Ciencia ficción Sin Salida

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Manuvalk, 2 Enero 2016.

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  1. Threadmarks: Parte 3 / Capítulo 6: En peligro
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

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    Capítulo 6: En peligro








    Trevor abrió los ojos. En ellos se veía que algo había cambiado en él, que no era el mismo Trevor que lideraba un grupo de exploradores. No era una persona, sino un monstruo. Teo comenzó a intentar zafarse de las ataduras que los Renegados le habían hecho. Logró soltar la mano derecha y rápidamente comenzó a desatarse los pies y la mano izquierda.

    Trevor comenzó a gruñir pero no podía levantarse, puesto que también estaba atado. Entonces, Teo se tranquilizó, porque no corría ningún peligro. Sin armas ni suministros, Teo buscaba en la habitación algo con lo que dar un final piadoso a Trev. Se le ocurrió romper la pata de una silla y golpearle con ella hasta rematarlo. Y así lo hizo.

    Una vez tuvo el palo, asintió y comenzó a golpear la cabeza de su compañero reanimado, hasta que el rostro quedó irreconocible. El psicólogo por primera vez desde que el apocalípsis comenzó, se puso a llorar.

    ...

    — Tenemos que buscarlos. Están tardando demasiado. — Dijo Paula, dando vueltas por la casa.

    — Son fuertes, Paula. Volverán. Además, no podemos salir ahora con toda esa multitud de infectados rodeando la avenida. — Dijo Natalia, tratando de frenarla.

    — ¡Es de noche, maldición! — Exclamo Paula.

    — Cálmate. — Respondió Nathan, despierto. — ¿Se han ido Teo y Trev?

    — Así es.

    — Regresarán. Ya veréis. — Murmuró.

    De pronto escucharon varios ruidos en el piso de arriba. Los tres se miraron, y Paula fue la primera en desenfundar su pistola y observar las escaleras. Acto seguido la bajó, al ver a Teo aparecer.

    — ¡Teo! — Dijo la mujer, abrazando al psicólogo. — ¿Y tus cosas? ¿Y Trevor?

    — Mis cosas me las han quitado dos Renegados, de aquellos que nos capturaron, ¿te acuerdas? Pues esa banda de mierda. Y Trevor había sido mordido cuando escapamos de la caravana. Ha muerto.

    — ¿Qué? ¿Cómo que ha muerto? — Dijo Natalia, impactada.

    — ¡Muerto, joder! ¡Fue mordido! — Exclamo Teo.

    — Debió ser cuando se le echaron dos encima, y tú y yo le ayudamos. — Indicó Nathan.

    — Así es. No lo dijo y quiso morir solo, el muy idiota. — Respondió Teo. — En fin, no hay tiempo, tenemos que pensar la forma de escapar de aquí y regresar al crucero.

    — La única forma que veo es salir directamente y pelear. — Dijo Nathan. — No me gusta, pero si veis otra salida a esta situación, decidla.

    Natalia, Paula y Teo se miraron. Era la única opción o esperarse a que escampase la horda.

    — No, es mucho riesgo el que correríamos ahí fuera. Lo mejor es quedarnos aquí. Los demás piensan que fuimos al centro comercial y supondrán que si tardamos es porque estamos allí. No vendrán a buscarnos y nuestra mejor baza es quedarnos en esta casa. — Indicó Teo. — Así que nos quedaremos aquí el tiempo que haga falta. Contemos con los suministros que tenemos en la mochila y aguantemos.

    ...

    Mark caminaba por cubierta a altas horas de la noche. André parecía confiar en él y decidió que lo que ocurrió en el pasado no representaba un problema para su estadía en el barco.

    En el camarote de Martín estaban todos los miembros del grupo menos Matías; Mary, Charlotte, Luke, Mia, Aiden e Iris.

    — Veréis, os he reunido aquí porque tenemos un problema. — Dijo Martín, seriamente.

    — ¿Que ocurre? — Preguntó Aiden, mientras todos estaban expectantes.

    — Mark está aquí, en el crucero.

    Mary se echó las manos a la boca, atemorizada.

    — ¿Cómo? — Dijo.

    — ¿Hablas en serio? — Preguntó Luke.

    — ¡No me jodas, ese loco! — Exclamo Aiden, levantándose de la silla en la que estaba.

    — De verdad. Y Matt ha sido encerrado en la bodega por André, porque atacó a Mark. Dice que probablemente trate de matarnos. Aunque la verdad, no estoy seguro. De todas formas, tened cuidado cuando dais la espalda a alguien. Solo era eso, avisaros. — Indicó Martín.

    — Quizá ha dejado el pasado atrás. — Murmuró Iris. — Quizá quiera colaborar...

    — Pues no colaborará conmigo. — Respondió Luke, cortante. — Y si se acerca a Mia...

    — No lo hará. — Respondió la doctora, abrazando a su amado mientras Iris observaba.

    — Bueno, haced lo que queráis. Pero tendremos que ver sus intenciones. — Dictaminó Martín.

    ...

    Mark seguía observando el crucero en su máximo esplendor, aunque la oscuridad mitigaba la vista. De pronto, vio a un hombre forcejear la entrada de la enfermería, y finalmente entrando. La curiosidad fue más que suficiente para que el ex-militar siguiera a aquel extraño al interior de la enfermería.

    Cuando se asomó, el extraño buscaba con la linterna en la sección de pastillas. Llevaba una bolsa de plástico para guardarlas.

    — ¿Buscas algunas en particular?

    El hombre se sobresaltó e hizo caer un microscopio, que se rompió y hizo estallar el cristal. Mark cerró la puerta de la enfermería, siendo esta la única salida posible.

    — N-no, bu-busco...

    — Adelante, ¿que pastillas buscas? No te asustes chico, no te haré nada. — Decía Mark, con un exceso de confianza que aterraba al hombre.

    — N-nada en específico... solo las más fuertes. — Respondió el joven, atemorizado.

    — Bueno, bueno. Está bien. No pasa nada. — Respondió Mark, abriendo los brazos con las manos abiertas y sonriendo.

    ...

    — ¡¿Que tendremos que ver sus intenciones?! ¡Martín, ese tipo es un asesino! — Exclamo Mary, molesta. — ¡Y esperará la oportunidad para matar a Matt! ¡Dios!

    — ¡No lo sabemos, joder! ¡Sé que merece la muerte pero quizá el sobrevivir solo durante mucho tiempo lo ha hecho cambiar! ¡La vida es extraña! — Respondió Martín.

    — Mary, él tiene razón. Quizá ya no es un asesino psicópata. — Murmuró Luke. — De todas formas, no permitiré que se acerque a mi familia.

    — Dije que hagáis lo que queráis. Solo quería avisarles. — Finalizó Martín. — Podéis iros.

    ...

    — ¿Vas a delatarme? — Dijo el tipo.

    — ¿Qué? Oh no, tranquilo. Dime, ¿por qué quieres la medicina?

    — Para tener mi propia reserva en caso de que suceda algo.

    — ¿Sabes que eres un ladrón, verdad?

    Mark no obtuvo respuesta del chico.

    — Tú nombre.

    — ¿Cómo?

    — Que me digas cómo te llamas.

    — Steve, ¿y tú?

    — ¿Sabes? Nadie te echará de menos, Steve. — Murmuró Mark, mientras cogía a Steve por el cuello y lo apretaba con el antebrazo, asfixiándole.

    Steve trataba de escaparse de las garras del soldado, pero en vano. Mark sabía cómo hacerlo para que en cuestión de segundos el joven perdiese el conocimiento y después, la vida. Le tomó el pulso y cuando supo que lo había matado, dejó caer el cuerpo.

    Steve tenía los ojos abiertos, reflejando una sensación de terror cómo si hubiese visto algún fantasma. Mark dejó caer un bote de pastillas, cogió un puñado y se lo metió en la boca a Steve, para que pareciese un suicidio.

    — Que tengas una buena resurrección, capullo. — Dijo Mark, antes de salir de la enfermería.

    ...

    Al día siguiente, la calle parecía estar notablemente más despejada. Solo unos pocos podridos vagueaban por la zona. Natalia fue la primera en despertarse, observando por la ventana que todo estaba más despejado. Acto seguido bajó Teo.

    — Buenos días.

    — Bastante buenos. La calle está prácticamente despejada.

    Teo observó por la ventana y comprobó que era cierto lo que Natalia decía.

    — Es una gran noticia. — Indicó Teo. — Esperemos a que Paula y Nathan se despierten y nos iremos.

    Tras una media hora larga se despertó Paula, y cinco minutos después fue Nathan. Se fueron preparando, recogieron sus cosas y salieron por la parte trasera de la casa. Cubriéndose tras vehículos mal estacionados, lograron alejarse de la zona de conflicto.

    Se internaron por el bosque en silencio, evitando el accidente de la caravana. Prosiguieron hasta salir en medio de una carretera, que llevaba directamente a la playa.

    — Cuando lleguemos, tendré unas palabras con André. Ese maldito nos envió a esta p*ta misión suicida. Por su culpa Peter y Trevor han muerto. Nunca antes habíamos sido enviados a una misión con tantos muertos en la zona. Algo los hizo venir hacia aquí... — Decía Nathan, apurando el paso.

    — No pretendo averiguarlo. Centrémonos en volver. Y les explicaremos lo sucedido. — Dijo Teo.

    ...

    Cómo cada mañana, Evelyn se dirigía a abrir la enfermería. Entraba, observaba la lista de pacientes que se habían apuntado para ese día y preparaba u organizaba las cosas, pero la doctora estuvo por la noche con Martín puesto que tenían una cita, por lo que abrió la enfermería un rato más tarde.

    Mia debía llegar en diez minutos, con Evelyn ya dentro. La mujer de color entró en la enfermería y dejó el bolso, cuando de pronto vio a Steve de espaldas a ella, quieto.

    — Buenos días, Steve. ¿Que haces aquí? Nadie puede entrar hasta que yo esté aquí...

    De pronto, Steve se giró y Evelyn dio un brinco hacia atrás. Al ver que estaba infectado, trató de huir pero se tropezó con un taburete y se golpeó la cabeza con la punta de una mesa de metal.

    Viendo borroso y tratando de entender lo que había ocurrido, Evelyn comenzó a ser devorada por un Steve zombificado. Nadie pudo escuchar sus gritos, porque era a primera hora de la mañana y nadie se había levantado.

    ...

    Los cuatro exploradores caminaron durante unas dos horas hasta la entrada a una urbanización con vistas a la playa. El camino era directo pero largo hacia La Atlántida. Decidieron desenfundar las armas por si se topaban con podridos, pero lo que se encontraron fue muy diferente.

    Había un cuerpo degollado que tenía la cabeza mucho más adelante, cerca de otro cuerpo sin vida con el rostro desfigurado.

    — Aquí ha habido un asesinato múltiple. — Dijo Nathan, impactado. — Dios.

    — Joder. — Susurró Teo. — Ese es Gerard.

    — ¡¿Cómo?! — Exclamo Paula, acercándose al cuerpo.

    — ¿Quién? — Preguntó Natalia.

    — Uno de los nuestros. Se fue en busca de su hija hace un par de días. Paula y yo le ayudamos a empacar, joder. — Dijo Teo.

    — ¿Crees que puedan haber sido Los Renegados? — Preguntó Paula, sujetando su M4.

    — Podría. Pero es muy difícil de saber. Lo que sí sabemos es que lo han asesinado, no ha sido cosas de los muertos. — Respondió Teo, inspeccionando el cadáver y la mochila. — Tiene víveres, pero el mapa que le di con la ubicación de la comunidad no está. Lo que significa que su asesino se lo quitó...

    — ...y se dirige a La Atlántida. — Finalizó Natalia.

    — ¡Eh, mirad! — Exclamo Nathan.

    De pronto, una bengala salió disparada desde el crucero, y el cielo aún siendo de día, se ilumino más aún.

    — Dios, ¡están en problemas! — Dijo Paula.

    — ¿Qué mierda estará pasando? — Preguntó Nathan.

    — Quizá el asesino de Gerard está atacando el crucero. — Sentenció Teo, observando en el horizonte la potente luz de la bengala.

    — Deberíamos ir. Necesitan ayuda. — Dijo Paula.

    — Claro que iremos, pero solo somos cuatro, y allí son casi setenta personas. Si lanzan una bengala, es porque setenta personas no han podido controlar el problema. Cuatro más no cambiará la situación. — Indicó Natalia, seria.

    — ¡Pues desalojaremos el barco, joder! ¡Vamos! — Exclamo Nathan.

    — No deberían haber lanzado la bengala. ¿A quién le piden ayuda? ¿A nosotros? No tiene sentido teniendo ellos allí un grupo de guardias y arsenal. No deberían haberlo hecho. — Dijo el psicólogo.

    — ¿Por qué? — Preguntó Natalia. — Quizá alguien la disparó sin querer.

    — Porque corremos el peligro de que la haya visto alguien más. — Respondió Teo. — Pues podríamos estar en peligro si es así.

    Los cuatro exploradores aligeraron el paso para llegar lo más pronto posible al crucero.

    ...

    Dos horas después del lanzamiento de la bengala...

    Un grupo de treinta hombres y mujeres avanzaban fuertemente armados por las calles de la ciudad. Entre ellos destacaban Oliver y Andrew. Oliver vestía un guardapolvos con un pantalón vaquero y una camiseta negra. De su cinturón colgaba una daga y una Glock, mientras empuñaba una M16. Andrew vestía con una camiseta negra y una chaqueta del mismo color. Estaba encapuchado mientras sujetaba una ballesta y de su cinturón un revolver y un simple cuchillo.

    Los Renegados vestían de negro, era su atuendo personal. Avanzaban cómo un pequeño ejercito. Tras caminar durante unos minutos, llegaron a la urbanización donde se hallaban dos cuerpos, entre ellos el de Gerard. En el horizonte se podía ver un crucero anclado cerca del puerto.

    — Señor, desde allí vimos la bengala. — Indicó Andrew, señalando el navío.

    — ¿En serio? ¿Un p*to barco de mierda? Que c*ño es esto, ¿un puñado de supervivientes de vacaciones? — Dijo Oliver, mientras un soldado le prestaba unos binoculares.

    — Así es, señor. Deben ser muchos para manejar un cacharro cómo ese. Tendrá tripulación y quizá incluso sea una comunidad. — Respondió Andy.

    — Pues vamos a tener que saludar a nuestros vecinos. Y decirles quien manda en este vecindario. — Dijo Oliver, mientras indicaba con un gesto que continuasen. — Me voy a hartar de llevar esclavos a la base.
     
  2. Threadmarks: Parte 3 / Capítulo 7: Muertos vivientes y vivos muriendo
     
    Manuvalk

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    Capítulo 7: Muertos vivientes y vivos muriendo









    Teo corría con todas sus ganas seguido de Nathan, Natalia y Paula. Tras avanzar por varias calles llegaron a la playa y continuaron hasta llegar a la orilla, donde había una barca con remos.

    — Claro, ellos van con lanchas y nos dejan una puñetera barquita con remos. Cómo no estamos suficientemente cansados... — Dijo Nathan, con sarcasmo.

    — Pues tenemos que jodernos. Chicas, subid. Nate y yo remaremos. — Indicó Teo, dejando sus cosas en la barca.

    — ¡¿Me estás jodiendo?! ¡Estoy hecho mierda! — Exclamo Nathan, molesto por el plan del psicólogo.

    — ¡Mira el lado bueno joder, harás biceps! — Respondió Teo, mientras las chicas se reían.

    Comenzaron a remar, y a medida que se acercaban al gran crucero, se comenzaba a oír disparos y gritos.

    — ¿Oís eso? — Dijo Natalia.

    — Disparos y gritos. Están en problemas. — Musitó Paula.

    — No, no es eso. Eso ya lo oigo, pero digo los gruñidos. Oigo gruñidos. — Respondió Natalia, seria.

    — ¿Gruñidos? Yo no oigo un carajo. — Dijo Teo.

    — Será tu mente, que de tanto oír gruñidos, los oye por si sola ya. — Dijo Nathan, molesto por tener que remar.

    — ¿Insinúas que estoy loca? — Refunfuñó Natalia.

    — ¡No, yo también oigo! Pero es cómo si fuese profundo... — Murmuró Paula.

    — ¿Estáis locas? ¡Yo no oigo nada! — Exclamo Nathan.

    — Nos estamos acercando... — Señaló Teo.

    De pronto, la barca comenzó a frenarse y varios golpes sonaban debajo de esta. Los cuatro exploradores se pusieron de pié, extrañados.

    — ¿Que mierda...? ¿Se chocan los peces con las barquitas? — Preguntó Nathan, dubitativo.

    — No que yo sepa. — Murmuró Paula.

    — Esto es muy extraño... — Musitó Natalia, mientras todos observaban a su alrededor.

    Teo y Nate dejaron de remar y todos se pusieron de pié en absoluto silencio. Solo se oían los gritos y disparos en el crucero. De pronto, volvieron los golpes intermitentes bajo el casco de la barca.

    — Algo está chocando con nosotros. — Dijo Teo.

    La barca comenzó a zarandearse y poco a poco comenzó a salir un cadáver de debajo de esta, flotando boca abajo. El grupo se quedó asombrado.

    — ¡Es Steve! — Exclamo Natalia. — ¡Dios, ha muerto!

    — ¿Pero que...? ¡Tiene una jeringuilla clavada en el cuello! — Señaló Nathan, impactado.

    De pronto, el infectado Steve recobró el sentido e intentaba subir a la barca, zarandeándola. De la nada, más podridos que surgían de debajo del mar comenzaron a mover la barca, desestabilizando a los exploradores y haciéndolos caer al agua.

    Teo rápidamente sacó su cuchillo y lo clavó en la nuca de Steve, matándolo. Nathan comenzó a nadar cómo un loco hacia la escalera de emergencia que subía al crucero. Natalia se defendía también con su cuchillo, y Paula pateaba a todos los que se acercaban.

    — ¡Es que aquí no es suficientemente profundo, por eso pueden caminar bajo el agua! — Exclamo Teo, mientras veía cómo un podrido al que solo se le veía media cabeza se acercaba a él.

    Sullivan, que estaba peleando contra los infectados de La Atlántida, observó cómo los exploradores peleaban en el agua. Cogió un rifle que se encontró en cubierta y mató al podrido que se acercaba al psicólogo. Este se giró y le agradeció la ayuda.

    — ¡Eh, tú, detrás tuya! — Exclamo Nathan, acercándose a la escalera.

    Sullivan se volteó y un muerto se le lanzó encima, mordiéndole en el hombro. El muchacho gritó mientras forcejeando ambos cayeron al mar.

    — ¡Sully! ¡Sully! — Exclamo Nathan, sin verlo salir a flote.

    — ¡Nate, sube de una puñetera vez al barco! — Exclamo Teo, seguido de las chicas, nadando hacía el crucero.

    Los cuatro exploradores subieron finalmente a La Atlántida, pero lo que vieron no era nada alentador. Decenas de cadáveres se encontraban esparcidos por cubierta y por todas las zonas. Además, los que aún seguían vivos se defendían de los que hacía unas horas fueron sus compañeros de camarote.

    — Están casi todos... — Susurró Natalia.

    — ...muertos. — Dijo Nate.

    — Estas personas nunca habían enfrentado antes un brote de muertos, o el caos en las ciudades. Vinieron en el crucero y no bajaron de él. Por eso han muerto, porque no sabían defenderse. — Dijo Teo, preparando su pistola.

    — Bueno, tenemos que ayudar a los que quedan. — Añadió Paula, mientras el resto la seguían.

    ...

    Martín golpeaba a todo ser podrido con su bate de béisbol. La falta de un ojo no le dificultaba en nada el ir matando infectados. Junto a él iban Luke, Aiden y Gorbachov, el jefe de seguridad.

    — Joder, hacía tiempo que no te utilizaba, bebé. — Dijo Martín, observando su bate ensangrentado con alegría.

    — ¡Eh, tuerto, por aquí! — Exclamo Gorbachov.

    — ¡Tuerto tu padre, idiota! — Respondió Martín, junto Luke y Aiden, siguiéndole.

    Gorbachov, que era un hombre bastante grande pero obeso por consumir demasiada cerveza cuando se retiró del ejercito, golpeaba a todos los podridos que veía con su metralleta. Los cuatro decidieron ir a la armería para recoger armas potentes.

    De pronto, los cuatro se vieron rodeados por doce infectados, entre ellos Evelyn. Martín se quedó paralizado al verla, ya que la doctora le gustaba y el día anterior había tenido una cita con ella.

    — Joder. — Murmuró Martín, golpeando a su amada con el bate, matándola.

    Estos comenzaron a defenderse de la docena de muertos, cuando una serie de metralletas comenzaron a dispararles. Luke y Aiden se tiraron al suelo rápidamente mientras Martín irrumpía velozmente en la armería.

    Gorbachov recibió un disparo en el hombro y otro en la cabeza, cayendo al suelo frente el asombro de Luke y Aiden. Ambos divisaron cómo un grupo de lo que parecían moteros, disparaba desde la orilla, mientras otro subía al crucero.

    — No me jodas... — Murmuró Luke.

    — ¿Que ocurre? — Preguntó Aiden.

    — Son Renegados. — Respondió Luke, maldiciéndoles.

    ...

    — Quédate con Charlotte aquí, Iris. Voy a buscar a Matías. — Dijo Mary.

    — ¡¿Qué?! ¡No deberías salir ahí fuera! — Exclamo Iris.

    — ¡Mamá! — Exclamo Charlotte.

    — ¡Tampoco tendríamos que quedarnos aquí! — Gritó Mary. — ¡Hay que huir del barco!

    — Pues nos vamos juntas. — Indicó Iris.

    De pronto, la puerta del camarote se abrió, y Mary apuntó rápidamente a la persona.

    — Dios, Mia. Que susto me has dado. — Murmuró Mary. — ¿Sabes algo de los demás?

    — Solo sé que Luke está con Aiden y Martín. Matt sigue en la bodega, pero he visto a André y me ha dicho que si te veía, te dijera que esperáramos aquí. Que traería a Matías. — Indicó Mia.

    De pronto, la puerta del camarote se cerró bruscamente, dejando a las mujeres atrapadas. Cuando se dieron cuenta, Charlotte no estaba.

    — ¡Mi hija! ¡Se ha ido! — Exclamo Mary.

    — Pero, p-pero si estaba aquí... — Susurró Iris.

    — ¡Esto no abre! — Dijo Mia, tratando de abrir la puerta.

    Fuera, Charlotte se dirigía a buscar a Matías. Se encontró con una Glock en el suelo, y no dudó en cogerla. Mientras oía disparos y gritos pidiendo ayuda, la niña avanzó con precaución cuando de pronto se encontró con Azucena, que tenía varios disparos en el pecho. La mujer levantó la mano tratando de articular alguna palabra, sin éxito.

    Charlie sabía que tenía que acabar con su miseria, y temblando, disparó a la mujer en la frente. La joven comenzó a hiperventilar cuando de pronto salió del camarote Stephanie. La niña estaba infectada y avanzaba gruñendo hacía la que fue su amiga. Charlotte se puso más seria y ejecutó a su amiga no tan amiga. Se asomó por una esquina y vio cómo varios hombres fuertemente armados cogían a varias personas. Cada vez habían menos disparos y menos gritos.

    ...

    Matías golpeaba la puerta de la bodega para salir, furioso. No sabía que ocurría fuera, y la incertidumbre lo ponía nervioso. De pronto, André apareció junto Mark y ambos rompieron la cerradura de la puerta.

    — ¡¿Por que mierda has tardado tanto?! — Dijo Matt. — ¡¿Y que ocurre ahí fuera?!

    — Estaba ocupado salvando mi vida. Y no lo sé, alguien se ha transformado y ha ido infectando a todo el crucero. Hay que irse. — Dijo el líder.

    — ¿Y este payaso que hace aquí? — Preguntó Matt, mirando a Mark.

    — También estoy ayudando, joder. Deja de mariconear y vamos. — Respondió el soldado.

    Cuando se giraron para salir, vieron a Charlotte frente a ellos, con sangre salpicada en su camiseta. Matías se acercó rápidamente a ella.

    — ¡¿Que haces aquí?! ¡¿Y tú madre?! — Exclamo Matías, nervioso.

    — Está en el camarote junto Iris y Mia. — Respondió la niña, sin quitarle la vista a Mark. — ¿De donde has salido?

    — Una larga historia, chica. Pero ya te la contaré. — Respondió el ex-militar.

    — Me importa una mierda tu vida, Mark. — Dijo Charlotte, ante el asombro de los tres hombres.

    — Vámonos ya. — Indicó André.

    — Chicos. — Indicó Susanna, saliendo de un camarote. — Hay unos tipos llevándose personas y colocándolas en fila en cubierta. Dos me estaban siguiendo y me escondí en este camarote.

    — ¿Cómo? — Murmuró André.

    — ¡Eh, vosotros! — Exclamo un tipo, empujando a Susanna. — ¡Las p*tas manos arriba y en fila hacia la cubierta! ¡Vamos!

    Todos obedecieron a regañadientes y fueron en fila hacia cubierta. Entre tantas personas, estaban Mary, Mia, Iris, Aiden, Luke, Martín, Teo, Nathan, Natalia y Paula. Matías, André, Mark, Susanna y Charlotte se añadieron a estos. Después, solo hubo silencio, hasta que habló alguien detrás de los retenidos.

    — Bueno, bueno... estos son los supervivientes. — Indicó una voz. — Es de tremendos gilipollas crear un lugar seguro para acabar destruyéndolo los mismos, ¿no creéis?

    Los treinta Renegados estaban frente la fila de supervivientes. Andrew sonreía mientras Oliver aparecía triunfal con su daga favorita en la mano.

    — ¿Sabéis? Hay algo que debo confesaros. Estando tan cerca, y no nos conocemos. Vivimos al otro lado de la ciudad, a las afueras. La gran base militar. ¿Y sabéis que? Vais a venir con nosotros. Pero antes... ¿quien es el jefe?

    — Yo. — Indicó André, poniéndose de pié.

    — ¿Que haces, campeón? ¿Te he dicho que te pongas de pié? — Dijo Oliver, acariciando la daga. — Cuando llegue el momento ya te diré que te arrodilles y me la mames.

    André volvió a arrodillarse. Los Renegados reían mientras Andrew se acercaba a Oliver para susurrarle algo en el oído. El extremista líder se acercó a Martín y lo puso de pié.

    — ¿Fue Andrew quien te sacó el ojo, verdad? — Preguntó Oliver.

    — Así es. — Contestó Martín, notablemente serio.

    — Debe ser triste ver la vida con un solo ojo, ¿no?

    Martín no respondió.

    — Es de mala educación no contestar a las preguntas de los desconocidos. — Murmuró Oliver.

    — Tú lo has dicho, "desconocido". Y tú para mi eres un desconocido. — Dijo Martín.

    Oliver sonrió. Los demás retenidos estaban en silencio. De pronto, Oliver cogió a Martín del cuello y se lo cortó con la daga. Este comenzó a salpicar sangre por toda la cubierta mientras se ahogaba en ella. Oliver lo empujó y cayó por la borda.

    Matías se quedó perplejo, Mary y muchos más comenzaron a llorar, Paula y Teo no daban crédito a lo que acababa de hacer Oliver, y Mark simplemente observaba al líder de Los Renegados con total seriedad.

    — ¡ERES UN P*TO ASESINO! — Exclamo Matt, furioso.

    — ¡Cállate estúpido! — Dijo Andrew, golpeándole.

    — Cómo alguien vuelva a hablar se va con vuestro amigo al fondo del mar. Las cosas están así: vamos a irnos todos a mi refugio, y vais a trabajar cómo esclavos para mi. Quien desobedezca, quien intente una rebelión, quien pretenda escapar, quien ataque a algún soldado mío; cualquier cosa, y morirá colgado. ¿Entendido? Bien, porque más os vale entenderlo. Andrew, avisa a base de que llevamos invitados. — Dijo Oliver, mientras mostraba una sonrisa macabra a todos los secuestrados.
     
  3.  
    Ichiinou

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    Bueno, he leído hasta la parte 1 del capítulo 5 (esta incluída) y me voy a tomar un descanso, que se me está haciendo mucho para hoy. ¡Has escrito mucho! ¡Eso me gusta!
    En cuanto a la historia, pinta muy interesante, vamos, estoy por la parte en la que a Mark se le va la olla y empieza a cargarse a los suyos y se carga al médico que le desató... no sé, pinta que este Mark va a dar algún que otro quebradero de cabeza más... Me sorprendió lo de que la niña optase por matar a Mark y sentí que no profundizaste suficientemente en eso, quizás lo hagas en los siguientes capítulos, supongo.
    Por otro lado tenemos el tema de esa/s persona/s que parece/n decapitar a gente por diversión. Me resulta interesante la idea, a ver si en los sucesivos capítulos nos vamos enterando algo más del tema.
    La trama avanza bastante bien, la narración es buena (aunque a veces confunde un poco con tanto cambio de personajes y situación) y la ortografía y gramática bastante bien, he visto que alguna vez te faltan tildes en partículas interrogativas directas, deberías fijarte en eso.
    Me gusta Ethan y me gusta su grupo, a ver cómo se desarrolla esto...
    Seguiré leyendo. ¡Ánimo!
    ¡Un saludo! :)
     
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  4.  
    Manuvalk

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    Gracias por pasarte Ichii, ¡lo aprecio mucho! :D
     
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  5. Threadmarks: Parte 3 / Capítulo 8 (Final): Caminar sobre espinas
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

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    (Final Parte 3) Capítulo 8: Caminar sobre espinas








    Los supervivientes del crucero La Atlántida eran llevados en un camión militar hacia la guarida de Oliver y Los Renegados. Los supervivientes a la masacre y posterior secuestro en La Atlántida por parte de Los Renegados eran llevados con sacos en la cabeza y atados con cables en las manos. Nadie veía nada, salvo los cuatro hombres que custodiaban a los retenidos.

    — ¿Matt? — Susurró Mark.

    — Déjame en paz, Mark. Seguro que estos son tus amiguitos. Capullo. — Dijo Matías, bastante dolido por lo ocurrido.

    — No estoy con ellos. Estaba solo y ahora estoy con vosotros.

    — ¿Con nosotros? Deja de mentir. Después de lo que hiciste, ¿esperas que te volvamos a aceptar?

    — No. Pero me puedo ganar un puesto. Joder, todos podemos cambiar. Puedo cambiar. Sé que cometí errores pero...

    — ¡Eh, dejad de susurrar, capullos! — Exclamo uno de ellos, pateando las piernas de Mark. — Ya tendréis tiempo de charlar cuando lleguemos.

    — ¿Cuanto falta? — Preguntó uno de los presentes.

    — Ya casi estamos, joder. Unos cinco minutos. — Indicó otro hombre.

    Tras unos cinco minutos angustiosos en el interior del camión, este frenó. Se escuchó una puerta metálica abrirse, varios disparos y por último ordenes. El camión avanzó unos metros y se detuvo.

    La puerta del compartimento trasero se abrió, y todos los supervivientes vislumbraron desde sus caras tapadas una luz blanquecina. Uno a uno, les quitaron el saco de la cabeza y les desataron las manos.

    — Bien, cerditos. Seguid al lobo. — Dijo uno de los soldados que esperaba fuera del camión.

    Todos saltaron de este y ordenados en fila siguieron a aquel soldado, mientras varios más custodiaban la fila para evitar un escape por parte de estos.

    Matías y el resto observaban lo que Oliver había creado en aquella base militar; algunas mujeres tendían ropa mientras la mayoría de los hombres limpiaban armas o vehículos.

    Matt se fijó en que la verja exterior tenía cadáveres de podridos atados a esta, dándole un aspecto aterrador al refugio. El hombre frenó y le indicó a otro que abriese la puerta que daba al interior de un pequeño habitáculo.

    — ¡Bien, los diez primeros entrarán al habitáculo A! ¡Vamos! — Exclamo el soldado. — ¡Las mujeres den un paso atrás! Aquí solo hombres.

    Entre los diez primeros estaban Matías, Mark y André.

    — ¡Vamos, diez más al B!

    Entre estos diez estaban Teo y Luke. Todos se miraban nerviosos.

    — ¡Diez al C! ¡Ahora!

    Aiden y Nathan fueron con esos diez.

    — Ahora, mujeres al D.

    Paula, Mary, Charlotte, Natalia, Iris, Mia, Susanna y varias mujeres más entraron.

    Cada habitáculo tenía poco espacio y una literas muy apretadas. Había más gente dentro.

    — Eh, ¿cuando nos vais a dar de comer? — Dijo André, siendo empujado al interior por dos hombres.

    Todos los presentes en el habitáculo A comenzaron a reírse ante el comentario del ex capitán de La Atlántida.

    — La comida hay que ganársela. — Respondió un hombre barbudo, antes de cerrar la puerta. — Hoy ha sido un día largo para ustedes, novatos. Mañana comenzaréis con el trabajo duro. ¡A dormir, capullos!

    ...

    Durante la noche, André, Matías y Mark no pudieron conciliar el sueño. Entre la incertidumbre de que ocurriría al día siguiente y murmullos que no se callaban, la noche se les hizo larga. De pronto, la puerta se abrió y la luz del día entró rápidamente, despertando a la gran mayoría.

    — ¡Levantad, malditos vagos! — Gritó un hombre armado. — ¡Hoy vais a limpiar el perímetro de cadáveres andantes, joder!

    Otro hombre entró y comenzó a patear a los demás hombres que no despertaban, sobresaltándolos. Acto seguido, les repartieron todo tipo de armas cuerpo a cuerpo. Les abrieron el portón y todos salieron al exterior.

    El objetivo era ir rodeando la base militar limpiando los alrededores de muertos que se agolpaban en las vallas. Unos cuarenta hombres se disponían a hacerlo. Cada grupo fue dispersado por una zona del lugar para hacer el trabajo.

    En el grupo A, André conversaba con Mark y Matt mientras hacían el trabajo.

    — Tenemos que pensar una forma de escapar de este infierno. — Dijo André, mientras clavaba su cuchillo en el cráneo de un podrido. — Si les somos útiles, nos mantendrán trabajando toda la vida. No quiero trabajar toda la vida para estos comenabos.

    — Les seremos útiles hasta que tengamos una oportunidad para escapar. Y la aprovecharemos. — Indicó Matt.

    — Estos lugares tienen refugio interno. Podríamos usarlo para escapar. — Murmuró Mark, arrastrando el cadáver de un muerto para alejarlo de la verja.

    — ¿Refugio interno?

    — Bunker subterraneo. — Respondió el militar. — En la base en la que trabajé antes del caos, existía. Supuestamente existe en todas las bases. Y sé que tienen un túnel que desemboca en una salida, lejos del complejo.

    — Parece que tenemos un plan. — Indicó Matías.

    — Pero, ¿cómo avisamos a los nuestros de que llevaremos a cabo el plan? — Interrumpió André.

    — Pensaremos en algo, André. — Indicó Mark. — De momento, nosotros primero.

    — Los salvaremos a todos, ¿verdad? — Insistió André.

    — ¿Cómo? ¡Una mierda! Ya somos suficientes culos que salvar, cómo para planificar un escape masivo. ¿Te crees que no notarían la marcha de cincuenta tipos? La prioridad somos nosotros. — Dijo Matías.

    — Matt, no te reconozco. — Dijo Mark.

    — Cierra el pico. — Murmuró Matt.

    En el grupo B, Teo y Luke arrastraban los cuerpos que sus compañeros iban matando.

    — Éramos más de cincuenta personas en el crucero. El brote acabó con prácticamente todos. Joder, ¡ni siquiera había conocido a algunos! Y luego vienen Los Renegados, matan a unos pocos más y al resto nos traen a un puto campamento de refugiados. — Dijo Teo.

    — Es una base militar, tío. — Respondió Luke.

