Ciencia ficción Sobre la gente en el planeta de las olas saladas

Tema en 'Relatos' iniciado por The Condesce, 30 Agosto 2019.

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    The Condesce

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    Sobre la gente en el planeta de las olas saladas
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    Para todas las edades
    Género:
    Fantasía
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    1
     
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    1818
    El habitante del planeta rojo que orbita una pequeña estrella azul en la galaxia Fraxilopara, observó a ese espécimen alienígena, el de largas hebras negras de colágeno creciéndole de la cabeza, entramadas en dos triadas, subir una formación mineralógica producto de los accidentes tectónicos, la cual, estaba cubierta por seres vivos orgánicos de los más vistosos verdes. Y subía, y subía, envuelto en fibras tejidas a forma de ropaje. ¿Qué iba a hacer el ente de aquel mundo de las olas saladas?

    Cuando casi llegaba a la punta, por alguna razón se detuvo; sacó curiosos artefactos para devastar el suelo; tomó entonces la tierra fina y húmeda, hasta llenar una gran bolsa, y cargándosela en la espalda, con lo que tiempo después, nuestro habitante del planeta rojo, descubriría se llama rebozo.

    ¿Para qué necesitaba el ser esta arcilla? ¿Se la comería? Pero si los otros organismos del bosque similares, no tomaban energía de los minerales, sino de otros individuos vivos, para qué este animalejo particular, cubierto en telas construidas usaría la tierra?

    El habitante del planeta rojo, intrigado, lo siguió.

    Fueron tres horas más, de acuerdo a la medida del tiempo ideada por los seres del mundo de las olas saladas, lo que el ente de las largas hebras negras que le caen sobre los hombros caminó, por un estrecho caminito de tierra que primero cortó la maleza y siguió por kilómetros la vereda, de acuerdo a la cuantificación de distancia de estas gentes.

    Entonces, nuestro amigo de la galaxia Fraxilopara divisó en el horizonte un humo que se escapaba sobre los techos de pequeñas construcciones curiosas, hechas con más tierra, y con trozos cortados de aquellos organismos altos, estáticos y ramificados que pudo ver en el bosque.

    El ser se acercó a la entrada de una de estas construcciones, y salió, a recibirle, otro ente de su misma especie.

    Notó entonces el habitante del planeta rojo, que este otro ente, aunque de la misma especie, era un poco diferente. Sus ropas, eran distintas. Mientras que la tela del que recogió las tierras arcillosas era larga, y le caía hasta el suelo desde la cintura, la de aquel que le recibió en la casa estaba dividida en las dos patas con las que se movía. Llevaba en la cabeza un extraño objeto de hojas secas entrelazadas que le protegía la cara del sol. Después, aprendería el habitante que se le llama sombrero.

    De manera que en esta curiosa especie, se dividían en sexos diferenciados y complementarios, para juntos formar un nuevo individuo y reproducir la especie. Lo que le parecía sumamente interesante a nuestro amigo del planeta rojo, es que esta diferenciación, física, química, orgánica, era acentuada artificialmente por los individuos mediante artefactos, e incluso comportamientos ajenos a su composición biológica originaria. Algunos hacían esto, y no aquello; vestían así, o de esta otra forma; tenían derecho a decir, o no decir tales cosas, y un sinfín de etcéteras que incluso a veces, eran demasiado sutiles para ser percibidas por el que vino desde Fraxilopara.

    El ente que recogió la tierra, tratábase pues, de una mujer. Y aquél que la recibió, un hombre. Más concretamente, su esposo. Alianza que al parecer servía como una forma de cohesión extraña, o una especie de presentación pública para los otros que vivían en las demás casitas de madera, paja, adobe y tejas del pequeño conglomerado de personas.

    Esto lo supo después de tiempo de observar cómo todos convivían juntos, se apoyaban, y trabajaban por bienes comunes. A diferencia de los otros animalejos del bosque, construían casas, artefactos, cocían al fuego los alimentos, los sembraban, los criaban desde el nacimiento.

    Así pues, usaban también la tierra arcillosa que trajo la mujer del cerro.

    Dentro de todas las actividades, y sin saber explicarlo realmente, al ser de la galaxia Fraxilopara, lo que más le interesó, fue lo que hacían con ese contenido mineral.

    Mientras la mujer cocinaba los alimentos dentro de la pequeña construcción, el hombre, palo en mano, golpeaba la tierra del cerro en el suelo, hasta que por fin, se deshicieron los terrones. Por si acaso todavía, lo pasó por una malla, y lo que quedó fue tan sólo un fino polvo.

