Horror Sentir

Tema en 'Relatos' iniciado por The Condesce, 4 Marzo 2018.

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    The Condesce

    The Condesce Usuario común

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    Escritora
    Título:
    Sentir
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Horror
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    1
     
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    Holuuuu.... pues, este escrito lo presenté para el concurso "Tu diferente San Valentín", y quedé en segundo lugar, en empate con Kohome, que supongo publicará su escrito en algún momento y entonces podré leerlo :3

    Advertencia: 18+. Hay violencia gráfica y una escena de sexo que, si bien a mi parecer no es del todo explícita... de todos modos les aviso.




    Sentir

    Toda su adolescencia pensó que el sexo nunca sería relevante. No era capaz siquiera de comprender qué le veían los demás, y podría jurar que el placer físico experimentado cuando se tiene relaciones, no era ni de cerca tan magnífico como vendían en el cine de Hollywood; e incluso si así fuera, tenía una especie de premonición fatalista en la que ella en particular, era incapaz de verse estimulada por nada. Cada vez que intentó masturbarse, no obtuvo satisfacción alguna. Concluyó pues, que tener relaciones con alguien más no podía ser muy diferente a eso, de todos modos. Y en aquello, que no le provocaba nada, no tenía ni el más mínimo interés. En realidad el problema nunca fue su supuesta frigidez o su desacuerdo filosófico con otorgarle importancia a los impulsos de la carne, sino su miedo patológico a exponerse a la intimidad. El pánico incontrolable que le causaba pensarse a sí misma expuesta, desnuda ante el escrutinio de alguien que podría destruirla si quisiera. Ese miedo incontrolable que se colaba en cada ámbito de su vida encerrándola en un estrecho cuarto de cuatro paredes de plomo impidiéndole sentir. Sentir. Un día cayó en la cuenta; tanto se había protegido, que ya no era capaz de sentir nada de nada. Y no hay peor sensación en el mundo que la indiferencia, que la carencia de emociones.

    Entendió cómo durante mucho tiempo no había hecho otra cosa que negar que poseía un cuerpo. Ahora le era imposible no admitir su atracción por sexo opuesto o que frecuentemente se hallaba a sí misma deseando una buena cogida, o cómo su cabeza se inundaba recurrentemente con fantasías fetichistas de dominación.

    Se encontraba frustrada. Vaya que se encontraba frustrada. A sus casi veinte años seguía siendo virgen, y peor aún, a pesar de haber conseguido por fin un novio—aunque no lo quisiera de veras, porque no sentía nada de nada, y sólo disfrutaba del cariño y el contacto físico—, no podían tener siquiera dos horas de privacidad.

    A sus casi veinte años, seguía viviendo con sus padres y nunca, jamás de los jamases estaba la casa completamente sola. Si no era su madre, su padre decidía que no quería ir al trabajo, si no estaban los dos, era su hermano, y si tenía la inimaginable suerte de que nadie se encontrara, a su hermana mayor le entraban ganas de pasarse por el hogar de su infancia. La casa de él tampoco era opción, para colmo, compartía habitación con su hermanita menor.

    ¿Cuántas veces no había tenido que fingir demencia cuando tras una sesión de besos sentía la entrepierna de él endurecerse bajo sus muslos? ¿Cuántas veces más tendría que aguantarse el calor de la piel y el intenso deseo de frotar su cuerpo contra el contrario por estar en público?

    Era una tragedia. Ahora que había decidido finalmente abrirse a las nuevas posibilidades, las circunstancias de su vida se entrometían bloqueando sus intentos.

    La única posibilidad sería, tal vez... acampar.

    La casa de sus padres, situada en medio de la nada, se encontraba muy cerca de un bosque. Sólo tenía que decirle a su madre que iría a acampar con unos amigos.

    Así se situó la fecha: catorce de febrero.

    El día que finalmente, sabría de una vez por todas si aquello del sexo era lo suyo, o no lo sería nunca.

    Le parecía un poco cliché que fuera ese día en particular. El romance no era verdaderamente de su interés y mucho menos una velada especial para recordar.... su intención. Sólo quería tener sexo. Sabía que para su novio, tal vez sí era un acontecimiento importante; después de todo, él había estado enamorado de ella desde hacía poco más de cuatro años. Ella lo sabía. Siempre lo supo. Nunca pensó que fuera darle cabida, y tenía muy presente que él también lo sabía, que probablemente sería su "amigo" para siempre. Pero al final de cuentas, Marina, aburrida de la monotonía, había decidido darle una oportunidad. Él no tenía que enterarse. No tenía por qué descubrir que sólo estaba jugando y no le quería. Sabía que eso le rompería el corazón, y tampoco se consideraba una desalmada. Sólo tenía que fingir un poquito, para seguir experimentando lo que era tener una relación amorosa.