    — ¡Me importa un carajo! — Exclamo el psicólogo.

    — ¡Pensar en los que hemos perdido no te ayudará a salir de aquí, joder! ¡Yo estoy nervioso por saber si Mia está o no bien! ¡Joder, que está embarazada! — Respondió Luke, furioso. — Deja de quejarte y afrontemos lo que nos viene.

    — ¡Jack, apúrate! — Dijo un joven.

    En el grupo C, Aiden y Nathan se defendían de un gran grupo de infectados que los rodearon. Al parecer, todos sabían defenderse bastante bien.

    De pronto, Aiden fue mordido en el antebrazo, soltando un grito desgarrador. Nathan no dudó en cortarle el brazo inmediatamente, y mientras lo ayudaba, los demás acababan con los podridos restantes.

    — ¡JODER TÍO, JODER!

    — Eh, te pondr...

    De repente, un hombre disparó a sangre fría al granjero. Nathan giró su rostro y comprobó que un renegado lo había asesinado, puesto que solo ellos tenían armas de fuego.

    — Sin brazo nos es inútil. — Dijo, marchándose y dejando a los presentes patidifusos mientras el cuerpo sin vida de Aiden miraba al cielo.

    El grupo D conformado por mujeres, trabajaban en diversas tareas. Algunas tendían ropa, otras lavaban ropa y demás cosas. Varios hombres que parecían ir bebidos se acercaron a la zona donde lavaban ropa, en la que estaban Mia, Susanna y Natalia junto varias más.

    — Vaya, vaya... ¿pero que tenemos aquí...?

    — Dejadnos hacer nuestro trabajo, babosos. — Dijo Natalia.

    — ¿Vuestro trabajo? Ahora tu trabajo, perra, será venirte conmigo a mi habitación. — Dijo uno de los soldados, cogiendo a Natalia por el brazo.

    — ¡Suéltala, estúpido! — Exclamo Susanna.

    De pronto el hombre desenfundó su pistola, apuntándola.

    — ¡¿O qué?! ¡¿Vas a golpearme, fea?!

    — Ella no, pero yo sí.

    Aquel hombre soltó rápidamente a Natalia, observando a su líder frente a él.

    — P-perdona, Oliver, es que...

    — Es que tenías ganas de f*llar y bla, bla, bla... lo entiendo, lo entiendo. Pero, deja que te explique... — Dijo Oliver, clavándole de pronto una navaja en la zona íntima frente todos los presentes.

    Aquel hombre comenzó a gritar de dolor, mientras el pantalón comenzaba a teñirse de sangre.

    — Joder, me va a ensuciar todo el p*to suelo. — Dijo Oliver. — ¡Y no tenemos doctor! ¡Oh, lo siento chico, te vas a desangrar! ¡TÓMENLO DE EJEMPLO, BASTARDOS! ¡AQUÍ SÓLO LA METO YO!

    — Yo soy médico. — Murmuró Mia.

    — Ah, interesante. ¿Por qué lo dices? ¿Quieres salvarle la vida al idiota que iba a violar a tu compañera? Porque aquí no permitimos el embarazo. — Respondió Oliver.

    — Yo estoy embarazada. — Respondió Mia, asombrando a las demás mujeres.

    — No me jodas... Me parecías una persona interesante, pero ahora eres un lastre. — Dijo el líder, apuntando a Mia con su pistola.

    — ¡Espera, no lo hagas! ¡S-soy médico, puedo serte útil! — Exclamo Mia, sollozando. — ¡Por favor...!

    Oliver volvió a guardar su arma.

    — Está bien, ve con uno de mis hombres. Te mostrará lo que será tu enfermería.

    ...

    — Oliver quiere que la niña vaya con él. — Dijo un soldado, obligando a Mary a que le dejara llevarse a Charlotte.

    — ¡No! ¡Mi hija se queda conmigo! — Exclamo Mary.

    — Vamos, ¿que les cuesta dejar a la niña con su madre? — Dijo Paula.

    — Nosotras nos ocuparemos de ella. — Indicó Iris.

    — ¿Que ocurre aquí? — Preguntó Andrew, apareciendo de pronto.

    — Oliver me ordenó que me llevara a la niña con él, pero su madre se niega a...

    — Pero que mariquita estás hecho. — Dijo Andy. — Apártate, mujer.

    — ¡No tocarás a mí hija! — Exclamo Mary, metiéndole a Andrew una pequeña barra de metal en el abdomen.

    Este comenzó a brotar sangre, poniéndose de rodillas. De pronto, Andrew desenfundó su pistola y apuntó a Mary. Todos se quedaron paralizados.

    — Suc...ia...Perr...a...

    Andrew apretó el gatillo, disparando a Mary en la frente. Esta cayó al acto, y Paula le quitó el arma a Andrew, y comenzó a golpearle con la culata. El otro joven soldado se marchó corriendo para avisar a más hombres.

    Cuando llegaron, Paula y Iris estaban con las manos en alto y llorando, mientras en el suelo estaban los cadáveres de Mary y Andrew.

    ...

    Charlotte estaba ajena a la situación. Dormía en una habitación bastante lujosa. Tenía hasta el desayuno en la mesa. De pronto, un soldado abrió la puerta.

    — Niña, Oliver quiere verte. Ven conmigo.

    — ¿Y cuando veré a mi madre?

    El hombre no respondió. La niña siguió al tipo hasta llegar a la puerta de la habitación de Oliver.

    — Entra ahí.

    Charlotte entró y el soldado le cerró la puerta tras ella. La habitación era un gran despacho con bastantes comodidades. Había una vela en medio del escritorio.

    Oliver estaba de pie observando por una ventana cómo caía la noche además de una ligera llovizna.

    — Siéntate. — Indicó Oliver. — ¿Te llamas Charlotte?

    — Así es. Tú debes ser el que manda.

    — Chica lista. — Sonrió Oliver.

    — ¿Por qué nos has secuestrado?

    — Niña, yo hago las preguntas aquí.

    — Me llamo Charlotte, no niña.

    Oliver le lanzó una mirada de indiferencia.

    — ¿Sabes? El mundo suele ser muy cruel. Si siguieses por ahí fuera quizá ahora mismo serías una niña caníbal. Aquí dentro, en este recinto, estás a salvo. No juzgues a una persona que no conoces.

    — Lo poco que lo conozco no parece indicarme que sea buena persona. Es obvio que juzgue.

    — Eres bastante lista, Charlotte. Intrépida, incluso. Yo diría que eres capaz de matar si es necesario. ¿Me equivoco?

    — Matar no es fácil. No he matado a nadie vivo, solo muertos. — Dijo Charlotte, cabizbaja.

    — Créeme Charlotte, matar es muy fácil. Y hoy en día, una necesidad. Cuando caminas sobre espinas, es inevitable que te claves alguna. Pues esto es lo mismo; cuando vagas por ahí fuera, tarde o temprano tendrás que matar para sobrevivir. Lugares cómo eres, son los que separan la civilización del caos. — Murmuró Oliver.

    — Aquí no hay civilización. Se parece más a una prisión. — Dijo Charlotte, frente la mirada amenazante de Oliver.

    — Es el comienzo de la sustentabilidad. Hay un orden. Se trabaja en equipo. Es una civilización.

    — Es una dictadura.

    — Me sorprendes, Charlie. — Musitó Oliver, sonriendo.

    — ¿Para qué estoy aquí?

    Oliver dejó de observar por la ventana para acomodarse en su butaca.

    — Te preguntarás porqué tienes una habitación especial mientras los demás de tu grupo viven en cuartos sucios y compartidos, ¿verdad? Veo potencial en ti, ¿sabes? Veo una persona que se ha acostumbrado a lidiar con los problemas. Quizá tu mami te ha estado protegiendo, pero eso se acabó. Tu mami no será más un problema. Ha muerto. Pero no te desanimes, cariño. Estarás a mi cargo, y te voy a preparar para los horrores de ahí fuera. En tu grupo estuviste protegida, y aquí conmigo lo estarás más aún, pero no significa que no te muestre cómo manejar un rebaño de ovejas. Quizá en unos años, si yo no estoy, tú lideres a estos pobres y desamparados hombres. No es cuestión de que crezcas, sino de que madures. Y yo me encargaré personalmente de que madures, Charlotte.
     
  6. Threadmarks: Parte 4 / Capítulo 1: Condenados al salvajismo
     
    Manuvalk

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    Parte 4




    Capítulo 1: Condenados al salvajismo







    Habían pasado tres semanas desde que el grupo había sido capturado y llevado a la base de Los Renegados, obligados a hacer trabajos forzados si querían vivir. Nathan encontró a Laurie, la hija de Gerard, y esta se unió al grupo y a la causa de escapar del lugar.

    Tras dichas semanas en las que no dejaron a nadie tener contacto, el grupo se volvió a reunir de nuevo en "la hora del patio" que dictaminó Oliver, para que los presos pudiesen entablar conversaciones. Desde ese momento, el grupo se reunía cada hora al día para sentar las bases de un plan que los sacara de allí.

    — Matt, por mirar la puerta no vas a conseguir que se abra. — Dijo André.

    — El portón es eléctrico, ya nos lo dijo Susanna. Si desconectáramos la electricidad del complejo podríamos tener una oportunidad. — Indicó Matías con total seriedad.

    — Debería ser de noche. En la oscuridad nadie nos verá, y podremos salir con sigilo. — Añadió Mark, que jugaba con la tapa de un mechero metálico.

    — ¿Y los guardias? Están las veinticuatro horas vigilando. ¿Cómo lo haríamos para que no nos detectaran? Hay que tener paciencia, esperar el momento. —Dijo Teo, que quería que el plan fuese consistente.

    — ¿Qué maldito momento? Tú mismo acabas de decir que vigilan todo el día. Es cuestión de arriesgarse no de tener paciencia, Teo. — Respondió Luke. — Además, pensemos más allá; hay una niña y una embarazada que vendrán con nosotros.

    — Haciendo de abogado del diablo... hay que contar la opción de dejar atrás las cargas. No lo digo por que quiera hacerlo, solo opino de que es una opción al fin y al cabo. — Dijo Paula, dejando helados a los demás.

    — ¿En serio? ¿De que diablos hablas? No te gustaría estar en mi maldito lugar. — Respondió Mia, molesta y con una panza que comenzaba a notarse.

    — Haber usado protección. — Añadió Natalia, poniéndose del lado de Paula.

    — Por favor chicas, calmaos y descartad la opción de abandonar a Mia y Charlotte. — Dijo Susanna, que estaba callada normalmente en este tipo de discusiones.

    — Lo que dijo ella. Dejad las peleas absurdas. — Musitó Iris, aún dolida por la muerte de su padre, Aiden.

    — Oliver nos buscará si escapamos. Hace unos meses, mi padre lo hizo y yo me quedé atrás. — Dijo Laurie, mostrando que en su mano izquierda faltaba el dedo meñique. — Y me castigó.

    — Nos encargaremos de ese psicópata si se nos presenta la ocasión. — Murmuró Nathan. — Ha destruido mi p*to hogar.

    — ¿A que te refieres? — Preguntó Iris.

    — Oliver me llamó a su "despacho" hace un par de días. Me dijo que ordenó destruir el crucero La Atlántida. Ahora está en el jodido fondo del mar. — Dijo André, con cara de desprecio.

    — ¿Cómo mierda lo hundieron? — Preguntó Teo.

    — Lanzacohetes. — Musitó Natalia.

    — Oh, mierda. — Murmuró Luke.

    — Entonces no tenemos lugar al que ir, ¿no? Joder, esto empieza bien... — Dijo Mark.

    — Me importa una reverenda mierda si tenemos o no lugar al que ir. Lo que quiero es salir de este agujero del carajo y desaparecer de la vista de ese enfermo mental. — Dijo Matt, con firmeza. — Tiene a Charlotte bajo su tutela. En el momento del escape, me colaré en el edificio y la buscaré.

    — Pero si aún no tenemos un plan definido... — Dijo Teodoro.

    — André y Mark harán una distracción en el habitáculo donde dormimos. Entrarán varios guardias para ver que ocurre y en ese momento me lanzaré sobre ellos, los mataremos y saldremos. André y Mark irán a vuestros habitáculos y os abrirán la puerta mientras yo entraré en el edificio en busca de Charlotte.

    — ¿Y los demás supervivientes? Irán muchas personas tras vosotros y demasiados tipos corriendo por el lugar llaman mucho la atención. ¿Qué harás? — Preguntó Laurie.

    — Les cerraremos la puerta para que no salgan. — Dijo Matt.

    — Deberíamos dejarles marchar. — Indicó Teo.

    — Pues eso haremos, carajo. Pensemos principalmente en nosotros. — Dijo Mark.

    — Bien, una vez todos fuera, Teo y Luke junto Nathan y Natalia irán a la armería, y los demás esperarán. Apaciguad a los esclavos que estén revueltos y les calmáis llegado el caso. Yo después de sacar a Charlotte cortaré la electricidad. Salimos con las armas, disparamos a los guardias, abrimos el portón y corremos. ¿Dudas?

    — Este es el plan menos elaborado que he visto en mi vida. — Dijo Teo. — Pero estoy tan ansioso cómo vosotros de escapar, así que... hagámoslo.

    — Pero, ¿cuando lo haremos? — Preguntó un joven que intervino en la conversación.

    Todo el grupo se quedó mirando a aquel tipo y otro más que iba con él.

    — Vete de aquí. — Dijo Matt.

    — Sé un poco más amable. No querrás que demos un chivatazo a los guardias. — Susurró el otro hombre frente a Matt.

    — Shaun, cállate.

    — ¿Nos están chantajeando? — Dijo Luke, acercándose.

    — Jack, estos capullos no quieren ayudar a los demás que estamos en este sitio de mierda. O nos vamos todos, o no se va nadie. — Dijo Shaun, molesto.

    — También tienen razón. — Dijo Iris, mirando a Jack.

    — Por favor, podemos seros de ayuda. De verdad. — Dijo Jack.

    — Está bien. Pero cómo nos jodáis, os arrepentiréis. — Amenazó Matías.

    — Entendido. Entonces, ¿cuando es el momento? — Preguntó Jack, deseoso de saber más.

    — Esta noche, amigo. Esta noche. — Dijo Matt, para sorpresa de todos.

    ...

    Llegó la noche, y con ella la hora de efectuar el plan. Matt les contó a todos los esclavos su plan de escape, y que siguiesen las instrucciones al pie de la letra.

    Tras dar el vistazo bueno, André y Mark junto varios hombres más comenzaron a formar escándalo en el interior del habitáculo en el que convivían, y no tardaron en aparecer dos guardias. La puerta se abrió de golpe y entraron dos hombres armados con M4.

    — ¡¿Qué mierda es este barullo?! ¡Todos a dormir, ahora! — Dijo uno de los guardias.

    — ¡Ya le hab...!

    De pronto, Mark hundió un trozo de hierro afilado en la yugular del guardia, que no había tenido tiempo de reaccionar.

    — ¿Pero que...?

    Matías se lanzó sobre el segundo, le quitó el cuchillo y con el mismo lo mató, ensuciándose las manos de sangre. Todos los presos restantes celebraron en silencio la primera parte del plan.

    — Mark, coge la M4 de ese y lleva a los demás hacia el portón. André, tú dirígete al siguiente habitáculo y ábrelo. Y así con los que haya. En silencio y con precaución. Yo buscaré a Charlotte y cortaré la luz.

    — Suerte. — Dijo André.

    Matt cogió la otra metralleta y salió corriendo por todo el patio vacio y frío que tenía por delante. De pronto, se detuvo. Observaba a varios podridos agolpados en las vallas, gruñéndole. Rápidamente se desentendió de aquello y prosiguió con su misión.

    Llegó frente la puerta principal del edificio, donde la gran parte de Renegados dormía y convivía. Se disponía a abrir cuando de pronto se abrió.

    — ¡¿Qué haces aquí?! — Exclamo el soldado.

    — ¡Cállate! — Dijo Matt, clavándole repetidamente el cuchillo en el abdomen y después en la cabeza.

    Avanzó por varios pasillos hasta asomarse al más largo. Dos guardias se dirigían a él.

    — ...no sé que le ha visto a esa niña. — Dijo uno de ellos.

    — Tendrá una carencia. Recuerda que perdió a su hija al inicio de esto, quizá quiera ser su padre adoptivo... o algo así. — Respondió el otro.

    — ¡Ja! Menud...

    Matt golpeó con la culata de su M4 al primer guardia, dejándolo inconsciente al acto. El otro se disponía a defenderse cuando Matías le colocó el arma en la cabeza.

    — ¿Dónde tienen a esa niña? Dímelo.

    — La habitación del fondo. A-ahí, a-ahí es.

    — Gracias. — Respondió Matt, golpeándolo para dejarlo inconsciente. — Joder, tienes la cabeza dura amigo.

    El joven avanzó varios pasos en silencio y se colocó frente la puerta. Podía oír hablar a Oliver, pero no a Charlotte. Abrió la puerta y vio a Oliver hablando por walkie. El líder de los Renegados se quedó quieto.

    — ¡¿Y Charlotte?! ¡¿Dónde está?! — Dijo Matt, apuntándole.

    Oliver dejó el walkie sobre la mesa y se sentó en su sillón.

    — Estuve hablando con ella, y ahora está en su habitación durmiendo. ¿Qué quieres? — Respondió Oliver, con una tranquilidad pasmosa.

    — ¡La quiero a ella de vuelta, joder!

    — Eso no va a suceder.

    — ¿Eres consciente de que puedo matarte? — Dijo Matías. — Estás sólo aquí.

    — He dejado el walkie encendido. No tienes mucho tiempo antes de que mis hombres te asesinen. ¿De verdad vas a matarme y perder los pocos segundos que tienes para escapar de aquí? Te creía más listo, Matt.

    — ¡Hijo de perra! — Exclamo Matías, marchándose.

    Matt comenzó a correr en dirección a la salida para dirigirse al contador y cortar la electricidad. De pronto, comenzaron a escucharse tiros en la patio delantero.

    Matías se asomó y vio cómo sus compañeros peleaban contra bastantes soldados. El plan había fallado.

    ...

    — ¡¿Pero cuantos hombres tiene este malparido?! — Exclamo Shaun, cubriéndose.

    — ¡Cientos joder! — Exclamo Jack.

    — ¡Solo tiene armas Mark! ¡Los demás no podemos defendernos de balas! — Dijo Teo.

    — ¡Trataré de abrir un espacio entre los guardias y podréis correr! — Gritó Mark, disparando.

    André se acercó al soldado, que continuaba disparando.

    — No, lo haré yo. Tú debes intentar llevarlos fuera. Por favor. — Murmuró André.

    — ¡Haz tú eso! — Respondió Mark.

    — ¡No, maldición! La mayoría de estos presos eran mi responsabilidad, vivían en La Atlántida y ahora son explotados aquí. Necesito que los saques, y yo os cubriré las espaldas.

    Mark dudó durante varios segundos, pero finalmente le cedió su M4 a André.

    — ¡CORRED! ¡CORRED CÓMO SI SE OS ESCAPARA EL ALMA! — Exclamaba Mark mientras André disparaba.

    Los supervivientes corrían por el patio y golpeaban a los guardias. Tenían que esperar a que el portón dejase de ser eléctrico para abrirlo manualmente.

    ...

    — ¡No me atraparéis vivo, capullos! — Exclamo Matt, disparando a sus perseguidores.

    Matías continuaba corriendo mientras los soldados de Oliver le seguían los pasos y trataban de frenarlo a disparos. Rápidamente entró en la sala de contadores y buscó desesperadamente el interruptor de apagado.

    — ¡Sal de ahí si no quieres morir! — Gritó un soldado desde fuera.

    — ¡Vete al carajo!

    De pronto los soldados comenzaron a disparar a través de la puerta y una de las balas golpeó a Matías en el hombro izquierdo, haciéndolo caer. La lluvia de balas destrozó los contadores, por lo que sucedió un cortocircuito y todo dejó de estar electrificado.

    — ¿Lo hemos matado? — Preguntó uno de los soldados.

    — Es probable. ¡Mierda, los esclavos se escapan! ¡Vamos!

    — Pero, ¿no verificamos...?

    — ¡Olvidaos de él, vamos joder!

    ...

    André observaba satisfactoriamente cómo abrían la puerta del complejo y huían. Los soldados comenzaban a matar a los esclavos y algunos se rindieron arrodillándose para no ser ejecutados.

    Los infectados del otro lado de la valla se acercaron y comenzaron a devorar a algunos, presos del miedo. André se disponía a ayudar cuando lo interceptaron los soldados que habían disparando antes a Matías.

    — ¡Tú, quieto! ¡Todos quietos! — Exclamo uno de ellos.

    — ¡No nos detendréis! — Respondió André, asesinando a aquel soldado.

    — ¡ANDRÉ, NO! — Gritó Susanna, mientras su líder era fusilado delante de todos.

    De pronto, un muertos atacó a Susanna por la espalda, y cuando Paula se dio cuenta, era demasiado tarde: había sido mordido en el cuello.

    — No intentes hablar, no intentes hablar. Shh, calma. — Decía Paula, mientras era rodeada por soldados.

    — ¡No te muevas!

    — ¡La han mordido, la han mordido!

    — ¡Mátala joder!

    Uno de los soldados obedeció y mató a Susanna. El resto parecían haberlo conseguido cuando de pronto un grupo de motoristas los traía retenidos a casi todos los esclavos, entre ellos a Mark, Luke y Natalia. De pronto, los megáfonos del complejo se encendieron con el generador de emergencia.

    — ¿Pensabais que podríais escapar así sin más? ¿Qué no habría más vigilancia? — Decía Oliver por megafonía. — Tenemos vigilancia por TODA el área.

    — Jefe, escaparon algunos. — Dijo uno de los motoristas por walkie.

    — Los buscaremos mañana. Ahí fuera es peligroso. Mientras, quiero que los que no han conseguido escapar de su nuevo hogar, arreglen este p*to desastre, ¡joder! — Exclamo el líder de los Renegados por walkie.

    ...

    — Quedamos en que este sería el punto de encuentro. Nos esperaremos una hora y si no vienen, nos iremos. — Indicó Teo.

    — Joder, hay muchos que no vendrán. — Decía Jack, jadeando.

    — ¡Tienen a Luke, debemos volver! ¡Debe...!

    — Mia, cálmate. En tu estado no deberías estresarte. — Dijo Laurie, sentándose junto a ella. — Tranquila, no le pasará nada. Cuando estemos preparados, regresaremos a por los demás.

    — Son unos jodidos asesinos, ¡han matado a casi todos los que retenían! — Dijo Shaun.

    — Dios, creo que vi gritar a Susanna. Joder, joder, joder... — Murmuraba Nathan.

    — ¿Y Matt? Vi que disparaban la sala de contadores. — Dijo Iris.

    De pronto, el grupo escuchó unos ruidos no muy lejanos. Teo, Nathan, Jack y Shaun sacaron sus cuchillos y comenzaron a inspeccionar.

    De pronto, apareció Matt totalmente ensangrentado, herido del bala.

    — ¡Dios! Matt, pensé que eras uno de ellos. Iba a matarte. — Dijo Teo, sin obtener respuesta. — ¿Matt?

    — Estamos... condenados... — Susurraba Matt.

    — ¿Condenados a qué? — Preguntó Shaun.

    — ...al salvajismo. — Finalizó Matías, antes de caer rendido y casi inconsciente.
     
    Última edición: 25 Mayo 2016
  7. Threadmarks: Parte 4 / Capítulo 2: Santuario
     
    Manuvalk

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    Capítulo 2: Santuario








    Matt, Teo, Jack, Mia, Shaun, Nathan, Iris y Laurie habían conseguido escapar de la base de Los Renegados. Mark, Luke, Paula, Charlotte y Natalia habían quedado atrás, atrapados por la dictadura de Oliver.

    Aquella fatídica estancia había acabado para los que habían conseguido salir, y con el fin de aquella noche, surgía un nuevo día. El Sol mostraba los primeros resquicios de luz y el grupo, totalmente descompuesto, seguía la carretera en busca de un lugar donde asentarse.

    Mia fue a hablar con Teo, que parecía haber tomado el liderazgo ya que Matt estaba muy malherido.

    — Sus constantes son débiles y la hemorragia no parece parar. Si no encontramos pronto antibióticos o algo por el estilo, Matías podría morir. — Dijo Mia, visiblemente preocupada.

    — Haz lo que puedas por él, pero nuestra prioridad es encontrar un lugar en el que descansar. — Dijo Teo.

    — Pero, ¡está mal!

    — ¡Él lo entendería!

    El resto del grupo observaba la discusión de Teo y Mia. Nathan y Jack sujetaban a Matt, que apenas podía abrir los ojos.

    — Estamos muy jodidos. — Dijo Shaun.

    — Este tipo si que está jodido. — Murmuró Jack, señalando a Matías. — Necesita descansar y llevamos toda la maldita noche caminando.

    — Encontraremos algo, ya veréis. — Dijo Iris. — ¿Necesitas ayuda, Jack?

    — ¿Qué? Ah, no. No, gracias...

    — Iris.

    — Eso. Gracias Iris, aprecio tu ayuda pero puedo con tu compañero. — Respondió Jack.

    — Viene uno. — Dijo Laurie, señalando a un muerto que salía de la árboleda. — Mío. — Añadió, antes de derribarlo y hundirle su cuchillo en el cráneo.

    ...

    — Charlotte.

    — ¿Sí?

    — Oliver quiere verte en su habitación.

    — Está bien.

    La niña estaba acabando de comer, y cuando el guardia se fue, escondió el cuchillo tras varios peluches. Acto seguido salió de su habitación en dirección a la del líder de Los Renegados. Oliver permanecía allí y en ese momento golpearon la puerta.

    — Adelante. — Musitó el líder, sentado en su butaca.

    — ¿Me buscabas? — Dijo Charlotte.

    — Así es. — Respondió Oliver. — Me imagino que sabrás que tú grupo y el resto de personas que trabajan aquí, intentaron escapar.

    — Sí, lo vi.

    — Bien. Muchos han muerto, otros se han rendido, y algunos han sido capturados y traídos de vuelta. Entre ellos cuatro miembros de tú grupo. Un tal Mark, Luke, Paula y Natalia. Los conoces, ¿verdad?

    — A unos más que otros, pero sí. ¿Qué pasó con los demás?

    — Susanna y André murieron. Los demás han escapado, pero tranquila, los tendremos de vuelta.

    — ¿Vas a buscarlos?

    — Lo harán mis hombres. Pero mañana, hoy aún tenemos que arreglar el estropicio que tus amigos causaron. En fin, solo quería avisarte de que muy pronto vas a tener que demostrar tu valía y lealtad hacia mí, y de la forma que menos te esperas. — Dijo Oliver.

    Mark, Luke, Paula y Natalia estaban encerrados en uno de los habitáculos junto varios esclavos más.

    — ¿Creéis que vendrán a por nosotros? — Preguntó Natalia.

    — No lo dudes, Naty. — Dijo Luke.

    — No lo creo. Si son listos, se irán lo más lejos posible de aquí. — Murmuró Mark, pesimista.

    — Somos un grupo, nos apoyamos unos con otros. Seguro que volverán a por nosotros. — Dijo Paula.

    — ¿Que tal si te apoyo yo encima de la cama? — Dijo Mark, incitando sexualmente.

    — ¿Contigo? Una mierda. — Respondió Paula.

    — Una pena, nena.

    De pronto, un soldado entró en el habitáculo.

    — Quién de vosotros se llama Mark.

    Mark levantó el brazo.

    — Ven conmigo. Oliver quiere hablar contigo.

    ...

    — Parece que ahí delante hay una gasolinera. — Dijo Teo, vislumbrando el horizonte. — No tenemos armas de fuego, es un problema si nos encontramos con muchos podridos.

    — O si esos paletos nos andan buscando. — Dijo Iris.

    — Tenemos que descansar y luego volver a por los demás. El padre de mi futuro hijo está en manos de ese psicópata y no perm... — Decía Mia, sufriendo fuertes dolores en la barriga.

    — Tú eres la primera que debe descansar. — Indicó Laurie, ayudándola a caminar.

    — No... Matt está peor... — Respondió Mia.

    — Creo que no tiene fuerzas ni para hablar. — Dijo Jack, observando a Matías.

    — Ninguno de nosotros las tendrá si seguimos caminando, joder. — Se quejó Shaun.

    — ¡Cállate! — Dijo Teo. — ¿Estás sordo chico? Acabamos de ver una gasolinera ahí delante.

    Shaun suspiró, molesto. El pequeño grupo prosiguió su camino hasta llegar a la gasolinera que habían divisado. El paso del tiempo había mermado a aquella estación de servicio, que parecía ser objeto de museo debido a su vejez.

    Parecía estar polvorienta pero un coche fúnebre aparcado frente la estación destacaba entre todo lo demás.

    — ¡Hey! ¡Un coche! — Indicó Shaun. — ¡La suerte nos sonríe!

    — Que irónico, un coche fúnebre. — Dijo Nathan.

    — Está muy limpio, y la gasolinera parece tener miles de años. Esto es muy raro, algo no encaja. — Murmuró Teo, dudando de la situación.

    — Hoy en día todo es muy raro. — Dijo Jack, que daba de beber a Matt.

    De pronto, dos hombres salieron de la estación de servicio a toda velocidad. Tras ellos, cinco no muertos los seguían.

    — ¡Erick, dispárales! — Exclamo uno de ellos.

    — ¡No hay que gastar munición salvo que sea necesario! — Respondió el que parecía llamarse Erick.

    — ¡Es necesario ahora!

    — ¡Antón! — Gritó Erick.

    — A la mierda. — Murmuró quien se llamaba Antón, que comenzó a disparar a aquellos seres.

    Tras un breve tiroteo, aquel dúo suspiró aliviado. De pronto, vieron a Teo y el resto parados frente ellos. Rápidamente les apuntaron, bastante sobresaltados.

    — ¡Wow, wow, calma! — Dijo Jack, levantando las manos.

    — ¡Tranquilos! — Exclamo Teo.

    — ¡¿Quienes sois?! — Dijo Antón.

    — Buscábamos un sitio en el que pasar el resto del día. Tenemos una embarazada y un hombre gravemente herido. — Dijo Teodoro.

    Erick y Antón se miraron, mientras no dejaban de apuntar.

    — ¡Hemos saqueado la estación, no queda nada! — Dijo Erick, nervioso.

    — ¿Tenéis un sitio seguro? Se os ve muy limpios, chicos. — Dijo Shaun.

    — No. — Dijo Antón.

    — Sí. — Dijo Erick.

    — ¡Erick!

    — ¡Antón!

    — ¡MIERDA! — Exclamaron ambos.

    — Cierra el pico, Antón. Parecen buena gente y tienen heridos. Además, el Padre Joe siempre nos dice que si encontramos supervivientes, los llevemos. — Dijo Erick. — Y este es el momento. Dios los ha puesto en nuestro camino.

    Antón no dio respuesta. Simplemente se acercó a Jack y lo ayudó a levantar a Matt.

    — Subid al coche si queréis venir. Vivimos en una pequeña comunidad católica. — Dijo Erick. — Os explicaré más por el camino.

    Sin pensarlo dos veces, el grupo decidió acompañar a Erick y Antón. Matías, Jack, Mia y Laurie su pusieron en la parte trasera donde debería ir un ataúd, mientras que en los asientos de atrás estaban Nathan, Iris, Shaun y Teo. Antón estaba de copiloto y Erick conducía.

    — ¿Está lejos tú comunidad? — Preguntó Shaun.

    — No mucho, un par de kilómetros. — Dijo Antón.

    — Contadnos un poco sobre vuestro refugio. — Dijo Teo, interesado.

    — Es un pequeño barrio amurallado y con iglesia. Al inicio del brote, la fe llevaba a la gente allí. Iban a la iglesia suplicando a Dios que la plaga del "demonio" frenase su dominio, pero sus plegarias no fueron escuchadas por el Todopoderoso. Cada vez llegaba más gente y el Padre Joe decidió formar un refugio para los más necesitados que sufrían en un momento cómo aquel. La iglesia estaba en obras debido a una expansión de esta, y los feligreses utilizaron el material que sobraba para rodear el barrio por un muro de piedra arenisca de unos cuatro metros. Gracias a eso, los infectados se quedaban tras los muros y la paz reinaba en Tierra Santa. — Dijo Erick.

    — Un momento, ¿qué ha dicho? — Musitó Jack. — ¿Tierra Santa?

    — Así es cómo llamamos el refugio. ¿Por qué lo preguntan? — Dijo Antón.

    — Jack y yo vimos una manta ondeada por el viento en la que ponía Tierra Santa. No entendíamos que era. — Dijo Shaun.

    — ¿Eso cuando? — Preguntó Nathan.

    — Antes de que Los Renegados nos atraparan. — Respondió este.

    — ¿Quienes os atraparon? — Preguntó Erick.

    — Un grupo de locos. Anoche escapamos de su refugio. Nos usaban para trabajar. — Dijo Mia.

    — Ahora entiendo porqué vuestro amigo está malherido. — Murmuró Antón.

    — Ya están a salvo, amigos. — Dijo Erick.

    — ¿Ustedes pusieron esas sábanas con la palabra "Tierra Santa"? — Preguntó Jack.

    — Así es. Para gente cómo vosotros, que vaga sin destino. — Dijo Erick. — Estamos cerca.

    — ¿Ya llegamos? — Preguntó Mia. — ¿Tienen médico? Matías está mal.

    — Por supuesto, lo llevaremos con él. — Respondió Antón.

    Tras unos breves minutos, el grupo llegó a la entrada de Tierra Santa. La puerta era de rejas metálicas cubiertas con tela oscura. Teo se sorprendió al ver que no había guardias, pero no dijo nada al respecto.

    — ¡Abran! — Gritó Erick.

    — ¡Son Erick y Antón! ¡Dejadles entrar! — Gritaron desde dentro.

    La puerta se abrió y el coche fúnebre entró a la comunidad. Tenía varias casas en cada lado de la calle, y una gran iglesia justo al fondo. El refugio era pequeño, ya que era un simple distrito rural.

    La gente salió de sus casas para encontrarse con la gente nueva que Erick y Antón habían traído. El Padre Joe hizo acto de presencia en el momento en el que todos salían del vehículo. Antón se llevó a Matías acompañado de Mia.

    — Sean bienvenidos a nuestro santuario. No se preocupen por su amigo. Nuestro hermano Antón lo llevará al médico del pueblo y con ayuda de Dios, se recuperará. — Dijo el Padre Joe. — A los demás, les invito a que me sigan a la iglesia. Es momento de tener una charla bajo los ojos de nuestro señor.
     
  8. Threadmarks: Parte 4 / Capítulo 3: Un demonio disfrazado de ángel
     
    Manuvalk

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    Capítulo 3: Un demonio disfrazado de ángel









    El Padre Joe llevó consigo al grupo, excepto a Matías y Mia, que iban a ver al médico de la comunidad. Una vez dentro, el grupo se vio abrumado por la decoración católica que tenía la casa de Dios. Joe vio el asombro de sus invitados y no dudó en mostrarles todo tipo de reliquias.

    — Cuando nuestros hermanos se aventuran al exterior, a veces traen muchas cosas de valor. — Decía el Padre Joe.

    — Hoy en día nada tiene valor. — Respondió Teo.

    — La vida tiene valor aún estando rodeada de muerte y miseria. — Dijo Joe como respuesta.

    — ¿Cuantas personas vivís en este sitio? — Preguntó Laurie, buscando cambiar de tema.

    — Vamos a mi despacho y me preguntáis lo que queráis. — Indicó Joe, invitándolos a seguirlo.

    El grupo siguió al cura hasta el despacho. El Padre Joe les ofreció asiento.

    — Somos treinta y siete personas. Seremos más si vosotros acabáis quedándoos aquí. — Dijo Joe.

