Microrrelato Sin título.

Lágrimas secas decoran mi rostro. Son negras, tan oscuras como los sentimientos que matan mi corazón, como la oscura noche que me acuna con compasión.

¿Qué es esto que siento y que me pudre por dentro? ¿Es acaso un sentimiento? Lo noto tan fuerte que duele. Jamás pensé que esto podría pasarme a mí. Y ahora mírame, tumbada sobre mi cama, quéjandome entre gemidos de dolor, gritando en silencio con desesperación.

Los días se hacen tan pesados... Me consumen a cada momento que pasa. Ansiosa por la llegada de la noche, impaciente por regresar a la intimidad de mi habitación. Me acurruco entre las sábanas, me escondo del mundo exterior. Lloro desconsoladamente. Derramo mis lágrimas con la mayor cautela posible, nadie debe enterarse.

En ocasiones oigo pasos en el exterior y mi respiración se acelera. Ssh, no hagas ruido. Escucho la puerta abrirse y cierro los ojos con fuerza, deseando que ese momento acabe cuanto antes. Nadie puede entender mi sed de soledad.

¿No sería bonito no salir de estas paredes? Yo misma utilizaría mis uñas para escribir con la sangre sobre ellas. Las únicas testigo del dolor que mi alma en ella almacena. Entonces podría dormir tranquila sabiendo que ya la luz del nuevo día no volvería a despertarme de mi dulce deseo. Siempre tan lejano como presente.

Si crees ser capaz de entender no pronuncies ni una sola palabra, no rompas la calma y el silencio.
Un momento, ¿escuchas eso? Parece una melodía. Se oye débil y lejana.
Es tan hermosa como triste. No puedo evitar tararearla al son de las campanas.

Ssh, no digas nada. Escucha con atención el último réquiem que hoy mi alma te guarda.