Historia larga Sempiterno

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Disgusting Maria, 20 Agosto 2018.

  1.  
    Disgusting Maria

    Disgusting Maria Where's your heart?

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    Miembro desde:
    7 Junio 2018
    Mensajes:
    26
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Sempiterno
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1124
    Prologo
    Estoy vivo, lo estoy tanto como dañado me encuentro, quizás las palabras ahora mismo no importen mucho cuando me desangro en mi angustia y mi nulo sentido de orientación para la vida, el dramatismo es mi protección ahora mismo, mi muro de ladrillos, mi chaleco antibalas a lo que el destino me depare, porque entre sentir nada y sentir todo, no prefiero nada, pero tampoco abogo la hipersensibilidad.

    Me ahogo en la cerveza y es cuando el barman tiene suficiente de mí, con una dura mirada acostumbrada a estas cosas, me pide que me retire. Me levanto, tomo mi abrigo y salgo del lugar tambaleante, con mis lamentos siguiéndome y todo un día que seguir destrozando.

    No es como que me importara que el taxi me cobrara de más, no es cómo si actualmente algo me importara en mi insignificante vida; cuando pierdes a alguien, ya nada más importa. O al menos por un tiempo, eso decía mi madre, llorarás, lamentarás, te retorcerás como gusano y un día te levantaras con una sonrisa en el rostro, saldrás a la calle comentando el buen día que hace, como si nada hubiera pasado.

    O no.

    Mamá nunca se equivocaba, pero quizás no habrá acertado en esta clase de consejos, no es como si quisiera reclamarle algo, no estoy tan loco como para ir hasta su tumba a gritarle un par de cosas, al menos no todavía.

    Esa mujer decía muchas cosas que no aprecié y valoré en su tiempo, y ahora me doy cuenta de la razón en sus palabras, “Mocoso, eres una mierda y solo das dolores de cabeza, ojalá mueras algún día, ya no sé qué hacer contigo.”, sabias palabras que esperaba algún día se cumplan, mi madre casi siempre tenía razón en todo, las madres siempre lo hacen.

    Estaba tirado en el sofá de mi departamento, ahora vacío, perdí a alguien y estaba lamentándome, gran cosa, seguramente en una semana o menos se me pase y podré levantarme de nuevo, iré a mi trabajo y aceptaré las falsas miradas de lastima, sus pésames y luego estaré bien, como si nada hubiera pasado.

    Pero mamá se equivocaba a veces y yo también, cuando las jodidas lagrimas no dejaban de salir entonces entendí que quizás necesitaba más que una semana para recomponerme y ser el hijo de puta, insensible, pedazo de mierda, bastardo sin gracia que siempre fui. Me recosté de mejor forma en el sofá y abracé un peluche, olía a vainilla y otras fragancias dulces que no sabía identificar, el aroma se sentía suave y lejano, pero lo sentí más fuerte que nunca, como si mi pequeña niñita todavía estuviera a mi lado.

    Las lágrimas quizás nunca dejen de salir, y quizás llorarla por años y años no la traiga de vuelta, pero no sabía que otra cosa hacer y abrazar el peluche me daba un poco de reconforte, su aroma, su pequeño peluche de oso algo sucio que siempre llevaba a todos lados, un regalo cuando ella cumplió sus primeros tres años, ese día no había dejado de sonreír y aferrarse al peluche, había pensado que se iba a olvidar del juguete ni bien encontrara otro, pero ella encontraba gratificante tenerlo por todos lados, era una terrible lástima que solo durara 3 años más con ella.

    Mi pequeña niña era tan sensible como yo, a pesar de que todos siempre afirmaban que no nos parecíamos en nada, pues yo era una persona cruel y sin gracia, mi princesita probablemente no encuentre palabras de consuelo al verme llorar, así que quizás ella se siente en el suelo y no pueda evitar sollozar al estar en este estado.

    Era patético, pero me lo iba a permitir por hoy, así que me abracé al peluche y me dormí, luego me arrepentiría de ensuciar una de las pocas cosas que me quedaban con ella con el aroma repugnante del whiskey.

    Al día siguiente, la madre de mi princesa vino a recoger algunas cosas de ella, yo me había negado rotundamente a quedarme con sus cosas, la mayoría lo tomó como algo insensible y poco amoroso, incluso había escuchado a sus abuelos haberme llamado mal padre, pero en simples palabras, tener esos recuerdos solo me orillaría a sentirme más deprimido de lo que actualmente estaba, no podría soportar ver su vestido rosa favorito y saber que ella ya no se lo podría poner, nunca más.

    No mediamos ninguna palabra, ella tenía sus hermosos cabellos rubios recogido en un rodete mal atado, su mirada estaba perdida, sin ninguna efímera luz o brillo, subió las escaleras, fue a la habitación de la pequeña y pasó toda una hora encerrada allí. Había dejado de preocuparme por esa mujer hace mucho tiempo, pero nos unió una hija en común, y yo sabía lo que estaba pasando.

    Subí las escaleras ahora vacías, antes llena de juguetes o cosas que le gustaban a la pequeña, pasé por el pasillo que daba a la habitación de mi niña y vi la puerta semi abierta, dudé por unos segundos si entrar o no, pero finalmente lo hice. No sabía si Clarissa quería consuelo, si quería que la dejaran sola, no sabía que quería, y si afirmaba eso era porque yo tampoco sé que necesito ahora mismo.

    Pero me senté a su lado en la cama, ella mirando una vieja fotografía donde la niña estaba cubierta de helado, pero sonriendo feliz, yo simplemente miré mis manos, ansioso, jugaba con mis dedos y no sabía qué hacer, pero ahí estábamos, ambos en mutua compañía, pasaron unos buenos veinte minutos, quizás más, quizás menos, hasta que finalmente se giró para verme y con la voz rota pronunció las últimas palabras que oiría de ella, aunque eso no lo sabía.

    — Ella te ama tanto, por favor no te culpes.

    No pude decir nada, me congelé, ni siquiera pude bromear y corregir el “ama” por “amaba”, no lo sentí correcto, ¿pero cuando eso me detuvo? Hoy, hoy por fin decidí cerrar la boca y hacer lo correcto, o lo que yo consideraba correcto. La acompañé hasta su auto cuando por fin decidió llevar todas las cosas de Alessa, en ningún momento hice contacto visual, no podía soportar ver sus ojos, no podría hacerlo, ver los mismos ojos que perdí hace tan poco tiempo.

    El auto marchó, y por fin pude respirar, sin saber que había aguantado la respiración por tanto tiempo, ni siquiera lo creí posible, pero tomé una bocanada de aire, me erguí y tuve suficiente de mi duelo, al fin y al cabo, no necesitaba una semana para recomponerme.

    — Pero ella a ti no, pedazo de mierda.

    Y volví a entrar a mi departamento, sonriendo y con lágrimas secas en mi rostro.
     

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