    — ¿Por qué este sitio no está vigilado? No he visto guardias ni patrullas. — Dijo Teo.

    Joe se sentó frente el grupo y puso sus viejas manos sobre la mesa.

    — No necesitamos protección más que la del señor. Dios nos salvaguarda.

    — Vamos Padre, ¿lo dice en serio? — Protestó Shaun, indignado.

    — ¿Acaso me ves bromeando, muchacho? — Respondió Joe, retóricamente.

    — Me parece una gilipollez, Padre, con todo el respeto. — Insistió Shaun.

    — Shaun, cálmate. — Susurró Jack, tratando de controlar a su amigo.

    — Si no te gusta este sitio, Shaun, puedes marcharte. — Dijo el Padre Joe, molesto por la actitud del joven.

    Shaun decidió callarse para no prolongar la situación.

    — ¿Tenéis normas o algo por el estilo? — Preguntó Jack.

    — Bueno, en un principio no. Lo básico: no robar, no crear conflictos, etc. Ah, y es obligatorio asistir a la misa de las doce de la mañana.

    — ¿Obligatorio? — Refunfuñó Iris.

    — Así es, hija. — Dijo Joe.

    — ¿Qué ocurre si no vas a misa? ¿Qué ocurre si no crees en Dios? — Preguntó Nathan.

    — Bueno, si no vas a misa, debe ser porque estás enfermo o de expedición en el exterior. Y si no eres creyente, nos basta con que no menosprecies a aquellos que lo son, incluso si son tus compañeros. — Dijo el Padre Joe, algo serio por las preguntas de este.

    — Ya pero, ¿y si no quiero ir a misa estando aquí? — Insistió Nathan.

    — Nate... — Murmuró Laurie.

    El Padre Joe suspiró, mientras todos se quedaban en silencio.

    — Te ruego que lo hagas, Nathan. Son solo cinco minutos y quedarás bien con el resto de residentes. No te cuesta nada, hijo. — Rogó.

    — Está bien, Padre. Perdone por tanta pregunta. — Dijo Nathan.

    — Perdonado, hijo. — Añadió Joe. — Bien, ahora que las preguntas han acabado, Erick les espera fuera de la iglesia. Él les llevará a dos casas en las que tendrán que convivir. Pueden marcharse, los acompaño a la salida.

    El grupo, con Teo y Joe a la cabeza, salió de la iglesia para reencontrarse con Erick. Este les invitó a que le siguiesen. Teo iba junto Erick, conversando acerca de Tierra Santa.

    — Por la cara del Padre Joe, lo habéis hecho molestarse. ¿Qué ha ocurrido? — Preguntó Erick, curioso.

    — Algunas preguntas le han incomodado. — Respondió Teodoro.

    — Vaya, pues conviene caerle bien. Quien no le gusta acaba... — Se calló mientras pasaba una pareja. — ...acaba mal.

    — ¿Cómo? ¿Cómo que acaba mal? — Preguntaba Teo, queriendo saber que pasaba con la gente que no le agradaba a Joe.

    — Mira, si quieres pásate en una hora por mi casa y te lo cuento todo. Pero no puedes contárselo a nadie más. Confío en ti, Teo. Pero sólo en ti por el momento. — Respondió Erick. — ¡Bien, estas son vuestras casas! ¡Disfrutadlas y bienvenidos!

    — ¡Gracias! — Respondieron.

    Erick volvió a acercarse a Teo mientras el resto del grupo decidía que casa escoger y con quien convivir.

    — Recuerda: en una hora ven a mi casa.

    — ¿Cuál es tú casa? — Preguntó Teo.

    — La del fondo, cercana a la salida. — Señaló Erick.

    — Vaya, que previsor.

    — Ja, nunca se sabe. Menos mal que la elegí yo.

    Erick se despidió del grupo mientras finalmente decidieron quienes convivirían y donde. Jack, Shaun, Iris y Laurie vivirían juntos en una mientras que Matt, Teo, Nathan y Mia en la otra.

    En casa de los jóvenes, Jack observaba la amplia decoración que tenía dedicada a Cristo. Shaun e Iris comenzaron a quitarla pero Laurie los frenó.

    — Recordad que hay que hacer creer que somos católicos o que por lo menos aceptamos dicha religión. Hay que caer bien. — Indicó Laurie.

    — Tienes razón. — Dijo Iris, volviendo a colocar las cosas en su sitio.

    En casa de los más adultos, Teo y Nathan esperaban a Matt y Mia. Estos recorrían su casa de arriba a abajo.

    ...

    — Señor, lo he traído.

    — Que pase. — Indicó Oliver.

    El soldado empujó a Mark hasta el interior de la habitación de Oliver. Acto seguido cerró la puerta.

    — ¿Que quieres? — Preguntó Mark.

    — Que trabajes para mí. — Dijo Oliver, serio y directo.

    — Mis servicios tiene su precio. — Dijo Mark, tentado por la oferta.

    — Quiero que seas leal a mí, y para ello necesito que hagas algo. Pero antes, te diré de que trata la cosa; vas a encontrar al resto de tus amigos que escaparon y me vas a decir donde están. Del resto se encargarán mis hombres.

    Mark dudó por unos segundos, pero accedió a traicionar a los suyos.

    — Está bien.

    — ¿En serio? ¿Vendes así a tus amigos? — Preguntó Oliver.

    — Tan solo me voy con el mejor postor, y ahora mismo estás en mejor posición que ellos. Yo quiero sobrevivir y me subo al barco que flote, al ganador. — Dijo Mark.

    — Pues has elegido el barco correcto. — Respondió el líder de Los Renegados, tendiéndole la mano.

    — Eso creo. — Dijo Mark, apretando su mano.

    — Pero te aviso; si me la juegas, acabarás muy mal, Mark. — Dijo Oliver, sonriendo. — Así que no me jodas.

    — No prometo nada.

    Oliver comenzó a reírse ante la respuesta del ex-militar.

    — En fin, tu prueba de lealtad consiste en que decidas a cuál de tus amigos vas a matar. Tiene a ese tal Luke, Paula y Natalia. — Dijo Oliver, acercándole una pistola a Mark. — Vas a ir a tu habitáculo y vas a ejecutar a uno de esos tres enfrente de todos. Espero que tengas las bolas.

    ...

    Nathan y Teo se hallaban en silencio en el salón de su nueva casa, cuando Mia y Matt entraron por la puerta.

    — Ya están aquí. ¿Cómo están? — Dijo Teo.

    — Tengo un dolor de cabeza del carajo. — Dijo Matías. — P*to reposo.

    — Yo bien, tan solo que el embarazo ha entrado en otra fase y a veces me dan dolores o nauseas, pero nada preocupante. — Dijo Mia.

    — ¿Nos vamos a quedar aquí entonces? — Preguntó Nathan.

    — Aún no lo tengo claro. Mañana me daré una vuelta por el lugar y si lo veo seguro, pues nos asentaremos. Pero no tenemos que bajar la guardia. — Indicó Matt.

    — ¿Y cuando volveremos a por los demás? El padre de mi hijo está aún en manos de Los Renegados. No nos olvidemos de ellos. — Murmuró Mia, molesta.

    — No lo haremos. Deja que me recupere y descansemos todos un poco y te aseguro que regresaremos a por los nuestros. A por todos. — Dijo Matías. — Si me disculpan, voy a ver si duermo y se me va el dolor de cabeza.

    — Yo tengo me tengo que ir, regresaré más tarde. — Dijo Teo.

    — ¿Dónde vas? — Preguntó Nathan.

    Teo observó a Nate y Mia, dudando de si decir o no a donde iba.

    — A dar una vuelta y a casa de Erick, que me ha invitado. No tardaré.

    Teo salió de su casa cuando eran casi las nueve de la noche. Tuvo que coger el abrigo ya que el frío era notable y hacía un poco de viento.

    Caminó por la calle desierta que tan solo era iluminada por unas pequeñas antorchas y cuando llegaba al porche de la casa de Erick, Antón salía de ella.

    — Nos vemos mañana. — Dijo una mujer.

    — Adiós, Elsa. — Respondió Antón. — Hola Teo, ¿qué haces aquí?

    — Vengo a ver a Erick. ¿Y tú?

    — Salgo de hablar con él. Buenas noches y bienvenido.

    — Gracias e igualmente.

    Teodoro subió un par de escalones y tocó la puerta, mientras observaba cómo Antón se alejaba y desaparecía en la oscuridad de la calle desierta. La mujer abrió la puerta al momento.

    — Vengo a ver a Erick.

    — Tú debes de ser Teo. Pasa, por favor. — Indicó Elsa.

    — Gracias. — Murmuró Teo.

    — Dame tu abrigo, yo te lo colgaré. — Dijo Elsa. — Erick está en el despacho del fondo.

    — Gracias. ¿Quién eres? ¿Su hermana? ¿Su...?

    — Su mujer. Llevamos cinco años casados. Me llamo Elsa.

    — Encantado de conocerte, Elsa. Si me disculpas...

    — Adelante, ve. — Dijo la mujer, yéndose a hacer sus cosas.

    Teo observó la casa, que tenía un par de velas puestas y algo de leña en la chimenea. Una casa acogerdora, y en gran parte hecha de madera. Prosiguió hasta entrar en la habitación en la que Erick estaba, escribiendo en varios documentos que tenía sobre la mesa.

    Rápidamente los guardó y sacó una carpeta. Acto seguido le ofreció asiento.

    — ¿Cómo estás? — Preguntó Erick, entablando conversación.

    — Muy bien, ¿y tú?

    — Bien. Me alegro. Vamos al tema. — Dijo el anfitrión. — Abre la carpeta.

    Teo accedió. Al abrirla, vio varias fotos bastante perturbadoras.

    — Mira la primera.

    Teo la observó y vio al Padre Joe apuntando con un arma a un hombre tapado con un saco y atado de manos y pies. La foto estaba hecha desde lejos.

    — Pero, ¿qué c*ño...? — Murmuró Teo.

    — Ese tipo se llamaba Tucker, y era uno de los integrantes de mi grupo cuando vine aquí. No era religioso, y un día desapareció. Lo busqué junto otro miembro de mi grupo por el exterior, pero no lo encontramos. Un día, me dejaron esta carpeta en casa, con todas estas fotos. Estuve a punto de ir y matar con mis manos a Joe.

    — ¿Por qué no lo hiciste? — Preguntó Teo.

    — Porque ese de las fotos no es el Padre Joe. Es alguien disfrazado de él. Lo sé porque investigué un poco, y Joe no sale de la comunidad nunca, bajo ningún concepto. Alguien se hacía pasar por él, se lleva a la víctima al exterior y la ejecuta. No sé porqué ni cómo, pero hay un demonio disfrazado de ángel aquí. — Dijo Erick. — Y necesito de tu ayuda, sin involucrar a nadie más, para dar con el falso católico que vive entre nosotros.
     
    Última edición: 3 Junio 2016
  9. Threadmarks: Parte 4 / Capítulo 4: Lo que hay que hacer
     
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    Capítulo 4: Lo que hay que hacer








    — ¡Eh, eh! — Gritó Natalia.

    — ¡No por favor! — Suplicó Paula.

    Luke observaba a su ejecutor, frente él. Junto este, ambas chicas estaban arrodilladas y Oliver observaba el espectáculo junto varios de sus soldados de confianza y Charlotte, que miraba la escena bastante horrorizada.

    Mark se posó enfrente de Luke y alzó su pistola, apuntándole en la frente.

    — ¡¿Qué haces, Mark?! ¡¿Qué haces?! — Exclamaba Paula.

    — Nos has vendido. — Murmuró Luke, con la cabeza agachada. — Nos has traicionado.

    — Mentiría si dijera que lo siento. — Dijo Mark, sonriendo. — Adiós.

    Y una bala salió disparada.

    Doce horas antes...

    — No me jodas. ¿Quieres mi ayuda? — Dijo Teo.

    — Así es, pero no te voy a obligar. Aunque te conviene tanto cómo a mí. Alguien de tu grupo puede ser el siguiente. Escoje víctimas fáciles. — Dijo Erick, serio.

    De pronto, Elsa entró en el despacho con dos cafés recién hechos. Le dejó uno a su marido y otro a su invitado.

    — Muchas gracias. — Dijo Teo, colocando sus manos alrededor de la taza.

    — Gracias, cariño. — Dijo Erick.

    — No tenéis que dármelas, supuse que vendría bien un café caliente ahora que comienza a acercarse el invierno. — Respondió Elsa, agradecida por la educación de ambos. — Ya comienza a hacer frío.

    — Así es, ya comienza a notarse en el ambiente. — Dijo Teo.

    Erick le lanzó una mirada respectiva a Elsa, que se dispuso a abandonar la habitación.

    — Si necesitáis algo, me llamáis. Estoy en el salón, tejiendo un poco.

    Una vez la mujer salió, Erick volvió a ponerse serio.

    — Teo, esto solo lo podemos hacer nosotros. No sabemos quien es el bastardo que se disfraza del Padre Joe y asesina a sangre fría fuera de estos páramos. Podría ser hasta mi mujer, vete tú a saber. — Indicó Erick, visiblemente implicado en el caso.

    — Lo entiendo. Creo que exageras un poco, pero lo entiendo. Cuenta conmigo. — Dijo Teodoro. — ¿Cuando empezamos?

    — Ya es algo tarde. Ve a dormir y mañana iré a por ti. Interrogaremos al Padre Joe. — Murmuró Erick, levantándose de la silla del escritorio.

    — ¿Por qué a él? — Preguntó Teo.

    — Bueno, quizá sea él y yo piense que se disfraza. Sé que no sale de la comunidad, pero, ¿y si lo hace? Hay que descartar sospechosos empezando por el primero, que es él.

    — Okay. Te espero mañana. Buenas noches, Erick. — Se despidió Teo. — Y buenas noches, Elsa.

    — Cuídate, Teo. Me alegro de haberte conocido. — Dijo Elsa.

    — Lo mismo digo. Encantado. — Respondió el psicólogo, saliendo de la casa.

    Mientras Teo regresaba a su nuevo hogar junto Matt, Mia y Nathan, en la otra casa Jack se hallaba sentado en el sofá, pensativo. Cada noche, el recuerdo de su novia le atormentaba.

    Trataba de olvidarse de Melissa, pero cuanto más deseaba olvidarla, más presente la tenía. Sus pensamientos y recuerdos se desvanecieron cuando Iris apareció con una botella de vino tinto. Jack sonrió.

    — ¿Vas a emborracharme? — Preguntó, con una pequeña risa.

    — Si te dejas... — Murmuró Iris, riéndose.

    La joven sacó dos vasos y puso un poco de vino en cada uno. Acto seguido se sentó al lado del chico, cediéndole el vaso.

    — Anda, bebe. Tienes cara de nostálgico. — Musitó Iris.

    — ¿En serio? — Dijo Jack, mientras daba un sorbo al vino.

    — Eso no se puede disimular, querido. Hay algo que te afecta y se te nota en la mirada. — Respondió Iris, mirándole a los ojos mientras bebía.

    — Bonitos ojos. — Dijo Jack con total sinceridad.

    — ¿Intentas ligar conmigo? — Dijo la joven, sonriendo.

    — ¿Qué? Oye, has sido tú la que ha venido con una botella de vino. — Dijo Jack, dejando el vaso vacio. — Anda, pásame la botella.

    — Eh Iris, vigila que el capullo no beba mucho, que se pone a contarte sus penas. — Refunfuñó Shaun, bajando las escaleras.

    Iris rió, mientras Jack le hizo una peineta.

    — ¿Y Laurie, Shaun? — Preguntó Iris.

    — Arriba, en su habitación. — Respondió Shaun, mientras se llevaba otra botella de vino.

    — Vaya capullo estás hecho, Shaun. Se te notan las intenciones, cabrón. — Señaló Jack, riéndose de su compañero.

    — Queremos pasarlo bien, nada más. — Dijo Shaun, con una sonrisa pícara.

    Shaun subió las escaleras, dejando a Jack e Iris solos.

    — Jack...

    — Dime.

    — ¿Puedes abrazarme, por favor?

    — Por supuesto. — Dijo el joven, abrazando a la chica.

    ...

    Al día siguiente en la base militar de Los Renegados, Mark se preparaba para marchar al exterior en busca de sus antiguos amigos. Escogía armamento y recogía provisiones para la salida cuando de pronto Charlotte apareció frente él.

    — ¿Qué quieres, niña? — Dijo Mark, empacando.

    — ¿Vas a salir a por Matt y los demás? — Preguntó la niña.

    — Afirmativo.

    — Es la segunda vez que nos dejas de lado. — Dijo Charlie, seria. — Que triste, que te vendas a cualquiera.

    — Sí, lo sé, parezco una p*ta, pero así es como sobrevivo. — Respondió el ex-militar. — Y ahora aparta de mi camino.

    — Ojalá mueras ahí fuera. — Dijo Charlotte, marchándose de la armería.

    Luke, Natalia y Paula se encontraban en su habitáculo cuando dos hombres les obligaron a salir, arrastrándolos fuera. Los tres fueron llevados hasta el patio trasero, donde Oliver se encontraba acompañado de varios hombres más.

    — Bueno bueno... los cerditos ya han llegado... Ahora id a por Mark. — Ordenó el líder de Los Renegados.

    — ¿Qué vais a hacernos? — Preguntó Paula.

    — Hoy, será el último día que alguno de vosotros vea el Sol. Traducción: uno de vosotros va a morir hoy. — Dijo Oliver.

    — ¿Y eso a que se debe? No hemos causado ningún problema y...

    — Se debe a que me da la gana. — Dijo, mientras sus hombres traían consigo a Mark. — ¡Hombre, al fin!

    Mark llegó y Oliver le dio la mano. Acto seguido se apartó y lo dejó frente los tres cautivos.

    — Son tuyos. Decide.

    Charlotte observaba desde cierta distancia la situación, y al ver lo que sucedía, se fue a la armería de nuevo. Mark observaba a sus víctimas para ver por cual decantarse, aunque no tardó en decidirse al ver a Luke observarle con cara de odio.

    — Creo que no vas a ver a tu futuro hijo. — Dijo Mark, desenfundando su pistola.

    — ¡Eh, eh! — Gritó Natalia.

    — ¡No por favor! — Suplicó Paula.

    Luke observaba a su ejecutor, frente él. Junto este, ambas chicas estaban arrodilladas y Oliver observaba el espectáculo junto varios de sus soldados de confianza y Charlotte, que miraba la escena bastante horrorizada. Mark se posó enfrente de Luke y alzó su pistola, apuntándole en la frente.

    — ¡¿Qué haces, Mark?! ¡¿Qué haces?! — Exclamaba Paula.

    — Nos has vendido. — Murmuró Luke, con la cabeza agachada. — Nos has traicionado.

    — Mentiría si dijera que lo siento. — Dijo Mark, sonriendo. — Adiós.

    De pronto, uno de los Renegados cayó de golpe al suelo, salpicando a los más cercanos de sangre. Todos se quedaron petrificados y acto seguido otro soldado recibió un balazo.

    Todos se giraron para comprobar que una niña de once años, había efectuado dos disparos y había asesinado con total frialdad a dos hombres.

    — ¡Corred! — Exclamo Charlotte a sus amigos.

    Luke, Natalia y Paula comenzaron a correr y los hombres de Oliver se disponían a disparar a la niña, pero Oliver los frenó.

    — ¡Que nadie ataque a la niña! ¡Y coged a los que escapan! — Dijo el líder.

    Los soldados comenzaron a perseguir a los retenidos. Luke se lanzó sobre uno y comenzó a ahogarlo. Natalia y Paula corrían junto Charlotte hacia la puerta.

    — ¡Esperad, hay que quitar la electricidad para abrir la puerta por la fuerza! — Exclamo Natalia.

    — ¡¿Y que propones?! — Dijo Paula.

    — ¡Os abriré la puerta!

    Natalia se dirigió hacia los contadores de luz y rápidamente cortó varios cables que facilitaban la salida de los suyos. De pronto, Mark la pilló justo cuando salía.

    — ¡Mark, ven con nosotros! ¡Olvidaremos lo sucedido! — Dijo la mujer.

    — Lo siento Naty, eso no sucederá. — Dijo el ex-militar, disparando a la cabeza de la mujer.

    Charlotte observó cómo Natalia fallecía a manos de Mark. Paula abrió la puerta y Luke corría tras ellas.

    — ¡Charlotte, vamos, no mires atrás! — Gritó Luke, empujándola para que corriese.

    — ¡Corred! — Exclamo Paula.

    Luke, Paula y Charlotte se alejaron entre la vegetación del bosque. Los Renegados no los siguieron, permaneciendo en su base. Oliver estaba enfurecido, y Mark sería el encargado de seguir a los que fueron sus compañeros. Luke avanzaba delante, y Paula se mantenía al lado de Charlotte, que estaba decaída.

    — Charlotte, lo que has hecho... Siento que hayas tenido que hacerlo. — Murmuró Paula.

    — Tenía que hacerlo, es así ahora. — Respondió la niña.

    — Hiciste lo que hay que hacer. Estamos orgullosos de ti por habernos salvado. Porque has sido tú quien nos ha dado la oportunidad de escapar. Aunque hayamos perdido a Natalia... — Decía Luke. — En fin, es hora de alejarnos de aquí y encontrar a los demás.
     
  10. Threadmarks: Parte 4 / Capítulo 5: Su paraíso
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

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    Capítulo 5: Su paraíso









    Mark corría por el bosque tras las pisadas en la tierra que Luke, Paula y Charlotte habían dejado expuestas sin pensar en que serían rastreadas.

    El ex-militar avanzaba con una escopeta pesada en los brazos, cuando de pronto se vio rodeado por varias de esas criaturas, que aún a cierta distancia, ya parecían estar por todos lados.

    El tiroteo ocurrido antes en la base de Los Renegados había sido oído a una gran distancia, por lo que los infectados que andasen por allí habrían sido atraídos hacia la zona.

    Mark accionó la delantera de la escopeta y le voló la cabeza al primer muerto que tenía delante, abriendo así un hueco entra la multitud que inevitablemente estaba arrinconándolo.

    — Joder, mierda. — Murmuró, perdiendo el rastro de los otros y viéndose acosado por los podridos. Acto seguido cogió el walkie. — Oliver, un gran grupo de muertos se dirige hacia la base. Algunos irán detrás de mí, pero la mayoría sigue avanzando.

    — Gracias por el aviso, Mark. Haré lo que sea pertinente. Prosigue con tu misión y mantenme informado sobre lo que encuentres. — Respondió el líder.

    — Hecho.

    Mark se alejó corriendo del lugar, mientras un pequeño grupo de seres le seguía y el resto avanzaba en tropel hacia el refugio.

    ...

    Jack despertaba tras una larga noche en la que bebió junto Iris, además de consolarla y acabar teniendo relaciones íntimas con ella. En el otro lado de la cama estaba ella, aún sumida en el sueño profundo.

    El joven Jack se vistió y calzó tomándose su tiempo, ya que tenía un poco de resaca. Observó por la ventana la calle, y pudo ver a Teo y Matt sentados en el porche de la casa, hablando.

    Se lavó la cara varias veces y después de secarse, bajó las escaleras. Shaun estaba en la cocina poniéndose zumo de naranja, con cara de no haber dormido nada.

    — Hey Jack. — Dijo Shaun, intentando mantener los ojos abiertos.

    — Buenos días, Shaun. — Respondió Jack, tomando también un poco de zumo. — ¿Qué haces con es cara de drogado?

    — No he podido dormir. Bueno, no hemos podido dormir... — Murmuró Shaun, riéndose.

    — ¿Hablas de...?

    — Sí, sí. Yo y Laurie. Lo sé, cuando todas me ven se mojan las bragas y quieren un poco de lo mío. — Dijo Shaun, dándoselas de ligón.

    — Iris y yo también... — Musitó Jack. — No has sido el único.

    — ¡Oh, vamos! — Exclamo Shaun. — ¡No me jodas! ¡Enorme!

    — No fue sexo, Shaun. Fue más pasional, más...

    — Oh, no.

    — ¿Oh, no?

    — Te está gustando. Iris te mola. — Dijo Shaun, señalando a su compañero.

    — ¿Qué? ¡No! ¿Qué dices? — Respondió Jack, nervioso.

    — Tranquilo Jack, te he pillado. Te estás enamorando de Iris. Te entiendo, tú eres más romántico y a ella le molan esos tipos, además de que necesita un buen macho que la defienda...

    — No digas tonterías, Shaun.

    — Somos diferentes. Tú buscas amor y yo sexo sin compromiso. En fin, tacharé a Iris de mi lista de tener rollos con las chicas que encuentre. — Dijo Shaun, burlón.

    — Buena idea, cabrón. — Respondió Jack.

    — Bueno, voy a ver si Laurie quiere dormir abrazadita a mí. Y haber si me deja dormir y deja de subir sobre mí.

    — Estás hecho un fantasma.

    — Un fantasma que la mete en todo agujero que se propone. — Dijo Shaun, guiñándole el ojo a su amigo.

    Mientras Jack acababa de beberse el zumo y pensando mal de su compañero, Teo y Matt conversaban en el portal de la casa.

    — No sé si he hecho bien en contarte. Me dijo que no lo hiciera, que sólo confiaba en mí. — Murmuraba Teo, preocupado.

    — Oye, has hecho bien en decirme. Hablaremos con Erick y le diré que me involucro en el tema. Ya está, por uno más no creo que pase nada. — Respondió Matías, aún dolido del disparo recibido en el hombro.

    — ¿Qué opinas que hagamos? Quiero decir, ese tipo, sea quien sea, volverá a hacer de las suyas. Lo hace siempre con cada grupo que llega, y mira ven nuevas personas cada varios meses. — Indicó Teo. — Los nuestros corren riesgo de ser capturados.

    — Cuando veamos a Erick, lo hablaremos con él. — Dijo Matt.

    — Está bien. — Musitó Teo.

    — Además, recuerda que Luke, Paula, Natalia, Charlotte y Mark están en la maldita base de Oliver. Y habrá que ir a por ellos. Así que tenemos cosas más importantes que un psicópata en esta comunidad. — Dijo Matt, con firmeza.

    ...

    Luke, Paula y Charlotte llegaron a una gasolinera cercana, la misma en la que Erick y Antón acogieron al resto de grupo. Cautelosamente, Luke inspeccionó el interior en busca de suministros, pero no encontró nada. Paula cuidaba de Charlie mientras Luke conseguía un mapa de la zona.

    — Mirad, a dos kilómetros hay una zona de granjas. Podemos ver si hay algo allí. — Indicó el hombre.

    — Espera. — Musitó Paula.

    — ¿Qué ocurre? — Preguntó Charlotte.

    — Huellas de vehículo que se alejan por la carretera, fíjate. — Señalaba la mujer.

    — Sí, ¿y?

    — ¿Cómo que y? Pueden ser los nuestros, Matt y el resto, los que fueran en dicho coche.

    — ¿En serio piensas eso? Mira, las probabilidades de que los encontremos son prácticamente nulas. Lo principal es cuidar de nosotros, el resto puede esperar. — Dijo Luke.

    — Tenemos que encontrarlos. — Dijo la niña.

    — Charlotte tiene razón. Formamos parte de su grupo, y antes de que vayan a atacar la base buscándonos y no nos encuentren, prefiero gastar mis energías buscándoles yo, para evitar malentendidos. — Dijo Paula.

    — ¿Quién dice que nos van a buscar? Quizá ni siquiera se lo han planteado. — Luke se puso serio. — Quizá prefieran no arriesgar su culo. Seguro que solo Mia hace esfuerzos por buscarnos.

    — ¡Luke, pues piensa en tu mujer! Vas a ser padre, joder, y en vez de buscarla te quejas de que es imposible encontrar al grupo. Por lo menos, tenemos que intentarlo. — Dijo Paula, agotando todos sus recursos para convencer a Luke.

    — Vamos Luke. — Insistió Charlotte.

    — Supongo que tenéis razón. — Se rindió Luke. — Venga, vamos.

    — Sí, vámonos que nos han oído. — Indicó Paula, señalando a dos podridos que salían de la árboleda. — Sigamos el rastro de rueda quemada.

    ...

    El Padre Joe daba la primera misa a la que el grupo acudía. Al acabar, todos se disponían a marcharse cuando Antón frenó a Nathan.

    — Hey, el Padre Joe te quiere ver en su despacho.

    — ¿Para qué? — Preguntó Nathan.

    — Y yo que demonios sé. Anda, ve, no le hagas esperar. — Murmuró Antón, yéndose.

    — Bueno.

    Nathan se separó de los suyos y se dirigió al despacho del cura. Al entrar, el Padre Joe estaba observando por una de las ventanas, que daba al exterior de los muros, a una llanura lejana.

    — Siéntate, hijo. — Murmuró Joe.

    Nathan obedeció.

    — Dígame, ¿qué quiere Padre?

    — Que creas en Dios, Nathan.

    — Eso no se hace de un día para otro. Y además, estoy bien con mis creencias, Padre. Por favor, respéteme. — Dijo Nate.

    — Me temo que no puedo aceptar eso. — Dijo Joe.

    — Pues debería.

    — Insisto.

    — Mire, Padre Joe, le ruego qu...

    — Vamos, Nate, deberías dejar que Dios te acoja en sus brazos. — Dijo Antón, entrando de pronto al despacho.

    Nathan comenzó a sospechar de que algo ocurría y de que algo iba a ocurrirle si no se marchaba.

    — Está bien, lo haré. Pero quiero descansar, después volveré y me reconvertiré en católico, ¿sí? Buen...

    — Me temo, Nathan, que no te puedo dejar marchar. — Dijo Antón, colocando su mano sobre el pecho de este.

    — Apártate, Antón. — Amenazó Nathan.

    — Cierra la boca, no me hagas hacerte daño. — Respondió.

    Nathan se dispuso a empujarlo para poder abrir la puerta cuando de pronto el Padre Joe le golpeó la cabeza repetidas veces con la lámpara del despacho, dejándolo inconsciente.

    — Joder, limpia este desastre y luego te lo llevas a la colina para ejecutar a este impuro. Recuerda, ponte sotana. Que parezcas yo. — Dijo el Padre Joe.

    — Conozco lo que tengo que hacer, Joe. Ya lo hicimos un par de veces, ¿recuerdas? — Murmuró Antón.

    — Es la costumbre. Joder, me da asco ir de cura. Pero bueno, transmito benevolencia y todos se creen mi papel. — Añadió Joe, quitándose su sotana y su alzacuellos.

    — Me desharé de esto y volveré a por nuestro querido Nate. — Dijo Antón, guardando en una bolsa la lámpara ensangrentada.

    Antón salió de la iglesia con la bolsa de basura dirigiéndose hacia los contenedores que la comunidad tenía. En ese momento, Erick se acercó a él mientras tiraba la lámpara.

    — Hey Antón, ¿qué haces?

    — Tiro la basura, ¿y tú?

    — Nada, a ver a Teo. — Dijo Erick.

    — Tú y ese sois muy amigos últimamente. — Indicó Antón, serio.

    — Sí, nos llevamos bien. — Respondió Erick.

    — Okay. Adiós. — Musitó Antón, marchándose de vuelta a la iglesia.

    Erick se había fijado en que su polo tenía varias gotas de sangre salpicadas, por lo que comenzó a pensar mientras se dirigía a ver a Teo. De pronto, un tipo se acercó a verle.

    — Hola Erick, ¿cómo estás? — Preguntó el chico.

    — Oh, genial, ¿y tú?

    — Dando un paseo. Lena ha preparado bizcocho, pásate más tarde y seguro que te dará un trozo.

    — Gracias Marcus, lo haré. — Dijo Erick. — Bueno, haber cuando quedamos y hablamos un poco. Te veo más tarde.

    — Claro, hasta luego. — Dijo Marcus, prosiguiendo su camino.

    Erick llegó a la casa de Teo y el resto. Tocó a la puerta y Mia le abrió.

    — Hola, venía a avisar a Teo. ¿Puedes llamarlo?

    — Claro Erick, no hay problema. Espera aquí. — Dijo Mia.

    — Gracias Mia.

    Tras medio minuto, Teo salió seguido de Matt, cosa que dejó a Erick extrañado.

    — Mira Erick, lo siento. Se lo he contado, pero debes entender que el es el líder de mi grupo y el que nos mantiene juntos, y cómo tal debe saber...

    — Lo supuse. Y lo entiendo. Bueno, pero nosotros tres y ya, no conviene hacerlo saber a toda Tierra Santa. ¿Vale?

    — Claro. — Dijo Matt. — Dinos, ¿qué tienes?

    — No tenía nada hasta hace unos minutos. Antón estaba tirando la basura y tenía salpicadura de sangre en su camiseta. Hoy no ha salido al exterior porque no nos tocaba hacer expedición, por lo que se ha manchado aquí dentro. Además, era claramente reciente. Es muy raro... — Decía Erick.

    — Es extraño, desde luego. — Dijo Teo.

    — Entonces vamos a ver que demonios ha tirado a la basura. — Añadió Matt, seguido de ambos.

    ...

    Nathan despertó en lo que parecía un aserradero. Estaba atado a una silla de metal anclada a la estructura. Intentó soltarse, pero sin éxito.

    De pronto, apareció el Padre Joe vestido normal y Antón, disfrazado de cura. Joe llevaba una pistola en su mano mientras Antón se disponía a soltar a Nathan.

    — Te vamos a llevar a un sitio precioso. Para que mueras en armonía y Dios te acoja en su paraíso. — Dijo Antón.
     
  11. Threadmarks: Parte 4 / Capítulo 6: Liderazgo a prueba
     
    Manuvalk

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    Capítulo 6: Liderazgo a prueba









    Nathan era llevado por Antón y el Padre Joe hacia un lugar que el desconocía. A medida que avanzaba, veía que el lugar en el que estaba era un aserradero, y que lo usaban para cosas macabras y terroríficas. Habían hombres armados allí, descuartizando muertos o desmembrándolos.

    Nathan observaba a su alrededor horrorizado. De pronto, Joe aceleró el paso y habló con un hombre que custodiaba una habitación. Acto seguido, dicho hombre se fue y el Padre Joe abrió la puerta.

    — Mételo. — Ordenó.

    Antón obedeció y empujó con fuerza a Nate. Cerraron la puerta y lo dejaron allí dentro, totalmente oscuro.

    ...

    — ¡Allí! — Señaló Charlotte. — El barrio amurallado. Deben estar ahí.

    — Sí, tienes razón. Venga, no perdamos el tiempo. — Dijo Luke, dirigiéndose hacia aquel refugio.

    El trío caminó unos metros hasta llegar frente la puerta, una reja con tela oscura. El hombre asomó la cabeza intentando vislumbrar algo en el interior, sin éxito.

    — No veo gente. No oigo nada. Es todo muy raro. — Indicó Luke, extrañado. — Quizá está desocupado.

    — No lo creo. — Musitó Paula, buscando una entrada. — ¿Y por donde podemos entrar?

    — Vayamos a rodearla, haber que nos encontramos. — Propuso Luke.

    Los tres comenzaron a caminar pegados a los altos muros del lugar, buscando una abertura o un agujero por el que colarse. Tras rodear el refugio, no encontraron nada. De pronto, Charlotte vio varias personas en las colinas que seguían más allá del lugar.

    — Allí hay gente. — Señaló la niña.

    — ¿Dónde? — Preguntó Paula, buscando a dichas personas. — Oh, es verdad. Allí a lo lejos.

    — ¿Creéis que sean los residentes de este sitio? — Preguntó Luke, dudando.

    — Parece bastante obvio. Y si no lo son, no creo que hayan dejado pasar la oportunidad de estar seguros en este sitio. Salvo que esté invadido. — Dijo Paula.

    — ¿Entonces vamos a preguntar a esas personas? — Preguntó Charlotte.

    — Claro, vamos.

    ...