    Los días del calendario fueron pasando uno tras otro, las hojas de papel se consumían. La mañana de San Valentín alistó todo lo necesario: un cambio de ropa, sacó la casa de campaña del desván.

    Se encontraron esa tarde en la carretera, algo alejados de la casa de los padres de ella. A esas horas la tarde joven ya se había desvanecido, se esfumaron los colores claros del medio día, el cielo se teñía de un gris azulado monocromo y las hojas de los pinos se oscurecían. El viento soplaba ya frío, agitando las copas altas de los árboles, sin el prisma cálido de los rayos del sol entre sus partículas. Entonces comenzaron a caminar por el delgado sendero de tierra rodeado de hierba seca que se introducía en un bosque inundándose poco a poco de penumbra. Terminó de anochecer por completo cuando acabaron de montar la tienda. La noche se alzó alta, sin estrellas cubierta de nubes densas que se difuminaban con la negrura del cielo.

    Encendieron una fogata. Después de horas de calentarse las manos heladas con la cercanía del fuego, y hablar de miles de temas sin importancia, se miraron directo a sus ojos, reflejo de las flamas. Y ambos sabían lo que querían en ese preciso instante. Se besaron, se besaron y sin dejarse de besar con desespero y profunda avidez se movieron, se arrastraron sin separar sus bocas hasta la tienda donde una mano torpe agitada buscaba el cierre para abrir el mosquitero y entrar.

    Poco sabían que una sombra entre las ramas de las plantas secas y filosas de hojas duras les miraba, fusionándose con la oscuridad. Y el corazón de la silueta tétrica se aceleraba, soltaba latidos desenfrenados que chocaban como golpes fuertes contra su pecho, retumbando en la excitación. La saliva se le volvía espesa y le costaba pasarla por una garganta ansiosa, mientras sus pupilas se dilataban como las de un felino salvaje a punto de saltar a destrozar a la presa con sus garras gigantescas, cuando la luz de las llamas danzantes del fuego encendía y apagaba las siluetas como espectros grises tras la tela de la tienda de los jóvenes. Y observó, observó sintiendo en carne propia los estímulos de todas sus acciones. Hincada en frente de él, grácil, retiraba sus prendas con ambas largas y delgadas manos. Los jadeos húmedos comenzaron a resonar en el silencio primordial del bosque,vientos soplados, débiles exhalaciones, trémulas, sincronizados con cuerpos que comenzaban a contraerse ante yemas que tocaban —Marina, Marina mi amor—puede escuchar una voz masculina ronca y llena de fascinación susurrarle al oído... Y las sombras detrás de la pantalla definen sus figuras, la muestran a ella dominante, encima, introduciéndolo entre sus piernas abiertas. Y muerde, muerde salvaje su cuello, como fiera, mientras sus caderas presionan hacia abajo y pareciera que le quiere arrancar la mismísima piel con los dientes. Y hay un ardor en el pecho de la muchacha, algo contenido que amenaza con desbordarse. La sombra puede verlo luchando por escapar y siendo contenido por el hastío y la monotonía de cómo desesperada intenta sentir algo con el trozo de carne adentro y el sudor de la piel y no puede.Por más que muerda y arañe y lastime nada le provoca satisfacción.

    La idea de someterla fiera liberada fue el punto de insurrección. La sombra de los arbustos no pudo más con el líquido ardiente de sus venas. Se acercó con el cuchillo en mano, a pasos lentos, cuidando que las pesadas botas no hicieran ningún ruido al pisar las ramas pequeñas y hierbas del suelo forestal.

    Temblando llegó hasta la tienda y, tras un momento de contención, de sentir el impulso creciendo en sus entrañas, mirando la silueta oscura del cuello del joven, traspasó con la filosa hoja de la navaja la tela que lo separaba de la pareja, y la clavó en el cuello de él.

    Marina recuerda esa imagen como algo surreal. Como la escena grabada por el ojo de una cámara para una mala película de terror. Como esas películas ridículas de miedo que sólo te provocan risa porque no puedes tomarte en serio lo que está sucediendo. Y el montón de sangre de las arterias de su novio, que explotó en su cara empapándola de rojo, y se escurrió desde su frente y de su cuello hasta sus pechos e incluso mojó sus pezones desnudos, se veía igual de falsa e irreal que la de aquellos pésimos filmes, disfrutables por el sentido de la ironía. Le dieron ganas de reír. No supo si fue porque era realmente hilarante la absurda situación, o fue el pánico que el shock le produjo. Podía sentir el peso muerto del cuerpo de su compañero que nunca volvería a respirar. Y se sentía podrida. Ni siquiera gritó.

