, ya no recuerdo que hacía, ¿habré estado tomando? Soy todo un caso, je, je.

    Llegaron a la cabaña y tal como había sido avisado, se hallaba la hermana, se le podía calcular unos tres años menos que ella, de apariencia taciturna y largo y sedoso cabello negro, portaba un extraño reloj de bolsillo.

    —Su nombre es Alely —le explicó Deyra—, yo tú no esperaría a que te hable.
    —Ya veo. ¿Viven solas con su madre?
    —Así es, nuestro padre murió, mi hermana dice que fue atacado por un lobo dorado hace mucho.
    —¿Un lobo dorado? No me dirás que crees en esas cosas.
    —Este mundo es muy especial, mi amigo. Mira, la verdad es que mi hermana controla el tiempo a su voluntad y yo tengo siglos viviendo. Ah, sé que es difícil de creer. Alely, por favor.
    —Ay, vamos… Ay, vamos… Ay, vamos… Ay, vamos... Ay, vamos... Ay, vamos… ¿¡Qué rayos!?
    —Ja, ja, te dejaste caer en un corto bucle gracias a la magia de mi hermana, ambas somos pequeños demonios.

    Todo el escepticismo que cultivó durante años fue expulsado de golpe de su pecho por un corazón que batía como haciendo pequeñas explosiones. Atrás quedó aquello de que ciencias y artes son nuestras primeras necesidades. El horror se apoderó de él.

    —Oh, no, por favor, no nos temas —intentó calmarle la mayor de las chicas—, aunque sea un demonio nunca le haría daño a mi salvador, no somos seres maléficos como todos creen. Toma un poco de té, te tranquilizará.

    Al terminar su bebida, Daniel notó que los segundos avanzaron tan rápido que no los sintió pasar todos, miró el reloj y habían transcurrido 15 minutos, en los que él calculó un instante. De lo que sí se percató es que estaba más tranquilo.

    —Gracias, Alely —dijo Deyra.

    Ella le explicó todo lo que sabía sobre su naturaleza y la de su hermana y Daniel, poco a poco, fue aceptándolo. No esperaba hacer amistades en ese lugar y menos podía anticipar que estas fueran dos pequeñas diablillas, pero terminó disfrutando de la compañía. Había olvidado aquella tontería que siempre le decía su abuela: “nunca confíes en un demonio”.

    —Y dime, ¿qué tiene de diferente ser adulto a ser chico? —preguntó Deyra en alguna parte de su entrevista.
    —Pues, en las reuniones de la juventud esperas a que los padres se vayan a dormir para comenzar a abrir las cervezas. En la adultez cuando los padres se van a dormir es porque ya no queda ninguna.
    —Ja, ja, ja, ser mayor debe ser muy divertido.
    —Podría ser mejor, pero no importa lo que digan, a todos nos llega el día en que nos cansamos de ser jóvenes. Ya lo sabrás cuando crezcas.

    Le pareció que al decir eso el semblante de la joven cambió de inmediato a uno como de melancolía.

    —¿No puedes envejecer? —preguntó él,
    —Ya ves.
    —Lo siento.
    —Descuida, tiene sus ventajas, je, je.
    —¿Y qué me dices de tu hermana? No parece muy conversadora.
    —Es una maga del tiempo, no necesita hablar mucho, los siglos dicen demasiado por ella. Aun así la amo como a nadie en el mundo.
    —¿Es cierto que controla los segundos a su voluntad?
    —Exacto, ella es la que los quita y los pone, si no fuese una demonio podría ser considerada una diosa. Y a veces me da la impresión de que vive esperando algo.
    —¿Ah, sí? ¿Qué cosa?
    —Umm, supongo que el tiempo lo dirá, ja, ja.

    Daniel pasó el día comiendo, paseando y hablando con Deyra hasta casi hacerse la noche, momento en el que decidió que era hora de volver a la pensión.

    —Vaya, ya casi anochece. Ha sido un placer pasar el día contigo, pero tengo que volver.
    —Espera algunas horas más y podrás decir que te acostaste temprano, ja, ja, ja. Vale, de verdad muchas gracias por todo. Visítanos pronto.

    Al llegar al pueblo quedaba el último bastioncito de luz solar que luchaba en vano contra la oscuridad. Como es normal en los puebluchos, ya no quedaba un alma que deambulara por sus calles, pero para sorpresa de Daniel, tampoco había nadie jugando a las cartas o embriagándose en el bar que estaba cerrando. Se preguntó si sus nuevas amigas tenían algo que ver, pero el pensamiento murió al tropezarse con un último cliente que salía desesperado puesto que la noche lo había sorprendido. Quedaba el tendero, el cual invitó con mucho desdén a Daniel a rezar antes de irse.