    Matt, Teo y Erick inspeccionaban el contenedor de basura, buscando lo que Antón había echado ahí. Erick reconoció la bolsa y la sacó. Dentro de ella había una lámpara teñida de sangre. Los tres se miraron bastante preocupados.

    — Está claro que ha golpeado a alguien con esto, pero, ¿por qué? — Dijo Teo.

    — ¿Qué nos importa el por qué? Ese tipo está loco, y hay que pararlo. — Dijo Matt, volviendo a tirar la lámpara a la basura. — Vamos a buscarlo.

    — Vamos. — Añadió Erick. — Miremos en la iglesia.

    En una de las casas, Mia descansaba cuando sonó la puerta. Con lentitud, se levantó y se acercó para abrir. Una chica joven con un trozo de bizcocho se hallaba allí delante.

    — Hola, me llamo Elena, aunque todos me llaman Lena. Soy una de tus vecinas y dado que tú y tu grupo sois recién llegados... me gustaría ofreceros un poco de mi bizcocho recién horneado. Supongo que hace tiempo que no coméis algo así. Así que, si me lo aceptas...

    — Oh, claro que te lo acepto. Y encantada de conocerte, yo soy Mia. Pero ahora mismo no hay nadie en casa salvo yo. Si quieres, puedes visitar también la casa de al lado, están algunos de mi grupo y eso. — Dijo Mia, recogiendo el bizcocho.

    — Lo haré más tarde. En fin, espero que os guste. Ya me dirás. Por cierto, ¿estás embarazada? — Dijo Lena.

    — ¿Tanto se nota? Sí, lo estoy. — Respondió Mia, sonriendo.

    — Enhorabuena, ¿y el padre?

    Mia se deprimió al recordar que Luke no estaba allí.

    — Es una larga historia. Pero, pasa adentro. Así podremos hablar mejor.

    — Muchas gracias por invitarme. — Dijo Lena, entrando al interior del hogar.

    ...

    — Quedaos atrás, yo iré de avanzadilla. Si resulta que no les agrada conocer gente pues bueno, será mejor que me amenacen a mí sólo que a todos juntos. Os avisaré si no hay peligro. — Dijo Luke, mostrando el plan a sus compañeras.

    — Está bien Luke. Tú levanta la mano saludando y lo tomaremos cómo que no hay problema en que vayamos. — Dijo Paula.

    — Ten cuidado. — Murmuró Charlotte.

    — Lo tendré. Nos vemos en un rato, chicas. — Dijo Luke, marchándose hacia aquel aserradero que se encontraba en la colina.

    Luke comenzó a dirigirse hacia las personas que veía cerca del aserradero. A medida que se acercaba, las personas de aquel lugar no le quitaban la vista y Luke veía que dichas personas no iban armadas a simple vista.

    — Quieto ahí, extraño. — Dijo un hombre, que sacó una pistola de la parte de atrás de su pantalón.

    — No quiero problemas. He visto aquel refugio amurallado y me he preguntado si es de ustedes. ¿Es así? — Dijo Luke.

    Aquellos hombres se miraron, dubitativos.

    — Sí, lo es. ¿Por qué preguntas?

    — Porque quiero vivir ahí. Estar a salvo. Tengo dos personas más conmigo.

    — ¿Y donde están?

    — A salvo. Nos estamos conociendo, no voy a poner en peligro a los míos.

    — Lo entiendo, pero no tienes nada que temer de nosotros. Avisaré al que manda y él te llevará a la zona segura. Espera aquí.

    — Está bien, gracias.

    El hombre entró al interior del aserradero, que estaba en pleno funcionamiento. El resto de hombres y mujeres observaban a Luke, que por un momento se sintió penetrado por las miradas. Finalmente, el Padre Joe salió junto al hombre que entró a buscarlo.

    — ¿Cómo te llamas, hijo? — Preguntó Joe.

    — Luke.

    — Acompáñame, Luke. — Indicó Joe. — ¿Dónde están tus compañeros?

    — Compañeras. Ahora vienen. — Dijo Luke, haciendo el gesto del saludo para que Paula y Charlotte saliesen de su escondite.

    Las chicas se juntaron con Luke y Joe, que los guiaba de vuelta a Tierra Santa. Fueron por la parte trasera del refugio y Joe sacó una llave de su bolsillo para abrir una puerta que estaba en el muro. Dicha puerta daba entrada a la iglesia de la comunidad.

    — ¿Qué trabajan en aquel aserradero? — Preguntó Paula.

    — Ahm, pues básicamente es parte de nuestra armería. — Dijo Joe.

    — ¿Y para qué tener toda la maquinaria en funcionamiento? — Preguntó esta vez Luke.

    — La estábamos probando por si necesitáramos usarla para algo en el futuro, pero no la usamos. — Respondió Joe. — Por favor, venid a mi despacho y hablaremos más.

    El trío siguió al Padre Joe a su despacho, sin saber aún que sus compañeros vivían en dicha comunidad. Después de una larga charla con Joe, podrían dirigirse a su casa asignada.

    En casa de Mia, Lena conversaba con ella y escuchaba la historia que la embarazada le contaba, la historia desde que todo había comenzado para ella.

    — ¿Y tú? ¿Cómo llegaste hasta aquí, Lena? — Preguntó Mia, mientras tomaba una tila.

    — Yo y mi hermano Marcus escapamos de la ciudad por los pelos. Vagamos solos durante varias semanas hasta que una pareja nos encontró, casi moribundos. Estuvimos en su casa durante unos meses, pero unos salvajes nos atacaron por nuestras cosas, y murieron. Tras despistarlos, llegamos por el destino hasta aquí. Tierra Santa nos acogió y estamos agradecidos por ello. El resto de tiempo lo llevo viviendo aquí, sin ningún problema con muertos o vivos. — Contaba Lena.

    — Tendré que conocer a tu hermano. — Dijo Mia.

    — Por supuesto, ya te lo presentaré. Bueno, debo irme a casa, tengo tareas que hacer. Cuídate Mia, y nos veremos pronto.

    — Está bien Lena, hasta luego.

    Mia cerró la puerta detrás de Lena. Dejó la tila en la cocina y se dispuso a sentarse, pero la puerta volvió a sonar.

    — ¡Voy! — Exclamo la mujer.

    Mia abrió y se encontró con Luke. Este la abrazó nada más verla y ambos se fundieron en dicho abrazo. Mia comenzó a llorar, emocionada de reencontrarse con su pareja.

    — ¡¿Cómo has llegado aquí?! — Preguntó Mia, asombrada.

    — Tengo que admitir que he tenido un poco de suerte. Una vez aquí, he hablado con el Padre Joe y caminando por la calle me he visto con Iris y Jack, que iban de la mano. ¿Esos están juntos? En fin, me dijeron que esta era tu casa, no sin antes darme la bienvenida. Aunque, quiero hablar con Matt, para saber porqué c*ño no vinieron a por nosotros. — Dijo Luke.

    — No está, pero no creo que tarde en venir. ¿Y los demás? ¿Charlotte? ¿Paula? ¿Mark? ¿Natalia?

    — Natalia murió para dejarnos huir. El hijo de perra de Mark se ha unido a Los Renegados, y nos estará rastreando. Cómo he dicho, tengo mucho de que hablar con Matt. ¿Y tú, cómo estás cariño?

    — Genial de tenerte aquí. He pasado noches en vela pensando en ti y en si estabas bien. Luke Jr tiene que tener a su padre cuando salga de aquí. — Murmuró Mia, señalando la barriga.

    — No me separaré nunca de ti, Mia. Me tendrán que arrancar de ti y de ese niño que crece en ti. — Dijo Luke, volviendo a abrazar a su novia.

    — Todo el grupo está en una de las casas. Vamos con ellos, ¿quieres?

    — Claro, vamos mi vida. — Dijo Mia, saliendo de casa con la cabeza apoyada en el hombro de Luke.

    ...

    — Me sorprende que no vigilen la armería. Por decir, no vigilan ni los muros. Este sitio está jodidamente desprotegido. Me sorprende que no hayan recibido ataques. — Dijo Matt, que salía junto Teo y Erick de coger pistolas en la armería.

    — No habrán recibido ataques porque nadie malvado habrá encontrado este sitio. O no se habrá molestado en atacarlo. — Decía Erick.

    — Dejad de hablar. Estamos llegando a la iglesia. ¿Creéis que Joe esté en el despacho? — Dijo Teo.

    — No lo sé. Y si está ahí, nos encargaremos de que nos de explicaciones. — Dijo Matt, serio.

    Los tres entraron con total normalidad a la iglesia, dirigiéndose al despacho. Erick abrió la puerta y entraron, pero no había nadie. Teo rápidamente vio pequeñas gotas de sangre en el suelo.

    — Fijaos. Aquí fue donde supuestamente Antón atacó a alguien con la lámpara. Hay restos de sangre. — Indicaba.

    — Solo tenemos esto. ¿Y ahora qué? — Dijo Erick.

    — Estamos en un callejón sin salida. Jodidos. — Murmuró Matt.

    De pronto, Antón entró por la puerta que daba al exterior del refugio en dirección al aserradero. Al girarse, vio a Matt y Teo apuntándole y Erick frente él.

    — ¿A quién has golpeado con la lámpara que has tirado a la basura antes? — Preguntó Erick.

    — ¿De que me hablas? — Dijo Antón, fingiendo.

    — No vayas de listo con nosotros. Contéstale. — Dijo Matt, seriamente.

    — A nadie. No he hecho nada. — Respondió Antón, negándose a declarar.

    Antón, Joe te requiere aquí ahora. Tenéis que ocuparos de ese tipo. — Sonó por el walkie de este.

    Antón, Erick, Teo y Matt se miraron sin entender que significaba.

    — ¿De que habla ese? ¿Qué tipo? — Preguntaba Erick.

    — ¿Y dónde está Joe? — Preguntó Matías. — Y contesta a las preguntas de una maldita vez.

    — Está en el aserradero. ¿Por qué preguntáis? — Dijo Antón.

    — Vamos a ir a verlo. — Indicó Teo. — Y tú, vendrás con nosotros.

    ...

    Tras varias horas rastreando las huellas de Luke, Paula y Charlotte, Mark llegó a las puertas de Tierra Santa. Asomó la cabeza y vio a Jack pasear con Iris de la mano. Entonces supo que el grupo vivía en esa comunidad. Sin dudarlo, encendió el walkie e informó a Oliver.

    — Aquí Mark a base, ¿me recibís? — Susurraba.

    Te recibimos, Mark. ¿Qué ocurre? — Dijo un soldado de Los Renegados.

    — Creo que he encontrado a la mayoría de mi grupo que escapó de la base.

    ¿Lo puedes confirmar?

    — Sí, estoy seguro.

    Avisaré a Oliver. Mantente al tanto, contactaremos pronto. Que no te vea nadie. Cambio y corto.

    — Vale. Cambio y corto. — Dijo Mark.

    El ex-militar se escondió en una furgoneta abandonada y mal aparcada, esperando respuesta de Oliver.

    ...

    Matt, Teo y Erick llevaban atado a Antón. Avanzaron hasta llegar a las cercanías del aserradero. Varios hombres custodiaban el establecimiento, por lo que Matt estudiaba una ruta de entrada.

    — No vais a poder entrar sin que os maten. — Dijo Antón.

    — Ya verás como sí. — Dijo Teo.

    — Para cuando entréis, Nathan estará muerto y triturado. — Dijo Antón, esta vez captando la atención de los tres.

    — ¿Cómo que Nathan? — Preguntó Erick.

    — Eres un hijo de p*ta. — Dijo Matt.

    — Tú serás el siguiente, Matías. Todo tu grupo va a ser comida rápida para esos seres caníbales.

    — ¡Cierra el puñetero pico! — Exclamo Matías, golpeando a Antón y dejándolo inconsciente.

    El líder se dolió del brazo, ya que tenía la herida de bala en el hombro y todo el brazo le dolía. Resentido, inspeccionó a este y le quitó el cuchillo que portaba escondido para cedérselo a Erick.

    — Teo y yo entraremos ahí. Tú vigila a este idiota. — Indicó Matías.

    — Pero si está inconsciente. — Replicó Erick.

    — Despertará, y no conviene dejarlo suelto. — Dijo Matías. — Te veremos en un rato.

    Matt y Teo avanzaron sigilosamente hacia la entrada del aserradero. Con pistola en mano, observaban a sus enemigos, que por suerte no eran muchos.

    Apróximadamente unos diez hombres, y cuatro armados se hallaban en el complejo. Matt vio que un guardia salió a inspeccionar la zona.

    Una vez de espaldas, el líder se acercó y lo degolló. Teo se sintió un poco abrumado por la fuerza bruta de Matt, que despejaba el camino derramando mucha sangre.

    Entraron al interior y vieron que unos cuatro estaban desmembrando a infectados, que aún estaban teóricamente vivos y gruñían. Estos se hallaban anclados al suelo o encadenados.

    — Tú ve por la derecha y yo por la izquierda. Van a tener un problema mayor que el que nos hayamos colado aquí. — Dijo Matías.

    — ¿Eso por qué? — Preguntó Teo.

    Matt salió de su cobertura y disparo a las cadenas del muerto encadenado. Todos observaron impactados a Matías, pero no estaban armados para dispararle, y el infectado suelto mordió rápidamente en el cuello al superviviente más cercano.

    Los demás trataban de ayudarlo mientras Matías y Teo continuaban su camino. El resto de guardias armados se acercaron al sitio donde la situación se descontrolaba, por lo que Matías y Teo tenían el camino libre.

    Avanzaron por un pequeño pasillo cuando de pronto comenzaron a escuchar al Padre Joe hablar.

    — ...erás como uno de los resucitados. Y nos servirás para hacer pruebas, serv...

    — ¿De qué mierda habla ese enfermo? — Preguntó Teo.

    — A saber. — Dijo Matt.

    Ambos avanzaron hasta llegar a una pequeña habitación en la que Joe estaba cortándole los dedos a un Nathan que parecía estar muerto.

    — ¡¿Qué mierda?! — Exclamo Teo, impactado por ver a su amigo atado a una silla y siendo mutilado.

    — ¡Las manos en alto, enfermo de mierda! — Exclamo Matt, apuntándole.

    — ¡Impuros! ¡¿Cómo habéis llegado hasta aquí?! — Dijo Joe.

    — Tú amigo Antón se ha delatado, capullo. — Dijo Matías.

    — ¡¿Has matado a Nate?! — Dijo Teo, también con la pistola en la mano y furioso.

    — ¿No es obvio? Dios me ha enviado a este mundo para acabar con aquellos que no creen en él, y Nathan era uno de ellos. Un asqueroso que merecía sufrir hasta la muert...

    Joe cayó al suelo con un agujero en la cabeza. Teo estaba furioso y no aguantó más las palabras del cura. Había matado a Joe, pero Matías no le reprochó nada. Simplemente se acercó a Nathan y le hundió el cuchillo en el cráneo para evitar que se transformase.

    ...

    Matías había reunido a todos los residentes de Tierra Santa en la zona central del barrio amurallado. La gente no entendía que ocurría y esperaba a que Matt comenzara a hablar.

    — No sé si algunos de vosotros eráis conscientes de las barbaridades que Joe y Antón hacían en aquel aserradero. Si sabíais de ello, sois unos idiotas por no haberos opuesto. Joe y Antón junto unos pocos hombres se llevaban a los que no eran católicos y los mataban allí. Experimentaban con los infectados y demás cosas jodidamente asquerosas. Mi amigo y compañero Nathan ha perdido la vida, al igual que Joe, que ha sido asesinado por uno de los míos, pero con total justificación. Eso no nos convierte en asesinos, pero sí en personas que no toleran asesinatos para fines aterradores. Sé que ahora os costará digerir lo sucedido, pero estáis a salvo. Antón y seis hombres y mujeres más han sido metidos en unas celdas improvisadas por colaborar con el plan enfermizo del Padre Joe. Los mantendremos ahí para evitar que hagan más daño. Siento deciros que la gente que vivía aquí y ha desaparecido, habrá sido asesinada por esos bastardos. En fin, dicho todo eso, me ofrezco cómo líder de Tierra Santa. Si hay alguien más que se crea capacitado para liderar este pequeño refugio y conllevar distintas tareas además de tener mano dura con los psicópatas, que de un paso al frente.

    Los treinta supervivientes se quedaron callados frente las palabras de Matías. Algunos residentes se encontraban consternados por las perdidas, otros por enterarse de que el Padre Joe y más gente conllevaba un plan enfermizo sin fin alguno.

    Quizá a nadie le hacía mucha gracia que Matt tomara el mando de Tierra Santa un poco por la fuerza, pero lo consintieron. Al no obtener respuesta, Matías se proclamó líder del refugio.

    — Bueno, pues a partir de ahora todo lo que suceda me será reportado a mi. Cualquier problema, cualquier tema que queráis tratar para mejorar vuestro bienestar o para mejorar el refugio, se hablará conmigo. — Dijo Matías.

    La gente comenzaba a murmurar entre ellos, conversando acerca de lo sucedido. Teo fue tras Matías mientras los demás asimilaban el cambio de poder.

    — Creo que has sonado muy amenazante. Matt, hay que caerle bien a la gente. — Dijo Teo.

    — Conseguiré caerles bien por méritos propios, no fingiendo que soy un líder blando. No voy a hacer una dictadura Teo, pero si voy a hacer que estas personas estén a salvo aquí. Solucionar todos los problemas que otros estúpidos han hecho. Digamos que esto es como poner mi liderazgo a prueba. — Respondió Matías.
     
  12. Threadmarks: Parte 4 / Capítulo 7: Ser un muerto
     
    Manuvalk

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    Capítulo 7: Ser un muerto










    Pasado el mediodía, Tierra Santa aún estaba inquieta tras lo ocurrido en el aserradero y tras la locura del Padre Joe y sus acompañantes. Cinco hombres y dos mujeres además de Antón estaban encerrados en unas celdas separadas e improvisadas que un ex-carcelero tenía en su casa.

    Matías le agradeció que los mantuviera en cautiverio y le dijo que le avisara si presentaban problemas. El nuevo líder comenzaba a asentarse en el lugar y aunque todos no confiaban en un recién llegado al mando, ponían sus pensamientos en otros quehaceres.

    ...

    Mark estaba dentro de una furgoneta, esperando indicaciones de Oliver y Los Renegados. Tras media hora en absoluto silencio, escuchó una voz por walkie.

    Mark, Oliver ha mandado a veinte hombres hacia tu posición. Estará a dos kilómetros de ti muy pronto, reúnete con él y preparad el ataque. — Indicó un Renegado, con seriedad.

    — ¿Viene Oliver? — Preguntó el ex-militar.

    Así es, quiere acabar personalmente con los que escaparon de la base.

    — Está bien, gracias por el aviso. Cambio y corto.

    Buena cacería, cambio y corto.

    Mark salió rápidamente del vehículo abandonado y comenzó a correr en dirección contraria. El sitio era un cruce de calles. No tardó en ver aparecer un camión militar lleno de hombres y con Oliver de copiloto. Este frenó, y el líder junto sus hombres descendieron del vehículo.

    — ¿Están allí? ¿Seguro? — Preguntó Oliver, queriendo estar seguro de que era el objetivo correcto.

    — Segurísimo. Reconocí a una chica de mi grupo paseando tranquilamente con otro. No cabe duda de que viven ahí. — Respondió Mark.

    — Bien, confío en tu palabra. ¡Renegados, preparad las armas! — Ordenó Oliver.

    Los veinte hombres comenzaron a repartirse armas, la mayoría rifles de asalto o escopetas. Oliver sacó la última arma, que resultó ser un lanzacohetes.

    — ¿Qué vas a hacer con eso? — Preguntó Mark, impactado.

    — Voy a hacerle agujeros a su maldita casa. — Respondió el líder de Los Renegados, sonriendo. — Lamentarán haberse entrometido en mi camino.

    — ¿Y cuál es el plan? — Preguntó Mark, sintiendo que era el único que no sabia nada.

    — Vamos a dar a entender de que queremos enterrar el hacha de guerra, pero ni mucho menos será eso. — Dijo Oliver, cogiendo su walkie. — Will, ¿cómo va eso?

    ¡Todo bien, nos están siguiendo! ¡En unos minutos podréis oírlos! — Exclamaba el joven por encima de los gruñidos que se escuchaban.

    — Un momento, ¿a que se refiere?

    — Mark, no seas inepto. Con mi trasto voy a agujerear ese lugar, y por esos agujeros entraremos nosotros y los muertos. Dichos muertos son la horda con la que te encontraste. ¡Es increíble lo útiles que pueden ser los podridos! — Dijo Oliver, dejando a Mark perplejo.

    Efectivamente, tras varios minutos en los que solo se oía el movimiento de las hojas mecidas por el viento, los gruñidos comenzaron a escucharse. Al minuto siguiente, seis Renegados corrían mientras eran seguidos por cuarenta infectados apróximadamente.

    — ¡YA ESTÁN AQUÍ! — Exclamo un soldado.

    — ¡TODO EL MUNDO AL CAMIÓN, AHORA! — Ordenó Oliver, para avanzar hasta Tierra Santa.

    El plan consistía en llegar primero a Tierra Santa, esperar en la entrada y cuando los no muertos llegasen, destruir el lugar para que ellos entrasen. El camión aceleró mientras la gran horda los seguía lentamente pero sin parar.

    ...

    Matías caminaba por la que era su nueva comunidad. La poca gente que se hallaba en la calle lo saludaba con cierta impresión ya que todo el caos ocurrido vino de pronto y nadie se lo esperaba.

    No sabían si mentía o si decía la verdad, pero decidían no decir nada. De pronto se encontró con Erick, que paseaba de la mano de su mujer, Elsa.

    — Hola Matt, quería hablar contigo. Elsa, ¿te importa...? — Dijo Erick.

    — Claro que no, te veo en casa. Adiós Matías. — Dijo Elsa, separándose de su marido.

    — ¿Qué ocurre, Erick? — Preguntó Matías.

    — Quería comentarte algo. ¿Qué planeas con Antón y el resto que has encarcelado? A largo plazo van a representar un problema y lo sabes. He pensado...

    — Los mataremos. No te preocupes. — Dijo Matt, con total sencillez.

    — ¿Qué? ¡No! ¡No hablo de hacer eso! Me refiero a poder reinsertarlos. Tengo fe en ellos, podemos hacerles ver que la causa para la que trabajaban no era la correcta, que pueden volver a ser de los nuestros, ¿entiendes? — Dijo Erick.

    — Lo entiendo, pero no sabes como reaccionarían. Siguen siendo una amenaza. — Respondió Matt.

    — ¿No puedes ni siquiera darles una oportunidad? — Insistía Erick.

    Matías dudaba pero la insistencia de Erick, que creía que podía reconvertirlos en gente normal, le hizo ceder.

    — Está bien. Pero habla con Teo y dile que te ayude, él es psicólogo y...

    De pronto, el sonido de un vehículo en el exterior enmudeció al líder. La gente se quedó sorprendida, pues no esperaban a nadie. De pronto, el vehículo frenó, enmudeciendo la zona.

    — ¡Sé que estáis ahí! — Exclamo Mark. — Vamos Matt, muéstrate y hablemos.

    Matías se silenció por unos segundos, maldiciendo que los hubiesen encontrado. Teo observaba a su amigo, que estaba helado. Erick no sabía quienes eran a pesar de que el grupo le contó sobre Los Renegados.

    — Erick, avisa a toda persona apta para luchar y diles que cojan un arma de la armería. — Dijo Matías, organizándose.

    — Matt, ¿qué hacemos? — Dijo Teo, interviniendo en la conversación.

    — ¡Pero si nadie de aquí sabe luchar, Matías, es un disparate! — Dijo Erick.

    — ¡Es muy probable que haya que luchar! ¡Tú hazlo! — Respondió el líder, tenso. — Teo, avisa a los nuestros de que se preparen y ayuden a prepararse a los demás, yo iré a ver que quiere Mark.

    — Hecho. — Indicó Teo, poniéndose manos a la obra.

    — ¡Erick, ve! — Ordenó Matt.

    Con impotencia, Erick corrió a avisar a toda la gente, que estaba bastante preocupada al ver los movimientos del grupo. Iris y Jack aparecieron con una caja de pistolas y comenzaron a repartirlas, ante el estupor de algunos.

    Shaun iba con Laurie repartiendo munición. Luke le dijo a Mia que no peleara y se quedara en casa, mientras él se armaba. Paula cuidaba de Charlotte en la misma casa en la que permanecería Mia.

    Algunos residentes no querían llevar armas, a pesar de la insistencia de Erick y Teo en que lo hicieran. Erick quería que Elsa estuviese a salvo, pero ella quería defender Tierra Santa llegado el caso de hacerlo.

    — ¡Necesitamos toda la ayuda posible! — Exclamo Elsa.

    — ¡No! ¡No permitiré que lo hagas! ¡No vas a pelear! No quiero perderte. — Decía Erick.

    — Yo tampoco quiero perderte, y tú decides luchar. Somos un matrimonio, en lo bueno y en lo malo. Lucharé a tu lado, Erick. — Dictaminó Elsa, cogiendo un arma frente a su marido.

    Marcus y su hermana Lena también se provenían de munición para sus pistolas. Antón y los presos estaban nerviosos, al ver que nadie iba a decirles nada. De pronto, Teo fue con Shaun a abrirles.

    — ¡¿Qué demonios ocurre fuera?! — Preguntaba Antón, cogido a los barrotes.

    — Ha venido gente peligrosa y está en la entrada. Posiblemente haya que pelear y es por eso por lo que os soltamos. Vais a defender este sitio con nosotros. — Dijo Shaun, abriendo las celdas.

    — Cualquier tontería que hagáis y sufriréis las consecuencias, ¿entendido? — Advirtió Teodoro.

    — Si se trata de defender Tierra Santa, lo haremos. Es nuestro hogar también. — Dijo uno de los presos.

    — Bien, pues salid fuera y coged armas, quizá las necesitéis. — Respondió Teo.

    En la entrada de la comunidad, Matías salió a recibir a Los Renegados. Oliver se puso al frente, y a su lado estaban Mark y Will. Junto a Matías aparecieron Teo y Erick.

    — Nos volvemos a ver, Matías. — Dijo Oliver, con una sonrisa burlona.

    — ¿Por qué no me sorprende que estés con ellos, Mark? — Dijo Matías, haciendo caso omiso a Oliver
    .
    — No culpes a Mark, él se ha unido a Los Renegados y ha hecho lo correcto. Quizá vosotros deberíais rendiros a nosotros y, porque no, uniros. — Dijo Oliver.

    — No nos vamos a rendir y mucho menos unirnos a tu p*ta secta. — Respondió Matías, mirando cara a cara al líder de Los Renegados.

    — ¿A que habéis venido? — Preguntó Erick, callado hasta el momento.

    En ese momento, la gran horda que perseguía el camión de Los Renegados había aparecido, acercándose sin prisa pero sin pausa hacia la comunidad.

    — ¿Necesitas una respuesta ahora? — Dijo Oliver, mientras salian del camión todos los hombres de este.

    — ¡ADENTRO! — Exclamo Matt, cerrando la puerta.

    — ¡TIREN LA REJA ABAJO! — Ordenó Oliver.

    Uno de sus hombres subió al camión y aceleró, traspasando la barrera y entrando en Tierra Santa. Algunos residentes del refugio comenzaron a disparar mientras otros, aterrados, se fueron al interior de sus casas.

    — ¡DISPARAD A TODO LO QUE SE MUEVA! — Exclamo Teo, haciendo la acción que el mismo decía.

    Los Renegados irrumpieron en Tierra Santa seguidos de los infectados, que eran demasiados. Matías y su grupo trataba con uñas y dientes de defender el refugio, pero la cantidad de enemigos fuesen Renegados o podridos, abrumaba.

    Oliver sacó su lanzacohetes y disparó contra la iglesia, haciendo arder el edificio. Le quedaban dos cohetes, y el siguiente lo lanzó hacia su propio camión, establecido en el centro de la calle.

    La explosión fue tal, que hizo arder una casa de cada extremo de la calle además de hacer volar a varios residentes de Tierra Santa y varios muertos que pululaban cerca.

    — ¡Wuuhuu! — Gritó el líder de Los Renegados, lleno de éxtasis.

    Mark disparaba cubierto desde una de las casas, cuando Matías apareció detrás suya y lo cogió del cuello, intentando asfixiarlo. Mark le clavó el codo en el abdómen y acto seguido le propinó un cabezazo con la parte trasera.

    Mientras Tierra Santa ardía y los muertos se adueñaban de ella, Oliver se alejó del lugar, caminando junto su segundo al mando, Will. Uno de los Renegados se lanzó contra Iris, en un intento por violarla. Los gritos de esta alertaron a Jack, que pateó a aquel hombre y comenzó a golpearlo frenéticamente ante el asombro de su nueva novia.

    Shaun disparaba junto Laurie y Luke a los podridos que se acercaban a la casa en la que Mia, Paula y Charlotte estaban. Paula decidió salir a ayudar a sus compañeros, ya que las personas que morían acababan reviviendo y el lugar no dejaba de llenarse de infectados. En el interior de la casa, Mia abrazaba a Charlotte, que parecía tener miedo de lo que ocurría.

    Erick, Marcus, Lena y Elsa se defendían de algunos Renegados que aún quedaban con vida. De pronto, nadie vio a uno de ellos que se acercaba por otro costado, y disparó fríamente a Elsa, que se desplomó en el suelo frente la mirada de su marido, que rápidamente buscó al causante y le vació el resto del balas que le quedaban en el cargador. Sin dudarlo, se acercó al cadáver de su mujer, ya sin vida.

    — No... no... — Susurraba.

    — Dios, Erick, lo siento... — Dijo Lena, lamentándose.

    — Se va a transformar tío, debes...

    — ¡Sé lo que debo hacer, Marcus, no he sobrevivido tanto siendo un estúpido! — Exclamo Erick, dolido.

    Antón estaba rodeado de varios muertos y se le había acabado la munición. Paula lo vio, pero decidió no ayudarle, dolida por la muerte de Nathan. Finalmente, Antón comenzó a ser devorado lentamente y sus gritos llenaban el lugar de ruido, junto el sonido del fuego abrasando las casas y los disparos hacia los podridos.

    Muchos residentes de la comunidad habían perdido la vida en la batalla, y otros habían escapado del lugar al ver tal masacre. Todos los Renegados excepto Oliver y Will, habían muerto, pero Mark aún peleaba con Matías.

    El líder sangraba de la nariz tras haber sido golpeado varias veces seguidas por el ex-militar, que sufría una conmoción debido a que Matt le había propinado un golpe en la cabeza con una lámpara.

    — Cuando te... cuando te conocí... — Dijo Matías, haciendo un esfuerzo por hablar. — ...pensé que estaríamos siempre juntos, codo con codo... y míranos ahora, golpeándonos hasta la muerte...

    — No llegaste a con... conocerme bien, entonces... — Respondió Mark, agitado y respirando fuertemente. — ...has cambiado, Matt, desde... desde que nos conocimos hasta ahora, has cambiado... eres igual que yo, un monstruo...

    — Te equivocas... un monstruo capaz de defender a los suyos, no de venderse al mejor postor... — Volvió a responder Matt. — ...además, ¿no te has dado cuenta? Oliver te ha usado cómo un condón. ¿No ves? Se ha ido, ¡y te ha dejado aquí sólo!

    Mark no respondió y se lanzó sobre Matt, mientras este se cubría de los golpes del ex-militar. De pronto, Matt consiguió cambiar la situación y se levantó, golpeó a Mark en la barriga varias veces seguidas y lo lanzó contra la ventana, apretándole la cara sobre el vidrio roto.

    Un muerto se acercó a este y Mark hacia fuerza para escapar de las manos de Matt, pero el podrido consiguió acercarse y le arrancó una tira de piel al soldado, que soltó un grito desgarrador y pateó a Matt, que cayó al suelo.

    Mark se tocó la cara mientras el infectado trataba de entrar por la ventana rota, y comprobó que había sido ligeramente mordido, y la herida le sangraba.

    Furioso, se lanzó sobre Matt y ambos rodaron por el salón de la casa, cuando de pronto entró alguien en la casa y cuando ambos se dieron cuenta, vieron a Charlotte apuntándoles.

    — ¡Quietos! — Dijo la chica.

    Ambos hombres se levantaron y alzaron las manos.

    — Cha... Charlotte... — Murmuró Matías. — Mátalo...

    — No lo harás, dulce, no lo harás... — Dijo Mark, tratando de disuadir a la niña. — Sabes que el verdadero monstruo, es Matías...

    — Cállate, Mark. El monstruo, eres tú. ¡Tú, mataste a Natalia! ¡Lo vi! ¡LO VI! — Dijo Charlotte, disparando a Mark en el pecho varias veces.

    El soldado se colocó las manos en el torso, mientras caía de rodillas frente la niña y Matt, que respiraba aliviado. Charlotte comenzó a llorar y Matías le quitó la pistola, abrazándola.

    — Vamos, cariño, tenemos que irnos. — Dijo Matías, dolorido.

    — Los demás están en casa de Mia. — Respondió la niña, quitándose las lágrimas.

    — Pues vamos.

    — ¿Cómo? La calle está llena de esas cosas y son muchas...

    De pronto, Mark recobró el sentido, pero esta vez era un muerto viviente. Comenzó a incorporarse, pero no le dio tiempo ya que Matt le clavó un trozo de cristal en la frente.

    — No sé si funcionará, pero no tenemos alternativa. — Dijo Matt, sacándole las tripas al ser que fue Mark. — Antes de conocerte a ti y a tu madre, estaba solo en el edificio en el que trabajaba de portero. Uno de los inquilinos que vivía allí se enfrentó a un infectado en el inicio del caos, y fue salpicado por una gran cantidad de su sangre oscura y coagulada. Se encontró con más seres, pero no le hacían nada porque al parecer, olía a ellos, o bien se parecía a ellos. No le presté importancia porque en ese momento ni yo ni nadie tendría el valor de caminar entre los muertos, pero ahora es distinto. La única forma de salir de aquí es mediante eso, oler a muerto, caminar como un muerto; ser un muerto.
     
  13. Threadmarks: Parte 4 / Capítulo 8: La caída de Los Renegados
     
    Manuvalk

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    Capítulo 8: La caída de Los Renegados











    Mientras el fuego consumía los restos de lo que una vez fue Tierra Santa y los muertos paseaban indemnes por su calle, Matías y Charlotte caminaban entre ellos. Cualquiera que lo hubiese pensado antes hubiese dicho que todo eso era imposible, y quizá suicida, pero contra todo pronóstico, funcionó.

    La sangre de un infectado te ayuda a infiltrarte entre ellos, siendo indetectable para ellos mismos. Charlie estaba abrazada a Matt, que observaba con cierto miedo como aquellos seres pasaban por su lado sin mirarle. Él mismo pensaba que se sentiría mejor una vez saliese de entre la horda.

    — ¡Allí! ¡Entre ellos! — Exclamo Paula.

    El resto del grupo se asomó a las ventanas para ver como Matt y Charlotte conseguían avanzar entre ellos. Tras casi cinco minutos angustiosos para el líder, llegó al porche de la casa de Mia.

    Charlotte entró corriendo a esta y la mayoría la abrazó, temeroso de perderla, pero Matías buscaba una víctima entre la horda desde las escaleras de la entrada.

    — ¡¿Qué hace?! — Dijo Shaun, sorprendido.

    — Creo que sé qué pretende. — Dijo Teo.

    Matías comenzó a caminar hacia un podrido. Cuando vio el momento oportuno, sin llamar mucho la atención, le atravesó la sien con un trozo de cristal de la casa en la que había estado. El muerto se desplomó en el suelo, y algunos de ellos se fijaron por un instante, pero rápidamente continuaron con su andadura.

    — Ven aquí. — Susurró Matías, mientras cogía de los pies a aquel ser.