    Entonces la mujer, de los cabellos trenzados, recogiéndose las faldas, habiendo alimentado a las crías, tomó el polvo y se lo llevó adentro.

    En el planeta rojo de la estrella azul en la galaxia Fraxilopara, todas las personas era entes etéreos de gas, porque la galaxia, era una galaxia nebulosa. Y el planeta rojo, era un planeta de gas. Así que nuestro amigo el habitante, podía flotar libre en el aire del planeta de las olas saladas y colarse por el techo para ver lo que hacían las personas dentro de la casa.

    Y así pudo observar, con admiración, cómo la mujer golpeaba el polvo contra una superficie, manejándolo entre sus manos, y poco a poco se convertía en una curiosa masa de propiedades plásticas y moldeables. Los pequeños individuos de la misma especie, descendientes de los esposos, tomaban un poco y con sus manos diminutas, imitaban a su madre, manipulando pequeñas bolitas de la tierra mojada.

    Si estos seres no extraen sus nutrientes con esto, ¿entonces qué hacen?

    Poco a poco con las manos, la mujer le fue dando forma de cuenco al barro. El habitante del planeta rojo, que no tiene cuerpo, mucho menos manos, sintió por un momento un poco de envidia, y deseó saber cómo se sentiría en aquella capa protectora de tejidos orgánicos llamada piel, la sensación de la arcilla moldeable. Y le asombró la habilidad tan magna de ella, a diferencia de los niños, para darle una forma tan pareja al cuenco. Y así, sumergía los dedos en agua para alisar la superficie.

    Cuando terminó, tomó una punta filosa tallada en madera y trazó incisiones, extraños diseños, patrones e inscripciones que el ser de gas no supo entender. Sólo sabía, que se veía estético y armonioso.

    Y así hizo uno, y otro, y otro. Y luego hizo pequeñas figuritas de mujeres como ella, pero con alas, como los pájaros del bosque. Otras, con largos mantos cubrientes y tiaras puntiagudas. Después, hizo recipientes cilíndricos, luego, redondos cuencos con bordes curveados y tiras en los costados para agarrarles. Y así, pasó hora tras hora modelando, con manos y agua la tierra que trajo del monte.

    Días pasaron las creaciones bajo la sombra de una habitación cerrada. Y el habitante del planeta rojo comenzaba a decepcionarse, pensando que ya no harían nada más. Se quedó pensando: "no, no puede acabar así..", hasta que un día, sacaron las piezas de la habitación oscura y las dejaron bajo el baño de los rayos del sol.

    Otro tiempo más pasó. Cuando ya endurecida la tierra seca, fue tomada de nuevo por la mujer, mientras su marido araba la tierra para sembrar una curiosa plantita de granos amarillentos. E hizo algo que sorprendió al ser de gas. Tomó una piedra, con una de sus caras muy plana, y comenzó a tallar. Tallar y tallar y tallar y tallar con fuerza las piezas de barro. Tallar y tallar y tallar y tallar. Tallar tanto que el del planeta rojo pensó que se podrían romper. Pero no se rompieron.

    Y así, cuando quedaron brillantes, como piedra de mar, sacó de la casa botecitos que guardaban tierras especiales. Tierras negras, tierras rojas, tierras verdosas, que mezcló con agua. Y tras sumergir un palito al que estaban atados muchos pelos, de sabría qué criatura, comenzó a pintar líneas de colores en los recipientes cilíndricos, y los redondos de las asas. Así, como hizo días antes con los cuencos incisados, dibujó patrones y diseños e inscripciones.

    Secaron un día más.

    La mañana siguiente, llegó el marido, junto a otros habitantes del pueblo, con pastos secos, madera, y plantas de espinas.

    Metieron todo en una pequeña cámara, dentro de una construcción muy curiosa atrás de la casa. Era redonda y se alzaban sus muros cilíndricos cerca de dos metros, por dentro, hueca. Una rejilla separaba la cámara de abajo del resto de la estructura.

    Entonces unos hombre subieron al interior hueco, y otros, desde afuera, les iban pasando las piezas ya secas, y decoradas, de los bellos recipientes de barro. Y así se fueron pasando los cuencos, cilindros, figurillas, hasta llenar por completo el espacio, de lo que por escuchar sus voces hablando, el habitante del planeta rojo supuso se llamaba "horno".

    Una vez adentro todas las cosas, taparon por arriba el horno, y por una pequeña ventanita en la cámara donde metieron los pastos, plantas y madera, le prendieron fuego.