    —Hoy es noche de luna llena, no seas idiota y reza antes de dormir.
    —Mira —le respondió Daniel al barman con la misma malicia con la que fue tratado—, te diré algo sobre rezar: los religiosos justifican la pasividad de sus dioses ante las desgracias humanas alegando que no deben interferir para que seamos libres y podamos evolucionar por nosotros mismos, algo así como cuando los humanos no intervenimos en la naturaleza al ver a un depredador sobre su presa. Pero, ¿luego qué hacen? Rezar. Los religiosos y la coherencia nunca se llevaron bien.

    Sabiendo que aquella noche no dormiría tan fácilmente se arrepintió y condujo sus pasos fuera del bar mientras el tendero le profería insultos y estupideces como “en algo hay que creer”. Se lo dijo a alguien que puede creer en criaturas sobrenaturales residentes de un bosque encantado, pero aún no en un dios con dominio total del mundo.

    Caminó hasta la muy ancha franja de malezas donde termina el pueblo y comienza el bosque y pensó que entre las estrellas de ese cielo y el neón de Las Vegas, prefería aquellas que no existen para encaminarse a la bancarrota sino hacia el destino anhelado. La abundancia y la amistad, había probado ambas cosas gracias a aquel bosque, pero no podía imaginarse la última sorpresa que este le otorgaría.

    Si hubiese parpadeado o girado la cabeza en ese instante su mirada no se habría topado con aquel pequeño resplandor que monopolizó su atención sentenciándolo a bailar con la muerte. Armado con su bastón miró al fin tras el arbusto y presenció un horror tan grande que me gustaría ser Lovecraft para hacerle justicia en mi descripción: era la macabra imagen de un lobo dorado que, bañado en sangre, devoraba a un niño. Daniel vomitó su cena y parte de su inocencia.

    Lo que era peor, ni toda la sangre del mundo podía ocultar aquel olor inconfundible y, no había dudas de esto, era el aroma de Deyra lo que se desprendía de aquella bestia. Daniel conoció al fin la identidad del lobo dorado que había dejado huérfanas a ella misma y a su misteriosa hermana, pero no era momento para el desconsuelo. El animal notó su presencia y también lo sintió como presa, mas solo un corte superficial logró con sus afilados colmillos antes de que Daniel contraatacase usando su bastón, impactándole en la cabeza y logrando que el can huyera. Él escapó también.

    Regresó al bar aturdido y ofuscado; quiso dormir hasta que la imagen mental desapareciera, estaba harto de esos seres mágicos que, en vez de preocuparse por pagar el gas o el alquiler, dedicaban sus horas a hacer el mal porque sí. Estaba hastiado porque su convicción se había desmoronado de la noche a la mañana como el castillo de arena más grande del mundo al pegarle el mar. Estaba obstinado de la idea de que aquel lobo asesino se trataba de la única amiga que creía tener. Pero, por sobre todo, le ardía pensar en aquella leyenda que escuchó sobre hombres lobos que infectan a los humanos con sus mordidas.

    Pasaron algunas horas de desvelo forzado y Daniel, a fuerza de medicamentos muy fuertes, estaba a punto de rendirse ante Morfeo cuando Alely y su extraño reloj aparecieron ante el semblante entre temeroso y agotado del cazador.

    —¿Cómo diablos...? ¿Qué quieres? —Preguntó él.
    —Lo mismo que tú
    —¿Dormir? Suerte con eso.
    —Queremos matarla.
    —¿Cómo? Pero yo... no estoy seguro de querer asesinar a Deyra.
    —Con el tiempo lo estarás.

    Aquello le hizo maldecirse mil veces pues quién podría saber más de eso que ella.

    —¿Estás segura de eso? Mira, uno no puede andar por ahí quitándoles la vida a niñitas.
    —Deyra no es una niñita, ¡ha matado durante siglos! E hizo que mi madre me temiera a mí también y se marchara para siempre —agregó con esto notable tristeza.
    —Pero…
    —Quiero que tengas esto —le dijo pasándole un frasco rojo—. Los venenos que he preparado no logran eliminarla, pero has de hacerle beber esta poción poco antes de anochecer, evitará que se transforme. Yo haré que ignore que es noche de transformación. Mi hermana debe morir mañana con la luna llena como testigo.
    —¿No hay otro modo de lograr el final feliz?
    —Quizá consigas a una loba que te quiera por lo que eres.

    Daniel hizo un breve silencio al verse descubierto.

    —Así que lo sabes.
    —Yo sé bastante cosas, tengo mucho tiempo para aprender.
    —Pero yo no, ¿cierto?
    —Toma pronto una decisión, sangre de lobo.

    Daniel observó a Alely fusionarse con las sombras y desaparecer, pero estaba demasiado sedado para exaltarse a la altura de la situación. Decidió dormir sabiendo que le esperaba un día muy intenso.