    El líder arrastraba el cuerpo sin vida de ese hombre y lo entró lo más silenciosamente posible en la vivienda de Mia. Jack cerró la puerta mientras Iris le cogía del brazo, asustada y sin querer separarse de él. Marcus y Lena estaban perplejos al ver a Matt totalmente cubierto por las entrañas de los muertos.

    — ¡¿Por qué mierda metes un cadáver en la casa?! — Exclamo Laurie, con Shaun a su lado.

    — ¿No os dais cuenta? He venido CAMINANDO entre ellos. — Dijo Matt, haciendo ahínco en dicha palabra. — Eso es lo que vais a hacer todos, si queréis salir de este sitio con vida.

    — ¡¿Estás loco?! — Exclamo Lena.

    — ¡Es un suicidio! ¡¿Cómo vamos a salir todos cubiertos de tripas?! ¡Somos demasiados, nos detectarían! — Dijo Marcus, molesto.

    — ¡Entonces ves callado, joder! — Respondió Matías, molesto por la actitud del hombre. — ¿Por qué no en vez de poner excusas, te restriegas sus entrañas, cierras el pico y sales ahí fuera?

    Todo el grupo estaba en silencio, escuchando a Matt.

    — Entonces, ¿qué me decís? O venís conmigo y hacéis lo que os digo, o seréis comida para los muertos. — Añadió el líder.

    — Si la niña ha podido, yo también voy a poder. — Dijo Shaun, que observaba a Laurie con una complicidad que comenzaba a notarse entre ellos.

    — Claro, lo haré. — Dijo Laurie, pegada a Shaun.

    — Es la única salida. — Dijo Teo.

    — Concuerdo con Teo. — Dijo Paula.

    — Yo y Jack te seguimos. — Dijo Iris, posando la cabeza en el hombro de su chico.

    — Yo me encargaré de cuidar a Mia. Lo haremos. Pero, saldremos los últimos, para no obstruir el paso, ya que ella está embarazada e irá lenta. — Dijo Luke, protegiendo a su mujer.

    — Te sigo. Confío en vosotros. — Dijo Erick. — Además, ya nada me retiene aquí.

    Marcus observó a su amigo con asombro.

    — ¡¿De verdad están de acuerdo con este disparate?! — Dijo. — ¡Debe haber otra forma!

    — Adelante, ilústranos. — Murmuró Matt, cansado de oírle hablar.

    — Si vamos por detrás de las casas, en silencio, podremos salir por la puerta de la iglesia que da al exterior. ¡Podemos hacerlo! — Propuso Marcus.

    — ¡Somos doce personas! ¡DOCE! ¡¿En serio crees que no se darán cuenta de nuestra presencia aún yendo por detrás de las viviendas?! — Dijo Matías, harto. — ¡Deja de decir estupideces! ¡O vienes, o te quedas aquí pudriéndote!

    — Hermanito, es la única baza que tenemos para salir de aquí. — Musitó Lena, decaída. — Iremos.

    Marcus hizo una mueca, enfadado por ver que su hermana accedía al plan del líder. Una vez todos dispuestos, Matt, Teo y Erick comenzaron a desmembrar al podrido.

    Cada uno metía sus manos y se echaba encima las tripas, o ayudaban a otros a ponerles en la espalda. Marcus y Jack no pudieron más y ambos vomitaron al unisono.

    — Lo... lo siento, el olor... — Susurró Jack, con las manos en las rodillas. — Dios.

    — Nunca nos acostumbraremos al olor a muertos... — Dijo Iris, ayudando a Jack a recobrar la compostura.

    — Superadlo. Prefiero oler a mierda y sobrevivir a oler a menta y morir devorado. — Dijo Luke.

    — Bien, ¿todos listos? — Dijo Matías, con Charlotte a su lado.

    — Creo que sería buena idea que cada pareja lleve una pistola, por si acaso la cosa se pone fea. — Dijo Erick. — Por precaución.

    Todos estaban cubiertos y listos para salir, además de armados; Matt, Jack, Paula, Teo, Shaun, Lena y Luke. Matías y Charlotte habían superado la primera vez y salieron con más tranquilidad y confianza.

    Jack e Iris fueron la segunda pareja en salir, y a pesar de que Iris estaba asustada, Jack la mantenía detrás suya, protegiéndola.

    Shaun y Laurie fueron los siguientes, avanzando en fila con total seguridad, a pesar de que Shaun deseaba que todo fuera una pesadilla.

    Paula salió junto Erick, y a pesar de que no se conocían casi, no se separaban ni un milímetro.

    Los hermanos Marcus y Lena salieron más asustados que los demás.

    Los penúltimos eran Luke y Mia, y el ex-agente de la ONU avanzaba al paso de su amada, observando su alrededor para protegerla de un posible ataque repentino y Teo era el último realmente, vigilando la retaguardia del grupo.

    El grupo caminaba lentamente entre la multitud y por el momento todo proseguía como debía ser. De pronto, Lena comenzó a temblar, cosa que notó Marcus.

    — Lena, ¿estás bien? — Dijo, susurrando.

    — Sí... tan solo estoy un poco nerviosa... — Respondió la chica.

    — ¡Callaos! — Dijo Matías en un susurro fuerte. — ¡Estáis llamando la atención!

    Varios infectados comenzaron a dudar de que los seres que paseaban entre ellos fueran realmente podridos, y comenzaron a seguirlos sin atacar. Matías aguantó el reproche y prosiguió junto Charlotte, pero Lena comenzó a temblar tanto que la pistola que llevaba incrustada en la parte trasera del pantalón cayó al suelo, alertando con el ruido a todos los muertos que andaban cerca.

    Lena soltó un grito de sorpresa y entonces los infectados se lanzaron sobre ella, arrancándole la piel de los huesos. Matías indicaba con gestos que continuasen caminando sin llamar la atención, pero Marcus recogió la pistola y comenzó a disparar frenéticamente a todos los podridos que estaban comiéndose a su hermana.

    Con la ira de Marcus desatada, la balacera llamó la atención de todo muerto que pululara por Tierra Santa. Todos comenzaron a acercarse a la escena, mientras Marcus golpeaba a todos los podridos que veía y era rápidamente devorado por los demás, que al rodearlo, lo hicieron desaparecer de la vista del resto de supervivientes.

    El grupo no daba crédito a lo que había sucedido, y mientras veían como Lena y Marcus eran devorados, consiguieron llegar fuera, donde no quedaban más infectados por el momento.

    — Joder, eso ha sido tan... — Murmuró Erick.

    — Cruel. — Dijo Teo. — Enfermizo, sobretodo enfermizo.

    — Marcus hizo el idiota. — Dijo Shaun.

    — Estaba en shock, tío. Te recuerdo que cuando tu madre murió, tu disparaste a Nando. — Respondió Jack, a lo que su compañero le lanzó una mirada molesta.

    — Dejad de discutir. — Dijo Paula. — ¿Qué hacemos ahora, Matt?

    — Vamos a ir a la base de Los Renegados. — Dijo él.

    — ¡¿Cómo?! ¡¿Después de esto?! ¡¿Después de que hayan arrasado con este lugar?! — Dijo Mia.

    — Tú, Luke, Charlotte, Iris, Shaun, Laurie y Erick os quedaréis alejados. Los demás, ¿estáis dispuestos a destruir la base de esos malnacidos? — Dijo Matt.

    — Yo voy con vosotros, voy a vengar a Tierra Santa. Soy el único superviviente que queda. — Dijo Erick, firme en su decisión.

    — Teo, ¿te importa quedarte tú con ellos? — Preguntó Matías.

    — Yo lo haré. — Dijo Paula.

    — ¿Seguro? — Preguntó Matt, de nuevo.

    — Sí, tranquilo. — Respondió la mujer. — ¿Donde nos veremos?

    — Quedaos en la gasolinera esa donde Erick nos encontró. Nos veremos allí. — Indicó el líder. — Tengo un plan para acabar definitivamente con Oliver.

    — ¿Cuál es? — Preguntó Charlotte.

    — Vamos a hacer lo mismo que ellos nos han hecho. Usaremos a los muertos en nuestro favor. — Respondió Matías, sonriendo.

    Matías, Teo, Jack y Erick serían los hombres que se infiltrasen en la base de Los Renegados y llevasen la misión a cabo.

    ...

    Oliver se encontraba en su habitación, simplemente pasado el rato. Sentía una tremenda satisfacción por el simple hecho de haber destruido Tierra Santa y de haber acabado con aquel grupo que le estorbó de una vez por todas.

    Mientras pensaba en ello, sonreía sin darse cuenta. La maldad le recorría por dentro, y él la sabía usar. Se estaba haciendo de noche, y el atardecer iba desapareciendo.

    De pronto, comenzó a escuchar disparos provenientes del patio de la base. Varios esclavos también corrían por el lugar, junto soldados. Oliver cogió rápidamente el walkie para pedir información.

    — Will, solicito información. ¿Qué demonios ocurre?

    — ¡Jefe, son demasiados! ¡Algunos están ardiendo, son antorchas humanas! — Exclamaba William.

    — ¡¿De que hablas?! — Gritó Oliver por walkie.

    — ¡SON MUCHOS, OLIVER! ¡MUERTOS! ¡ALGUNOS HOMBRES SE ESTÁN MARCHANDO! ¡HAN TIRADO LAS VALLAS!

    Oliver recogió su pistola y su cuchillo y se aventuró al exterior del edificio. Al salir, el patio estaba totalmente invadido de podridos, y sus hombres hacían lo imposible por contener la irrupción.

    Entre los muertos, Matías, Jack, Teo y Erick observaban la masacre que el plan había generado. Oliver comenzó a defender su refugio disparando contra todos los seres que se acercaban a él.

    Los esclavos escapaban del lugar junto varios Renegados, que daban por perdido el refugio y preferían probar suerte a seguir las ordenes de Oliver.

    El líder de Los Renegados veía como todo se desmoronaba, y de entre los muertos salía una figura que le resultaba familiar.

    — Gracias por la ayuda, chicos. Podéis volver con los demás. Me encargaré de Oliver. — Dijo Matías, despidiéndose de sus compañeros. — Si no vuelvo, continuad sin mí.

    Teo, Jack y Erick observaban atónitos como su líder se marchaba. Oliver vio a Matías aparecer ante él.

    — ¿Vas a matarme cómo has hecho con Mark? — Preguntó el líder de Los Renegados, sonriendo.

    — Tenlo por seguro. — Murmuró Matías, sonriendo también. — He llegado a la conclusión de que no me importa morir si es llevándote conmigo al infierno.

    Ambos líderes se miraban fijamente, y mientras el lugar era invadido completamente por podridos, ellos comenzaron a enfrentarse.

    Oliver se lanzó sobre Matt y lo estampó contra los cristales de un vehículo que tenía allí.

    La cara de Matt comenzó a sangrar debido a pequeños cortes, pero este contraatacó dándole con el codo en la cara a Oliver, que cayó hacia atrás adolorido y sangrando del tabique.

    — Vamos Matt, demuestra que sabes hacer. — Vacilaba Oliver.

    Matías placó a Oliver y una vez este en el suelo, comenzó a golpearlo sin parar. Oliver trataba de frenar los golpes del hombre pero le resultaba costosamente difícil. Varios infectados vieron la pelea y comenzaron a avanzar hacia ellos, ansiosos de carne.

    Oliver cogió una palanca que había bajo el coche y golpeó la cara de Matías, que recibió un gran golpe en la cabeza. Casi inconsciente, Matías trataba de ver bien, pero la vista se le nublaba cada vez más.

    El primer podrido se acercó dispuesto a morder al líder de Los Renegados. Este infectado resultaba ser un soldado de Oliver, transformado, y llevaba con él una granada.

    Matías se levantó conforme pudo, y Oliver mientras acababa con el muerto. Matías volvió a lanzarse sobre él y con la palanca le golpeó la cara repetidas veces, hasta que era prácticamente irreconocible.

    Cuando se dispuso a atacarle para asestarle un golpe final, Oliver mostró, con una sonrisa de triunfador, la granada.

    — La has... cagado, Matt. La has cagado. — Decía Oliver. — Ya que voy a morir, no me importará hacerme explotar y llevarte conmigo al carajo. Adiós, hijo de perra.

    — Jod...

    Oliver activó la granada y la dejo caer a su lado. Matías, atónito, se levantó y comenzó a correr conforme podía, empujando a muertos que se acercaban a él.

    Estaban dentro de un hangar, y la explosión hizo derrumbarse la estructura por completo.

    La caída de Los Renegados era un hecho, pero desde la distancia en la que Teo, Jack y Erick estaban y observaban, no había señales de Matías.
     
  14. Threadmarks: Parte 4 / Capítulo 9: El ejército de Libertalia
     
    Manuvalk

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    Capítulo 9: El ejercito de Libertalia











    Había derrumbamientos por toda la base. Las vallas cedieron ante el grupo de muertos que invadieron el complejo. Teo, Jack y Erick trataban de divisar entre la muchedumbre de podridos a su compañero Matías. Sin embargo, no lo encontraban.

    — Joder, creo que está allí, donde el hangar destruido. — Señaló Jack, preocupado.

    — Tenemos que ir a por él. Por lo menos encontrarlo y salir de dudas. — Dijo Teo.

    — ¿En serio? ¿Te has fijado en la cantidad de infectados que hay? — Indicó Erick.

    — Es un suicidio, de eso no cabe duda. — Dijo Teo. — Pero tenemos que ayudarnos unos a otros. Hay que saber si sigue con vida o si ha muerto bajo esos escombros.

    — Bien. — Murmuró Jack, cogiendo una escopeta de entre dos Renegados muertos. — Hagámoslo ahora antes de que sea tarde.

    ...

    — Una vez regresen, nos iremos. No te preocupes, cielo. — Dijo Paula, abrazando a Charlotte.

    — ¿Nos quedaremos ya en un sitio? Siempre nos acabamos yendo de los sitios. — Murmuraba Charlotte, apenada.

    — Si encontramos otro buen lugar, yo también espero que sea para siempre. O por lo menos, para mucho tiempo. — Respondió Paula, sentada junto la niña.

    Shaun buscaba entre los estantes de la estación de servicio algo para comer, pero sin éxito.

    — Lo único que tiene este sitio es polvo. Joder, ni siquiera hay una barrita de chocolate escondida en la caja registradora. — Decía Shaun, molesto y hambriento.

    — Relájate machote, no te iban a dejar un bizcocho en el mostrador. — Se burló Laurie. — Además, tenemos la comida justa que hemos podido sacar de Tierra Santa antes de que ardiese toda, y hay que racionarla.

    — Sí, lo sé, lo sé... Pero tengo un hambre voraz. Creo que soy un hombre lobo. — Dijo Shaun, haciendo reír a la chica.

    — Ojalá. — Dijo Laurie, sonriendo. — Así podrías acabar con esos monstruos.

    — Sí...

    — Además, con esa barba si que pareces un hombre lobo. — Añadió Laurie, riéndose.

    — Sí claro, pero bien que te gusto con barba, ¿eh? — Dijo Shaun, sacando a relucir su prepotencia.

    Iris se mordía las uñas mientras esperaba que Jack apareciese. Estaba bastante nerviosa y las explosiones que habían escuchado hacía media hora no eran muy alentadoras.

    — Tranquila, volverán sanos y salvos. — La tranquilizaba Mia, acariciándose la barriga. — Creo que me ha dado una patada.

    — Creo que quiere salir. — Murmuró Iris, sonriendo.

    — ¿Estáis bien, chicas? — Preguntó Luke, apareciendo por la parte trasera de la estación. — He de comprobar el perímetro, ¿quién se viene?

    — Ve tú, Shaun. Así te distraes y te olvidas de la comida. — Propuso Laurie.

    — Buena idea. — Respondió Shaun, besando a Laurie. — Tenía que hacerlo.

    — Afeitate eso, hombre lobo. — Dijo Laurie, riéndose de nuevo.

    Shaun sonrió y se acercó a Luke, que salía de la gasolinera. Shaun desenfundó su pistola.

    — ¿Vamos a darle vueltas a la gasolinera cómo idiotas? — Preguntó Shaun.

    — No seas idiota. — Dijo Luke, sujetando su AK47. — El perímetro ya lo he comprobado yo. No hay nadie a dos kilómetros.

    — ¿Entonces que mierda hacemos aquí? — Volvió a preguntar Shaun.

    — Quería hablar contigo. Mira, faltan unas tres horas para que anochezca, y pasar la noche en esta mierda de gasolinera no será buena idea. Simplemente quiero saber si estás de acuerdo en que nos marchemos de aquí antes de que anochezca, con o sin Matt, Teo, Jack y Erick. ¿Qué me dices tío?

    — Que una mierda. Somos un grupo, y o nos vamos todos o no se va nadie. — Respondió Shaun, serio.

    — Eh, no me vengas con esa gilipollez de "ayudarnos entre todos" y "hay que estar unidos" porque tú no tienes a una embarazada a cargo. Tú solo proteges a Laurie por encima del resto, yo protejo a Mia y al hijo que lleva en su vientre. Así que no me jodas. Sin ofender, pero llegado el caso, creo que me iré con Mia. — Dijo Luke.

    — No piensas con claridad, colega. ¿En serio te marcharás sólo con tú chica? Sin el resto, estáis jodidamente desprotegidos. ¿Qué pasaría sí...?

    — ¿Has oído eso? — Dijo Luke, alerta.

    — ¿El qué? — Preguntó Shaun, extrañado.

    — ¡AL SUELO! — Exclamo Luke.

    ...

    Tras estar buscando entre los escombros y pelear contra varios infectados, lograron encontrar a Matías. Estaba totalmente sucio de polvo y con toda la ropa rasgada. Afortunadamente, el hangar no le cayó encima salvo alguna que otra piedra y estaba ileso.

    — ¡¿Cómo estás?! — Dijo Jack, asombrado por verlo vivo.

    — Realmente jodido. — Murmuró Matías.

    — Joder, no sé cómo logras salir de estas situaciones. — Dijo Erick.

    — Créeme, ni yo lo sé. — Respondió el líder.

    — ¿Y Oliver? — Preguntó Teodoro, sin verlo.

    — Soltó una granada, por eso el hangar se fue a tomar por culo. Está muy muerto. — Dijo Matías.

    — Al fin una buena noticia. — Dijo Erick.

    — Vayámonos antes de que todos los muertos nos vean. — Dijo Jack.

    — Vámonos. — Indicó Teo. — Allí hay un jeep.

    ...

    Una lluvia de balas comenzó a pasar por encima de las cabezas de Shaun y Luke.

    — ¡¿Quienes son?! ¡Joder! — Exclamo Shaun, agazapado.

    — Desde luego, no de los nuestros. — Musitó Luke. — Quizá Renegados que han escapado del complejo.

    — Pues vaya, que majos. — Dijo Shaun.

    — Hay que llegar a la estación de servicio. — Indicó Luke. — Los distraeré, tú correrás hacía la gasolinera y desde allí me cubrirás tú a mí. Sin tregua a esos cabrones.

    — Joder, joder, joder... — Susurraba Shaun.

    — ¡AHORA! — Gritó Luke, disparando frenéticamente a la zona de la que provenían los disparos.

    Shaun comenzó a correr hacia la gasolinera, pero antes de conseguir entrar, una bala perdida le dio en la pierna derecha, haciéndolo caer en la puerta. Laurie junto Paula lo arrastraron hacia dentro.

    — ¡ARGH, JODER! — Exclamaba Shaun, siendo atendido por Laurie.

    — ¡¿Qué pasa ahí fuera?! — Dijo Mia, asustada.

    — ¡Alguien nos ha comenzado a disparar! — Respondió Shaun, mientras le hacían un torniquete.

    Luke se hallaba en una mala situación. Por un lado del bosque, varias personas disparaban sin parar y por el otro lado, aparecían infectados atraídos por el sonido.

    De pronto, apareció un jeep. Conducía Teo con Matt de copiloto, mientras que Erick estaba en la parte de atrás con Jack.

    Al ver lo que ocurría, Teo y Erick comenzaron a liquidar a los muertos que se aproximaban a Luke mientras que Jack se subía a la metralleta montada que había en la parte trasera del vehículo.

    — ¡Que suerte que este cacharro tenga semejante arma! — Exclamo Jack, comenzando a ametrallar a los enemigos.

    Al minuto, solo se oía la caída de casquillos de la metralleta montada, y el humo que salía de los cañones. Luke, Teo, Jack, Erick y Matías se acercaron a comprobar quienes eran los que les habían atacado.

    — Sin sorpresas, eran Renegados. — Indicó Teo, señalando los cuerpos. — Unos siete. Debían saber que eramos los que hemos atacado su casa.

    — Vosotros... — Susurró uno de los Renegados, aún vivo.

    — Un momento, yo he visto antes a este tipo. Fue a Tierra Santa con el tal Oliver y después se marchó con él. — Dijo Erick.

    — Recordadme cómo Will, capullos. — Dijo el hombre, mientras sacaba una granada.

    — Oh joder, otra vez no. — Dijo Matías.

    — Una mierda. — Dijo Luke, disparando a Will a tiempo, antes de que soltara la anilla.

    Los cinco hombres se miraron satisfechos. La era de Los Renegados parecía haber acabado. De pronto, comenzaron a escuchar el sonido de varios motores acercándose por la carretera. Todo el grupo se unió mientras divisaban cómo se acercaban tres camiones militares.

    — ¿Son más Renegados? — Preguntó Teo.

    — Esto no puede ser. — Murmuró Matías.

    Los tres camiones frenaron al ver a todo el grupo en la carretera. De pronto, sólo hubo silencio. Acto seguido, salieron unos treinta soldados por camión apuntando a todo el grupo.

    — ¡Quieto todo el mundo!

    — ¡Manos arriba!

    — ¡Tiren las armas!

    El grupo se vio rápidamente rodeado por más de cincuenta soldados del ejército. Del primer camión, bajó un hombre que parecía llevar más galones que el resto de militares.

    — Hagan caso a mis hombres y tiren las armas, por favor. — Dijo aquel hombre de pelo canoso y con muchas medallas en el traje militar.

    — ¿Quién lo ordena? — Preguntó Matías.

    El ejercito de Libertalia, la nueva colonia de supervivientes más grande del mundo. — Dijo el hombre. — No quiero volverlo a repetir; tiren las armas. Están bajo mi custodia. Bajo mi jurisdicción.

    El grupo obedeció a aquel hombre a pesar de no fiarse de su palabra, pero la desventaja era increíble y no someterse produciría una batalla perdida.

    — Disculpad mis modales. Me llamo Henry, y soy el que manda, por si no lo han notado ya.

    — Lo hemos notado, tranquilo. — Respondió Matías, como portavoz de su grupo. — ¿Qué quieres?

    — ¿Han sido ustedes los causantes de semejantes estruendos? Hemos oído mucha explosión, y los ciudadanos se han preocupado. No queremos que tiren petardos en nuestra parte trasera. Responda. — Dijo Henry, con los brazos entrelazados a su espalda.

    — Sí, fuimos nosotros. Un grupo muy grande nos atacó, y nos hemos defendido cómo personas normales. — Dijo Matías.

    — Lo entiendo. Pero, ¿sabes qué? Hablar aquí no es apropiado. Subid al camión, y hablaremos más tranquilamente en nuestro hogar. — Indicó Henry, mientras los soldados se llevaban al grupo a uno de los camiones, en dirección desconocida.
     
  15. Threadmarks: Parte 4 / Capítulo 10 (Final): Elegidos para salvar el mundo
     
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    Capítulo 10 (Final): Elegidos para salvar el mundo












    Dentro del camión, el grupo estaba sentado junto veinticinco soldados más del ejército. Armados con el último modelo de armas y protegidos con cascos y pasamontañas para no ser reconocidos.

    Además, vestían un chaleco antibalas con muchos bolsillos, y donde colgaban una granada. Durante el trayecto hacia Libertalia nadie abrió la boca, intimidado por lo ocurrido. Tras más de media hora angustiosa, el convoy de camiones frenaron en seco.

    — ¡Es el convoy de exploración, abran la puerta! — Exclamo alguien.

    — ¡Vamos, vamos, vamos!

    — ¿Ya hemos llegado? — Preguntó Mia. — Me siento un poco mareada.

    — Tranquila, ya hemos llegado. — Respondió uno de los militares.

    Se escuchaba cómo se arrastraba la puerta de la entrada, que parecía ser metálica. Acto seguido, los camiones volvieron a ponerse en marcha y entraban en la colonia. Estacionaron cerca de la entrada y apagaron el motor.

    Entonces los soldados comenzaron a bajar de dos en dos. El grupo fue el último en salir, y al bajar del vehículo vieron algo que parecía imposible: civilización total.

    Habían parques, policías, niños y un muro de más de siete metros que daba la impresión de ser impenetrable. Por encima de dichos muros, varios soldados patrullaban mirando al exterior.

    La comunidad era tan inmensa que un río caudaloso cruzaba por ella, y con molinos empujados por el agua producían la electricidad del complejo. Había plantaciones de verduras, incluso árboles con fruta.

    Parecía que nada de un apocalípsis había ocurrido dentro de esos muros. Los ciudadanos de Libertalia observaban con asombro al grupo, al igual que el grupo a ellos. El coronel Henry se les acercó.

    — Bienvenidos a Libertalia. Aunque eso no debería decirlo yo. Seguidme, hay alguien que quiere veros.

    El grupo con Matías en cabeza siguieron a Henry, que los llevó a lo que parecía un hotel.

    — Aquí vive Noah, el "alcalde". — Dijo, haciendo ahínco en la palabra alcalde. — El líder de los civiles, por decirlo así.

    — Entiendo. — Dijo Matías.

    — ¿Entramos? — Preguntó Teo.

    — Uno a uno. Primero que pase Matías. — Indicó Henry. — Mis hombres te llevarán a su despacho.

    — Está bien.

    Matías fue guiado por dos soldados hasta la habitación de Noah. Le abrieron la puerta y, una vez dentro, cerraron. Noah era un hombre de no más de cuarenta años, con una barba poblada. Era un poco más grande y alto que Matías.

    — Siéntate, por favor. — Dijo Noah. — Mi nombre es Noah, aunque supongo que Henry ya te lo habrá dicho.

    — Así es. — Dijo Matt. — Me llamo Matías.

    — Un placer, Matías. Cuéntame, ¿tú y los tuyos sois los causantes de las explosiones anteriormente mencionadas por Henry?

    — No somos responsables de todas las explosiones. Nos atacó un grupo de psicópatas y nos defendimos con lo que teníamos a mano. — Argumentó Matías.

    — ¿Cómo puedo asegurarme de que tú grupo no es tan psicópata cómo el que dices que te atacó? — Dijo Noah, acariciándose la barba.

    — Porque si fuésemos así de psicópatas habríamos matado a todos tus soldados cuando se nos aparecieron. Y en lugar de eso, decidimos ir con ellos aún sin saber dónde nos llevaban. ¿Te vale esto? — Dijo Matías.

    Noah le dio la vuelta a su silla y se sentó, mientras asentía con la cabeza repetidas veces.

    — Sí, me vale. — Respondió Noah, moviendo papeles. — Bienvenido a Libertalia, Matías. Ahora cambiaremos de tema.

    Matías se acomodó en su silla y prestó atención al líder de los civiles.

    — Libertalia se fundó en secreto por el gobierno, que en ese momento trabajaba en el virus.

    — ¿Cómo? ¿Entonces el gobierno es el causante de que los muertos vivan? — Preguntó Matías, sorprendido.

    — Sí, digamos que sí. Esos bastardos no se molestaron en pensar en los daños colaterales que podría producir una fuga de Lázaro.

    — ¿Lázaro?

    — Así llamaron al virus los científicos en plan código secreto. Cuando algún soldado hablaba de Lázaro, los civiles no entendían que significaba y no sabían de que hablaban. Es astuto, pero de cobarde. — Dijo Noah. — En fin, cuando el virus se les escapó de las manos, Libertalia ya estaba construida. Se dijo que sería un campamento interno de formación de soldados, cosa que obviamente era mentira. Se basó y se construyó únicamente en la supervivencia de la especie. Un lugar donde crecer y prosperar sin sufrir peligro alguno. Un gran regimiento de militares fueron destinados aquí, junto con personas que fueron evacuadas de sus respectivas ciudades.

    — Entiendo.

    — Matías, aquí hay personas que no han visto un infectado de cerca en su vida. Gracias a Dios, sólo te conviertes en uno de ellos si te muerden, y al estar aquí dentro, no han mordido a ninguno. Estas personas no tienen experiencia en un enfrentamiento contra un muerto. A medida que encontrábamos gente, era más salvaje y brutal. Por suerte, lo comprobamos a tiempo y no entraron en Libertalia, aunque lo intentaron.

    — ¿Y cómo sabéis que mi grupo es de fiar y no son unos salvajes? — Preguntó Matt, curioso.

    — Porque llevábamos controlando la horda que usasteis para atacar el refugio de esos psicópatas unas semanas, y cuando os vimos os seguimos. Lo siento, pero debían saber si erais de fiar. — Indicó Noah. — En fin, Libertalia ha prosperado desde entonces. Pasando del tema, te diré que estamos planificando una ampliación de la comunidad por falta de espacio. Aquí en la colonia somos unas trescientas personas aproximadamente, pero las casas están muy juntas. Le diré a uno de los soldados que os lleve a las casas asignadas. Puede que algunos tengáis que compartir vivienda con otras personas, pero de momento, es lo que tenemos.

    Uno a uno todos los del grupo hablaron con Noah para conocer la historia de Libertalia y saber dónde vivirían. Matías, que se ocupaba de Charlotte, viviría en una casa con una mujer llamada Mina, recientemente separada.

    Teo, Paula, Luke y Mia compartirían otra de las casas. En la tercera casa, los jóvenes Jack, Iris, Laurie y Shaun. En la última, Erick junto con dos desconocidos, Cristóbal y Anna.

    ...

    Matías se dispuso a entrar con Charlotte a la que sería su nuevo hogar. El líder sujetaba una mochila con las pocas pertenencias que tenían, y tras despedirse de los demás de su grupo, que vivirían en otras casas, tocó la puerta.

    — ¿Será esta nuestra casa definitiva? Estoy cansada de cambiar de sitio siempre. — Decía la niña.

    — Espero que sí, Charlie. Esperemos que sí. — Respondió Matías, volviendo a tocar la puerta.

    — Matt, hay timbre. — Dijo Charlotte, tocándolo.

    — Ah joder, no me di cuenta. — Murmuró el líder.

    — ¡Ya voy! ¡Ya voy! — Gritó una voz femenina desde dentro.

    Matías y Charlotte esperaron unos segundos hasta que la puerta se abrió. Una mujer de la edad de Matías abrió la puerta. Vestía con una camiseta de tirantes y llevaba falda. Matías se sorprendió de ver a una chica tan arreglada y bien vestida después de tanto tiempo deambulando por ahí. Nadie articuló palabra.

    — ¿Sois mis nuevos compañeros? — Preguntó la chica.

    — Ahm, esto, sí. Sí, yo y mí... — Matías dudó un momento. — Y mí hija, Charlotte.

    — Hola. — Musitó Charlotte, saludando con la mano.

    — ¡Hola! — Exclamo la mujer, demostrando que le gustaban los niños. — ¡Qué niña tan bonita! ¿Cuantos años tienes? ¿Cómo te llamas?

    — Unos diez. Creo. — Respondió Charlotte, haciendo esfuerzo por acordarse de su edad. — Y me llamo Charlotte.

    — ¡Por favor, pasad! — Indicó la chica. — Me llamo Mina, y espero que nos llevemos bien todos juntos. ¿Quieres comer algo Charlotte?

    — ¡Vale! — Respondió la niña con júbilo, dirigiéndose a la cocina.

    — Ahora que nos hemos quedado solos, dime, ¿qué le ha pasado a su madre? — Preguntó Mina.

    Matías recordó con angustia a Mary, y cuando le dijeron que había muerto. Tragó saliva y observó a Mina, a sus ojos verdes.

    — Murió asesinada. — Murmuró Matt, decaído.

    — Oh Dios, lo siento. — Dijo Mina. — Quizá no debí preguntar...

    — No pasa nada. Lo entiendo. ¿Cómo te llamas?

    — Mina. ¿Y tú?

    — Matías.

    — Bien, Matías. Encantada de conocerte. ¿Vienes del exterior, verdad? — Preguntó Mina, con curiosidad.

    — Así es. No es muy bonito estar ahí fuera. — Respondió Matías, sediento. — Oye Mina, ¿tienes agua?

    — Fresca, en la nevera. — Señaló la chica. — Yo también he venido de fuera, pero hace dos meses.

    — ¿Cómo llegaste hasta aquí? — Preguntó Matías, bebiendo un vaso de agua fresca.

    — Eramos cinco desde que todo comenzó. Se nos sumaron muchas personas mientras otras eran mordidas. Por azar encontramos a un par de soldados que hacían una ruta cerca de la colonia. Nos llevaron hasta aquí. Para cuando eso pasó, solo quedábamos yo y mi marido.

    — ¿Y dónde está tú marido? — Dijo Matías, dejando el vaso en el fregadero.

    — Unas casas más lejos de esta. Me pegaba, y el general Álvaro junto con el alcalde Noah decidieron separarlo de mí, a pesar de que antes estuvo tres semanas en la prisión de aquí. No le dejan acercarse a mí, a pesar de que lo ha intentado. Se llama Cristóbal, y es un hijo de p*ta. — Dijo Mina.

    — Oh, lo siento. Hiciste bien entonces. — Respondió Matías. — Voy a dejar mis cosas en mi habitación y me echaré una siesta, estoy agotado.

    — Lo comprendo, descansa Matías.

    — Puedes llamarme Matt, si quieres. — Indicó Matías, subiendo las escaleras al segundo piso.

    ...

    Luke ayudaba a sentarse a Mia en el sofá, que le costaba hacer el esfuerzo de sentarse y levantarse.

    — ¿Estás bien, cariño? — Preguntó Luke, sentándose enfrente de ella. — Si necesitas algo...

    — No, tranquilo Luke. Estoy bien. — Respondió Mia, acomodándose. — ¿Sabes? Creo que va a nacer muy pronto. Quizá en un mes o así.

    — Aunque no lo parezca, estoy deseando conocerlo. — Respondió Luke, sonriendo. — O conocerla, aún no sabemos que puede ser.

    — ¿Cómo lo llamaremos si es chico? — Preguntó Mia, emocionada. — He pensando en ponerle Luke, cómo tú, pero no sé si querrías.

    — Me gusta, de todas formas no tenía otro en mente. — Dijo Luke. — ¿Y si es chica? Yo he pensando en Melanny, por mi abuela. O en Mia, cómo tú.

    — Me gustan ambos nombres. — Indicó Mia, acariciándose la barriga. — De todas formas, cuando llegue el momento tomaremos la decisión.

    — Claro que sí, amor.

    En el piso de arriba, Teo y Paula dejaban sus cosas y hablaban tranquilamente.

    — Echo de menos a Martín. — Dijo Paula de pronto. — Los tres éramos tan unidos... y ahora no está.

    — Yo también lo echo de menos. Me dolió mucho su muerte.

    — Por lo menos él no debe sufrir ya más. Está en un lugar mejor. — Dijo la mujer.

    — Lo sé. Oye, Paula... — Murmuró Teo.

    — ¿Sí? ¿Qué ocurre?

    — Nunca te lo he dicho, porque no lo veía oportuno... pero a Martín le gustabas. Le gustabas mucho. — Dijo Teodoro, poniéndose serio. — Y a mí también. Pero decidí no decir nada porque pensaba que acabarías con él. Cuando murió, no quise decirte nada porque sentía que lo traicionaría. Pero no puedo callármelo más, y debo decirte que estoy enamorado de ti.

    ...