    La distorsión de la situación se desvaneció cuando el cuchillo acribillaba la tela plasticosa de la casa de campaña, desgarrándola para poder entrar. Fue ahí cuando el terror se apoderó genuinamente de su corazón, cuando sus miembros se congelaron del horror y su piel entera se erizó. Cuando todo le temblaba convulsamente y se sentía tan muerta del espanto que quería cerrar los ojos y abrirlos y saber que sólo era un sueño. Pero no lo era, era real. Era la bizarra y absurda realidad. Y una fuerza extraña e irreconocible surgió de su interior. Desesperada, sus manos batallaron contra el cierre de la puerta, empujando el cuerpo sin vida de su amante, mientras el asesino continuaba clavando una y otra vez su cuchillo hasta hacer jirones la malla que los separaba. Ya sus dedos gruesos, marchitos, endurecidos y curtidos por el sol se asomaban empujando el resto de la tela para revelar ojos desorbitados y locos que no podían razonar.

    El cierre se abrió y escapó como pudo de la tienda, sus pies trastabillaron entre las ramas rotas, las piedras y las hierbas del suelo. El asesinó la cogió del brazo para jalarla. Marina gritó. Un grito retumbante desde el averno de sus entrañas que le rasgó la garganta. Y de puro instinto su otro brazo se lanzó sobre el atacante y clavó las uñas largas con todas sus fuerzas en la carne de su rostro, y las arrastró hacia abajo sin soltar, desgarrando la piel desde los pómulos y por el cuello hasta que chocó con las clavículas. El asesino, produciendo un alarido de dolor soltó el agarre de su muñeca, y ella corrió y corrió sin mirar a dónde, introduciéndose entre los altos árboles a lo profundo del bosque. Él se retiró displicente la sangre de la cara con la palma de la mano. Y sonrió, sonrisa enorme y desquiciada. Aquel inútil intento de luchar no había hecho mas que excitarlo más.

    Y ella corrió y corrió y corrió sintiendo las ramas y las rocas clavarse en sus plantas y cortarle la piel, estaba sangrando, pero nada de eso importaba, porque ahora sentía ese intenso impulso de vida que como fuego le abrasaba el pecho. Y su corazón latía y latía como nunca jamás había latido por nada. La adrenalina desperdigándose por sus venas mitigaba todo y adormecía su percepción del exterior. Jamás había sentido tal energía vital como la que estaba sintiendo en ese preciso momento.

    Entonces escuchó la voz del hombre no muy a lo lejos, que vociferaba—¡No pienses que podrás escapar! —y sonaba como el bramido de una bestia fatal. Se acercaba. Podía sentirlo, podía olerlo. Y entró en pánico. No sabía qué hacer. Sin detenerse a titubear, se escondió detrás de un enorme tronco hueco, pegándose a la corteza dura que le hacía de pared, cubierta de matas ásperas y filosas que se clavaban contra la piel desnuda de la espalda. Y se acurrucó, abrazándose a sí misma por las rodillas; temblando, notando una vez más el frío del aire del bosque. Podía escuchar los gritos del asesino como retumbando por todos lados, omnipresentes, taladrando sus oídos—¡De nada sirve esconderse, cariño, tarde o temprano te voy a encontrar! —Marina se estremeció —¡De todos modos te voy a matar, te voy a matar, te voy a matar! Y cuando termine contigo apenas y se notará que tienes cuerpo de mujer — podía oír sus pisadas romper las ramas. Tan confiado, tan seguro que estrellaba las plantas de sus botas sobre contra la tierra, con toda la prepotencia y firmeza que podía un hombre tener —¿Por qué no sales de una vez y nos ahorras a ambos este pequeño jueguito? —Volteó a su izquierda y vio las botas negras. Él todavía no la había visto a ella. Observó también a su derecha una rama gruesa de pesada madera que seguramente había caído de lo alto de un árbol. Entonces tomó el palo, se levantó y con toda su fuerza, una fuerza anormal y demencial de la que nunca se creyó capaz, golpeó al hombre en la cabeza. El hombre cayó. Trató de levantarse una vez apoyando la palma en el suelo, pero ella volvió a golpear. Volvió a golpear, y volvió a golpear, y volvió a golpear. Hasta que el cráneo se reventó y no había más que golpear que el viscoso líquido ensangrentado de su interior. Y entonces volvió a golpear.

    Recuerda que en ese preciso instante, sintió una paz y tranquilidad imposibles de explicar. Como si por primera vez en su vida toda la tensión de sus músculos desapareciera, y ya no existiera el peso del estrés sobre su cuello y sus hombros. Y el placer morboso que había experimentado matando a aquél hombre... había sido la cosa más maravillosa de todas.

    Había encontrado una macabra satisfacción en aquel acto. Por primera vez, se sentía viva. Por primera vez era capaz de sentir. Ya no estaba muerta por dentro. Nunca nada la había hecho sentirse tan inmensamente feliz.