    Al despertar se sintió aliviado al pensar que todo fue un sueño, hasta que vio el frasco que le dio Alely amenazándole desde su mesa de noche. Sintió que no importaba donde fuera, la mala suerte lo perseguía, pero supo, de manera extrañamente altruista, que debía seguir el juego de la única persona en quien aún lograba confiar. ¿Acaso quedaba algo que perder? Esperó hasta casi el anochecer llenándose de pensamientos pesimistas, y salió persignándose ante la figura de Jesucristo. La batalla final había comenzado.

    Daniel tocó la puerta de la cabaña y Deyra abrió ya vestida y lista para salir. Alely lo había pensado todo.

    —Buenas noches, mi pequeña dama —le invitó Daniel con cierta gallardía—. ¿Paseamos?
    —Encantada —respondió ella con una pícara sonrisa.

    Al llegar a un descampado, el cual sería el lugar ideal para una cita romántica si los implicados no intentaran matarse luego, él habló por última vez con la chica por la que sentía ya cierto apego. Hubo párrafos que enternecían, otros que sacaban una sonrisa desde el fondo del corazón. Daniel estuvo a punto de dejarla vivir, pero recordó a aquel inocente niño cuyas manitos habían sido trituradas por las mandíbulas de su compañera. La locura debía parar, por más bonita que a veces pareciera.

    —Quiero que compartamos algo de tomar.
    —Eh, ¿quieres emborracharme e intimar con una chica que parece una adolescente?
    —¡Claro que no! Solo quiero… liberarte.
    —Ja, ja, estaba bromeando, sírveme —era increíble lo tierna que podía parecer una criminal como ella.

    Daniel le entregó el trago adulterado con la poción a Deyra como un Judas besando a Cristo. Poco después de beberla la joven cayó tomándose el corazón con evidente dolor, pues se lo habían roto de todas las maneras posibles.

    —¿Qué me diste? —Alcanzaba a decir con la voz entrecortada de quien agoniza— ¿Qué me hiciste?
    —Lo siento.
    —¿Pero por qué? Daniel, yo te quería, yo te quiero mucho —brotaba un poco de sangre por la boca mientras lloraba desconsolada.
    —Lo siento
    —¿Cómo pudiste?
    —¡Lo siento! —solo eso lograba decir.

    En ese momento lo que tenía que suceder sucedió: la luna llena se asomó entre los árboles para incrementar el terror de Deyra al comenzar la dolorosa primera transformación de su acompañante.

    La joven logró incorporarse apenas y huyó lo más rápido que pudo, que lamentablemente para ella no era mucho. Sabía que debía llegar al pueblo para encontrar refugio, pero al oír el diabólico aullido de Daniel tan cerca de ella, supo que sería imposible. Escuchaba las pisadas de la muerte que sus alocados latidos intentaban ocultar.

    Fue fácil para el ahora lobo perseguir su aroma; estaba perdiendo la razón y con su último vestigio de conciencia comprendió que esto no lo recordaría luego, no tenía ya casi ningún sentido de justicia, solamente quería comer. A toda velocidad se acercaba más y más a su presa.

    Perderse en un bosque es cosa fácil, a donde sea que mires casi todo parece ser el mismo paisaje, pero poco a poco ese todo le iba pareciendo conocido, las posiciones de los árboles, el sonido del arroyo, la chica rubia huyendo... Y en un pequeño chispazo de cordura que vino hacia él, el pánico le poseyó al notar que también le parecía familiar el cazador que le apuntaba.

    Aunque nunca detuvo su marcha, en su mente aparecía y desaparecía una hipótesis sobre lo que ocurría, pudiendo comprobarla cuando de la nada vio aparecer a Alely tras el cazador. Todo era una extraña paradoja que podía crear alguien que manipulara el tiempo a voluntad, y que su rol en este juego era de cazador y presa a la vez.

    Era una gran oportunidad para Alely de eliminar la amenaza. Su plan fue tan sencillo como magistral: lograr que Daniel asesinase a su hermana y que él mismo, desde su pasado, enrolado de cazador, se disparara para acabar así con esa diabólica maldición que los de su especie representaban. Resultaron ser los títeres de una pequeña muy hábil para mover los hilos.

    Mientras tanto, Daniel no podía controlar su impulso de matar, sentenciándose así por actos que no cometió y que, por extraño que parezca, era lo más cercano a un final feliz que Guybrushtown podía aspirar. Antes de que él como cazador disparase las balas de plata que Alely puso en su arma, desde su piel de lobo esta vez sí logró alcanzar el cuello de Deyra entre sus fauces asesinándola brutalmente. Y entonces se oyó el segundo disparo.

    A un pueblo lejano había llegado un héroe, uno al que olvidarían.

    Pasaron los años y los habitantes del pueblo aprendieron a vivir sin miedo. Alely, por su parte, se fue del bosque en busca de su madre, tan sola como un relojero trabajando en su taller y, por alguna razón, sin estar segura si esta le perdonaría por tan extraño crimen. Quién sabe. Solo el tiempo lo dirá.
     
    Última edición: 11 Enero 2023

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