    Iris y Jack observaban la casa que les había tocado, satisfechos con ella. Esperaban que aquel fuese su hogar definitivo, y poder vivir allí por siempre. Jack se tumbó en el sofá y comenzó a leer una revista que había sobre la mesita. Iris se acercó a él, y se sentó en un sillón que había a su lado.

    — Jack. — Musitó la chica.

    — Dime nena. — Respondió Jack, leyendo.

    — He estado pensando y... ¿sabes? Creo que quiero tener un hijo.

    Jack lanzó la revista por detrás del sofá y se levantó rápidamente, sorprendido.

    — ¿Estás hablando en serio, Iris? — Preguntó, impactado.

    — Sí, muy en serio.

    — No tienes ni veinte años, Iris. Somos aún jóvenes, ¿sabes? ¿Por qué quieres tener un hijo?

    — Porque no sé cuando moriré, y estaba esperando a encontrar un lugar totalmente seguro cómo éste para pensar en algo así. He visto que hay una guardería aquí, con muchos bebés. ¿Por qué no tener uno? Creo que seríamos buenos padres. — Dijo Iris, totalmente seria.

    Jack tragó saliva, sin saber que decir ante la propuesta de su novia. Tras unos segundos que parecían eternos, Jack se sentó y decidió.

    — A mi también me gustaría, cielo. Tengamos un hijo. — Respondió Jack, mientras abrazaba a Iris con euforia.

    En una de las habitaciones, Shaun mantenía relaciones sexuales con Laurie.

    — Ahora que estamos en este refugio, vamos a tener muchos momentos así, hombre lobo. — Decía Laurie.

    — ¿Ah, sí? Creo que me he emocionado. — Respondió Shaun, sonriendo.

    ...

    Erick tocó la puerta de su nueva casa. Llevaba una bolsa con su ropa y demás, mientras esperaba que le abriesen. De pronto, comenzó a escuchar gemidos procedentes del interior. Se asomó por una ventana y vio cómo sus compañeros de casa estaban teniendo sexo.

    — ¿En serio? Esto debe ser una jodida broma. — Se dijo Erick a si mismo. — ¡Eh, abrid joder!

    La pareja vio a Erick y se vistió rápidamente. La mujer fue la primera en abrirle la puerta mientras se tapaba con un albornoz.

    — Hola, me llamo Anna. Lo... lo siento por lo sucedido. — Dijo la mujer.

    — Yo soy Erick. Os diré algo, yo por la noche quiero dormir, así que no me jodáis con vuestros polvos nocturnos, ¿entendido?

    — ¿Vas a decirnos tú lo que debemos hacer, idiota? — Dijo Cristóbal, poniéndose los botones de su camisa.

    — Vigila ese tono tío. Me voy a mi habitación. — Murmuró Erick, dejando a aquella pareja enmudecida.

    Erick subió las escaleras y entró en su habitación. En la cama, había un papel dejado por las autoridades de Libertalia. Sin dudarlo, se acercó a leer.




    REGLAS LIBERTALIA:


    1- No saldrás de la colonia sin un permiso firmado por el alcalde o el comandante.

    2- No traficarás con la comida racionada.

    3- No robarás, atacarás o matarás a nadie de la colonia bajo ningún concepto. Acudirás al alcalde si tienes algún problema con alguien.

    4- Se prohíbe hacer ruido a partir de las 21:00 h.

    5- Es obligatorio acudir al trabajo asignado (o a la escuela en el caso de un niño menor de 14 años). Se necesitará justificante de algún médico profesional si no acudes al trabajo o escuela.

    6- Los delitos cometidos serán castigados con:

    -Tres días en la prisión (leve).
    - Tres semanas en la prisión (medio).
    - Tres meses en la prisión (grave).
    - Destierro (Si después de un delito grave, el delincuente atenta otra vez contra la seguridad de la colonia).


    ...

    A los demás del grupo también les había llegado el papel con las normas de la colonia durante la tarde-noche. En casa de Matías, Charlotte leía un libro mientras Mina hacía la cena y Matt leía el papel. Una vez acabó, lo dejó sobre la mesa y se dispuso a ver a Charlotte cuando alguien tocó la puerta.

    — Matías, ¿puedes ir a abrir? — Dijo Mina desde la cocina.

    — Voy. — Respondió Matt.

    Matías se acercó a la puerta, y abrió con total normalidad. Al otro lado de la puerta, un hombre con el uniforme de general y acompañado por cuatro soldados se presentó.

    — Buenas noches, Matías. Soy el general Álvaro y el hombre al mando del ejército. Necesito que vengas conmigo. — Le indicó el hombre. — Algunos miembros de tú grupo también han sido llamados. No te preocupes, no hay ningún problema.

    — ¿Qué ocurre? ¿Por qué se lo llevan? — Preguntó Mina, apareciendo por detrás de Matías.

    — Tranquila señorita. Es confidencial. Matías, por favor.

    — Está bien, ahora salgo. — Indicó Matt, acercándose a Mina. — Cuida de Charlotte, por favor.

    — Tranquilo, lo haré. Vuelve pronto. — Murmuró Mina.

    Matías accedió y acompañado del general Álvaro y cuatro hombres se dirigió a las instalaciones del ejército. Tras avanzar por varios pasillos, llegaron a lo que parecía la entrada a un sótano. Los cuatro soldados que acompañaban a Álvaro se fueron, y en la entrada se reunió con Teo, Paula, Luke y Shaun.

    — Hey Matt. — Dijo Shaun. — ¿Sabes dónde nos llevan?

    — La verdad es que no. ¿Vosotros sabéis algo? ¿Y los demás? — Preguntó Matías.

    — Tranquilos todos, en un momentos se os explicará el porqué de vuestra presencia aquí. — Dijo Noah, apareciendo ante ellos.

    Los cinco aguardaron a que todo estuviese claro. La puerta directa al sótano se abrió, y un hombre de color con bata salió de ella.

    — Ya pueden pasar, señores. — Indicó.

    Matías, Teo, Paula, Shaun, Luke, Noah y Álvaro siguieron al doctor que había salido. Cerraron la puerta detrás de ellos y bajaron al sótano. Al llegar, comprobaron que no era un sótano, sino un laboratorio científico. El doctor era el único que trabajaba ahí, porque no se veía a ningún ayudante más.

    — Bien, ahora lo entenderán todo. — Dijo Álvaro. — Noah por favor, explícales que hacen aquí.

    — Está bien. — Musitó el alcalde. — Los que estáis aquí es porque habéis sido elegidos para formar parte de una misión secreta y especial. Matías ha sido elegido por su liderazgo y por su experiencia en el exterior. Teodoro porque es su mano derecha, es psicólogo y puede ayudar al equipo de la misión y también por la experiencia en el exterior. Paula por la experiencia en el exterior y porque se formó cómo soldado en el ejército.

    El resto se quedó sorprendido, ya que no sabían que Paula hubiese sido soldado.

    — Shaun ha sido elegido porque tiene el carácter que un equipo necesita, y aporta la garra, además de la experiencia fuera obviamente. Luke por su pasado cómo agente secreto de la ONU y por la experiencia ahí fuera. Cuando hablaron conmigo, les hice un informe y cuando me contaron cómo eran y demás, se lo comuniqué a Álvaro. Vuestros expedientes son bastante buenos para la misión que os vamos a encomendar. Santos os explicará en que se basa dicha misión. — Dijo Noah.

    El científico Santos se acercó a los cinco.

    — Llevo estudiando el virus desde su brote, aquí abajo. Tras todo tipo de pruebas, he dado con la clave. Según mis estimaciones, puedo crear una cura para el virus, si pensamos siendo optimistas. En el peor de los casos, puedo crear un antídoto para el virus, que por desgracia no acabaría con los muertos, pero si con aumentar su número. El problema es que el instrumental está en una isla lejana, dónde está el laboratorio en el que se elaboró el virus Lázaro. — Dijo Santos.

    — La misión es llevar al señor Santos a ese laboratorio, que coja el instrumental científico que necesite y volver aquí, a Libertalia, para que pueda elaborar una cura. — Añadió Álvaro.

    — ¿Y por qué no manda a sus soldados allí? Eso no debería ser problema nuestro. — Respondió Matías, negándose.

    — Cuando hemos dicho "equipo", nos referíamos a ustedes cinco y diez de mis mejores hombres. Un equipo totalmente preparado os escoltará hasta allí y os traerá de vuelta. Si no mandamos sólo a nuestros soldados es porque la mayoría de ellos no conoce el exterior, y caerían cómo moscas ante cualquier amenaza. Los hemos elegido a ustedes porque son supervivientes, y porque son capaces. — Dijo Álvaro, intentando convencerlos.

    — Ahora que llegamos a un lugar seguro, ¿nos sacan de nuevo al exterior para hacer una maldita misión suicida? No sé los demás, pero me niego. — Dijo Teo, serio.

    Álvaro se acercó a Teo con pasos lentos, y se puso cara a cara.

    — Os aviso de que, si no aceptan la misión, nos veremos obligados a dejarlos fuera de Libertalia. Os recuerdo que tenemos espacio justo para las personas. Además, la misión representa esperanza, no tiene nada de suicida, Teo.

    Los cinco se quedaron en silencio. Era una misión arriesgada, pero representaba la esperanza de poder salvar al mundo de aquella plaga que azotaba a los vivos. Además, la amenaza del general Álvaro era clara; los echarían si no aceptaban.

    Tras unos minutos de duda, el grupo decidió aceptar la misión, sin más remedio. Dicha misión comenzaría en un mes, ya que le faltaba planificación.

    Eran los elegidos para salvar el mundo.
     
  16. Threadmarks: Parte 5 / Capítulo 1: Acaba de comenzar
     
    Manuvalk

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    Parte 5



    Capítulo 1: Acaba de comenzar








    Cuando aún faltaban dos semanas para el inicio de la misión, Mia se puso de parto. El hospital de Libertalia tenía todo tipo de instrumental para dar a luz, y por suerte, nació sin problemas. Era chico y le pusieron el nombre de su padre, Luke.

    Teo y Paula habían comenzado una relación y se les veía caminar juntos por todos lados.

    Cuando faltaba una semana para el viaje, Matías y Mina se daban a conocer cómo pareja, y a pesar de que en un principio Mina no quería que su chico se fuese, acabó por comprender que la misión era vital para el futuro de Libertalia.

    Además, su ex marido Cristóbal, parecía odiar a Matías en silencio.

    Iris se quedó embarazada de Jack, cómo habían querido, y eran felices al darse a conocer la noticia.

    Erick y Anna comenzaron también una relación. El grupo era feliz en la colonia, hasta que llegó el día de irse para los elegidos.


    Un mes después...


    Diez de los mejores soldados del ejército de Libertalia acompañarían a Matías, Teo, Paula, Shaun y Luke junto con el científico Santos, al laboratorio asentado en una isla totalmente lejana.

    Con los instrumentos de allí, Santos podría crear una vacuna contra el virus Lázaro. Tras haberse despedido de los suyos, los cinco elegidos además del resto del equipo estaban en una sala de las instalaciones militares en las que Álvaro les repasaba el plan, acompañado del coronel Henry y del alcalde Noah.

    — No quiero distracciones ni paradas absurdas, ¿entendido? — Dijo el general Álvaro. — Vais, cogéis lo que haya que coger y volvéis. Hemos estimado que tardaréis unas dos semanas. Por desgracia las radios que tenemos no llegan lejos, y una vez salgáis por la puerta de Libertalia, estaréis solos. ¿Dudas?

    — Señor, ¿entonces cuál es nuestra misión? — Preguntó el líder de los hombres que acompañarían a Matt y el resto en la misión.

    — Escoltar al científico Santos y a Cristóbal hasta el laboratorio colaborando con los cinco elegidos. — Indicó Henry.

    — ¿Quién es Cristóbal? — Preguntó Luke.

    — Es un historiador. Tomará apuntes de lo ocurrido. Él escribe sobre la historia de Libertalia, y ha hecho una petición de embarcarse en la misión. — Dijo Noah. — Os lo encontraréis fuera, junto el camión que os daremos para marchar.

    — Bueno señores, es la hora. Buena suerte. — Dijo Álvaro, yéndose con Noah. — Seguid a Henry hasta el camión.

    El equipo obedeció y siguió al coronel Henry hasta el camión militar que les proporcionaban. En la parte de atrás había sacos de dormir para todos, armas y comida para dos semanas junto con gasolina para dos semanas.

    — Buena suerte a todos. ¡Marchen! — Dijo Henry, haciendo el saludo militar y alejándose, mientras les abrían la puerta.

    El líder del escuadrón de diez que acompañaría al resto se acercó a Matías, que lideraría el grupo al completo.

    — Matías, ¿verdad? — Dijo, estrechándole la mano. — Soy Zorah, espero que nos llevemos bien.

    — Por supuesto, Zorah. — Respondió Matías. — Teo, tú conduces. ¡Los demás, subid!

    El historiador era Cristóbal, que llegaba con una libreta pequeña y una grabadora. Rápidamente subió en la parte trasera con Luke, Shaun, Paula, Santos, Zorah y los otros nueve soldados.

    La gente les despedía a lo grande mientras el camión conducido por Teo y con Matt de copiloto se marchaba de la colonia. El líder llevaba un mapa con el que había trazado la ruta hasta la costa, y a partir de ahí buscarían la forma de llegar a la isla.

    En la parte trasera, el escuadrón jugaba a las cartas, mientras el resto hablaba entre ellos.

    — Joder, no sé si debí haber accedido a venir. Acabo de tener un hijo, por Dios. — Dijo Luke, triste.

    — Ya es tarde, está aquí. — Le dijo el científico.

    — ¿Sabe disparar? ¿No? ¿Sabe defenderse de un infectado? ¿No, verdad? Pues entonces cierre el maldito pico. — Respondió Luke, molesto. — Es una pena que tengamos que protegerle con nuestra vida.

    Santos se quedó en silencio. Uno de los soldados lanzó las cartas, molesto por haber perdido. Cristóbal no hablaba y se limitaba a escribir en el diario.

    — Luke, verás que muy pronto te reencontrarás con él. Es solo un mes, máximo. — Dijo Paula.

    — Lo que más voy a echar de menos es el sexo con Laurie. — Añadió Shaun, decaído.

    — Estás muy salido, colega. — Murmuró Zorah, separándose de su grupo de soldados y acercándose a ellos. — Yo no echaré nada de menos. Me encanta patear culos.

    El viaje prosiguió con normalidad hasta que cayó la noche. Aparcaron el camión a un lado de la carretera y acamparon al lado de éste. Los soldados dormirían en tiendas de campaña fuera del camión, y el resto en la parte trasera. Shaun hacía guardia sujetando una M4. La noche era fresca y brillaban las estrellas.

    — Anda, ve a dormir Shaun. — Dijo Matt, saliendo del camión. — Haré guardia.

    — Tranquilo tío, estoy bien por el momento. — Respondió el joven, mientras comenzaba a llover.

    — Cómo quieras, te haré compañía. — Dijo Matt, sentándose a su lado. — ¿Nervioso?

    — ¿Por qué debería?

    — Ésta misión es vital para Libertalia. Para nosotros. Incluso para el mundo. — Murmuró Matías. — No creo que haya otra misión así en el mundo.

    — No estoy nervioso, solo preocupado. No me gustaría morir en ésta misión, ¿sabes? — Musitó Shaun.

    — Bueno, pues haz lo posible para que no suceda.

    ...

    El Sol comenzaba a salir a primera hora de la mañana, y el escuadrón liderado por Zorah ya recogía sus tiendas de campaña para subir al camión. Teo se volvió a colocar de conductor y Matías se sentó a su lado de nuevo. El resto, subió a la parte trasera, mientras el vehículo se ponía en marcha.

    — Eh, ¿qué escribes ahí? — Le preguntó Zorah a Cristóbal.

    — Lo que hemos hecho este primer día. Escribo lo que ocurre, básicamente. Esto será historia del futuro. — Indicó Cristóbal, señalando su diario.

    Zorah asintió con sarcasmo mientras Cristóbal continuaba escribiendo.

    Luke observaba una foto que se había llevado antes de marchar, en la que salían las personas por las que accedió a la misión: Mia y Luke Jr. Su mujer posaba con su hijo en brazos, sonriendo. Luke recordó cuando una semana antes de marcharse, tomó una cámara e hizo la foto. La llevaba siempre con él, en uno de los bolsillos de su pantalón.

    Shaun por el contrario, hacía rodar en su muñeca una pulsera que Laurie le había dado la noche antes de irse.

    — Para que te de suerte. — Le dijo, sentada en el culo de la cama.

    La observaba con nostalgia, y a pesar de que su relación se basaba en tener sexo, él realmente la quería. Y ella también a él.

    Paula simplemente imaginaba cómo sería el mundo después de hayar una cura o antídoto.

    Pensaba en la normalidad que había antes; gente preocupada por llegar tarde al trabajo, niños corriendo para entrar en el colegio, ver las últimas películas que habían salido, comer helado en verano, tazones de leche caliente en invierno... Un sinfín de cosas que de meterlas en una lista, no cabrían todas. Las palabras de uno de los soldados la devolvieron a la realidad.

    — Tenemos un problema. — Indicó el soldado, señalando que los seguía una gran horda de infectados.

    — Son muchos. — Dijo otro.

    — No nos molestan, les llevamos ventaja y vamos en un camión. — Respondió Zorah, serio.

    De pronto el camión paró en seco. Santos observaba extrañado la situación. Sus gafas estaban mojadas debido al sudor que generaba su frente. Zorah golpeó la parte delantera que daba a la zona del conductor.

    — ¡Eh! ¿Qué ocurre? ¿Por qué paráis?

    — ¡Tenemos una horda de esos seres justo delante de nosotros! — Exclamo Teo.

    — ¡¿Qué hay por detrás?! — Dijo Matías.

    — ¡Otra p*ta horda de cojones! — Dijo Zorah. — ¿No hay giros hacía algún lado?

    — ¡Veo un desvío por la derecha! ¡Me pondré a ello! — Respondió Teo, arrancando el motor.

    Teo le dio al contacto y se dispuso a avanzar. Apretó el acelerador, pero las ruedas no respondían. Matías miró a Teo nervioso.

    — Joder, joder, joder. Mierda. — Murmuró Teo, golpeando el volante.

    — ¿Qué ocurre? ¿Por qué no avanzas? — Preguntó Matías. — Si no avanzamos ahora la horda se nos echará encima.

    — ¡¿Arrancáis el maldito camión o qué?! ¡Se están acercando! — Exclamo Cristóbal.

    — ¡Nos hemos quedado atrapados en el barro, joder! ¡No avanza! — Indicó Teo, poniendo todo su esfuerzo en sacar al camión del barro.

    — Tiene razón señor, el camino está embarrado. — Dijo uno de los soldados, viendo el camino.

    — ¡Salid del camión, ahora! — Exclamo Zorah, repartiendo las armas. — ¡Alejad a esas cosas de aquí, vamos!

    — Teo, quédate intentando sacar al camión de aquí. Iré a ayudar a los demás. — Indicó Matías, saliendo de su asiento.

    Los nueve soldados que formaban el escuadrón de Zorah salieron de la parte trasera. Cinco de ellos disparaban hacía la horda que venía por detrás, mientras que cuatro más junto con Matías despejaban la zona de delante.

    Zorah, Paula, Luke y Shaun trataban de darle tracción al camión para sacarlo del hueco en el que estaban sus ruedas. Cristóbal y Santos se limitaban a observar la escena.

    El científico estaba totalmente aterrado y abrumado ante tales hordas que los asediaban, mientras que Cristóbal escribía en su diario asombrado al ver tantos muertos juntos.

    — ¡Daos prisa, nos quedamos sin munición! — Exclamo Matías en la zona delantera.

    — ¡Eh, Cristóbal, Santos, moved el maldito culo y repartid munición a los grupos! — Ordenó Zorah.

    Ambos accedieron y subieron a la parte trasera del camión. Santos cogió munición seguido de Cristóbal, que también cogió el lanzacohetes.

    — ¡¿Esto servirá?! — Dijo Cristóbal, gritando por encima de los gruñidos y disparos que se oían.

    — ¡Dámelo! — Dijo Zorah, yendo a la zona trasera donde más podridos había. — ¡Santos, ayuda a dar tracción a las ruedas! ¡Cristo, dale munición al grupo de Matías, ya!

    Cristóbal recogió munición y se acercó a Matías. El líder cogió rápidamente la munición y la repartió entre los cuatro soldados que luchaban con él. Cristóbal recordó que Matías era ahora el novio de su ex mujer Mina, y comenzó a despreciarlo.

    — ¡Dame más munición! — Exclamo Matías.

    — Ven a por ella. — Dijo Cristóbal.

    De pronto, Zorah disparó el lanzacohetes y parte de la horda salió disparada por el aire. Otros se levantaron del suelo tras la onda expansiva e iban quemándose por el fuego mientras avanzaban.

    Inevitablemente se acercaron al grupo de Zorah y uno de los soldados fue rodeado. Ante tal situación y presa del pánico, el soldado decidió suicidarse soltando su granada.

    — ¡¿Que hac...?!

    La explosión hizo retroceder al grupo al igual que a los muertos. Tal escándalo comenzó a llamar la atención de más infectados, que poco a poco rodeaban el camión.

    — ¡Esta mierda no arranca! — Exclamaba Teo.

    — ¡Las ruedas están demasiado hundidas en el barro! ¡No hay forma de darles tracción! — Indicó Luke.

    — ¡Retroceded! — Ordenó Zorah, reservando los dos disparos restantes del lanzacohetes.

    — ¡Dame la p*ta munición! — Exclamo Matías, cogiendo por el cuello de la camisa a Cristóbal.

    — ¡Cógela! — Respondió el historiador, dejando caer las balas en el suelo fangoso.

    — ¡¿Eres idiota?! — Gritó Matías, mientras se agachaba a por las balas.

    Sin previo aviso y mientras todos peleaban cuerpo a cuerpo con los muertos, Cristóbal empujó a Matías hacia uno de los podridos que habían conseguido superar la línea defensiva formada por los pocos soldados que eran.

    Mientras Matías enfrentaba al infectado, Cristóbal ayudaba al grupo de Zorah a repeler a los demás muertos, disparando su arma.

    — Oh, mierda. — Murmuraba Matt mientras sujetaba con fuerza al muerto.

    El líder esquivaba los mordiscos que el infectado lanzaba al aire, pero a Matías le resbalaban las manos debido a habérselas ensuciado de barro mientras cogía las balas del suelo. A punto de ser mordido, una bala atravesó el cráneo de aquel ser. El líder se giró y comprobó que Shaun lo había salvado.

    Matt lanzó el cadáver y comenzó a defender al resto, mientras observaba con rencor a Cristóbal. Tras un buen rato consiguieron acabar con ellos y darle tracción al camión con piedras y camisetas.

    El vehículo se puso en marcha pero esta vez Teo decidió no conducir y en su lugar lo hacía Luke, que veía con un comportamiento extraño a Matías.

    — ¿Qué te ocurre? Tienes una mirada seria. — Dijo Luke.

    — No me ocurre nada, Luke. No te preocupes. — Musitó Matt.

    Una vez llegó la noche, el grupo paró frente una mansión rodeada de bosque. Al día siguiente llegarían a una ciudad y querían prepararse para no sufrir un ataque cómo el de ese día.

    Tras comprobar que estaban solos en la mansión, Zorah y Matías se reunieron mientras el resto dormía. Ellos dos tomaban las decisiones y estaban al mando en la misión. Se encontraban en la cocina, con las puertas cerradas.

    — Creo que deberíamos tener las armas cerca a partir de ahora. Llevarlas encima. — Dijo Zorah, bajo la luz de una vela que le hacía tener un aspecto tenebroso. — Así evitaríamos estar desprevenidos ante un ataque de cualquier tipo.

    — No creo que sea lo correcto. — Musitó Matt, pensando en que Cristóbal podría atacarle, ya que comprendió enseguida que se trataba sobre Mina el comportamiento del historiador.

    — ¡Uno de mis hombres ha muerto hoy! ¡¿Sabes por qué?! ¡Porque no llevaba un arma encima salvo una granada sujeta a su chaleco! — Exclamo Zorah, molesto.

    Matías se quedó pensativo. Zorah tenía razón, la misión era tan importante que cuantas menos bajas hubiesen, mejor.

    — Está bien, llevaremos armas. Pero no todos. — Dijo Matías, observando por la ventana la oscuridad total del exterior.

    — ¿Cómo que no todos? — Preguntó Zorah.

    — Cristóbal no llevará nada. — Respondió Matías. — Y hay que enseñarle a Santos a manejar una antes de darle cualquier arma. A pesar de que hay que defenderlo con nuestras vidas porque sólo el sabe los instrumentos necesarios para fabricar la cura, si sabe disparar mejor.

    — Lo veo justo pero, ¿por qué Cristóbal no? — Preguntó Zorah, curioso.

    Matías se quedó en silencio, lo que Zorah interpretó cómo que no hablaría del tema. Sin decir nada, se marchó de la cocina.

    ...

    Al día siguiente el grupo se puso en marcha dejando la mansión y siguiendo la ruta marcada. Todos permanecían en silencio durante el trayecto mientras en el horizonte se veía la ciudad por la que deberían cruzar para seguir su camino.

    Luke conducía sin prisa pero sin pausa para no caer en un lugar embarrado, a pesar de que ahora iban por carretera.

    — Le queda medio deposito de gasolina. — Señaló Luke, viendo el contador.

    — Llenaremos el deposito antes de entrar en la ciudad. — Dijo Matías, mirando al frente.

    El camión avanzaba por una carretera que cruzaba una montaña y que descendía hasta la ciudad. Luke observaba la montaña que tenía a la izquierda mientras avanzaba con el vehículo, cuando de pronto vio a alguien observarles con binoculares.

    Rápidamente aquella persona se escondió, sorprendiendo a Luke, que no sabía si había sido fruto de su imaginación. Al tener dudas, decidió no decirle nada a Matías, ya que no era algo claro y concluyente.

    ...

    — Tenemos una nueva presa. Está bajando. — Dijo la mujer que portaba los binoculares, hablando por walkie desde la colina por la que vigilaba.

    Perfecto. — Respondió una voz masculina. — Pondré el protocolo en marcha.

    ...

    El grupo proseguía su camino hasta que llegó a la entrada de la ciudad. Vehículos oxidados llenaban las amplias calles, antes cargadas de bullicio. Los pájaros campaban a sus anchas, y la ciudad parecía fantasma. Mientras avanzaban, se sorprendían de que ningún muerto apareciese de algún rincón o callejón.

    — Esto es muy raro. — Musitó Matías, observando a su alrededor.

    — A mi tampoco me gusta este silencio. — Respondió Luke.

    — No pares el motor y ves despacio. Si ves algo raro, pisa el acelerador. — Ordenó Matt.

    El grupo siguió avanzando hasta que no pudo ir hacia delante, ya que la carretera estaba bloqueada por vehículos. Por la izquierda tampoco podían ir, ya que parte de un edificio se había derrumbado, llenando de escombros el camino.

    Solo quedaba ir por la derecha, y no tuvieron más remedio. Avanzando por el camino de la derecha, Matías vio que una silueta saltaba por encima de una casa hasta el edificio de al lado.

    — ¿Has visto eso? — Dijo Matías.

    — ¿El qué? — Preguntó Luke.

    — Alguien ha saltado de una casa a otra. — Respondió el líder, preocupado. — Alguien nos vigilan. Vámonos de aquí.

    — Yo he visto a una persona encima de una colina, observándonos con binoculares. No lo he comentado porque pensaba que eran imaginaciones mías. — Se sinceró Luke, mientras avanzaba.

    — Alguien nos observa, es evidente. Pisa el acelerador. — Ordenó Matt.

    — ¿Te has fijado? Siempre hay tres caminos a elegir y solo uno disponible. Nos están llevando dónde quieren. — Dijo Luke.

    — Vamos directos hacia una trampa. — Dijo Matías. — ¡Teo, despiértalos a todos ahí detrás!

    — ¡¿Qué ocurre?!

    — ¡Tú hazlo!

    — ¡¿Qué mierda es eso?! — Exclamo Luke, frenando en seco al ver una cadena con muertos atados que impedía continuar hacia delante.

    — ¡Da marcha atrás! ¡Vámonos de esta jodida ciudad! — Dijo Matt.

    Cuando se disponían a ir marcha atrás, un grupo de veinte personas apareció apuntando al camión con lanzas y arcos.

    — ¡Para el camión! — Ordenó un hombre de estatura media, que llevaba una chaqueta de cuero y un collar con orejas humanas. — No quieras desobedecerme.

    — Que se vaya a la mierda. ¡Atropéllalos! — Exclamo Matías a Luke, que comenzó a acelerar marcha atrás.

    — ¡Soltad a los dos grupos, ahora! — Ordenó aquel hombre, mientras se apartaban para no ser arrollados.

    Aquel grupo lanzó sus lanzas y flechas contra el camión, sin éxito alguno de herir a alguien. Luke comenzó a acelerar hacia delante cuando de pronto una horda igual de grande que la anterior a la que se habían enfrentado salió por delante de la carretera.

    Al observar detrás, otra horda salió de un callejón. Entonces Luke no tuvo más remedio que volver a la calle en la que les habían tendido una emboscada.

    — ¡No tenéis salida! ¡Seguid hacía delante! — Ordenó aquel chico.

    — Mierda. — Susurró Luke.

    — Obedécele, no hay otra alternativa. — Dijo Matías.

    — ¡¿Qué mierda ocurre ahí fuera Matt?! — Exclamo Zorah, molesto.

    — ¡Ocurre que estamos jodidos, Zorah! — Dijo Matías, mientras Luke conducía dónde personas que estaban por las calles les indicaban.

    El camión fue guiado hasta la entrada a un gran taller mecánico. La gente entró detrás de ellos y rápidamente se cerraron las puertas. Hombres y mujeres vestidos con ropa demacrada les indicaron que debían salir con las manos en alto.

    El grupo accedió a regañadientes y salieron. Aquel hombre de la chaqueta de cuero rasgada y vieja les ordenó a los suyos que mantuvieran las lanzas en alto.

    — Esos dos grupos de muertos nos han ayudado mucho a capturar a supervivientes idiotas cómo vosotros. — Dijo. — Ahora los regresaremos a sus almacenes. — Añadió, mientras se comenzaba a oír una canción de rock para llamar la atención de los infectados. — ¿Veis?

    — ¡¿Qué mierda quieres de nosotros, capullo?! — Dijo Zorah, furioso por comprometer la misión.

    — Quiero lo que es vuestro. Quiero el camión, las armas que tenéis, la ropa, la comida... Todo. — Dijo aquel hombre.

    — ¿Nos dejarás marchar luego? — Preguntó Santos, asustado. — Tenemos una misión que cumplir.

    — ¡Cállate imbécil! — Exclamo Luke.

    — Joder. — Musitó Teo.

    — Subnormal. — Susurró Zorah.

    El líder de aquellas personas que parecían salvajes se quedó sorprendido.

    — ¿Dejaros marchar a cumplir una misión? ¿Para que volváis a por vuestras cosas? Eso no va a ocurrir. — Respondió. — Además, ¿de que trata la misión?

    — Santos, cierra la boca. — Ordenó Matías.

    — Bueno, si no habláis ahora, lo haréis más tarde. — Murmuró el tipo. — Oh, se me olvidaba: me llamo Dominic. Y si pensáis que vais a salir de esta ciudad con vida, estáis muy equivocados. Vuestra peor pesadilla tan solo acaba de comenzar.
     
  17. Threadmarks: Parte 5 / Capítulo 2: Daños colaterales
     
    Manuvalk

    Manuvalk el ahora es efímero

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    Capítulo 2: Daños colaterales










    Hacía unos tres días que Matías y el resto se marcharon de Libertalia para cumplir la misión que se les había otorgado. La colonia esperaba impaciente el regreso de los suyos, a pesar de que aún quedaban días hasta que pudiesen volver.

    Lo que no sabían, es que el grupo estaba secuestrado por unos salvajes y en serios problemas. Por lo tanto, desconocían que la misión se había parado en seco. Erick había comenzado su trabajo cómo mano derecha del líder de los ciudadanos, Noah.

    — Erick, ¿podrías hacerme el favor de repartir estos papeles por la calle A? Ya sabes, la calle más cercana a la salida. — Indicó el alcalde, separando papeles en su escritorio.

    — Claro. — Respondió Erick.

    El trabajo que le habían asignado no es que le gustara mucho, pero ya que estaban obligados a tener uno, ese era el más sencillo. Cumplir los deseos de Noah no era mucho problema, ya que no pedía más allá de traerle el café o repartir boletos de información en las viviendas. Mientras hacía su trabajo, no podía dejar de pensar en su nueva pareja, Anna.

    La primera impresión que tuvo de Anna fue que era una prostituta, ya que la vio manteniendo relaciones con Cristóbal. Pero a medida que se gestaba la misión, Erick y ella se hicieron muy cercanos. Hasta tal punto de que ahora estaban juntos. A pesar de ello, también se acordaba de la que fue su mujer muchos años y que perdió la vida en Tierra Santa, Elsa.

    La echaba de menos, pero tenía que asumir su perdida. Mina era profesora en la escuela, y se llevaba con ella a Charlotte. La niña hizo amigas en su escuela y Mina la dejaba salir con ellas siempre y cuando fuera en casa de alguna. Por el contrario, Mia aún no podía ejercer su trabajo de médico, ya que estaba de baja por maternidad.

    Luke Jr lloraba mucho, y a veces Iris tenía que ayudar a Mia con su hijo, para practicar cuando ella tuviese el suyo. Ambas mujeres veían la maternidad cómo algo grande para ellas, pero con practica lograrían educar a sus hijos. Jack pasaba algunas noches trabajando ya que su profesión era la de policía. Patrullar las calles que estaban totalmente desiertas no era una gran tarea, pero a veces debía parar una disputa entre borrachos.

    Iris trabajaba de niñera y normalmente cuidaba a Luke Jr, ya que siendo nueva, nadie aún había pedido sus servicios. Laurie se pasaba las horas muertas preocupada por Shaun, y ejercía la profesión de cultivadora. El huerto era llevado por más personas, pero Laurie decidió que cultivar hortalizas la haría sentir mejor.

    Anna trabajaba de señora de la limpieza en el edificio militar hasta altas horas de la noche. El general Álvaro se encontraba en el edificio militar, simplemente observando como los planes prosperaban. Era casi medianoche cuando alguien tocó la puerta de su despacho.

    — Adelante. — Dijo, dándole un sorbo al café.

    El coronel Henry entró al despacho de su general. Álvaro se giró para recibirlo.

    — ¿Qué quieres, Henry? — Preguntó el general.

    — Quiero que pares los experimentos, Álvaro. Vas a hacer que ocurra algo. — Dijo Henry, con total seriedad.

    Anna limpiaba el pasillo en el que se encontraba el despacho de Álvaro. Todos se habían ido a dormir excepto el general. A medida que se acercaba, se comenzaba a oír una disputa subida de tono.

    — No voy a parar los experimentos. ¡Necesitamos saber más sobre el virus! — Dijo Álvaro.

    — ¡Ninguno de los soldados es científico! ¡Un curso rápido de química y biología no los va a convertir en expertos en virus y bacterias, joder! — Respondió Henry, molesto. — Además, no tienes ni idea de investigación sobre parásitos.

    — Santos me dio indicaciones antes de marchar. — Dijo el general. — Y tú no eres quién para reprochar mis acciones. ¡Yo soy tú p*to general!

    Anna se encontraba al lado del despacho, que tenía la puerta abierta.

    — ¡Váyase al infierno, señor! — Exclamo Henry. — Voy a parar esas barbaridades te guste o no. — Añadió, dispuesto a marcharse.

    — No me dejas otra opción. — Susurró Álvaro, sacando una navaja del cajón de su escritorio y levantándose de su silla.