    Con indiferencia le dirigió una última mirada al cadáver a sus pies. Se alejó caminando natural. Parecía flotar ligera en la penumbra forestal. No sentía ni las rocas bajo sus pies, ni la sangre de su novio muerto que la bañaba hasta el vientre. Y sólo caminó, con lentitud y calma por el bosque. Llegó al sendero del inicio, y se encontró nuevamente a la orilla de la carretera abandonada por donde no parecía pasar auto alguno. Y ya nada en el mundo importaba. Ni la universidad, ni sus padres, ni el vacío existencial, ni ella misma. Porque ella ya no existía. Marina ya no existía. Se había esfumado para siempre y lo único que quedaba era su silueta desnuda andando en medio del camino para desaparecer en la lejanía, mientras el cielo comenzaba a esclarecerse por el pálido amanecer
     
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    Cygnus

    Cygnus Maestre Usuario VIP Comentarista destacado

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    Hubo... cosas que no me dejaron disfrutar del relato en su totalidad, aunque tiene algunos otros elementos excelentes. Ni siquiera estoy seguro de poder nombrar qué fue lo que me atoró un poco entre las líneas pero lo intentaré.

    Lo primero son los párrafos, están caóticos. Entiendo que en un relato, y más en uno de horror, la estructura de un texto se preste a juegos que le añadan densidad o dinámica a las escenas, pero aquí no lo vi justificado. Había párrafos enormes, enormes, en momentos en los que las situaciones tenían que pasar como agua. Particularmente las dos escenas más rápidas y alocadas (la muerte del novio, la persecución) son las más espesas. No pude tomar aire. No pude digerir. Tuve que contener la respiración hasta el bendito punto y aparte y es una lástima porque pasaron tantas cosas intensas. Muchas ideas principales agolpadas en un solo bloque no es buena idea y menos cuando la situación amerita flujo.

    Lo otro es que siento que hubo un exceso de embellecimiento, y comprendo tu estilo romántico, pero un relato de horror exige una narración ríspida, dura, un ataque constante a los sentidos. "Un grito retumbante desde el averno de sus entrañas que le rasgó la garganta. " Ya, es bello... pero me interrumpe en un momento en el que necesito sentir todas las acciones físicas, reales, una tras otra. Algo tan básico como "Gritó aterrorizada", curiosamente, funciona mejor.

    Del final hablo después.

    Voy a las cosas buenas:
    -El misterio y la irracionalidad de la existencia del asesino-voyeurista-loquesea, le añade muchísimo horror al relato. ¿Qué tendría que estar haciendo una persona así ahí, y para empezar, quién era él? El texto hizo bien en no aclararlo, porque el miedo, lo que nos hace estremecernos, se basa realmente en que no podamos explicarnos cosas así.
    -El motivo del asesino era un poco análogo al de Marina y termina siendo un poco irónico. Porque lo que los motivaba era la búsqueda de una sensación excitante. Podría profundizar un poco en eso de que el verdadero enemigo de Marina, incluso la persona que pensó que la perseguía, era ella misma teniendo una revelación, o un desdoblamiento, es lindo, pero igual sé que el tiro no iba por ahí, esto quería más bien causar horror y está bien.
    -La desnudez de Marina me pareció harto simbólica en todo momento.
    -El personaje de Marina está bien construido; en cambio el del novio era una sombra simplemente y por esa razón, toda la carga de la situación, para nosotros los lectores, se la lleva ella, de tal modo que la muerte del novio no nos desvía de la intención principal del relato en ningún momento, lo planeaste bien para continuar focalizando la trama en lo que importaba.

    El final... lo entiendo, sí, pero tiene algo de absurdo. Me hubiera gustado ver más una evolución de Marina hasta convertirse en una asesina serial después de descubrir que asesinar le producía excitación sexual. Sin embargo, que hubiera un merodeador en el bosque tiene su buen misterio, su falta de explicación, pero el hecho de que ella lograra su ansiada excitación luego de ese torbellino de emociones negativas es simplemente inverosímil para mí. Claro que sí, hubo y hay asesinos que matan porque con ello sienten orgasmos, pero siempre en condiciones de ventaja, por factores de dominio. Aquí ella estaba en la desventaja y luchó por su vida hasta el final, y en todo momento se vio aterrada, ni siquiera se vio que estuvo "disfrutando el juego" y que le excitara sexualmente sentirse una víctima fatal (se pudo haber sugerido). So, el cambio me pareció abrupto y absurdo.

    Y eso. No es lo mejor que he leído de ti pero estuvo bien como relato de horror, de todos modos sé que en otros géneros te desenvuelves muy bien.
     
    Última edición: 6 Marzo 2018
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