Camina todos los días por el mismo recorrido, uno que antes paseaba sin importancia, con los mismo carros pitándole y el mismo semáforo en rojo. Una rutina inquebrantable. Ahora piensa que debería coger otro camino, pues ahora no puede evitar mirar de reojo, para imaginar que lo ve, caminando en dirección contraria a la de ella o simplemente parado en alguna esquina. No, no está y tal vez nunca más lo va a volver a ver. Quiere seguir recorriendo el mismo asfalto y a la vez no quiere hacerlo. Es una confusión que la lleva a desear a pasar el semáforo en verde. Dicen que uno aprende de los errores, pero ella parece que no. Es un carro que no avanza del mismo punto, nunca lo hará, aunque quiere hacerlo. Las decepciones son fatales, más cuando duelen tanto y se anhelan de una forma brutal. Camila cree eso, lo cree y más cuando no lo ve, cuando mira de reojo todos los días, perdiendo sus sentidos y esperando que algún pitido de un carro la despierte y le haga ver que está ahí. Pero no está, y eso más le desgarra el pecho y la cabeza, como los pitos de los autos al frenar, intentando no llevársela por delante.