    Henry le dio la espalda a su general, que rápidamente lo cogió por el cuello y lo arrastró hasta el interior del despacho.

    — Siento que esto tenga que acabar así. — Murmuró, antes de hundirle la navaja en el abdomen repetidas veces.

    Henry cayó al piso sin poder pedir ayuda. Perdía sangre rápidamente, y sabía que no tenía más de de dos minutos de vida. Intentó desenfundar su pistola, pero Álvaro se la quitó con total tranquilidad.

    — Déjate llevar, Henry. — Musitó, mientras el coronel perdía la vida.

    Álvaro comenzó a arrastrar el cadáver del coronel, y cuando salió al pasillo se encontró con Anna, que observó atónita la escena. Álvaro rápidamente dejó caer el cuerpo y le apuntó a la limpiadora con su arma.

    — Sígueme, y limpia el rastro de sangre, ¿entendido? O te mataré. No te aviso dos veces. — Dijo Álvaro.

    Anna no articuló palabra y se limitó a limpiar la sangre que Henry soltaba. Álvaro bajó hasta el primer piso seguido de Anna, que dejaba impecable todo el camino. El general se acercó a una puerta que tenía contraseña de dígitos.

    — Eh, suelta la fregona y pulsa el asterisco seguido de 1572 para abrir la puerta. Luego me sigues, limpiándolo todo. Vamos.

    Anna obedeció y puso los dígitos nombrados. Rápidamente la puerta se abrió y Álvaro prosiguió con el cadáver de Henry. Anna seguía limpiando y entró detrás de él. La puerta se cerró a su espalda y el general dejó caer a Henry.

    Anna observó aquel escondite en el edificio militar; un gran laboratorio. Lo que más asustó a Anna fue ver cantidad de cadáveres atados a mesas, y lo propio hicieron con Henry. Allí trabajaban varios soldados que hacían de científicos e inyectaban líquidos extraños a los muertos que había allí.

    — ¿Qué hace, señor? Ella no puede estar aquí. — Dijo una mujer soldado que llevaba una bata.

    — Ella no se va a ir de aquí. De hecho, nos va a ser muy útil. — Respondió Álvaro, disparando a Anna en el corazón y matándola al acto.

    ...

    Erick salió de casa notablemente preocupado. Su novia no había llegado a casa y ya eran las cinco de la madrugada. Esperó sentado en el porche a que Jack pasara por la calle, ya que su compañero hacía el turno de noche. A los quince minutos, Jack aparecía doblando la esquina, caminando tranquilamente.

    — ¡Jack! — Exclamo Erick, poniéndose de pie. — Necesito que hablemos.

    — La verdad es que ahora no es buen momento. Tengo qu...

    — Jack, por favor. Es urgente.

    — Bueno bueno, entonces entremos en tú casa y hablemos tranquilamente. — Propuso Jack.

    Ambos entraron en casa y se sentaron en el salón. Jack veía a su amigo bastante preocupado.

    — Cuéntame, ¿qué ha pasado? ¿Por qué estás así? — Preguntó Jack, dispuesto a escuchar a su amigo.

    Erick se acomodó a pesar de estar nervioso.

    — Anna, termina su turno a la una de la noche. Llevo esperándola desde entonces y no ha llegado. Jack, son las cinco joder.

    — Te entiendo pero, ¿en que se supone que puedo ayudarte, Erick? Quizá vendrá más tarde. Libertalia es grande, pero no tanto. Esto es cómo una aldea rodeada por un muro de siete metros, no creo que esté muy lejos.

    — Lo sé, pero necesito que me ayudes a investigar. Si no aparece durante el día, voy a necesitar tus servicios. — Dijo Erick.

    — Está bien, si es así, me avisas. Te ayudaré llegado el caso. — Dijo Jack, levantándose de su asiento. — Nos vemos más tarde.

    Jack se marchó de casa de Erick, que aún estaba preocupado y pensativo. El alguacil de Libertalia paseó hasta su casa, pensando en el caso que muy pronto iba a tener que investigar. Al llegar a su casa, vio a su mujer tumbada en el sofá. Se despertó al ver a Jack y se levantó, dándole un beso.

    — Ya has llegado. — Dijo con tono de cansancio.

    — ¿Qué demonios hacías ahí? Iris joder, que estás embarazada. Debes dormir en la cama no en el sofá. — Murmuró Jack.

    — Lo sé, pero quería esperarte igual. De todas formas, he estado hasta tarde hablando con Laurie. Se siente muy sola. — Dijo Iris.

    — Es normal, Shaun está en esa misión. Aunque me pregunto porqué no me escogieron para ir, cómo si no fuese lo suficientemente superviviente cómo para ir. Antes me molestó, ahora me he dado cuenta de que estar aquí es mejor que haber ido a esa misión. — Dijo Jack. — Me preguntó por dónde irán ya.

    ...

    — Escuchadme atentamente, no lo repetiré: ¿Dónde vais? ¿De qué va la misión? ¿Con qué finalidad?

    — ¿Por qué no te pudres? — Dijo Teo.

    — Muy gracioso. Voy a tener que castigarte por tu comentario inapropiado. — Respondió Dominic, golpeando a Teo con una llave inglesa. — ¡¿Quién es el siguiente?!

    Zorah, Cristóbal, Santos y Teo se encontraban atados y de rodillas ante Dominic. El líder de los salvajes quería saber datos sobre la misión y no le importaba torturar a los suyos. El resto, estaban retenidos en dos celdas. Los ocho soldados en una, y Luke, Paula, Shaun y Matt en otra.

    — ¡Joder! ¡Quiero respuestas! ¡Quiero respuestas! Quiero respuestas. — Exclamo.

    Los cuatro se quedaron mudos.

    — Vale. Voy a preguntarlo una vez más: ¿De qué trata la misión?

    Dominic no obtuvo respuesta. Furioso, desenfundó su cuchillo y lo puso en el cuello del científico Santos, que comenzó a hiperventilar.

    — Voy a matar a éste miedica si no me decís ahora mismo de que mierda va la misión. — Amenazó.

    — No puedes matarlo. Él es vital para la misión. Si lo matas, acabarás con la esperanza de la humanidad. — Dijo Cristóbal.

    — ¡Pero si que puedo matarte a ti! ¡Puedo mataros a todos! ¡Estáis en mis manos! — Gritaba Dominic.

    — Oye chalado, en cuanto me quiten estas cadenas de las manos te voy a romper el culo a patadas. — Dijo Zorah.

    — Me parece que vas a ser castigado tú también. — Musitó Dominic. — O mejor, voy a castigar a los tuyos.

    En la habitación en la que estaban retenidos los demás, se ideaba un plan.

    — No podemos perder más tiempo, la misión corre peligro si seguimos aquí. — Dijo Matías. — He conseguido afilar un trozo de madera, pero si no salimos no podremos defendernos.

    — ¿Y que mierda hacemos? No tenemos salida. — Dijo Shaun.

    — Quizá podamos llamar la atención del guardia y dejarlo inconsciente. — Indicó Paula.

    — Le quitamos las llaves y rescatamos a por los demás. — Dijo Luke. — ¡Eh, capullo!

    — Qué quieres idiota. — Respondió el guardia, un hombre grande y obeso.

    — Acércate un momento. Tengo que decirte algo.

    El hombre mórbido se acercó a Luke, que estaba en los barrotes. Cuando menos se lo esperó, Matías le clavó la estaca de madera en el cuello, y éste comenzó a escupir sangre hasta desmayarse.

    — Ahora mira haber si alcanzas las llaves, ahí en su bolsillo derecho. — Indicó Shaun, mientras Luke trataba de alcanzar las llaves.

    Tras varios intentos, Luke consiguió las llaves y abrió la puerta de la celda rápidamente. Paula le quitó el cuchillo al hombre.

    — En la habitación de al lado metieron a los soldados. Vayamos a por ellos y busquemos al resto. — Dijo Matt.

    Los cuatro fueron sigilosamente hasta la habitación de al lado. Al abrir, se sorprendieron al no encontrar a nadie. No estaban los ocho soldados.

    — ¿Dónde diablos estarán? — Preguntó Paula, dubitativa.

    — Los buscaremos. — Musitó Matías.

    Mientras los cuatro buscaban al resto del equipo, Zorah, Teo, Cristóbal y Santos veían de cerca la mutilación de sus soldados. Uno a uno, Dominic y tres más les sacaban las extremidades a los soldados con una radial.

    Solo quedaban cuatro soldados, los demás habían sucumbido al dolor y habían muerto en pocos minutos, desangrados.

    — ¡Dios, sí! — Exclamo Dominic, mientras disfrutaba de la sangre que le salpicaba. — ¡Éste es el precio que vais a pagar si no me decís lo que quiero saber!

    — ¡Para eso, p*to enfermo! — Exclamaba Cristóbal.

    — ¡DIOS! — Suplicaba Santos. — ¡Sea razonable!

    — Lo seré. Haber, ¿de qué va la misión? ¡Quizá podamos ayudarnos mutuamente! — Dijo Dom.

    ...

    Eran las doce de la mañana. Erick y Jack se disponían a buscar a Anna en el edificio militar dónde trabajaba. Preguntaron en recepción pero ella no sabía nada. Tras dos horas sin éxito, decidieron hablar con Noah.

    — Hace horas que no sé nada de ella. No sé dónde está, y debió haber llegado anoche a casa. — Decía Erick.

    — Erick, lo siento pero no sé cómo ayudarte. No sabría por dónde empezar. Haber, solo sabemos que trabaja limpiando el edificio militar, ¿no? Pues simplemente pregúntale a una compañera suya de trabajo. Toma la dirección, espero que sirva. — Dijo Noah.

    Jack y Erick fueron a la dirección indicada. Una mujer les abrió la puerta.

    — ¿Quienes son?

    — Buenas señora, soy el policía de la colonia. Quería saber si sabe dónde está Anna ahora mismo. Sabemos que trabaja con usted, pero lleva horas desaparecida. — Dijo Jack.

    — No lo sé. Yo acabé mi turno a las doce, y ella dijo que se quedaría una hora más para repasar el pasillo con la fregona. No sé más, lo siento. Ojalá la encuentren.

    — Gracias por la ayuda señora, adiós. — Respondió Jack. — Erick, lo siento.

    — Esto es muy extraño. Voy a hablar con el general Álvaro. Él trabaja desde su despacho en el edificio. Quizá sepa algo. — Indicó Erick.

    Sin dudarlo, ambos fueron hacía el despacho de Álvaro. Tocaron la puerta y Álvaro les dio permiso.

    — Díganme caballeros, ¿qué necesitan? — Murmuró el general, con total normalidad.

    — Anna, mi novia, trabaja aquí. Se quedó anoche hasta la una pero no ha vuelto a casa. ¿Sabe usted algo? ¿Podría ayudarme a buscarla? — Dijo Erick.

    Álvaro recordó a la señora de la limpieza que ejecutó en el laboratorio secreto.

    — No sé dónde podría estar. Lo siento chicos.

    — ¡Podría ayudarme a buscarla joder! — Exclamo Erick, furioso. — ¡Llevamos horas así!

    — No puedo hacer nada. Quizá ha dejado Libertalia y se ha marchado. — Teorizó Álvaro, sabiendo perfectamente que no fue así.

    — ¡Solo le pido un grupo de soldados para que peine el area del exterior! ¡Quizá dejó alguna pista! — Indicó Erick, mientras Jack solo escuchaba.

    — ¡He dicho que no, márchate! — Ordenó Álvaro.

    — Erick, vam...

    Erick se lanzó sobre Álvaro y lo estampó contra la pared, haciendo un agujero con su cabeza en ella. Álvaro se deshizo de él y acto seguido lo golpeó en la cabeza, dejándolo inconsciente.

    — Eh, ¡¿qué hace?! — Le recriminó Jack.

    — Lo he calmado. — Murmuró Álvaro, apuntando ahora a Jack. — Os voy a enseñar dónde está la chica.

    ...

    La sierra no parecía atascarse en los huesos. Cortaba con total precisión, desmembrando al resto de soldados. Dominic había acabado con los ocho soldados que Zorah tenía. El líder de ellos no daba crédito a lo ocurrido, y estaba furioso y deseoso de soltarse y asesinar a Dominic.

    El líder salvaje se disponía a seguir con ellos cuatro cuando de pronto vino uno de sus súbditos corriendo.

    — ¡Dom, se han escapado! — Exclamo.

    Dom se giró con una mirada de seriedad y observó a los cuatro que tenía retenidos. De pronto, se escuchó una explosión que dejó a todos los presentes asombrados.

    — ¿Son los nuestros? — Preguntó Zorah.

    — Apuesto a que sí. — Dijo Teo.

    Alguien en el pasillo que daba a la zona donde estaban retenidos comenzó a gritar de dolor. Acto seguido se escucharon gruñidos. Al momento, gran cantidad de muertos comenzaron a entrar.

    Matías, Paula, Luke y Shaun habían soltado a los dos grupos de infectados que Dominic y su grupo usaban para capturar supervivientes. Ahora estaban sueltos por las calles y por el refugio de los salvajes.

    — ¡Salgamos de aquí! — Exclamo Teo, corriendo con las manos atadas.

    Seguido de Zorah, Santos y Cristóbal, se marcharon por la puerta. Un largo pasillo se extendía ante ellos, y Dom comenzó a perseguirles. Los muertos iban detrás del líder de los salvajes, que se echó encima de Paula, que era la última.

    Mientras Zorah, Cristóbal y Santos huían, Teo veía cómo Dom le hundía su cuchillo en el pecho a la mujer. Acto seguido desapareció del lugar, dejando a Teo para presenciar cómo los podridos devoraban a su novia.

    Inevitablemente, la misión había sufrido un revés drástico y ahora tenía daños colaterales al haber perdido a nueve miembros del grupo.
     
  18. Threadmarks: Parte 5 / Capítulo 3: De vuelta a la salida
     
    Manuvalk

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    Capítulo 3: De vuelta a la salida












    — ¡Teo, tenemos que irnos! — Exclamo Zorah. — ¡Rápido!

    Teo veía atónito cómo Paula era devorada a pocos metros de él. Los muertos desgarraban su carne de los huesos de la pobre mujer, que por suerte, no sentía ya dolor.

    Dominic la había matado antes de ser devorada, cosa que la había librado de sufrir dolor. Aún así, Teo estaba furioso. Sus instintos solo querían encontrar y matar a Dominic de la misma forma en la que su mujer había fallecido.

    — ¡Teo, joder! — Gritó Cristóbal.

    Dolido pero consciente de que tenía que marcharse, Teo siguió a Zorah, Cristo y Santos. Mientras tanto, Matías junto con Shaun y Luke buscaban a Paula, que en el momento en el que soltaron a los grupos de infectados se perdió.

    — ¿Por dónde fue? — Preguntó Matías a sus compañeros.

    — No lo sé, pero no tenemos tiempo para buscarla. El taller ha sido invadido y conectaba con el edificio de al lado. Posiblemente hayan irrumpido y estén pululando por sus pasillos. Los hemos jodido, pero ahora falta que salgamos vivos de aquí. — Respondió Shaun. — Una vez fuera, pensar en cómo reencontrarnos.

    — El problema es que nos hemos quedado sin grupo de escolta. El equipo de Zorah no estaba en su celda, y si no están con el resto, tenemos que darlos por muertos. — Dijo Luke.

    — Tenemos que encontrar a Zorah, que seguro está con los demás. — Dijo Matt. — Tenemos que salir a las calles, pero por todos lados hay infectados sueltos.

    — No sé si ha sido buena idea soltar a esas bestias. — Musitó Shaun, dudoso del plan realizado.

    — Por el alcantarillado. — Indicó Luke, señalando la tapa de una. — Pasaremos por debajo de ellos y saldremos en el exterior.

    — Buena idea. — Respondió Matías, buscando algo con lo que forzar la alcantarilla.

    — ¿Servirá esto? — Dijo Shaun, sacando una palanca de una caja con todo tipo de herramientas.

    — Sí, servirá.

    — Suerte que esto es un taller mecánico. — Murmuró Luke.

    El líder forzó la tapa hasta finalmente abrirla. Una vez abierta, se dispuso a bajar pero se quedó quieto. Les faltaba algo.

    — ¿Tenéis una linterna o algo? — Preguntó Matt. — Sin luz no bajo ahí.

    — Veremos que hay aquí. — Indicó Luke, que junto Shaun buscaba una linterna.

    — Aquí hay un mechero. — Señaló Shaun. — Algo es algo.

    — Mejor que nada. — Respondió Matías, probando que funcionaba. — Bien, bajemos.

    — ¡Esperad! — Exclamo Luke. — Aquí están algunas de nuestras armas.

    — ¿Qué tienes? — Dijo Shaun.

    — Hay dos pistolas con un único cargador cada una, de 13 balas. Y un rifle de francotirador con cinco balas. — Dijo Luke, quedándose el rifle. — Ah, y una granada.

    Luke le cedió una pistola a cada uno y se guardó la granada. Matías llevaba cómo arma cuerpo a cuerpo la palanca que había usado para abrir la alcantarilla y Shaun tenía un destornillador que había cogido cómo arma.

    — ¿Listos? — Preguntó Matt, que bajaría primero.

    ...

    Erick había cobrado el sentido después del golpe que lo había dejado inconsciente y que le había propinado Álvaro. La cabeza le daba vueltas y veía aún borroso, pero lo poco que pudo ver fue suficiente.

    Estaba atado a una silla, y Jack a su lado, con un ojo morado y atado. Detrás suya solo había cajas y cajas, y delante, a unos pasos tenía la puerta. Se encontraban encerrados en una especie de cámara frigorífica sin energía, que se al parecer se usaba de trastero. El hombre trató de soltarse de su atadura, pero sin éxito.

    — Ya has despertado. — Musitó Jack. — Esto no pinta bien.

    — ¿Qué ha pasado? Cuando me dejó inconsciente ese hijo de perra me perdí el resto. — Murmuró Erick.

    — Álvaro me apuntó y me dijo que nos enseñaría dónde estaba Anna. De pronto alguien me golpeó por detrás y no sé más. Cuando me desperté, me vi aquí contigo. Tú aún estabas inconsciente.

    — ¿Y qué carajo vamos a hacer?

    — Por el momento, esperar. No podemos hacer nada más.

    — Fíjate si ves algo que nos pueda servir. Hay que salir de ésta pocilga cómo sea. Y rescatar a Anna. — Indicó Erick.

    Sin ser conscientes de que Jack y Erick estaban en peligro, las chicas del grupo se reunían en una de las casas para hablar. Laurie, Mia y Luke Jr, Iris y Mina con Charlotte hablaban con total normalidad.

    — Siempre que nos reunimos viene también Anna. ¿No sabéis dónde está? — Dijo Mina.

    Charlotte jugaba con Luke Jr en el sofá, haciéndole caras graciosas.

    — Estará con Erick. — Dijo Laurie.

    — Nunca se ha perdido una de nuestras reuniones. — Musitó Mia. — Llamadme paranoica, pero es extraño.

    — ¿Extraño? Extraño es hacer reuniones de amigas en un mundo destruido. Llamadme realista, pero aún me queda grande hacer lo que hacía antes de todo esto ahora, sabiendo que nada es cómo antes. — Murmuró Iris, que se acariciaba la barriga cómo quien acaricia a su hijo.

    — Asúmelo Iris, éste es el mundo que nos ha tocado vivir. Mejor estar aquí que estar ahí fuera, ¿no? — Le respondió Laurie.

    — Obviamente, pero no me malinterpretéis, no me quejo de esto. Tan solo siento que lo que hacíamos antes del brote era la rutina, y ahora lo veo cómo algo extraño. ¿Me entendéis? — Dijo Iris.

    Las mujeres asintieron, entendiendo a la perfección que Iris quería decir. En el frigorífico en el que Jack y Erick estaban secuestrados, la situación era totalmente distinta. La paciencia se les agotaba a medida que pasaba el tiempo.

    — ¡¿Es qué nadie va a venir, joder?! — Exclamo Erick.

    — La verdad es que si van a venir para torturarnos o matarnos, prefiero que no vengan. — Dijo Jack.

    — ¡Matarnos es lo que están haciendo! ¡A éste paso nos vamos a morir de hambre! — Gritó Erick, esperando que la puerta se abriese.

    Y así lo hizo. Un soldado entró con una bandeja en la que llevaba una jeringuilla con un líquido azulado y extraño además de unas tijeras. La dejó en una mesa cerca de los retenidos y cogió una silla, sentándose enfrente de ellos.

    — ¿Qué ocurre? ¿Se aburren? Podemos jugar a algo. — Murmuró aquel hombre.

    Jack y Erick no le respondieron.

    — ¿Qué? ¿Se quejan de que nadie viene a verlos y ahora que estoy yo no hablan? ¿Son bipolares o algo? — Dijo el tipo. — ¿Saben? Son muy raros, chicos.

    — Lo único que queremos es algo de comer, idiota. — Renegó Erick. — No queremos oírte hablar.

    Aquel soldado se levantó de su asiento y se acercó a la mesa a coger la bandeja. Acto seguido cogió la jeringuilla y le dio unos golpes a la aguja.

    — ¿Qué vas a hacer con eso? — Preguntó Jack, intranquilo.

    — Voy a calmaros un poco, que os veo muy nerviosos. — Respondió.

    Cuando se disponía a clavar la jeringuilla en la vena del cuello de Erick, otro hombre entró en el habitáculo.

    — ¿Qué mierda haces Tyson? — Dijo aquel otro tipo. — ¿Quién te crees?

    — No paraban de gritar, tan solo quería calmarlos un poco, Gordon. — Respondió Tyson.

    — Serás inútil... Anda, deja eso ahí. Tenemos cosas más importantes que hacer que charlar con estos dos. Álvaro te necesita en el Ala B, van a realizar el test. — Dijo Gordon.

    — Está bien. — Musitó su compañero, marchándose con él. — Os veo más tarde, amigos.

    Tyson se marchó junto con Gordon, cerrando la puerta de la habitación.

    — Eh, tengo una idea. — Dijo Jack. — ¿Puedes alcanzar la mesa?

    — ¿Te refieres a coger las tijeras y cortar las cuerdas? — Indicó Erick.

    — Claro, ¿podrás?

    — Intentarlo no me cuesta nada.

    Erick comenzó a dar pequeños saltos con la silla, acercándose hacia la mesa. Una vez lo consiguió, trató de coger las tijeras con la boca. Tras varios intentos fallidos, consiguió alargarse lo suficiente cómo para cogerlas.

    Rápidamente las cogió con la mano derecha y comenzó a cortar la cuerda con una de las partes de la tijera. Estuvo dos minutos cortando hasta que finalmente rompió la cuerda.

    Tuvo que realizar el mismo proceso unas tres veces, ya que la cuerda le rodeaba cuatro veces y lo sujetaba con fuerza a la silla.

    — ¡Bien! — Dijo Erick, soltándose.

    — Ahora suéltame a mí. — Indicó Jack.

    Erick hizo lo mismo con su compañero y dos minutos después ambos estaban liberados.

    — Es momento de salir de aquí. — Murmuró Jack. — Quédate las tijeras, quizá nos sean útiles.

    — Coge entonces la jeringuilla con ese líquido raro. Así se la clavas a uno si es necesario. — Musitó Erick. — ¿Listo para salir?

    ...

    Teo estaba desenfrenado. El frenesí y la adrenalina de la situación se mezcló con la rabia y frustración de no haber podido salvar a Paula. Zorah y Teo despejaban el camino de infectados, mientras que Cristóbal protegía la retaguardia de Santos.

    — ¿Sabéis hacía dónde vamos? — Preguntó Santos, temeroso.

    — Hacía la salida. Estate tranquilo. — Dijo Cristóbal. — Joder, cuando escriba sobre esto van a alucinar en Libertalia.

    — Piensa en salir vivo de aquí antes de en relatar la aventura de tú vida. — Le recriminó Teo, que tenía un aspecto desafiante.

    Cristóbal no le respondió, ya que sabía que tenía razón. Aún así, el grupo nuevo no le caía nada bien. Ninguno de sus integrantes le parecía lo suficientemente inteligente cómo para igualarse a él. Que iba a decir, se creía superior intelectualmente.

    — ¡Por allí! ¡Están saliendo! — Señaló Zorah.

    — ¿Quienes están saliendo? — Preguntó Cristo.

    — Esos salvajes de mierda. Están huyendo de su propio refugio. Que les den, voy a dar la enhorabuena a Matías y el resto que han liberado a los podridos. Nos han salvado el culo. — Respondió Zorah, contento.

    — No exactamente. — Murmuró Teo. — Ha sido algo precipitado por no decir absurdo. En vez de la enhorabuena, habría que reprocharles el plan improvisado que han hecho.

    — Por lo menos han tenido una idea. — Dijo Santos.

    — ¡Ha muerto mi mujer! — Exclamo Teo, explotando de ira. — ¡Tú no conoces la sensación porque nunca te ha pasado, capullo! ¡A ti todos te tienen que proteger porque no sabes valerte por ti mismo! ¡TÚ SERÍA IGUAL QUE UNA DE ESAS COSAS!

    Santos se quedó serio. Era evidente que no debió haber hablado. Y que tenía razón, no sabía defenderse por si solo. Cristóbal y Zorah decidieron que era momento de continuar.

    Prosiguieron por aquellos pasillos hasta que vieron una ventana rota. Ésta daba a una zona anexa a la invadida, pero era una caída de tres metros.

    — ¿Nos la jugamos saltando? — Preguntó Cristóbal, dudando.

    — ¿Qué otra opción nos queda? — Dijo Zorah. — No podemos ir piso abajo porque están los infectados. Si saltamos bien, caeremos bien y estaremos fuera del lugar.

    — Hay que arriesgarse en la vida. Vamos. — Dijo Cristóbal.

    — Iré primero. — Indicó Teo.

    El psicólogo se colgó de la ventana y observó la caída. Había un coche, ya que resultaba que estaban en un parking, que por suerte no tenía que ver con el edificio. Se preparó y se dejó caer de pie, cayendo bien en el capó del vehículo.

    — Tiradme la bolsa con armas que hemos cogido antes. — Dijo Teo, con las manos alzadas.

    — Ahí va. — Murmuró Zorah.

    El soldado dejó caer la bolsa a los pies de Teo, que se la colgó al hombro.

    — Vamos, vamos. Cristóbal, te toca. — Ordenó Zorah, que sería el último en saltar.

    El historiador se vio abrumado por la caída, pero estaba seguro de sí mismo. Saltó y cayó sin problemas, aunque se dolió de los pies. El siguiente era Santos, que le dijo a Zorah que le sujetara las gafas.

    El científico saltó sin pensar y cayó de espaldas al coche, rompiéndole la luna y haciendo saltar la alarma. El pitido del vehículo sonaba con fuerza, y Teo sacó rápidamente a Santos de ahí.

    — ¡Salta Zorah! — Exclamo Teo.

    — ¡Ya vienen! ¡Rápido! — Avisó Cristo.

    Zorah se guardó las gafas del científico y saltó, cayendo encima de los cristales de la luna, y cortándose un poco. Le cedió las gafas a Santos y sacó una recortada de la bolsa.

    — Os cubriré. — Dijo Zorah. — Iré detrás de vosotros, ¡vamos!

    Matías, Shaun y Luke avanzaban por el alcantarillado cuando un pitido ruidoso comenzó a sonar, dejándolos sorprendidos.

    — ¿Qué diablos será eso? — Preguntó Shaun, extrañado.

    — ¿Un coche? — Dijo Matt, con el mechero alumbrando la oscuridad del túnel.

    — Sí, tiene toda la pinta de serlo. — Dijo Luke. — Sigamos.

    El líder avanzaba el primero, alumbrando el camino. Shaun iba segundo, fijándose en donde pisaba. El tercero era Luke, que miraba hacía la oscuridad de atrás con cierto respeto y temor de que saliera alguno por detrás.

    Preocupados de encontrarse con un infectado allí abajo, siguieron avanzando hasta que encontraron otra alcantarilla que daba a la calle.

    — ¡Ahí! — Señaló Matías. — Shaun, sujeta el mechero.

    — No le queda mucho gas. — Dijo Shaun.

    — Esperemos que dure si es que vamos a continuar por aquí abajo. — Murmuró Luke, serio. — ¿Qué ves, Matías?

    — Espera, espera, ahora me asomo. — Matt levantaba la tapa. — Voy a ver.

    El líder se asomó un poco y observó hacia un lado de la calle, totalmente desierto.

    — Parece vacío.

    Acto seguido se giró hacia el otro lado y vio una oleada de infectados arrastrando sus pies hacía su posición.

    — ¡Mierda! — Exclamo, haciendo eco en todo el túnel.

    — ¡¿Qué ocurre?! — Preguntó Shaun.

    — No podemos salir. — Dijo Matías, cerrando la tapa de nuevo. — No ahora.

    — ¿Por? — Dijo Luke.

    — Habían demasiados. Espero que no me hayan visto. — Murmuró Matt. — Tendremos que esperar aquí hasta que veamos que está despejado.

    — Pues va para largo. — Dijo Shaun, mientras comenzaban a oírse los gruñidos de los primeros podridos.

    A lo lejos del túnel, Dominic observaba a sus presas. En total silencio y oscuridad, el líder de los salvajes seguía a sus víctimas. Sin darse cuenta, los tres supervivientes se dirigían hacía una trampa.

    — No sois conscientes de dónde vais. — Se dijo a si mismo, mientras los observaba desde lejos.

    ...

    Erick y Jack salieron del frigorífico. Armados con la jeringuilla y las tijeras, ambos avanzaron por unos amplios pasillos que parecían los de un bunker.

    — Aquí huele a hospital. — Murmuró Jack.

    — No me digas. — Dijo Erick.

    — ¡Cuidado! — Dijo Jack, agachándose. — Hay dos tipos en el cuarto de enfrente.

    Agachados para no ser descubiertos, ambos siguieron su camino. Finalmente llegaron a un ascensor. Éste bajaba. Se pusieron a cubierto en un lado del ascensor, y cuando éste se abrió, salieron dos soldados bastante armados.

    Erick se lanzó a uno de ellos y le clavó las tijeras en el cuello, mientras que Jack le hundió la jeringuilla en el pecho al otro.

    — Jodeos. — Dijo Jack.

    — Cojamos las armas, ¿no? — Dijo Erick.

    — Por supuesto. — Murmuró Jack. — Pero antes escondamos los cuerpos en ese cuarto.

    Ambos arrastraron los cuerpos hasta un pequeño cuarto de la limpieza.

    — Eh, ¿y si nos infiltramos? — Musitó Jack.

    — ¿Hablas en serio? — Preguntó Erick, sorprendido. — Esto no es un vídeojuego, Jack.

    — Es una forma de pasar más inadvertidos de lo que ya estamos siendo. — Indicó Jack. — Va, no seas quejica. Así saldremos del edificio del ejército.

    Cinco minutos después, ambos salieron vestidos del ejército de Libertalia.

    — Tienes un poco de sangre en el cuello de la camiseta. — Indicó Jack. — No debiste clavarle las tijeras en el cuello.

    — No pensé en ello, la verdad. — Dijo Erick. — Además, no se nota casi.

    — Hostia, pone que me llamo Ernest. — Dijo Jack.

    — Yo me llamo Paul. — Dijo Erick. — Recordemos los nombres de memoria.

    — Sí, claro. — Dijo Jack, recogiendo el arma del soldado muerto.

    Una vez listos, Erick y Jack subieron al ascensor. Se encontraban en el -4, y para salir al exterior tenían que darle al 0.

    Jack lo pulsó y esperaron a que el ascensor los llevase de vuelta a la salida. Desde fuera, planearían cómo salvar a Anna mediante Álvaro.
     
    Última edición: 19 Julio 2016
  19. Threadmarks: Parte 5 / Capítulo 4: Las palabras del General
     
    Manuvalk

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    Capítulo 4: Las palabras del General












    Teo corría buscando un lugar en el que despistar a la muchedumbre de infectados que lo seguía. Junto a él, Cristóbal y Santos, protegidos por Zorah y su escopeta.

    — ¡¿Por dónde?! — Exclamo Zorah, volándole la cabeza al podrido más cercano.

    — ¡Vienen por todos lados! — Avisó Santos.

    — ¡¿Dónde joder?! — Insistió Zorah, quedándose sin cartuchos.

    — ¡Allí! — Señaló Cristóbal un andamio que daba acceso hacía el segundo piso de un edificio.

    — ¡Vamos! ¡Vamos! — Dijo Teodoro, corriendo el primero.

    Mientras Zorah les daba margen de tiempo, los otros tres comenzaron a escalar el andamio, que tenía una altura considerable.

    — ¡Corre Zorah! — Exclamo Teo, ya encima del andamio.

    El soldado soltó la escopeta ya sin munición y corrió al andamio. Santos y Cristóbal ya estaban arriba. Zorah subía cuando uno de los podridos le cogió el pie.

    — ¡Aparta saco de huesos! — Dijo Zorah, propinándole una patada en los dientes.

    Teo y Cristo comenzaron a ayudarlo a subir. Los muertos rodearon el andamio, que comenzó a zarandearse peligrosamente.

    Teo sacó una pistola de la bolsa de armas que llevaban y disparo varias veces al cristal, partiéndolo en diminutos trozos.

    — ¡Rápido, entrad! — Indicó el psicólogo.

    Los cuatro entraron rápidamente al edificio mientras el andamio se desmoronaba encima de los infectados.

    — Ya no podremos bajar por ahí. — Musitó Cristóbal, resoplando debido al susto.

    — Supongo que no sabemos dónde vamos. — Murmuró Teo. — Además, hay que seguir pensando en los demás.

    — La misión solo requiere con vida a Santos. Los demás solo somos peones en éste tablero. — Respondió Zorah, anteponiendo la misión al resto de personas.

    — No pienso abandonar a los demás. — Dijo Teo, cara a cara con Zorah.

    — Nadie ha dicho que lo hagamos. — Murmuró el científico.

    — Estamos perdiendo el tiempo aquí, deberíamos seguir hacia delante. Tus amigos lo deberán aceptar. — Dijo Zorah, firme en su decisión.

    — No podemos irnos solo nosotros. No llegaríamos lejos, Zorah. — Intervino Cristóbal, tratando de evitar una discusión que iba en aumento.

    — ¡La misión es lo primero! ¡Ya lo dijo Álvaro! ¡Libertalia cuenta con nosotros! — Exclamo Zorah, aumentando la tensión.

    — ¡Al diablo Libertalia! ¡A la mierda la misión! ¡Lo primero son nuestras vidas, capullo patriota! — Exclamo Teo, haciendo frente al militar. — ¡Has perdido a tu p*to pelotón, he perdido a mi mujer y han desaparecido el resto! ¡O vamos todos juntos, o no va nadie!

    — ¿Vas a pararme tú, idiota? — Dijo Zorah, incitando a Teo.

    — Calmaos tíos. — Musitó Cristóbal.

    — Esto no es necesario. — Recriminó Santos.

    — Te voy a parar si es necesario, colega. — Dijo Teo.

    — ¡Quietos todos! — Exclamo un hombre, que surgió de detrás de una puerta. — ¡Las manos en alto!

    Los cuatro obedecieron asombrados por la presencia de aquel hombre, que tendría más de 30 años.

    Llevaba una mochila que parecía estar llena de algo que desconocían, y sujetaba con sus manos una pistola reglamentaria de la policía.

    De pronto entró una mujer y se puso a su lado, también apuntando con su pistola.

    Llevaba una bufanda que le cubría también medio rostro y otra mochila, que parecía más vacía. Tendría unos 25 años o más, pelo suelto y una mirada penetrante.

    — ¿Quienes sois? — Preguntó Teo, con las manos en alto. — No queremos problemas.

    — ¿Sois de ese grupo de psicópatas salvajes? — Preguntó Zorah.

