Historia corta Situaciones cotidianas

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Megu Gumi, 8 Enero 2018.

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    Megu Gumi

    Megu Gumi Iniciado

    Virgo
    Miembro desde:
    29 Diciembre 2017
    Mensajes:
    7
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Situaciones cotidianas
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Comedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    763
    CAPÍTULO 1

    Es día de entrega. No me preocupo, sólo me falta imprimir, en mi camino encuentro a un par de compañeros, ya con sus trabajos impresos.

    — ¿Dónde imprimieron? — pregunto por inercia.

    Me dan una larga explicación, dejé de poner atención a la mitad. Muy bien, muchas gracias y me despido. Continúo mi camino hacia donde suelo imprimir. Bajar unas escaleras rojas y oxidadas, inusual entrada para el tren pero el mosaico del suelo no miente. La persona bajando frente a mí es muy lenta, desesperante, les intento rebasar de lado, pero por ahí vienen subiendo más personas. Caigo ahora en cuenta, todos son ancianos. Por mi intento fallido de rebasar perdí mi lugar en la fila de bajar. Me intento reintegrar a la fuerza. Pero mi cabello no perdona y se atora en el botón de la camisa perteneciente a la persona de atrás. Un abuelo, para variar, que intenta desatorar su botón con la misma velocidad que con la que camina. Me desespero, tarda, está confundido. Me avergüenzo, todos voltean a ver, quienes pasan voltean. Me molesto más. Se acabó mi paciencia, de un tirón libero mi cabello, pero fue suficiente para hacer tambalear al abuelo. Tropieza, más miradas, esta vez molestas, morbosas. Un par de ojos no se contienen y murmuran a mi lado.

    —Qué niña tan irrespetuosa, ahí se ve la educación.

    Horror, sus palabras, su mirada que le desaprueba, su horrible voz, todo me da vueltas en el corazón, y de pronto se dispara a mis manos, la empujo. Cae de las escaleras, en el primer escalón estoy triunfante, cuando cae por el segundo me siento liberada, pero cuando topa con el piso, por un segundo, me siento culpable. La gente sigue mirando, pero cada vez más indiferente. La mujer que ha caído, desde el suelo, que es su nuevo hogar, voltea a verme furiosa.

    — No te basta con tirar un anciano— y demás insultos que me niego a citar.

    Y naturalmente de mi boca —déjame en paz, gorda. Ahí, tirada en el suelo ¿sabes cómo te ves? Pareces una ballena, gritando como cantan su ballenato para atraer algún macho, pero nadie nunca te va a hacer caso alguno, te quedas sola para siempre.

    Toda mi furia tirada a la basura, mis mejores insultos desde que nací, desperdiciados. La mujer mientras escuchaba, me acomodaba en su lugar, el suelo, con pose relajada escuchó atentamente cada una de mis palabras, y ante la última oración su rostro cambió, como alguien que no tiene interés alguno hasta que oye de pronto algo interesante.

    — Oh, no. Yo estoy felizmente casada, no estoy sola— mientras aclaraba, agarraba su cabello de forma tímida, y sus mejillas caídas y arrugadas se sonrojaron.

    Me sorprendió mucho su cambio de actitud, pero me sorprendió mucho más lo que dijo.

    — ¿Qué? ¿de verdad? no me lo esperaba ¿cuánto llevan saliendo? — dije con un interés sorprendentemente natural.

    La señora con mucho orgullo, como si todo lo anterior no importara, contestó.

    — Recién vamos a cumplir un año— en su tono sobresalía un aire presumido, digno de un padre que muestra fotos de sus hijos a sus colegas.

    — ¿Un año? — Dije decepcionada —lo mismo que nada ¿A su edad no debería llevar al menos unos cuarenta años de casada? — Torcí la boca con desprecio y murmuré — ¿de qué está tan orgullosa?

    La señora contestó rápidamente con euforia — ¿pues cuántos años crees que tengo? Para tu información aún estoy en mis cincuentas— ya indignada.

    —Jo, creí que tenía ya al menos setenta — rechisté. No era verdad, yo le calculé unos sesenta, lo de que estaba en sus cincuenta no me lo creía, sin embargo, tenía pinta de mujer que se quita los años descaradamente.

    La señora me miró seria y me dijo con superioridad — No sabes nada, niña, los hombres son todos despreciables, un matrimonio no puede durar tanto.

    Me molestó la forma en que indirectamente me dijo novata de la vida y del amor.

    — No quiero escuchar eso de usted, hace apenas nada me ha dicho desgraciada también— continué antes de que me pudiera responder algo, por miedo a que con sus tristes experiencias rompiera mis ideales románticos y por la hora también —Tengo cosas que hacer, adiós y buena suerte con su matrimonio de un año— despidiéndome así.

    La señora, por su parte, se quedó cómoda en el suelo, boca abajo y levantando su rostro con sus dos manos, que a su vez dependían de sus codos recargados en el suelo. Balanceaba sus pies de arriba a abajo, y me miró sonriente todo el camino hasta perderme de vista.
     

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