Microrrelato Silencio.

Rodeado de otros y ahogado en mis propios pensamientos logro hacer que sean poco menos que un lejano susurro. Pero al quedarme solo y sin cosas en la cabeza arremeten contra mí como si no hubiera un mañana. Algunas son voces que esconden su malicia en dulces tonos y otras son tan violentas y explícitas que logran exponer lo peor de mi persona.

Últimamente resuenan con más fuerza y frecuencia, sacándome de mí incluso cuando me hallo entre otros. Oigo la vocecilla que pide y pide sangre a cántaros, sedienta de violencia injustificada. Mis allegados me notan raro y distante, y ya no sé si podré aguantar más.

Tengo miedo de que las voces se vuelvan más que eso. Siento como algo se apodera de mi voluntad cuando empiezan a hablarme.

Hay una, tan tenue y reconfortante, que me pone la piel de gallina cuando la oigo. Con serenidad me pide que calme a su alma, que le lleve paz a su ser. Su petición es clara y escalofriante: “dame una vida”. Con terror puedo notar como se va metiendo más y más dentro de mí. La oigo en sueños y pesadillas, dónde mis manos acaban bañadas en sangre.

Siento que estoy maldito, condenado a cargar con demonios que me hacen pagar por crímenes que cometí en otras vidas. O por lo menos eso quiero creer, no me agrada pensar que estoy perdiendo la cordura. Temo por mí y por los demás.

Sé que pronto mataré, lo que no sé es a quién. Espero que sea yo, así tal vez las voces callen.