    — ¿Lo sois vosotros? — Preguntó el hombre. — Por poco no logramos salir de ahí, joder.

    — Nosotros hemos escapado de ahí. — Respondió Teo. — No somos parte de su grupo. El resto de los nuestros liberó a los infectados y gracias a eso hemos escapado. Aunque hemos perdido a nueve personas.

    — Oh, Dios... — Murmuró la mujer. — ¿Cuantos eráis?

    — Unos quince aproximadamente. Ahora, no lo sabemos a ciencia cierta. — Dijo Santos.

    — Lo siento, es duro perder a los seres que amamos. — Dijo el hombre, bajando la pistola. — Vane, baja el arma.

    La mujer obedeció a su compañero y enfundó el arma. Los cuatro bajaron las manos aliviados.

    — Me llamo Javier y ella es mi hermana pequeña Vanessa. Encantado de conocer gente normal en estos tiempos. — Dijo aquel hombre, de nombre Javier.

    Vanessa saludó a los cuatro.

    — Yo soy Teo, y estos son Zorah, Santos y Cristóbal. También es bueno encontrarse con gente agradable.

    ...

    Los gruñidos de los muertos aún sonaban en el exterior. Matías, Luke y Shaun se miraban preocupados ya que no sabían cuantos eran ahí fuera.

    — ¿Seguimos el túnel? Quizá dónde haya otra salida al exterior no hay podridos. — Dijo Shaun.

    — Supongo que no tenemos otra alternativa. — Musitó Matt.

    — Continuemos. — Dijo Luke.

    Los tres avanzaron por el túnel sin saber que eran seguidos por Dominic. Caminaron en silencio mientras la llama del mechero iba a menos.

    Rodeados por total oscuridad llegaron a un cruce. Habían llegado por la derecha, y el camino que seguía hacía delante estaba bloqueado por una montaña de cadáveres, cosa que puso en alerta al trío.

    — Tenemos que seguir por la izquierda entonces. — Dijo Luke.

    — Esto no me gusta nada. — Murmuró Shaun.

    — Qué asco me da ir por estos túneles, joder. — Se quejó el líder.

    Siguieron el camino indicado hasta que llegaron a una extraña sala. Matías entró primero, seguido de Luke. Shaun fue el último en entrar.

    — ¿Qué diablos es éste sitio? — Preguntó retóricamente Matías.

    — Ni lo sé, ni me importa. Veamos cómo salir de aquí. — Dijo Luke, que se giró pero no vio a Shaun. — ¿Dónde está Shaun?

    — Está bien. Shaun está bien. — Dijo Dominic, apuntando a Shaun en la cabeza.

    — Hijo de perra. — Murmuró Luke.

    — ¿Qué es lo que quieres, psicópata? — Preguntó el líder.

    — Habéis destruido mi mundo. Mi refugio. Y habéis asesinado a mi familia. A mis súbditos. — Dijo el líder de los salvajes, con seriedad. — ¿Qué quiero? Qué paguéis.

    Dominic apuntó a sus enemigos, que retrocedían con las manos en alto. La oscuridad del fondo hacía imposible el ver algo, pero de pronto se comenzaron a oír cadenas siendo arrastradas.

    — ¿Qué mierda es eso? — Dijo Shaun, mientras Dominic lo tenía retenido.

    — Son los últimos que me jodieron. — Dijo Dominic, mientras siete podridos salían de la oscuridad atados entre sí por varias cadenas.

    Matías y Luke se apartaron de los infectados encadenados. Dominic le pateó a Shaun para que se pusiera de rodillas y acto seguido le apuntó la cabeza.

    — ¡No, no me mates! — Suplicó Shaun.

    — ¡No lo hagas! — Gritó Matt.

    — ¡Probádme! — Exclamo Dom. — Si no queréis que le haga daño, arrodillaros con las manos en la cabeza.

    Matías y Luke obedecieron a regañadientes, pero cuando lo hicieron, Dominic le golpeó la cabeza a Shaun.

    — ¡Dijiste que no le harías nada! — Le reprochó Luke.

    — ¿Cómo habéis podido confiar en la palabra de un hombre tan desconfiado cómo yo? — Dijo Dominic, que comenzó a golpearle el rostro a Shaun, hasta desfigurarlo.

    — ¡NO! — Exclamo Matías, lanzándose sobre él.

    Ambos comenzaron a rodar por el sucio suelo. Matt trató de quitarle el arma a Dom, y en el intento, el líder de los salvajes apretó el gatillo.

    Matías supo que la bala no le había dado, por lo que le golpeó la cara y le quitó el arma.

    — Luke, ¿cómo está Shaun? — Dijo Matías, sin obtener respuesta. — ¿Luke?

    El líder se giró, viendo cómo Luke sangraba del abdomen. El hombre cayó de lado, tratando de aguantar despierto, de aferrarse a la vida.

    La sangre del cuerpo sin vida de Shaun se mezclaba con la que brotaba del abdomen de Luke, que se apretaba la herida intentando evitar la fuga de ésta.

    Aprovechando la distracción de Matías, Dominic se abalanzó sobre sobre él, pero Matt disparó instantáneamente al líder salvaje.

    Dominic cayó al suelo, pereciendo y agonizando. Matías aprovechó para acercarse a su compañero.

    — Tranquilo Luke, te pondrás bien. — Dijo el líder.

    — Matt... si no sobrevivo, cuida de... cuida de mi hijo... ¿va... vale? — Murmuró Luke, pálido.

    — Vas a sobrevivir, Luke. Vas a hacerlo, verás. — Respondió Matías, tratando de levantar a Luke. — Tenemos que irnos.

    Luke se levantó sufriendo, pero pudo. Matías lo ayudaba a avanzar, mientras los cadáveres de Dominic y Shaun se hallaban en aquel habitáculo y los muertos trataban de alcanzar la carne fresca.

    ...

    La argucia de Jack y Erick había funcionado. Disfrazados de soldados del ejército consiguieron salir de aquel edificio, del que cosas extrañas y secretas sucedían.

    Una vez en el exterior, se dirigieron sin pensarlo a sus casas. Jack y Erick entraron en una de las casas, dónde las mujeres estaban juntas y hablaban de sus cosas.

    Al verlos, se quedaron asombradas.

    — ¿De qué estáis vestidos? — Preguntó Laurie, al ver a Jack y Erick.

    — Es una larga historia. — Respondió Erick. — Tienen a Anna secuestrada o algo en el edificio militar.

    — ¿Cómo sabes eso? — Preguntó Mia, con Luke Jr en brazos.

    — Álvaro prácticamente me lo escupió en la cara. — Dijo Jack. — Nos secuestraron, y así es cómo hemos escapado de allí.

    — ¿Qué podemos hacer? — Dijo Iris.

    — Tú nada, estás embarazada y no te pondré en peligro. Mia tampoco, no hace ni un mes que ha tenido a Luke. — Dijo Jack.

    — Laurie y Mina, necesitaremos de vuestra ayuda. — Dijo Erick.

    — No puedo dejar a Charlotte, le prometí a Matías que no me separaría de ella. Además, no soy fiable, podría estropear el plan que queráis hacer. — Indicó Mina, abrazando a Charlotte.
    — Chicos, yo os ayudaré. — Dijo Laurie.

    — Genial, éste es el plan: Álvaro sale a las tres de la madrugada del edificio rumbo a su lujosa casa. Lo asaltaremos y secuestraremos, cómo hizo con nosotros. Le obligaremos a que nos diga dónde tiene a Anna y después nos encargaremos de él. — Dijo Erick.

    — Sí se percatan de que ha desaparecido, tendremos a todo el ejército encima de nosotros. Nos expulsarán de Libertalia, o nos matarán. — Indicó Jack.

    Iris se acercó a Jack, preocupada por él.

    — No tienes porqué hacer esto Jack, no quiero que te pase nada. Recuerda que tienes un hijo en camino. — Murmuró la joven.

    — Tranquila, lo tengo presente siempre. — Dijo Jack. — Sabes que siempre encontraré la forma de volver, si ocurre algo. Si llega a pasar algo, no quiero que me busques, ¿entendido?

    — Pero Jack...

    — Lo digo en serio, no te pongas en peligro bajo ningún concepto.

    Iris asintió y besó a su novio, que después la abrazó. Junto Erick y Laurie, dejaron la casa para preparar el plan nocturno.

    ...

    Teo, Zorah, Santos, Cristóbal, Javier y Vanessa avanzaban por los pasillos de aquel edificio. Javier y Teo iban al frente.

    — Entonces, ¿aún hay gente de vuestro grupo por ahí? — Dijo Javier.

    — Así es, pero es todo un laberinto y buscarlos en una ciudad tan grande es muy difícil. Aún así, no desistiré en buscarlos. — Respondió Teo.

    — Te entiendo. — Musitó Javier.

    — ¿Cuál es tu historia? Te he contado la nuestra, pero aún no sé nada de ti. — Indicó Teo.

    — No hay mucho que contar. Yo era policía, y al inicio de la pandemia, era todo un descontrol. Cuando vi que la situación me superaba y el ejército ya tomaba el mando, decidí dejar el trabajo e irme con mi hermana Vanessa fuera de la ciudad. Nos unimos a una familia de tres, pareja y un hijo. Pero no duraron mucho. El niño fue devorado y el padre se volvió loco, por lo que tuvimos que abandonarlo. La mujer entró en depresión, y la intentamos arrastrar con nosotros hasta que cuando me desperté vi que se había suicidado con unas pastillas. Hasta ese entonces, yo y mi hermana hemos seguido solos. Nos hemos topado con varias personas, y la gran mayoría psicópatas enfermos mentales. Conseguimos salir de toda situación adversa y ahora estamos aquí, con vosotros. No estamos con un grupo desde aquella familia.

    — Dios, pobre familia. — Murmuró Teo, asombrado. — Debió ser duro ver eso.

    — Afrontar este mundo al inicio siempre es duro. No supieron adaptarse a corto plazo. — Dijo Javier.

    — ¿Y que hacíais en éste edificio? — Preguntó de nuevo Teo.

    — Buscábamos suministros. — Dijo Vanessa, interviniendo en la conversación. — Estamos en constante movimiento.

    — Nosotros cómo ya os hemos dicho, estamos en una misión de vital importancia. Por suerte, una vez la completemos podremos regresar a Libertalia. Si queréis, podéis venir con nosotros. — Dijo Teo a los nuevos.

    — Cuenta con nosotros, Teo. — Respondió el hombre.

    Caía la tarde y el Sol lanzaba sus últimos rayos de luz. El grupo, ahora más extenso ya que se habían unido Vanessa y Javier, buscaba la forma de salir de aquel edificio.

    Bajaron a la planta baja pero estaba invadida por una gran cantidad de aquellos seres, por lo que decidieron bajar a la planta -1.

    El parking estaba desierto salvo algún que otro coche aislado.

    — Podríamos usar alguno, ¿no? — Indicó Cristóbal.

    — Por supuesto. — Dijo Zorah. — Esa furgoneta nos vendría bien.

    — Bien, pues prueba a arrancarla. — Dijo Teo. — Santos, ve con él.

    Mientras Zorah y Santos comprobaban el estado de la furgoneta para arrancarla, el resto buscaba en los demás vehículos algo útil para llevarse.

    Teo y Cristóbal fueron por un lado mientras que Javier y Vanessa por el otro. Los hermanos comenzaron a hablar mientras inspeccionaban un descapotable.

    — ¿Qué opinas de ellos, Javi? ¿Son de fiar? — Preguntó Vanessa, que quería saber la opinión de su hermano mayor.

    — No parecen gente peligrosa. Por el momento estamos bien con ellos, pero si ves alguna cosa rara, házmela saber y nos largaremos cuando duerman. — Respondió Javier, encontrando un botiquín en el maletero del descapotable.

    — Supongo que tienes razón. — Dijo Vanessa.

    — Siempre la tengo. — Dijo Javier, sonriendo. — Además, llevamos meses deambulando solos por ahí. Más de una vez casi no lo contamos. Estar en un grupo nos ofrece la posibilidad de relacionarnos más y no acabar hablando solos, al igual que mucha protección. Todos para una y una para todos.

    Por el otro lado, Teo y Cristo buscaban en otro coche algo que pudiese servirles. El historiador nunca había hablado con el psicólogo, pero esta vez decidió hacerlo.

    — ¿Crees que encontremos a Matías y el resto vivos? — Preguntó.

    — Eso espero. — Dijo Teo, encontrando una botella de agua a medias. — Algo es algo.

    — Sobre los nuevos, ¿qué te parecen? — Dijo Cristóbal, que siempre dudaba de las personas nuevas que llegaban a su vida.

    — Parecen buenas incorporaciones. Aunque si ves que hacen cosas extrañas, no dudes en decirme, ¿entendido? — Dijo Teo.

    — Claro. — Respondió Cristóbal, que acto seguido comenzó a escribir en su diario.

    Finalmente Zorah y Santos consiguieron que la furgoneta arrancara.

    — ¡Ya está! ¡Vamos! — Avisó el soldado.

    Los seis subieron al vehículo y abandonaron el parking rumbo hacia las calles de la ciudad.

    ...

    Matías sujetaba a Luke con fuerza, que hacía lo que podía por seguir caminando. El líder vio que el túnel tenía una desembocadura al final, ya que la luz se colaba por allí.

    — Un último esfuerzo. — Murmuró Matt.

    El líder prosiguió con su compañero hasta aquella desembocadura. Apoyó a Luke en un costado mientras forzó la puerta de barrotes hasta que la abrió. El rio estaba totalmente seco, por lo que se podía salir.

    — Apóyate en mí. — Le dijo Matt a Luke.

    Ambos compañeros continuaron avanzando mientras el Sol desaparecía y comenzaba a caer la noche. Sin saber dónde pasarla, Matías buscaba un lugar desesperadamente para que Luke pudiera descansar.

    Decidió seguir el rio hasta encontrar un sitio, y no tardó en encontrar uno. Un camión volcado se hallaba en el centro del rio. Matías pensó en abrir la parte trasera y pasar la noche en el interior.

    — Quédate aquí. — Dijo Matías.

    — Ten cuidado. — Murmuró Luke, sudando y con palidez.

    El líder comenzó a abrir la compuerta trasera del camión armado con la pistola por si salía de allí alguna sorpresa indeseada.

    Al no ver nada peligroso, se alivió. Dentro había un par de cajas que parecían contener latas en conserva.

    — ¡Eh, hay comida! ¡Hay...! — Le decía Matías a Luke, antes de ver que la horda que les impidió salir del túnel ahora estaba acechándolos.

    — ¿Qué diablos ocurre, Matt...? — Preguntó Luke.

    — Mierda, mierda, vamos apóyate en mí. Rápido.

    Ambos aceleraron el paso hasta meterse en el camión volcado, y Matías rápidamente cerró la compuerta trasera del vehículo.

    A medida que esperaban, se escuchaban los pasos y gruñidos de la horda. Un mínimo ruido y todos se lanzarían sobre aquel camión. Entonces no habría salida.

    ...

    La noche había llegado en Libertalia. El plan de Jack, Erick y Laurie estaba en marcha. Mientras Erick esperaba agazapado tras unos contenedores, Jack y Laurie esperaban a Álvaro tras un vehículo.

    Después de diez minutos de espera, el general del ejército de Libertalia salió por la parte trasera del edificio militar. Rápidamente Erick apareció por detrás de él, apuntándole con la M4 que le había arrebatado al soldado que mató anteriormente.

    — Quieto.

    Álvaro sonrió. Sabía quien era, quien le apuntaba con una metralleta. Alzó las manos por instinto, mientras Laurie apareció por el otro lado, apuntándole con la M4 que Jack le había dado.

    — ¿Qué queréis? — Preguntó el militar.

    — Pronto lo descubrirás. — Dijo Jack, apareciendo de la nada y tapándole la cara con un saco.

    ...

    Álvaro no veía nada. Hasta que Erick le quitó el saco de la cabeza. Se encontraba en una de las casas del grupo, concretamente la de Erick.

    Una habitación con la persiana bajada y con total oscuridad, salvo por una pequeña lámpara que emitía una tenue luz.

    Se hallaba sentado en una silla, al igual que el interrogador, Erick, enfrente suya. La puerta estaba cerrada. Jack y Laurie, estaban detrás de Álvaro.

    — ¿Me habéis secuestrado? — Dijo Álvaro. — Acabáis de cometer un grave error.

    — ¿Ah, sí? ¿Y tú? ¿No ha sido un grave error secuestrar a Anna, capullo? ¿Dónde la tienes? — Preguntó Erick, queriendo saber la ubicación de su amada.

    Álvaro volvió a sonreír. Trató de colocarse en una mejor posición, pero sus pies y manos estaban atadas a la silla.

    — ¿Quieres saber realmente dónde está esa chica? ¿Eh? — Dijo Álvaro.

    — Por supuesto, dilo ya. — Musitó Erick.

    — No pierdas el tiempo. — Añadió Jack.

    — La maté. Está malditamente muerte, y vosotros vais a acabar cómo ella muy pronto. — Dijo Álvaro, dejando boquiabiertos a todos.

    Erick se levantó de la silla y se puso las manos en la cabeza, tratando de asimilar las palabras del general.

    — No puede ser, nos estás mintiendo. — Dijo Laurie.

    — Querida, yo no miento. — Respondió Álvaro. — Al igual que no miento cuando digo que es cuestión de tiempo que todo el ejército de Libertalia se os eche encima. Estáis muy jodidos.
     
    Última edición: 23 Julio 2016
  20. Threadmarks: Parte 5 / Capítulo 5: La célula del caos
     
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    Capítulo 5: La célula del caos













    Se escuchaban los pasos incesantes de la multitud de muertos cómo si estuviesen al lado. Las finas paredes del camión hacían que Matías y Luke temiesen por que alguno de ellos decidiese lanzarse al vehículo.

    Además de oír cómo arrastraban los pies, los gruñidos eran totalmente notables ahí fuera. Después comenzó a llover, y el golpeteo de las gotas se sumaba a una tormenta que iba creciendo a medida que pasaba el tiempo.

    — Pasaremos la noche aquí y mañana buscaremos un sitio dónde tratarte esa herida. — Dijo Matías, abriéndole una lata de judías a su compañero.

    — No sé si pasaré de está noche. Esto duele mucho. — Se quejó Luke, que rechazó la comida.

    — Sé lo que duele un disparo, pero créeme, pasarás de esta noche. — Añadió el líder, preguntándose dónde estarían el resto de sus compañeros, y maldiciendo a Dominic y su grupo de salvajes.

    ...

    La furgoneta estaba aparcada frente un bar rodeado de viviendas que una vez fueron habitadas. Dentro, el grupo recordaba con nostalgia las veces que habían entrado en un bar, bebiendo con amigos, celebrando días y noches especiales.

    Mientras el resto se acomodaba en el local, Zorah se fue a la barra en busca de alcohol que beber. No tardó en encontrar una botella de ginebra sin estrenar, que parecía un regalo divino en un caos cómo aquel. El soldado se puso a empinar la botella mientras los demás preparaban sus lugares en el suelo en los que iban a dormir.

    Santos dormía, aunque parecía que solo tenía cerrados los ojos para fingir que dormía, y escuchar lo que se decía. Cristóbal escribía con la linterna alumbrando su diario.

    — ¿Qué escribes? — Le preguntó Vanessa, curioseando.

    — Sobre lo ocurrido en el día de hoy. Soy historiador, y me gusta escribir lo que hemos visto, lo que ha pasado. En mi comunidad, esperan un relato de esta misión. — Respondió Cristóbal, prosiguiendo con su trabajo.

    Vanessa se fue a su lugar y se tumbó cerca de su hermano, ambos observando el techo, pasando una noche más en aquella pesadilla. Teo se disponía a intentar dormir cuando vio a Zorah sentado en la barra, bebiendo. Se levantó y se sentó a su lado.

    — ¿Hay otra para mí? — Preguntó, señalando una copa.

    Sin responder, Zorah le sirvió un poco de ginebra y continuó bebiendo.

    — ¿Cuantas llevas? — Preguntó Teo, refiriéndose a las copas.

    — Cuatro. Cinco. No lo sé, ¿qué más da? — Respondió Zorah, dándole un trago a su vaso.

    — No tienes que emborracharte para sentirte mejor. Sinceramente, es peligroso. — Le dijo el psicólogo, bebiendo de su vaso.

    — La misión se ha ido a la mierda. Hemos perdido más de la mitad de las armas y munición, el camión está desaparecido al igual que el resto del grupo. Quitando los que ya han matado esos salvajes hijos de perra. ¿Qué nos queda? Nada Teo, nada. — Recriminó el soldado, ahogando sus penas en el alcohol.

    — La misión aún está ahí, esto aún no ha acabado. Aún tenemos armas y munición, aunque no sea toda la que teníamos, es mejor que nada. El camión era mejor pero tenía desventajas que con la furgoneta no sufriremos, además, seguimos teniendo medio de transporte, que es suficiente en éste mundo de mierda. Y confío en que hayan sobrevivido Matías y el resto. Aún queda algo, aún hay esperanza. — Dijo Teo.

    Zorah iba a dar un último trago, pero decidió dejar el vaso en la barra.

    — Joder Teo, se nota que eras psicólogo antes de todo. — Murmuró Zorah. — Tienes razón. Aún tenemos posibilidades.

    — Claro que sí. — Añadió Teo, sonriendo.

    — Muy bonito tu discurso. — Dijo Vanessa, acercándose a ambos hombres.

    — No es bonito, es real. — Respondió Teo.

    — Bueno, creo que voy a intentar dormir un poco. Buenas noches a ambos. — Dijo Zorah, dejando a Teo y Vanessa solos.

    — ¿Un trago? — Le propuso Teo a la chica.

    — No lo rechazaré. Pero solo uno, eh. — Musitó Vanessa, sonriendo.

    — Claro. — Dijo Teo, dándole el último sorbo a su vaso.

    — ¿Sabes? Ahí detrás está el almacén. Podríamos ir, ¿qué te parece? — Dijo Vanessa.

    — ¿En serio? — Preguntó Teo.

    — Desde que esto ha comenzado que no he tenido a nadie con quien... jugar. — Murmuró Vanessa. — Es muy obvio lo que te pido.

    — Bueno, yo es que... he perdido a mi novia hace un día y medio, la verdad eso no se va de un momento a otro. — Dijo Teo, decaído.

    — No te lo tomes a mal, pero ya no está. Tienes que dejarla ir, no estás traicionando su recuerdo ni esas mierdas que dicen. Siento que haya muerto, pero no podemos permitir que el recuerdo de los fallecidos nos impida disfrutar de la vida. — Murmuró Vanessa.

    — Tienes razón. — Dijo Teo, bebiendo de la botella. — No quiero hacerte esperar.

    Ambos se levantaron de los taburetes de la barra y mientras todos estaban en sus cosas, se fueron al almacén del local.

    ...

    — Erick, tenemos que hacer algo. — Dijo Jack. — No nos conviene que nos echen joder, ¡que tengo una mujer embarazada!

    — ¡Yo una mujer muerta! — Exclamo Erick, furioso. — No sabes las ganas que tengo que asesinar a ese enfermo mental, Jack. No tienes ni idea.

    — Te entendemos, pero si lo matas, nuestras posibilidades de vivir aquí se acabarán. Y a decir verdad, no quiero regresar ahí fuera. — Dijo Laurie, tratando de hacer entrar en razón a su amigo.

    — Podríamos hablar con Noah. Él es el alcalde, el que trata con el ejército. Quizá explicándole la situación... — Murmuró Jack.

    — Ves y habla con él. Yo y Laurie estaremos aquí, vigilando al idiota éste. — Indicó Erick, entrando en la habitación con Laurie.

    Jack se fue corriendo a hablar con Noah. En el interior de la habitación, Álvaro sonreía siempre que le miraban a los ojos.

    — ¿Ya tenéis un plan? — Dijo Álvaro. — Estoy seguro de que sí. Pero no resultará, es más, vais a conseguir que os maten.

    — ¡Cierra el pico! — Exclamo Erick, dándole un puñetazo al general.

    Álvaro sintió el golpe, que fue verdaderamente contundente. Al momento, comenzó a sangrar por la nariz.

    — ¿Cómo vas a explicar esto, Erick? ¿Cómo vas a explicar que has golpeado a la mayor autoridad de Libertalia? — Decía Álvaro, que siempre sonreía macabramente.

    Erick estaba furioso, y por no seguir asestando golpes al general, decidió dejar la habitación. Ahora solo estaban Laurie y Álvaro.

    — Hola guapa. — Murmuró Álvaro.

    — No me hables. — Dijo Laurie.

    — ¿Estás esperando el regreso de tu amado Shaun? Siéndote sincero, muchos de los que han ido, no volverán. ¿Por qué crees que he mandado a Matías, Teo, Paula, Luke y Shaun? Son prácticamente los mejores que tenéis en el grupo, y deshaciéndome de ellos os tengo a vosotros a mi merced. Piénsalo; Jack es demasiado bueno y considerado, no querrá perder a Iris por una imprudencia. Mia tiene a su hijo, no querrá ponerlo en peligro. Charlotte es una niña, no puede hacer nada. He mandado a una misión suicida a vuestro líder, a su mano derecha, a su mano izquierda, a la mujer más guerrera de vuestro grupo y al muchacho con más carácter del grupo. Sin ellos, no sois nada. Y de ellos cinco, no volverán todos.

    — ¡Maldito falso! — Exclamo Laurie, furiosa. — ¡¿Los has mandado a una trampa?!

    — A una trampa no, la misión es muy real. Simplemente están realizando un servicio gratis a la comunidad, porque no voy a pagarles con nada. Es más, si me causáis muchos problemas, ellos pagarán las consecuencias cuando vuelvan. — Dijo Álvaro, aparcando su sonrisa por la seriedad.

    Mientras, Jack se dirigió a casa de Noah para comentarle lo que ocurría. Tocó el timbre y no tardo más de medio minuto en abrirle la puerta.

    — Joder Jack, es de noche. ¿Qué ocurre? — Dijo Noah.

    — No creo que estuvieses durmiendo cuando me has abierto en veinte segundos. — Indicó Jack.

    — Estaba pensando. Dime, ¿qué quieres?

    — Tenemos un problema, Noah.

    — ¿Cuál?

    — Tenemos a Álvaro secuestrado.

    — ¡¿CÓMO?!

    — ¡Te lo explicaré ahora! Hay una razón.

    Noah se sentó en el sofá de su casa, mientras Jack se quedaba de pie.

    — Álvaro ha asesinado a Anna, la mujer de Erick. Lo ha admitido, incluso nos ha amenazado. Es muy raro, se supone que el lidera la colonía por encima de ti, y se comporta cómo un tirano psicópata. — Dijo Jack.

    — Todo es tan extraño desde que la misión se puso en marcha... — Murmuró Noah, pensando.

    — Tenemos que hacer algo. — Añadió Jack.

    Noah se levantó del sofá y se puso a pensar, mientras Jack lo observaba dubitativo.

    — Me sorprende que Álvaro sea un asesino y lo diga así a la cara. — Pensó Noah. — Trama algo.

    — ¿Qué crees que trama? — Preguntó Jack.

    — Nada bueno. Hablaré con el coronel Henry y veré que puedo hacer. — Musitó Noah.

    — ¿Y yo que hago con Álvaro? — Dijo Jack, extrañado.

    — Mantenedlo dónde lo tengáis. Nunca me ha caído bien ese capullo. — Dijo Noah. — Te veré en un rato con noticias.

    ...

    — Luke. ¿Luke? ¡Luke!

    Matías zarandeó a su compañero, pero éste no respondió.

    — ¡Oh no, mierda! — Exclamo.

    — Matt... — Susurró Luke, aún con vida.

    — ¡Luke! — Dijo Matías, sorprendido. — Aguanta amigo.

    Luke se apoyó sobre su compañero y ambos salieron de aquel cochambroso camión. Por suerte la horda ya había pasado y no quedaba nadie fuera. Avanzaron por la carretera que tenían al lado del rio durante más de media hora, hasta que llegaron a un pequeño pueblo rural.

    Matías vio un centro de salud y supuso que había medicamentos para tratar a Luke, por lo que ambos se dirigieron allí. Dentro, los instrumentales médicos estaban esparcidos por el suelo, junto sillas y algún que otro cadáver totalmente descompuesto por el paso del tiempo.

    — Bien, deja que busque algo para tu herida. — Musitó Matt, cediéndole su pistola a Luke. — Por si hay sorpresas.

    El líder avanzó con su cuchillo por el amplio pasillo del centro médico hasta que dio con la habitación con medicinas fuertes. Rápidamente, cogió una bolsa al azar de las que había por allí y comenzó a coger las que creía acertadas.

    Se disponía a volver con Luke cuando alguien le puso el cañón de una pistola en la espalda.

    — Deja todo eso, saqueador de mierda. — Dijo una voz femenina a su espalda.

    — Vale... — Murmuró Matías, obedeciendo y dejando la bolsa encima de una camilla cercana.

    — Gírate. — Le ordenó la mujer.

    Matías se giró y vio a aquella mujer. Tendría casi unos cuarenta años pero se cuidaba bien, y vestía bastante aseada, algo que lo asombró.

    — Verás, es que necesito esas cosas para mi amigo. Le han disparado y si sigue así perderá toda la sangre que le queda. No puede dar dos pasos más. Necesita ayuda. — Dijo Matías, esperando recibir su ayuda.

    — No necesitas tantas medicinas para una herida de bala. Soy cirujana, puedo extraerle la bala y limpiarle la herida. Seguidme, pero no hagas ningún movimiento extraño, o dispararé. — Dijo la chica, con la pistola en mano. — Me llamo Megan.

    — Matías. Y él es Luke. — Dijo el líder.

    Matías recogió a Luke y lo ayudó a caminar siguiendo a Megan hasta una puerta cerrada con llave.

    — Espera aquí. — Indicó Megan, sacando las llaves.

    La mujer abrió la puerta y dejó pasar a los hombres. El interior estaba totalmente limpio, tenía varias cajas de comida y una cama improvisada con mantas y sábanas.

    — Túmbalo sobre esa camilla. — Señaló Megan.

    — Claro. — Dijo Matt, haciendo caso de la experta y ayudando a Luke a recostarse.

    Una vez Luke estaba recostado y adolorido, Megan se acercó con una inyección preparada.

    — ¿Qué es eso? — Preguntó Matías.

    — Sedante. Para dormirlo. — Dijo Megan, inyectándole la sustancia. — No te preocupes, es para que no sufra mientras le saco la bala del abdomen.
    Acto seguido cogió una segunda jeringuilla y se la inyectó a Luke por vía intravenosa.

    — ¿Y eso que es? — Preguntó de nuevo Matt.

    — Cortisona, para bajar la hinchazón y limpiar por dentro la herida, además de que hará que se recupere más pronto. Vamos, me vas a ayudar a sacarle el trozo de bala. — Dijo Megan.

    — Está bien.

    — Sujétale fuerte por si tiene espasmos. — Dijo Megan, cogiendo unas pinzas para sacarle la bala a Luke.

    Megan hundió las pinzas en la herida, buscando la bala o el trozo de ésta que estuviese dentro. Tras medio minuto sin resultado, consiguió dar con el trozo de metal.

    Con total cuidado le sacó la bala completa de la herida. La dejó en un recipiente y le echó alcohol oxigenado a la herida, para que se limpiase y cicatrizase.

    — Tú amigo se pondrá bien, pero necesitará dos días de reposo absoluto si quiere regresar ahí fuera. El segundo piso está libre de infectados, les prepararé una cama y podrán instalarse allí hasta que mejore. — Dijo Megan. — Pero antes, ¿qué ocurrió?

    — Un psicópata nos atacó, mató a uno de nuestros amigos y luego forjeceando con él disparó accidentalmente el arma, con la mala suerte de que le diese a él. — Dijo Matías.

    — Hay muchos peligros ahí fuera, especialmente los que llevan armas. — Contestó Megan, sentándose en una silla. — Esperaremos a que se despierte.

    ...

    Noah fue al edificio militar para preguntar por Henry y hacerle saber lo que Álvaro había hecho, pero al llegar, no le dejaron entrar.

    — Señor, no puede pasar. — Dijo uno de los soldados que vigilaban la entrada.

    — ¿Por qué no? — Preguntó el alcalde.

    — Han asesinado a varias personas aquí dentro. Se están realizando las investigaciones pertinentes y pronto daremos con los asesinos. Se le ruega discreción máxima para que la ciudadanía no entre en pánico.

    — Vale, vale. Pero, ¿sabe dónde está Henry?

    — Señor, Henry es uno de los asesinados. Lo siento.

    Noah asintió totalmente asombrado mientras se marchaba del lugar. Rápidamente fue a ver a Jack, que lo esperaba en el porche de su casa.

    — ¿Qué me traes, Noah?

    — Henry ha sido asesinado por unas personas que han entrado en el edificio y han asesinado a más gente. No tendrás que ver con esto, ¿verdad? — Susurró Noah.

    — ¡Nosotros no matamos a Henry! Solo a dos soldados. Pero, ¿sabes por qué? Porqué Álvaro nos secuestró a nosotros. Ese tipo es un psicópata, y a saber que iba a hacernos de no haber escapado. — Dijo Jack.

    — ¡Mierda, mierda! ¡Os encontrarán! — Exclamo Noah. — Os desterrarán o os matarán, joder. Tenéis que iros.

    — ¡¿Irnos dónde?! ¡Lo que hay que hacer es solucionar esto de una vez por todas! — Dijo Jack, molesto.

    — ¡¿Y cómo hacemos eso?! ¡Él manda en Libertalia! — Dijo Noah.

    — ¿Jack? — Dijo un soldado con varios más con él. — ¿Se llama así?

    — Sí, ¿por?

    — Queda detenido por el asesinato del coronel Henry y dos soldados más.

    — ¡¿Yo?! ¡¿Y esa mujer que limpiaba vuestra mierda de edificio?! ¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde está Anna?! ¡¿Dónde la tenéis enfermos de mierda?! ¡Maldita dictadura la que tenéis aquí!

    — ¡Cierre la boca! — Exclamo otro soldado, asestándole un golpe con la culata de la M4. — ¿Dónde está su amigo Erick?

    — Aquí. — Dijo Erick, con un cuchillo en el cuello de Álvaro.

    — Deje ese cuchillo en el suelo. — Ordenó otro soldado.

    — No me da la p*ta gana. — Murmuró Erick. — Voy a matarlo.

    — ¡Disparen! — Exclamo un soldado.

    — ¡Esperen! ¡Nosotros no actuamos así! — Gritó otro hombre.

    La gente observaba la escena aterrorizada. Gran parte del ejército estaba allí presente, al igual que los ciudadanos de Libertalia.

    — ¡¿Cómo que no actuamos así?! ¡Ha amenazado con matar al general! — Dijo un militar.

    — ¡Tenemos un protocolo! ¡No somos asesinos! — Dijo otro de ellos.

    — Joshua, dejemos de fingir. Matadlos a todos. — Ordenó Álvaro, zafándose de los brazos de Erick.

    Joshua obedeció y algunos soldados comenzaron a disparar contra el resto de soldados.

    Erick se lanzó al interior de casa para resguardarse mientras que Jack y Noah comenzaron a correr en la dirección opuesta. La gente huyó despavorida y gritando, mientras una especie de guerra civil se sucedía en Libertalia.

    — Que se enteren de quien manda aquí. — Dijo Álvaro, mientras caminaba lejos de aquel escándalo.

    A pesar de que la célula terrorista era solo el 15% del ejército, el ataque sorpresa acabó con un 15% del ejército real de Libertalia. La colonia estaba en guerra y mientras ellos peleaban por el control de ésta, el ruido atraía a muertos... y Libertalia se vio prontamente rodeada de podridos golpeando los muros. Aquel grupo terrorista se había convertido en la célula del caos.
     
    Última edición: 25 Julio 2016
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