    Horas, y horas pasaron. El habitante del planeta rojo moría de impaciencia. No podía meterse dentro del horno porque el fuego podría consumirle.

    Al final del día, cuando la tarde iba cayendo y el cielo se oscureció, el fuego murió. Destaparon el horno, y las piezas comenzaron a enfriarse.

    Eran piezas brillantes, preciosas. Endurecidas por la acción del calor. Claro, era lógico. Estos seres habían ideado la forma, en su planeta duro y sólido, de crear esos recipientes, tan útiles para todo.

    En el pueblo los usaban para comer, para beber, para cocinar y satisfacer así todas sus necesidades como organismos.

    Al ser de gas de Fraxilopara le parecían alucinantemente interesante estas formas de vida, porque en el planeta rojo que orbita la pequeña estrella azul, todos observen la energía del ambiente, de la luz del sol, de los gases del aire, lo concentran, lo desechan, lo concentran, lo desechan, e igual que las nubes del planeta de las olas saladas, la fricción entre sus partículas creaba electricidad, que dentro de todos los individuos de su sociedad, generaba complejas redes interconectadas de impulsos eléctricos, tan diferente, y a la vez tan parecido a las conexiones nerviosas de los seres humanos que tanto le intrigaron. Por eso, en su mundo no había alfareros, ni nada parecido, y su tiempo libre lo dedicaban a conversar, tener largas siestas de muchos ciclos del planeta alrededor de la estrella azul, o a pensar por décadas en la naturaleza de las existencias.

    Por eso había algo que le parecía maravilloso en esos curiosos artefactos materiales de tierra endurecida, aparte de su utilidad pragmática. Lo increíblemente bellos que eran. Tanto así, que le hacían replantearse todas las divagaciones sobre la naturaleza de lo bello a las que llegaba siempre al observar la fusión del magenta con el rojo en el cielo de su mundo. Algo vivo en la materia inerte, hablando lenguas ininteligibles de otros seres. Y en esas figuras de cerámica, como aquellas de la inmaculada Virgen María, a la que todas las noches la mujer de las trenzas rezaba, y que con dedicación y parsimonia, fueron pintadas después de la quema con maravillosos colores, el ente del planeta rojo, sentía, a esa mágica divinidad existir. Un espíritu más abstracto, e incluso más inaprensible, que su propia existencia de gas.
     
    Última edición: 27 Junio 2020
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    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

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    Debo admitir que al inicio me costó ubicarme en la historia, pero apenas me hice la imagen mental de lo que sucedía todo fue más fácil de entender.
    Este relato me gusto mucho, me agrada como el visitante, a pesar de ser un extraterrestre, no es para nada violento y sumamente agradable, aparte de darle un trasfondo más allá de ser un simple conector para que que el lector pueda leer la linda forma en que se relata el proceso de la alfarería, siendo un simple ser de gas pensador que admira lo que puede llegar a hacer un ser humano que puede manipular las cosas de su alrededor, aunque estos seres tienen la capacidad de pensar por bastante tiempo y dormir largas siestas, cosa que tampoco encuentro mala.

    Me da gracia y al mismo tiempo curiosidad como esto era un trabajo ¿Escolar? Aunque me hace creer que solo por eso se tomo el tema de la alfarería ¿Era crear algo sobre la gente de hace algunos milenios?

    En lo personal me gustó que haya sido un relato sobre la alfarería, porque la practico de vez en cuando, y en verdad siento que el moldear masas, arcilla, plastilina y demás variantes es una de las formas menos complejas que hay para los niños que aun no pueden usar con sutileza sus manos para cosas como música o dibujo, y claro, al seguir practicando se pueden lograr cosas bellas y complejas, y como en tú relato, en la parte de la mujer con los niños, es algo que se puede disfrutar en conjunto.

    Eso, gracias por compartir su homework ^w^
     
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    Elliot

    Elliot Usuario común

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    Por la categoría y título esperaba que fuera una historia de un humano observando una sociedad alienígena, pero me gustó más este concepto inverso. Como mostraste que que para un alien nuestras costumbres más mundanas pueden ser totalmente exóticas para él.
    Aunque me quedé con curiosidad de que cultura era esa familia. Al principio supuse que relacionados al Himalaya o los Andes, pero la verdad mi conocimiento es limitado en ese aspecto y supongo que la alfarería es algo bastante universal por su utilidad, así que sigo en duda (pero por suerte no es algo que afecte a este tipo de relato)

    Espero que hayas recibido una gran nota por este trabajo jeje
     
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  1. mametaro
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